El teleferico
Allí estabas tú, en el banco de enfrente. Ensimismada. Me sentí avergonzado y rápidamente me puse a pensar en cuanto tiempo llevarías allí mirando. Hice un gesto como pidiendo disculpas, tal vez hubieras pensado que estaba algo mal de la cabeza por mis risas. Respondiste con un gesto: no pasa nada
Aquella mañana era un día especial. Era un día laborable en la ciudad y sin embargo por motivos propios de la Empresa en la que trabajo, disfrutaba de un día libre.
Me encanta la tranquilidad de esos días y siempre aprovecho para disfrutar de un Madrid en calma.
Como de costumbre en esos días tan escasos, me había levantado algo más tarde de lo habitual
Tras un desayuno con calma, mientras leía el periódico y mis artículos de opinión favoritos, busqué en mi estantería de libros alguno corto que pudiera ser mi objeto de entretenimiento para pasar la mañana. “Cuatro corazones con freno y marcha atrás” de Jardiel Poncela, fue la obra elegida.
Hacía tiempo que no lo leía y siempre me propiciaba mis buenas risas. Me vestí de forma cómoda, pantalón vaquero, camisa de manga corta y unos zapatos de verano.
Eran las 11 de la mañana cuando salí de casa caminando hacia el Parque del Oeste. En el mes de Septiembre el calor es más llevadero y ese día la temperatura era agradable. Caminaba despacio y observando todo a mi alrededor. La gente se movía tan deprisa como de costumbre en esta ciudad tan grande donde todo el mundo parece tener prisa a cualquier hora.
Todo se ve distinto cuando uno está calmado y relajado. Los coches hacían menos ruido y el aire hasta me parecía más limpio.
En el camino también tuve tiempo para alegrarme la vista en un par de ocasiones. Dos mujeres jóvenes se habían cruzado en mi camino. La primera una mujer elegante, seguramente ejecutiva y vestida de forma clásica. Su melena rubia, la falda por encima de la rodilla y el movimiento de sus caderas me hicieron girarme levemente a su paso. La segunda fue una chica vestida de manera informal. Al verla de frente me llamó la atención lo pronunciado de su escote. Debió de sorprenderme mucho porque al estar justo a su altura creí adivinar una sonrisa pícara como preguntando ¿a qué estoy buena eh?
Me reí tanto por su atrevimiento como por el mío.
Cuando llegué al Parque, busqué el camino de descenso por el Paseo de Rosales y una vez localizado un banco libre a la sombra decidí que sería el lugar apropiado para pasar la mañana en compañía del libro escogido.
Al poco rato, el único ruido que escuchaba era el de los pájaros y de vez en cuando el lejano traqueteo del teleférico que pasaba por encima de mi cabeza, unos metros a la derecha.
Estaba ensimismado en el segundo acto y ya apenas percibía lo que ocurría a mí alrededor. La sonrisa amplia y deshinbida, tal vez incluso hasta se me escapaba alguna carcajada más alta de lo apropiado.
En una de esas levanté la vista por si alguien pudiese estar contemplando mi buen estado de humor. No me equivocaba, había presentido una mirada observadora clavada en mí.
Allí estabas tú, en el banco de enfrente. Ensimismada. Me sentí avergonzado y rápidamente me puse a pensar en cuanto tiempo llevarías allí mirando.
Hice un gesto como pidiendo disculpas, tal vez hubieras pensado que estaba algo mal de la cabeza por mis risas. Respondiste con un gesto: no pasa nada y a la vez mi asombro fue en aumento. Te levantaste decidida caminando hacia mí.
Pude reparar de nuevo en tu figura. Ahora caía, eras la chica del escote con la que me había cruzado en mi camino hasta el parque. Pero… ¿Qué hacías allí? ¿Me habías reconocido? ¿Me habrías seguido?
Todas esas preguntas vinieron a mi mente mientras mis ojos recorrieron sin ningún disimulo la esbeltez de tus piernas. Aquella minifalda te sentaba de maravilla. Y el escote que ofrecía tu top blanco era de lo más sugerente.
Las preguntas no tuvieron respuesta, al contrario, tu modo de actuar hizo que me encontrara totalmente desconcertado.
- Hola, te estaba observando – dijiste sin tapujos -. Parece que lo pasas bien con el libro.
- Sí, es bueno. – Dije expectante.
Mientras hablabas te habías sentado en el banco, junto a mí. Se hizo el silencio unos segundos. Y casi forzado tuve que preguntar:
- ¿Querías algo? – Intenté ser simplemente educado
- Pues… quiero subir al teleférico.
- Ahh.. muy bien ¿y porque no subes?
- Bueno… - tus gestos me parecieron totalmente provocadores en ese mismo momento – es que me da algo de miedo subir sola.
Sonreí pícaro. Creía entender cuáles podían ser tus intenciones pero no encajaba por qué podía haber sido yo el elegido.
- Y… ¿quieres subir conmigo?
- Siiii, me encantaría. – Dijiste seductora
Cerré el libro y volví a recorrerte entera con la mirada.
Increíble, era mi único pensamiento.
En el ascenso hacia las taquillas caminabas decidida, un par de pasos delante de mí. El vuelo de tu minifalda me permitía ver la parte alta de los muslos. Te giraste un par de veces. Descaradamente estabas disfrutando sabiendo que te estaba devorando con la mirada. Ya sabía que eras una maestra seductora pero no hasta qué punto.
Llegamos a la taquilla y me ofrecí a pagar. Aceptaste y con descaro dijiste casi susurrando: No te arrepentirás.
Aquella insinuación hizo que el principio de erección aumentase de tal manera que mi pene empezaba a encontrar una falta de espacio evidente.
Entramos en la cabina del teleférico y me senté a tu lado. Estaba excitado, nervioso y sin saber muy bien que hacer. No me dio tiempo a pensar por mucho tiempo. Tan solo unos segundos después de iniciar la marcha te cambiaste de asiento sentándote frente a mí.
Tu boca sensual y unos ojos picaros encendidos me hacían sentir que tenías planeados todos los movimientos.
Me sentía totalmente atrapado y disfrutando de aquello.
La siguiente sorpresa fue ver como ponías los pies sobre el asiento, sentada en cuclillas. Mi pene estuvo a punto de estallar ante aquella panorámica inesperada. No llevabas ropa interior y tu sexo estaba completamente depilado.
Aquella mirada entre ingenua y provocadora lo decía todo. El instinto me hizo actuar sin necesitar palabras.
Bajé del asiento y colocado de rodillas en el suelo comencé a besar muy lentamente tus piernas. Comencé besando los tobillos, recorriendo con la lengua las tiras de tus sandalias. Miré un momento hacia arriba y te vi con los ojos cerrados. Mi boca fue ascendiendo muy despacio por las pantorrillas, buscando el lado interno. Pasaba lentamente de una pierna a la otra mientras mis manos comenzaron a acariciar la parte externa de tus muslos desnudos.
Comenzaba a oler a sexo y aquello me excitaba más aún.
Me dolía el pene por falta de sitio pero estaba totalmente entregado en besar tu cuerpo. Mi boca llegó al pliegue de las rodillas. Sentí que tenías cosquillas en esa parte. Decidí comenzar a bajar por el interior de tus muslos. Tus piernas separadas. Veía tu sexo brillando por la humedad pero quería ir despacio. Sin prisas, ya llegaría hasta allí.
Mis manos se metieron por debajo del top. Como había adivinado tampoco llevabas sujetador. Encontré tus pezones excitados, duros y calientes. Tus pechos eran suaves, las manos se deslizaban en su contorno. Mis labios entreabiertos seguían descendiendo por tus muslos.
Escuché tu primer gemido, contemplé tu piel erizada.
Tus manos comenzaron a acariciar mi cabello. Una pequeña presión en mi cabeza me invitaba a seguir bajando. Saqué uno de mis manos de debajo del top y la llevé a tu sexo.
Muy despacio separé con mis dedos los labios de tu vagina. El calor y la humedad facilitaban el movimiento. Las yemas de mis dedos se movían a lo largo de tu sexo.
Alcancé tu clítoris y lo encontré duro, muy caliente.
Mis labios rozaban tu ingle. Suspirabas. El calor era intenso en el interior. Mi boca llegó a su destino. Separando los labios con mis dedos, ayudaba al movimiento de mi lengua. Toques pequeños, suaves. Fui haciendo el mismo recorrido que instantes antes habían hecho mis dedos. Sin penetrarte. Gemías cada vez más descontrolada.
Mis labios atraparon el clítoris succionando.
Dos dedos penetraron tu vagina y comenzaron a agitarse de forma acelerada. Las contracciones de tus músculos eran evidentes.
Sabía que estabas cerca del orgasmo.
Quería sentir como te corrías en mi boca. Mi lengua se agitaba sin parar.
Los dedos entraban y salían hasta los nudillos. La mano totalmente empapada.
Unos gemidos fuertes incontrolados y los espasmos de tu sexo junto a mi boca me avisaron, estabas teniendo un orgasmo intenso.
Tan solo unos instantes después, tu voz entrecortada: cuidado, levanta que llegamos.
Efectivamente al levantarme y sentarme sobre mi asiento pude ver ya muy de cerca los árboles de la Casa de Campo.
Una sonrisa cómplice nos sorprendió a los dos y bajamos de la cabina como si nada hubiera ocurrido tan solo unos instantes antes.
El empleado del teleférico nos miró indiferente.
El calor nos había dado sed y fuimos directos a la cafetería.
Un par de refrescos.
Yo seguía sin saber si creerme lo ocurrido.
- ¿Qué locura, no?
- Siempre había pensado en algo así. – Dijiste sonriendo satisfecha.
- Pues a mí no se me había pasado por la cabeza pero ha sido fantástico.
- ¿Siiii? Pues… el viaje de vuelta espero que también te guste.
Tan solo pude reírme. Te veía tan segura que no podía contradecirte. Mi cabeza estaba maquinando como y donde llevarte para poseerte de forma completa pero sin embargo tú ya habías decidido algo que aunque intuía no me atrevería a apostar. Todo era posible.
Agotamos los refrescos en unos minutos y volvimos al teleférico.
La misma mirada del empleado al abrirnos la portezuela.
De nuevo sentados uno junto al otro. La cabina comenzó a moverse y tan solo dijiste: ahora será tu turno. Estaba nuevamente muy excitado.
Tus manos fueron rápidas, de forma directa a mi entrepierna.
Palpaste por encima de la ropa el bulto que formaba mi pene. Un ligero repaso hacia abajo, apretaste mis huevos.
Eché mi cabeza hacia atrás. Nuevamente dirigías el curso de los acontecimientos.
Con destreza, soltaste el botón de mi pantalón y bajaste la cremallera.
La mano se metió bajo mi slip. La suavidad de tu mano al contacto con mi piel causó un efecto casi eléctrico.
Sentía mi pene duro en tus manos.
Tu mano bajó de nuevo hasta mis huevos, esta vez de forma directa, sin ropa por medio.
Mis ojos entrecerrados.
Miré hacia abajo, en el exterior, estábamos pasando por encima del río Manzanares.
Tu siguiente movimiento me anticipó lo que ya presagiaba. Bajaste al suelo, de rodillas. Tiraste ligeramente de mi pantalón y bajaste el slip hasta media pierna.
Contemplabas mi sexo, erecto.
Vi en tus ojos el deseo y la lujuria.
Tu mano se deslizaba arriba y abajo, subiendo y bajando la piel del capullo.
Me estabas torturando, quería que la chuparas, quería que la metieras en tu boca.
Empecé a mirar inquieto por la ventanilla. El viaje era tan… corto. O sería que yo quería prolongar aquellos instantes de placer.
El riesgo y el morbo de la situación me estaban volviendo loco.
De pronto sentí tus labios en la punta de mi pene. Lo chupabas despacio, la punta de tu lengua ardía. Con la mano seguías acariciando mis huevos. Estaban hinchados y calientes.
Sentía como las venas de mi miembro aumentaban e imaginaba que eso lo percibía tu boca.
Poco a poco los movimientos de tu boca fueron más profundos. Acompasados. Me estabas follando a la perfección con tu boca.
Tan solo pude acariciar tu nuca.
Gemía y de reojo seguía vigilando el exterior.
Que rabia, creo que la velocidad de ese artefacto debía ser menor.
Unos cuantos movimientos profundos y la excitación acumulada fueron suficientes. Sentí un calor intenso a lo largo de todo mi miembro.
Mis piernas contraídas y clavadas en el suelo. Sujeté tu cabeza… quería correrme en tu boca. El semen escapó de forma incontrolada… Maravilloso.
Mis gemidos entrecortados, seguidos de una relajación asombrosa.
Debajo la cabina se adivinaba ya muy cerca del suelo.
Me dio rabia pero tuve que avisarte. Rápido, rápido que llegamos.
Y apenas tuve tiempo de abrochar mi pantalón justo un momento antes de que un nuevo empleado nos abriera la puerta para el descenso.
Creo que me pilló aun subiendo la cremallera y esta vez su sonrisa fue cómplice de las nuestras.
Desde aquel día no he vuelto al Parque del Oeste, la próxima vez te avisaré. Me diste tu teléfono móvil y quedamos en llamarnos.
Eso si… no pienso llevar ningún libro de entretenimiento, creo que no será necesario.