El telescopio
Miguel pasa la noche en el campo para ver las estrellas con su hermana.
Salí de mi habitación y me encontré a mi hermana Laura desayunando con mi madre. Laura se había independizado hacía tres años, pero vivía muy cerca y pasaba mucho por casa. Como mi padre se había ido ya a trabajar, estaban las dos solas charlando de sus cosas.
—Mira qué bien — dijo mi madre al verme aparecer —. Le decía a tu hermana que estarías encantado de ayudarla.
—Claro, ¿a qué? — respondí sentándome con ellas. Mi hermana Laura era mi preferida. No solo era la mayor sino que me había cuidado mucho de pequeño y me llevaba genial con ella. Ella ahora tenía veintiséis años, luego estaba Gema, con veintitrés y yo con dieciocho. A las dos las quería un montón, pero con Laura tenía una relación especial. Cuando empecé a salir con chicas a ella era a la que acudía con mis problemas y dudas. Nos reímos un montón, compartimos muchas confidencias y nos hicimos realmente cercanos.
—Es que tengo un problema, Miguel — me dijo Laura —, el viernes por la noche hay Superluna e iba a ir a la sierra a fotografiarla con el telescopio nuevo, pero José no puede venir y yo no puedo con el telescopio. Pesa mucho para mí.
A mi hermana siempre le había gustado la astronomía. Tuvo su primer telescopio con trece años y, desde entonces, había desarrollado mucho su afición. Todos los meses recorría los treinta kilómetros que distaba la sierra y, sin polución lumínica, disfrutaba de su hobby.
—¿El viernes? Es el cumpleaños de Luis, vamos a ir de fiesta todos los amigos — protesté.
Mi hermana se levantó y se puso a mi espalda, me abrazó y me llenó la cara de besitos.
—Hermanito, no hay otra Superluna en todo el año, te necesito, pequeñín — me decía con voz melosa sin dejar de besarme la cara.
—Quita, anda, quita. ¿Tú sabes lo que me estás pidiendo? Vamos a hacer una celebración por todo lo alto, Luis cumple dieciocho.
Mi madre nos miraba con una sonrisa y mi hermana seguía haciéndome la pelota.
—Venga, chiquitín. Te deberé una muy gorda.
—De gorda nada, el viernes iba a intentarlo con una prima de Luis que no está nada gorda. Bueno, tiene ciertas partes que si están muy crecidas.
—Jajaja, eres un bribón. Pero tu hermana querida te necesita. ¿Vas a dejarme colgada?
Me hice el difícil unos minutos, pero sabía desde el principio que acabaría cediendo. No podía resistirme a mi hermana.
—Vaaaale, seré tu mulo de carga — acepté.
—Biéeeeeen, yupiiiiiii.
Mi hermana hizo un bailecito para celebrarlo y mi madre y yo nos partimos de risa. Terminamos los tres de desayunar mientras Laura me explicaba todos los detalles de lo que haríamos el viernes. Tendríamos que ir al atardecer, pero con tiempo suficiente para subir con luz a su sitio preferido. Una vez colocado el telescopio y los chismes que necesitaba, esperaríamos a que se hiciera de noche completamente y saliera la luna. ¡Vamos! Que quitando la primera hora, luego yo me aburriría como una ostra mientras ella miraba por el aparato y hacía las fotos. Después tendríamos que esperar al amanecer para volver al coche con luz y no matarnos bajando del monte.
Por fin llegó el viernes. Aunque al principio me dolió un poco quedarme sin la fiesta con los amigos, en el fondo me hacía ilusión pasar la noche con mi hermana. Llegué a su casa puntualmente a la hora que me había pedido.
—¡Hala! ¿Qué traes ahí? — me dijo al abrir la puerta señalando mi mochila.
—He traído la grande. Como tú vas a estar ocupada y yo aburrido he traído un saco de dormir por si me entra sueño, agua, comida que nos ha hecho mamá, un termo con café y algunas otras cosas.
—Jajaja, parece que nos vamos una semana en vez de solo una noche.
—Mejor ser previsores. ¿Sabes que dan posibilidad de lluvia?
—No — le cambió la cara a la pobre —. Mejor mete en tu mochila la tela impermeable. El telescopio no se puede mojar.
—¿No tienes funda?
—Sí, pero no lo cubre entero, me voy más tranquila si llevamos la tela. Espero que las nubes no tapen la luna.
Después de terminar de preparar todo bajé el telescopio a su coche. Afortunadamente el trípode se podía separar del resto, y aún así pesaría unos veinte kilos. Una vez que tuvimos todo bien sujeto en el maletero nos pusimos en camino. Yo todavía no tenía carné de conducir así que mi hermana nos llevó hasta la sierra, dejando el coche al final de un camino de tierra a unos dos kilómetros de la cima del monte.
Tuvimos que hacer dos viajes para llevar todas las cosas. En el primero llevé el telescopio y Laura el soporte. Hicimos un par de descansos pero no tardamos mucho. En el segundo viaje subí la mochila y mi hermana la cámara y demás artilugios. Con menos peso pude disfrutar del paseo. Lo cierto es que el sitio era muy bonito y estaba completamente desierto. La única señal de civilización era una casita de pastores en ruinas a medio camino.
Una vez que tuvimos todo arriba ayudé a Laura a acoplar el telescopio al trípode y luego ella se ocupó de terminar de prepararlo. Nos sentamos a tomar un café mientras esperábamos la noche. Ella me preguntó sobre las chicas con las que salía y yo la pregunté por José, con el que llevaba dos años saliendo. Charlamos animadamente un par de horas hasta que la oscuridad fue total, luego sacó una linterna con la luz roja y empezó a mirar por el telescopio.
—Mira, Miguel, eso es Venus.
Yo pegué el ojo al ocular y pude ver un planeta redondo llenando casi por completo mi visión. La verdad es que era espectacular. Laura seguía buscando planetas y estrellas y mostrándomelas cuando encontraba algo curioso. Sorprendentemente disfruté mucho, no solo por ver el cielo, sino por compartir una noche tan estupenda con mi hermana. Al menos fue estupenda hasta que la ligera brisa que soplaba en la cima del monte se enfrió y las nubes se arremolinaron encima.
—Laura, creo que va a llover — le dije preocupado.
—No puede llover, todavía no ha salido la luna.
—Jajaja, no creo que a las nubes les preocupe mucho eso.
Laura se separó del telescopio y oteó el cielo. Según veía las nubes el ceño se le iba arrugando.
—Creo que tienes razón, por si acaso vamos a tapar el telescopio.
Ella le puso la funda y luego y lo cubrí con la lona impermeable, la até para que no se moviera y esperamos a ver si llovía. Laura se arrimó a mí y me abrazó de lado.
—Me gusta estar aquí contigo, hermanito. Hacía mucho que no pasábamos tiempo juntos.
—A mí también, Laura. Claro que como ahora tienes a tu Josito, a mí no me haces caso.
—Anda tonto — me dijo poniéndose de puntillas para darme un beso en la mejilla —, sabes que eres mi hermano preferido.
—¡Pero si soy el único!
—Jajaja, y aún así eres mi preferido.
Me reí con ella apretándola contra mí. En ese momento sentí la primera gota. Fue cosa de apenas un minuto el que la lluvia arreciara y empezara a caer como si nos regaran con una manguera.
—Tenemos que resguardarnos — le dije preocupado.
—¿Dónde? Aquí no hay nada.
—En la casa derruida del camino. Vamos, coge tus cosas.
Agarré la mochila y saqué una linterna de esas que son como un farol. Con la poca luz que daba bajamos agarrados de la mano hasta la casita de pastores. Vi un refugio bajo el poco techo que quedaba entre dos muros que apenas se mantenían en pie.
—¡Ahí! — exclamé.
Nos pusimos a cubierto, no había mucho sitio pero al menos nos librábamos de la lluvia. Laura, abrazada a mí, empezó a tiritar. Ambos estábamos completamente empapados, la ropa se nos había mojado y se nos pegaba al cuerpo. La fresca brisa que soplaba nos despojaba de todo el calor corporal.
—¿Tienes frio?
—Sí, estoy helada.
—Espera.
De la mochila saqué el saco de dormir y lo extendí en la parte seca de suelo abriendo la cremallera. A continuación empecé a desnudarme.
—Venga Laura, quítate la ropa y métete conmigo, si no entramos en calor nos vamos a coger una pulmonía.
Dejé la ropa en un sitio seco y me metí en el saco en calzoncillos. Laura se lo pensó unos momentos, no debía querer desnudarse delante de mí.
—Hermanita, o te quitas la ropa o te vas a enfermar.
Al final cedió y comenzó a quitarse la ropa. Se sacó los leggins que llevaba, un fino jersey y la empapada camiseta. La débil luz del farol la iluminaba tenuemente. Nunca había mirado a mi hermana de otra forma que fraternalmente, pero al verla allí, de noche y mojada, me di cuenta de lo bonita que era. Su cuerpo húmedo brillaba mostrando sus preciosas curvas, sus pesados pechos y su redondo culito. Supongo que algo avergonzada se metió corriendo en el saco solo con la ropa interior.
Se puso de lado dándome la espalda. Evidentemente no sobraba sitio, pero conseguí dejar unos centímetros entre nosotros después de cerrar la cremallera.
—¿Estas bien?
—No, no puedo dejar de tiritar.
—Ven, deja que te abrace.
Junté el pecho a su espalda y la envolví con mis brazos intentando no tocar nada indebido. Notaba perfectamente sus temblores de frio. Pasé un brazo bajo su cuello y con el otro la froté el brazo intentando que entrara en calor. Pegué mis piernas a las suyas esperando que el contacto entre nuestros cuerpos nos caldeara un poco.
—¿Mejor? — pregunté.
—Sí, eres como una estufita.
—Jajaja, parece mentira cómo nos hemos puesto en un momento.
—Estoy preocupada por mi telescopio.
—Entre la funda y la tela no creo que le pase nada.
—Eso espero, me ha costado una pasta.
—Seguro que no se moja. Voy a apagar la linterna para no quedarnos sin pilas.
Saqué la mano del saco y apagué la luz. Solo algunas estrellas iluminaban la noche encapotada. Me abracé a Laura disfrutando de nuestra calidez, al final habíamos conseguido caldear el saco y no pasar frio.
—Creo que tengo algunas piedras debajo — me dijo Laura removiéndose.
—¿Quieres que mire y las quite?
—No, por favor. Estoy entrando en calor y si sales volveremos a empezar.
—Vale.
Al moverse Laura, dejó su trasero presionando mi ingle, creo que no se dio cuenta pero mi “amiguito” empezó a despertar. Eché para atrás el culo para evitar el contacto, pero mi hermana me siguió buscando calor. Jamás había pensado de forma impropia en mi hermana, nunca había tenido fantasías ni deseos lascivos hacia ella, pero tenerla casi desnuda en mis brazos y con su trasero pegado a mi miembro me estaba afectando.
—¿Has conseguido alguna foto buena? — pregunté intentando distraerme y pensar en otra cosa.
—Ninguna, estaba esperando a la luna.
—Si deja pronto de llover podemos seguir.
—Eso espero.
Laura se volvió a mover y me cogió la mano poniéndola sobre su tripita. Estaba cálida y suave. Noté que, seguro que de forma inconsciente, movía el culo casi imperceptiblemente de atrás adelante. Mi miembro cada vez estaba más duro y yo no podía hacer nada para evitarlo. Intenté recular más pero el saco era para una persona y no pude retroceder. Laura seguía con su mano sobre la mía acariciando su tripa en silencio. De vez en cuando la recorría un escalofrío y yo la estrechaba más fuerte.
De forma involuntaria y completamente instintiva presioné mi miembro contra su culo. No lo pensé, simplemente mi cuerpo se movió apretándose contra ella. Laura se quedó rígida, completamente inmóvil. La mano sobre la mía se detuvo y su culo dejé de moverse.
—¿Miguel?
—Dime, hermanita — estaba aterrado, seguro que se había dado cuenta.
Estaba convencido de que me iba a echar la bronca, mi hermana me iba a acusar de ser un pervertido, un sinvergüenza, mal hermano y otras muchas cosas. Sobre mí iba a caer el mayor rapapolvo de la historia.
—¿Tienes frio?
Suspiré aliviado. Era imposible que no se hubiera percatado de mi erección, pero lo estaba dejando pasar.
—Un poco — musité.
—Acércate más — me dijo tirando de mi brazo.
La parte superior de mi cuerpo se ciñó más al suyo e intenté separar la parte inferior, pero era imposible en el reducido espacio que teníamos. Laura reanudó el movimiento de nuestras manos unidas en su abdomen y volvió a balancear el culito. Mi erección era tremenda, ya ni siquiera intentaba ocultarla. No pretendía hacer nada con mi hermana, pero no era capaz de permanecer inmóvil. Abrí la boca con asombro cuando Laura soltó mi mano y me acarició la pierna.
—¿Entras en calor, Miguel?
—Sí, Laura, estoy mucho mejor.
Y lo estaba. Ya no tenía frio, al contrario. Mi cuerpo sumaba su propia calidez a la de mi hermana y mi cerebro bullía con deseos, confusión e instintos desatados. Mi mano en la suave tripa de Laura se volvió más atrevida. Recorría su abdomen desde el borde de sus braguitas hasta topar con sus pechos cubiertos por el sujetador. Me asusté cuando dejó de acariciar mi pierna. ¿Se habría enfadado por mi descaro? Salí de dudas cuando volvió a poner su mano sobre la mía y a moverla por todo su vientre. Empujé suavemente con mis caderas presionando mi miembro con su trasero. Soltó mi mano y me dejó a mi aire. ¿Me estaba dando permiso tácito para hacer lo que quisiera?
Excitado quise salir de dudas, deslicé la mano entre sus pechos y recorrí su canalillo, apreciando el volumen del borde de sus tetas. Laura no dijo ni pio, no estuve seguro pero me pareció oír un suspiro saliendo de sus labios. Como no se opuso fui más agresivo. Acaricié sus grandes pechos por encima del sujetador. Laura no reaccionó aparte de apretar más su culo contra mí. Entendí que ella estaba bien con mis caricias y presioné una de sus tetas con algo más de fuerza, conseguí un levísimo gemido que me envalentonó.
—Voy a quitarte el sujetador, Laura. Creo que está mojado.
—¿Tú crees? — susurró.
—Sí.
Me aparté como pude para poder llevar la mano entre nosotros y desabrocharla el sostén. En cuanto lo desabroché se lo sacó y dejó sus dos brazos hacia arriba, doblados frente a su cara como si me ofreciera todo su cuerpo. Empezando por el borde de sus braguitas recorrí su tripa subiendo lentamente. Era su oportunidad de detenerme, si no quería que la tocara con que dijera una palabra yo me retiraría. Ante su silencio poco a poco llegué hasta sus pechos. Comprendí que tenía vía libre. Sin cortarme un pelo me aferré a un de sus bonitas tetas y apreté, la amasé dulcemente disfrutando de su tierno volumen. Mis dedos se hundían con suavidad en su carne. Lo repetí con la otra y luego acaricié sus pezones terminando por apretarlos entre mis dedos. Con la mano que tenía bajo su cuello acaricié su carita. Laura se dejaba hacer y de vez en cuando besaba mis dedos.
Era muy bueno. Tan bueno que relegó al fondo de mi mente cualquier conflicto que tuviera por estar metiendo mano a mi propia hermana. Durante mucho rato disfruté magreando sus pechos y besando su hombro y cuello. Laura permanecía inmóvil dejando escapar un suspiro de vez en cuando, aceptando mis caricias.
Tanto tocamiento me tenía completamente encendido. Mi erección palpitaba bajo mis calzoncillos llegando a doler. No aguanté más y me bajé la ropa interior. Sin pensarlo mucho para no darme tiempo a arrepentirme intenté bajarle las bragas a Laura.
—¿Qué haces, Miguel? — me preguntó muy bajito.
—Necesitamos más contacto para no pasar frio — respondí lo primero que se me ocurrió.
Mi hermana levantó las caderas y pude bajarle las braguitas. Mi miembro ahora estaba entre sus nalgas, frotando en su hendidura arriba y abajo. Me atreví a levantarle un poco la pierna y meterlo entre sus muslos, tocando su rajita. Mis caderas se movían atrás y adelante buscando el roce. La humedad de mi hermana me empapó el miembro y la sensación era increíble. Pero no tenía bastante. Maniobré como pudo buscando metérsela, necesitaba estar dentro de ella. No solo me dominaba la excitación, también me impulsaba el amor que tenía por Laura. Amor que había pasado de fraternal a otra cosa en cuanto la tuve desnuda en mis brazos.
Creo que mi hermana me ayudó, movió lo justo el culo para permitirme introducir en ella. Al principio fue solo la puntita, pero sentir su calor y esa dulce presión hizo que la aferrara de la cadera y empujara con todo mi corazón. La postura no era la mejor, pero le metí la polla casi entera.
—¿Qué es eso, hermanito? — me preguntó haciéndose la tonta.
Si mi hermana quería hacerlo así yo no sería quien lo impidiera. Si deseaba disimular y hacer como si no pasara nada la seguiría la corriente.
—Es para calentarte, ¿no notas calor?
—Sí, mucho — jadeó.
—¿Estás mejor así?
—Mucho mejor, gracias Miguelito.
Con la polla entera enterrada en su dulce coñito me dieron ganas de follarla salvajemente, pero algo en mi interior me impelía a ir despacio, a disfrutar de este momento único de forma lenta y pausada. Algo me decía que era lo que deseaba Laura.
Me moví despacio, metiendo y sacando mi polla lentamente. Mis manos tan pronto acariciaban su cuerpo como atraían su culo hacía mí para profundizar las penetraciones. Laura ahora no paraba de gemir tenuemente. Sus caderas se movían acompasadas con las mías. Yo estaba en la gloria, y creo que ella también. Seguía casi inmóvil dejándose hacer, solo movía el culito a mi ritmo. Estuvimos mucho rato, mucho tiempo disfrutando haciendo el amor de forma muy lenta y yo diría que tierna. Al final, a pesar de la lentitud, me llegó el momento. Me iba a correr y no sabía si hacerlo dentro de mi hermana. Le pregunté.
—Creo que voy a darte más calor todavía. ¿Quieres? — esperaba que lo entendiera. No quería ser más explícito y cargarme nuestro simulacro de que no estaba pasando nada.
—Espera un poco, hermano — gimió —, solo un poquito.
Hice un enorme esfuerzo para seguir bombeando lentamente sin correrme, me distraje mirando alrededor. Había dejado de llover.
—Ya Miguel, ya. Dame tu calor — me pidió mi dulce hermana.
Fue el único momento en que aceleré el ritmo. Me moví frenéticamente hundiéndome hasta la empuñadura hasta que me corrí en el interior de Laura. Ella también dejó de contenerse y gimió sin recato. El orgasmo nos alcanzó a la vez uniéndonos en el placer.
Cuando Laura se repuso todavía tenía el miembro dentro de ella. No quería sacarlo. La acaricié y besé hasta que hizo ademán de levantarse. Con todo el dolor de mi corazón me separé de ella.
Vi cómo se levantaba y recogía sus ropas, todo sin mirarme. Salí corriendo del saco y la ofrecí la sudadera que tenía en la mochila.
—Usa esto. No te puedes volver a poner tu ropa mojada.
—¿Y tú? — me dijo todavía rehuyendo mi mirada.
—No te preocupes. Yo me llevo el saco y me meto dentro.
—Vale.
Volvimos en silencio al telescopio. Laura consiguió sus fotos mientras yo esperaba sentado en una piedra metido en el saco. No me aburrí nada. Aunque mi sudadera le quedaba grande estaba preciosa con las piernas desnudas. Cuando amaneció hicimos los dos viajes pertinentes para bajar todo al coche. Nos vestimos de nuevo y volvimos a casa con la calefacción a tope. Ayudé a mi hermana a bajar sus cosas y me fui para casa. Laura estuvo fría y huidiza conmigo. Parece que una vez pasado el momento de pasión se había arrepentido. Aguanté dos días sin saber nada de ella antes de llamarla por teléfono. No me contestó. No era normal que no se pasara por casa en algún momento. Incluso mi madre me preguntó si nos pasaba algo. Aunque le dije que no había ningún problema, con el sexto sentido de las madres, me dijo que lo mejor cuando dos hermanos discutían era hacer las paces cuanto antes. Y eso hice.
Al día siguiente por la tarde, cuando sabía que estaría en casa, me pasé a verla. Según me abrió la puerta, sin hablar siquiera, la estreché en mis brazos y la di un fuerte y largo beso en la mejilla. Cuando me separé me volví para irme diciendo :
—Solo quería dar un beso a la persona que más quiero del mundo. Adiós, hermanita.
Al día siguiente Laura vino a desayunar a casa. Me dio un beso y todo volvió a la normalidad. Ambos actuamos como si no hubiera pasado nada entre nosotros. Así pasaron algunas semanas. Nos veíamos a menudo y nos tratábamos como hermanos que se quieren.
Hoy es sábado y estoy preparando mi mochila. ¿Para qué? Os preguntaréis. Resulta que el martes vino Laura a cenar y cuando terminamos me dijo :
—Hermanito. Necesito un favor. Resulta que el sábado hay una conjunción astral y quiero ir a hacer unas fotos. ¿Te importaría venir conmigo y ayudarme?