El Sultanato de Adan (3)
Fin de la PRIMERA PARTE. El hallazgo de Take y Adan. Revelaciones de tradiciones y mitos.
Las túnicas y el pantalón son de seda, según las fibras que Cole revisó de las minúsculas muestras removidas de dichas prendas. Encontró rastros de partículas de oro. Tanto las sandalias como las babuchas eran de una piel muy delgada, al parecer de ternera, y las babuchas tenían forros de seda, tanto en el talón como en la parte de arriba. También con partículas de oro. Las sandalias tenían correas hechas con perlas engarzadas en hilos de oro, y su forma era la de las que ahora se conocen como "flip-flops". La peineta era de marfil. Y pudo notar que las sandalias encontradas junto a las otras osamentas, eran de una piel un poco más gruesa y tenían vestigios de tiras que se ataban al tobillo. Entonces protegían sus pies con zapatos cuya suela era sólo un trozo de cuero en caso de las esclavas, dos trozos de cuero un poco más delgado en caso de las otras dos mujeres. Los taparrabos al parecer eran de algodón. El estado de éstas últimas prendas era muy frágil. A Cole le costó mucho trabajo manipularlas mientras las estudiaba. Cole pudo imaginar una escena en el tiempo: Dos mujeres adolescentes ricamente vestidas y calzadas, acompañadas por un grupo de esclavas semidesnudas atendiendo a sus demandas. ¿Qué cualidades tendrían estas mujeres que, sin ser nobles, fueron libradas por una esclava de un fin cruel y despiadado? Investigó también piezas de joyería de oro con piedras preciosas. Esas no habían salido en las fotografías. Una de ellas pudiera haber rodeado la cabeza. Otras al parecer daban medidas de bíceps, muñecas, dedos de manos y pies, y tobillos. Claro, todo como del tamaño de una mujer menuda.
Todo lo investigó exhaustivamente durante una semana de roast beef, varios tipos de pastas, croissants, ensaladas de lechuga, sandwiches, sirloin, e innumerables vasos de té helado y más de tres decenas de panecillos.
No podían ser taparrabos. Buscó y buscó, uniendo las piezas de algodón como si fueran un rompecabezas. Eran sólo jirones de tela. Eran túnicas. Casi estaba seguro. Si las jóvenes nobles fueron en apariencia desnudadas para resguardar sus lujosas vestiduras, ¿porqué dejaron arriba el cáliz y la vasija? ¿Porqué Bennett no encontró las vestiduras?
-Cole. ¿Sabías que la Doctora Cevallos habla catorce lenguas vivas y siete lenguas muertas? Dijo Bennett, en tono insidioso-. No trabajes tanto, puedes enfermarte. Ven. Hay algo que quiero que veas. Ven, por favor.
Acto seguido, Cole siguió a Bennett hacia otro remolque. Y a poco de haber entrado, Déreims proyectó en la pared un video de ciencias forenses, que explicaba la manera de configurar fibras musculares y nerviosas a partir de una osamenta y, estimando el origen, más la creación de cadenas de ADN extraídas de fibras óseas, se podía reconfigurar un cuerpo humano completo. Acto seguido, comenzó una proyección computarizada en donde, a las osamentas, se les iban agregando dichas fibras una a una. De la primera osamenta encontrada dentro del cofre, se formó una imagen femenina. Casi como una caricatura. Era menuda, muy delgada, de piel muy blanca, ojos azules y pelirroja, con cabello abundante y rizado. Se mostraba un cuerpo nervudo y frágil, y un rostro primoroso. Con la segunda osamenta, sucedió lo mismo, pero en ese caso, se trataba de una muchacha un poco más baja de estatura, pero más voluptuosa, con la nariz más respingada y el cabello rubio. Se trataba de las esposas de un poderoso sultán de la edad media. Al arrojar los resultados de las cinco osamentas, se dio en el video una breve explicación acerca de genotipos, aquellos rasgos genéticos que distinguen a un hombre de otro, dependiendo en gran medida de la región geográfica de donde sean originarios. Así, se determinó que dos de las osamentas eran de mujeres de África oriental, pudiendo ser Etiopía o Kenia, por ejemplo, una de Dacia, una de la Península Arábiga, y una más de Constantinopla, lo cual arrojaba datos aún más reveladores como desconcertantes. En ningún documento de historia de Eurasia o el Medio Oriente se habla de algún sultanato que no se conozca ya.
Pasaron las semanas y los meses. La oficina de Karola en Premnitz estaba arrojando cualquier cantidad de información que revelaba cada vez más cosas. Se avanzaba lentamente, pero sin descanso. Hasta que por fin, Vázquez avisó que había encontrado una zona arqueológica, cuyas características señaladas indicaban que se trataba de Take. Se trataba de dos palacios circundados por bases de tabique petrificado que pudieron haber sido casas, más algunos tramos de muro circundando la ciudadela. Apenas se comienza a excavar. Bennett y Cole se trasladaron tan pronto como les fue posible, en medio de un fuerte sistema de seguridad, por cielo, mar y tierra. Además de todo, Belloumi, el historiador argelino, había recabado ya, por medios tan insospechados como tradicionales, tales como la tradición oral, más datos acerca de hitos o cabos sueltos que hablaban acerca de la historia de la región.
El palacio principal parecía un lujoso edificio, erigido con cantera labrada y mármoles (Material casi nada común en esa región). Constaba de un gran porche hecho con columnatas que daba al mar y se comunicaba con el resto del palacio mediante una habitación con cinco cámaras contiguas. Luego un solar, que tenía vestigios de esculturas y fuentes, y luego un palacio más grande con muchas cámaras y pequeños patios en medio de ella y, claro, un minarete. En el lugar se encontraron varias esculturas que exaltaban la belleza del cuerpo femenino.
Premnitz seguía recibiendo datos a raudales. La Fundación para el Amor por la Eucaristía decidió seguir adelante con el proyecto, debido a que esto podría dar un giro radical a la historia conocida.
Pasó un año hasta que, tras desmantelar el campamento de Bam y haberse trasladado a Yemen, se encontraron unas ruinas arqueológicas. Muy cerca de las montañas que marcan la frontera de Yemen con Arabia Saudita. En medio de la nada, de una gran desolación en donde el único rastro humano es el que dejan los pastores nómadas. Aquellos que ni idea tienen de que habitan en la región más conflictiva de la tierra. Aquellos que ignoran que un gran imperio llamado Estados Unidos desea sus tierras. Aquellos que no saben de lo voraz que puede ser el capitalismo que va más allá de alimentar bien a su ganado para intercambiarlo por comida abundante y sabrosa para sostener a sus familias.
Tal vez a causa de terremotos o de los mismos fenómenos meteorológicos. Nadie lo sabe. Pero el hecho es inquietante: Que nadie hubiera sabido antes de la existencia de ruinas tan majestuosas ubicadas en un terreno tan extenso. Además de todo, los edificios más grandes estaban demasiado bien elaborados, con motivos árabes, persas y mogoles. Encontraron cualquier cantidad de cosas dentro de los grandes palacios, con cámaras y más cámaras dentro de los aposentos. Grandes solares y depresiones que pudieron haber sido piscinas o cisternas, objetos personales de todo tipo, incluídas unas babuchas hechas de la misma manera que las que vio Cole, pero estas estaban decoradas con numerosas incrustaciones de piedras preciosas como topacios, zafiros y rubíes, hilo de oro y, al parecer, estaban diseñadas para pies masculinos, pues eran unos cuatro o cinco centímetros más largas y unos tres centímetros más anchas que las encontradas en Bam. Había otro palacete ubicado a unos cincuenta metros del complejo palaciego principal, dentro de la zona amurallada. Y en el palacio más pequeño del complejo, el más cercano al palacete citado anteriormente, habían unas escaleras que bajaban tres niveles, y que tenían pasillos llenos de celdas y, hasta abajo, una enorme cámara. Al parecer se trataba de calabozos. Bennett le dijo a Cole sobre la sensación sobrecogedora que experimentó cuando bajaron a ver ese lugar. Dicha sensación se convirtió en una mezcla de horror e indignación cuando vio los objetos que se encontraban en la gran cámara del nivel inferior. El aire seco del desierto los había preservado bien. Varios tipos de látigos, objetos de acero, jaulas, instrumentos para aherrojar, columnas, garruchas, potros. Era una cosa casi inconcebible. Los palacios estaban decorados con frescos que iban desde paisajes campestres hasta escenas sexuales muy explícitas, como las encontradas en Pompeya. Se encontraron en una cámara una cantidad enorme de osamentas, que tomó meses estudiar. Estudios posteriores arrojaron como resultados que la mayoría de dichas osamentas eran de mujeres. Sus genotipos encontrados determinaban que eran hombres y mujeres de la Península Arábiga, pero también de lugares tan distantes como Tailandia y Sierra Leona; Sri Lanka y Polonia. Todos los objetos y reliquias encontrados eran trasladados en secreto a Premnitz. Para esas alturas, el único elemento del proyecto que estaba en el lugar era Belloumi, quien ahora tenía sobre sí todo el peso de la investigación. El papel de Bennett se había concretado a sólo dirigir los lugares de búsqueda, que llevaron a pequeños grupos a lugares tan insospechados como Turquía, Bulgaria, Marruecos, Pakistán y algunos otros en donde se encontraron vestigios, principalmente de armas de guerra cuyas características corresponden a las de la civilización del Sultanato de Adan.
Poco tiempo después, en lindes del complejo palaciego, se encontró una tumba con siete osamentas. La que estaba en el centro correspondía a la de un hombre grueso, de edad madura y estatura media, mientras que las otras seis correspondían a las de mujeres muy jóvenes de estatura muy baja. Hubieron detalles que llamaron la atención más allá de los atuendos y utensilios de lujo encontrados en el lugar. Todos eran de origen árabe. Las mujeres medían, la más alta, 1.55 metros y con pies de 22 centímetros; y la más baja, 1.52 metros y pies de 20 centímetros. Llamaba la atención que fueran tan pequeñas, dado que eran muchachas de entre 18 y 21 años de edad, y que lo que más llamó la atención fue la longitud del pene del sultán según los datos arrojados por el sistema que manejaba Déreims: 35 centímetros y un grosor máximo de 6 centímetros, lo mismo que llamó la atención el hecho de que la dieta del sultán era rica en proteínas animales y alimentos que contenían cloruro de cinc. "¡Qué envidia! ¡Este tipo era como Superman!". Pensaría Cole, con cierta incredulidad, cuando conoció esos resultados.
La expedición tomó otros caminos. Habían transcurrido casi tres años desde que Cole fue interceptado en el Fiumicino y tiempo en el cual otro terremoto azotó Irán. En ese lapso, prosiguió su carrera como investigador especializado en pruebas de carbono catorce y como profesor de historia en la Universidad de Greenwich. Había salido varias veces con Bennett, fuera a un pub, una trattoria, algún partido de fútbol cuando el Sheffield visitaba Londres para enfrentarse a un equipo local como el Chelsea o el Arsenal, o algún concierto de rock. Algunas veces fueron de fin de semana a su natal Sheffield a ver cómo iba la crianza de los perros que la familia de Bennett enviaba a exposiciones o vendía a los mejores canófilos del mundo. A veces Cole leía o escuchaba a Sarah Brightman en su apartamento, ya fuera pensando en el misterio de Stonehenge, en el pene del Sultán de Adan o en los rollizos brazos y la sedosa cabellera de Bennett, aunque él pensaba que sólo era producto de haber convivido tanto tiempo en medio de la nada. En medio de hombres y mujeres dotados de grandiosos cuerpos y mentes. Hoyos, Paola, López, Fjortoft, Déreims, Cevallos, la misma Karola... ¿Qué tipo de bebé hubiera sido producto de una estirpe surgida de esas personas tan eminentes?