El taxi del 27

Vida y maniobras de un taxista.

“No creo que la amistad entre el hombre y el perro fuera duradera si la carne de perro fuese comestible.”

Waug. Evelyn A. (1903-1966). Escritor inglés.

El taxi del 27.

Obote Ergó, cuando cumplió 20 años, estaba más que cansado de correr tras los monos para despellejarlos y meterlos en la olla. Pero como en aquella parte de la selva no encontraba nada más para saciar su hambre, un día decidió irse a la ciudad. Un amigo le dijo que en aquella parte de África, si tenía una buena tranca, ya no tendría que comer carne de mono nunca más.

Que allí viviría como Dios, que lo único que tendría que hacer era ponerse una camiseta de color verde claro con los centímetros de su tranca.

Como éste la tenía de 27 centímetros, en la camiseta se hizo grabar ese hermoso o más que hermoso número.

Muy pronto tuvo que dar la razón a aquél amigo que lo aconsejó. Entró los dos más que lujosos hoteles de la ciudad y en la llegada de vuelos en el aeropuerto, no había día que algunas de aquellas señoras que llegaban de Europa ya algo maduras, al ver el número 27 de la camiseta, no le preguntasen si sabía jugar a la petanca. Aquella era la clava para llevarse a este a la habitación del hotel.

A aquellas damas, ese número les hacía soñar despiertas. Todo fue bien hasta que el mandamás de aquella nación se le ocurrió la parida de no dejar llevar camisetas verdes con un número estampado en ella. Aquél mandamás, que estaba asesorado por uno de los hechiceros más famosos de aquella parte del mundo, a este le convenció de que llevarlos en las camisetas traía mala suerte, muy mala, y que contrariar a los espíritus conllevaba desgracias al país.

Fue entonces cuando Engó que ya tenía ahorros, decidió comprarse un taxi. Éste que era más listo que el hambre, lo pintó de color verde claro y en las puertas de este, dibujó de color rojo 27 estrellas copiadas de la bandera de Estados Unidos.

Desde lejos, las Damas que llegaban al país enseguida supieron que aquél taxi era lo que necesitaban. En Europa ya se había divulgado la información de la prohibición de los números en las camisetas.

Ahora sólo era cuestión de buscar ese taxi de color verde con las 27 estrellitas pintadas en la puerta. Para más posibilidades de localización, el inteligentísimo Engó, puso anuncios frente a hoteles y aeropuerto en que figuraba este con sonrisa de dentífrico, con la frase: “llamando al taxi con el número 6122333 podrá gozar de todas las estrellas”. Además de aquellos anuncios, también se hizo imprimir unas panfletos con el mismo mensaje en miniatura. Poco tardó en llegar a la redacciones de los más importantes rotativos europeos, que tanta gracia les hizo que lo imprimieron en primera página.

Las maduras Damas del viejo mundo tiempo les faltó para comprar pasajes con destino a aquel país en que podrían ver las 27 estrellas aunque fuese de día.

Pronto, en muchos de los países europeos se hicieron estudios para saber cuántas estrellas de aquellas tenían los valores de esta parte del mundo.

El promedio decepcionó a las Damas europeas que esperaban más promedios. Tan pronto como aquello encuesta llegó a todas las habitaciones del viejo mundo, incluso las no tan maduras compraron pasajes para allá.

Muy pronto se comprendió que las hijas de Eva europeas, el tamaño sí les importaba, y mucho.

Como aquél taxi con las 27 estrellas no daba abasto. Su dueño, el inteligentísimo Engó, otra vez dio muestras de su capacidad creativa.

Para éste ya no había obstáculos. Entonces, con su taxi de adentró en lo más apartado del país y fue visitando a todos los hechiceros que encontró.

A estos les regaló encendedores con forma de pistola, que a aquellos les gustaba la tira, así como relojes que una voz daba la hora, que ellos no sabían que existían.

A cambio, ellos les tendrían que encontrar jóvenes de aquellas selvas que su tranca tuviese como mínimo 25 centímetros, y que si encontraban alguno que tuviera 28 centímetros o más, 30 centímetros, habría regalo para este y para el hechicero.

Solamente diez días después en el móvil que llevaba este en el taxi, recibió tres llamadas.

E

una, un hechicero le comunicó que había encontrado a un jovencísimo habitante de aquellas selvas con un priapo de 29 centímetros. El joven tenía 18 años y además estaba más bueno que un batido de cocos. Los otros dos tenían una pilula de 28 centímetros.

Engó se puso enseguida manos a la obra. En poco más de diez días tenía preparados 3 taxis con 28 y 29 estrellas. A aquellos futuros chóferes se les hizo un curso acelerado y que sino aprobaban, se les mandaban otra vez a la selva a hacer lo que hacían, cazar monos y alguna que otra lagartija.

Éstos, también más listos que el hambre, aprobaron.

Además de conducir, también se les enseñó las palabras precisas en inglés para que las Damas que lo solicitasen pudiesen saber sus habilidades. La más llamativa para estas hijas de Eva, era cuando estos decían en su peculiar lengua: yo… come… come… chocho.

Después una que les hizo mucha ilusión fue: estrellas… todo.. todo… para dentro. Aquello para estas gozadoras europeas era como vivir un sueño.

Cuando al intrépido, guapo e inteligente Engó, todo le sonreía, una negra nube se cruzó en su camino. En su pantalla del móvil apareció el número del país, una voz muy femenina le preguntó si era el taxi de las 27 estrellas. Ella, al tener confirmación, le dijo que la pasase a recoger delante del monumento del africano, que él solo, mató a un león, sin arma alguna.

Cuando Engó paró para que la dama se subiese al taxi, su corazón se le aceleró peligrosamente. Aquella dama era la mujer del Rey de la nación. Sólo mirarla les había costado la vida a varios ciudadanos de esta. El la televisión del país, Engó la había visto infinidad de veces. Aquella mujer de color era lo más parecida a una Diosa de ébano.

Ella con una sonrisa como lo que era (la reina del país) y con su dulce voz le dijo a Engó que no temiese nada, que aquel día su marido, lo dedicaba a su pasión favorita. Durante más de cinco horas (le dijo ella suavemente al oído como si temiera ser escuchada) el rey se dedica a ver los partidos de fútbol que llegan de las competiciones europeas.

Este es el día que yo puedo permitirme una salida sin ninguna escolta. Como tenemos casi cinco horas, siguió ella con una sonrisa de dama cultivada, iremos a cinco kilómetros de la ciudad, en que vive mi familia y allí, en una casita de madera que sólo la utilizo yo, usted me enseñará lo que pone en el anuncio sobre las 27 estrellas.

Supongo que esto ¿Será verdad? Le preguntó ella curiosa, con un tono de voz que igual hubiese podido decir que las nubes del cielo presagiaban tormenta.

Sí, majestad. Es verdad. Si pongo este anuncio es porque las damas que desean está cantidad de estrellas son europeas que, según dicen, allá no encuentran. Engó no estaba muy seguro, de que si lo que hablaba no tenía que habérselo callado.

La primera dama del país lo tranquilizó cuando le dijo que lo que allí se hablase, allí se quedaba. Sí le he llamado, siguió ella, es porque no sólo son las europeas las que quieren tantas estrellas, aquí también las hay, y yo soy una de ellas.

Engó a punto estuvo de frenar para bajar del coche y salir a tomar aire. La dama río gozosa al notar los apuros de aquél bello taxista, ante estas exclamaciones subidas de tono.

Diez minutos después estaban en la casita de madera, sin que por aquél entorno se viera ninguna persona. La dama, cerrando las puertas a sus espaldas, se acercó a la única cama que había y fue quitándose la ropa. A Engó le costó un poco más.

Aquella situación lo intranquilizaba. No era lo mismo tirarse a una mujer que venía de otro continente que hacerlo con la primera dama del país.

Cuando se quitó los slips, las 27 estrellas ya estaban en erección, la dama gozosa y emocionada de ver aquél aparato tan crecido. Lanzó una proclamación de placer.

Esto no tiene nada que ver con la pollita de mi marido, le dijo sonriendo contenta de tener eso entre sus manos. Ella, poniéndosela en la boca empezó a chupársela con deleite. Con la dos manos la fue masajeando como si aquello fuera un tesoro.

Cuando  tuvolo tuvo a punto, abrió sus piernas y se lo fue introduciendo dentro de la vagina. Los 27 centímetros le entraron totalmente.

Entonces, la primera dama del país cogiendo con las dos manos el culo de este se lo fue clavando todo lo que pudo.

Ella igual que las europeas que venían para ver tantas estrellas empezó con un jadeo que le salía de lo más profundo de su ser.

El hombre del taxi cuando notó que ella se acercaba al orgasmo, la emprendió con fuertes sacudidas dentro de su cueva que la llevaron a otros mundos más lujuriosos.

Cuando abandonaron la casa 3 horas después, y antes de subir al taxi, la primera dama del país le confesó que nunca había gozado tanto de aquella manera, y que lo volvería a llamar. Cuando la dejó en la ciudad, Engó tuvo la sensación que a ella se le escaparon dos lágrimas más.

Aquella historia a Engó le causó impacto. Incluso llegó a pensar de que sino se habría enamorado de aquella primera dama.

Unas semanas más tarde, recibió una llamada de una televisión internacional para hacerle un reportaje. Cuando este salió en los noticiarios de todo el mundo, recibió una llamada del palacio del rey, en el que se le solicitaba su presencia para una entrevista privada.

Engó, en presencia de este y de su mujer la reina, les fue explicando aquella historia más que extraña. El rey, antes de despedirlo, lo condenó con la gran Cruz del mérito al trabajo bien hecho. Su esposa le aplaudió complacida.

Unos días después, en el móvil le volvió a aparecer un número local. Era la primera dama del país que deseaba volver a tenerlo dentro de ella aquellas 27 estrellas que eran su felicidad.

FINE.