El Sultanato de Adan (1)
Inicio de la PRIMERA PARTE. Un hallazgo encontrado en el medio oriente, tras un desastre natural, hace que dos arqueólogos se reúnan y, juntos, encuentren algo de mayor magnitud de lo que ellos mismos pensaron.
- El terremoto ocurrido en Bam, al sureste de Irán, ha tenido consecuencias devastadoras, incluyendo la pérdida de una ciudadela de más de dos mil años de antigüedad. Sin saberlo, también se han descubierto los restos de una civilización perdida. Entre los escombros, un grupo de socorristas de la Media Luna Roja han encontrado vestigios de los que no se tenía registro alguno, de un asentamiento humano al parecer más antiguo que la ciudadela de Arg-e-Bam.
La arqueóloga inglesa Jennifer Bennett se encontraba en territorio iraní, haciendo las excavaciones de lo que parecen ser objetos antiguos, posiblemente pertenecientes a la tumba del rey Darío, a diez kilómetros de la frontera con Irak. Recibió una llamada a su teléfono celular. Su jefe inmediato en la UNESCO le pidió que se trasladara a la ciudad de Bam. Ella adivinó la gravedad del asunto: La pérdida de la ciudadela. Sin embargo, al día siguiente se notificó a la UNESCO que Jen había sido asaltada y asesinada por un grupo de maleantes durante el trayecto. Esa versión se hizo saber al mundo por internet, en las páginas web personales de algunos estudiantes de arqueología y antropología.
Dos días después. John Cole se encontraba en el aeropuerto de Heathrow, presto a tomar un vuelo a Teherán, vía Roma. Es un hombre de treinta y tantos años, bien parecido, con cabello negro, lacio y abundante, peinado hacia un lado, piel muy blanca, ojos grises y una nariz grande y afilada, que forma en su rostro un triángulo escaleno casi perfecto. El hecho de llevar un saco, pero sin corbata, hace que algunas mujeres que se encuentran en el aeropuerto volteén a mirarlo, pues el atuendo bien elegido, hace que su galanura no pase inadvertida. Ese aire de intelectual hace que cualquier mochilera universitaria fantaseé con quedar embelesada con sus palabras mientras él las conquista para tener una noche romántica con ellas. El vuelo ha salido puntual. El cielo cerrado con algunos nubarrones negros hacen lucir una panorámica de Londres inusualmente despejada, sin contaminación. El Támesis parece un largo espejo. No recibió la llamada del director del Museo de Londres, quien le daría el nombre de las personas a quienes contactaría para que lo asistieran en su viaje a Bam. Supuestamente se reuniría con la doctora Bennett, dos días después de haber llegado a territorio iraní. Pero ignoraba lo sucedido dos días atrás.
Habiendo llegado al aeropuerto Fiumicino de Roma, dos tipos con aire de gangsters estadounidenses de los años veinte lo interceptaron en la sala de llegadas y le pidieron que los siguiera. Lo llevaron a un salón privado y le pidieron su pasaporte y su boleto del vuelo de Roma a Teherán. Fue sacado del aeropuerto, motivado por el terror que daban sus interceptores, invitado a abordar un viejo Fiat, y sacado de la ciudad. El auto no se detuvo sino hasta tres horas después, salvo una parada muy breve en un pequeño poblado. Cole no recibió ninguna clase de mal trato durante el trayecto, pero tampoco una sola palabra, salvo algunos comentarios acerca del día inusualmente caluroso que hacía en esa época del año en Italia y acerca de las grasosas hamburguesas que compraron en el poblado ubicado a un lado de la autopista. El trayecto le parecía interminable; la incertidumbre carcomía su razonamiento, lo que le impedía pensar algo de manera coherente. Estaba desconcertado, pero inmediatamente reconoció el lugar en el que terminaría el viaje y en donde, al detenerse por completo, sería invitado a pasar a una ultramoderna casa habitación unifamiliar. Se trataba de la ciudad de Florencia. Le invitaron a que se quitara el saco y se pusiera cómodo. Inmediatamente, una muchacha apareció y, con un mal inglés, le ofreció un té. Cole se negó. Lo hicieron esperar durante varios minutos, hasta que apareció una joven mujer, guapa, de tal vez poco más de treinta años de edad, y que evidentemente no era inglesa ni italiana. Su ondulado cabello rubio natural y sus ojos azules hacían pensar a Cole que sería alemana o tal vez escandinava. Sus gesticulaciones al hablar eran encantadoras y sus dientes, aunque grandes, daban una lindísima armonía a su rostro. Su sonrisa era franca y dulce, a pesar de que su dentadura le daba al mismo tiempo una cara de tonta. Era alta, de cuerpo muy delgado y pocas curvas, y su traje sastre, evidentemente de una gran calidad, hacía ver que la mujer, fuera lo que fuera, ganaba mucho dinero. Tal vez sería una policía de alto rango, o una yuppie. Hablaba un inglés fluido y bien pronunciado, pero sin algún acento identificable.
-¿Qué le parece Florencia? Los italianos sí que saben cuidar sus sitios históricos, aunque Versace los dejara sin vestigio alguno de la cultura sabina. Cole abrió los ojos con sorpresa, y no acató a contestar algo, lo que fuera-. Mucho gusto, mi nombre es Karola Nitz. Soy de Alemania y fui contratada por Scotland Yard. No está usted privado de su libertad, pero por ahora no puede ir a ningún lugar sin que yo lo consienta. Sígame por favor.
En esa casa, pletórica de luz natural que pasaba a través de innumerables claraboyas y cubos, con paredes impecablemente blancas y decorada con muebles estilo minimalista en color negro con mucho aluminio y acero, así como cuadros de algún artista contemporáneo en los que predominaba el color rojo, Cole se sintió anonadado y no pudo sentir más que nerviosismo. Al llegar a la oficina, estaba la muchacha italiana, la misma que le ofreció algo de beber en la antesala de la casa, con una bandeja que contenía una tetera y dos tazas. Un elegante juego hecho con porcelana de Royal Copenhagen y dos cucharitas de plata, cuyo mango rezaba "City of Sheffield".
-Le dijo a la Señorita Raffaella que sí deseaba tomar té, ¿verdad? Vociferó Karola Y con leche, al estilo de ustedes. Gracias Raffa, ¿podrías dejarnos solos, por favor? Dijo Karola, dirigiéndose a la muchacha en un perfecto italiano. O al menos a Cole le pareció que así lo pronunciaba.- Señor Cole, tome asiento, por favor.
Cole obedeció la petición, y se sorprendió al ver que en la silla de al lado, una silla giratoria con un respaldo tan alto como el de la que él ocuparía, se encontraba una mujer, tal vez de la misma edad que la de la Doctora Nitz. Una mujer rellenita, pero de buen ver. De piel bronceada, larga cabellera castaña y ojos aceitunados. Llevaba un ligero vestido negro sin mangas, el cual dejaba ver unos brazos bronceados y tersos; rollizos, pero firmes, y unas sandalias de piso, también negras. A todas luces se veía que, al igual que Cole, era británica. Por sus rasgos faciales, más que nada.
-Señor Cole, le presento a la Maestra Jennifer Bennett. Cole se quedó mudo, mientras Jen le extendía la mano y le acercaba la mejilla derecha para saludarlo.
-Doctor John Cole, del Museo de Londres. Le dijo mientras le contestaba el saludo y pegaba su mejilla a la de Jen. -¿No se supone que nos veríamos en Bam? Espetó Cole, lleno de desconcierto.
-Señor Cole. Interrumpió la Doctora Nitz. Disculpe la molestia que le causó el haber sido interceptado por dos agentes de Scotland Yard en el aeropuerto de Roma. La Maestra Bennett ha hecho un descubrimiento extraordinario, y creo que por ahora no es conveniente trabajar de manera rutinaria, sino segura. En otras palabras, el apoyo que usted iba a prestarle a la Maestra en la ciudad de Bam, es ahora un asunto muy delicado que le concierne a la Corona Británica, y debemos hacer esto de manera muy bien planeada y sin errores. Continuará su viaje a Irán, acompañado de la Maestra Bennett, pero debemos ultimar detalles muy importantes antes de que eso suceda.
Enseguida, Karola jaló hacia sí la laptop que había en el escritorio, hizo algo, y luego la volteó para que Cole pudiera ver la pantalla. Eran las fotografías de un cofre de madera ricamente tallado y con motivos multicolores de un gusto muy exquisito. En una sección del cofre habían dos osamentas, y en otra superior, una copa de lo que parecía ser oro y una vasija, además de algunas piezas de pergamino que contenían palabras en lo que parecía ser árabe y hebreo. Cole se sorprendió, un escalofrío recorrió todo su cuerpo, y se quedó congelado.
-Doctor Cole... -Dijo Jen, sacándolo de su estupor.
-Dime John, por favor. -Interrumpió Cole a la Maestra Bennett.
-John... Todo parece indicar que este hallazgo sí es lo que tú estás pensando en este momento y lo que yo pensé cuando lo ví por primera vez. He encontrado además algunos maderos podridos, que podrían ser los restos de un carruaje.
-¿Estás diciendo que efectivamente puede ser el Santo Grial? ¿A quién se lo comunicaste?
-Un socorrista de la Media Luna Roja es británico. Es un agente encubierto de Scotland Yard, de los escuadrones que patrullan la región de forma permanente. Avisó al Museo de Londres, pero a poco de haber comenzado mi traslado hacia Bam, un helicóptero me recogió en el camino para hacerme llegar más rápido. El socorrista ya había dado aviso del descubrimiento. Es por eso que aceleraron mi viaje en territorio iraní; fui custodiada por otros miembros de Scotland Yard mientras hacía mi trabajo y, una vez que dieron fé de lo que encontré en ese lugar, me trajeron inmediatamente a Florencia, al parecer sin que nadie se enterara.
-John, -prosiguió Karola-. En Scotland Yard hay una célula que sigue buscando el Santo Grial en absoluto secreto. Es un grupo de ejecutivos de la corporación que lo han hecho bajo el consentimiento de la Reina Isabel, sin el conocimiento de los altos mandos, pero también sin recibir apoyo alguno. Es por eso que la célula recauda fondos a través de la Fundación para el Amor por la Eucaristía, un grupo de misioneros, en apariencia, que utiliza los fondos recaudados para financiar de manera encubierta a dos instituciones que han buscado el tesoro por años. Y hemos decidido continuar con esto, sabiendo que cabe la posibilidad de que el Santo Grial nunca estuvo en Europa, sino que el Rey Saladino de Egipto lo encontró primero y lo envió a un palacio que tenía en Persia para ocultarlo. Perdón por haberte dicho que soy de Scotland Yard. Yo pertenezco a la Fundación para el Amor por la Eucaristía, y me han pedido que los retenga en este lugar, en donde incluso ni el Museo de Londres ni la UNESCO saben que se encuentran, esperando a que los medios de comunicación y los voluntarios internacionales se vayan de Bam. El sitio arqueológico está vigilado por más miembros encubiertos de la célula de Scotland Yard, infiltrados en la Cruz Roja Internacional. También hemos pagado a miembros de la policía local de Bam para que eviten que alguien se acerque al lugar.
-Me dijeron que se había encontrado la tumba del Rey Darío, y que debía acudir con la Doctora... Con Jen... Para que me permitiera hacer pruebas de carbono catorce.
-John, -Contestó Jen- Yo sufrí el mismo desconcierto que tú cuando el helicóptero me interceptó. Y después, desaparecieron mis custodios, me llevaron en auto hasta Teherán y el aeropuerto estaba lleno de agentes de la Interpol mientras yo esperaba el vuelo que me trajo a Italia.
Pasaron algunas semanas, las que hicieron falta para que los medios masivos de comunicación abandonaran Irán. Cole pasó unas "vacaciones" en Melilla, mientras que Bennett estuvo en Santorini. Nunca se vieron en ese lapso, pero sí se llamaban periódicamente para conocerse, sin comentar nada acerca del trabajo que comenzarían a hacer. Hasta que llegó el momento y viajaron a Teherán, vía Frankfurt, en un jet privado y con identidades falsas. Cabe mencionar que los noticieros del mundo hablaron durante algún tiempo acerca de dos arqueólogos ingleses desaparecidos en ¡Irak!
Entretanto, además de los rumores del asalto y asesinato de Bennett, algunos cibernautas propietarios de blogs o de páginas web, comenzaban a publicar historias fantásticas acerca de lo que la arqueóloga británica pudiera haber padecido en manos de los ladrones que la asaltaron y asesinaron o capturaron en una polvorienta carretera del Medio Oriente. Todo eso lo leía Cole mientras escribía en un buscador las palabras lo que hubiera de "Jennifer Bennett".
Cole y Bennett han llegado hasta Bam después de un tedioso viaje hecho por las polvorientas y sinuosas carreteras de Irán. Entre retenes que se veían rudos, pastores y camelleros al lado de la carretera, una aridez total, cientos de kilómetros sin encontrarse a una sola alma en el trayecto, torbellinos de polvo que con frecuencia los hacían subir sus ventanillas. Les han brindado como apoyo a un grupo de trabajadores mexicanos que llegaron a Irán haciéndose pasar por el grupo de apoyo en desastres naturales denominado "Los Topos", pero que son parte del trabajo secreto. No saben a lo que van, ni saben que trabajarían para los arqueólogos ingleses cuya desaparición se presume a nivel mundial, hasta que los vieron. Ni siquiera Cole y Bennett sabían que estos hombres eran parte del proyecto.
Habían comenzado las investigaciones. Pero ver para creer. Las pruebas de carbono catorce aplicadas a minúsculas muestras de los objetos encontrados, arrojaron como resultado que la antigüedad de dichos objetos databa de los años 10 a 50 d.C. Hasta ahí todo cuadraba de manera medianamente aceptable. Pero aún había algo por resolver. Amén de que tanto las osamentas como los pergaminos databan de por lo menos 1,500 años después.
Karola creó un equipo internacional de trabajadores y se instaló en un piso de un lujoso edificio de oficinas en Abhu Dabi, en los Emiratos Árabes Unidos. Los trabajadores desempeñaban labores administrativas, enviando correos electrónicos y faxes que contenían información entre líneas de textos que aparentaban ser documentos de negocios. El destino final de dichos documentos: Premnitz, cerca de Leipzig, en Alemania. No llegaban directamente desde Abhu Dabi, sino que primero eran descifrados en las oficinas del sótano de la Fundación, en Leipzig, antes de ser enviados a su destino final por un chofer contratado para tal efecto.
Una semana después del arribo de Cole y Bennett a Bam, Karola tenía sobre el escritorio de su oficina provisional los pergaminos que desengañarían a la Fundación y a la célula secreta de Scotland Yard. Y cinco días después, llegó desde París un viejo hombre saudita, especializado en paleografía, para interpretar lo que decían esos pergaminos, de los cuales se concluyó que uno estaba escrito en árabe antiguo, y que el otro, que estaba escrito con el alfabeto hebreo, no era hebreo, sino griego escrito con alfabeto hebreo, más algunas tipografías que mezclaban alfabeto griego y alfabeto latino entremetidas en el texto. Un gran trabajo de cifrado.
Cole y Bennett saben que su trabajo está siendo apoyado por trabajadores mexicanos. Sin embargo, aún no han tenido trato alguno con ellos y, en cambio, se les ha proporcionado un grupo de pastores lugareños que no saben leer ni escribir, y que se concretan a cavar en donde Bennett les indica, mientras Cole valora la antigüedad y los motivos gráficos de los utensilios localizados.
Rubén López y Ricardo Vázquez han estado trabajando cerca del lugar, infiltrados entre "Los Topos", pero haciendo algunas excavaciones con su propia gente, alejados de las ruinas dejadas por el terremoto. Ellos están altamente especializados en ciudades mayas, y hacía algunos años lograron trazar rutas de comercio entre algunas de dichas ciudades ubicadas en Chiapas, Guatemala y Quintana Roo, recabando un vasto cúmulo de nuevos conocimientos acerca de la civilización maya en lo que a comercio se refiere. Su experiencia en el trazado de rutas antiguas se puso a disposición de la doctora Nitz, mediante gestiones hechas con el Mueso de Londres y con la casa editorial mexicana "México Desconocido". Rubén es un hombre de poca estatura, pero de figura atlética y muy bien parecido. Tendrá unos cincuenta años de edad. Su piel es apiñonada y su cabello es negro entrecano. Tiene una voz no muy gruesa, pero sí muy agradable al oído, añadiendo lo divertido que es el inglés mal entonado que utiliza cuando se deja sorprender por algo, lo que sea, o para bromear. Sus camisas claras con varios botones abiertos han hecho que algunas de sus alumnas de la Universidad de Guadalajara se sientan atraídas hacia él y que unas pocas descompongan su actitud de vez en cuando. En cambio, Ricardo Vázquez, aunque es igualmente bajo, y tal vez de mayor edad, tiene la piel más morena, su cuerpo no es atlético, tiene unas ojeras perennes, un cabello grueso y difícil de peinar y, en pocas palabras, es un hombre feo. Pero muy pensante. Dicen alumnos y exalumnos que platica muy rico para impartir sus clases y sabe despertar el interés en ellos. Que, fuera de las aulas, sabe asesorar e incluso tiene el don de orientar la vocación y las tendencias profesionales de sus pupilos. Es quien lleva las riendas de lo que hace la delegación mexicana, asistido por una muchacha de origen peruano, de unos veintisiete años de edad. Mónica Hoyos, una mujer de cara fea, con rasgos faciales asimétricos y ojos rasgados, pero alta, delgada y con medidas corporales bien proporcionadas, con un gran busto y un trasero firme y bien desarrollado. Sus piernas largas, esbeltas y bien torneadas que se dejan ver por los pequeños shorts y las sandalias muy abiertas que suele usar, su piel morena clara, su cutis lozano y su abundante cabellera negra y ondulada, hacen que posea un porte que no pasa inadvertido, a pesar de la fealdad de su cara. La gorra que siempre trae puesta le da el aspecto de una chica divertida y transparente. De hecho, su forma de ser tan alegre, ocurrente y candorosa, es la pimienta del grupo mexicano. Todo mundo le tiene un gran aprecio. A final de cuentas, el grupo mexicano atrajo a más arqueólogos, cuya presencia fue autorizada previamente por Karola. Así es: El descubrimiento de Cole y Bennett sólo fue la punta de un iceberg y, agregando lo que revelaron los textos inscritos en los pergaminos, el descubrimiento iba a ser algo mucho más grande que el de un mito que trae de cabeza al mundo entero desde la edad media. Eso mantuvo el interés de la Fundación, la cual no dejó de apoyar el proyecto.
La prolongada permanencia de los grupos extranjeros podría comenzar a levantar sospechas. Por lo tanto, los grupos arqueológicos abandonaron la zona momentáneamente, mientras otro grupo de arqueólogos valoraba los daños de la ciudadela que se enclavaba cerca de donde trabajaban en paralelo sus colegas ingleses y mexicanos.
Cole y Bennett llegaron a un lujosísimo hotel, en el exclusivo complejo de Burj, en Dubai, Emiratos Árabes Unidos. Con identidades falsas, y haciéndose pasar por una pareja de lunamieleros londinenses. Aún cuando ambos eran originarios de Sheffield. Aún cuando no se conocían entre sí más que por referencias bibliográficas y por sus trabajos expuestos en internet. Karola supo cómo convertirlos en una gran bina. Las cucharas con las que prepararon sus tés fueron sin duda los instrumentos para darles un gran guiño y generar empatía mutua.
Bennett no pudo resistirse y se fue a conocer las sofisticadas atracciones que ofrece la ciudad. Cole permaneció en el bar por un momento, un tanto anonadado por el hecho de estar haciéndose pasar por el esposo de una mujer con una mente tan bien dotada y un cuerpo tan apetitoso. No estaba acostumbrado al afecto. Su trabajo lo absorbió y difícilmente se daba tiempo para satisfacer sus deseos personales. Así se acostumbró desde que estaba en la Universidad. Así se acostumbró desde que se refugió en las prácticas profesionales después de una dolorosa ruptura con la que fue su última pareja sentimental. El bar parecía el mundo resumido en unos pocos metros cuadrados. Gente con rasgos faciales muy variados, hablando en todos los idiomas del mundo, mucho bullicio, un televisor silencioso en el que se apreciaba un partido de fútbol, música estadounidense de los años treinta. Un whisky en las rocas. Nada fuera de lo normal. Pero algo llamó su atención. En una mesa contigua. Una mujer, tal vez un poco más grande que él, con cabellera negra y con volumen, aunque no muy larga, cuerpo voluptuoso y una piel muy blanca y lozana, salpicada con pequeñas pecas, que daba la apariencia de un delicioso helado de leche o una tersa y dulce fruta... No pudo evitar verla por un instante, mientras ella jugueteaba con una de sus sandalias, de tacón alto y suela de madera, de un tono marrón que realzaba el color de su tez, metiéndosela y sacándosela repetidamente. Iba acompañada de una mujer que sería más chica que él, de aspecto latino, piel apiñonada, de cara hermosa, ojos negros muy vivarachos, grandes pechos anunciados por el generoso escote de su blusa, y cabello rizado. De aspecto latino. A pesar de la bella cara y el provocativo busto de la latina, Cole se concentraba en la sandalia de la otra mujer. Comenzó a ponerse muy nervioso mientras observaba un momento los pliegues de su planta y otro momento las uñas pintadas de durazno que hacían ver su pie tan bello y delicado, a pesar de que el dedo gordo era más largo de lo habitual. El juego del pie con la sandalia era rítmico y, en algunos momentos, llegó a ser descarado. Decidió regresar a su habitación, pero la cosa se puso peor cuando encontró a Bennett, con un camisón de satín en color champaña, acostada en la cama, con una copa de vino blanco en una mano y el control remoto en la otra, con una pierna flexionada y la otra extendida con el pie completamente flexionado, dejando ver su pronunciado arco, viendo la televisión, sintonizada en la BBC. "Aproveché para hacerme manicure y pedicure, ya que probablemente pase mucho tiempo antes de que pueda hacérmelos de nuevo", le dijo cuando lo vio cerrar la puerta tras de sí al entrar a la habitación. Cole no emitió comentario alguno. Sólo se metió a la regadera, esperando a que pasara su excitación sexual, para posteriormente dormir en el sofá, tras sentirse sumamente presionado después presenciar en el bar, las mujeres que se encontraban tomando martinis en la mesa contigua, y el hecho de que alguna vez Bennett le comentó que prefería dormir sin ropa interior. ¿Porqué no buscó una excusa para entablar una charla con las mujeres de la mesa contigua? ¿Porqué no se lanzaba a los pies de Bennett para besarlos e ir subiendo poco a poco por una de sus piernas, como trepando por ella hasta llegar al fruto prohibido?
Tanto Cole como Bennett ignoraban que López y Vázquez se encontraban en el mismo lugar, pero, evidentemente, bajo otras circunstancias. Ellos encontraron algo muy diferente, y permanecían en Dubai trazando un posible trayecto y esperando nuevas indicaciones. Claro que junto con ellos estaban Hoyos, la encantadora chica peruana, así como algunos muchachos y muchachas que tendrían no más de cinco años de haber egresado de la universidad, más un par de secretarias, un secretario general, una arrogante intérprete y dos utileros. Sí. Para formar comités numerosos y delegar funciones cuya comprensión no queda muy clara, los mexicanos se pintan solos.