El tatuador
Fui a hacerme un tatuaje y salí llena de leche
Siempre me han gustado los tatuaje, más allá del significado, me parecen una invitación a tocar la piel. La curiosidad por saber si más que el color hay texturas o algo que sobresalga, despierta en quien los ve el deseo de querer sentirlos.
Desde mi adolescencia tuve bien claro que a la primera oportunidad me tatuaría una bella y hermosa rosa, la flor del deseo. Apenas cumplí los 18 años, entre las múltiples fiestas y ocasiones para celebrar, tomé la decisión de agendar una cita con el tatuador.
Y el día llegó, me sentía bastante entusiasmada, el diseño ya estaba decidido, y el lugar elegido: en un costado del vientre bajo, con el tallo apuntando hacia mi pubis.
Para facilitar la tarea al artista me puse un chándal y una playera delgada, me sujeté el cabello en una coleta y salí sin una gota de maquillaje, todo bastante relajado.
Al llegar al estudio me recibió el tatuador, un hombre de unos cuarenta años bastante alto, 1.80 aproximadamente, de complexión robusta y, como era de esperar, cubierto de tatuajes; no había nadie más.
Me saludó muy amablemente y me invitó a pasar al área de trabajo. Hablamos respecto al diseño del tatuaje, me hizo unas observaciones respecto al color que llevaría y me recomendó uno que luciría mejor con mi piel morena. Afinados los detalles y una vez que nos pusimos de acuerdo me recosté en una silla reclinable, la cuál me pareció exageradamente grande para alguien de mi estatura, me pidió abrir las piernas, pues así se acomodaría mejor, obedecí pero la postura no resultaba la más adecuada, puesto que yo llevaba pantalón. Me dijo que sí me lo podía quitar, a lo cual sin dudar accedí.
Por muy extraño que parezca, la situación me parecía de lo más normal, después de todo no sería el primer hombre en quitarme el pantalón.
–¡Ups!–me dijo– creo que le bóxer causará el mismo problema.
Eso ya era demasiado, me quedé completamente perpleja, ¿acaso no podía buscar la forma de trabajar sin medio desnudarme? Sin embargo, el no esperó mi respuesta y me dejó sin calzones, literalmente. Me abrió las piernas, se sentó en frente y comenzó a trabajar.
Lo primero que hizo fue pegar la hoja de papel con el diseño para dejarlo calcado en mi piel. Esta tarea la estaba haciendo de una manera tan lenta que más bien comenzaba a parecer un masaje. Mi corazón comenzaba a latir a mil por hora, no sabía que pensar, ni mucho menos que hacer. Ahí estaba yo, medio desnuda, abierta de piernas ante un hombre que no solo me doblaba la edad, sino que me sacaba mínimo 20 centímetros de estatura; sin quererlo, comencé a morderme el labio.
De pronto, sentí como sus dedos invadían mis partes íntimas, instintivamente arqueé mi espalda y dejé escapar un gemido. Nuestras miradas se cruzaron.
-¿Te gusta?
-Sí
Se inclinó y comenzó a besar mi vientre; fue subiendo mientras se iba acomodando encima de mí. Ya no metía sus dedos en mi vagina, sino que con ellos comenzó a estrujar mis pechos.
-Desde que entraste quise tocar tus chichotas, y ver que tan puta eras.
Comenzó a besar mi cuello, para después chuparlo y comenzar a morderlo. Después metió su lengua a mi boca y me dio el mejor beso que hasta entonces había recibido.
Sentí como sacó su pene para meterlo entero de una sola vez; era enorme, largo y grueso, se sentía caliente y duro.
–Desde que te quité los calzones vi como te mojabas. ¿Te gusta?
–Mucho
– ¿Quieres que te lo saque?
–No
Hizo como que se separó y lo sacó de pronto, por lo que yo lo rodeé con mis piernas y lo atraje hacia mí.
–No, no saques, quiero que me cojas.
–¿Cómo quieres que te coja chiquita?
–Duro, dame duro
–¿Te gusta rudo putita?
–Sí
Comenzó a meterla y sacarla de una manera muy brusca, pero bastante excitante, mientras me abría cada vez más las piernas. Yo gemía y acompañaba sus embestidas con movimientos de cadera. Nunca me habían cogido así, y menos alguien como él.
–Ay putita, estás bien rica, me voy a correr.
–Sí, córrete
–Pero no traigo condón, ¿qué tal que te dejo panzona?
–No importa, quiero que me llenes de leche.
Dejó caer completamente su peso encima de mí y me llenó de leche mientras mordía mi cuello. Yo también llegué al orgasmo.
Permanecimos un buen rato besándonos en esa posición. Sentir su cuerpo y todo su peso sobre mí era una sensación deliciosa.
Ese día no me tatué, pero regresé en más ocasiones, un par por tatuajes y otras tantas a disfrutar su deliciosa verga.