El taxista, lucía y yo

Una historia real

Todo empezó en una noche como tantas otras en las que la suerte me sonreía. Cuando yo llegué al local la mujer ya estaba allí, sentada en una mesa próxima al piano, con una copa de cava en la mano y la botella dentro del cubo de hielo a un lado de la mesa. Una botella de cava en ese sitio es cara, luego o la mujer tenía dinero, o lo hacía por encima de sus posibilidades para aparentar. Tendría unos 45 años, y físicamente era del montón, aunque un poco de la parte de arriba.

Pues le debí caer bien, porque al poco rato me lanzaba miradas incendiarias y me ponía morritos. Después de mi primera canción Joaquín me trajo una copa diciendo que era de parte suya. Naturalmente, cuando acabé me dirigí a su mesa para agradecerle la invitación. Tras las presentaciones me pidió que bailase con ella cuando la música se hizo lenta y cadenciosa.

Desde luego, inhibiciones no tenía. Se pegaba a mí como una lapa tratando de sentir la presión de mi virilidad en su entrepierna, me bajaba mi mano, que estaba en su cintura, hasta su culo, y me decía:

-¡Joder, me pones cachonda a tope! ¡Me muero por chupártela!

Ni que decir tiene que ella me estaba poniendo a mí a mil.

-Pues si vamos a mi casa –Dije-, podrás chupar todo lo que quieras, siempre que me dejes a mí chuparte algo también.

-¡Me chupas todo lo que quieras, pero vámonos ya!

Según estaba, le dije al jefe que me tenía que marchar; lo comprendió con una sonrisa cómplice; y salimos a la calle a buscar un taxi. Eran las 5 de la madrugada.

Tras unos minutos de espera, en los que no dejó de meterme mano con ansiedad, paramos un taxi libre. Le di la dirección de mi casa.

¿Había dicho ya que la mujer no se cortaba ni con un cuchillo? Pues tampoco lo hizo entonces. Apenas sentados en el vehículo me desabrochó la bragueta, me sacó la polla y se puso a acariciarla dulcemente. Yo alucinaba por lo que pudiese percibir el taxista, pero me dejaba hacer, naturalmente.

Pero parece ser que el que se diese cuenta el conductor era lo que ella pretendía, pues tras chupármela por un rato dijo:

-¡Niño, no aguanto más! ¡Necesito que me la metas!

Y uniendo la acción a la palabra se subió el vestido y me cabalgó para introducírsela.

Yo ya veía poco, pero sí pude darme cuenta de que el taxista ajustaba el espejo retrovisor interior para ver mejor la escena. Estaba esperando que en cualquier momento parase el coche y nos hiciera bajar indignado, pero en lugar de eso lo que hizo fue poner más atención a lo que pasaba detrás que a la conducción, con lo que el coche iba dando unos bandazos considerables.

-Cariño –Dije-, como no pares nos vamos a estrellar. El taxista ya no mira la calle.

Sin dejar de subir y bajar sobre mí, se volvió y le dijo al conductor:

-¿Te estás poniendo cachondo, nene?

-¡Usté verá! –Contestó el empleado con marcado acento andaluz.

-Pues anda –Replicó ella-, aparca donde puedas y vente aquí con nosotros, que no queremos tener un accidente.

Imagino que nunca un conductor, en Madrid, había encontrado un sitio para aparcar en tan poco tiempo.

Nos apretujamos en el asiento de atrás y Lucía se dedicó con fruición al andaluz. Le pajeó y se la mamó hasta que el hombre, entre estertores, se corrió en su boca. No permitió que la follara, pese a las súplicas de hombre por hacerlo.

Una hora y pico más tarde, el hombre volvió a su sitio de conducción y, como pudo, nos llevó hasta nuestro destino.

Lo más jocoso del caso es que el tipo ¡ME COBRÓLA CARRERA! Como si no hubiese sucedido nada gratificante para él.

Una vez en mi casa la historia siguió de la forma que podéis imaginaros… Pero eso ya es otro relato.