El templo de la venganza (2: Martin)

Martin es un chico muy popular entre sus profesores. Es encantador, buen estudiante y muy educado. O por lo menos, eso aparienta. Sin embargo, el templo le visita...

Martin comprobó ante el espejo, por millonésima vez, que su aspecto era todo lo impecable que se podía llegar a ser. El pelo peinado hacia atrás con abundante gomina, las gafas perfectamente limpias, el cuello de la camisa bien colocado... todo perfecto. Ensayó su sonrisa un par de veces, probó su "mirada inteligente" un par mas y su "mirada de respeto" otro par. Estaba listo. Tan atractivo como siempre. Se apartó un poco para tener una vista general del cuerpo; con aquella ropa tan pasada de moda, caía bien a la mayoría de gente mayor solo con verlo. Era delgado, pero sin exagerar.

Con paso seguro abandonó el lavabo del instituto. Miró su reloj de estilo clásico; faltaban diez minutos para que empezara la clase siguiente. Demoró su paso expresamente para llegar solo un poco antes que el profesor. Y lo logró como siempre... El señor Haskins cabeceó con aprobación al ver como se sentaba en primera fila. Repartieron los exámenes... y la prueba comenzó. Tres filas mas atrás, alguien hizo una pregunta complicada, y el Sr. Haskins fue a responderle... tiempo durante el cual Martin copió descaradamente del examen del chico de al lado. Todo estaba saliendo como había previsto, de forma milimétrica.

Quien hizo la pregunta lo hizo solo porque él, Martin, le había pagado para ello. De esta forma, obtendría la posibilidad de copiar. Y la aprovechó. No es que fuera un mal alumno, o que le faltara la inteligencia necesaria para aprobar un curso tras otro; solo que le parecía mucho mas practico aprovechar su inteligencia para ascender haciendo trampas. Y nunca le había fallado. Siempre fue el alumno favorito de todos sus profesores. El alumno modelico. Si alguna vez cometía una falta en un examen, incluso se la borraban por simpatía. Nunca daba problemas; no se peleaba, no correteaba por los pasillos, no lanzaba bolitas de papel masticado... y siempre hablaba a sus profesores con gran respeto y tratándoles de usted. Imaginó fácilmente la situación cuando Haskins corrigiera las pruebas.

Encontraría dos de iguales. La suya, y la del otro chico. El otro era buen estudiante – porqué si no iba a sentarse a su lado? - , pero también era el capitán del equipo de fútbol, y uno de los personajes mas populares y ruidosos de la clase. Haskins les miraría, les preguntaría lo que significaba aquello. Y entonces, Martin parecería entre sorprendido y triste de que alguien pudiera sospechar de él; le clavaría su "mirada inteligente" cuidadosamente estudiada para hacerle parecer intelectual, y le preguntaría, con gran respeto y palabras altisonantes, si realmente pensaba que él podía ser culpable. Mientras, el otro chico armaría un escándalo, protestaría y insultaría; Haskins le creería a él, Martin lo sabia con seguridad. Lo había hecho otras veces. Terminó la prueba antes que otros, y se fue tranquilamente hacía su casa.

Al llegar, comprobó que le habían dejado, siguiendo sus estrictas instrucciones, la cena sobre la mesa del comedor, tapada como él quería con un mantel. La destapó y comió tranquilamente. Al terminar, se fue a su amplia y bien iluminada habitación a jugar un rato con su PC de última generación. Se lo habían comprado – como el resto de cosas – como compensación por su gran trabajo escolar, su éxito en el campo de los estudios. A diferencia de su hermana, la pobre y estúpida Helena, que siempre suspendía en todo y a quien nadie quería. Jugó el resto de la tarde. Sabía que igualmente mañana alguien le dejaría copiar los deberes... si no lo hacían, sería mucho peor para ellos; él podía hacer que los castigaran solo con abrir la boca. Era el favorito; si rompía una ventana, y acusaba a alguien de haberlo hecho, todo el mundo le creería. Incluso los padres de los otros alumnos, puesto que le tenían por un chico ejemplar y maravilloso. Tan educado y bueno. Era su particular reinado de terror...

Como hacía siempre, se fue a la cama a las 10 en punto. Tenía que dormir sus horas, o la mañana siguiente no presentaría el aspecto tan cuidado que le costaba de mantener. Se desnudó lentamente, y antes de ponerse el pijama se sentó sobre la cama, pensando en algo que se le acababa de ocurrir. Quizás podría llamar a helena para que le hiciera una paja. Ella nunca quería, pero si se negaba, ya sabía que le esperaba. Pero no, no tenían tiempo. Otro día. Se puso el pijama, se abotonó hasta el cuello, y tapándose hasta la barbilla, se durmió, no sin antes dejar las gafas – que de hecho solo necesitaba para leer – en la mesilla de noche.

Y despertó tirado en el frío suelo del templo de la venganza. Él no se espantó en absoluto. Era una situación inesperada, que hacía falta analizar cuidadosamente. Parecía encontrarse en una gran sala encolumnada al estilo de los templos griegos, cuya única luz provenía de las nubes que cubrían el techo. Al otro extremo de donde se encontraba, había un estrado con un viejo sentado encima, casi oculto por la distancia. Un viejo, pensó Martin, es alguien mucho mas vulnerable que la mayoría a mis encantos. Vamos a verle. Y se dirigió hacia el juez. Su aspecto, su túnica y peluca le sorprendieron, pero no dejó que su impresión transparentase. Al estar cara a cara, habló.

Creo, señor, que me he perdido de alguna forma que no alcanzo a comprender. Tal vez podáis ayudarme de algún modo, con vuestra superior experiencia...

No te has perdido en absoluto, joven relamido. Estas aquí, en el templo de la venganza, para ser juzgado. Y yo soy el juez que proclamara sentencia.

Juzgado, señoría? Pero de qué crímenes se me acusa? Y, en todo caso, que clase de juzgados son estos?

Estos son los juzgados extrahumanos donde aquel que causa daño a la sociedad es castigado por sus actos. Y tu no te has perdido porqué tus actos te han conducido hacia aquí. Estas justo donde debes estar. Y ahora escucha! Escucha porque tus delitos son grandes y variados. Has mentido infinidad de veces, no solo para salvar tu persona sino, lo que es mas grave, para perjudicar a otros por el simple placer que ello te causaba. Has obligado a tus semejantes a rebajarse y a obedecer tus ordenes mediante tu capacidad de manipulación. Has hecho trampa en todos los ámbitos donde puede hacerse, y te has aprovechado del éxito que te ha reportado para ampliar tus ambiciones. Lo que has hecho es mucho mas grave que el simple daño físico que puede infligir un gamberro como los que tuvimos aquí hace poco; tu has anulado voluntades, has causado traumas, has suprimido esperanzas. Has reducido a tu propia hermana al nivel de simple esclava de tus deseos, mortificándola des de que nació, haciéndola parecer estúpida a ojos de los demás. Por todo ello, te condeno al tercer nivel de la mazmorra. Acólitos! Lleváoslo. Que se ocupe de él la castigadora.

Un momento! Como sabe todo esto? Quien es usted?! Le he dicho que un momento!

Los acólitos, sin hacerle el menor caso, le habían apresado y se lo llevaban hacía su destino. Su mente analítica tembló al ver el ambiente al que le habían arrastrado. Las paredes mohosas y negras, de fría piedra, cubiertas de todo tipo de instrumentos que solo podían sugerirle las mas terribles imágenes... travesaron dos salas muy similares, y se detuvieron en una tercera. Entonces, los acólitos le rodearon en circulo, y le arrojaron en medio del espacio que quedaba entre ellos, impidiéndole huir con su sola presencia. Alguien reía detrás de ellos. Apareció de pronto, empuñando un látigo. Una chica impresionante, de larga cabellera rojiza, vestida de cuero negro.

Desnúdate!

Quien es usted?? Que es lo que pretenden??! Les denunciaré en cuanto...

Es que aún no lo has entendido? Obedece o serás castigado con mayor crudeza!

Chasqueó el látigo con fuerza contra el suelo; el sonido que hizo fue terrible. De pronto, Martin comprendió que si no la obedecía, el siguiente latigazo sería para él. Y un latigazo como aquel le abriría una herida espantosa... no tenia otro remedio. Pero ahí en medio... con todos aquellos encapuchados mirándole... y la chica... lentamente, dirigió sus manos bien cuidadas al primer botón del pijama. Lo desabrochó. Y fue a por el siguiente. Sabía que cuando se terminaran los botones, tendría que quitarse la camisa... y que después venia el pantalón, y no llevaba nada debajo. Le sudaban las manos; era algo muy molesto, indicaba descontrol, y él nunca perdía el control. De pronto se dio cuenta de que ya estaba desabrochando el último. Miró suplicante hacia la chica; no quería hacer el ridículo, no quería pasar por aquello. Pero al verla, comprendió que iba en serio... se quitó la camisa. Y entonces... casi llorando de la vergüenza, se bajó el pantalón del pijama. Inmediatamente intentó taparse con las manos. Los acólitos se reían, como había temido. Todos se reían de él y su ridículo aspecto, desnudo en medio de todos ellos.

Quien ha dicho que te taparas? Yo he dicho que te taparas?

N... no. No, pero por favor...

Si no lo he dicho es que no debes hacerlo. Tu no eres nadie. Eres un cerdo estúpido que ha tenido la desgracia de toparse conmigo. Y conmigo solo hay una opción; obedecer. Fuera las manos!

Ahora Martin lloraba abiertamente, mientras disponía las manos a ambos lados de su cuerpo.

Hmmm veamos que tenemos aquí. De modo que escondías esto... ha! No me extraña que lo hicieras. Habías visto nunca algo tan... ridículo? Estáis seguros de que me habéis traído un chico?

Con el látigo doblado, la castigadora toqueteaba la polla de Martin, riéndose de su flacidez y su pequeño tamaño. Para ser justos, deberíamos decir que el miedo y el frío contribuyeron a que se encontrara en aquel estado.

Ahora entiendo el asco de tu hermana cuando la obligabas a tocártela. Debía pensar que manoseaba un gusano, una larva viscosa. Eso es lo que eres en el fondo, no es así? Tengo que enseñarte a comportarte, la verdad es que has sido un cabrón de cuidado.

A su señal, los acólitos lo sujetaron con fuerza, para atarle a unas argollas que pendían del techo. Lo ataron por los tobillos, de modo que quedó colgando cabeza abajo, las manos intentando arañar el suelo vanamente, protestando aún, intentando hacerles entrar en razón, con sus propias palabras. Uno de los acólitos tendió a la castigadora una gruesa correa de cuero, doblada, curtida y preparada para causar el dolor.

Siempre te has salido con la tuya, no es así? Pues ahora te alegrara saber que vas a descubrir una nueva experiencia. Vaya, unas cuantas. La primera se llama dolor, y lo conocerás con gran profundidad, te lo aseguro. La segunda, se llama sumisión, y también vais a tener una relación muy profunda. Tienes algo que decir?

Por... por por favor, por favor, no me haga daño, le daré lo que quiera, mis padres son ricos, no me haga nada, bajeme!

Lo siento! No soy una persona compasiva. Pronto lo descubrirás.

La castigadora observó el panorama que tenía delante de sus ojos ávidos. El cuerpo del chico no estaba nada mal. Delgado, músculos simplemente marcados, propios de alguien que se mantiene en forma. En tensión por la incomoda posición a la que lo han sometido. Las piernas, largas y blancuzcas, le atraen poderosamente. Y el culo, sobretodo. Por fin llega el momento por el cual vive, y levanta el brazo con fuerza para descargar un violento golpe con la correa en el trasero de su víctima. El sonido fue espeluznante, un chasquido violento seguido de un aullido de dolor absolutamente gratificante. Martin intentaba llegar con las manos a la parte afectada, pero no lo lograba, consiguiendo solo las burlas de su captora. Si, siempre le había gustado en especial la correa. La simbiosis que se establecía entre ellos tres – la victima, la castigadora y la correa – solía ser perfecta, un engranaje maravilloso de sufrimiento. Extasiada por aquel pensamiento, continuó.

Zaaash! Zaaash! Zaaash! Zaaash! Zaaash! Zaaash! Zaaash! Zaaash! Zaaash! Zaaash! Zaaash! Zaaash! Zaaash! Zaaash! Zaaash! Zaaash! Zaaash! Zaaash! Zaaash! Zaaash!

Repartía hábilmente los azotes por toda la área disponible. Su preferencia era naturalmente el trasero, que con su abundante carne blanca y blanda era el blanco perfecto, como si alguien lo hubiera diseñado especialmente para ello; y el color y textura que tomaba, con cada cinturonazo, era admirable; pero también se dedicó a trabajar toda la extensión de las piernas, e incluso la espalda del chico, que a aquellas alturas chillaba como un cerdo en el matadero.

Yaaaaaaaaghghg aaaaaahhhhaggg baaaasta!! Basta!!! Me haces daño!! Me estas matando!!!

Que Zaaash! Zaaash! Zaaash! Te Zaaash! Zaaash! Zaaash! Zaaash! Estoy Zaaash! Zaaash! Zaaash! Zaaash! Zaaash! Matando? OH, no, te lo aseguro. Aquí no servimos experiencias próximas a la muerte hasta el séptimo nivel, tu Zaaash! Zaaash! Zaaash! Zaaash! Zaaash! Zaaash! Zaaash! Zaaash! Zaaash! Zaaash! Zaaash! solo estas en el tercero! Zaaash!

Ahora Martin se encontraba en su infierno particular, apenas oía lo que le decían. Se movía como un poseso, intentando constantemente protegerse con las manos, y sus fracasos constantes no le desanimaban de seguir intentándolo. La sola perspectiva de protegerse de uno solo de aquellos azotes le daba fuerzas para mover los brazos una y otra vez. Aquellos azotes que eran como un enjambre de avispas cada uno, como aquella vez que se había quemado de pequeño. Hasta que, al fin, cesaron. Le bajaron de las argollas; tenia toda la espalda, piernas y trasero llenas de marcas, de un color rojo intenso. Pero en ningún momento le dejaron reposar, puesto que de inmediato fue transportado hasta la siguiente tortura. Ahora que sabía que tipo de cosas podían ofrecerle, se debatía aún con mas fuerza, casi escumeando por la boca, pero la fuerza de los acólitos era absoluta. Solo que esta vez lo que le esperaba no era dolor; era humillación. Le arrojaron al suelo brutalmente. Al intentar escapar se lo impidieron... y entonces se dio cuenta de que los acólitos ahora iban desnudos, salvo por sus mascaras. Sus grandes cuerpos increíblemente musculosos, brutales, le estaban esperando. La Castigadora se lo indicó por señas, y tuvo que hacerlo. Tuvo que hacerles una mamada a cada uno de ellos, y tragarse hasta la ultima gota de semen. Le costó introducirse aquellos miembros enormes en la boca, pero no tenía otro remedio.

Lo ves, pequeño cerdo? No eres mas que una puta. Te creías el mejor y ya ves como has terminado. Quieres un poco mas del cinturón?

No, no por favor, no...

Se arrastró por el suelo, lamiéndole las botas a la castigadora con devoción. Y, de pronto, despertó en su cama, sudoroso. No fue un sueño; toda la espalda y piernas le ardían terriblemente, y con gestos frenéticos se arrancó el pijama. No soportaba siquiera el roce de la tela. Pero la mañana siguiente tuvo que soportar las burlas de su familia cuando lo encontraron durmiendo sobre la cama, bocabajo, completamente desnudo... y tuvo que atenerse a sus normas, cuando le obligaron a vestirse e ir al colegio, a pesar del dolor que sentía cuando lo hacía – puesto que no podía demostrarles lo que le habían hecho, al no quedarle ninguna marca - . Y allí, en el colegio, tuvo que aguantarse mientras le daban una paliza sus compañeros, demasiado hartos de sus jugarretas. De pronto, comprendió que su vida había cambiado para siempre.

FIN