El Tablero de Ajedrez (Capítulo II)

Lola decide quedar con Lolo para ir a una discoteca de noche. Antes de irse, decide dejarle un regalito.

Capítulo II

Es estudiar por la tarde y tener la mañana para dormir daba muchas ventajas. Aunque Rodri tenía que ir a trabajar a las ocho y no volvía hasta las doce, Lola no tenía absolutamente nada que hacer en ese intervalo de tiempo que iba desde su salida hasta la tarde siguiente. Como mucho, tal vez le dejase preparada cena a Rodri o algo similar. Sin embargo, ese día decidió posponer su sueño después de la cena, al igual que su hora de lectura o película hasta que Rodri volviese.

Lolo y ella había quedado para las diez en una pequeña discoteca poco conocida a dos calles de allí. La elección de su ropa para ese momento, así como su peinado, no pudieron ser más complejos. Dejó sus rizos al azar, ya que el pelo despeinado no la afeaba precisamente, y decidió no maquillarse. Aunque le gustaban las minifaldas de colores oscuros, con cierto estilo gótico o punky, esa vez se contuvo y buscó cosas de colores más claros y algo más largas que la palma de una mano. Encontró al final un vestido blanco cuya falda de vuelo llegaba hasta dos o tres centímetros arriba de las rodillas. Tras mucho pensarlo, decidió ponerse unos tacones negros, no muy altos.

Tenía esa costumbre desde su reciente adolescencia. Los motivos para ello no eran importantes en ese momento, aunque lo cierto es que si hacía falta, pegar una patada aderezada con un tacón no estaba de más.

Cogió también su móvil, que poco después de tenerlo en su bolso recibió un mensaje, y sus llaves, metidas en un bolso negro. Con eso, estaba de sobre preparada para la acción.

La discoteca en cuestión era un local luminoso, decorado de color rojo brillante. Le recordó levemente a un burdel, tanto por el decorado como por los cortos uniformes de las múltiples camareras. En la barra, espaciosa y grande, una chica hacía las veces de coctelera y barman. Con una sonrisa, Lola buscó al chico en el interior y, tal y como se lo esperaba, se lo encontró sentado al fondo de la barra coqueteando descaradamente (Tan descarado que se podía ver desde la puerta del local) con una despampanante camarera rubia.

Con paso fingidamente torpe, Lola se adelantó hacia él.

-Hola… -lo saludó con voz algo tímida. La camarera, casi aliviada, se fue en el momento en el que el chico posó su vista sobre su reciente acompañante.

-Buenas, guapa –Lolo se levantó a darle dos besos-. ¿Mucho problema para llegar hasta aquí?

-No, ninguno. Fue fácil llegar desde casa –sonrió Lola-. ¿Puedo sentarme?

-Claro.

Ambos tomaron asiento. Lolo hizo una señal a la camarera de la barra quien enseguida se puso a mezclar distintos licores. Nuestra protagonista la observó desde lejos, intentando fijarse en las inexistentes etiquetas de las botellas.

-Y, dime… ¿Cómo es que no ha venido tu novio contigo? –preguntó el chico, apoyando los codos en la mesa.

-¿Qué novio? –esta vez, Lola sí que se sorprendió.

-El chico de las cadenas con el que viniste y te fuiste –hizo el gesto de ponerse y quitarse unas gafas-. Ya sabes, el rubito de las gafas con pintas de guiri.

-¿Rodrigo? ¡Oh, no! –exclamó Lola, comenzando a reír escandalosamente- Es solo un amigo. Compartimos piso y clase, por eso vamos juntos a todas partes.

-Entiendo… -una sonrisa se formó en su rostro.

La camarera llegó unos segundos después con dos copas de una mezcla de licores, de color rojo y olor fuerte. Lolo sonrió galante hacia la chica, que le devolvió la sonrisa junto con un guiño.

El plan de Lola iba viento en popa. Lolo era un chico mujeriego y rastrero, al cual no le importaba aprovecharse de una chica tímida e ingenua, aún teniendo novio, y tonteaba frente a ella con otras como si fuese lo más normal. Sonrió perversamente para sí misma, mientras el chico hacía gala de sus bajos conocimientos de cócteles explicándole de que se componía el ya muy conocido para ella “Piruleta”.

Hablaron un rato más. Tal vez media o una hora. Quiso sacarla a bailar, pero con fingida timidez se negó, alegando que le daba vergüenza. Cuando dieron las doce y media, como buena chica que quería aparentar ser, mencionó que estaba cansada y algo mareada y dijo que quería irse a casa.

-Te acompañaré –se apresuró a ofrecerse Manuel, tal y como se esperaba.

El camino, a esa hora, estaba vacío. Manuel se despidió de las camareras, tanto conocidas como desconocidas, y le ofreció el brazo a la chica que se tambaleaba a su lado con una magistral actuación digna de un óscar.

Tardaron unos minutos en llegar a la casa. Madrid era una ciudad peligrosa o eso decía el chico, que aprovechó la más mínima oportunidad para agarrarla de la cintura para que no se cayera. Mientras seguían andando, el chico se jactaba de todas las proezas presumiblemente falsas o exageradas cuanto menos contra ladrones y demás chusma por el estilo.

Cuando llegaron a la puerta y Lola buscaba sus llaves, Lolo se apoyó en la puerta en una postura que le recordó mucho a los típicos galanes de película de adolescente mala, en la cual el fornido atleta, capitán del equipo de su instituto, tontea con la chica que, inocentemente, se sonroja y estremece ante los cada vez más intensos filtreos del chico.

-En fin… -el chico se estiró- ¿Vives sola?

-No, vivo con mi compañero de piso.

En su rostro se vio la decepción reflejada cual espejo de sus emociones. Seguramente, esperaba completar la noche consumando con ella. Con una sonrisa pícara, lo miró de arriba abajo, mientras el chico esperaba una despedida. Desafiando todo pronóstico que el chico se habría puesto por delante en su mente de semental, Lola se le lanzó al cuello, comenzando por rozar sus labios, que se entreabrieron de sorpresa, y aprovechando finalmente esa hendidura para introducir su suave lengua. El tacto de la suya era algo áspera, recubierta de una saliva de sabor amargo como que denotaba que era consumidor de tabaco. En aquel apasionado beso francés, el chico dirigió ambas manos a su trasero, al tiempo que Lola pudo notar perfectamente como una erección comenzaba a apretar su monte de Venus. Con una sonrisa cuanto menos cruel, la chica se separó para susurrarle al oído un: “Pero no llega hasta las dos…”. Mordió y lamió su lóbulo derecho, encontrándose también con un pequeño aro metálico.

Sonrojado y casi sin habla, Lolo acertó a pedir que lo subiera a su casa. Sin embargo, ensanchando su terrible sonrisa, Lola negó con la cabeza.

-No, lo cierto es que no me apetece. No pasaste mis pruebas, pequeño –aún enganchada con un brazo a su cuello, le puso un dedo en la nariz.

-Pero… ¡No puedes dejarme así!

-Eso te crees tú –replicó antes de separarse completamente terminar de sacar las llaves del bolsillo.

-¡Eres una calientapollas! –exclamó el chico poniendo una mueca de rabia.

-Bueno, yo seré una calientapollas, pero tú eres un engendro que disfruta aprovechándose de chicas de apariencia inofensiva –Lola metió la llave en la cerradura de la casapuerta y, antes de entrar, se despidió con un gesto con dos dedos-. Hasta mañana, Lolo.

Antes de que el iracundo Manuel pudiera abrir la boca de nuevo, Dolores se introdujo en el rellano cerrando la puerta tras de sí. Había sido un día duro y, contenta por los resultados, subió al primer piso saltando los escalones de dos en dos. Nada más llegar a casa, una voz familiar le dio la bienvenida.

-¿Eh…? –se dirigió al salón, donde se encontraba Rodrigo leyendo un libro- ¡Ah! Hola. ¿Cómo tú por aquí a estas horas?

-Te mandé un mensaje para avisarte. Me han echado por tirar a uno de un empujón –explicó mientras la miraba de reojo-. ¡Dios! ¿De qué vas vestida?

-Es una larga historia.

-Me interesa –Rodri cerró el libro-. Explica, por favor.

-Le he dado una lección al Don Juan de la clase, solo eso –murmuró mientras se quitaba esos tacones negros-. Así aprenderá.

-Bueno, si tú lo dices. Creo que me voy a la cama.

-Yo también, buenas noches.

-Lo mismo digo.

Dicho eso, ambos se dirigieron a su cama. Directamente en ropa interior, Lola se acomodó en su cama y cerró los ojos. Esa noche no pensaba quedarse esperando a oír la masturbación nocturna de Rodrigo. Por su parte, este esa noche simplemente se acostó con el sentimiento de haber hecho mal esa noche. Con un cansancio digno de aquel que trabaja de sol a sol en el campo, se sumió en sueños aún con la ropa puesta. Esa noche, ambos tuvieron sueños bastante subidos de tono. Era normal. Sus días habían sido cuanto menos excitantes.