El suicidio del Samurai

Gatacolorada demuestra en su historia que las vueltas que da la vida son complejas y como muestra... un botón

Buenos Aires.

Las dos mujeres, Verónica Bamel y Elena Rojo, pasean empujando los cochecitos de sus hijos, el ondular de sus caderas hace que los hombres se vuelvan para mirarlas con deseo. Ellas lo saben y juegan con la concupiscencia de los machos en celo. La más baja se vuelve para decir al niño que las sigue que acelere el paso y acabe con el plátano que está comiendo. El crío aprovecha que están entretenidas en su parloteo para tirar  parte de la fruta. Corre hacia su madre para evitar que vea lo que ha hecho.

Aristóbulo Ramírez se ha quedado abobado con las dos hembras cimbreantes y pisa la cáscara del plátano, cae al suelo y siente un dolor enorme en la pierna, pero no llega a desmayarse. Es médico y sabe que acaba de romperse algún hueso del tobillo. Se arrastra hasta la terraza de la confitería, los mozos corren y le ayudan a sentarse, usa su propio celular para llamar a la ambulancia.

Su ayudante la Lda. Beatriz Bermúdez , una belleza de 32 años, rubia teñida, está sentada en el sofá de la habitación del sanatorio, la pollera corta deja ver sus piernas enfundadas en medias negras de red y parte de sus muslos bronceados. Los senos, semicubiertos por un corpiño color carne, se muestran generosos por los cuatro botones desabrochados de su camisa blanca. Sus ojos pardos miran con pena a su jefe que yace en la cama con la pierna en alto.

“Aris, voy a anular tu viaje a Granada. No podrás presentar la ponencia. Lo harás en el siguiente Congreso.”

“No puede ser, se celebrará dentro de dos años y habrá perdido novedad. Así que eso te va a tocar a vos: Ir y dar la charla. Conoces el proyecto como yo, y en la parte de ensayos más. Así que tómatelo como un premio y vete a Granada. Seguro que lo haces bien.”

Como unas mamás, un niño y una cáscara de plátano pueden  cambiar el ponente de un Congreso.

Granada- Madrid.

Beatriz vuela de vuelta a Buenos Aires. Va sola en el asiento para dos personas pegado a la ventana. Cubierta con la manta, en la oscuridad del avión, con el pantalón semiabierto, su mano busca el camino de la concha. Alcanza su objetivo, los dedos acarician el clítoris mientras se da cuenta que es feliz.

La conferencia fue un éxito. Durante los tres días del Congreso, ejerció de investigadora eficaz, prudente, disimulando su belleza explosiva. Lentes, moño, saco y pantalón, en fin que nadie pudo sospechar que a parte de ser inteligente y trabajadora, su papel de ayudante del Dr. Aristóbulo Ramírez se debía a que eran amantes. Quedó tan bien que el Dr. Gabriel  López de Mena, un encantador viejecito, le ha ofrecido una beca para trabajar un año en  su departamento de la facultad de Valencia.

Y luego el placer maravilloso de Antonio.

Le había conocido en las Cuevas de Sacromonte tras acabar el Congreso. Era el día que la Organización había dedicado al turismo. Sólo se habían quedado los extranjeros, los españoles ya conocían el recorrido, algunos les acompañaron en la visita guiada a la Alambra, pero huyeron de la excursión  por las cuevas gitanas de la ciudad. Habían llegado hacia las 9  de la noche, para una cena y el espectáculo. No supo si fue el vino, ella bebía poco, o el cimbreo de los bailarines que jugaban danzas de deseo y rechazo, pero se fue soltando, dejó de ser la profesora controlada y pasó a ser ella.

Se deshizo el moño, el pelo suelto y los botones de la blusa que desabrochó por el calor, le dieron un cambio de imagen convirtiéndola en hembra.

Los bailarines eran expertos y al final del show la sacaron a bailar, como a alguna otra persona del grupo que se notaba estaba afectada. No conocía aquellas danzas, en su inconsciente eran un juego de seducción y sexo, y se aplicó a ello con esmero.

Se dio cuenta que alguien la devoraba con los ojos. En uno de los giros lo localizó, estaba tomando una cerveza y hablaba con una mujer mayor, que había cantado en el zambra, pero no dejaba de desnudarla con la mirada. El deseo la consumía, él se dio cuenta. Cuando iban a salir se acercó y la propuso llevarla en su moto a conocer algún sitio más de la noche granadina. Ella aceptó y poniéndose el casco que le ofreció, se dejó llevar por el desconocido.

Beatriz mira por la ventanilla del avión, abajo acaba la tierra y empieza el  océano. Sus dedos siguen acariciando su feminidad, mientras recuerda la loca pasión que ha vivido.

La primera noche en la que cogió como una fiera en celo. El volver al hotel y preparar la maleta desmadejada de tanto sexo. El telefonazo del macho que propone llevarla a Madrid, y acompañarla hasta que vuelva a Buenos Aires. Su sí encantada de proseguir la aventura, el viaje en auto , parando en Córdoba, la Mezquita y el jamón, porque ha comido en esos días más jamón que en toda su vida anterior, se sonríe recordando aquello que le insistía Antonio Negrote, así se llama su semental,  que el ibérico da colesterol del bueno. Madrid, los paseos, el cochinillo, la Plaza Mayor, el Museo del Prado y siempre mucho sexo. Le duele la vagina de la cantidad de polvos que ha echado, porque Antonio, que no es muy alto, ni un cuerpazo, lo que tiene es una verga que destroza, 22 x11, enorme, incansable. Y sabe coger, no sabe los orgasmos que ha tenido, se iba una y otra vez con la enorme pija dentro, hasta que estallaba el volcán de semen del hombre. La anulación del vuelo, un día más de regalo con el macho, la entrega de su puerta oscura, el dolor y el placer de sentirse dilatada por el taladro de carne dura que como un ariete la empalaba.

Nunca ha gozado tanto. Sabe que volverá a gozarlo cuando vuelva con la beca a España.

Se ríe callada, recordando la llamada que recibió el fornicador maravilloso para que fuera a  Roma, pues el Abogado Luigi Campanni, que iba a visitar la empresa  en Granada, al estar él perdido y desaparecido en combate, deliciosas batallas, debía acudir a Italia a cerrar un negocio que se traían entre manos.

Como el continuar con el placer de coger y un retraso aéreo obligan a un ejecutivo a viajar a Roma.

Roma.

Antonio lleva reunido todo el día con el Abogado Luigi Campanni, están acabando las negociaciones pero siempre queda algo, se da cuenta que terminarán al día siguiente. Pide a su compañero que le reserve un hotel mientras cambia el billete  para el día siguiente. El italiano le invita a dormir a su casa, un piso enorme cerca del Coliseo. Siguen analizando un rato más las cuestiones pendientes. Antonio  le invita a cenar en un restaurante en el Trastevere. La cena es divertida , buena y abundante. La pasta , el pescado, el vino, las grapas, los cafés hacen que ambos estén relajados, y que Antonio cuente sus aventuras amatorias con la argentina. El italiano, aficionado al cine y a los toros, le recuerda la famosa anécdota de Dominguín  cuando inmediatamente de hacer el amor con Ava Gardner,

se levantó, se vistió para marcharse y ante la pregunta de la bella actriz de a dónde iba , contestó aquella frase famosa de “A contárselo a los amigos”.

Otra ronda de café y grapa permiten al Abogado, totalmente liberado, hacer la propuesta erótica- profesional. Sexo por cerrar los pedidos con al empresa de Antonio. El granadino se niega a las prácticas homosexuales, ni por todo el oro del mundo dejará su hombría al capricho de un romano vergonzante. Eso si, su negativa está cargada de educación para evitar perder a un cliente. Las risas del italiano hacen retumbar el local, no lo quiere para él, lo necesita para un vídeo porno con una pupila que va a lanzar en el cine XX. Antonio respira tranquilo, pero piensa que tras el trajín de los días anteriores va a necesitar alguna ayuda. Una pastilla azul surge de la cartera de Luigi, tras tomarla el español que paga la cuenta y agarra la factura para descontarla en Hacienda y además justificar los gastos, piden un taxi para ir al departamento.

Le lleva a su habitación, el español cuando se queda solo se ducha, luego vuelve al enorme salón envuelto en un albornoz.

Allí ve a la muchacha desnuda, es una hermosa joven negra, su cuerpo delgado se muestra generoso en los pechos que se alzan rotundos con sus pezones erectos. El pelo en melena, alisado, los labios sensuales entreabiertos dejan ver unos dientes blancos como la nieve, los ojos verdes deslumbran de picardía. El italiano les presenta, la etiope se llama Emma Hart ( ese es su nombre artístico), tiene 18 años y 3 meses, su protector aclara  que  no quiere verse en líos de menores. Mientras coloca los focos y el fondo para la filmación, pide a Antonio que se vista con una túnica blanca y una capucha del mismo color. Quiere que simule una violación de un miembro del KKK a una negra. Nunca se le verá la cara. El granadino respira aliviado, no le hace mucha gracia que todo dios  le vea jodiendo en  Internet.

La verdad es que disfruta durante la filmación, la chica es una joya que disfruta del sexo, incitándole, haciéndole gozar. Cuando eyacula, tras casi una hora de ejercicio sexual en la que usa todos los posibles blancos para usar su arma, besa a la muchacha con una mezcla de agradecimiento y camaradería.

A la mañana siguiente mientras los tres desayunan juntos, Luigi acaba de firmar los contratos con gran alegría de Antonio.

Como un retraso de un vuelo,  y la necesidad de firmar un contrato convierten a un granadino en actor porno.

Osaka.

Muni Mifume  mientras en la pantalla de su enorme Sanyo aparecen los títulos de crédito de la película erótica, se deshace del kimono, y se va desnudando para poder masturbarse tranquila durante  la proyección.

Empieza la proyección. El hombre tiene una enorme verga dura, en alto, orgullosa de su poder. El cuerpo con vello es fuerte, no de un atleta, pero si de un tipo sano y concupiscente. Posee a la mujer de color de todas las formas imaginables. Parece romperla al penetrarla con  su arma, pero  la negra gime, chilla loca de placer Las manos de Muni acarician su vulva delicada , mojada, empapada, rebosante de flujos. De un pequeño armario de bambú saca un pene enorme de goma y se lo introduce de un golpe en su vagina palpitante. Sin perder ni un segundo la película, su ritmo mete- saca aumenta hasta casi calentar el instrumento de plástico.

Recuerda  California, cuando era estudiante, y vivía un mundo de marihuana y promiscuidad. Hombres, mujeres, por separado o juntos, tríos, cuartetos, orgías de todo ha gozado. Todo cambió al prometerla su padre con un hombre poderoso en Japón, tuvo que volver para casarse. Eso sí, con el apoyo de su amiga Fátima Almohad y el bisturí del Dr. Ian Foster volvió a su país  totalmente virgen. Sangró en el lecho de bodas, cuando su marido la penetró.

Su vida se convirtió en un sueño de lujo y riqueza , pero encerrada . Prisionera en una jaula de oro, sin poder desarrollarse como ser humano, se ha ido consumiendo, dejando de soñar. Sólo las películas pornográficas que le recuerdan su ayer y las masturbaciones asociadas le permiten no suicidarse.

Cuando, en la pantalla, la verga sale del trasero de la muchacha y derrama la leche sobre los pechos erectos de la joven, la japonesa acaba su enésimo orgasmo, saca el pene ficticio, lo lame y lo vuelve a guardar en el pequeño armario.

Akira, solo, en su despacho, ve en el monitor la masturbación de su esposa. Se da cuenta del enorme error que cometió al casarse con ella. Pero el problema no era de ella, era él el que no la satisfacía. Las técnicas amatorias de los viejos tratados no eran suficientes, la mujer quería una verga mayor, no sus 11 cm. Lo sabía, lo había oído cuando su esposa se lo contó a una amiga de E.E.U.U, compañera de Universidad. Su orgullo de samurai, el orgullo de una familia de luchadores, estaba por los suelos.

Pero lo peor quedaba por llegar. Desnuda su mujer toma el celular y se graba volviéndose a masturbar, después llama. Akira la oye hablar, cada palabra es un puñal en su corazón, no es que le odie, le desprecia, le ve como un pobre tonto, sólo útil para pagar la mejora de calidad de vida de sus padres. Y sigue, uno tras otro sus comentarios son cada vez mas insultantes. Cuando acaba, envía el dedo que se ha hecho a la persona con la que ha conversado.

Akira se mira en el espejo, se ve miserable, es una batalla en la que no sabe luchar. Es un perdedor, recuerda la norma samurai: “ El que pierde, sólo tiene un camino para recuperar su honor.”  Busca el sable. Se arrodilla en el viejo cojín, testigo de los fracasos de sus antecesores, apoya la punta en el estómago y empuja, siente como el acero va entrando en su carne, después lo gira y corta su vientre. La muerte llega, como una mujer callada que le acompaña a un mundo donde se juntan los luchadores, sin distinción de vencedores y vencidos.

Como las exigencias para la  firma de un contrato hacen que un samurai se sienta perdedor y se haga el harakiri.

Resumen final de esta historia:

Como la cáscara de plátano que arroja Felipe en Buenos Aires causa el suicidio de Akira, samurai en Osaka.