El tonto (1)

El desastre de la pasión.

Solo, absolutamente solo. Y, además por fin de año. Todo el mundo bailando y tocando las narices a su alrededor y él, allí, amargado, apoyado en la barra, bebiendo solitario, mirando como las parejas se besaban en los rincones oscuros... Eran las cinco menos cuarto y su único amigo aún no se había presentado. Un cuarto de hora más y se iría a dormir, asqueado, eso sí. Tener más de 30 y estar sin pareja era una travesía por el desierto que hasta ese momento había llevado bién. Al menos hasta esa noche.

Siempre había tenido la extraña certeza de que acabaria así, sobretodo cuando fué viendo como amigos y conocidos iban cayendo uno tras otro bajo un aluvión de bodas y otras excusas varias: uno bajo el yugo del matrimonio, otro simplemente viviendo en pareja, de otro  ya  no se sabía nada, todos caídos como soldaditos de plomo en el campo de batalla del tiempo... La vida podía  ser muy cruel, el tiempo no respetaba nada.

Y encima esos dos putones verbeneros que lo miraban des del otro extremo de la barra y se le acercaban en plan calientapollas. Se las presentaron hacía una semana más o menos y no les hizo ni caso, por que ya la veía a venir des del primer momento. La verdad era que se presentaron ellas solas, por que tenían un morro que se lo pisaban.

Una era como rubia y parecía un poco más recatada que la otra. Le sobraba algún quilillo de más, pese a que la cara no era del todo desagradable. Se negaba a admitirlo, pero tenía cierto nosequé que lo atraía. Aún con todo, la otra sí que era un auténtico putón verbenero, un "fistro", se veía de una hora lejos: la minifalda demasiado "mini", demasiado arriba, tacones también excesivos para disimular su baja estatura, un escote más parecido que nada a la Fosa de las Marianas que dejaba a la vista un tatuaje sobre el pecho izquierdo y, sobretodo, esa cara... Esa cara demasiado maquillada que recordaba a Carmen de Mairena con esos labios parecidos a un par de salchichas, demasiado regordetes y pintados de rojo.

El cabello era negro, muy negro, como la noche, cuál ala de cuervo, como el carbón, como el más negro corazón. De todas formas, lo más inquietante eran los ojos, unos ojos de un azul frío como el hielo, metálico, pero tras los cuales, a veces, crepitaba una especie de fúria fría, letal.

En general, la primera vez no le hicieron muy buena impresión. La rubia le vino con la historia de que su amiga quería conocerlo. Y después la rubia desapareció. Se fué con Alfonso, un conocido suyo, hacia uno de los rincones más oscuros de la disco. Alfonso cruzó una mirada de perplejidad con él al irse. Aparentemente, Alfonso no sabía nada de todo aquello. Sólo eran conocidos, aunque Alfonso normalmente parecía bastante sincero.

En seguida se dió cuenta. Intercambió cuatro palabras con la morena. Estupideces. Pasaban olímpicamente el uno del otro. La falta de química era absoluta. Lo adivinó antes de que las cosas se complicaran demasiado. La tía esa era un auténtico mal rollo. Se veía más claro que la luz del día. Subió los peldaños de la escalera y se fué a la pista de baile de la planta superior.

Esperanzado, se dijo que a lo mejor había tenido suerte esta vez. No olvidaba sus antiguas prevenciones, pero en parte se dejó llevar por sus elucubraciones. Mañana sería sábado, probablemente volvería a salir. Hizo el propósito de volver a estar allí el día siguiente: a la misma hora, en el mismo sitio. En su interior luchaba una sensación de vaga inquietud, el miedo a ser víctima de una broma pesada, y un esperanzado y dulce encoñamiento. Por el momento ganaba el ingenuo encoñamiento.


El simulacro de noche transcurrió largo y plácido, no paraba de darle cien mil vueltas a sus recuerdos nocturnos. Cuando se metió en cama hacía frío y estaba muerto de sueño y cansancio. No tardaría mucho en coger el primer sueño. Aunque durmiese unas pocas horas, tenía que aprovecharlas. Pronto sus sueños se poblaron de miles de rubias inquietantes, de formas acusadas y grandes pechos que casi siempre acababan teniendo la misma cara que Anna. Aunque no siempre tenía que ser así. A veces tomaban la forma de una camarera rubia que anteriormente le había robado el corazón con aquella mirada entre azul cobalto y verde y una sonrisa franca y simpática. Normalmente la camarera acababa descubriéndole sus encantos poco a poco. Bajo una luz indirecta y suave, acababa quedándose en aquella combinación de tanga y sujetador negros que un dia adivinó por encima de la cintura de la falda y que ella enseguida se afanó en ocultar en un delicioso gesto de timidez. El sujetador desaparecía discretamente, le besaba suavemente y se tomaba su irritante tiempo antes de deslizar el tanga poco a poco entre sus piernas morenas.

Al contrario que Anna, su cuerpo era más estilizado y no tan alta. Los pechos eran pequeños y orgullosos y las caderas estrechas. Desprendía una sensación de fina feminidad.

Besó la nuca de la chica, por debajo del nacimiento del rubio pelo recogido en una cola, mientras sus manos pasaban del vientre a los pechos endurecidos. Esa piel que lo quemaba no le dejaba pensar. Sus labios fueron bajando por la espalda de ella lentamente, besando cada centímetro de dermis, hasta llegar a las nalgas.

Las manos de ella condujeron las suyas hacia su vientre, mientras le vampirzaba el cuello a besos. Notó la suavidad del vello púbico semidepilado haciéndole cosquillas en la mano, pese a que sólo había sobrevivido una estrecha y coqueta franja de vello en el centro del monte de Venus.

Giró el óvalo de su rostro hacia él, buscando sus labios, toda deseo, toda belleza. Nuevamente le besó el cuello, la conjunción de los hombros, saboreando el tibio licor de su piel.

Se puso encima de él y le ayudó a quitarse la ropa en la semioscuridad. Dejó que todo ese peso cálido se apoyase en él. Volvió a besarla. Su mano acarició la curva de la espalda de ella, la redondez firme de sus nalgas. Pese a la oscuridad, notó como a ella se le ponía carne de gallina. La mano de la chica cogió el miembro lo colocó en posición correcta sobre la entrada de su vagi na y se sentó encima de él.

Notó una humedad sobre su sexo inflado y después como ella se iba cerrando suavemente entorno a él.


-!.... ostia!.- Se despertó con las manos vacías, como si aún la estuviese cogiendo por la cintura.

Sintió una tensió bajo el pantalón del pijama que seguramente daba la apariencia de una tienda de campaña a su cama. De cualquier forma, se moría de sueño, pero toda esa excitación no lo dejaba dormir. Malhumorado y mediodormido, buscó el reloj a tientas en la mesilla de noche. Apretó un botoncillo y la esfera luminosa digital les mostró que a duras penas eran las ocho de la mañana. Decidió arreglar el tema por la vía rápida: se masturbó con facilidad pensando en la chica y se durmió como un tronco.


A la una del mediodía alguién llamó a la puerta de su habitación. No sabía que fuese la una, pero lo intuía por la intensidad de los golpes. Se levantó medio dormido aún, atontado por la falta de sueño. Y aún le quedaba todo un día por delante. Bueno, medio día de hecho.

Cuando se despertó un poco más descubrió que estaba realmente impaciente, que todas las horas del día se le hacían demasiado largas antes de que llegase la noche.

Salió de la habitación a medio gas, acabándose de vestir con desgana. Llegó hasta la cocina y se sirvió un café demasiado largo y cargado.

-La comida está servida y arregláte un poco.- Le recriminó su madre.

Tocaba comida con la família y exposición larga, aburrida y monótona durante la qual parientes que casi nunca ves se meten en asuntos que no les importan.

-¿Cómo va el trabajo?- Le preguntó una tia octogenaria y sorda.

-Bién.

-¿Cómo?.- Insistió con voz de falsete la mujer.

"A tomar por culo".-

-¿Y la novia?¿Ya tienes novia?.-

-No abuela, "aún" no tengo novia.-

-Ay, esa juventud....-

Afortunadamente no hay desgracia que toda la vida dure y, aunque costase, al final llegó la noche.

Nervios, la llamada de disculpa del amigo que no se presentó...

-.... en fin, que no passa nada, hombre. Tranquilo.-

-Espero que no estés enfadado conmigo.- Se disculpó el amigo.-

-Tranquilo....- El amiguete que ya empieza a ser un poco plasta con tanta disculpa.-

-Por cierto....- Proseguía el amigo-taladro.-

-¡Qué!.-

-¿No has oído ningún rumor?.- El amigo buscaba captar su atención.

-Qué va. Si no he salido en todo el día.

-Ayer o más bién hoy, a la salida de donde fuiste ayer, le pegaron una paliza a un tipo y le robaron todo lo que llevaba encima...

-Mmmm, no había oído nada.- La notícia es un poco extraña. Como mínimo consigue distraer su atención por poco tiempo.

-El chaval está en la UVI. Encima le clavaron un par de navajazos. Lo más raro es que dicen que fueron un par de tías.- Su amigo no deja de sorprenderle.

-Coño. Si que es raro, sí...- Se admira él.

-Bueno tío, tengo que dejarlo. ¿Saldrás hoy?.-

-Supongo.- Se queda con la duda. Pero no, no puede ser. Lo que está pasando por su cabeza es un locura. Simple coincidencia.


La noche. Cuando el sol muere en el horizonte. Misteriosa, insinuante. Volvía a galopar hacia él, intentando atraerle con sus cantos de sirena, intentando retenerlo con sus mil tentáculos. Simplemente se dejó llevar. La noche tenía cabellos rubios de mujer, voz dulce y femenina, piel cálida y aterciopelada. No podía resistir su llamada enfermiza.

El reloj marcaba las doce. Tan sólo hacía un momento estaba tranquilo, casi letárgico ante la caja tonta, refugiado en el silencio cotidiano, en la tranquilidad de las cosas conocidas, cuando sintió la llamada en su interior. Un deseo irrefrenable que le llenaba de una furia hasta entonces desconocida. Sintió sed, sed de ella. Necesitaba satisfacer ese desesperado deseo que le llenaba.

Sin darse cuenta se encontró en la puerta de su casa, aún abotonándose la camisa i con el frío besándole la nuca. Caminó mecánicamente por las calles vacías y frías, como un zombi, como un ser sin alma, que tan sólo se dejaba guiar por su hambriento instinto. Y esa sed. Esa sed que lo quemaba.

Alguién le entretuvo más de la cuenta por la calle.

-Haces mala, cara estás muy pálido.- Le comentó alguién conocido después de saludarle brevemente.

Hablaba por hablar, como si realmente no estuviese allí. No tenía conciencia de lo que estaba diciendo.

-... esta noche la deviste armar gorda,... je, je, je... Haces una ojeras...- Prosiguió la voz con acento canallesco.

Ni recordaba que después se hubiese despedido. Sencillamente prosiguió su camino. Iba con un rumbo fijo, predeterminado...

El mismo local, la misma música y las mismas caras que la noche anterior. Se sentó junto a la barra, como la noche anterior. Pidió lo de siempre. No entendía como en esa época del año tenían que poner tanto hielo en la copa. Mojó los labios en aquel brebaje dulce con tintes marrones. A cada segundo desviaba la mirada hacia la puerta por si la veía.

"Tranquilo, tranquilo,...".- Intentaba engañarse a sí mismo, mientras miraba el gran reloj redondo colgado de la pared.

Su impaciencia le había hecho llegar demasiado pronto. Se tragó un par de vídeoclips inconsistentes de Kylie Minogue a través de la pantalla gigante del bar. Paladeó de nuevo su copa mientras degustaba medio asqueado y medio fascinado las caderas  de la Minogue a través de la pantalla.

De pronto, su corazón dió un vuelco. Su pulsó se aceleró y sintió una descarga de adrenalina que le quemaba el estómago. Una cabellera rubia, una sonrisa, su amiga morena que le precedía. Aquello iba demasiado deprisa, se le escapaba de las manos. Tenía que hacer algo si no quería parecer como un estúpido muerto de hambre. Les dió la espalda disimuladamente, con la esperanza de no haber sido visto por ellas cuando se las miraba. Esperó unos segundos. Lo suficiente como para desesperarse. Estaba hablando con otro tipo. ¿Y si había dejado pasar una oportunidad de oro?

"¡Maldito imbécil!".- Empezó a torturarse a sí mismo.

El miedo a perderla, a haber dado un paso en falso, hizo que se replantease cobardemente su estrategia.

Esperó unos minutos (¿Cinco, diez?; No sabría decirlo), espiándola de reojo, muriéndose de celos cada vez que ella hablaba con algún tío.

Al final se decidió. La espera le ponía enfermo de desesperación. Con valentía más o menos forzada, apuró su vaso y se levantó. Se acercó a ella aguantándose la respiración y con el corazón desbocado a 200 pulsaciones por segundo.

-Hola.- La saludó tímidamente.

-Hola.- No parecía muy entusiasmada por verle.

La amiga de ella inició un prudente movimiento de retirada con una sonrisa irónica dibujada en sus labios.

La ilusión se desvanecía por momentos, al mismo ritmo que aumentaba su sensación de desamparo. La conversa se hacía díficil, sin fluidez. Los silencios cada vez eran más largos y empezaban a acabársele los temas de conversa. Desolado, al final, vió con impotencia como ella huía de su lado con una excusa intrascendent. En total no habían hablado más de cinco minutos. Patético. Fracaso estrepitoso.

Su ansiedad le había perdido o, ¿es que a lo mejor ella tan sólo había estado jugando con él para divertirse? La idea de que todo sólo había sido una maquinación de ella y su amiga para reírse de él, le produjo un profundo quemazón en lo más profundo de su alma.

A las quatro de la madrugada se largó profundamente asqueado de sí mismo y su ridícula estupidez. Cuando abandonó la sala, ella estaba tonteando, colgada del cuello de un tipo rubio, quatro o cinco años más joven que él, insoportablemente guaperas e inocente.


-¿Haces deporte, no? Por que estás bastante fuerte...- Le comentó la chica mientras con sus dedos suaves le daba un masaje en los hombros y la espalda.

-A veces... - Estirado y desnudo encima de la camilla, se sentía un poco estúpido.

  • O eres muy tímido o no te gusto. ¿Qué te pasa?.- Le interrogó ella pacientemente.

-No, qué va. Qué dices. Creo que es timidez.- Se defendió él un poco incómodo.

No era nada fea, al contrario. Isabel tenía 24 años y era una morena de sonrisa cálida, dientes muy blancos, cabello mjuy negro y ondulado, con cierta retirada a Maribel Verdú, pero aún más atractiva.

Se quitó el vestido, quedándose totalmente desnuda ante él. Vertió un poco más de aceite sobre la espalda de él y continuó con el masaje. Por unos momentos, la carícia de las manos de la chica y la voz aterciopelada de una cantante de blues, le hicieron olvidar todo. No la podía ver bién, pero a través de los espejos, intentaba disfrutar con la vista de su cuerpo, de sus nalgas, del tatuaje que llevaba en el hombro izquierdo, del contorno de sus pechos grandes y perfectos y aquella piel levemente satinada.

Las manos de ella le acariciaron las nalgas, bajaron por el perineo y los testículos. Su miembro adquirió una dureza más que considerable.

-Venga, gírate.- Le dijo ella sonriéndole como una niña traviesa.

Obedeció. Ni se acordaba ya de Ana. La chica le acarició el miembro con la punta de los dedos, masturbándole con suavidad. La mano de él pasó por el culo de la chica, siguió su curva natural y se introdujo entre las piernas de ella. Notó como a ella se le ponía carne de gallina.

Complacido, comprobó como la entrada de su vagina, hállabase realmente húmeda. La acarició y estuvieron masturbándose mutuamente durante largo rato. Los dedos de ella eran tan finos, se movían con tal ligereza, que a veces se preguntaba si en realidad no le estaba practicando una felación.

No intentó besarla. Un momento antes le había hablado de su novio, de sus planes de futuro. El ambiente era agradable y distendido y no tenía ganas de incomodarla.

La chica abrió el paquete del preservativo, se lo puso en los labios y lo ajustó entorno a su miembro desenrollándolo con su boca. La fina capa de látex no le permitía apreciar con toda la intensidad aquella carícia bucal, pero la sensación era más que aceptable y morbosa. Estuvo un rato así, complaciéndolo, hasta que los dos se cansaron.

-¿Dónde quieres hacerlo: en la camilla o en la cama?.- Le preguntó ella.

-¿Dónde es más divertido?.-

-En la cama es más cómodo. Aparte, no chirria tanto.- Le sugirió ella riéndose con complicidad.

Asintió con una sonrisa. Era díficil decirle que no.

Lo cogió de la mano y lo condujo hacia la gran cama redonda.

Des de detrás y a contraluz pudo ver los labios vaginales de la chica cuando ella se arrodilló sobre la cama. Se puso encima suyo, cogió el abultado miembro por la base y se ensartó lentamente en él.

-¿Así?.- Le preguntó ella.

-Así.- Confirmó él, mientras terminaba de sumergirse en aquel mar cálido.

La chica empezó con un vaivén suave, la misma danza que una brizna de hierba mecida por la brisa. Las manos de él enfilaron por la cintura de su compañera, por su vientre, por los pechos voluminosos y endurecidos. El ritmo aumentó imperceptiblemente, ella se ensartaba cada vez más profundamente con movimientos más amplios y se inclinaba sobre él, abrazándolo.

Besó los pechos de la chica, mientras ella movía su pelvis insinuantemente, serpenteando descaradamente.

Tuvo que indicarle un par de veces que parase, por que él ya no aguantaba y a la mínima se iba sin remedio.

-Si quieres cambiamos. Así podrás llevar tú el ritmo....- Le insinuó ella un poco burlona mientrras volvía a colocar en su sitio un mechón de cabello con un movimiento rápido de la mano.

-Vale...

-¿Me pongo debajo?

-No. Mejor de cuatro patas.-

La chica obedeció pacientemente.

Se fijó en el tatuaje de la espalda derecha de ella, en su culo moreno, agradable a la vista y al tacto.

-Bonito tatuaje.- Comentó él.

-¿Te gusta? Es una nimfa.-

La cogió por la cintura y la penetró fácilmente. Ella era tan endiabladamente hábil, que al cabo de unos minutos el movimiento de su trasero volvía a llevar el ritmo. Buscó el clítoris de la chica con los dedos y empezó a estimularla. La chica se movió con más furia.

Intentó aguantar el ritmo de ella pero, al final, acorralado por un deseo incontrolable, estalló dentro de ella en un impetuoso torrente, cálido y pegajoso, mientras se aferraba a la grupa de la chica y su piel se pegaba al cuerpo húmedo y jadeante de ella.

-Vaya...- Comentó ella.

-Lo siento, tendría que haber aguantado más. Ya veo que no serviría para una peli porno.- Se excusó él.

-No digas tonterías. Vete a saber qué toman los tipos esos. Además, cortan la escena y vuelven a empezar tantas veces como haga falta.- Se burló ella.

-Sí. Lo tuyo es normal. Estás dentro de la estadística...- Ironizó ella.-

Hablaban mientras ella se metía en la bañera redonda y empezaba a lavarse ante él. Le pareció increíble esta hablando así, tranquilamente, los dos desnudos como si nada. Se sintió un poco miserable: en su vida "real" y en una situación normal nunca llegaría a estar con una mujer tan atractiva.


Faltaban diez minutos para que se metiese en su polvorienta oficina, cuando vió aquella notícia breve en una de las esquinas de la página. "Encontrado el cadáver semidesnudo y apuñalado de un joven en un vertedero". Se entretuvo más de la cuenta en leer aquello.

-¿No llegarás tarde?.- La bonita camarera de ojos verdes y cabello dorado le despertó des del otro lado de la barra, sonriéndole.

-No, no. Lo tengo todo controlado.- Le contestó irreflexivamente.

La idea pasó por su cabeza, lo mareó durante unos segundos como un vapor maligno y, seguidamente, se volatilizó. Demasiada casualidad.

"No. Es absurdo, irreal".

Recogió la chaqueta y el periódico rápidamente y se fué desganado al trabajo, antes de que aquel espantoso pensamiento lo volviese loco.

Cuando salió de la cafetería vió su coche mal aparcado y recordó que tenía que llevarlo al taller. Últimamente le fallaba el freno de mano, hacía un mes que estava así y se lo recordaba cada día a sí mismo, pero no hacía nada al respecto.


Aquella noche de sábado también se la pasaría sólo seguruamente. Tal como ya venía haciendo durante un par de semanas, vagaría como alma errante por todo el local, sentándose en todos los taburetes, apoyándose en todas las paredes. Buscando algo que no sabía qué era y que sospechaba que hacía tiempo que se le escapaba de entre los dedos como arena fina. Mirando con ojos tristones y estúpidos, con un cubata en las narices, cómo las parejitas se besaban escondidas en los recovecos más oscuros del local. Envidiándolos.

Entró Alfonso con su panda de amigos, pasó por su lado. Se saludaron y mantuvieron una corta conversa, vulgar y superficial, al cabo de la cual, Alfonso y sus amigos se perdieron por la escalera que conducía a la pista de baile del piso inferior.

Se quedó sólo nuevamente. Consultó su reloj como un idiota: tan sólo eran las tres y la noche prometía ser realmente muy aburrida. Una hora más y se volvería a su casa. No estaba con el ánimo muy subido de tono precisamente.

Instintivamente, se quedó quieto, muy quieto, como un reptil que ha descubierto a su enemigo e intenta pasar desapercibido, a punto para el ataque o para la huida. Lentamente, se volvió de espaldas, tal como había hecho la última vez. Ana y su amiga pasaron por detrás suyo. Y Alfonso rondando por allí... No saldría de ésta. Era un auténtico laberinto mental.

Pasaron por detrás suyo, sin tan quisiera darse cuenta de su presencia. Esperó unos segundos, unos minutos, totalmente confundido. No tenía ganas de volver a ir en pos de ella y quedarse con un palmo de narices como un estúpido, como la última vez. Volvió a girarse lentamente, con la esperanza de que no lo viesen. Barrió la sala disimuladamente con la mirada. Precisamente en ese mismo momento se le hacía díficil localizarlas. Al final las encontró en eun rincón, semiocultas, en el lugar donde acababa la barra, bebiendo, charlando, riendo con un millar de tios diferentes, babeantes y hambrientos como lobos.

Lo encontró curioso, pero pensándolo bién, se dió cuenta de que nunca las había visto hablando con otras chicas, como había visto hacer a otras que conocía.

Se quedó allí, plantado y dudando durante casi media hora. Se debatía entre la razón, que le decía que sería bueno acercarse a ellas y revivir las mismas sensaciones de fin de año, que no había nada que temer, y su instinto, que, irracionalmente, le advertía que su autoestima podía salir malparada de ello. Aquello le recordó su adolescencia, los desesperados intentos para ligar, las burlas por su estilo patoso y un físico que no estaba a la altura de las circunstancias.

La batalla la ganó la razón. Lo que estaba haciendo no era racional. Aún tenía una buena oportunidad, ¿por qué desaprovecharla con miedos ridículos? Nada le indicaba lo contrario, todos los augurios eran buenos. Lamentablemente, cuando se decidió ya era demasiado tarde. Vió como se encaminaban en dirección a las escaleras que conducían al piso inferior. Justo dónde se encontraban Alfonso y sus amigos.

Atravesó la sala llena a rebosar de gente a trompicones, abriéndose paso a codazos, tropezando y coleccionando miradas de reproche y algún que otro "¡Imbécil!". Finalmente, llegó a los escalones. Había un grupo de gente hablando en medio de las escaleras, obstruyendo el paso. Se formaron dos largas colas. Pero nadie avanzaba.

"¡Joder!"

Al final la gente se lió. Las dos colas, la de subida y la de bajada, se mezclaron.

Llegó desorientado a la pista de baile. No las veía. Los amigos de Alfonso se encontraban allí. Alfonso también iba incluido en el lote. Pero ellas no estaban. Maldició su suerte. Otra oportunidad perdida. Siempre le pasaba lo mismo. Por dudar tanto. Por estúpido.

Perdida toda esperanza, arrastrando el alma por los suelos como una pelleja vieja y muerta, retornó sobre sus pasos, hacia el piso superior.

Se apoyó derrotado, en una de las columnas de la sala, observando indiferente y disgustado cómo la gente pasaba ante él.

Le pareció que alguien pronunciaba su nombre. ¿Eran imaginaciones suyas o realmente le estaban llamando? Miró de reojo. Sabía que eran ellas, sabía que se la jugaba, pero una vez más apostó fuerte y se hizo un poco de rogar. Giró la cabeza hacia ellas, hipócritamente sorprendido. Se le acercaron alegremente.

-¡Hola!.- Le saludaron jovialmente las dos a la vez.

-Hola.- Respondió él de forma apagada.

-¿Qué?¿Sólo como siempre? ¿Dónde están tus amigos?.- Le interrogó Ana.

-Ya sabes que a mi edad la mayoría de la gente ya está cansada por el trabajo y el que no se vá a dormir temprano, se vá con la novia...- Se explicó cansadamente.

-¿Y tú?¿Es que ni trabajas ni tienes novia?.- Le preguntó ella nuevamente, buscando con una mirada divertida la aprovación de su amiga.

-No tengo novia y trabajo demasiado. Por eso los fines de semana estoy harto de todo y necesito salir.- Contestó él demasiado serio.

-Ah, vaya. ¿Siempre eres tan serio? Casi dá miedo gastarte una broma...

-Deformación profesional...

-Bah, olvida el trabajo, relájate. Desconecta, chaval, es sábado...- Le aconsejó la amiga de ella desenfadadamente.

Se quedó pensativo. Y gilipollas. A lo mejor sí que empezaba a actuar como un gilipollas con tanto rollo sobre su trabajo.

-Venga. ¿Bajas con nosotras?.- Le invitó Ana.

Aceptó sin pensárselo dos veces. Tenía ganas de desmadrarse. No podía haber nada de malo en ello. Inesperadamente, el mar del destino lo retornaba a la playa de la esperanza. Incluso sería una estupidez demasiado grande para él si no lo aprovechaba.

-Fale.

Casi no se creía su propia suerte mientras bajaba las oscuras escaleras. Entrar triumfalmente en la pista de baile acompañado por dos féminas... Él, que siempre había vivido en la cara oscura de la fortuna. Notó como Alfonso le miraba. Al principio pareció sorprendido, luego la decepción por la inesperada derrota se fué dibujando en su cara, pese a que intentaba disimularlo con una admirable dosis de dignidad. Continuó hablando con sus amigos como si nada. Pero los dos sabían que estaba tocado.

Un par de los amigos de Alfonso le miraron con admiración y envidia. Parecían adolescentes.

Su orgullo de adolescente resentido se hinchó como un globo. Por una vez era él quién coronaba sus sienes con el laurel. Lentamente, se animó a bailar con las chicas, con el pecho henchido de orgullo. Al principio se burlaban de su estilo torpe. Se sentía un poco avergonzado, pero las miradas de admiración de los otros inflamaban su orgullo, animándole a insistir. Aún se animó más cuando ELLA le cogió las manos y se le acercó mirándolo al fondo de los ojos. Las manos de la chica eran finas y cálidas, tal como correspondían a una chica joven. Se sintió eufórico.

"'¡Elixir de los dioses! ¡Diosa Fortuna, no me abandones! ¡Hoy pones la púrpura de la Gloria sobre mis hombros y mis enemigos se retuercen a mis pies; mañana volveré a arrastrarme por las miserias del corazón: valga este puto instante por toda la puta eternidad!"

Se puso nervioso. Un temblor hasta entonces desconocido le sacudió el estómago. Empezó a bailar entorno a ella como un pavo real erizando su rídiculo plumaje. En aquellos momentos ya ni tan siquiera pensaba....