El tamaño Si que importa
De como le cambia la vida a un chico cuando se corre la voz de que tiene un miembro descomunal.
El tamaño sí que importa
Casi todas las mujeres estamos de acuerdo, y así solemos manifestarlo, que el tamaño del pene de los hombres importa muy poco a la hora de mantener relaciones sexuales satisfactorias. He de decir, sin embargo, que no creo que exista ninguna mujer en este mundo que no haya tenido alguna vez un sueño o una fantasía sexual con un hombre que tuviera un pene de los calificados como enormes. Yo y mis amigas, a partir de hace muy poco, creemos firmemente que el tamaño sí que importa; y en este relato real que ha ocurrido en nuestro barrio, en nuestro entorno, voy a intentar demostrarlo.
Nuestra pandilla de toda la vida, desde que íbamos al cole, está formada por cuatro chicos y cinco chicas. Para no herir susceptibilidades no voy a describir a las chicas de la panda, pues todas nosotras nos creemos más guapas que el resto, (es nuestro derecho). Los chicos se llaman Juan, Ignacio, Lucas y Carlos. Juan es un chico guapísimo de la que todas nosotras alguna vez hemos estado enamoradas; un rostro perfecto, alto, fuerte y con unos ojos azules impresionantes y encima es muy alegre y extrovertido. Pero para nuestra desgracia, hace dos años se echó una novia, (también muy guapa) y parece que la cosa acabará en boda. Ignacio es el clásico mujeriego que liga hasta con su sombra, aunque su físico no tiene nada que ver con el de Juan. Lo único que tiene Ignacio son unos músculos muy cultivados en el gimnasio y una labia que es capaz de venderte un helado en el polo sur. Ignacio está saliendo con una chica del barrio, aunque todos estamos convencidos que por poco tiempo; a Ignacio las novias no le duran más de seis meses. El tercero, Lucas, todo lo que tiene de buena persona, lo tiene de feo. Una enorme nariz puntiaguda y unos ojos diminutos, y unas cejas muy pobladas le hacen parecer un chico raro. Para rematarlo, tiene bello hasta en las uñas. Pero es el más gracioso del grupo. Nos partimos de risa con sus chistes y todas las chicas le queremos con locura, pero como se quiere a un hermano menor. Por último está Carlos, que no es guapo, que no es alto, que no es gracioso, que no llama la atención por nada. Se incorpora al grupo como si fuera nuestra propia sombra, pero no habla, (yo creo que todavía no sé cómo es su timbre de voz); es muy tímido y se sonroja por nada, por lo que suele ser el centro de nuestras bromas. Es nuestro juguete particular.
Pasaron los meses y de los nueve, solo nos seguimos viendo Ignacio, Carmen, Marta y yo. Una tarde estábamos Carmen y yo tomándonos unas cañas en una terraza, cuando apareció Marta y nos dijo:
Tengo que contaros una cosa que no os vais a creer.
Cuenta, cuenta, -la dijimos-
Es una cosa muy personal que no se puede contar aquí en público. Venir a cenar a mi casa que estoy sola. Os prometo que es una bomba.
Cuando llegamos a casa de Marta, nos contó lo siguiente:
"El sábado por la noche había quedado con mi novio en la puerta de la Discoteca donde vamos siempre a bailar . Estaba esperando casi media hora cuando suena el teléfono móvil: mi novio, que iba camino de Santander, que su abuelo se había puesto muy enfermo de repente y que no me había podido localizar hasta ahora; -yo había tenido desconectado el móvil toda la tarde-. Miré el reloj, las 11 de la noche, Más cabreada que una mona no sabía que hacer, entrar en la disco sola no me atrevía con tanto buitre dentro, así que comencé a caminar para coger el metro e irme a dormir a casa. Pero de repente, ¿a que no sabéis a quien vi, tomándose una cerveza solo en un bar?. A Carlos. Si coño, a Carlos, el muerto, el mudito, ya sabéis el de la antigua panda. Ni corta ni perezosa me dije, mira por donde ya sé quien me va a llevar al baile.
Entré en el bar y me senté a su lado. Se quedó con la boca abierta y más rojo que un tomate porque yo iba bastante sexy. Una semitransparente blusa ajustada y una minifalda que apenas tapaba mi ropa interior. El tío miraba para otro lado pero cuando creía que yo no le veía, me miraba los muslos. Fui al grano, le dije, tío tienes que hacerme un favor, acompáñame al baile, que mi novio me la ha jugado.
-Pero, pero, -tartamudeaba-, yo no sé bailar.
-Tu acompáñame, que yo puedo bailar un par de piezas contigo y luego presentarte a varias chicas que conozco para que te enseñen. (era una trola enorme, pero yo tenía unas ganas locas de bailar).
No os podéis imaginar lo que me costó que me acompañara, casi tuve que arrastrarle. Pero luego fue un caballero de los de antes: me pagó la entrada especial, la más cara, la que da derecho a barra libre toda la noche.
Más alegre que unas castañuelas, entré de su brazo y enseguida me di cuenta que había metido la pata hasta el fondo. Tantas veces había ido a ese sitio y siempre con mi novio, que nunca me había dado cuenta que allí no había chicas ni chicos sueltos; todas eran parejas que se estaban dando el lote en la semioscuridad de la sala. Ya no me iba a echar atrás, ya que estaba dentro tenía que bailar, así que agarré a Carlos y lo arrastré al centro de la sala. El tío era de los torpes, arrastraba los pies como si los tuviera pegados al suelo. Tuve que apretarme bien a él porque se me escapaba el muy inútil. Y de repente ocurrió.
-¿El qué?, ¿qué ocurrió?. preguntamos las dos a la vez-
Pues que sentí en mis muslos el paquete de Carlos más hinchado que un globo y lo más impresionante, el bastón que se adivinaba era de unas proporciones gigantescas. Ya sabéis que Carlos es un pelín más bajo que yo, si a eso añadimos mi escasa minifalda, os podéis imaginar dónde tenía yo su paquete: justo en la entrepierna, debajo de la minifalda y apuntando directamente en mi raja. Me quedé mas muda que él que parecía que iba a estallar de lo rojo que tenía el rostro, pero aunque os parezca mentira y a sabiendas de que me vais a decir que soy una zorra, le apreté el culo para sentir un poco más su mástil en la boca del volcán. Apenas nos movíamos, muy apretaditos los dos; yo más caliente que una tea ardiendo y él, yo creo que si no se estaba corriendo de gusto, le faltaba poco. Como él no tomaba la iniciativa, le agarré de la nuca y le di un beso de tornillo, que todavía debe estar buscando su lengua porque me la comí toda. Y tuve que seguir tomando la iniciativa, le cogí una de sus manos y la puse directamente en mi teta izquierda. Ahora sí, ahora me devolvía el beso con pasión y estrujaba mis tetas cuanto podía. Nos sentamos en un rincón y seguimos besándonos y dándonos el lote de nuestra vida. Había perdido toda su timidez y pasaba de mis pechos a mis ingles, llevándome al paraíso, mientras mis manos acariciaban su rígido embolo.
¿Podemos ir a algún sitio donde estemos solos?, le pregunté.
No. Sigo viviendo con mis padres. ¿Vamos a un hotel?
No, me da corte, voy a parecer una puta. ¿Tienes preservativos?
Nunca ligo. Sigo virgen. Nunca creí que los iba a necesitar.
Vamos a coger un taxi, la farmacia que está cerca de mi casa está de guardia.
¿Vamos a tu casa?
No, vamos a casa de mi hermana que no hay nadie, están de vacaciones por Asturias y yo tengo una llave.
Unos minutos más tarde, estábamos tumbados en la cama de matrimonio de mi hermana de la que habíamos quitado las sabanas y la colcha, para no dejar huellas sospechosas, luego ya le daríamos vuelta al colchón. Nos besamos de nuevo y en unos instantes volví a sentir ese miembro erecto entre mis muslos. Le bajé la cremallera del pantalón, le bajé los calzoncillos y le agarre su cosa. No lo veía porque estábamos a oscuras. Pero para medirlo de alguna forma, hice lo siguiente: rodee con una mano la base, al principio del todo, después puse encima la otra mano; quité la primera mano y la puse encima de la segunda; así hasta cuatro manos y todavía le sobraba la enorme cabeza. Cada uno de mis puños mide 6,50 centímetros: luego son 26, más los tres de su cabeza, nos dan un total de 29 centímetros de polla como mínimo. La estuve tocando por un buen rato hasta que me mostró el preservativo. Para entonces, mi tanga estaba tirado en el suelo, junto al resto de la ropa, y la vagina muy lubricada y deseosa.
Pero el muy idiota había comprado los preservativos más pequeños. Claro, la farmacéutica al verle se pensó, a éste 14 centímetros le bastan. Al final le dejé puesto uno que no le llegaba ni a la mitad, le tumbé boca arriba con su pollón mirando al cielo y me la fui clavando poco a poco. No quería metérmela del todo no fuera que me desgarrara algo, así que le pedí que se la agarrara con las dos manos y así estuvimos follando durante unos pocos segundos porque enseguida se corrió. Yo me quedé a dos velas y quise endurecerla de nuevo; le masturbé, se la chupe, me metí el glande en la boca pero aquello no se ponía duro ni para atrás. Al final lo conseguí, pero ocurrió lo mismo, en cuanto la tuve hasta la mitad, se volvió a correr como un bendito. Esta vez si que fue imposible enderezar su polla; cuando se marchó, yo añoraba la verga de 14 o 15 centímetros de mi novio que me llevaba al orgasmo casi todas las veces que lo hacíamos."
Hasta aquí la historia de Marta, pero a medida que pasaron los días, debió correrse la voz ya que en la peluquería, en el mercado, en la frutería, en la panadería, en fin en todos los comercios del barrio donde se juntaban mas de dos mujeres no se hablaba de otra cosa que no fuera de lo bien dotado que estaba el canijo ese. La empleada de la panadería, una vecina, la hija del coronel, y alguna que otra de mis amigas, se jactaban de haber tenido dentro semejante maroma. A Carlos le cambió por completo el carácter, ya no era el chico tímido que nunca se acercaba a las chicas; al contrario, a todas horas siempre se le veía rodeado de alguna que otra mujer mas o menos despampanante. Yo soy además de su vecina, la mejor amiga que tiene desde la infancia y podéis creerlo o no, yo no se la he visto ni falta que me hace, pero he hablado con él del tema y me dice que no es tan bueno tener un pene muy grande; por un lado ligas más, quizás por el morbo de a ver cómo es esa cosa, pero luego a la hora de la verdad, un elevado número de mujeres se echan para atrás, no quieren ser penetradas por semejante monstruo y a lo sumo te hacen o una mamada, (las menos), o te hacen una paja, (la mayoría). Además no puedo tener más de dos erecciones seguidas, a mi corazón le cuesta mucho llenar esa cavidad de sangre; así que cuando oigo decir a las mujeres que el tamaño no importa, yo les digo que sí, que importa, que a mi por lo menos me hubiera gustado tener una más normalita, con una de 18 o 20 centímetros, hubiera sido el hombre más feliz del mundo.
Así me lo contó Carlos y así os lo he contado, pero...
¿Y vosotras, amigas mías, qué opináis.?