El tío del Rodaje (parte 2)

En esta segunda parte Ancor, el protagonista, está harto de ver cómo su obsesión por Pablo es cada vez más fuerte a pesar de que este es hetero. Para intentar quitarlo de su cabeza hará un trio a ciegas que cambiará sus relaciones sexuales para siempre.

-          Volví a quedar con la que es guardia civil. Tío, es una máquina en la cama. – Daniel nos volvía a contar una de sus batallitas camino del set de rodaje.

-          Es que a una tía mola cogerla del pelo, ponerla a cuatro patas e ir dándole. Qué burro me pone eso. – Comentó Pablo mientras se cogía el paquete en plena calle.

-          Ya, pero eso no se lo puedes hacer a cualquiera. A una chica con la que se supone quieres algo pues no. – Añadió Daniel.

-          Bueno, ya. Pero es que es algo que me pone mazo. – Señaló tajante Pablo.

-          Conmigo no tendrías problema, puedes follarme a cuatro patas, agarrarme del pelo, darme nalgadas y ser dominante a tu antojo, que lo que haré es ofrecerte más el ojete. – En realidad eso fue lo que pensé, porque obviamente no se lo dije a la cara.

Durante el resto del camino me estuve mordiendo la lengua a pesar de que deseaba con todas mis ganas que ese pensamiento ocurriera en la realidad. Tener esa polla para mí, penetrando mis dos orificios, lamerle ese pecho peludo y ver las patorras que, intuía, había bajo ese pantalón. El pecho y los pies ¡qué coño! Habría dado lo que fuera en ese momento por pasarle la lengua entre los dedos y el empeine.

Llevábamos ya varias semanas de rodaje. Bueno, más bien de preproducción. Éramos prácticamente unos peones de obra para construir todos los decorados y a los actores ni los habíamos visto todavía. A la semana de yo empezar las prácticas se incorporó un nuevo becario, David. Tenía ojazos, pero era un poco tonto. Aun así, me habría metido su rabo hasta la garganta.

Aquella tarde regresábamos al set después de comer en el restaurante de menús que teníamos cerca y al que íbamos todos los días. Como si fuéramos colegas desde hacía tiempo, íbamos Daniel, Pablo, David y yo. Hablábamos de todo un poco, pero en aquel momento me tocaba callar, mi experiencia en el sexo con mujeres no era extensa, precisamente, y no estaba preparado para salir del armario.

Cada día que pasaba estaba más angustiado. David soltaba más y más comentarios homófobos. Alguno le secundaba, pero no al mismo nivel. Lo hacían, sobre todo, otras personas del rodaje mayores que nosotros. La hora de la comida llegó a convertirse en el peor momento. Siempre intentaba sentarme lo más cerca de Pablo; frente a él a poder ser, quería ver los hoyuelos que se le formaban en las mejillas cuando se reía y admirar esa cara barbuda.

Pero aquella visión no compensaba los comentarios de David y otros, que cada vez eran más frecuentes. En un momento dado Mónica, nuestra jefa, puso mala cara, pero tampoco pasó de ahí la cosa. Y al final todo eso se va acumulando. Llegó un día en el que lo primero que hice al regresar al set fue ir al baño, a gritar de rabia y llorar. Sí, solté una lágrima.

Me contuve, pero en la vuelta a casa no paraba de repetirme que al día siguiente tenía que hablar con Mónica. Decirle que era gay, que me estaban hiriendo a cada comentario homófobo que soltaban por la boca y que estaba locamente enamorado de Pablo, que era algo superior a mí. Pero aquella noche algo me hizo cambiar de opinión.

Llevaba días hablando con un chico un poco extraño. No recuerdo su nombre, pero lo que más me llamaba la atención es que daba clases particulares de inglés a la hija pequeña de una presentadora de la tele. Nos conocimos por una página de contactos BDSM para homosexuales con cierto tirón en España. Pero el tío se negaba a enseñarme la cara. Su idea era que fuera a su casa, me desnudara nada más entrar y me pusiera de espaldas a la pared y ya él se encargaba de vendarme y amordazarme, para después usarme totalmente a su antojo.

Reconozco que el tema me daba mucho morbo. Se me ponía durísima de solo pensarlo. Mojaba el calzoncillo, vamos. Nunca había tenido una sesión así; yo era un simple crio y en ese tipo de webs, además de mil y un pajilleros, los machos van buscando perros más experimentados y decididos. Pero, al mismo tiempo, tenía miedo. No le había visto la cara al pibe y pensé que este me podía atracar o hacer cualquier cosa. Lo de menos habría sido que me violara, porque al fin y al cabo iba a su casa a que me follara por boca y culo. El problema era que me dejara sin blanca, me diera una paliza o vete tú a saber.

Aquella tarde noche, ya en casa de vuelta de un día de mierda en el rodaje, la cosa cambió. El famoso profe de inglés dio su brazo a torcer y me enseñó foto de su cara. Llevaba días insistiéndole en mis miedos y en que mi idea era tener algo prolongado en el tiempo, conocerle y quien sabe. Tener una relación. Necesitaba quitarme a Pablo de la cabeza, así que no había nada mejor que buscarme a otro macho que pudiera usarme. Con el que si tuviera oportunidad.

-          Está bien, te voy a pasar foto de cara, porque realmente me pareces interesante- comentó el profesor.

-          Ok. Gracias. Verás que seré un buen perro el sábado- le puse y lo cierto es que estaba deseando que llegara el día.

-          Pero a cambio acepta que vaya otro chico, como te comenté ya el otro día. De él no voy a enseñarte nada. Será mi puta al igual que tú y estarán los dos a ciegas. La diferencia es que tú vas a ver ahora quién soy y la verdad es que me interesas; a él solo quiero usarlo-.

El profesor me lo dejaba bien claro en su último mensaje. Me gustaba. No era un bombón, pero era mono y me caía bien. Se le veía un chico culto y que tenía la cabeza bien amueblada para follar. Quería tratarme como a su putita pero sabía lo que hacía, al menos eso es lo que parecía. Y mi polla no engañaba, se empalmaba de solo pensar en esa noche en la que me iba a usar mientras estuviera vendado.

Llegó el sábado. Estaba nervioso, por eso preferí ir con el dinero justo, sin tarjeta. Unos pocos pasos más por Alcobendas y ya estaba entrando a su portal. Ascensor, rellano y así hasta llegar a su puerta. La había dejado entre abierta así que pasé a un pasillo oscuro, todo era según lo previsto. Así que obedecí y me empecé a quitar la ropa. Tenía ya la polla despertándose entre el pantalón y es que había venido desde Fuenlabrada -a más de una hora en tren de cercanías- sin calzoncillos.

Cuando ya estaba bajándome los pantalones noté unas manos frías rozando mi cintura y mis hombros. Frías, realmente frías, enserio. Comenzó entonces a colocarme un antifaz y cubrirme los ojos. Estaba ya a su completa merced y tenía mi polla a reventar.

-          Vente. Aquí está la otra puta-.

A él no lo veía. En el salón había otro chico que llevaba ya allí en la casa una media hora. En ese instante me dio la vuelta, me puso de espaldas con las rodillas sobre el sofá y me hizo apoyarme en el respaldar.

-          Esta es la puta 1 y esta la puta 2-. Dijo él en voz alta mientras escribía “Puta 2” en mi espalda con un rotulador de estos permanentes.

Y, tras eso, me besó. Lo hizo de una manera apasionada, sabía cómo hacerlo, sabía manejarme, tenerme duro. Menudo morreo. Me dejé llevar y le seguí el juego de lengua contra lengua pasando la saliva de una boca a otra. Todas las dudas que tenía se me disiparon.

-          Vente perrito-.

Me llevó a cuatro patas hasta el baño. Me dio entonces una buena nalgada. Luego otra. Ya después sacó una maquinilla y comenzó a dejarme el culito sin un solo pelo. Y es que soy muy velludo, tengo el ojete bien repleto de pelos.

-          Así, mucho mejor-. Señaló él mientras se agachaba para darme un buen morreo, de esos que ya había probado apenas unos minutos antes, y justo después de haberme dado un buen lengüetazo por todo el ojete.

Tras eso volvimos al salón. Ahora tocaba jugar con mi culito, prepararlo para su polla. El otro chico trajo varios dildos, así que el profesor se propuso ir probándolos en mi culo. Pero antes de eso aprovechó para darme un buen beso negro. Su lengua entraba y salía de mi ano, yo en cambio me retorcía. Que me chupen el ojete siempre me ha generado sentimientos encontrados, entre el placer y la molestia; me encanta, pero al mismo tiempo las cosquillas y la sensación que me genera me descoloca. Puro morbo.

Cuando ya entraba uno y dos dedos con facilidad, el profesor decidió intentar meter un dildo. Nunca me habían metido uno, lo reconozco. La sensación fue increíble. Estaba como una perra en celo. Me dolía, porque, aunque no veía absolutamente nada podía notar como esa polla de plástico era bien gorda y grande. Aun así lo estaba disfrutando. ¿Molestaba? Sí, pero sacaba el culo y lo ponía más en pompa para que mi macho intentara meter más y más centímetros.

El otro chico, mientras, le chupaba la polla al profesor y en ocasiones este le ordenaba que me la chupara a mí. Aun así, la mayor parte del tiempo yo estaba boca abajo disfrutando con el culo en pompa de los dildos y del placer eléctrico que daban en mi cuerpo cuando estos entraban y salían.

El tiempo pasaba, no era consciente de hasta qué punto. Es lo que tiene estar completamente vendado y no saber si ya es de noche, si está la luz apagada o encendida o siquiera si ese chico que me besaba y usaba mi culo era realmente quien me había dicho ser. El profesor se cansó de jugar con mi ojete, por lo que decidió cambiar de orificio. Puso entonces su polla en mis labios y esta entró sola en mi boquita.

Me gustaba el sabor y la textura de su rabo, tendría unos 17 centímetros, tirando a delgada, por lo que podía comérmela sin problema. Aunque más que eso, él prefería follarme la boca y hacerlo a su ritmo, agarrándome la cabeza y escupiéndome de vez en cuando. ¡Cómo me ponía aquello! El otro, mientras, se limitaba a chuparme el culo para mantenerlo abierto, tal y como le había ordenado nuestro amo.

Cuando vio que ya tenía suficiente, el profesor me llevó de la mano a su cuarto. Me tumbó sobre su cama, me ató las manos y los pies a la cama con una especie de brazaletes y cadenas -repito, no veía nada- y comenzó a follarme. Su polla entraba y salía de mi culo a la perfección mientras me daba buenas embestidas. Y así hasta que se corrió.

Tras eso volvimos al salón las dos putas. Al profesor le había entrado hambre, así que al rato apareció con pizza y unos vasos con cerveza. Ordenó al otro chico a ponerse a cuatro patas delante del sofá y colocó los trozos cortados sobre él.

-          Buena mesa, así me gusta puta, que sirvas para algo-. Le repetía.

Al poco me dio un vaso con lo que parecía ser cerveza. Di unos tragos y el sabor era muy peculiar. Es entonces cuando me confiesa al oído que la había mezclado con su pis y que tenía que bebérmela toda, porque era parte de él. La verdad es que la mezcla estaba de escándalo y mi polla permanecía todo el tiempo erecta.

Tras eso pasé un rato chupándole el pie al profesor, mientras el otro permanecía a cuatro patas en el suelo, inmóvil. Así hasta que el amo decidió hacer algo distinto. Colocó a la otra puta en mitad del salón y a mí me hizo colocarme detrás de él sin saber muy bien qué era lo que iba a ocurrir.

A partir de ese momento comencé a follármelo, tal y como me ordenó el profesor. Este era quien realmente llevaba el ritmo. Me decía que parase, que fuera más fuerte o flojo. Que la sacara del todo y después se la clavara de golpe sin contemplaciones. Puro morbo. Sudaba como el que más. El amo solo me besaba de vez en cuando o me escupía en la boca y se limitaba a darme órdenes para que reventara a la puta como él quisiera. A su ritmo, aunque la polla que entraba y salía era la mía. De esta manera logró retrasar mi corrida y, al mismo tiempo torturarme al no dejar que pudiera lefar.

Y para cuando ya había perdido la noción de cuánto tiempo habíamos estado con el mete saca, por fin decidió dejar que me corriera en el condón, pero mientras lo tenía dentro del culo que aquella puta. Minutos después fuimos los tres a la ducha y allí borró la marca que me había hecho con rotulador al principio de la tarde. Me besó apasionadamente, contra la pared y con el agua cayendo por nuestras espaldas, mientras, el otro solo estaba quieto a nuestro lado.

Entre morreo y morreo me estuvo meando de cintura para abajo. Los dos seguíamos completamente vendados. Al final, ya en la puerta mientras me vestía, el profesor me dio el último beso, el más apasionado de todos y el que hizo ponerme la piel de gallina. Cuando me quitó el antifaz pude verle por unos segundos, pero enseguida tuve que salir y marcharme.

Apenas recuerdo al otro chico, a quien pude conocer una vez ya en la calle los dos. Pero en mi mente solo resonaban los increíbles besos que me había dado el profesor y el morbo descontrolado que había experimentado. Nunca había hecho algo igual. Tan solo tenía 23 años.

A pesar de esa pasión había algo que no me terminaba de cuadrar. No sabía bien que era, pero a las 24 horas de aquel sábado de pasión se me quitaron las ganas de hablar con el profesor. ¿El motivo? Iba a ser lunes y volvería a ver a Pablo en el rodaje, aquello era superior a mí.

Durante toda la semana la situación transcurrió con la misma tónica. Mis intentos y las risas que me echaba con Pablo se contrarrestaban con los comentarios homófobos de Dani. Así hasta que llegó la hora de volver a casa del viernes.

-          ¿A quién más acerco a Méndez Álvaro?-. Preguntó Pablo así en general. Dentro de su coche ya estaba el tonto de David y otros compañeros del rodaje. Entonces me lo pensé, no es que me ahorrara mucho camino yendo hasta allí con él porque luego tendría que pillar igualmente un tren hasta Fuenlabrada, pero aun así las ganas pudieron conmigo.

-          Voy yo con ustedes, me apunto, llévame hasta Méndez y ya allí pillo el cercanías-. Le dije saliendo a la calle desde el vestíbulo del edificio donde rodábamos la serie. Otra chica, aquella que el primer día de trabajo me recibió, quería ir también, pero al ver que yo lo dije prácticamente al mismo tiempo que ella desistió.

Estaba que no me lo creía. Como iba a ser el último en bajarme me tocó sentarme en el asiento del copiloto, por lo que tenía a Pablo ahí al lado conduciendo. Entramos en la M-30 y nos pilló el típico e infernal atasco de las seis de la tarde, cuando cientos, miles de personas salen de sus trabajos y están dispuestos a regresar malhumorados tras una semana de curro a sus casas en la periferia de la capital.

Dejamos a David en Ventas y nosotros seguimos ya solos. Desde esa salida hasta la de Méndez Álvaro no hay demasiado trayecto, pero el atasco hizo que pudiera arañar unos minutos extras con él. Hablamos de cosas banales, de la universidad, de los actores y sus manías y así hasta que se formó el silencio, comenzó a formarse un nudo en mi garganta y tras darle vueltas lo solté.

-          Oye Pablo. ¿Me dejas tú teléfono? Por lo que pudiera pasar-. Llevaba rato, en realidad días queriendo pedirle el número y en ese instante me armé de valor. Casi tartamudeaba, pues cuando tengo a un macho, así como él delante me quedo sin palabras.

-          Claro tío, nunca se sabe. Apunta-. Me dijo con ese tono firme, decidido, espontáneo y amigable con el que siempre me hablaba. Con esa medio sonrisa/risa contagiosa que soltaba por esos labios perfectamente definidos de un color carnoso castaño que se camuflaban con ese tono de piel similar.

Apunté el número y a los pocos minutos tuve que bajarme, habíamos llegado a la estación de tren convenida. Tras despedirnos pude respirar tranquilo y… ¡Saltar de alegría! Había logrado que me diera su teléfono. Parecía una colegiala de 15 años después de que su crush le hubiera pedido su primera cita. Mojaba hasta el calzoncillo de la excitación yo creo. Parecía una tontería, pero aquello hizo compensar y arreglar la semana, al mismo tiempo que me olvidaba por completo de lo que había ocurrido el finde anterior.

Al día siguiente había quedado con los de Carabanchel para tomar unas cervezas en casa de uno de ellos, fumar unos petas y hacer cualquier tontería. Mi idea era jugar a una a un juego del móvil que me acababa de descargar de verdad o atrevimiento. Una aplicación que sin saberlo marcaría un antes y un después en mi relación con Pablo.