El tormento de Elsa - 3 -

Mientras Elsa sigue reunida con su padre y su director, recibiendo su primer castigo de este, Silvia llega a casa; allí, tras dejarse llevar por sus instintos con su perro, la joven, será castigada por sus padres debido a sus malas notas recibiendo una azotaina. ZOOFILIA, NO SONSENTIDO, SPANK

EL CASTIGO DE SILVIA

En el metro, sentada con la mirada fija en el suelo, en sus pies que sacaba y metía de sus mocasines con aire distraído y preocupado, Silvia daba vueltas a lo que le había dicho a Elsa hoy.

La había engañado al decirla que habían estado en el campo divirtiéndose, riendo, pasándolo bien. Silvia ni lo pasaba bien, ni se divertía, ni reía con su familia, es más, temía cada día de su vida en su casa, y hoy, con las notas con tres suspensos en la mochila, era un día de esos en los que el temor se aumenta más de lo normal.

Silvia sabía que en cuanto vieran las notas sus padres actuarían en consecuencia, y para ellos solo había una forma de actuar, azote, azote y azote tras azote, como los que había recibido el sábado cuando por romper un plato al recoger la mesa su madre la puso sobre sus rodillas, y la azotó en el culo con la mano hasta hartarse, momento en que su padre ocupó su lugar, continuando la azotaina.

Por lo menos, pensó Silvia cuando tras una incontable salva de brutales azotes en sus pobres nalgas - enrojecidas y calientes tras los mismos - estaba tumbada boca abajo llorando en su cama, no habían usado nada más que las manos.

Silvia había sufrido incontables azotes en sus nalgas desde hace años. Con las manos, con las zapatillas, con la fina vara de bambú, con una pala de cuero, con un sacudidor de alfombras, con un cinturón, una pala de ping-pong…. Tantos y tantos con tantas y tantas cosas, que no los recuerda ni todos ni cuando empezaron. Si recuerda, que puede recibirlos por una minucia, como por ejemplo manchar el suelo de casa con una mísera miga de pan que caiga de la mesa, por romper un plato, como el otro día, por manchar de barro el suelo de casa al entrar un día de lluvia - esa vez fueron en la planta de sus pies con la vara y estuvo un fin de semana casi poder sin andar, moviéndose solo de puntillas o arrastrando sus piececitos y a duras penas por el dolor y las heridas que le causaron - o, como será hoy, por las notas.

Sabe ya, perfectamente, lo que va a suceder. Serán veinte azotes por cada suspenso, pero veinte cada uno, veinte su padre y veinte su madre, por lo que la esperan ciento veinte azotes hoy en su culito, aún escocido por la azotaina del sábado, cuando sus padres las vean.

Así, ¿cómo hará para que Elsa este con ella ese viernes? Sus padres no la pegarían con una amiga delante, o por lo menos eso ha pensado siempre, no ha llevado a muchas durante estos años, pero si tiene marcas en el culo… ¿Cómo decirle que venga? Quizás sería un buen momento para sincerarse con alguien, tal vez ella, al ser su padre policía, pueda ayudarla. Eso la dio esperanzas y convencida de que, hacia bien, se dijo que se lo diría a Elsa, le diría lo de sus azotes, y le diría que estaba enamorada de ella, y algo le decía a Silvia, que Elsa, sentía lo mismo por ella.

Se bajó en su parada y con paso triste y temeroso, aguantando las lágrimas, pues ya casi sentía los zapatillazos de su madre con su pantufla y los correazos de su padre con el cinturón, los instrumentos favoritos de ambos - la vara solo era para faltas graves, tres suspensos no lo eran, pero de haberla pasado como Elsa, que serán seguro más de tres, no quiere ni pensar el dolor que podría tener esa noche en su culo - a la hora de azotarla.

Andando distraída llegó hasta el chalet que sus padres tenían en una zona residencial de la ciudad similar a la que residía Elsa, entró, y enseguida salió su perro BILL, un enorme pastor alemán, a recibirla. La chica sonrió, y al entrar en la casa acarició al perro que se puso panza arriba ladrando contento. Si BILL estaba en el jardín, significaba que no había nadie en casa, así que, despacio, dejó la mochila en el recibidor y fue hasta la cocina seguida por el perro. Abrió la nevera y sacó un plato con pasta y carne picada, lo metió en el microondas y mientras se calentaba fue a su habitación, donde dejó la mochila tras cogerla del recibidor y sus zapatos del uniforme, quitándose las medias que cubrían sus piernas y dejándolas sobre la cama. A continuación, bajó descalza a la cocina, de donde cogió la comida del microondas y fue a sentarse en la mesa del comedor tras coger un vaso de zumo.

Se puso la televisión mientras comía, con el perro a sus pies. Despacio, fue comiendo hasta dejar la mitad del plato vacío. Miró la hora. Las 15:50. Su madre no llegará hasta las 18:00, y su padre después. Tiene tiempo de sobra para disfrutar antes de que lleguen, y hoy se lo merece, sobretodo porque después va a sufrir un indecible tormento mientras su culo es azotado, así que, separándose de la mesa, giró la silla, abrió sus piernas, se subió la falda del uniforme y se quitó las braguitas, y echando la cabeza hacia atrás, empezó a masturbarse mientras con los pies acariciaba a BILL, el cual, no tardó en empezar a lamer los pies de la chica que gimió excitada al notar la áspera lengua del animal lamer con avidez sus plantas y sus deditos.

Gimiendo, abrió los ojos viendo como BILL relamía cada centímetro de su pie derecho mientras notaba su sexo, un hermoso y virginal coñito de pubis liso, suave y rasurado, hincharse y mojarse con su clítoris latiendo con fuerza.

  • Hmmmmmmmmmmmmmmgggggghhhhhhh… - gimió la joven.

BILL ladró, y empezó a chupar entonces el otro pie, ávidamente. Silvia notaba su pie derecho tan mojado que parecía lo hubiera metido en un cubo de agua, y pronto su pie izquierdo siguió el mismo camino. Había enseñado a lamer sus pies a BILL hacía meses, manchándoselos con crema de chocolate cada día hasta que el perro empezó a lamerlos sin que ella tuviera que usar nada, y así gozaba mientras se masturbaba con la lamida de sus pies.

Gimiendo, notando como BILL descendía de intensidad sus lametones, miró de reojo su plato de pasta con carne picada, y mordiéndose el labio, sin pensarlo mucho, cogió un puñado de la carne picada con la mano, manchándose de la salsa de tomate, y sin dudarlo se tumbó en el suelo del comedor y se lo extendió por su coño abierto, metiéndose incluso entre sus labios parte. El perro, ladrando, no lo dudó y hundió su cabeza entre las piernas de la joven empezando a lamer son avidez el empapado coño de los jugos de Silvia y de la salsa de tomate con la carne, clavando su lengua en la rajita abierta y rozando su interior y su clítoris haciendo a Silvia gritar de placer mientras acariciaba con sus pies el lomo del animal y con las manos le hundía la cabeza y el hocico entre sus piernas.

  • Oh… oh… Dios mío BILL… sigue, sigue perrito…

El animal lamia y relamía cada centímetro del suave y sonrosado coño, ya limpio incluso en su interior y tan abierto y abultado que Silvia notaba que el hocico del animal rozaba su interior hasta que se corrió salvajemente empapando el suelo y el hocico de BILL que no dejó de lamer la corrida de la chica ni sus restos mientras la joven se retorcía arqueando el cuerpo presa del placer más grande de toda su vida, preguntándose cómo no había hecho esto antes.

Sentada en el escritorio de su cuarto, con BILL a sus pies, acariciando con sus pies descalzos el lomo del perro, Silvia hacia los deberes del colegio sin poder quitarse de la mente la corrida que había tenido antes con la cabeza de BILL entre sus piernas lamiendo su coño y sus jugos incluso del suelo tras levantarse temblando y excitada, notando las babas del perro en su entrepierna deslizándose por sus muslos y empapando sus pies, viendo como BILL gozaba lamiendo los restos de sus jugos y de la comida que ella misma se había untado para hacer que el perro lamiera su coño.

No sabía cómo no había tenido antes esa idea. Lo de untarse los pies con crema de chocolate se la ocurrió un día por accidente, al caérsele en un pie precisamente, un poco de crema mientras se hacía un sándwich. El perro, a su lado, lamió la crema ávidamente y ella notó un latigazo de deseo al notar la lengua lamer su empeine, y sin saber porque, empezó a hacerlo, y a untarse crema entre sus dedos, en la planta, en el empeine para que BILL la lamiera mientras ella se masturbaba, gozando de placer cada vez que lo hacía, hasta que el perro ya empezó un día a lamerla el pie sin necesidad de crema, pero jamás se le había ocurrido el untarse le coño… hasta hoy, y ya estaba dispuesta a repetir.

Tras relajarse unos minutos tumbada en el suelo, había recogido todo, se había lavado bien el coño en el bidé, y se había quitado la falda del uniforme poniéndose después unas braguitas limpias y un pantalón de un chándal viejo. Se quitó la camisa, y se puso después una sudadera, echando a lavar sus braguitas, pero no la falda, que, tras inspeccionarla, se fijó que solo estaba manchada de su jugo y las babas de BILL por dentro y no se apreciaba desde fuera, por lo que podría usarla un par de días más.

El sonido de la puerta la sacó de sus pensamientos, y la hizo pensar en que la pasaría si un día sus padres la encuentran ya no solo masturbándose, si no gozando como una perra, y nunca mejor dicho, con la cabeza de BILL entre sus piernas. Prefirió no pensarlo, y golpeando a BILL con el pie en el lomo, el perro salió a ver quien venía y ella tras él, con el sobre con las notas en la mano, dispuesta a recibir su castigo.

Su madre estaba en su dormitorio.

Silvia vio como la mujer se descalzaba sus zapatos de tacón en dos suaves movimientos y después se calzaba sus pantuflas rojas, unas zapatillas sin talón, de felpa roja y suela de goma amarilla que su culo bien sabía lo que escocía y dolía cuando se usaba con fuerza.

Tras darse la vuelta, la madre soltó un grito de sorpresa al ver ahí a su hija, a quien no había oído entrar pues seguía descalza y no metió ruido en el suelo de madera, y se sentó en la cama, Silvia, involuntariamente, esbozó una mueca divertida que enseguida pasó a terror cuando vio que a su madre no le hizo gracia que la asustara. Furiosa, la mujer se levantó, y en dos zancadas se presentó ante ella soltando dos bofetadas, una a cada ladeo de la cara, que la hicieron tambalearse hasta casi caerse. Sollozando, Silvia notó como su boca sabia a sangre. Su labio se había partido parcialmente al darse con sus dientes y salía sangre de este. La chiquilla contuvo el llanto mientras miraba al suelo chupando el labio partido para que la sangre no manara de él.

  • ¡ESTUPIDA ME HAS ASUSTADO!

  • Lo siento.

La madre, con gesto furioso, se fijó en la mano de su hija, en el sobre, y poniendo aún más odio en la mirada alargo el brazo.

  • ¿Son las notas? – Silvia asintió – Dámelas.

Temblando, la chica se las dio. La mujer, las abrió, y enseguida los tres suspensos, dos insuficientes en ética y Lengua y un muy deficiente en matemáticas, saltaron a la vista, y los ojos de la madre empezaron a llenarse de ira.

  • ¡TRES SUSPENSOS! ¿PARA QUE TE ESTAMOS PAGANDO UNA EDUCACIÓN NIÑATA DESAGRADECIDA?

Y soltó otra bofetada a la cara de la pobre chica que ya no podía contener las lágrimas, para a continuación, agarrarla del brazo y arrastrarla hasta el piso de abajo y hasta el salón, donde fueron junto al sofá en donde tras apartar la mesa de té que había ante el mismo con la ayuda de la propia Silvia que temblaba como un flan sollozando, la mujer se sentó. Con un suave movimiento se descalzó su pie derecho.

  • Coge la zapatilla y dámela.

Llorando, sabiendo que había llegado la hora, Silvia obedeció. Se agachó junto al pie descalzo y envuelto en una media negra de su madre y cogió la zapatilla, después se incorporó y se la tendió.

  • Ya sabes, ponte en posición.

Llorando, Silvia se bajó los pantalones que llevaba y las braguitas. Su madre la ordenó desnudarse entera, y la chiquilla, sollozando, obedeció y tras quedarse como dios la trajo al mundo, se quedó de pie ante su madre que sonrió al verla.

Una vez más, el pubis depilado llamó la atención de su madre. Era algo que ella había hecho desde adolescente, y desde que Silvia cumplió los catorce, la obligó a tenerlo así, y la chiquilla obedecía fielmente manteniéndolo a diario bien depilado, pasándose cuando era necesario la cuchilla o la crema depilatoria.

A una orden de su madre, la chica recostó sobre las rodillas de esta apoyando las palmas de la mano en un lado de las piernas juntas y envueltas en medias de la mujer y la puntita de los deditos de sus pies descalzos en el otro lado. Sollozando, la joven aguardó el comienzo del castigo.

La mujer acarició las nalgas suaves de su hija donde ya no se apreciaban marcas tras la última azotaina con la mano. Esta vez, se dijo, las marcas durarían varios días. Ya tenía pensado darla una buena tunda, más de lo merecido, dos insuficientes se merecían su buena dosis de sus veinte correspondientes zapatillazos y posteriores correazos de su marido, pero ese muy deficiente en matemáticas…  Sonrió, tenía en mente una perversa idea. Un muy deficiente en matemáticas.

Apoyando la suela de goma de la zapatilla en la nalga de su hija, que apretó los dientes y los ojos, saboreando la sangre de su labio, esperando el azote inicial, Puri levantó el brazo con la zapatilla en la mano y después, tan rápido y fuerte como pudo, lo bajó asestando el primer azote en el culo de su hija, haciéndolo caer sobre la nalga izquierda.

PLASSSSSSSSSSSSHHHHHHH

Silvia gimió, gruñendo al sentir el azote. El siguiente cayó en la nalga derecha, luego izquierda, derecha, izquierda… ya sabía que su madre azotaría cada nalga una vez y que no azotaría en el centro, como hace otras muchas veces, provocándola en ocasiones incluso excitación al notar los golpes en los abultados y sonrosados labios de su coño que sobresalían entre sus nalgas.

PLASSSSSSSSSSSSHHHHHHH

PLASSSSSSSSSSSSHHHHHHH …

Los azotes siguieron sucediendo, mientras Silvia llevaba mentalmente la cuenta, como siempre que no la obligaban contarlos en alto, algo que le gustaba sobremanera a su padre.

PLASSSSSSSSSSSSHHHHHHH… 20

PLASSSSSSSSSSSSHHHHHHH… 21

PLASSSSSSSSSSSSHHHHHHH… 22

PLASSSSSSSSSSSSHHHHHHH… 23

PLASSSSSSSSSSSSHHHHHHH… 24

PLASSSSSSSSSSSSHHHHHHH… 25

PLASSSSSSSSSSSSHHHHHHH… 26

PLASSSSSSSSSSSSHHHHHHH… 27

PLASSSSSSSSSSSSHHHHHHH… 28

PLASSSSSSSSSSSSHHHHHHH… 29

PLASSSSSSSSSSSSHHHHHHH… 30

PLASSSSSSSSSSSSHHHHHHH… 31

Siguió contando mentalmente, llorando, notando como los azotes caían con fuerza y dureza desmesurada en sus cada vez más y más rojas, doloridas e irritadas nalgas, oyendo el sonido terrible de la zapatilla al estallar en su culo, notando como su madre empujaba su cuerpo hacia abajo para evitar que se moviera, aguantando las ganas de patalear, como hacia al principio, cuando incluso sus padres tenían que encerrar sus piernas entra las de ellos.

Cada vez le ardía y dolía más el culo, su madre azotaba con dureza y saña, y la mujer veía como el culo enrojecía y se empezaba a irritar duramente, incrementando la fuerza y dureza en vez de disminuirla sin importarla el tener el brazo cansado.

PLASSSSSSSSSSSSHHHHHHH… 56

PLASSSSSSSSSSSSHHHHHHH… 57

PLASSSSSSSSSSSSHHHHHHH… 58

PLASSSSSSSSSSSSHHHHHHH… 59

PLASSSSSSSSSSSSHHHHHHH… 60

Silvia casi no tiene tiempo a respirar aliviada entre sollozos cuando un nuevo azote la sorprende cayendo esta vez entre sus dos nalgas.

  • ¡MAMIIII! ¡YAAAAAAAAAA… POR FAVOR! ¡YA HAN SIDO SESENTAAAAAAA!

Pero la mujer hizo caso omiso, continuando una nueva salva de azotes cayendo en el centro de las nalgas hasta el setenta y después volviendo a alternar… izquierda, derecha, izquierda, derecha…. Siguiendo azotándola, llevando ella tan bien la cuenta como Silvia, sabedora de que los azotes seguían cayendo.

PLASSSSSSSSSSSSHHHHHHH… 70

PLASSSSSSSSSSSSHHHHHHH… 71

PLASSSSSSSSSSSSHHHHHHH… 72

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PLASSSSSSSSSSSSHHHHHHH… 76

PLASSSSSSSSSSSSHHHHHHH… 77

PLASSSSSSSSSSSSHHHHHHH… 78

PLASSSSSSSSSSSSHHHHHHH… 79

PLASSSSSSSSSSSSHHHHHHH… 80

PLASSSSSSSSSSSSHHHHHHH… 81

  • No creo que sepas contar cariño… Has sacado un muy deficiente en matemáticas… quedan aún veinte. – dijo tras el azote cien sonriendo satisfecha de su idea que compartiría con su marido.

Y gritando de dolor y desesperación, llorando, Silvia, que había seguido contando los azotes, lo siguió haciendo mientras estos caían duramente en sus nalgas, llorando desesperada, temblando, y aguantando las ganas de patalear.

PLASSSSSSSSSSSSHHHHHHH… 117

PLASSSSSSSSSSSSHHHHHHH… 118

PLASSSSSSSSSSSSHHHHHHH… 119

PLASSSSSSSSSSSSHHHHHHH… 120

Tras terminar en el doble de azotes que se suponía debía de recibir, Puri soltó la zapatilla mandándola lejos y acarició son las uñas la irritada y ampollada piel, roja y dolorida, de las pobres nalgas de su hija que gritó de dolor mordiéndose el labio y abriendo la herida anterior, que ya no sangraba.

  • Levanta. – dijo la mujer seca.

Silvia, a duras penas pudo, temblando, llorando, deseaba llevarse las manos al culo, lo cual la dolería, pero deseaba acariciar sus nalgas. Sabía que de hacerlo delante de su madre esta la volvería a azotar, así que se aguantó.

  • Tráeme la zapatilla. – Dijo la mujer cruzando las piernas y agitando el aire su pie descalzo.

Silvia, mirando el movimiento, sabiendo lo que ello significaba, obedeció. Pocas veces, solo las más duras, su madre acababa el castigo así.

Despacio, pues incluso andar la producía dolor, Silvia fue hasta la zapatilla, la cogió haciendo una mueca al agacharse, notando el dolor de sus nalgas al moverse, y volvió junto a su madre. Lentamente, se arrodillo a los pies de la mujer, y cogiendo el pie descalzo por el talón, besó la punta del mismo, justo bajo los dedos envueltos en medias y después la calzó la zapatilla, besando la suela de la misma. A continuación, llorando, se hizo un ovillo a los pies de la mujer, y esta, sonriendo, descalzó sus dos pies apoyándolos sobre la espalda de su hija que lloraba sin contención notando sus nalgas arder, las cuales la mujer frotaba de vez en cuando con sus pies produciéndola un ardor terrible y un escozor insoportable.

Miró la hora del reloj digital del DVD que estaba en el otro extremo. Las 18:15. La quedaban 15 minutos en esa posición, hasta que llegara su padre. Sabía lo que sucedería, al verla así, sabría que hoy el castigo había sido duro y como siempre muy merecido, y que ahora le tocaba a él, y eso a Silvia, la aterraba tanto que no pudo sino llorar en silencio mientras su madre leía una revista del corazón mientras acaricia su culo castigado y escocido con sus pies descalzos sabedora de lo mucho que eso molestaba y escocía a su hija, sin quitar de su cara una sádica sonrisa de satisfacción.

ESE MISMO DÍA, ANTES, EN EL DESPACHO DEL DIRECTOR

15:25

Elsa lloraba desconsolada mientras frotaba la planta de su pie derecho con el empeine del izquierdo y viceversa durante unos segundos para calmar el picor que sentía tras los quince correazos que el director la había dado en las plantas de sus pies, ahora totalmente descalzos, sin medias de por medio tras quitárselas cuidadosamente su padre - disfrutando del gozo de los pies de su hija al hacerlo, unos pies preciosos - al ponerse ella de rodillas encima de una de las sillas del despacho para recibir los azotes prometidos por su padre, que le daría el director con el cinturón en donde él había elegido: Las plantas de sus pies.

La joven, una vez acabado el tormento, que soportó sin chillar a pesar de la sorpresa tan dolorosa que fue recibir el primer azote tan salvaje en sus delicados pies descalzos, continuaba de rodillas encima de la silla mientras su padre y el director tomaban una cerveza sentados en el sofá de un lado del despacho sin prestar atención a sus gemidos, sus llantos y sus lastimosas palabras de perdón que balbuceaba casi sin sentido.

  • Trataré de convencer a la mayoría de los profesores para que den clases de recuperación a tu hija cada día, al salir, aquí, en las aulas o en los despachos… evidentemente no serán todos todos los días… haré un horario… dos horas extras cada día.

El padre de Elsa asintió mientras esta sollozaba oyendo la conversación y sin poder dejar de preguntarse que la esperaba desde hoy, deseando morir.

-Gracias. Ya sabes, todo aquel que acceda al uso especial de Elsa puede hacer lo que desee menos penetrarla tanto anal como vaginalmente, al menos de momento. Aún no deseo desvirgarla, pero no tardará en dejar de ser virgen.

-¿Te guardas tu ese derecho?

El padre de Elsa negó con la cabeza.

-No, por dios, nunca ¿Cómo voy a desvirgarla? Soy su padre, yo no podría hacer algo así – dijo serio y casi ofendido– No pienso desvirgarla. Yo jamás haría eso, pero eso sí, no impediré que se lo haga aquel que me pague más, ni dejaré de follarla después de que otro la desvirgue.

-¿Piensas vender su virginidad? – se tuteaban, después de que Elsa le hubiera mamado la polla y él la hubiera azotado, el director creía que tenían ese derecho, y estaba claro que así era - ¿las dos virginidades?

-Sí. Y antes de que acabe el año. Quizás incluso antes de su cumpleaños que es a principios del mes que viene, el día diez. Puede que haga la rifa en el puente de la constitución, el martes siete. Prefiero ganar dinero con ese placer a tenerlo yo… luego ya veré lo que cobro por usarla… ustedes, por supuesto, lo harán gratis durante ese curso.

  • Genial, porque ese día no hay clases. Podríamos celebrarlo aquí, en el colegio… que venga todo el que desee participar, y después, follarla en el gimnasio.

El padre de Elsa sonrió complacido mientras Elsa gemía de dolor por los azotes y de horror mientras escuchaba la conversación. Trataba de aguantar las lágrimas sin lograrlo. Sentía ganas de orinar, de vomitar, pero eso si podría aguantarlo, sabía que, de no hacerlo, el castigo sería terrible.

-¿Harás una puja o algo así?

El padre de Elsa sonrió.

  • Si.

  • Supongo que te has asegurado de su virginidad.

El padre de Elsa se quedó de piedra. No, no sabía si la chiquilla era virgen.

  • Cielos, no…. pero lo doy por supuesto.

El director sonrió lascivo.

  • Más vale asegurarse. Hoy en día las adolescentes son todas unas zorras. Si lo deseas, puedo pedirle al médico del centro que la inspeccione… estará encantado, además, seguro que quiere participar en todo esto… igual le vendría bien a tu hija que la viera una vez en semana.

Elsa gemía y temblaba de miedo oyendo la conversación, no daba crédito… también el médico, también el médico…

  • Me parece bien. - Dijo el padre sonriendo. - Hay que asegurarse de que es virgen y de que está siempre sana.

El director miró a Elsa, la chica estaba todavía en la silla, de espaldas a ellos, temblando, llorando, frotando sus pies rojos e irritados uno con otro y se relamió. Volvía a estar empalmado, y el padre de Elsa también. El espectáculo de ver los piececitos de su hija siendo azotados le había empalmado tanto que aún no se le había pasado. El verla desnuda había ayudado a que eso ocurriese.

-¿Qué le parece si antes de que Elsa y yo nos marchemos nos hace una mamada a cada uno?

El director, sonrió.

-Me parece una excelente idea.

Y Elsa, que lo había oído, gimió.

  • Elsa, ven aquí, tienes que hacernos… Una limpieza a fondo.

Y temblando, la chica se levantó y fue hasta ellos arrastrando los pies que aún le ardían de dolor.

Llegó hasta ellos, que ya se habían quitado los pantalones y se situó de rodillas ante su padre.

  • No, tu director primero.

Y cambiando de sitio, Elsa metió aquella enorme polla en su boca y comenzó a chuparla sin poder dejar de llorar.

El hombre agarró la cabeza de Elsa apretándola contra él, cerró los ojos y echó la cabeza para atrás, pleno de gozo y felicidad. El hombre acariciaba la cabeza de Elsa al ritmo de las mamadas, lamidas y chupadas de esta, sintiendo las lágrimas de la chiquilla mojarle su pubis y sus pelotas que la chica acariciaba con las manos suave y delicadamente, como una profesional. Esta mamada estaba siendo tan buena, mucho mejor que la anterior, que el director se corrió enseguida en la boca de Elsa, que cuando noto como la polla terminaba de escupir el semen en su boca, una cantidad nada despreciable a pesar de la anterior corrida, se la sacó y tragó todo antes de ir, de rodillas, sin levantarse, hacia su padre, que le esperaba con la erecta polla en su mano apuntándola y sonriendo al ver la cara de su hija llena de lágrimas.

Elsa terminó de vestirse ante la mirada de los dos hombres que ya se habían vestido y también y sonreían satisfechos tras haberse corrido en la boca de la chica, la cual se tragó todo casi sin tiempo entre una polla y otra y con unas arcadas como no había tenido desde el primer día, pero que controló.

  • ¿Puedo hacerte una pregunta? – preguntó el padre al director

  • Si.

  • ¿Por qué la has azotado los pies?

  • Me encanta azotar a mujeres, y me encanta hacerlo en culos. El otro día vi unas fotos y unos videos en internet de unos azotes a una chica en los pies. Busqué más y vi fotos y videos de azotainas en los pies con reglas, varas, cinturones, correas, twase… Me enamoré de esa forma y decidí probarlo cuando tuviera ocasión.

  • Ver eso en unos pies tan bonitos como los de mi hija… - suspiró aun excitado con esa visión en su mente - es realmente hermoso.

Ambos asintieron. Elsa estaba ya vestida y sentada en la silla donde había estado antes, llorando, temblando, con unas nauseas terribles y un amargo sabor en la boca que deseaba quitarse cuanto antes.

-Bueno Elsa – dijo el director sentándose de nuevo en su silla mientras el padre de la chica lo hacía en la suya – Ya te comunicaré cómo haremos para tus recuperaciones, cielito. De momento quiero verte pasado mañana aquí para hablar de la recuperación de historia.

Elsa gimió, sintió como le subía desde el estómago todo, aguantó la arcada y tembló, sollozó mirando al suelo abrazándose a sí misma fuertemente y lloró en silencio murmurando “noporfavornoporfavornoporfavor” sin parar.

  • Mañana me reuniré con los profesores y ya el miércoles le diré a su hija cuantas clases particulares tendrá cada día.

Si la mayoría accede, dividiré lo mejor que pueda las horas entre la semana, para no saturarla – dijo esto último sonriendo y haciendo con las manos la señal de entrecomillar – Ya me entiende. Un par de horas como hemos dicho cada día al acabar las clases, a las tres, está bien.

El padre de Elsa asintió.

  • Me parece bien.

  • Hablaré con el doctor y te avisaré.

  • Oh, no hace falta, cuando sea la revisión, estate tu delante para cerciorarte de va todo bien y me cuentas luego.

  • Bien. - Dijo el director sonriendo. - Una última cosa. Me gustaría que ya, desde mañana, Elsa viniera sin ropa interior. Quiero que tenga su coño y sus tetas siempre accesibles. – dijo sonriendo lascivo, ante lo que el padre de la chica sonrió feliz. – Si te parece bie.

Elsa ya apenas reaccionaba, como una autómata, solo se mecía entre lágrimas.

  • Si fuera posible, - dijo el director a continuación - que trajera siempre el coño libre, que no traiga leotardos ni medias hasta la cintura, o si los trae, que tenga abierto la zona del coño.

  • Descuide, vendrá siempre lista. Desde hoy, para mi hija ha dejado de existir la ropa interior.

Los dos hombres sonrieron mientras Elsa sollozaba aterrada.

  • Creo que usted y yo nos llevaremos bien – dijo el director.

  • Sin duda, y mientras cumplan lo prometido de no penetrarla hasta que llegue el momento, si es que sigue siendo virgen, que espero que sí, usted y los profesores que acepten, tendrán más posibilidades en el sorteo de la virginidad de mi hija.

El director sonrió.

  • Una vez desvirgada…

  • Una vez desvirgada, la podrán follar cada día tantas veces quieran todos los que quieran - dijo el padre sonriendo…. – claro que depende de quién, tendrá que ser pagando…. El profesorado, y el doctor, podrán hacerlo gratis.

  • Bien, pues ya hablaremos de precios cuando llegue el día.

Elsa era virgen, por lo menos en lo que a penetración se refiere, ya que su amiga Rocío ya le había comido el coño y ella el suyo, pero no se atrevía a decir nada, pues sabía seria inútil, gimió, una arcada la vino a la boca y contuvo el vómito. Temblaba aterrada. Follada cuantas veces quieran todos los que quieran. Podría ser follada a diario todas las veces que quisieran. No podía soportarlo, se dijo, prefería morir.

  • ¿Se podrá elegir que desvirgar?

  • Serán dos sorteos diferentes, podrán participar en los dos, o solo en uno.

  • Entonces - dijo el director sonriendo mirando lascivo a Elsa – pido participar en los dos, y ojalá gane el sorteo de su dulce y prieto coñito.

El camino a casa en coche fue en silencio.

Elsa ya no lloraba, solo miraba al frente con la mirada perdida.

En su cara se notaban las ojeras nuevamente. El maquillaje se le había ido corriendo y desapareciendo con sus lágrimas.

La chica estaba ausente. Se preguntaba si tendría fuerzas para llegar a casa, meterse en la bañera y cortarse las venas. Quizás fuera lo mejor. A partir del miércoles iban a abusar de ella por lo menos cuatro personas más, y quizás ese número se duplicase Solo pensarlo la hizo volver en sí y tener de nuevo nauseas que controló no sin esfuerzo.

Cuando llegaron a casa, dejaron el coche en el garaje y Elsa salió la primera. Entró en la casa por la puerta que daba acceso desde el garaje a la misma descalzándose en el mismo garaje, y con los zapatos en la mano, sintiendo aun sus pies arder y escocer de dolor, fue hasta la puerta de entrada principal dejándolos allí para el día siguiente.

Su padre entró tras ella y la llamó. Temblando, Elsa fue junto a él. Estaba de pie, justo al pie de las escaleras que daban a piso de arriba donde estaban los dormitorios.

  • Me voy. Tengo una reunión importante con el alcalde que ya he demorado bastante por tu culpa.

Cuando llegue quiero ver en una bolsa de basura todos tus tangas, braguitas y sujetadores y en todos tus leotardos y medias un agujero para que tu coño este libre.

Elsa asintió.

  • Dejaré que te quedes solo con un par de tangas y braguitas que guardaré yo y te pondrás cuando me dé la gana.

Espérame despierta y en la cama. Desnuda por supuesto. Esta noche quizás te libres de la limpieza a fondo, pero no de unos buenos azotes en el culo con el cinturón por tus notas. Creo que dos o tres por cada suspenso están bien.

  • Si papá. –dieciocho o veintisiete azotes, se dijo sollozando y gimiendo, pero aliviada por oír que tal vez no mamaria más polla por hoy. Había recibido muchos más en otras ocasiones, en especial el viernes, cuando al llegar a cuarenta con el cinturón perdió la cuenta sin contar las decenas que recibió después con la vara.

  • Bien. Ahora me voy, pero no olvides lo que te he dicho. Si no está hecho lo que te he dicho de tu ropa interior, serán treinta azotes más de los que te tengo pensado dar, y te los daré con la vara.

Elsa asintió. Odiaba la vara, era lo que más dolía del mundo.

Cuando se quedó sola y se había asegurado de que su padre se había alejado con el coche, Elsa fue corriendo al piso de arriba, al baño del dormitorio donde ahora dormía, y vomitó en el inodoro hasta que solo pudo escupir. Tenía tanto semen en su estómago que no podía aguantarlo más. Después, llorando, se lavó los dientes con el cepillo durante cinco minutos. Aun después de eso notaba el amargo sabor del semen de su padre y su director en la boca.

Se miró en el espejo, y suspirando, aguantando el llanto, y entre temblores, se desnudó, y se cambió de ropa, dejando el uniforme en el dormitorio y poniéndose una camiseta y un pantalón vaquero con las piernas recortadas. No se quitó la ropa interior, quería sentir todavía un poco más esa agradable sensación, así que una vez estuvo lista, bajo a la cocina.

Ya en la cocina bebió un vaso de zumo de fresa. Se dejó un rato el zumo en la boca, se enjuagó la boca con él y escupió en el fregadero hasta que el sabor de su boca desapareció. Después, se sentó en el suelo de la cocina y se puso a llorar durante más de media hora, recordando la conversación de su padre y del director y de cómo se había hablado de vender su virginidad, las dos, y antes de que acabe el año, antes incluso de su cumpleaños. Eso era antes del diez de diciembre. En menos de un mes, se dijo, la desvirgarían, la violarían por el culo, por su coñito, la usarían, la forzarían, y después... después podrían hacerla lo mismo cada día, la venderían, la prostituirían. Además, sería usada, usada por sus profesores, y eso la hizo llorar más aún.

Comió poco, como todos estos días, pero a pesar de todo, y de la vomitona, le sentó bien. Después fregó lo sucio y fue hasta el dormitorio con una bolsa de basura vacía en la mano. Abrió el armario que fue de su madre y ahora es suyo y sacó de un cajón todas sus braguitas, sus medias, sus leotardos y su sujetador.

Sin inmutarse, metió en la bolsa toda su ropa interior y bajó con la bolsa al salón. Quería que su padre viera que había hecho lo que la había ordenado, así, tal vez, se librase por lo menos de los azotes.

Después cogió unas tijeras de un cajón y subió de nuevo al dormitorio. Cogió las medias hasta la cintura y las hizo un agujero en la entrepierna. Lo mismo con los leotardos. Cogió la tela cortada y la tiró a la basura. Después se quedó sentada en el borde de la cama mirando la hora del reloj. Marcaba las 18:30

Sollozando, se levantó de la cama y fue hasta el salón, se sentó en el sofá, con el teléfono inalámbrico en la mano y marcó el número de la casa de Silvia. Al otro lado contestó una mujer. Con la voz todo lo natural y relajada que le permitía su estado de nervios y de malestar contestó a su interlocutor.

  • ¿Esta Silvia? Soy Elsa una amiga de clase

Pocos segundos después, escuchó la voz de Silvia al otro lado, y eso la llenó de paz y la relajó.

  • Hola – dijo a su amiga sonriendo y llorando a la vez, procurando que no se notase.

  • Hola - respondió Silvia, agachada aun ante los pies de su madre, notando como ahora su madre frotaba con más saña sus pies descalzos cubiertos por el nylon de las medias en su culo para provocarla malestar y llanto mientras hablaba, haciendo la pobre lo posible para aguantar el llanto pues el culo la ardía terriblemente. - ¿Qué tal? ¿Cuántas has suspendido?

  • Todas – gimió Elsa.

Silvia sintió un espasmo… Todas…. ¿Qué la harían a ella si eso ocurría? No quería ni imaginárselo.

  • Lo siento. – gimió al notar más presión y como su madre frotaba su pie fuerte en sus nalgas. La mujer estaba disfrutando torturando así a su hija - ¿Ha sido muy fuerte la bronca en casa?

Elsa sintió con un suspiro. Ya no podía contener las lágrimas, pero podían pasar por las notas malas, y no por todo lo que estaba recordando de lo sucedido en el despacho del director.

  • Estaba allí mi padre, con el director...

Me tendré que quedar toda la evaluación, cada día, a clases particulares para recuperar esta evaluación, desde el miércoles.

Silvia guardó silencio. La dolía lo que la pasaba a su amiga. La pobre había perdido a su madre y eso la había afectado en su rendimiento escolar.

  • Yo he suspendido tres. – dijo Silvia.

  • ¿Qué te han dicho en casa?

Silvia guardó silencio, tragó saliva, contuvo el llanto y trato de parecer calmada.

  • Nada. Me han castigado sin internet hasta después de navidades. – improvisó, haciendo sonreír a su madre.

Otro instante de silencio.

  • ¿Le has preguntado a tu padre si puedes venir? – dijo Silvia a lo que su madre hizo una mueca de sorpresa y diversión.

  • No. No me he atrevido – era mentira, se le había olvidado por completo. Había decidido en ese instante hacerlo en cuanto volviese, si, y había decidido que le suplicaría que la dejara ir, si era necesario, haciéndole la mejor mamada de su vida, incluso estar toda la noche chupandole la polla. – Se lo diré esta noche. Ahora no está.

  • Bien. – dijo Silvia aterrada al ver como su padre entraba en la habitación y la miraba furioso mientras su madre acariciaba nuevamente sus nalgas con toda la superficie de la planta de uno de sus pies descalzos provocandola un escozor terrible y el empezar a llorar despacio - Mañana… mañana me dices algo… Tengo… tengo que dejarte, acaba de llegar mi padre y quiere ver mis notas, y tranquila, ya verás cómo esas clases te vendrán geniales y aprobarás todo al final.

Silvia la lanzó un tímido beso y colgó, sollozando tras hacerlo, al ver a su padre acercarse mientras se quitaba el cinturón, pensando en que mañana su culo ardería y dolería tanto, que sería un tormento sentarse en clase.

Elsa colgó también y empezó a llorar pensando que sí, que esas clases quizás la ayudarían a aprobar todo, pero que en absoluto le vendrían bien.