El supuesto novio de mi hermana

Guillermo es un tío atractivo que tiene dos hijos y que comenzó a quedar con mi hermana hace unos meses, aunque no de la forma que yo creía.

Mi hermana Nuria y yo somos mellizos, lo que hace que tengamos un vínculo especial y una relación particularmente estrecha. Cuando decidió irse a vivir a la costa dejándome solo en la capital no me lo tomé del todo bien, aunque como en aquel momento yo tenía pareja y mucho curro, no la eché tanto de menos como me hubiese imaginado. Sin embargo, al enterarme que iba a ser madre algo cambió. Tuvo que ver que fuera por fecundación in vitro, pues ella tampoco ha tenido mucha suerte con los hombres, e imaginármela sola en la costa cuidando de una criatura sin más ayuda que la de algunos amigos me ablandó el corazón. Por eso decidí sacarme las oposiciones en Andalucía e intentar obtener plaza donde ella vivía.

Lo conseguí, así que de nuevo estrechamos lazos, unidos en ese momento por mi sobrina Gema, a la que se uniría Pablito un par de años después. Debido a la inestabilidad del trabajo de mi hermana me he tenido que hacer cargo de ellos en más de una ocasión, aunque nunca han sido más de un par de días. Pero de nuevo un giro en su carrera profesional nos ponía en una delicada tesitura. En mayo le ofrecieron trabajo en Ghana durante cuatro meses, y el cual consideró ser una buena oportunidad laboral además de estar realmente bien pagado. La oferta era tentadora pese a que Nuria gozaba de cierta comodidad económica y personal, pues se acababa de construir una casa y había conocido a un tío, aunque en esas semanas que estuvieron quedando según ella nunca pasó nada. Guillermo era comercial en el concesionario donde Nuri se había comprado un coche recientemente, y como él estaba separado y tenía dos hijos de edades parecidas a las de mis sobrinos, comenzaron a quedar. Al verle la primera vez le susurré a mi hermana “está bueno el cabrón”, pues Guillermo es un tipo bastante atractivo: alto, moreno, facciones muy masculinas acentuadas por una cuidada barba de esas que parecen que sólo llevas de un par de semanas… Pero como digo, durante ese tiempo hasta que se marchara a África, supuestamente no pasó nada entre ellos.

Y yo le perdí la pista a él, pues vive a unos cien kilómetros y la excusa de venir al pueblo eran mi hermana y los niños, así que no estando ella no parecía tener sentido que la relación siguiese. Sin embargo, una mañana de sábado de finales de junio recibí una llamada suya:

-Nuria me ha dado tu número… Estaba pensando en pasar el día en la playa con los niños y se me ha ocurrido ir para allá para que estuvieran con Gema y Pablo.

-Ah, pues me parece bien, no teníamos planes para hoy.

Al rato llegaron y nos marchamos para la playa. Comimos en un chiringuito, volvimos otro rato a la arena y a media tarde fuimos a una famosa heladería del paseo marítimo.

-Yo me tomaría un copazo -comentó Guillermo tirando la carta de helados sobre la mesa.

-Yo te acompañaría -un gin tonic sonaba de lo más apetecible.

Pero nos lo tuvimos que beber rápido porque los niños comenzaron a ponerse pesados por irnos a la piscina de casa de mi hermana. Allí, y sin la preocupación de tener que coger el coche, me dispuse a servir otras dos copas, pero Guillermo la rechazó porque él sí tenía que conducir. Le ofrecí entonces que se quedaran a dormir en mi piso, vacío desde que Nuria se fue porque preferí quedarme en su casa por comodidad. Guillermo no dudó un segundo, así que una copa llevó a la otra hasta la hora de cenar. Pedimos unas pizzas por teléfono, y poco después los enanos se fueron quedando dormidos en las tumbonas del porche.

-Creo que debería irme ya -comentó al verles-. Deben de estar bastante incómodos ahí.

-Les podemos acostar arriba si quieres -propuse.

-No sé, no quiero ser una molestia. Pero la verdad es que me da apuro despertarles para montarles en el coche.

Obvié su comentario y le pedí que me siguiera. Cogí a Pablito en brazos y le llevé a su habitación. Él hizo lo mismo con su hijo pequeño y le acostó en el de Gema, que esa noche dormiría con su hermano cediendo su cuarto a los invitados. Tranquilos ya por haber solventado el problema de los niños, volvimos al porche a tomarnos otra copa. Pero el sofocante calor del verano y el tener que haber subido dos veces con los críos a cuestas hicieron que un baño en la piscina sonara deseable.

-¿Cómo llevas tener que cuidar de dos niños que no son tuyos? -me preguntó.

-Se portan muy bien, la verdad.

-¿No echan de menos a su madre?

-Mucho. Al principio lloraban y tal, pero es admirable cómo han entendido la situación.

-La verdad es que son un encanto los dos. Tu hermana parece haberles educado bastante bien. Y además tiene suerte de tenerte a ti.

-Yo por ella haría cualquier cosa. Y estoy seguro de que si fuese al revés Nuria lo haría también.

Hablamos de la azarosa vida de mi hermana, así como de la de Guillermo. Me contó que dejó a su mujer porque se había dado cuenta de que le gustaban los hombres. Su revelación me pilló totalmente de sorpresa, y aunque al conocer sus inclinaciones mi polla sintió un cosquilleo, lo primero en que pensé fue en mi hermana.

-¿Nuria lo sabe? -le pregunté medio cabreado, pues me molestaba la idea de que ella se hubiese hecho ilusiones.

-Sí, se lo conté la segunda o tercera vez que quedamos.

Respiré aliviado, aunque extrañado porque ella no me lo hubiese dicho.

-La verdad es que siento un poco de vergüenza ahora mismo -admitió.

-¿Y eso por qué?

-Porque pensé que lo sabías. De hecho, que viniese hoy fue idea suya.

-¿De Nuria?

-Sí. Llevaba tiempo diciéndome que tú y yo hacemos una buena pareja.

Me ruboricé al escucharlo, y seguro que me puse rojo como un tomate.

-Pues ya le vale -me limité a decir, consciente de que mis palabras sonaron mal, pero es que soy único para meter la pata en esas situaciones.

-Igual ha sido una mala idea.

-No quería decir eso -me apresuré a rectificarme-. Me refería a que ya le vale no habérmelo contado.

-Entonces me alegro de no ser el único que ve esta situación un poco violenta. Entiendo perfectamente que no quieras comenzar una relación con un tío que tiene dos hijos, que estarás ya hasta los huevos de niños que no son tuyos.

Me recuerdo en ese instante un tanto aturdido, no sólo por la fantasía de tener a un tío atractivo en mi piscina del que yo pensaba era el novio de mi hermana y descubrir ahora que es gay, sino porque hablara de relación cuando a mí lo único que podía pasárseme por la cabeza en aquel momento era un polvo sin más.

-¿En qué piensas? -me interrumpió.

-Nada, en eso que has dicho.

-Sé más específico, porque he dicho tantas cosas…

-En lo de empezar una relación contigo. La verdad es que ha sonado raro.

-Jajaja. Tienes toda la razón. He sonado demasiado serio, pero es que no soy de encuentros de una sola noche. Pero en mi defensa diré que la culpa es también de tu hermana.

-¿Por?

-Porque me dijo que tú tampoco; que eres más de tener pareja estable y eso.

-Bueno, si ella lo dice…

-Joder, no doy una esta noche. Voy a empezar a odiarla.

-Creo que no vas a ser el único.

Nos sonreímos, permanecimos callados en la piscina un rato y decidimos irnos a dormir. Le preparé el cuarto de invitados tal como tenía planeado desde el principio y yo me fui al de Nuria pensando en lo raro que había sido todo aquello. Y es que tenía a un tío que estaba bastante bueno, que además yo le gustaba aunque fuese coaccionado por mi hermana, en el dormitorio de al lado dispuesto a irse a dormir sin que ocurriese nada. Porque esa milonga de que a mí me molaba tener pareja no era cierta, y aunque soy bastante tímido en general, si se da la ocasión y el tipo en cuestión me gusta, no me importa llevármele a casa una sola noche y después si te he visto no me acuerdo. Guillermo me gustaba mucho, porque además es un tío agradable con el que se puede hablar de muchas cosas, incluida una de mis pasiones -los coches- ya que se dedica a venderlos. Pero su situación era más complicada de lo que me gustaría: además de vivir a cien kilómetros, tiene dos hijos con los que iba a tener que compartirle, por lo que pensar en hacer con él las cosas típicas que se hacen con una pareja como ir al cine a ver algo que no sea de Pixar, una cena en un restaurante que no sea un McDonalds, o echar un polvo sin temor a que nos pillen resultaría de lo más complicado. Sí que es verdad que durante esas semanas la cosa podría funcionar, pues al tener que cuidar de mis sobrinos, mi vida era tal cual la acabo de describir, pero ¿qué pasaría cuando volviese mi hermana y yo esperase algo más?

Me rendí al sueño entre esas reflexiones, aunque las retomé por la mañana mientras recogía esperando que mis sobrinos se despertasen. Guillermo me acompañó al rato:

-¿Qué haces tan temprano? -me saludó.

-Quería levantarme antes que los niños.

-Deben de estar durmiendo bien a gusto.

-Ayer no pararon en todo el día. ¿Qué tal has dormido?

-Bien, gracias. ¿Te ayudo a algo?

-No hace falta. Vamos a hacer café si quieres.

No recuerdo de lo que hablamos en la cocina, pero sí de las contradictorias ideas que pasaban por mi cabeza: por un lado quería que sus hijos se despertaran ya y se marcharan para que Guillermo desapareciera de mi vida, pero incomprensiblemente también deseaba lo contrario, que decidiese quedarse a pasar el día con nosotros, bajar a la playa, hacer una barbacoa y estar toda la tarde juntos. ¿El motivo? Ni yo mismo lo sabía, pues no tenía nada claro en absoluto. Salimos al porche cada uno con una taza en la mano y nos sentamos. Al ver que iba a encenderme un cigarro me cogió uno y me pidió fuego. Fui a encendérselo yo mismo y al hacerlo me rozó la mano y me la agarró. Nos miramos, se quitó el cigarro de la boca y me besó. Así sin más. Y de repente todo lo que había estado rondándome la cabeza se esfumó. Fue jodidamente extraño que el primer beso surgiese así, pero reconozco que me encantó. Nada que ver con los descerebrados que he ido conociendo en los últimos años de mi vida, los cuales me han hecho creer que lo que le espera a un tío que pasa de los treinta son encuentros en los que lo mejor que puede ocurrir es que tras el sexo el tipo en cuestión desaparezca sin más después de haber pasado por situaciones de lo más surrealistas. Esto era totalmente diferente, y ya ni me acordaba de que es lo normal. Lo inusual son las circunstancias que le rodean, pero no era momento de pensar en ellas.

-¿Tito? -escuché desde el salón.

Me giré y vi a Pablito en el salón. Al poco se nos unieron los otros monstruitos. Cuando desayunaron empezaron a hacer planes sin contar con los adultos, queriendo bajar a la playa, comerse un helado, volver a la piscina… En definitiva, repetir lo del día anterior.

-Podemos hacer una barbacoa -le dije a Guillermo animándole a que se quedaran.

-¡Barbacoa! -gritó mi sobrino ilusionado.

Estando en la playa Nuria me hizo una video llamada como de costumbre para hablar con los niños, si bien éstos estaban demasiado excitados como para querer alargar demasiado la conversación, ya que estaban a medias en la construcción de un inmenso castillo de arena.

-¿Sabes que el tito es el papá de Guille y Álvaro? -le comentó mi sobrino dejándome estupefacto no porque nos hubiese pillado a Guillermo y a mí besándonos, sino por la conclusión que él extraía de ese beso.

-Su papá es Guillermo -le decía Nuria.

-Pero si se dan besos es que son papás los dos -deducía ingenuo.

Guillermo se descojonaba y mi hermana trataba de disimular para no partirse de risa también. Cuando Pablito me devolvió el teléfono vi cómo soltaba una carcajada.

-¿Qué es eso de que te das besos con el papá de Guille y Álvaro? -se burló.

Enfoqué el teléfono a Guillermo para que viera que estaba a mi lado, no fuera a meter la pata otra vez.

-Ya hablaremos tú y yo -le dijo él bromeando.

Volví a verle la cara y Nuri me guiñó un ojo. El día transcurrió como habíamos planeado sin que pasara nada destacable. Guillermo se despidió con otro tierno beso dejándome turbado con algo en lo que pensar el resto del día hasta que por la noche después de haber dejado a sus hijos con la madre me habló por WhatsApp. La conversación fue típica sobre lo bien que lo habíamos pasado y la intención de repetir al finde siguiente. Por culpa del levante ese sábado el mar estaba desapacible, así que optamos por pasar el día en el parque acuático, un plan estupendo para que los niños llegasen a casa exhaustos y nos dejasen a Guillermo y a mí tranquilitos. Les preparamos unos sándwiches y les dejamos en el cuarto de juegos del sótano viendo Los Minions. Bajamos un par de colchones con la intención de que se quedaran allí dormidos y no tener que moverles después. Para la tranquilidad de todos busqué el vigilabebés de cuando Pablito era pequeño y lo pusimos por si necesitaban algo. Y por fin Guillermo y yo tuvimos un poco de intimidad.

-La verdad es que yo también estoy agotado -admitió dándome a entender que me dejaría otra vez con las ganas.

-Normal, acuéstate cuando quieras -me limité a decirle algo decepcionado.

-No me voy a ir a dormir con las ganas que tenía de estar a solas contigo -se acercó a besarme y nos fundimos en el beso más largo que nos habíamos dado hasta el momento.

-¿Y qué quieres hacer? -pregunté con aparente ingenuidad, aunque en mi cabeza tenía muy claro lo que yo quería.

-Mmmm… Déjame pensar -su tono casi infantil contrastaba con su masculina voz-. Nos podemos ir al dormitorio -deslizó un dedo por mi pecho-, podría besarte de nuevo… Te acariciaría…

Y yo quería decirle que le comería la polla hasta reventar y que dejaría que me follase todo el tiempo que quisiese, pero obviamente decir algo así en ese tono estaba totalmente fuera de lugar.

-Me parece bien -contesté. Tener que bloquear mis obscenos pensamientos era ya demasiado como para responderle además con algo elocuente.

-Vaya entusiasmo, chaval -me reprochó.

-Perdóname, pero es que me estaba imaginando lo que me contabas y se me ha pirado.

-O sea que te atrae la idea.

-Tanto como tú -le besé.

En el dormitorio seguimos los pasos tal como los había descrito. Le besé de nuevo, pero ahora de manera más acalorada, si bien su ritmo no parecía estar en sintonía con el mío, por lo que me relajé. Mientras nos besábamos me acariciaba por el brazo o la espalda con suaves movimientos. Como él estaba tumbado debajo de mí yo no podía hacer lo mismo, así que me limitaba al contacto de nuestros labios. A veces los separaba para poder besarle el cuello, y otras él hacía lo mismo excitándome cada vez más. En realidad ambos lo estábamos, pues nuestros rabos iban endureciéndose por debajo del bañador. Lo agradecí, puesto que si Guillermo también lo apreciaba, el paso a algo más carnal resultaría más sencillo. Y menos mal que llegó por fin con su mano a mi culo como preámbulo de que el momento de la verdad estaba a punto de llegar. Me giré un poco quedándome de lado sobre la cama y se lo acaricié yo a él también. Cuando metió la mano por debajo de la tela llevé la mía a la parte de adelante para sobarle el paquete. A pesar de todo me costó decidirme a estirarle la goma e intentar colarme dentro para sentir su polla de una vez por todas, pero mis ganas me ayudaron a no demorarlo más. La rocé primero con los dedos y poco después le agarré el tronco, comenzando entonces a masajearlo mientras sentía cómo se iba endureciendo entre ellos. Aprecié un tamaño normal, acordándome del dicho ese de que el tamaño no importa, siempre que no sea el mío, claro.

Como Guillermo no decía nada, decidí llevar la iniciativa. Y es cierto que suelo ser bastante mojigato y me cuesta hacerlo, pero no aguantaba más pese a que mis complejos volvieron a torturarme justo en ese instante. Con todo, me aparté para poder quitarle el bañador. Su verga estaba ya dura implorando ser probada. Me sonrió mostrando por fin algo de lujuria y me coloqué delante dispuesto a chupársela. Su rosado capullo estaba totalmente expuesto y opté por comenzar con él. Lo rocé con la lengua notándolo caliente, carente de algún sabor intenso después de haber estado todo el día en remojo en la clorada agua del parque acuático. Guillermo gimoteó mientras yo jugueteaba con la lengua y los labios al tiempo que me rozaba el cabello. Los deslicé por el tronco hasta llegar a los huevos que también lamí con delicadeza. Volví a centrarme en el cipote arrastrando mi saliva de vuelta a la punta. Una vez allí comencé a succionarla despacio y sentí que sus músculos se contraían por un instante mientras exhaló un tímido pero alargado sollozo. Se la fui chupando a mi ritmo, deleitándome con toda su envergadura y grosor, percibiéndola ardiente y vibrante dentro de mí. Él simplemente se dejaba hacer, aunque cuando a veces la mantenía entera dentro de mi boca empujaba su pelvis, pero más como un acto de defensa que como intención a que me fuese a follar la boca con brusquedad.

-Buah tío -habló después de un largo rato en el que sólo se escuchaban sus tenues gemidos.

Aquello me hizo parar y volverme a colocar sobre él para besarle.

-Vaya mamada -celebró, haciendo que esas palabras sonasen de lo más extraño en sus labios-. ¿Qué haces todavía con el bañador puesto?

Me lo quitó sin más y empecé a temblar por la vergüenza que siempre paso en ese trance a pesar de todo.

-¿Qué te pasa? Estás temblando.

-Nada, nada -contesté avergonzado.

Mi desazón duró un poco más porque Guillermo parecía estar dispuesto a querer chupármela. Él no había tocado mi polla antes, pero incomprensiblemente yo necesitaba saber que al verla no se iba a sentir tan decepcionado como para levantarse y largarse.

-Relájate chico -habló cuando me la agarró por primera vez-. ¿Qué te ocurre?

-Nada -volví a repetir.

-¿Pero estás bien? -quiso asegurarse.

-Que sí, que sí. Es que en el fondo soy muy tímido -fui consciente de que mis actos habían demostrado todo lo contrario-. Y además… Me da vergüenza porque la tengo pequeña.

-Anda ya bobo -me la miró y volvió a sonreírme-. Macho, la tienes normal, así que quítate esa tontería de la cabeza.

-La tuya es más grande.

-Qué va.

-Vaya que no.

-A ver, Ángel, igual es un poco más gorda, pero vamos, que me da lo mismo. Te la pienso chupar digas lo que digas.

Sus palabras me reconfortaron volviéndome a sentir cómodo, así que me rendí al placer. Me estremecí cuando se la llevó a la boca, pero aún algo ruborizado no fui capaz de emitir ningún sonido que lo corroborara. Mientras la tragaba me acariciaba los huevos o me la agarraba desde la base empujando mi zona pélvica hacia abajo para lamerme el tronco con suavidad. Guillermo tenía la capacidad de hacerme sentir bien en general, pero además su forma de comerme la polla me tranquilizaba todavía más, dentro claro del placer que me estaba infligiendo.

-¿Quieres que hagamos algo más? -le pregunté agarrándole de los brazos para que se tumbara sobre mí.

-Lo que quieras. ¿Estás mejor?

Asentí, nos dimos otro pasional beso y le pedí que me follara. Sin moverme, levantó mis piernas y se dispuso a taladrarme sin dejar de mirarme con esa cautivadora sonrisa. Gemimos al unísono mientras la iba metiendo poco a poco, y una vez acoplada comenzó a follarme con delicadeza, pero a un ritmo regular. Con cada embestida contoneaba su cuerpo y lo empujaba con suavidad hasta que sentía su polla en lo más profundo de mí para luego notar cómo iba saliendo friccionando el contorno de mi ano desembocando en una sensación de lo más placentera por lo dulce de sus meneos. Le miraba y cada vez me parecía más atractivo, hechizándome con sus oscuros ojos y su seductora sonrisa. Se detuvo y me pidió que me incorporara. Guillermo se sentó sobre el colchón y yo me dejé caer a horcajadas sobre él clavándomela de nuevo. Con esta postura nuestros rostros estaban más cerca, y mientras me follaba podíamos seguir besándonos. Sin embargo ahora era yo el que debía imponer el ritmo teniendo que zarandear mi cuerpo para sentir su rabo lo máximo posible. El mío se había quedado al margen un tiempo, pero Guillermo se ocupó de él masturbándolo con la misma finura que todos sus movimientos.

-Yo estoy a punto, ¿tú? -me preguntó.

-Casi también.

-¿Puedo correrme dentro?

Se lo confirmé con la cabeza y poco después noté que su rostro se tensaba anunciándome que iba a hacerlo. Sin siquiera aumentar el ritmo en ese instante justo cuando notas que vas a eyacular, manteniéndose imperturbable incluso cuando sus chorros iban brotando de su ardiente polla y yo mismo los sentía deslizarse dentro de mí. Trató de aplacar los gemidos besándome, sintiendo su aliento acelerado entremezclarse con el mío, avivado cuando le anuncié que mi turno había llegado, corriéndome entre sus dedos que no apartó hasta que descargué toda mi leche.

-Joder tío -fue lo único que pude decir.

Enésima sonrisa y enésimo beso que se alargó incluso mientras nos desacoplábamos y volvíamos a tumbarnos uno junto al otro.

-Me gustas mucho, Ángel -quise creerle de verdad.

-Y tú a mí.

Y era cierto, así que prohibí a mi cabeza que pensase en otra cosa que no fuese en lo a gusto que estaba con Guillermo en ese momento abrazados en la cama. Así amanecimos alertados por la alarma de mi teléfono. Comprobé a través de la cámara que los niños estaban bien y me recosté sobre su pecho y él comenzó a acariciarme el pelo. Guardamos silencio un rato y luego planeamos el día. La playa y el chiringuito eran lo de menos, pues yo sólo quería confirmar que lo pasaría conmigo.

-Va ser un día duro entonces -le dije-. Igual deberíamos comenzarlo relajaditos.

Me giré y le acaricié la polla.

-Vaya con el tímido -sonrió con picardía.

De ahí me fui directamente dispuesto a hacerle una mamada sin permitir que Guillermo hiciese nada. Percibí un aroma más intenso que la noche anterior por los restos de leche que habían quedado, lo cual me gustaba junto con el sugerente sabor que aprecié al chuparla. Y aunque me había propuesto hacerlo con calma regocijándome en cada milímetro de su rabo, el temor a que los niños pudiesen despertarse en cualquier momento y nos dejasen a medias hizo que se la mamase con energía, sin darle tregua y sin hacer nada más hasta que se corriese dentro de mí. Justo antes fue cuando Guillermo interrumpió el silencio para anunciarme que iba a correrse, pero le ignoré y emitió un desgarrador sollozo mientras iba descargando en mi garganta y yo tragaba cada gota que percibía.

-Joder tío, vaya mamada. Gracias.

Me lavé los dientes, nos aseamos un poco, y bajamos para ir preparando el desayuno de los niños. Mientras lo tomábamos los seis en el porche del jardín tuve una especie de revelación por cómo había cambiado mi vida en las últimas semanas viéndome rodeado de cuatro niños que no eran míos y el tío aparentemente perfecto que nunca dejaba de sonreír.

Los fines de semana de julio han sido similares a aquel salvo este último en el que Guillermo se ha ido de vacaciones al pueblo de sus padres. Estará allí sólo unos días y ha prometido venirse a pasar la quincena que le tocan los niños con nosotros. Verme en medio como parte de una agenda que cuadrar no es algo que me agrade, pero es lo que hay. Lo peor será cuando pasen esos días, que serán maravillosos si todo va bien, y la realidad me devuelva a lo complicado que va ser todo, y más cuando mi hermana vuelva de África, recupere a sus hijos, y sean ellos la escusa para que Guillermo les visite. Nuria dice que no me preocupe y que viva el momento, y que llegado el caso hará de canguro todo lo que haga falta para que Guillermo y yo disfrutemos de nuestros ratos de soledad que, siendo sincero y egoísta, son los mejores con diferencia.