El tamaño no importa

Con un poco de imaginación y buena voluntad, no exenta de pasión, se puede sacar partido hasta a las cosas más pequeñas.

EL TAMAÑO NO IMPORTA

Con un poco de imaginación y buena voluntad, no exenta de pasión, se puede sacar partido hasta a las cosas más pequeñas.

Entre las tazas de café, en el centro de aquella mesita baja de comedor, descansaban las llaves con el logotipo del león de Peugeot. Él y ella miraron al mismo tiempo hacia aquel juego de llaves.

Se habían conocido apenas dos semanas antes, pero habían congeniado de maravilla. Ella era simpática, ingeniosa, ocurrente, divertida. Él tenía tal vez un punto más serio, pero nunca exento de ironía. Y tenían visiones similares de muchos aspectos de la vida.

Tengo que ir mañana a que le cambien el aceite –comentó ella señalando las llaves.

Tendrías que ir a que te lo cambiasen por otro –respondió él, sonriendo.

Oye, no te metas con mi 206, que te arreo...

No me meto con él, pero deberías cambiarlo por uno más grande. Ese coche no tiene espacio para nada.

¿Cómo que no? Yo quepo perfectamente y mi equipaje también.

No me refería a eso, tonta. Quiero decir que no hay apenas sitio para... para eso...

Claro, porque tú lo digas –el tono de voz de ella no denotaba para nada que estuviese molesta, más bien tenía un matiz de broma-. Pues para que te enteres te diré que sí hay sitio "para eso". Más de lo que te imaginas.

No me lo creo. Si en esa pulguilla casi no hay sitio para revolverse una persona. No te digo dos con ganas de juerga.

Aunque te parezca increíble en un coche pequeño se pueden hacer un montón de cosas. Sólo hay que ponerle imaginación y aprovechar bien el espacio, eso es todo.

No me acabas de convencer. Como mucho hay espacio para una o dos posturas y forzadas.

¿Te quieres apostar algo, chulito? ¿La cena en un sitio caro, por ejemplo?

De acuerdo, pero me da a mí que vas de farol, preciosa. Eso sí, tendrás que convencerme muy bien.

Claro que lo haré –respondió ella con una mirada pícara-. Ya verás que cantidad de variantes se pueden encontrar.

Sólo una cosa. ¿Esas variantes son teóricas o prácticas?

¿Quieres saber si las he probado todas, morboso?

Por supuesto, así podré visualizarlas más fácilmente.

Pues sí, todas ellas están probadas. No todo el mundo tiene la suerte de tener un piso como éste disponible todos los días.

Vamos, que eres una experta en usar el coche como picadero –puntualizó él, en un tono nada ofensivo.

Bueno... Digamos que me defiendo.

De acuerdo, empieza, que la cena está en juego.

Bien, veamos –la pausa de ella fue deliberada, para dar más interés a sus siguientes palabras-. Vamos por la primera postura. Asiento del copiloto. Él sentado, ella encima. ¿Te sitúas?

Sí, me sitúo –respondió él, con cierto interés-. ¿De cara a él?

Eso es, de cara. Las rodillas de ella apoyadas en la guantera de la puerta y en la zona de la palanca de cambios.

¿Te gusta esa postura?

Sí, mucho. Puedo controlar mis movimientos y se nota bien rica dentro –para corroborar sus palabras, ella sacó ligeramente su lengua, relamiéndose-. Además hay mucho contacto físico. Me encanta sentirlo.

¿No es una postura cansada? –quiso saber él.

Bueno, un poco. Sobre todo si no tienes práctica se te pueden cansar las piernas. Aunque el chico te puede ayudar, sujetándote por las nalgas. Un novio que tuve lo hacía muy bien y me encantaba que me agarrase fuerte del culo.

Bien, esa postura la he captado –intervino él, tratando de zanjar aquella cuestión del antiguo novio-. Cuéntame otra postura de coche.

De acuerdo. En el mismo asiento del copiloto. Ella arrodillada, mirando hacia la luna de atrás. El asiento a medio reclinar.

¿Unos 45 grados? –no pudo evitar su afición por los números.

Sí, eso es. Él detrás, claro. Como las rodillas de ella están separadas, él tiene mucho campo libre para actuar. Sólo hay un problema...

¿Cuál es? –preguntó él, aunque en su mente lo que veía era a aquella chica en la postura exacta que acababa de describir.

Que si él es demasiado fogoso corren peligro los anclajes del asiento –respondió ella, entre risas.

¿Lo dices en serio? –dijo él, enarcando mucho las cejas.

Sí, totalmente en serio. El chico que me enseñó esta postura puso demasiada pasión en el envite y se cargó el asiento. Menos mal que el coche era suyo.

Imagino que sería una situación embarazosa...

Bueno, el caso es que oímos el chasquido y notamos que el asiento empezó a moverse adelante y atrás, pero no creas que paramos. No estaban las cosas para pausas –añadió, poniendo de nuevo carita pícara.

Claro, no se pueden dejar las cosas a medias –sugirió él, con una mueca ladina.

No, claro que no. Además no veas el gustito que me estaba dando aquella polla. Creo que no hubiésemos parado ni aunque el coche hubiera empezado a arder como una tea.

Ya veo, ya... –en el tono de él podía notarse un ligero atisbo de celos.

A ver, que te cuento otra –dijo ella con rapidez-. Ahora cambiamos de asiento y vamos al del conductor. Él de nuevo sentado, con las manos agarradas al volante. Ella encima, de cara a él.

Ésa es la misma que me has contado antes, sólo cambia el asiento.

No, no es la misma exactamente. Ella coloca las nalgas sobre los brazos de él. Así se cansa menos las piernas. Y a él tampoco se le cansan mucho los brazos, al tenerlos apoyados en el volante.

Sí, ya capto el matiz –asintió él.

Como te cansas menos, puedes estar follando así un buen rato. Siempre que el chico aguante, por supuesto, que hay de todo. Ya sabes que me encantan los polvos largos, sin prisa.

Algo había notado –dijo, guiñando un ojo.

¿Te parece que pasemos al asiento de atrás? –sugirió ella, devolviéndole el guiño.

Veo que te has recorrido todos los espacios del coche. Sólo te falta el maletero.

Bueno, porque suele estar sucio y lleno de cosas, pero también se podría probar, aunque haría falta un coche más grande, me temo –los ojos de ella chispearon tras sus gafas elegantes.

De acuerdo, vamos al asiento de atrás.

Pues ahí tenemos el clásico misionero. No es muy original, pero también tiene su encanto, no te creas. La sensación de que se froten contra el clítoris es de lo más estimulante. Si el chico es alto, siempre queda el recurso de abrir una de las puertas.

Sí, pero eso mejor en verano, que con el frío que hace ahora sería peligroso –apostilló él, con una ligera sonrisa en los labios.

Bueno, si la temperatura interior del coche lo compensa, tal vez se podría hacer. Pero tienes razón, mejor en verano –ella hizo una pausa, por si él quería preguntar alguna cosa más sobre esa postura. Cuando se cercioró que no iba a ser así, continuó-. Hay otra postura muy interesante en el asiento de atrás.

Cuéntame cuál.

Veo que te está interesando el tema, morbosillo. Esta postura la aprendí hace poco, de un compañero de trabajo. Fue un interesante descubrimiento.

¿El compañero o la postura? –preguntó él, en plan chistoso.

La postura, no me seas retorcido. El compañero sólo fue un lío ocasional. Bueno, a lo que íbamos, la postura...

Eso, vamos al grano, que esto promete.

Él se sienta en el asiento de atrás, en medio, entre los dos asientos de delante. Ella se pone de espaldas a él.

¿Con los pies en el suelo?

Mejor con las rodillas en el asiento, a ambos lados de las piernas de él. Así puede moverse adelante y atrás con comodidad.

Ella se agarra a los asientos de delante, ¿no?

Muy bien, veo que ésta la has practicado, ¿eh? –dijo ella, con tono burlón.

Bueno, en un coche no. Pero en una cama ayudándonos de una silla, sí.

Pues me encanta esa postura. Permite penetraciones muy profundas. Y si el chico tiene la ocurrencia de acariciarte el clítoris, es la leche.

Yo dejaría esa caricia para más adelante. Al principio me limitaría a pellizcarte los pezones –en el rostro de él se dibujó una expresión de diablillo, que no se molestó en disimular.

Pues no... no estaría mal tampoco eso... –añadió ella, notando el calorcito que se extendía por sus mejillas y por otras partes-. Bueno, no nos despistemos del tema.

¿De qué tema? –preguntó él, con aparente desgana, mientras de modo involuntaria pasaba la mano por su entrepierna descubriendo una erección más que interesante.

De que te he demostrado la de cosas que se pueden hacer en un coche como el mío –replicó ella, poniéndose interesante, al tiempo que se colocaba bien las gafas.

Sí, me has convencido. A juzgar por ciertas cosas –señaló a su bragueta, bastante abultada- creo que has ganado la apuesta.

Bueno, ha sido una conversación muy estimulante. Yo también noto ciertos efectos...

En ese momento los dos volvieron a mirar las llaves del 206, que habían sido testigo de aquella charla. También al mismo tiempo miraron sus relojes.

Son las nueve y media –apuntó él-. Te invito a cenar en el sitio que elijas.

Perfecto, me encanta la idea.

Sólo una condición: conduces tú –comentó, mientras le daba la llave.

No sé por qué, pero tengo la sensación de que te interesa más el postre que la cena –añadió ella, riendo.

Bueno, digamos que creo haber asimilado bien la teoría, pero no me vendría mal ver si domino el tema en la práctica.

Seguro que sí, te tengo por buen alumno. Así que coge la chaqueta y nos vamos.

Me falta un detalle –dijo él, cogiendo algo de un cajón-. No sé cual es el equipamiento de serie de tu coche –añadió mientras le daba a ella una cajita rectangular de color azul.

Condones... Bien pensado... Aunque mi 206 sí que los lleva de serie, nunca se sabe. Como habrás podido ver es un utilitario muy polivalente.

Ya te digo, y empiezo a darme cuenta que la dueña del coche también es muy polivalente. Y cuidado con el vino, que hoy llevas tú el coche.

Más que con el vino tendré que tener cuidado con mi acompañante de la cena, que me parece que aprende demasiado deprisa.

En un ratito vas a ver tú lo rápido que aprendo.

Las miradas de complicidad de los dos auguraban una buena cena y un buen postre...