El Tablero de Ajedrez (Capítulo I)

Lola comienza el primer día de clases y, con él, elige a su primer peón: Manuel, un chico que se ha interesado en ella desde el principio.

Capítulo I

Descuidada como siempre, sin peinar ni maquillar, Lola salió de su habitación a las doce de la mañana. Al tener la universidad por la tarde, era su hora común de levantarse. Con una sonrisa de oreja a oreja, pues sus sueños habían sido de húmedos un mar, se lanzó rápidamente hacia el cartón de leche que descansaba sobre la encimera de la pequeña cocina.

Rodri rió entre dientes. En los pocos días que llevaba viviendo con la joven, ya la había visto de todas las maneras posibles, pero ninguna tan graciosa y adorable como recién levantada, con solo una camisa vaquera y un culotte blanco, sus rizos castaños despeinados sobre su espalda y su búsqueda incansable por un poco de leche con Cola-cao por la mañana.

-¿Te hace gracia, eh? –murmuró Lola mirándolo de reojo, con una risa entre dientes.

-Pareces una niña pequeña –le alcanzó el bote de Cola-cao sin borrar su sonrisa-. Es gracioso, no me culpes.

Rodrigo siempre había sido así. Al menos, desde que Dolores lo conoció en una partida de rol, hacía años. Franco, divertido y risueño, jugaban a al mismo juego on-line donde roleaban ella como una prostituta y él como un guerrero centenario. Encajaron enseguida y cuando ambos quisieron estudiar derecho fuera de sus casas, no tuvieron problemas en irse a vivir juntos.

Madrid había sido el destino y en Madrid estaban. Un piso de estudiantes, cerca de la facultad donde ambos estudiaban la misma carrera. Aunque a Lola no le hacía falta y con gusto pagaba ella el alquiler, Rodri trabajaba a media jornada para pagar su parte, bien por no sentirse inútil, bien para que sus padres no lo humillasen por dejarse mantener por una mujer.

Dejando caer, casi por accidente, una gota de leche chocolateada por su comisura, terminó de beber su desayuno líquido y se encaminó hacia el baño sin hablar más. En el fondo, Lola era una chica de pocas palabras a la que le encantaba hablar.

Se dio una ducha caliente, en la que aprovechó para comprobar su perfecto depilado. Se aseguró de mantener su cabello totalmente hidratado, suave y cuidado. Cuando terminó, se secó y perfumó las axilas con desodorante, el cuerpo con crema y su pálido cuello con perfume. Cuando ya todo estuvo totalmente inmaculado y el baño posteriormente recogido, Lola se miró al espejo para decidir cómo debería acicalarse hoy. El primer look que probaría para clases sería algo despampanante, pero sin pasarse. Una minifalda, por ejemplo, de cuadros escoceses. Una camisa blanca ajustada a su pecho y marcando la copa C de su sujetador. Tal vez unas medias blancas para cubrir sus piernas o una corbata para darle más morbo. ¿Maquillaje? El justo, tampoco quería pasarse en el primer día.

Salió con todo decidido. El primer día de clases en la facultad iba a ir como una colegiala a la escuela. Rodri, desde el sofá, solo le dirigió una leve mirada antes de que se perdiera tras la puerta de su dormitorio. Con esa vista tan impresionante, solo pudo volver a su libro durante escasos minutos antes de tirarlo a un lado y maldecirla levemente, aunque sin odio.

¿Cómo podía esperar que él, siendo un hombre, se quedase tan tranquilo al verla pasar solo con un albornoz blanco? Aunque aquello era lo más normal que había visto, pues la había encontrado en totalmente desnuda en su cuarto al ir a pedirle tal o cual cosa o incluso una vez juró haberla oído gemir de noche.

Algún día perdería su tremendo autocontrol. Sin embargo, dejar de vivir con Lola no era una opción. No era por dinero ni por necesidad, simplemente quería vivir con ella. Con una sonrisa amarga, Rodrigo se levantó del sofá y se dirigió al baño para dar rienda suelta a sus pasiones más bajas. No sería cómodo ir con semejante erección a clases.

Al cabo de media hora, ambos estaban listos para irse. Portátil, cuadernos y bolígrafos para tomar apuntes y… ¿Cómo negarlo? Posiblemente para chatear entre ellos vía tuenti cuando tuviese la ocasión.

La universidad era enorme.  Constaba de varias partes dedicadas a las distintas carreras. La de Derecho era, sin duda, la más grande, ya que era la carrera con más prestigio allí. Antes de entrar en clases, Rodrigo y Dolores se encontraron con una máquina de chocolatinas de distintos tipos. Nuestra cruel Lola compró un kínder, para darle uno a su compañero de piso con una extraña amabilidad que no pasó desapercibida para el grupo de venía detrás.

Aunque Lola se había dado cuenta de las miradas que había recibido desde que entró en el edificio, al igual que de las frases lascivas y algunas apenadas al verlas acompañada de un chico recubierto de cuero y cadenas que debía ser su novio. Sin embargo, los únicos que los habían seguido hasta la zona destinada a derecho habían sido ellos tres.

Así pues, cuando entró en el aula, decidió ponerse en la primera fila. Rodrigo, separándose de ella para no estar tan cerca del profesor, se despidió con una mano y, tras un “hasta luego”, se sentó tres filas detrás de ella. Sin embargo, el grupo de tres chicos se separó de extraña forma. Uno de ellos se colocó a su derecha, mientras los otros dos se colocaron detrás.

Terminó su kínder con una sonrisa que nadie pudo definir en sus labios y se guardó el envoltorio para tirarlo más tarde. Nada más hacer ese gesto, miró de reojo al joven de su derecha. Tenía el pelo teñido de rubio y suficiencia en sus ojos. Lola disfrutó durante unos segundos pensando cómo sería ver esos ojos, negro mate, llorando sin consuelo con ella. La imagen que se formó en su mente la satisfago de tal modo que decidió que el primer peón negro llevaría su nombre.

Aún quedaba un tiempo para el comienzo de la clase. El chico chasqueó la lengua para llamar su atención y ella, con una sonrisa, se giró hacia él.

-Oye, guapa… ¿Qué haces sentándote tan sola? –preguntó. Arrastraba las palabras con un deje de arrogancia supremo.

-Me gusta atender en clase.

-Oh, ¿Una empollona? –se acercó a su rostro sin pudor alguno y Lola hizo un esfuerzo por borrar su sonrisa y cambiarla por una mirada casi asustada-. No tienes cara de empollona.

-Yo… Esto… Yo… -murmuró con fingida timidez.

-Vale, vale… -casi mosqueado, el chico se apartó- No te asusto. ¿Cómo te llamas, nena?

-Lola –respondió ella, reanudando su sonrisa-. ¿Y tú? ¿Cuál es tu nombre?

-Manuel, llámame Lolo. No eres de aquí, ¿verdad?

-¿Cómo lo sabes?

-Por tu piel y tus ojos.

La sonrisa de Lola se ensanchó. Los años en Rusia, donde nació y vivió hasta los siete años, no eran en balde. Aún después de once años viviendo en la cosa de España con su familia paterna, su piel aún tenía ese color blanco leche tan característico de los norteños de Europa. Por si fuera poco para denotar su ascendencia rusa, nuestra Lola tenía unos ojos azul grisáceo, cuyo exterior del iris estaba rodeado por un color gris violáceo. Unos ojos extraños que solo dos personas en su familia habían heredado.

-Bueno… -rió levemente-. A medias has acertado. Solo viví siete años en Rusia.

-Rusa, ¿eh? Que mona…

Fingió una mirada tímida hacia otro lado. A ese tipo de chicos les gustaban las chicas tímidas e inocentes de las que poder aprovecharse cuando quisieran. Antes de seguir hablando, el profesor entró en la clase. Era un hombre alto, de cabellos dorados y rostro cuadrado, cuyos ojos marrones y ojerosos estaban enmarcados con unas gafas cuadradas de montura fina.

-Soy Alejandro, vuestro profesor de Derecho Romano –tenía la voz grave. Los ojos de Lola se chocaron de frente con los suyos y así se quedaron alrededor de un minuto, hasta que el profesor decidió aclararse la garganta y seguir con la presentación-. Consideradme vuestro tutor en este curso.

Así pues, pasó a estar media hora hablando de la asignatura, como se evaluaría y demás cosas que a Lola le importaron poco o nada. Pasó un par de veces la mirada de reojo Manuel, que a su lado sonreía como si viese algo muy divertido ante él, y otras tantas al profesor que tampoco paraba de observarla desde su lugar. Poco después, cuando ya hubo terminado, dijo que podían salir y nuestra Lola se levantó para ir a buscar a Rodrigo y volver con él a casa. Antes de hacerlo, Alejandro le hizo un gesto y le pidió que se quedase un instante.

Se despidió de Rodrigo mientras este salía y la miraba entre preocupado y divertido. Lolo, por su parte, se despidió con dos besos, dejando caer en uno de sus hombros y curioso papel que la chica guardó fingiendo inocencia y algo de timidez.

Cuando todos se hubieron ido, Lola se dirigió al profesor con lo más parecido a una cara de póker que tenía.

-¿Qué quieres? –no quería sonar borde, pero se estaba poniendo nerviosa.

-Yo te conozco… ¿Tú madre es por casualidad Ilya Volkova? –preguntó sin demasiados preámbulos.

-¿La conoces? –sonó fastidiada por alguna razón.

-Si, la conocí en la facultad, cuando estuve de intercambio en Rusia. ¿Qué es de ella?

-En Rusia está. Me vine a vivir aquí hace un tiempo yo sola, mis padres siguen allí.

-Vaya…

-Disculpa, me están esperando.

Sin mediar palabra, salió de la clase, con la cabeza bien alta y gesto altivo y soberbio. Si había algo de lo que no le gustase hablar a Lola, era de su familia. Nadie nunca supo porqué ni Lola lo había contado nunca. Cuando Rodrigo la vio salir en ese estado del aula, decidió no preguntar. Porque era bien sabido que Lola había heredado un carácter bastante fuerte de alguno de sus antepasados moscovitas.

-Vaya perrada, ¿eh? Venir con todo el equipamiento para nada.

-Si, la verdad es que si, ha sido una perrada –respondió Lola.

Estaba ida. Rodri decidió lo hablar más hasta que llegaron a casa. Inmediatamente, Lola se metió en su cuarto y sacó el papelito que le había dejado caer sutilmente. Como se esperaba, era un número de teléfono, con una carita sonriente y un “Llámame esta noche”. Le hizo gracia y apuntó en una nueva ficha antes de coger su móvil.

Después de un pequeño disgusto, era momento de divertirse.