El tito se folla a la cachonda de su sobrina

Ella ya no es tan pequeña y tiene ganas de probar una buena polla como la de su tito. Es tan guarra como inexperta a sus 18 añitos.

Ya María no es una niña, acaba de cumplir los 18 años y se estaba convirtiendo poco a poco en una mujer totalmente desarrollada. De pequeña, era muy tímida y delgada. Sin embargo, con el paso de los años, estaba dejando atrás esta chica y se estaba transformando en una chica cada vez más atractiva e interesante.

Tenía el pelo negro y liso, melena que dejaba caer por su espalda con bastante delicadeza. Su piel era clara y suave como el algodón. Y sus labios eran dulces y rojizos como dos fresas.

Cada vez que miraba a María sentía algo que no había sentido por ninguna chica, unas ganas irresistibles de besarla que no podía ni quería reprimir. Si se lo hubiera contado a cualquier persona de mi familia me hubieran tomado por loco. Es algo que no se puede entender, pero «quien lo probó lo sabe» dicen.

A veces soñaba con ella. Soñabas con unir nuestras lenguas en un beso infinito, porque su ternura no me permitía imaginarme nada más, aunque si por mí fuera, le habría hecho perder toda su inocencia en un solo momento.

Tenía unas piernas y muslos suaves, sin ningún ápice grasa. También fantaseaba con seguir el rastro desde sus piernas hasta su secreto más oculto. ¿Cómo sería ver, sentir, tocar, lamer dulcemente aquel tesoro?

Estoy seguro de que tiene un clítoris muy rosado, del color de sus labios. Ojalá pudiera sentirla jadear de placer, mirar en su cara los gestos de no poder aguantar más, sentir cómo se va hinchando poco a poco su clítoris de deseo por correrse. Hasta correrse y regalarme sus cálidos fluidos.

Quizás hubiera deseado tener todavía su edad, pero lamentablemente ya hacía tiempo que había vivido sus años. Quizás la diferencia de edad entre nosotros no era insuperable, o por lo menos para cierto tipo de cosas hasta que pasaran algún par de años y se convirtiera en una mujer totalmente adulta.

La conozco desde que era pequeña.

Aquel año yo sentí una conexión especial con la pequeña. No sé bien explicarlo pero es algo que se siente. La primera vez que recuerdo que me habló me dijo entre balbuceos que me quería mucho. Le había hecho un regalo que le había causado mucha ilusión. Jugó todo el día en el jardín grande de su casa acompañada de todos en una barbacoa.

El otro recuerdo que me viene inevitablemente a la mente cuando pienso en ella es cuando ya tenía 16 años. Quedamos un sábado. Le expliqué como llegar al piso que me había comprado hacía unas semanas. Me había dado un tiempo con mi mujer y había decidido quedarme en un piso del centro hasta que me aclarara con algunas cuestiones de mi vida.

Desde que pasó por la puerta, entramos rápidamente en sintonía. Era muy simpática y muy madura para su edad. Me gustaba mucho hablar con ella, porque podía hablar libremente de casi todo, incluso de algunos temas sexuales que podían ser tabúes para algunas personas. Ella me escuchaba con sinceridad y atención. Realmente le interesaba lo que le contaba. A veces, me interrumpía para formar parte del discurso con sus dudas, curiosidades, inquietudes.

Realmente éramos como confidentes.

Me contó que no había tenido todavía novio, pero tenía algunos pretendientes de su edad que intentaban conquistarla. Ella decía convencida que no estaba para esas cosas con chicos tan pequeños, que no les interesaba ni lo más mínimo. Quería mantenerse virgen a la espera de encontrar el elegido.

Todos estos temas eran una especie de confesión para ella y yo, como persona más madura y con más experiencia, su confesor favorito. Me enseñaba los pensamientos más oscuros de su alma. Cada paso de cercanía que daba ella en nuestra relación hacía desearla con más y más ganas. ¿Lo sabría ella? ¿Se habría dado cuenta de los ojos con los que la miraba? Son preguntas que me hacía sin querer saber la respuesta. Al fin y al cabo, la relación así iba magníficamente y no quería estropearla lo más mínimo con cualquier cambio. Si debía haber un cambio, tendría que ser por iniciativa suya. Esperaba impaciente.

Todo cambió en estas últimas semanas.

—Quiero que hablemos urgentemente. He comenzado a sentirme excitada con personas que hasta entonces no había sentido nada. No sé que está pasando por mi mente, pero no sé si me podré resistir aunque esté mal, a la vista de todos, lo que pienso.

—Tranquila, no te preocupes por lo que me tengas que contar. No te juzgaré en absoluto. Sabes que soy tu amigo y te podré ayudar a aclararte en lo que sea.

—Ya lo sé, nuestra relación es muy cercana y me siento muy a gusto con que sea así. ¿Quedamos esta noche y te cuento todo mejor que hablar por el teléfono? Podré esperar, espero que no tengas nada que hacer y me puedas ayudar.

—Claro, nos vemos sobre las 9. Ya sabes donde estaré. Te espero, guapa.

—Vale, pero no le digas nada a nadie. Nos vemos.

Llegó muy puntual. Parece que tenía muchas ganas de que nos viéramos. La invité a entrar y le dije que se pusiera cómoda, que tendríamos todo el tiempo del mundo [y toda la noche, si ella quería, claro] para hablar y que cenásemos tranquilamente.

Ella aceptó y se quitó el abrigo que traía de la calle. Hacía un poco de calor dentro del salón. No era algo casual. Había subido un poco la calefacción para que se sintiera estimulada a quitarse algo de ropa. No sabía cómo íbamos a acabar la noche, ni tampoco pensaba en que ocurriera algo concreto.

—He visto a mis padres follando

Me dijo nada más entrar. No me lo esperaba, pero siguió dando detalles.

—Anoche me desperté a las dos de la madrugada porque tenía que ir al baño, que está en la otra parte del pasillo. En medio, hay una pequeña salita con un televisor en donde a veces mis padres pasan el tiempo viendo películas los domingos o durmiendo la siesta. Entonces, pasé por allí y los vi follando en el sofá. Mi madre estaba encima y él abajo. Cuando los vi, me quedé sorprendida y retrocedí como pude pero me choqué con un jarrón formando un gran ruido. Juraría que mi padre se giró hacia la puerta y me miró, pero no paró de bombear a mi madre ni dieron señales de molestia ante mi presencia.

Empezó a llorar.

—¿Te das cuenta? Creo que lo hicieron a propósito. Querían que los descubriera.

—Tranquilízate, María. Seguro que no ha sido una cosa pensada. Quizás han visto alguna película o algo en la televisión y no han podido contener su pasión. A veces a los adultos nos pasa eso. Seguro que no se esperaban que tu pasaras a esas horas por ahí y si no han parado es porque no se han dado cuenta realmente de que estabas ahí o no querían explicarte por la vergüenza que sentirían.

—Puede ser eso, pero, de todas formas, les pediré explicaciones hoy cuando mi padre llegué de trabajar. No paro de pensar en ello. Me está volviendo loca. ¿Te puedo confesar que, además, me sentí excitada ayer cuando los vi? Por favor, no me juzgues como una pervertida

—Tranquila, yo no creo que seas una pervertida. Es normal que a tu edad las fantasías sexuales campen a sus anchas por tu mente. Es totalmente normal porque sigues siendo un volcán de hormonas, sensible, irracional, frágil. Estate tranquila y no pienses en ello.

María me miró con sus ojos grandes y preciosos. Esbozó una sonrisa y me agradeció mi comprensión y mi tranquilidad. Creo que le supe transmitir toda mi tranquilidad.

—Pero, aparte, quiero decirte otra cosa. Quiero sentir contigo esos que ellos sentían. Creo que eres la persona adecuada. Por favor, ayúdame a sacar estos pensamientos de la cabeza. Mira, he traído el vibrador que estaban usando. Quiero que lo pongas conmigo, por favor. Te lo suplico.

No sabía muy bien que responder. Era lo que estaba deseando desde hace mucho tiempo. Iniciarla en mis perversiones. Pensaba que era un sueño.

Con un gesto brusco, como les gusta a las putas de verdad, le di la vuelta y la puse con el culo en pompa. Empecé a acariciarla en el sofá.

—Cariño, el tito tiene muchas cosas que enseñarte.

Empecé a azotarle el culo mientras le tapaba la boca. Se estaba poniendo muy cachonda. Sentía cómo me pedía más y más con cada golpe. No quería tampoco pasarme, ya habría tiempo para dejarle el culo bien marcado.

Le di la vuelta de nuevo y cogí el vibrador. Pero antes de meterlo, le bajé las bragas y comencé a acariciarle el clítoris. Estaba muy mojada y totalmente depilada, algo que me sorprendió. Comenzó a jadear y quejarse de placer. No aguantaba mis movimientos frenéticos en su pequeño coñito. Seguí hasta que vi que no podía más y comenzó a suspirar y decir que se corría. Sentía las contracciones de su coño, no se estaba quieta. Después del primer orgasmo, llegó el segundo, el tercero. No paraba de gemir y gritar como una zorra. Mojó todo el sofá y me dejó empapado.

No podía más y decidí parar. No quería tampoco sobreestimularla y hacerle daño. Le dije:

—Ahora te toca a ti con mi cuerpo. Acaríciame y pásame la mano por la pubis, hasta llegar a mi polla. Creo que sabes bien lo que tienes que hacer.

Las ganas de que suceda me vuelven loco. Tengo la polla que no me cabe en el pantalón. Le ayudo bajándome los pantalones y los calzoncillos slip que tengo. Creo que no se esperaba lo que vio

—Dios mío, es grandísima. Nunca he visto algo así. No sé si sabré…

Sin dejarle acabar, le cojo las manos y le ayudo a lanzarse por mi polla.

Ella empieza a explorar de manera inocente. Acerca su cabeza para verla mejor mientras comienza a subir y bajar con la mano. Quiero sentir su lengua. Quiero sentir el calor de su boca. No aguantaré mucho.

La guío con la mano y acerco su cabecita. Ella sabe lo que le toca hacer. Se la intenta meter entera, pero ve que no puede. La retiro un poco para que chupe cómodamente, no hace falta que me la coma entera. Esto es solo el principio.

Le agarro la mano con fuerza mientras se la introduzco un poco más. Me voy a correr. Le aviso, pero ella parece inmutarse. Entiendo que quiere que sea dentro, quiere saborearlo todo.

Comienzo a bombear todo el semen que tenía acumulado de la semana. Ella traga y traga. Parece que le gusta mucho. Se lo está tragando todo todo. Ha sido un orgasmo increíble, podía sentir sus ojos de lujuria que miraban fijamente la polla.

—Te quiero

—Yo también. Como una hija, María. Como una amiga y como una amante. Soy muy afortunado de tenerte. Ve a ducharte si quieres. Yo termino de preparar la cena

[Continuará…

Es un relato que ha sido encargado por un lector. Si estás interesado en hacer encargos de relatos personalizados, puedes ponerte en contacto conmigo]