El tío de la criatura

Una profesora comienza a trabajar en un colegio nuevo, y, por lo visto, acaba recibiendo una lección.

Cristina resopló. Llevaba menos de una semana sustituyendo una baja en aquel colegio, aún no se sabía los nombres de los alumnos, y para colmo, había faltado la tutora de la clase de 3 años y le tocaba ir con ellos de excursión. ‘Pero ¡si son diminutos!’, pensó. ‘¿Cómo quieren que me haga cargo de 25 larvitas de humano que ni siquiera saben hablar bien durante una mañana entera?’. De lo malo, no iría sola… Micaela, la auxiliar del colegio, iría con ella. Y menos mal. Esa mujer valía un valer, parecía que tenía el don de la ubicuidad: en cuanto un niño se meaba, aparecía como por ensalmo.

‘En fin… qué remedio me queda.’ Sonó el timbre e hizo entrar a la fila de los pequeñines, cantando una canción. La verdad es que eran una monada. Revisó las mochilas de todos, y cuando por fin los tuvo sentados en un corro, empezó la explicación.

“Chicos, hoy va a ser un día especial. Dentro de un momentito va a venir Micaela, y ¿sabéis lo que vamos a hacer?”

“¿Qué, profe?” Respondió uno de los diminutos.

“¡Hoy nos toca ir de excursión!”

Hubo un alboroto nervioso entre la pequeña multitud.

“¿Qué es eso de edcusión?” Preguntó una niña morena.

Cristina tuvo que contener las ganas de reírse. ‘Joder, si es que son taaaaan pequeños…’.

“Vamos a salir del cole. Iremos andando, cada uno tendrá que dar la mano a su pareja, a tres casas distintas. ¿Queréis saber lo que vamos a ver?”

“¡Síiiiiiii!”

“¡Vamos a ver belenes! ¿Sabéis lo que es un belén?”

“Claro, pofe” Respondió uno de ellos, con aire de ofendido. “Las figuditas que se ponen en Navidá”

Micaela apareció, y empezaron su camino. La velocidad de avance era torturadoramente lenta, iban perdiendo zapatos, bufandas, almuerzos… ‘Dios mío, no creo que tenga un hijo en la vida, menudo peñazo’, pensó Cristina.

Visitaron las dos primeras casas sin ningún problema. La verdad es que los dueños eran súper amables, en una de ellas incluso les habían preparado un pequeño almuerzo, y los belenes eran espectaculares. Intentar que los niños no jugaran con las figuritas era un reto, pero por el momento se estaban comportando. Después de darse el festín, se encaminaron hacia la tercera y última, en la otra punta del pueblo.

Tras una caminata eterna, y encima cuesta arriba, llegaron a su destino. Una señora mayor les abrió la puerta de su casa, todo sonrisas. Se la notaba ilusionada de enseñar su obra a los niños.

Los veinticinco niños, la profesora y la auxiliar pasaron rápidamente al interior de la vivienda, agradeciendo poder refugiarse del frío polar, normal para estar en diciembre, que hacía en las calles de aquel pueblo de Castilla. Según los ojos de los pequeños se iban acostumbrando a la luz más tenue e iban percibiendo lo que tenían delante, se les iban poniendo redondos como platos.

“¡Qué chulooooo!”

Un belén enorme, de unos 8 metros cuadrados, presidía el recibidor de la casa. Fuentes, ríos, casitas iluminadas, figuritas que se movían… Cristina no pudo por menos de sonreír viendo el pasmo de sus alumnos al contemplarlo. La verdad es que la señora se lo había currado.

“Qué maravilla, Ángela.” Le dijo. “¿Lo has montado tú sola? ¡Vaya trabajazo!”

“No, yo sola no, es demasiado trabajo y empiezo a estar mayor. Me ha ayudado mi hijo.” Respondió la mujer. “¡MANUEEEEEEEL!” Cristina se sobresaltó. “¡Baja un momento!”

El tal Manuel apareció por las escaleras, obligado por el grito de su madre. Era un chico alto, delgado, vestido con un pantalón de chándal y una sudadera negra con el logo de Monster. Aparentaba unos 30 años, pero Cristina supuso que era un randa, un tarambana, ¿qué hacía, si no, un martes por la mañana en casa?

“¡Hola, chicos!” Saludó. “Hola, Micaela” Dio dos besos a la auxiliar. “Y hola, profe”

Cristina se sintió un poco incómoda sin saber muy bien por qué.

“Soy Cristina, encantada”

“Yo, Manuel” dijo él, cogiéndola por la cintura y dándole dos besos.

‘Uuuf… el chico no está nada mal’ pensó Cristina, notando cómo se iba poniendo colorada por momentos. Entre la mirada fija de él y la sensación de su aliento en la oreja al saludarse, algo se había despertado en ella.

Cogió fuerte de la mano a uno de los niños, que había estado a punto de meter la mano en la instalación para jugar con un pastorcillo, y agradeció la oportunidad de desengancharse de los ojos de Manuel y distraerse con algo.

“¡Fernando! No puedes tocar el belén, que es delicado y se puede romper, ¿vale?”

“Jo, vale, profe”

La visita terminó sin mayores incidentes y la pequeña procesión regresó al colegio.

La semana pasó y llegó el último día de clases antes de las vacaciones. Cristina estaba feliz, aunque se sintiera ligeramente culpable, porque la chica a la que sustituía le había dicho que su baja se alargaría como poco un mes más. Al menos sabía que tenía trabajo después de vacaciones.

En España, en casi todos los colegios se hace un festival de Navidad, en el que los niños cantan y bailan y los padres lo contemplan. En aquel colegio, sin embargo, habían decidido que eso ya estaba muy visto, y la celebración consistía en una carrera y una chocolatada. ‘Al menos cambian un poco’, pensó Cristina mientras se vestía. Los profesores del colegio habían decidido que aquel día irían todos de negro, con un tutú rojo y algo en la cabeza; así que se enfundó en unos leggins negros, un jersey de cuello alto calentito y ajustado del mismo color y un abrigo también negro. Se encasquetó un gorro de Papá Noel y montó en el coche.

Al llegar al cole, había una pequeña comitiva de adultos pululando por dentro.

“¿Qué pasa aquí?” Le preguntó a Angustias, la profe a la que había tenido que sustituir en la visita a los belenes.

“He pedido a las familias que vinieran a ayudarnos a preparar a los niños. Tú te quedas con mi clase hoy y me ayudas, también”

“Perfecto”.

Cuando los niños entraron, Cristina se dispuso a empezar a colgar dorsales, sujetándolos con imperdibles a los abrigos de las criaturitas. En ello estaba cuando un grupo de mamás se detuvo a la puerta.

“¡Angustias!” Dijo una de ellas, con evidente desparpajo. “¡Aquí nos tienes a todos preparados! ¿Cuántos necesitas?”

“Seis en esta clase y seis en la de al lado” Respondió ella.

“¡Ya habéis oído! Venga, cinco aquí conmigo y los otros al otro lado”.

Cuando entraron al aula y Cristina levantó la cabeza para saludarlos, la sonrisa se le quedó congelada en la cara. Allí estaba Manuel.

“Hola, profe” se acercó a ella mientras la miraba fijamente. “¿Qué hago?”

“Ve colgando dorsales a estos tres diablillos. Aquí tienes los imperdibles” Contestó Cristina en voz muy baja mientras se ponía colorada.

Manuel se remangó dejando ver un tatuaje en su antebrazo y se puso a la tarea.

“¡¡¡AYYYYY PROFEEE QUE ME PINCHAS!!!”

La queja sacó a Cristina de su ensimismamiento. ‘Mierda, mierda, mierda…’

“¡Lo siento Elsa!” Pudo ver por el rabillo del ojo cómo Manuel se reía por lo bajo. “Es que te has movido y me he distraído. Ya está”.

Todos preparados, salieron a la calle. La celebración salió estupendamente, los niños lo pasaron de lujo y los padres se hartaron a sacar fotos. Cristina aprovechó al final de la mañana, cuando cada alumno estaba tomando chocolate con su familia, para acercarse a Angustias y preguntar.

“Oye, ¿de quién es familia Manuel? ¿Es papá de alguien?”

“¿Ese? No, qué va, es muy joven… es el tío de Lucía.”

“Ah, vale, es que me había quedado un poco sorprendida.”

Cuando todo terminó, Cristina ayudó a recoger y se marchó a su piso. Tenía que terminar las maletas para volver a Valladolid con su familia.

Nada más entrar por la puerta de su piso, se quitó el tutú rojo y el gorro, los tiró en medio del pasillo y se encendió un cigarro.

“¡¡¡VACACIONEEEEEEEEEES!!!”

Calentó la comida en el microondas y se sentó delante de su ordenador con los Peaky Blinders puestos. Le gustaba esa serie. Según terminaba el primer plato, su móvil vibró.

‘Messenger de facebook: Tiene una nueva solicitud de mensajes’

Extrañada, pulsó en aceptar. Un bocadillo azul con un “ola wapa” salió de la cara de Manuel encerrada en un circulito.

Sintió cómo toda la sangre abandonaba su cara y se agolpaba en la boca de su estómago. El tío de la criatura, que estaba como un queso, le había mandado un mensaje. Se levantó con el móvil en la mano e hizo un pequeño bailecito ridículo, nerviosa perdida.

“Hola, Manuel”

“Ya de vacaciones, ¿e?”

“Hay que coger fuerzas para el segundo trimestre!”

“Si jeje. Llevaba buscando tu face desde el otro dia, pero ya te an etiquetado en las fotos de la carrera”

‘Me cago en la protección de datos’ Pensó Cristina para sí.

“¿Ah, sí?”

“Si. Me pareciste muy wapa”

Cristina se quedó un poco paralizada. ‘¿Qué coño se contesta a eso?’

“Gracias, supongo J”

“Y k te parezco yo?”

‘Joder, el Manuel este no se corta un pelo’ sonrió Cristina ‘Aunque es una pena… la ortografía no es lo suyo”.

“Estás muy bien… aunque solo te he visto en chándal”

“Eso tiene remedio. ¿Kieres kedar para ver una peli?”

Cristina se mordió el labio, dubitativa. Llevaba varios meses en dique seco, y no porque no fuera atractiva, que lo era, sino porque con aquel trabajo y tanto cambio de residencia era muy complicado tener vida social. Tenía ganas de echar un buen polvo, claro, pero… ¿el tío de una alumna? Nadie lo prohibía, pero no acababa de sentirse cómoda con ello. No quería ir dando que hablar; Castilla será muy extensa, pero el mundo educativo es muy pequeño. Cuando ya había decidido darle largas, entró otro mensaje.

“O a tomar un cafetiyo”

“Mejor el café, que ya me sé yo el final de la película”

“Ke boba jeje. Esta tarde a las 5 en el Pipos?”

“Ok”

“No se te olvide”

“Tranquilo. Voy a ver si acabo de comer”

Ni se enteró de a qué sabía el segundo plato. Lo engulló con rapidez y fue a cambiarse de ropa. Unos vaqueros ajustados y un jersey corto, que no impedía la visión de su culo bien trabajado. Se maquilló discretamente y volvió a cepillarse el pelo. Unos botines con tacón y una cazadora corta completaron el look.

Le sobraba una hora, pero estaba inquieta, así que aprovechó para hacer la maleta y avisar a su familia de que no saldría hasta el día siguiente.

A las cinco en punto salió de su piso. No quería llegar antes de tiempo y parecer desesperada, aunque tuvo que hacer un esfuerzo consciente para ello. Tampoco se quiso detener mucho a pensar por qué estaba tan nerviosa si había decidido que no se acostaría con el chico aquel.

Cuando llegó al bar, Manuel estaba en la terraza con un cigarro de la mano, a pesar del frío. Ella encendió otro después de darle dos besos.

“Ya pensaba que no venías”

“Te habría avisado”

“¿Qué tomas?”

“Café solo, gracias”

Manuel dejó el cigarro en el cenicero y entró en el bar. Salió con un café solo y un cortado, que humeaban deliciosamente en la tarde fría. Se sentó a su lado.

“¿Cuánto llevas en el colegio? No te había visto por aquí.”

“Dos semanas. Cubro la baja de Natalia”

Se enredaron en una conversación ligera, sobre el trabajo, los gustos, y en qué gastaban su tiempo libre. Así Cristina se enteró de que había acertado, Manuel estaba en paro y de vez en cuando trabajaba en lo que iba saliendo, pero no solía aguantar mucho antes de que le despidieran.

“¿Y qué pelis me recomiendas?” Preguntó Cristina después de un rato.

“Hay muchas buenas. Si tienes un rato después de cenar, vemos una, ¿tienes primevideo?”

A ella le entró la risa. ‘Qué insistencia’, pensó.

“Sí tengo, sí. Bueno, te paso luego la ubicación y te vienes”

“Bien.”

Al poco rato se despidieron, siendo invierno, la noche caía pronto y el frío hacía incómodo seguir en la terraza.

Cristina tenía un torbellino de pensamientos en su cabeza según iba andando hacia casa. No quería exponerse, pero tenía que reconocer que Manuel tenía algo que la atraía sin remedio. ¿El descaro? ¿La pinta de chico malo? No lo sabía, pero físicamente el chico estaba muy bien y joder, se había ganado un homenaje.  ¿Qué mejor manera de empezar las vacaciones?

El resto de tarde lo pasó dando vueltas por la casa, intentando dejar todo lo más presentable posible y terminando los preparativos para su marcha por la mañana. Y no pensar. Esa parte se la estaba haciendo complicada.

A las nueve y media sonó el telefonillo. Cristina encendió un cigarro mientras abría la puerta y oía los pasos de Manuel subir por la escalera.

“Joder, ¿a quién se le ocurre alquilar un quinto sin ascensor?” dijo al llegar.

“Era lo más barato… y lo único que había libre” Se excusó Cristina sonriendo. “¿Quieres una cerveza para recuperar fuerzas?”

“Prefiero coca cola”.

Sorprendida, sacó una cerveza y una coca cola de la nevera y fue al salón con el invitado. Se sentó en el sofá, a su lado, y le puso el portátil encima.

“Aquí tienes. Elige peli”

Manuel sonrió de medio lado y puso El Lobo de Wall Street. Cristina ya la había visto, pero no dijo nada y se recostó un poco contra él.

“¿Te importa que fume?” Preguntó Manuel.

“Si estoy yo fumando…”

“Me apetece un petardo.”

“Pues hala con ello”

“¿Tú fumas?”

“Llevo años sin probarlo, pero no me molesta.”

“¿Y alguna cosilla más?”

“No he probado nada más.”

Manuel se quedó callado y sacó un grinder lleno de su bolsillo. Metódicamente, lió un porro que rápidamente colgó de sus labios y prendió, dando una calada.

“Siempre me gusta fumar antes de hacer algunas cosas”

“¿Qué cosas?” Sonrió Cristina.

Manuel se quedó cortado. ‘Perro ladrador, poco mordedor’, pensó Cristina. No iba a quedarse sin polvo, después de los nervios de toda la tarde, así que se giró hacia él y le rodeó con el brazo.

“¿Qué cosas?” repitió en su oído.

Manuel sonrió y buscó su boca, invadiéndola con la lengua. Alargaron el beso, explorando, primero con suavidad, después con una urgencia creciente. Manuel cogió a Cristina y la sentó sobre él. Ella podía sentir su polla, endurecida, presionándole la entrepierna a través de la tela del chándal y los vaqueros, y movió las caderas un poquito, lo justo para notar un calambre de gusto recorriéndola entera. Le quitó el canuto de la mano y aspiró con ansia.

“Ya te he dicho que me sabía el final de la películahhhhhhh…” él la estaba moviendo sobre su erección, y sentía la cabeza de su polla rozándola justo en el clítoris. ‘Como sigamos así, voy a empapar los pantalones…’ atinó a pensar.

Cristina cortó el beso y metió sus manos bajo la camiseta, quitándosela sin entretenerse mucho. Recorrió su cuello, su pecho, su tripa, a base de besos y caricias con la lengua, quitándose de encima, hasta llegar a la cinturilla del pantalón. Se arrodilló entre sus piernas y recorrió aquel bulto con los dientes, sin presionar demasiado. Manuel suspiró y echó la cabeza hacia atrás. Ella se envalentonó, metió las manos bajo el pantalón y el bóxer y tiró hacia abajo, él levantó el culo facilitándole la operación. Su polla, venosa, más ancha por el medio que por los extremos, salió disparada hacia arriba, húmeda ya del juego previo.

“Pues sí que tenías ganas, sí… vamos a ver si encuentras lo que venías buscando” dijo maliciosa, para pegarle un lametón desde los huevos hasta el glande. Notó cómo él ponía las manos sobre su cabeza y se excitó un poquito más, acariciando aquel capullo con los labios. Él comenzó a hacer presión y, sin dudarlo, la metió en su boca, presionando con los labios y acariciándola con la lengua.

Y Manuel perdió el control. Empujó su cabeza a la vez que levantaba la pelvis, follándole la garganta sin descanso. Cristina tuvo un par de arcadas, pero no hizo ademán de retirarse. Aguantó, aguantó… hasta que él empujó más fuerte y se mantuvo, descargando toda su corrida en la garganta de la profesora.

“Casi me asfixias…” dijo al retirarse, tosiendo. Manuel tenía una cara cómica, entre relajación y preocupación. Ella sonrió, y la preocupación quedó desterrada. “He estado a puntito de potar, pero bien, ¿no?”

“Joder que bien… ya ves que si bien… joder cómo la chupa la profesora”

Cristina por dentro estaba decepcionada. ¿Ya? ¿En eso iba a quedar la cosa? Para una vez que echaba una cana al aire, ¿le toca un abrefácil? ‘Qué mala suerte tengo, joder’

Se sentó, todavía vestida, al lado del chico, y tomó un largo trago de cerveza.

“Oye…” dijo Manuel al cabo de unos segundos de silencio. “Hoy no tengo prisa, mi madre se piensa que estoy en Ávila cenando y sabe que volveré tarde, si es que no vuelvo mañana…”

Cristina le miró con la cabeza ladeada.

“¿Te apetece hacer la noche larga?”

Cristina sonrió. “Claro.”

“¿Pero larga, larga?” volvió a insistir Manuel.

“¿Cómo que larga, larga?” preguntó, inquisitiva.

“Tengo un poquito de speed” aclaró él.

“No lo he probado nunca.”

“Pues con eso no te duermes ni de coña. ¿Te apetece?”

Cristina dudó. Quería irse al día siguiente, y sabía que el sulfato de anfetamina salía en los controles de drogas de la guardia civil incluso unos días después de su consumo. Por otro lado, jamás le habían hecho un control, ni siquiera de alcoholemia, en los diez años que llevaba conduciendo.

“Bueno, mientras no lo cuentes por ahí…”

Manuel se levantó del sofá y sacó un envoltorio de plástico de su cartera. Parecía una bombeta de las que venden en las carameleras de las fiestas de los pueblos. Desnudo como estaba, se inclinó sobre la mesa de centro, abrió el envoltorio y hundió la esquina de una tarjeta en el montoncito de polvo apelmazado. Preparó dos rayas encima de la mesa y sacó un tubo de plástico del bolsillo del pantalón.

“Esto pica en la nariz. Te lo aviso, porque es muy desagradable, pero te va a sentar muy bien.”

Esnifó rápidamente una de las líneas y le pasó el tubito a Cristina, que hizo lo mismo.

“Joder” dijo, arrugando el gesto “no es que pique, ¡es que escuece!”

Manuel sonrió viendo los apuros de Cristina y se acercó a ella.

“Se te pasará rápido. Pero sigues vestida”

Estando los dos de pie, le quitó el jersey mientras ella se bajaba de los tacones, apartándolos en dos patadas, y entre los dos hicieron desaparecer los vaqueros. Cristina se alegró de la ropa interior que había escogido al ver la mirada fija de su compañero: un bralette negro con un tanga negro de hilo a juego.

Aún de pie, Manuel la atrajo contra sí apretándola del culo y le comió la boca, ansioso.

“Qué buena estás, joder. Vaya culo que tienes…” Manos, lengua, polla: el tío parecía tocar por todas partes, y por todas a la vez. Coló una mano por dentro del tanga de la profesora y ambos pudieron notar la humedad viscosa que empapaba la zona. “Y cómo estás…”

De un empujón, la hizo caer en el sofá. Retiró el tanga hacia un lado, con brusquedad, y frotó el botoncito con fuerza.

“Más suave…” dijo Cristina, entre jadeos. “Más suave, más suave…”

Manuel desoyó su petición y siguió masturbándola con fuerza. Cristina apenas podía absorber las sensaciones, era un placer brutal mezclado con un dolor punzante, caliente, que se expandía desde su sexo por todo el cuerpo. No podía gestionarlo. Su cuerpo no sabía reaccionar. No era capaz ni de apartarle… dos dedos clavados en su hendidura de un golpe, moviéndose como un gusano epiléptico, fueron la gota que desbordó el vaso, llevándola a un orgasmo que se transmitió por todas sus terminaciones nerviosas, dejándola satisfecha y feliz.

“Para… para, tú, que me vas a matar” dijo, con una sonrisa en la boca.

“Pero si acabo de empezar…” respondió él, retirando la mano de su sexo. “Me decías que más suave, pero mira cómo me has puesto la mano…”

Le acercó la mano a la cara. ‘Joder, le he empapado’, pensó Cristina. Hilillos de flujo se extendían entre los dedos del chico.

“Chupa” dijo mirándola fijamente.

A ella le pudo el morbo, y, cogiendo la mano de él por la muñeca, se la limpió a lametones. ‘Qué coño estoy haciendo’, se preguntó. Y no se supo responder.

Manuel se sentó en el sofá y se cogió la polla, hinchada de nuevo. Comenzó a mover la mano despacio, de arriba abajo, ante la atenta mirada de la profe.

“Siéntate encima, de espaldas”.

Cristina obedeció, apoyando sus manos sobre la mesita de centro. Notó la mano de él moviéndose bajo su cuerpo, apuntando con su polla hacia su agujerito, y bajó.

Los dos soltaron un siseo. Notar esa barra de carne abrirse paso entre sus tejidos, sensibles después del orgasmo, estirándola y llenándola, en esos momentos era un placer inenarrable. ‘Casi noto hasta cada vena, joder’ pensó Cristina. Eso la llevó a dar un gemido, y comenzó a moverse.

Arriba, abajo, arriba, abajo. No recordaba haber sentido nunca con tanta precisión cómo entraba y salía algo de su coño. Fue acelerando la respiración a la vez que el ritmo de sus movimientos, notando cómo su sexo se anegaba, cómo cada vez que se movía aquel falo dentro de ella entraba más profundo. Con las piernas cada vez más abiertas, solo apoyaba los dedos de los pies en el suelo. Jadeos, de esfuerzo y de placer, llenaban el ambiente del salón del piso, mientras Cristina botaba sobre la polla del tarambana, mientras sus nalgas chocaban con los muslos de él, mientras él recorría su espalda con las manos, plas, plas, plas, plas…

“¡AAaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaah!”

Un dedo en su recto envió un latigazo de placer que se acumuló a todo lo demás. Una hostia a mano abierta en su nalga acompañó a un susurro en su oído.

“Córrete otra vez putilla, que lo estás deseando”

Cristina no recordaba haber estado tan caliente en su vida. Sentía como si se estuviera deshaciendo entre las piernas.

Manuel deslizó la mano que sujetaba su cadera hacia un pecho, que apretó con fuerza, arrancando nuevos gemidos de la profesora. Siguió moviendo el dedo intruso en aquel culito redondo. Y, de repente, quitó la mano del culo, la subió hacia el cuello y comenzó a moverse, rápido, brusco, mientras la dejaba sin respiración.

Cristina boqueó, luchando inútilmente para conseguir aire, pero no le sirvió de nada. Su vista comenzó a nublarse, pero seguía inundada del placer que esa polla gordota la estaba proporcionando, llevó su mano a su entrepierna, buscó su clítoris y frotó.

Estalló en un nuevo orgasmo monumental, mojando los muslos de su compañero y gimiendo al sentir el aire volver a sus pulmones. Le temblaron las piernas y cayó desmadejada encima de él.

“Así me gusta” dijo Manuel con una sonrisa.

Dejó que ella recuperase el aliento y encendió un cigarro para cada uno, aunque seguía en pie de guerra. Quedaba mucha noche por delante, no hacía falta agotarse tan temprano.

Cristina seguía notándose un poco hiperactiva. ‘Será el speed’, pensó, pero no le resultaba desagradable. Eso sí, no podía tener las manos quietas más de un segundo. El cigarro, el cenicero, la piel de Manuel, el pelo, el cigarro. Manuel se rió al darse cuenta.

“Vas acelerada, profe”

“Un poquito”

“No te preocupes… es normal. Seguro que llevas la cabeza a mil por hora.”

“Es que tengo muchas cosas en las que pensar, de golpe”

“¿Te ha gustado que te cogiera del cuello?”

“…sí” dijo tras pensarlo.

“¿Y que te diera en el culo?”

“También”.

“¿Te lo habían hecho alguna vez?”

“No”

“Entiendo. Rúmialo si quieres, te robo otra coca cola”

Le hizo caso. No se consideraba ninguna mojigata, bien sabía Dios que había tenido sus enredos, pero aquella forma de tratarla era una novedad. En parte le daba miedo, sin conocerse de nada se había atrevido a pegarla y a dejarla sin aire… ¿a dónde llegaría si se conocieran mejor? No se sintió del todo cómoda con el rumbo que estaban tomando sus cavilaciones, así que cambió de emisora. Estaba claro que lo había disfrutado, ¿no? ¿pues qué había de malo en ello?

Manuel la miraba con atención desde la puerta, divertido por el constante cambio de expresiones en su cara. ‘Esta chica para el póker no vale’, pensó. Sabía que no se había pasado con ella, no era la primera vez que descubría todo aquello a alguna putilla. ‘Y a ésta le ha encantado, no jodas’, pensó mientras recordaba sus fluidos empapándole los huevos. El problema era que no sabía durante cuánto tiempo la tendría disponible. Sería una perspectiva deliciosa para él que aquello se mantuviera todo el curso, pero no sabía si sucedería. No quería ir demasiado deprisa por no asustarla, pero perderse ciertas experiencias… no estaba dispuesto a ello. Tomó una decisión y avanzó un par de pasos, sacando a Cristina de su runrún mental.

“¿Quieres?” le ofreció, tras beber un largo trago de coca cola.

“Sí”.

Cristina le imitó y dejó la lata en la mesa. Sus manos fueron automáticamente a la espalda del chico, y empezó a pasear el dedo por el tatuaje que adornaba la parte superior.

“¿Qué pone aquí?” siguió repasando cada trazo sobre la columna.

“Es el nombre de mi madre, en élfico” respondió él, buscando con un dedo el clítoris de la chica.

“Mmmm… O sea, que eres un friki de cuidado” respondió Cristina.

“No, no mucho, pero me gusta la forma de las letras.” Dijo comenzando a mover el dedo en círculos.

“Mmmm…” Cristina meneó las caderas, refrotándose más contra el dedito solitario.

“Cristina… te voy a preguntar una cosa.”

“Dispara.”

“¿Tienes algún juguete?”

“Mmmmm… sí, un vibrador. ¿Por?”

“¿Y dónde lo tienes?”

“En mi mesilla” respondió ella, juguetona.

“Voy a ir a por ello” dijo él, retirando la mano y haciendo aflorar un puchero en la cara de la profesora. “Sigue tocándote tú, que no quiero que esto se enfríe”

Se levantó corriendo y se metió en el dormitorio de ella. ‘Menos mal que el piso es alquilado’, pensó: todas las paredes, el techo, los muebles… incluso la colcha, todo era de color rosa. Daba la sensación de haberse caído en el mundo de Barbie. Localizó la mesilla y abrió el primer cajón.

‘¡Premio!’ Pensó Manuel para sí. Además del vibrador había un bote de lubricante. Lo cogió también y volvió al salón con ella.

“Abre las piernas y cierra los ojos” Cristina le obedeció con una risita. Manuel pulsó el interruptor del vibrador y aquel cacharro cobró vida, una vida un tanto furiosa.

“Si le das otra vez al botón, baja la intensidad. Tiene tres posiciones” Susurró Cristina.

“Te lo sabes bien ¿eh? Menuda golfa estás tú hecha…”

Apoyó la cabeza del cacharro, donde debía estar el motor, sobre el clítoris de la joven y se sentó a su lado, mientras la veía estremecerse.

“Mírame”

Cristina abrió los ojos con dificultad y le miró. Seguía con la polla tiesa, dura, brillante… se agachó como pudo y volvió a metérsela en la boca, a chuparla, a intentar atravesarse la garganta luchando contra las arcadas mientras él movía el aparatito con suavidad, llevándola muy cerca, de nuevo, del clímax, pero retirándolo cuando empezaba a rozarlo con los dedos.

Manuel estaba disfrutando de la mamada. La profe no lo hacía nada mal, y menos aún para ir puesta, no le había llegado a rozar con los dientes. Sin embargo, estaba incómodo, le tocaba retorcerse demasiado para hacerla gozar. Retiró el cacharro de la entrepierna de ella.

“Ponte encima de mí, Cris, que quiero comértelo”

Ella obedeció deprisa. ‘No hay nada como tenerlas cachondas para que te hagan caso’, razonó él justo antes de hundir su cara en aquel coñito inundado.

Cristina abrió la boca de la impresión, dejando escapar el pedazo de carne que estaba saboreando y volviendo a engullirlo de nuevo en menos de un segundo. ‘Diosss…’ fue el pensamiento que surgió en su cerebro ‘qué lengua tiene el tío de la criatura, madre mía, qué pasada…’. Perdió el hilo hasta de aquello cuando notó cómo el vibrador se introducía hasta el fondo de su cavidad. Solo podía tragar, chupar, lamer; consiguió encajar la cabeza de aquella polla en su garganta y siguió insistiendo hasta tocar el pubis de él con los labios. Sacó la punta de la lengua, no sabía muy bien cómo, y la hizo titilar.

Manuel retiró la cabeza del dulce que se estaba comiendo. ‘Joder, ¡se la ha tragado entera!’. Disfrutó un segundo de la sensación antes de volver a hurgar con la lengua entre los pliegues del chochito rosa que tenía sobre la cara, y mientras estaba en eso, el diablillo de su hombro izquierdo le pinchó con el tridente, así que comenzó a retroceder y clavó la lengua en el ojete cerrado que tenía delante.

‘¡Me está comiendo el culo!’ Pensó Cristina. Casi se corre, pero no, así que siguió tragando. Seguía alucinando con la sensación del vibrador enterrado profundamente dentro de ella, los roces de la lengua de él en un lugar tan prohibido… al cabo de un momento, notó cómo la lengua era sustituida por un dedo untado en algo resbaladizo. Se encogió de gusto, y notó cómo un brazo la sujetaba contra el cuerpo que tenía debajo sin permitirle el movimiento. La lengua juguetona del tarambana volvía a atacar su clítoris sin piedad, y ella intentaba no ahogarse con el falo que atravesaba su boca, no perder la fuerza de las piernas, no estallar… y aguantó. Pero solo hasta que el dedo de su culo se vio acompañado por otro que tiraba en dirección contraria con suavidad: eso se combinó con las drogas, la lengua, el cacharro vibrando, la polla en su boca, el sentirse tan cerda… y un relámpago de gusto, arrollador en su intensidad, volvió a recorrerla de abajo a arriba, desde el coño a la coronilla, haciendo que nada de aquello fuera cuestionable.

Manuel sonrió y dio un último lametón al botoncito mientras veía cómo el dildo salía disparado de las entrañas de la chica. Se la quitó de encima con suavidad.

“Ponte a cuatro patas, Cristinita, que tengo una idea”

Cristina obedeció, ya medio grogui. Espabiló rápido al sentir un chorretón fresquito y cómo la polla del chico se abría paso, sin prisa pero sin pausa, por su puerta trasera. Abrió los ojos como platos cuando llegó al tope doloroso y empujó.

“ME CAGO EN TU PUTA VIDA” Siseó, intentando no moverse.

“Sssssh, tranquila, ya ha pasado lo peor. No te muevas, déjate tiempo para acostumbrarte”

“CABRÓN CÓMO DUELE…”

“Dentro de un rato no será para tanto. Muévete tú cuando estés lista”.

Para su sorpresa, Manuel tenía razón. Empezó a moverse milímetro a milímetro, y automáticamente llevó una mano a su coño. El dolor de cada movimiento se iba convirtiendo en placer, un placer desconocido, distinto, pero potente como él solo.

Manuel sabía que aguantaría poco. Llevaba rato intentando no correrse con las habilidades orales de Cristina, y la presión del culito de la profesora era demasiado. Seguro que era virgen por ahí detrás. ‘Qué gustazo’, pensó, notando divertido cómo empezaba a moverse bastante más deprisa debajo de él ‘y la muy puta lo está disfrutando…’ Ese pensamiento fue demasiado para el joven nini, que descargó todo su semen en el recto que le acogía.

Cristina sonrió al notar los trallazos de la corrida y se movió lentamente para permitirle salir sin dolor. Acabaron tumbados en el sofá, agotados, el encima de ella.

‘Verás tú el viaje de mañana’, fue lo último que pensó antes de quedarse dormida.