El tanga de mi pasión
Un minúsculo tanga de su novia tiene al protagonista cardiaco toda la noche...
EL TANGA DE MI PASIÓN
Habíamos quedado a las 22,30 horas con unos amigos para ir todos juntos a la fiesta y, así, de paso, no llevar tantos coches y repartirnos en un par de ellos, como mucho. Uno de ellos, el mío. Me encanta conducir.
_Date prisa, cielo, o llegaremos tarde, le dije.
Tengo que reconocer que la tardanza de mi novia, y en general la de cualquier persona consigue ponerme nervioso.
_Voy, voy, estoy terminando de perfumarme y enseguida salimos, me respondió desde el baño, mientras terminaba de coger las llaves y la documentación de mi coche.
Por fin apareció por el pasillo. Deslumbrante. Radiante. Su presencia lo ocupaba todo. Iba preciosa. Un vestido negro de tirantes, corto, hasta medio muslo, que hacía más largas aún sus piernas. No llevaba sujetador y por lo ajustado de la tela, el tanga era, no de los pequeños, si no de los minúsculos. Se llama Nerea, una morenaza de cabellera larga, negra azabache, de 28 años. Sus medidas, para temblar: 100-63-92.
_¿Nos vamos?, me dijo insinuante. A la vez que pasó por mi lado, un perfume embriagador inundó todo a su alrededor. Y yo seguía embobado mirándola. No me imaginaba lo que ocurriría esa noche.
Llamé al ascensor, mientras intentaba calmar mi excitación. Antes de llegar hasta el cuarto el ascensor, salieron al descansillo los vecinos de enfrente. Otra pareja joven que, según nos dijeron, iban de cena. Subimos los cuatro. Ellas primero, después nosotros. Yo quedé delante de Nerea y ella se pegó contra mi cuerpo. Sentí el roce de sus pezones en mi camisa.
De repente agarró mi mano derecha, la que no podían ver nuestros vecinos mientras el ascensor descendía hasta el garaje. Con lentitud pasmosa posó mi mano en su muslo derecho y la fue subiendo para que notara que el tanga estaba preso entre los labios de su coñito, perfectamente arreglado. Dice que le gusta colocarse así el tanga para que al andar le roce y le produzca excitación. Ni que decir tiene que mi polla enseguida reaccionó. Afortunadamente el ascensor completó su viaje y llegamos hasta el garaje.
_Hasta mañana chicos, que tengáis buena fiesta, dijeron nuestros nuestros vecinos, mientras cada pareja iba a coger su coche.
_Igualmente, dije yo, aturdido aún por la situación, y con los dedos de mi mano derecha aún algo húmedos.
Montamos en el coche y Nerea seguía juguetona. Se sabía guapa y excitante esa noche y jugaba bien sus bazas. Salimos del garaje y antes de llegar a recoger a otra pareja de amigos y a otro amigo desparejado, había endurecido sus pezones por encima del vestido, el cual, por cierto, entre corto que era y lo que se había subido (o había dejado ella que se subiera) al sentarse, casi mostraba la cueva caliente, obscena, palpitante, tierna y jugosa de Nerea.
_Venga, todos arriba que nos vamos y este no espera a nadie, dije entre risas a mis otros tres acompañantes de juerga.
Tras los besos y apretones de manos, seguimos viaje. Veinte minutos y llegaríamos al chalé del anfitrión. Mientras manteníamos una charla animda, de reojo miraba a Nerea, quien a la vez que participaba de la charla y las risas, había separado sus piernas para que yo la viera y se acariciaba de manera lasciva la cara interna de sus muslos con dos dedos que, no sé cómo no la veían los de atrás, humedecía en su boca y los volvía a posar sobre sus piernas. Mi calentura iba en aumento, a la par que mi polla y no podía parar quieto ni un minuto en el asiento.
Llegamos. Aparqué. Paré el motor y todos empezaron a bajar y a saludar al resto de invitados que nos esperaban ya. Nerea descendió del coche antes que yo no sin antes decirme:
_Mira! Y apartó un poquito su tanga para que viera lo húmeda que ya estaba. En ese momento, me la hubiera follado sobre el capó del coche, pero claro, ........, no era plan. Bajamos los dos y nos sumamos a los saludando.
La cena transcurrió sin sobresaltos. Risas, chistes, comentarios picantes y, sobre todo, miradas llenas de deseo entre Nerea y yo. Los trabajos, los Juegos Olímpicos, las últimas conquistas de algún y alguna desparejados también tuvieron su hueco en la charla posterior a la cena, mientras cada uno tomaba su copa.
Nerea marchó al servicio. Sin mirar, para que no se diera cuenta, supe que se iba y en cuanto que desapareció por la puerta del jardín hacia el interior del chalé, la seguí. Llegó hasta el baño y la esperé en la puerta con la oreja bien pegada. Afortunadamente ni la música ni las risas de abajo impidieron que la pudiera oir mientras su pis chocaba con el agua del water (he de confesar que es un sonido que me excita sobremanera).
Y antes de que saliera, me retiré un poco y cuando salió y apagó la luz la abordé desde atrás. Se llevó un susto increíble y su grito, aunque alto, no lo oyó nadie. O eso creía yo.
_¡Eres un imbécil, menudo susto me has dado!, dijo ella. Sin darle mas opción a hablar, la besé en la escalera. Quedamos colocados ella en un escalón por encima de mi, lo cual me daba vía libre y fácil a su tanga que, como pude comprobar, estaba empapado. Separó un poco sus labios de los míos y dijo:
_¡Me tienes muy cachonda esta noche!
_¡Pshhhhhhhh! Calla y déjate hacer!, la respondí, para, a continuación, seguir besándola.
Fue en ese instante cuando tuve la sensación de que no estábamos solos dentro de la casa. Pero mi cabeza, y sobre todo mis manos, estaba a otra cosa. Los pezones de Nerea, grandecitos, oscuros, casi rasgaban la tela. Bajé con cuidado los tirantes y aparecieron ante mi dos imponentes pechos a los cuales me dediqué en cuerpo y alma. Lamía uno con mi lengua mientras con mis dedos acariciaba y endurecía aún más si cabía el otro. Luego cambiaba de pezón, para más tarde juntar sus hermosas tetas y lamer los dos pezones a un tiempo.
Nerea gemía y agarraba mi cabeza con sus manos para que siguiera chupando.
_¡Como pares ahora, te mato!, acertó a decir entre gemidos. Volví a su cuello, a su boca, mientras con una mano seguía tocando sus tetas y con la otra descendí hasta echar su tanguita a un lado. Y en ese momento la vi, sin querer, pero la vi. Era Ana, una de las amigas de Nerea, que nos observaba desde una habitación cercana con la puerta entreabierta. Ella se dio cuenta de que la había visto y con un dedo me hizo el gesto de que me callara para no descubrirla. Y así hice.
Nerea gemía y su respiración era entrecortada. Me agaché y aprovechando que ella estaba en un escalón más alto que el mío, coloqué perfectamente mi lengua en su clitoris, que estas altura estaba muy gordito. El simple roce de la punta de mi lengua sobre él arrancó a Nerea otro gemido. Mientra lamía su clitoris, dos dedos recorrían su coño, empapado y muy caliente, hasta el agujero de su culo.
_¡Siiiiiiii, sigueeeeeee, cabrón!, decía Nerea. Mientras Ana, desde su escondite, había liberado sus dos imponentes tetas de su camiseta y desabrochaba su vaquero para hacer desaparecer una de sus manos entre su tanga.
Terminé de quitarle el tanga a Nerea y me lo guardé en un bolsillo de mi pantalón. Mi chica no tardó en correrse. Se colocó el vestido y nos fuimos al baño. Ana también se corrió, pero al ver que subíamos, se apartó de la puerta. Nerea no se enteró. Ella se lavó un poco y bajó.
_Voy para abajo, no vayan a pensar mal, jejejejejeje, me dijo.
_Vale. Yo me voy a lavar un poco también y no tardo, le respondí.
Mientras me lavaba, vi por el espejo la figura de Ana detrás de mí. Ya se había colocado la ropa, pero sus ojos revelaban mucha pasión contenida en esa boca, esas tetas, ese culo y ese coño.
_¡A mi también me has puesto muy cachonda! Ojalá hubiera sido yo en lugar de Nerea la que se corría entre sus brazos, me dijo.
Se lavó las manos, se las secó y se bajó, no sin antes darme un tierno beso en la mejilla y dedicarme una mirada lasciva.
Terminé de arreglarme y bajé. Todo siguió normal, excepto que tenía el tanga de Nerea en mi bolsillo y que Ana, mientras charlaba con mi chica, siempre que podía me dedicaba miradas. A las 4,30 decidimos que ya estaba bien y nos despedimos. Otra vez al coche, Nerea, la otra pareja de amigos, mi amiguete desparejado y yo.
Dejamos a los tres en el mismo punto donde les recogimos y para casa. Durante los 20 minutos hasta nuestro piso, Nerea se quitó el cinturón de seguridad, se echó sobre mi y se dedicó a tocar mi polla por encima del pantalón.
_¡Nerea o la sacas y te la comes y me la meneas o no me hagas esto, cielo!, le dije
_¡No, no, nada de eso, nene!, me dijo.
Mi polla estaba a punto de estallar. Menuda nochecita llevaba. Llegamos al garaje, cogimos el ascensor y nos empezamos a besar. Comencé a masturbar a Nerea, con la convicción de que hiciera lo mismo. Pero no había manera, estaba dispuesta a hacerme sufrir. Llegamos a casa y tras cerrar la puerta, la arrinconé contra ella y la subí el vestido. Nuevamente lamí ese coño hasta lograr que se corriera otra vez.
Tras 15 minutos de sexo puro, de sexo salvaje, nos fuimos a la habitación. Nos desvestimos y nada, Nerea no quería jugar conmigo.
_¡Te sorprenderé cuando despertemos!, me dijo. Me besó y se echó a dormir. El alcohol y el cansancio habían hecho mella en ella.
Terminé de quitarme el pantalón y encontré el tanga de Nerea en el bolsillo. Era el tanga de mi pasión que tanto me había excitado al comienzo de la noche. Lo olí y lo llevé al baño junto con mi camisa, empapada de sudor. Al regresar a la habitación, mi móvil estaba encendido. Era un mensaje de Ana.
Pero tanto el despertar junto a Nerea como el mensaje de Ana, os lo contaré en otras historias. Comentarios y críticas a mi correo j_l_g_p74@yahoo.es