El sumiso Sophie (2)

Criada de mis amas, y perrita para su perro, mi esclavitud se va alargando.

Pasé el resto del día haciendo de criada. Aquello no resultaba divertido, y me iban a tener así una semana más. Braguitas, sujetador, camisón, delantal, cofia y zapatos fueron mi uniforme. Barrí toda la casa, la fregué de rodillas, limpié los servicios tres veces, y varias veces más la taza, con la lengua, cada vez que ellas la utilizaban. En ningún momento me dejaron tocarlas a ellas.

Ya casi de noche, mi Señora me dijo:

Te has portado bien, Sophie, así que te daremos algo de comer.

Tenía hambre, pues no había probado bocado en todo el día. La idea me pareció lo mejor que me iba a pasar.

Me llevaron de nuevo a mi cuarto, me ordenaron quedarme en bragas y sujetador y a cuatro patas en el suelo. Así lo hice, sintiendo en todo momento el ojo de la cámara sobre mí.

Inmediatamente entró Celia, con dos cacharros de comida para perros. Los puso en el suelo delante de mí. En uno había agua, en el otro se veían los restos de su comida, mezclada con comida de perros. La miré aterrorizado.

Tranquila, Sophie, no son para ti. ¡León!

Al oir su nombre, el perro acudió corriendo.

Son para León, Sophie. Tú comerás lo que él deje.

Bueno, pensé, podré aguantar unas horas más sin comer.

Vi que el perro metía el hocico en el plato de la comida y la revolvía, llenándola de babas. Luego en el cuenco con agua, dejándola completamente sucia. Repitió la operación varias veces, mientras yo, a su lado, a cuatro patas, lo observaba.

Entonces el perro dejó la comida y fijó su atención en mí. Acercó su hocico y empezó a lamerme.

Qué bonito, dijo la señora, le gustas. Sophie, quiero que seas cariñosa con él, que seas una linda perrita. No me decepciones.

Miré a mis amas y vi que esperaban con los brazos cruzados, mientras León seguía lamiendo mi espalda. Yo me acerqué más a él, restregando mi cuerpo contra el suyo, no sabía qué más hacer.

¡Cuánto tienes que aprender, Sophie! Anda, bésalo.

Empecé a besar el pelo de su lomo, mientras él se apretaba contra mí. Acercó su cabeza a la mía, y me encontré con su hocico. Ya no pensaba en nada más que en besar a aquel perro, y seguí haciéndolo, en la boca, en la lengua con la que lamía mi cara.

Sophie, me diijo mi señora, vete hasta su culo y chúpalo, disfruta del sexo, niña. Levanté la vista rogando, pero me encontré con las miradas divertidas de mis amas, que me señalaron la cámara.

Todavía no sabe, mamá, dijo mi Ama. Le ayudaré.

Celia cogió al perro y tiró de él para dejarlo con su culo enfrente de mi cara.

Hala, Sophie, queremos ver esa lengua metiéndose por el culo de León.

Saqué la lengua cuanto pude y empecé a chupar alrededor del agujero. Al perro le gustaba y empujaba hacia atrás, pero la Señora me sujetó la cabeza para que yo no pudiera retroceder con lo que en un momento estaba comiéndome el culo de un perro. De vez en cuando separaba un poco mi cabeza para ver cómo buscaba con la lengua al chucho. Pude ver también como se le iba endureciendo el miembro. Así estuvimos un rato, hasta que León se tiró en el suelo de lado. Parecía tener cinco patas con aquello en medio. Yo seguí chupándole el lomo y el vientre, pero la Señora dijo:

Sophie, no hagas esperar a León, vamos.

Me hicieron tumbarme como si fuera a hacer un 69 con el perro, y empecé a chuparle la polla muy despacio. Yo no quería pasar de la punta, pero León empujaba y mi Señora no me permitía retirar la cabeza, con lo que me tragué hasta la garganta, hasta sentir arcadas. No me hicieron caso y tuve que seguir así un rato, hasta perder por completo la noción de todo. Ya me sentía una perra por completo y nada me importaba. Sólo quería terminar cuanto antes. Mientras seguía en ello, sentí que unas manos me quitaban las bragas, y que untaban con vaselina mi culo.

Ahora te vamos a dejar a solas con León, que se ve que necesitais intimidad. Él ha de terminar follándote como se folla a las perritas. Lo dejamos en tus manos. Nosotras te veremos desde la pantalla.

Ellas salieron y yo dejé de chupar la polla del perro, pero seguí a cuatro patas y me di la vuelta para enseñarle el culo. Para entonces ya sabía que mi única opción era obedecer en todo a mis Amas.

León no parecía estar por la labor, y seguía tirado. Yo volví a acariciarlo, pero lo hacía con mi culo, esperando que él se levantara. Acerqué mi culo cuanto pude a su miembro, frotándolo contra él, después me tiré a su lado, pegándome a él como si fuera una mujer, sin dejar de moverme, hasta que se levantó. Entonces me puse delante suyo, a cuatro patas, enseñándole mi agujero, él lo olió y de repente se encaramó sobre mí, casi tirándome, y me clavó su miembro en mi culo. Volví a sentir la misma quemazón de unas horas antes, pero intenté relajarme para que todo fuera más fácil. El perro me folló un rato largo, y yo sentí que iba gustándome, hasta el punto de que cuando salió lo eché de menos.

Se fue hacia la puerta y por allí apareció mi Señora.

Muy bien, Sophie. Veo que has disfrutado como una perrita. Y como premio, vas a disfrutar más como la perrita que eres. Acércate, que te voy a ordeñar. Ella se sentó en un taburete y yo me acerqué a gatas. Vi que en una mano tenía un consolador, y en la otra llevaba puesto un guante de goma.

Cuando estuve a su lado, me fue metiendo el consolador poco a poco en el culo, mientras yo notaba que mi erección iba en aumento. Con la mano enguantada empezó a masturbarme. En un momento me corrí.

Muy bien, bonita, me dijo. Vamos a dejar ahí el consolador mientras cenas. Para empezar me vas a limpiar este guante con la lengua.

Por segunda vez en el día, me tragué mi semen. Cuando terminé, me puso de nuevo las bragas y me indicó los boles con comida y agua que había dejado León en el suelo.

Fíjate, me dijo, qué suerte has tenido. León no debía tener hambre y lo único que ha hecho a sido revolver la comida. La tienes toda para ti.

Iba a indicar que no tenía hambre, pero ella se me adelantó:

Sophie, te voy a tener que tratar como a una perrita terca: No saldrás de aquí hasta que hayas terminado todo lo del plato.

Sabiendo ya que no tenía otro remedio, metí mi boca y mi cara entera entre aquella comida de perros con las sobras de mis amas y las babas de León, y, aguantando como pude las arcadas, para no tenerme que comer después lo vomitado, fue comiendo aquello con ayuda del agua sucia que había al lado, y que debía beber como una perra.

No sé cuánto rato estuve, porque al final hube de limpiar con la lengua los dos cacharros, pero logré terminar.

Entonces me pusieron de pie entre las dos, porque yo casi no podía después de las horas que llevaba de rodillas, y me pusieron de nuevo el camisón, pero dejándome el consolador en el culo.

Bueno, me dijo Celia, como te dije, yo ya he terminado, y yo creo que te ha gustado el día, o por lo menos yo te he visto disfrutar como la perrita que eres. No creo que nos volvamos a ver, porque a mí no me gustan las perras. Debiste haberte quitado el camisón anoche, en cuanto te lo puse. Cuando vi que preferiste quedártelo, ya vi que serías para mi madre. Yo seguiré buscando un hombre de verdad. Tú, entretente con León.

Iba a contestarle, cuando mi Señora se puso delante:

chssss... eres mi esclava y ella es mi hija. Aunque ella te desprecie, tú debes respetar cuánto diga. Y además, tiene razón. Esta semana serás mía, Sophie. Fíjate que a lo mejor te gusta y luego quieres seguir, jeje. Ahora te irás a tu casa, con el consolador en el culo, para que no olvides tu situación. Debes llevarlo puesto contínuamente, menos cuando vayas al water. También te voy a dar un camisón y unas bragas. Dormirás con sujetador y camisón y mañana llevarás las bragas puestas al instituto, y el las otras prendas en la cartera. He visto que tu móvil tiene cámara. En cualquier momento de la noche te haré una videollamada. Tú descolgarás inmediatamente y así yo veré si me has obedecido. Y mañana por la mañana iré a verte al instituto, y me enseñarás las braguitas que vas a llevar puestas. Al salir del trabajo, vendrás directamente aquí.

Ahí tienes tu ropa, me señaló un montón en la cama. Puedes cogerla y marcharte.

Iba a empezar a cambiarme, cuando me miró de nuevo y me dijo:

¡vaya! Otro castigo ¿tengo que repetirte siempre las cosas? He dicho cogerla y marcharte. En esta casa no te quiero ver, nunca, con ropa de hombre. Cuando tengas que irte, sales a la escalera y te cambias ahí. Y mañana, cuando llegues, te cambias en la escalera, antes de tocar el timbre.

Sí, mi Señora.

Pero esta noche ya no puedes irte, Sophie, porque no has obedecido sin rechistar. Túmbate en el suelo.

Me tumbé y ella me ató las manos atrás, y los tobillos.

Así te quedarás hasta mañana. Procura dormir. Ahora vendrá León para dormir contigo. Que seais felices, perrita.