El Tablero de Ajedrez (Prólogo)
Dolores, conocida como Lola, acaba de comenzar derecho. Su intelecto superior hace que sea tremendamente aburrida la perspectiva de un nuevo ciclo escolar. Sin embargo, como todos los años, se ha propuesto un reto cuanto menos cruel y sádico por su parte.
Prólogo
Nombre: Dolores “Lola”.
Apellidos: Francés Volkova.
Fecha de nacimiento: 3 de Julio de 1993.
Orientación sexual: Heterosexual.
Ocupación: Estudiante en la facultad de Derecho, en Jerez.
Estudios: Estudios primarios, secundarios y bachillerato.
Dirección:
Teléfono:
Pegó una foto suya, tamaño carnet, a un lado y posteriormente cerró la carpeta. Pegando el nombre de “Lola” en la pestaña, la guardó finalmente en un archivador metálico de aluminio.
Su dormitorio era cuanto menos extraño. En un simple piso de estudiante, compartido con un compañero de la facultad, tenía un enorme archivador justo al lado de su pequeña cama. Esta, cubierta de peluches con características de distintos animes, la soportaba a ella mientras abrazaba uno de ellos contra su pecho y jugueteaba con una pieza de ajedrez entre sus dedos.
Esta pieza era un peón. Lola se relamió sus finos pero no por ello poco apetecibles labios mientras pensaba con que nombre se coronaría ese peón, de color negro mate. La madera tenía una curiosa textura a sus dedos. Con una sonrisa, pensó que sería curioso probar ese tacto en su sensible, palpitante y, como no vamos a admitirlo, húmedo monte de Venus.
Pero debía aguantar. Mañana sería un gran día. El comienzo de las clases y, con ellas, de un reto. Lejos de centrarse en estudiar, nuestra aburrida heroína necesita algo más con lo que divertirse y no caer en la desesperación o el aburrimiento que podía llegar a traer el no tener ningún tipo de entretenimiento más allá de los libros.
Con una sonrisa, dejó el peón en la mesilla de noche sobre la que descansaba un tablero de ajedrez y abrió la cama. Cerró los ojos y esperó unos segundos, hasta comenzar a oír un ruido algo húmedo y rápido. Rodri estaba masturbándose, como cada noche, en su lecho.
“Eres incansable, ¿no?” le preguntó mentalmente, riéndose. Claramente, creía que ella estaría dormida.
Se acostó y cubrió con las sábanas, con una sonrisa al imaginarse cómo debía de ser el día siguiente, encantada con la perspectiva de comenzar el nuevo curso académico. Su objetivo había sido cada año uno distinto: Tirarse un chico a la semana, conseguir cien declaraciones de amor o incluso hacer que cuarenta chicos le permitiesen cortar un mechón de su cabello para tenerlo como trofeo (Se hizo uno bonitos pinceles con ellos). Este año, quería rellenar un tablero de ajedrez con sesenta y cuatro peones, treinta y dos blancos simbolizando a treinta y dos chicos vírgenes y treinta y dos negros simbolizando a aquellos con experiencia.
Pero no servía solo con consumar el acto. Eso sería demasiado sencillo y aburrido. Lo interesante estaba en enamorarlos, tenerlos entre sus brazos hasta poder reunir todos los datos que quería: Su foto, su nombre completo, su cumpleaños, su sexualidad, sus estudios, su trabajo (Si tenía) y su teléfono, para acabar como máxima culminación con su dirección. Solo después de tener la confianza para ello, de que estuvieran a sus pies, podría dedicarse a otro chico e ignorar al primero como si nunca hubiese existido.
Con aquella ardiente idea en su mente, la cruel y terrible Lola, devoradora de hombres, se sumió en un sueño profundo que duró hasta la mañana siguiente.