El taxi del placer.

Cuánto dinero estaríais dispuestos a pagar por el mejor viaje en taxi de vuestras vidas.

Eran las nueve de la mañana, llevaba media hora en la puerta de casa esperando a que llegase el taxi que había reservado. Hoy era un día muy importante para mí, la editorial “Pluma y tinta” había leído mi libro en una de las plataformas en las que suelo subir mi contenido y les había gustado que para la próxima campaña de verano, habían pensado publicarlo.

Desde pequeña me ha gustado escribir, es por eso que ahora soy escritora o al menos lo intento. Esta pasión la heredé de mi abuelo, el cual me enseñó la magia que tienen los libros y hasta donde tu imaginación es capaz de llegar a través de ellos. Además el que él fuese también escritor me permitió absorber todos sus conocimientos sobre la materia y que me transmitiera su doctrina.

El tiempo pasaba y el taxi no aparecía por ninguno de los dos sentidos de la calle. Me estaba empezando a preocupar, el teléfono fijo de casa, a veces no funcionaba del todo bien y se entrecortaba. ¿Es posible que cuando fuese a decirle la dirección, no me escuchase bien? No creo, me hubiesen llamado, bueno no sé. Cansada de esperar me di la vuelta para volver a casa y llamar nuevamente a la agencia de transporte cuando desde mi espalda escuché el sonido de un claxon.

Cuando me giré y vi el taxi un gran alivio se apoderó de mi cuerpo. Aceleré el paso y tras abrir la puerta, me monté en el coche.

-A la calle Sol 45 por favor le dije al conductor.

-Perfecto señorita me respondió, justo después aceleró y nos dirigimos hacia el destino.

Para la reunión me había decantado por una falda y americana de color negro, a juego con mis tacones los cuales eran del mismo color. Debajo de la americana una camisa de color blanco hacía relucir toda la ropa y sobre todo mi cuerpo.  Siempre que me compro ropa nueva suelo cogerla una o dos tallas por debajo de la mía, así me aseguro no solo de que se marque mi figura sino sobre todo también mis senos. En verdad no me compro toda la ropa siguiendo el mismo patrón, pero sí que lo hago con la ropa que me puede dar un buen trabajo, y este era el caso.

Si conseguía publicar mis relatos y que pusieran el libro al menos a 8€ por unidad, podría contar con unos ingresos a final de mes que me ayudarían al menos para pagar la hipoteca. Soy consciente de que todo funciona en base a las ventas del libro, pero tenía mucha confianza en el éxito de la historia.

Durante el trayecto decidí abrir la ventana para tomar un poco el fresco, aquel taxi parecía tener el aire acondicionado estropeado y hacía un calor de mil demonios. Por no hablar de la mosca que no paraba de molestar, yendo de un lado  para otro. Saqué un poco la cabeza por la ventanilla y durante unos minutos me quedé embobada viendo las zonas verdes con las que me deleitaba el paisaje. Pensé en la de miles de historias que podría escribir que tuviesen lugar en esa hierba, en esos árboles y así hasta crear todas las historias posibles.

Mi imaginación se vio truncada por el humo y el sonido de los cláxones de los coches que formaban un atasco el cual mi vista no llegaba a ver el final.

El conductor se giró para decirme que desde la radio de la empresa le habían comunicado que se había producido un accidente por la caída de un camión, por lo que me aconsejaba ponerme cómoda por que la cosa iba para largo.

No me había fijado hasta que el hombre se había dirigido a mí, pero el conductor del taxi debía tener unos 30 años, más o menos mi edad. Vestía unos pantalones vaqueros rotos, junto con un polo de color negro. Su pelo tanto el de su cabeza como el de su barba era de un marrón claro parecido al de las bellotas. Me hubiese gustado más fijarme en él, pero el cristal que separaba los asientos de delante de el de los detrás, me lo impedía, pero eso no me dificultó reconocer que era muy atractivo.

Los minutos iban pasando uno detrás de otro, pero el taxi y ninguno de los coches que estaban delante de nosotros parecían avanzar. Decidí llamar a la editorial para explicarles mi situación a la que no me pusieron ninguna traba, eso me hizo sentirme más tranquila, pero si había algo que odiaba mucho, era llegar tarde a los sitios.

Durante un rato el conductor y yo parecimos entablar conversación.

-¿Y usted señorita a dónde se dirige?

-No me hables de usted, seguro que tenemos hasta la misma edad –reí –Me llamo Carla y si voy así vestida y estoy en tu taxi es porque tengo una reunión con una editorial para ver si consigo que publiquen los relatos que he escrito.

-Vaya, una escritora, que honor para mí –dijo el conductor con tono gracioso. Yo me llamo Samuel y tengo 32 años.

-¿Ves? Dos menos que yo –respondí.

-Y cuánto tiempo llevas como taxista.

-Sinceramente desde que te recogí. El taxi no es mío, no te preocupes, no soy un secuestrador. Solo es que mi padre, quien es el verdadero conductor, se ha puesto enfermo y me ha pedido que le sustituya.

Mi cara de susto desapareció ante aquella respuesta, aunque no estaría del todo tranquila hasta que llegase sana y salva a la puerta de la editorial. Tras un par de preguntas y habiendo avanzado algo con el coche, la conversación fue ahora la que se detuvo. Él miraba por la ventana y yo intentaba no morirme por el calor que cada vez iba a más. Samuel había bajado las ventanillas de delante y yo las de detrás, pero en pleno mes de agosto lo que brillaba por su ausencia en la capital era el fresco.

Unas gotas de sudor comenzaron a hacerse presentes tanto en mi frente como en mi cuello. Estas últimas fueron bajando hasta iniciar una carrera por mis pechos, usando como carril mi canalillo y como meta mi ombligo. A veces algunas de las gotas se desviaban hacia mis pezones, haciendo así  más que evidente en mi camisa el calor que tenía.

Me abrí un poco la americana y me desabroché un botón más de la camisa para ver si así conseguía refrescarme un poco, pero mi cometido no sirvió para nada.

Mientras revisaba los mensajes de móvil, una gota de sudor entro por uno de mis ojos, haciendo así que levantase la cabeza y empezase a parpadear para evitar el escozor que el sudor me estaba produciendo. En ese momento me di cuenta de que Samuel me estaba mirando fijamente a través del retrovisor.

Cuando nuestras miradas se cruzaron, él apartó la suya y yo mantuve la mía. Unos segundos más tarde cuando quise darme cuenta, mi camisa se había abierto tanto que se me veía el sujetador y parte del pecho. ¿Sería eso lo que estaba mirando Samuel? –me pregunté –mi cara se puso roja como un tomate –Seguro que se pensará que soy una depravada o una promiscua –A veces me sorprende lo fina que me he vuelto desde que me dijeron que iban a publicarme la novela.

Nerviosa como una quinceañera antes de su primera cita comencé a dibujar círculos con mi dedo índice sobre la falta, dubitativa por lo que estaba a punto de hacer. Cuando me di cuenta de que Samuel volvía a mirarme por el retrovisor, clavé su mirada en la mía y me desabroché otro botón de la camisa. Esta estaba tan ajustada que el sudor de mi cuerpo le había hecho perder su color natura, ahora no era blanca, sino que había adoptado un blanco más grisáceo, blanco-sucio lo llamaría yo.

A través de aquella fina capa de cristal que nos separaba, escuché como Samuel tragaba saliva intentando digerir aquel momento. Por un momento este apartó la mirada y volvió a mirar a la carretera, pero un leve garraspeo desde mi boca para llamar su atención, hizo que este volviese a posar sus ojos sobre mi cuerpo.

Posando mi dedo índice sobre una de las gotas de sudor de mi frente, la arrastre hasta mi boca, comenzando a succionar el dedo de manera sutil. Repetí la misma hazaña con todas y cada una de las gotas de sudor que me iba encontrando por mi cuerpo. El hombro de Samuel comenzó a moverse lentamente, podía escuchar el rasgar de sus dedos por encima de su pantalón, era maravilloso aquel sonido.

La presión que el tamaño de mis pechos ejercía desde primera hora de la mañana sobre la camisa dos tallas menos a la que debería de llevar terminó por romper los botones del todo. Dejando así a relucir mi sujetador de color negro y mis pechos, los cuales botaron durante unos segundos debido a su peso y la fuerza que la gravedad ejercía sobre ellos. Durante unos segundos me tapé, me sentía avergonzada, no tenía pensado llegar a ese punto, pero el gemido ahogado que salió en aquel momento de la garganta de Samuel me excitó tanto que me parecía una falta de respeto el privarle de ver una obra de arte como lo era yo.

El hombro de Samuel se movía ahora más rápido que antes, hasta que el sonido de su bragueta me hizo saber que él iba a pasar a un terreno mayor. Su mirada reflejada aun en el retrovisor transmitía ahora furia, cabreo, ira por no poder bajarse del coche y follarme en medio de esa carretera, aunque si lo hubiese hecho, le habría dejado perfectamente. Por qué los hombres no entenderán que a veces las mujeres somos más pervertidos que ellos.

Por un momento quise que Samuel me enseñase su miembro, pero el hecho de imaginármelo me hacía excitarme más; sería pequeño, sería grande, a quién le importa. Yo solo quería eyacular encima de esos asientos y que me publicasen mis relatos.

Hubo un momento en el que mirando hacia uno de los lados del coche aprecié a una familia; un matrimonio y sus hijos mirándonos atónitos ante lo que estábamos haciendo. Ambos nos reímos pero a pesar de que aquella familia consiguió adelantarnos y perdernos de vista, Samuel y yo seguimos con nuestro cometido.

Conseguí apoyar mis pies sobre unos salientes que tenía el cristal con forma de posavasos, permitiéndome así no solo subir las piernas, sino que Samuel pudiese ver mi vagina y que mis labios inferiores se pudiesen abrir más. La excitación era tanta que cuando abrí las piernas de más, un ligero olor a pescado surgió de mi entrepierna. Nunca se lo había dicho antes a nadie, pero el aroma a coño sucio o sudado me ponía muy cachonda, sucediéndome de igual manera con los penes.

Mientras con mi mano izquierda me subía la falda, con la mano derecha empecé a masturbarme. Mis dedos índice y anular se aliaron junto con mi mente para proporcionarme el placer que necesitaba. Seguía sin ver a Samuel, solo sus ojos en ese trozo de espejo, nada más, pero tampoco lo necesitaba. El sonido de su respiración entrecortada acompañada por el ruido que producía su mano sobre su pene me sobraba para meterme los dedos una y otra vez.

En aquel momento de éxtasis tenía tres cosas sobre mi coño; mi dedo índice, mi dedo anular y la mirada de Samuel. Cómo era posible que sin mis dedos y solo con los ojos de Samuel ya hubiese llegado sola al orgasmo. Ambos seguimos masturbándonos. Estuve a un segundo de desbloquear el móvil, mandar a paseo a los de la editorial, decirle a Samuel que parase el coche en el arcén y follármelo en el asiento trasero como tantas veces hice durante el instituto, pero mi futuro era más importante que un simple polvo, aunque el morbo siempre me ha perdido.

Uno de los manivelas para subir y bajar las ventanas parecía un poco suelta, por lo que no dudé ni un segundo en descolgarla y hacerme con ella. Mientras miraba a Samuel, comencé a meterme dicha manivela primero en mi boca para salivarla y a continuación por mi coño. Mis dedos ahora descansaban sobre mi clítoris mientras aquella manivela no paraba de entrar y de salir imaginándome que era el pene de Samuel. Este cada vez iba a peor, los ojos se le iba a salir de las órbitas hasta el extremo que empezó a golpear el cristal queriéndolo romper.

La agresividad por ver hasta el punto al que había conseguido llevarlo y ver lo segura que estaba de que no iba a poder tocarme un pelo hizo que me corriera, llegando a salpicar todo ese cristal con mi semen. Imposibilitando que Samuel pudiese verme y tuviese que pagar el precio tan caro de tener que correrse ahora solo por no haberme ganado en la carrera. Así que después de habernos vestido de nuevo, llegar a mi destino y observar el cuenta kilómetros, lo miré con malicia y astucia y salí de aquel taxi sin pagar ni un solo euro.

Aquella mañana no solo llegue tardé a la reunión con la editorial, si no que aparte de decirme que era definitivo que iban a publicarme los relatos. Les entregué uno más de última hora.

-Nos parece brillante Carla la idea de una mujer y un taxista que se masturban el uno al otro sin poder llegar a tocarse. ¿Cómo se te ocurren estas cosas?

-La imaginación, que a veces es muy mala –añadí. A día de hoy me pregunto si Samuel consiguió quitar mi semen del cristal del taxi de su padre y que volviese a ser translucido como antes.