El sueño
Sueño de un primer encuentro, que desborda ternura y erotismo, llegando al placer desde la sensualidad.
El sueño
Luchando a cada segundo con la vergüenza que me embarga, pero conquistándola a cada paso, te cuento lo que soñé anoche. Te lo cuento porque estabas ahí, y, compartiendo algo tan mágico, siento que esos momentos son tan tuyos como míos.
Creo que estábamos en Mendoza. Debe haber sido un sábado, o un día que yo no trabajaba, porque nos juntamos a desayunar. Desayunamos y charlamos mucho, nos reímos mucho también. Salimos a caminar, paseamos algo, y me invitaste a almorzar. "Perfecto!" dije, "Conozco un hermoso lugar para comer pastas".
Sonreíste, con el misterio y la picardía de quien aguarda algo, algo que solamente vos conocías, y te negaste rotundamente, aduciendo que ya tenías algo en mente. Me pediste que confiara en vos, te pusiste al volante de MI auto (caradura!) y me vendaste los ojos. Te dije que no estaba preparada para ir a donde imaginé que irías, me tomaste la cara y me besaste la mejilla, prácticamente en la comisura de los labios. Creo que ahí supe que tenía la batalla perdida, sin siquiera entender bien a qué batalla me enfrentaba, o porqué lo sentía como una batalla.
No me sorprendiste. Me tomaste las dos manos y me ayudaste a bajar de MI auto (no puedo creer que manejaras mi auto). Me guiaste, primero, caminando delante mío, llevándome de las manos; luego, caminando detrás mío, con las manos abrazando mi cintura, respirando en mi cuello. Cuando me quitaste la venda de los ojos, estábamos en una habitación preciosa, tipo loft, con una cama enorme, sauna... Como dije, hasta ahí no me sorprendiste. Me quitaste la venda desde atrás. Cuando abrí los ojos, estaba de frente a la cama... bajé la vista. Entonces, siempre desde atrás, me susurraste al oído: "No te preocupes, eso será después...tal vez". Ahí sí me sorprendiste.
Me giraste y me llevaste de la mano a otro sector de la habitación, que tenía unos sillones y una mesa con banquetas. Pusiste una carta en mis manos, y dijiste "ahora sí, vamos a comer". Te sentaste con toda la naturalidad del mundo y me sonreíste. Yo sentía que las mejillas me quemaban, y me ardían las orejas... debo haber estado colorada como un tomate. Clavé la mirada en la carta, sin lograr leer realmente, entonces, sentí tu mano en mi mentón. Estabas de pie al lado mío. Hiciste que me parara, sin dejar de mirarme a los ojos. Con tu dedo índice levantaste mi mentón y te acercaste. Me miraste, mientras tus ojos sonreían, miraste mis labios, y volviste a fijar los ojos en los míos, entonces dijiste "Te prometo que no ocurrirá nada que no quieras que ocurra". Frase trillada, si las hay... pero te creí.
Nos sentamos de nuevo, y pedimos la comida, con un vino trivarietal. No soy muy amante de las combinaciones, pero reconozco que estaba exquisito. Comimos charlando y riendo. Por fin, el ambiente había dejado de ser tenso. Hasta comimos helado de postre! Entonces, te levantaste, pusiste música (no la marcha peronista, si no música suavecita) y, tal como el otro día, me invitaste a bailar. Ahí comenzó tu juego.
Tomé tu mano, me llevaste al centro de la habitación. Te quedaste parado, mirándome a los ojos. Me perdí en tu mirada... todo en ella era invitación y un desborde de promesas tiernas. No te moviste, hasta que yo me situé entre tus brazos. Entonces, empezamos a bailar muy suavecito. Quise apoyarme en tu hombro... no me dejaste ! Volviste a levantarme el mentón y me dijiste, casi sobre mis labios, que no querías que dejara de mirarte en ningún momento. Todo en mis ojos eran preguntas. Todo en los tuyos eran respuestas.
Empezaste a acariciar mi espalda, a través de la ropa, respirando sobre mis labios... cerré los ojos y levanté la cabeza para besarte... y te corriste! Entonces, entendí tu exigencia, te miré a los ojos y rocé tus labios. Respondiste el beso tiernamente, explorando, conociendo, bebiendo años de ausencias, incitando ... Se me escapó un suspiro, sintiéndome cada vez más parte tuya, cada vez más cerca, y cada vez más dentro uno del otro.
En ese momento, te separaste apenas de mí y llevaste mis manos a los botones de tu camisa, sin dejar de mirarme. Acepté la tarea. Cuando bajé los ojos a tu pecho, volviste a levantarme el mentón, para recuperar el contacto visual... No ibas a dejarme escapar. Terminaste desnudo, no sé bien cómo, ni qué tanto hice yo y qué tanto hiciste vos, porque en ningún momento me dejaste apartar la mirada de tus ojos y tus labios.
Entonces, nos llevaste hacia la cama, me hiciste sentar, te agachaste y me quitaste las sandalias. Me recostaste y empezaste desabrocharme la camisa. Estabas recostado a mi lado, con una sonrisa en los ojos, y con esa ternura de quien se sabe poseedor de todo el tiempo del mundo, y de un poder infinito para usar ese tiempo. Yo temblaba como una hoja, y cada vez que desviaba la mirada (por vergüenza) o cerraba los ojos... te detenías! Se estaba volviendo una tortura cruel y exquisita, pero no me permitiste cortar el contacto visual.
Recorrías mi cuerpo con la punta de tus dedos, provocando cosquillas, electricidad, temblores... es casi imposible describir la mágica explosión de sensaciones dulces y eléctricas que corrían entre tus dedos y mi piel. Ahí me perdí completamente, no recuerdo bien en qué instante quedé desnuda, al igual que vos. Ni cómo quedamos en la posición exacta que vos querías lograr... pero lo lograste. Yo sólo recuerdo tus ojos, que reían de placer.
Mi pecho subía y bajaba, agitado, expectante. Tus manos no perdieron firmeza y pulso en ningún momento. Sentí que eran capaces de sostener hasta mi alma.
Así, quedaste con la espalda apoyada sobre el respaldo de la cama, y yo sentada encima tuyo. Nuestros centros de placer rozándose, latiendo, buscándose. Sin dejar de mirarme a los ojos, me dijiste "Dejame entrar a tu mundo, haceme parte de vos". Bajé la vista, ante la sexualidad implícita en tus palabras, pero volviste a encontrar mi mirada, tiernamente, subiéndome el mentón..."Pero quedate conmigo...", pediste. Se me llenaron los ojos de lágrimas, y, perdiéndome en tus ojos, guié tu sexo para que escalaras mi cuerpo. Sentí cómo mi cuerpo latía alrededor de tu centro, abrazándote, exigiéndote. Cerré los ojos y mi cabeza cayó hacia atrás... Tomaste firmemente mis caderas y te saliste de mi interior! Creí morir. Te miré, suplicante... "Quedate conmigo!", exigiste. Finalmente, me entregué plenamente, entendiendo lo que hacías. Entraste en mí, escalando cada centímetro, que se volvían kilómetros en el mundo de nuestras miradas. Me maravillé en lo que veía y sentía, tus manos premiaron el hecho de que siguiera mirándote, y guiaron mis caderas hacia el éxtasis de ambos. Así, explotaron nuestros cuerpos, y nuestras miradas se volvieron una, en una unión que duraría para siempre.
Nos recostamos y me abrazaste, cuidándome mientras pasaba la tormenta de emociones que me mantenían temblando, luego de tal explosión. Cuando me calmé, mis lágrimas bañaban tu pecho. Levanté la cabeza, tus ojos sonreían, al igual que tus labios (casi más). Entonces, te pregunté si en ningún momento te sentiste tentado de dejarte llevar, de liberarnos, y me dijiste que sí, pero que querías hacerme el amor en cuerpo y alma, y que el primer contacto trascendiera la piel. Para liberarnos y dejarnos llevar, habría tiempo.
Entonces, cerraste los ojos, cerraste los míos, y me diste el beso más apasionado que jamás me han dado, exigiendo, a la vez, la misma pasión en la respuesta. Sabía que vendría algo totalmente distinto, donde nuestros ojos serían nuestras manos, y nuestras manos serían cada pulgada de piel...
pero esa, ya es otra historia.