El timbrazo

No es infidelidad si tu pareja está de acuerdo.

—Pues no sé qué más contarte. Creo que ya estamos al día, y estoy reventado.

—Oh, no, cariño —respondió con una sonrisa—. Reventado es como te iba a dejar si durmieras aquí.

—Uy, uy, uy, que tiene ganas de guerra el muchacho —se le notaba en el tono de voz que le había hecho gracia, pero también que se había excitado.

—Todos los días, cielo; todos los puñeteros días.

—Este finde te daré lo tuyo y lo de tus primos, no te preocupes. —El timbre del portero  retumbó en el silencio nocturno. —Uy, ¿eso es el timbre? ¿Quién llama tan tarde?

No respondió de inmediato, no sabía qué decir.

—Así empiezan los dos tipos de historias que me gustan —continuó bromeando al otro lado de la línea telefónica.

Abrió el portero automático.

—Nada, parece que se han equivocado. O algún gamberro, yo qué sé —replicó con voz algo tensa mientras abría la puerta y esperaba en el descansillo—. Cielo, es muy tarde y tengo mucho sueño. ¿Hablamos mañana?

—Por supuesto que sí, amor. ¡Buenas noches y dulces sueños!

—Buenas noches, descansa mucho. Hasta mañana.

Y colgó. Justo a tiempo, porque en aquel momento asomó una cabeza vagamente familiar por las escaleras del bloque. Era un hombre de mediana estatura, hombros grandes y espalda ancha; la camiseta se le ceñía sobre la barriguita, pero también le marcaba el torso y los brazos hinchados. Aunque era de mediana edad, su estilo deportivo y juvenil le quedaba bien; de todos modos, no pretendía dejarle la ropa puesta mucho tiempo. Con un gesto de cabeza le hizo pasar al interior de su apartamento y cerró la puerta. No esperó ni un momento más para agarrarle del cuello de la camiseta y tirar de él. Le mordió el lóbulo de la oreja, enredó los dedos en su cabellera negra y empujó, doblegando al hombretón de rodillas frente a él.

—Joder, vas al grano.

Apenas le dejó terminar la frase hundiéndole en la cara todo el paquete, aún envuelto por el pantaloncito corto.

—Casi me pillas hablando por teléfono.

—Es la hora que me dijiste.

—Es la hora de comerme la polla —le cortó bajándose el pantaloncito y dejando que aquella verga gruesa y dura saltara como un látigo contra la cara del hombretón barbudo.

El hombretón no dudó ni un instante en metérsela en la boca hasta el fondo. Le agarró por la nuca y se la hundió hasta golpearle el paladar, pero no logró asfixiarlo; era evidente que tenía experiencia y su succión era maravillosa. Cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás, incapaz de contener el gemido, casi olvidando por un instante su auténtico propósito. Se dejó hacer un minuto más, mientras el hombretón tomaba las riendas y empezaba a deslizar el rabo afuera y adentro entre sus labios, con un ritmo ágil, empapándole de saliva todo el tronco de la polla. Sólo después logró retomar el control lo suficiente para seleccionar la aplicación de videocámara en el móvil y empezarle a grabar.

Qué bien cuadraba en pantalla. El rabo venoso brillaba lúbrico, deslizándose con suavidad dentro de la boca de aquel tipo, desapareciendo por completo cuando su nariz le acariciaba el pubis. Ni siquiera necesitaba agarrarle para follárselo, él tenía demasiada hambre. Tragaba con tanta dedicación que tardó unos segundos en alzar la mirada y darse cuenta de que estaba siendo grabado, pero toda su reacción consistió en clavar sus ojos verdes en el objetivo del móvil y esbozar una sonrisa sin sacarse el miembro de la boca. Tenía manos grandes de dedos gruesos algo velludos. Eran manos fuertes, como pudo comprobar cuando le agarró una de las manos y la guió hasta la base de su polla. El tipo entendió lo que pretendía y comenzó a masturbarle sin cesar su mamada. La cámara temblaba entre sus manos, extasiado por la habilidad de su amante y la situación infame en la que estaba participando.

—Tócate —le ordenó.

Y aquel tipo grandote y barbudo que le sacaba al menos cinco o seis años se las apañó para desabrocharse y bajarse el pantalón y los calzoncillos hasta las rodillas sin dejar de chupársela ni un momento. Tenía una polla pequeña pero gruesa tiesa sobre dos huevos grandes y peludos, una polla ligeramente arqueada hacia arriba terminada en un capullo que parecía brillar como un ascua de lo rojo que estaba. Obediente, se la agarró con la mano que tenía libre y continuó chupándosela.

Aquello era tan excitante que sentía que se iba a correr. Y todavía no era el momento.

Lo apartó de un empujón en la frente. Dudó un instante qué hacer, un instante en el que el hombretón permaneció de rodillas frente a él, con la cabeza alzada hacia su rostro y la mirada expectante, reluciendo de lujuria, mirando provocativo hacia la cámara. Le apoyó el pie descalzo en el pecho y le obligó a tumbarse bocarriba sin dejar de grabar ni un segundo. Con una mano se tocó suavemente los testículos, temeroso de correrse si se tocaba el miembro, mientras deslizaba el pie hasta la polla de su amante. Descargó una pizca de peso y vio cómo el hombretón arqueaba la espalda, gimiendo. Le acarició con el pie, arriba y abajo, grabando al tipo totalmente sometido y postrado ante él.

En la pantalla del móvil saltó una notificación de mensaje. Era de su pareja.

—A la mesa —le ordenó, señalando en dirección al salón.

El hombretón se giró y se apoyó sobre sus rodillas, hundiendo la espalda y alzando un culo grande con dos nalgas redondeadas e hirsutas, luciéndose, manteniendo la mirada directa a cámara por encima del hombro. Le azotó en el trasero y deslizó los dedos entre las nalgas, presionando repetidas veces contra un agujero que cedía hambriento. El tipo terminó de incorporarse dejando un rastro de prendas de ropa a su paso. Él, por su parte, pateó su pantaloncito corto a un lado y se arrancó la camiseta, luciendo un torso esbelto y definido cuya piel pálida brillaba a la luz de las lámparas.

Abrió un cajón y sacó el preservativo y el lubricante que había dejado preparado allí. Mientras seguía al hombretón se lo fue poniendo, tirando la funda al suelo y procediendo a embadurnarse la mano con la crema oleosa, que luego untó por todo su rabo, apretando los dedos fuerte entorno al tronco y acariciándose el capullo con un par de giros que le hicieron estremecerse. En el salón, el hombretón esperaba con los antebrazos apoyados sobre la mesa y el culo ofrecido, a la espera.

Mientras se acercaba, grabando la escena, giró el móvil un momento para enfocarse directo a la cara.

—Esto va por ti, cielo.

Y se la clavó de una sola estocada. No paró hasta que sus huevos rebotaron contra el perineo del tipo aquel, que ahogó un gemido provocado por una pizca de dolor, dos pizcas de sorpresa y tres de placer. Volvió a enfocar aquel culo grande, redondo y peludo, entre cuyas nalgas emergía y se volvía a hundir su rabo en un frenesí violento, salvaje, que le hacía bufar de placer y esfuerzo mientras arrancaba gemidos a su compañero, cuyas manazas se agarraban a los bordes de la mesa con fuerza. El mueble temblaba con cada embestida, las patas chirriaban a cada ensartada deslizándose unos milímetros sobre el suelo, el rostro del hombretón se compungía y enrojecía sin parar de suspirar y suplicar más. Y no desvió la cámara ni un solo momento de su rabo grueso y venoso destrozando aquel culazo de escándalo. Sentía cómo se le iba la vista y algo bullía en su interior, a punto de explotar.

—Para, para —susurró el hombretón.

—¡Un poco más! —gruñó.

—Vamos a… grabarte… mientras te… —no pudo terminar la frase, entrecortada por sus propios gemidos.

La idea era buena. Se detuvo y se apartó un instante. El hombretón se incorporó, le agarró por el rabo y lo arrastró hasta el sofá. Se tumbó sobre un cojín y alzó el culo de nuevo, con aquel agujero sonrojado abierto y suplicando por más polla. Le tendió una mano, pidiéndole el teléfono.

No pudo ver la pantalla, pero se podía imaginar la escena. Ahora era él el que salía en el encuadre, con su piel sudorosa y pálida brillando, con el rostro enrojecido compungido en una mueca brava y violenta. Le agarraba manteniendo sus piernas velludas en alto mientras su cadera golpeaba el culo de aquel hombretón, la polla se deslizaba entre sus nalgas con un ruido húmedo y los huevos rebotaban marcando un son rítmico y violento. La polla corta y curva de aquel tipo empezó a temblar y la leche salió disparada cubriéndole el torso, salpicándole la barbilla y manchando el sofá. Pero en aquel momento sólo podía pensar en mirar a cámara e imaginarse lo que sucedería aquel mismo fin de semana, cuando le enseñara su nuevo hallazgo porno a su novio.

Estaba tan seguro de que le gustaría que explotó con un bramido, marcando una última embestida que hizo retorcerse al hombretón. Aquel esfínter se apretó de golpe entorno a la base de su miembro en el momento más oportuno y sintió que la razón le abandonaba por completo.

Lo siguiente que percibió fue el suelo frío bajo sus nalgas. Estaba sentado en el suelo, con el condón colgando de su rabo aún morcillón, preñado de una de las corridas más copiosas que había experimentado en su vida.

Aún con la respiración acelerada, se levantó, fue al baño, se deshizo del condón, agarró un rollo de papel higiénico y se lo arrojó al hombretón.

—Repetimos cuando quieras, semental —le sugirió el amante con una media sonrisa.

—Si no te importa, me levanto a las siete.

El tipo entendió que la faena había acabado y se marchó sin más comentarios, pero con una sonrisa satisfecha en la cara. Recogió el teléfono, que descansaba sobre el sofá junto a las manchas de lefa que tendría que limpiar al día siguiente, antes de que nadie las viera, y miró al objetivo una última vez.

—Espero que te guste, amor.