El sumiller

De como mi primer novio se convirtió en un experto sumiller, ¿sabéis de qué? (relato femdom)

Mi novio había quedado inservible y, sin embargo, se le veía feliz.

Estuvimos casi medio año con esa práctica ya rutinaria: penetración con la prótesis que le acoplaba a su inservible pene y ordeños los fines de semana.

Esa costumbre, con el paso del tiempo, empezó a generar en mí una cierta desazón, aunque no entendía lo que fallaba.

Yo era su diosa, poderosa y el artilugio que usaba para que me follara era brutal, por lo que no podía sentirme insatisfecha.

En aquellos tiempos, yo ya era una asidua a foros de domines y en el grupo que había formado con varias de mis colegas, nos poníamos al día de nuestras vivencias y perversiones.

Tras varios días, con esa desazón, decidí abrir un nuevo hilo:

¿SATISFECHA DE TU SUMISO?

Así lo llamé.

Después de explicar mis inquietudes y la frustración que me atenazaba, mis amigas y compañeras de fatigas, no se hicieron esperar y empezaron a verter sus opiniones.

—Cariño, necesitas un macho, no te engañes —me decía una tal Lady Hell —Eso que tenías por novio ya no te sirve. Busca, busca…

El resto de comentarios de mis buenas amigas iban en la misma dirección.

Yo hasta ahora, entendía que mi novio y yo éramos una pareja inseparable y que los dos habíamos decidido asumir nuestra condición de ama-sumiso, pero jamás se me había pasado por la imaginación, que hubiera terceras personas en esta fórmula. Al fin y al cabo, yo le quería.

En principio, lo dejé estar y seguí con las prácticas que habíamos realizado hasta ahora.

Sin embargo, desde ese momento, me empecé a sentir molesta: no me excitaba tanto cuando él me penetraba y empecé a cansarme del tedioso proceso de quitarle la cajita y de sus dichosos ordeños.

Volvía a estar malhumorada como al principio.

¿Qué hacer?

Una de mis colegas domine, me dio la solución.

—Empieza a usar una aplicación de solter@s y ya verás.

Estaba tan cabreada que al final busqué una de las más conocidas y me la instalé. Después de rellenar mi perfil y subir una foto sugerente con un picardías, que le había hecho comprarme al inútil de mi novio, empezaron a llover los mensajes.

Aunque parecía decidida, ahí me empezaron las dudas, pero un mensaje entre todos me llamó la atención.

“corneador”

Sólo decía eso. Al abrirlo aparecía la foto de un chico desnudo empotrando a una chica con el pelo revuelto mientras otro hombre aparecía en la habitación sentado mirando.

Aquello fue la tecla que me faltaba por tocar.

Fue ver esa imagen así como el título del mensaje y mi coño empezó a mojarse como hacía días que no lo hacía.

Casi sin pensar, tecleé un mensaje y lo envíe.

La respuesta fue instantánea.

Como era fin de semana, le propuse vernos por la tarde en un hotel. Él acepto sin preguntar si quiera mi nombre.

Y aquello fue brutal.

Fui sola, pero antes de salir de casa, le dije a mi novio.

—Ahí te quedas con tu pito de mierda, voy a que me follen de verdad.

A él, durante todo este tiempo, no le había contado nada ni de mis frustraciones ni de mis ideas, por lo que verme salir de repente un sábado y lo que le solté, le pilló totalmente de sorpresa.

Aunque lo esperado hubiera sido que no quisiera verme marchar o por lo menos que se pusiera a lloriquear como una niña, su reacción fue otra.

—Sí ama —me dijo —disfrute, por favor, yo no soy digno de follarla.

«Lo que me faltaba, esto es lo último» me dije enfada.

Aquello hizo que si tenía alguna duda, se me quitara de golpe.

Cuando acudí al hotel, el chico ya me esperaba. No le dio tiempo ni a saludar porque, según aparecí, le bajé la bragueta para engullir su polla de inmediato.

Que delicia poder saborear un buen rabo de verdad y no aquella cosa de plástico que usaba mi novio de prótesis.

Después de una mamada frénetica, empecé a cabalgar encima de aquella verga sin parar.

Antes de que se corriera, pude contar por lo menos tres orgasmos, por lo que quedé exhausta y tumbada en el suelo, chorreando lefa por el coño.

El chico, apenas se corrió, se vistió y sin decir media palabra se marchó.

Aun así, justo antes de cerrar la puerta de la habitación, se volteó y me dijo:

—La próxima vez trae a tu chico, zorra.

Aquello era lo último.

Que se había creído aquel cabrón.

Sin embargo, mi enfado se mezcló con una excitación que hizo que el sudor que todavía mojaba mi cuerpo se mezclara con una nueva humedad de deseo.

Ahora sí que no entendía nada.

¿Dónde estaba mi nueva condición de Domina?

Cómo podía ser que aquel gilipollas me tratara así y encima me volviera a poner cachonda como a una perra.

Volví a casa confundida y sin haberme duchado.

Cuando regresé, allí estaba él de nuevo, como si fuera un día cualquiera: de rodillas esperando en la puerta con su colgajo brillando por los aros del anillo de castidad.

Me senté en el sofá y casi sin darme cuenta de su presencia porque estaba sumida en mis pensamientos.

Mecánicamente abrí las piernas (las bragas las había metido en el bolso al salir rápidamente de la habitación del hotel) y mi sumiso inició su rutina habitual.

De repente, después de recorrer mis pies y mis piernas, como lo hacía siempre, metió el hocico en mi coño y lamió algo no previsto hasta el momento.

Yo di un respingo y cerré automáticamente las piernas.

Había olvidado ducharme después de la follada y la carga de lefa que había quedado en mi vagina estaba siendo limpiada por mi novio.

Él me miró con extrañeza y yo de un brinco agarrándole de los pelos, le hundí la cabeza en mi coño.

—Hijo de puta, lame la lefa de un macho. Mira lo que tengo que hacer para poder correrme.

Así, clavando su cabeza en mi entrepierna sin casi dejarle respirar, estuvo lamiendo y limpiando mi coño, hasta que exploté en un orgasmo alucinante.

Cuando pude volver en mí, observé que él seguía de rodillas pero un charco de semen quedaba debajo de pollita.

—¿Te corres así, maricón? ¿Lamiendo la lefa de un corneador?

Él agachando la cabeza asintió, sin decir palabra.

A partir de ese día nuevos cambios se produjeron en nuestra relación.

De la aplicación de solteros, pasé a redes sociales de intercambio donde verdaderos corneadores hacían las delicias de zorras como yo.

Después de esa primera experiencia, tuve otras en las que mi pobre sumiso estaba presente en mis sesiones de sexo salvaje.

Al principio, sólo miraba mientras me taladraban a cuatro patas como una perra.

Otras veces, empezó a cogerme de la mano y yo le miraba con una mezcla de desprecio, odio y excitación.

Después, acabó debajo del chico, abriendo la boca para recoger las gotas de lefa que caían cuando se corría para lanzarse a continuación a lamer mi coño, casi antes de haberme destaponado con el rabo de turno.

No volví a tener sexo con él. De hecho las sesiones de ordeño, empezó a practicarlas él solito con un consolador que fijamos a una pared del baño, por lo que no tenía ya ni que tocar aquel horrible colgajo en el que se había convertido su miembro.

Para mí, la libertad era ya completa.

De hecho, tuve varios amantes continuos, que al no irles el rollo de corneadores, me obligaban quedar a solas con ellos.

Pero aunque no podía hacer que mi sumiso estuviera presente, el disfrute casi era el mismo, porque cuando llegaba a casa, allí estaba él preparado para lamer y limpiar los jugos que manaban de mi coño de zorra.

Fue tal su experiencia que yo jugaba con él a que adivinara al lamer, por el sabor de la lefa, quién me había follado ese día. Acertaba siempre.

Desde entonces se convirtió en un experto sumiller .

FIN