El sueño de Venus

F/m, incesto.

La noche era tormentosa y la lluvia caía con fuerza sobre el verde césped de Seattle. De vez en cuando un relámpago cegador se dejaba ver en el cielo volviéndolo todo blanco violáceo. Después, un trueno resonaba por entre las nubes negras que se cernían sobre la ciudad tras dejar el Pacífico.

La temperatura no era del todo desagradable en el mes de noviembre, y se mantenía por encima de los diez grados. Tom y su madre, Laura, estaban en el salón de su casa viendo la tele mientras la tormenta desataba su furia fuera, no temiendo que la luz se fuese. Ponían una película de aventuras que más bien aburría a Laura y que tenía pegado a la pantalla a Tom que, a sus doce años, disfrutaba de Indiana Jones como el que más.

Laura, a sus treinta y cuatro años, era una mujer bastante atractiva, de metro sesenta y seis de estatura, unas medidas de 98-64-96 que traían loca a media oficina y pelo castaño oscuro que le llegaba por los hombros. Estaba divorciada desde hacía ocho años, cuando su marido la había abandonado por una joven rubia de Tacoma. Eso había sido en 1996, y ahora Laura trabajaba de secretaria y se ganaba la vida honradamente, pudiendo permitirse algunos lujos. Eso sí, sentía un vacío inmenso dentro de sí; se había casado enamorada de aquel joven al que había tratado de hacer feliz por todos los medios, y éste la había repudiado como a una sucia ramera. Se sentía profundamente herida, y ya no miraba a los hombres, les tenía cierto desprecio y, por qué no, cierto temor.

Ahora, todo su amor y todas sus atenciones se centraban en una sola persona, su hijo Tommy. Era un chico que se había criado en un ambiente algo tenso en sus primeros años, y que luego no había tenido padre, que había estado el 31 de diciembre de 1999 con su madre solo y triste delante de la tele, viendo cómo otros se divertían en Times Square. Era moreno, de aproximadamente la misma altura que su madre y aún no muy desarrollado en cuando a músculos se refiere. Iba al colegio, donde sacaba unas notas aceptables y se llevaba bien con la mayor parte de la gente. Pasaba la mayor parte del tiempo en su habitación, sacándole el mayor partido posible a su Windows 2002 y escuchando grupos británicos, de los que tenía una buena recopilación en un DVD de 20 Gb.

Madre e hijo pasaban la mayor parte del día juntos en casa o yendo a centros comerciales a comprar comida. Laura terminaba en la oficina a las tres y llegaba a casa sobre las cuatro menos cuarto, donde ya la esperaba Tom. Solían sentarse a ver la tele juntos o a charlar sobre cosas intrascendentes de vez en cuando, y se podía decir que eran como viejos amigos, ya que tenían una inusitada confianza el uno en el otro que los hacía estar muy apegados. Cuando no estaban juntos, Laura dedicaba su tiempo a la jardinería, una de sus mayores pasiones, después de leer y comprar. Pasaba largos ratos en el jardín de atrás podando y transplantando plantas, y luego volvía a casa sonriente como la que más a prepararle la cena a su querido hijo, al que adoraba, más intensamente de lo que ella misma creía. Quería todo lo mejor para él como cualquier madre, pero había algo más que no sabía cómo definir, algo inmaterial entre ellos dos que era como una atracción mística, un sentimiento más allá del amor que no sabía cómo consumar.

Aquella noche la tormenta parecía que duraría varias horas, por lo que Laura sabía que Tom no dormiría bien, y se quedaría en vela toda la noche, ya que las tormentas lo aterrorizaban hasta límites insospechados desde que era un niño pequeño. Sentía pena de él cuando el temor se reflejaba en su aún inocente cara y lo hacía parecer el ser más indefenso de la Tierra. A veces no podía resistir más en su cama e iba corriendo a la de su madre para acurrucarse junto a ella. A Laura le encantaba sentirlo cerca, poder acariciarlo y abrazarlo con sus brazos mientras las tormentas caían sobre sus cabezas sin piedad.

Terminada la película con Harrison Ford dejando en una grieta el Santo Grial, Tom subió al piso de arriba a lavarse los dientes y la cara antes de acostarse, una buena costumbre que había heredado de su madre. Laura fue a la cocina y se bebió un vaso de leche natural, para luego apagar todas las luces e ir arriba a su dormitorio. Se sentía bastante rara esa noche, con el cuerpo algo agitado, algo hormigueante. Sentía calores que le recorrían el cuerpo de vez en cuando, y sus ojos estaban muy centelleantes y felices, aunque inquietos.

Se sentó al borde de la cama y se quitó los calcetines blancos de deporte que acostumbraba llevar para andar sobre las moquetas de la casa. Su camisón de flores violeta le volvió a caer sobre sus piernas y se metió en la fría cama con la lámparita encendida a su lado. Se estremeció un poco al notar la frialdad de las sábanas en su cuerpo, pero pronto se le pasó y cogió una revista que se había comprado en un kiosko al lado del rascacielos donde trabajaba. Era una de esas revistas de mujeres donde se dan consejos prácticos de belleza, jardinería, cocina, etcétera. La estuvo hojeando durante un rato, moviéndose aún agitada en la cama, cambiando de posición constantemente y moviendo sus blancas piernas y sus pequeños pies entre las sábanas rosas inquietamente.

Tom estaba revolviéndose en su cama por motivos muy distintos. La tormenta estaba llegando a su punto álgido y los relámpagos y truenos se sucedían con mucha más frecuencia y violencia, provocándole un estado de ansiedad que ya casi no podía controlar. Sin pensárselo dos veces, saltó de la cama y corrió descalzo en calzoncillos y sin camiseta hacia la habitación de su madre. La puerta estaba encajada y Tom miró dentro indeciso, sin saber si entrar o volverse a su cama como todo chico de catorce años debe hacer. Por fin, empujó la puerta y dio un paso dentro del dormitorio de su madre.

-Tom. . . ¿qué haces? -preguntó su madre.

-Yo. . . Es que la tormenta. . . -dijo nerviosamente Tom.

-Ah. Bueno, pues acuéstate conmigo si quieres. . . Yo no tengo inconveniente. -dijo Laura sonriendo dulcemente.

Tom se dirigió al otro lado de la cama enorme de su madre y se sentó al borde antes de echar para atrás las sábanas. Laura comenzó a sentir algo extraño de nuevo en su cuerpo, como estremecimientos y hormigueos por todas partes, especialemente alrededor de sus zonas erógenas. Ahora sabía que lo que sentía se debía a la proximidad de su hijo y al tiempo que había pasado sola sin un hombre cerca que la confortara. Procuró apartar esos pensamientos tan subidos de tono de su mente y se limitó a seguir leyendo su revista mientras su hijo se introducía en la cama sintiendo el mismo frescor que ella había sentido.

Unos minutos más tarde, Tom se levantó y se dirigió al baño, de donde volvió un par de minutos después. Entonces Laura se dio cuenta de algo que la hizo agitarse mucho más intensamente de lo que lo había hecho antes. A través de los calzoncillos largos de su hijo había podido observar un gran bulto que formaba una especie de tienda de campaña delante suyo. Tenía una erección tremenda, y eso estaba afectándola mucho, especialmente cuando Tom se metió bajo las sábanas de nuevo y sintió su calor cerca otra vez. Ahora sabía por qué había estado de lado mirando hacia el otro lado de la habitación, y por qué lo seguía haciendo ahora. Estaba muy excitado, tal vez a causa de ella y de que él ya reaccionaba como un hombre y no como un niño al estar acostado con su madre. A ella eso la puso mucho peor de lo que estaba; sus pezones se pusieron erectos y comenzó a sentir una cierta humedad y hormigueo entre sus piernas. Era algo que no podía aguantar, que tenía que satisfacer como fuera.

Procuró de nuevo hacer caso omiso a sus sensaciones e intentó entretenerse hablando con su hijo, pero involuntariamente salió un tema que no le convenía:

-¿Por qué estás vuelto de ese lado, Tommy?

-¿Qu. . . qué. . . ? -respondió algo turbado éste.

-Llevas todo el rato mirando hacia el otro lado de la habitación. . . ¿Te pasa algo. . . ?

-N. . . no. . . ¿por qué. . . ?

-Pues entonces, ¿por qué no me miras? -preguntó Laura.

Tom se dio la vuelta lentamente hasta estar boca arriba con su pene de nuevo formando una tienda de campaña que esta vez alcanzaba las sábanas y el edredón. Laura le sonrió pícaramente y él la miró muy nervioso, como si hubiese esperado que se enfadara.

-¿Eso es lo que te pasa. . . ? -preguntó Laura con malicia.

-¿El. . . el. . . qué. . . ? -disimuló torpemente Tom.

-¿Por qué la tienes dura?

-N. . . no. . . no lo sé. . . -tartamudeó Tom poniéndose blanco y aún más erecto, debido a la naturaleza de la pregunta.

-No te preocupes, cielo. . . Es normal que se te ponga así cerca de una mujer. . . Eso demuestra que estás haciéndote un hombrecito ya. . . -le dijo su madre con una voz tranquilizadora, aunque algo entrecortada por una respiración algo irregular que Tom no supo a qué achacar.

-Per. . . perdona, mamá. Yo no. . .

-No pasa nada, cariño. . . No me importa que se te ponga dura delante mía. . . -volvió a contestarle su madre con una voz llena de amor-. Además, no sabía que la tuvieses tan grande. . .

Pasaron unos instantes en los que los dos se miraron el uno al otro, Laura sonriendo y su hijo muy avergonzado.

-¿Por qué no me dejas que te la vea, cielo. . . ? -preguntó con expresión muy pícara Laura.

-¿Q. . . q. . . qué. . . ? -se asombró Tom.

-Bueno, ya que. . . ya que se te ha puesto dura por mi culpa, ¿por qué no me dejas que vea lo que te he hecho. . . ? Hace mucho tiempo que no te veo desnudo. . . Como ya no te ducho yo. . .

-Bu. . . bueno. . . vale.

Tom echó las sábanas hacia atrás y dejó al descubierto su increíble tienda de campaña de tela blanca. Poco a poco fue bajándose los calzoncillos, hasta que su falo de 18 cm surgió ante los sorprendidos ojos de su madre, que no dejaba de mirarlo, con la consiguiente reacción de su cuerpo. Sus pezones y pechos se pusieron más duros y erectos, y su vulva estaba poniéndose muy mojada tras sus bragas. No podía creerse que un chico de doce años pudiera estar tan bien dotado.

-Sí que la tienes grande. . . -dijo sin apartar su vista del pene de su hijo y casi sin darse cuenta de que lo decía.

Tom no dijo nada, simplemente se quedó mirando a su madre, que aún estaba con las sábanas casi hasta el cuello y muy sorprendida. Laura miró a su hijo a la cara y le dijo sonriendo pícara y maliciosamente:

-¿Quieres que yo te enseñe algo, cielo. . . ? ¿Quieres verme algo. . . ?

-S. . . sí, claro -sonrió tímida y nerviosamente Tom.

-¿Quieres verme las tetas y el chochito, cariño. . . ?

-Sí. . .

Laura retiró las sábanas de encima suya y empezó a quitarse el camisón sentada sobre la cama. Luego, sólo con su sujetador y sus bragas rojas, se cruzó de piernas sentada sobre la cama mirando a su hijo. Su piel blanca con pequeños lunares aquí y allá y sus pequeños pies con las uñas pintadas de morado estaban aumentando considerablemente la erección de éste, que no apartaba la mirada de su cuerpo. Entonces, Laura llevó sus manos a la espalda y desabrochó su sujetador, dejando sus grandes y turgentes tetas caer libremente enseñando sus pezones gordos y rojos. Luego, con sus dos manos fue bajando sus braguitas pequeñas y rojas y deslizándolas por sus piernas esbeltas y blancas hasta que llegaron a sus sexys pies y se resarció de ellas con un par de movimientos sensuales de éstos. Entonces, aún sentada sobre la cama y con las piernas flexionadas y las rodillas apuntando hacia arriba, abrió sus piernas, dejando a su hijo que viera su vulva triangular, poblada de bastantes pelos negros y muy húmeda debido a la excitación.

Tom no quitaba su vista de los encantos de su madre, y ésta se acercó a él, yaciendo a su lado y recorriendo su pecho y su abdomen hasta llegar a su pene. Una vez llegó hasta éste, lo agarró y empezó a deslizar su mano de arriba hacia abajo, dejando toda su cabeza al aire. Debía medir ahora, en su máxima longitud, unos 20 cm, y eso la excitaba sobremanera. Tom, perdiendo su timidez inicial, empezó a acariciar las tetas de su madre, descubriendo lo duras que estaban a pesar de su tamaño. Se centró en sus pezones, pellizcándolos y estrujándolos, haciendo que su madre se estremeciera de placer y lo masturbara con más fuerza.

Al poco tiempo de estar así, Laura dejó de jugar con el pene de su hijo, y éste dejó de hacerlo con sus pezones.

-¿Quieres seguir, cariño. . . ? -preguntó Laura algo jadeante y mirando algo seria a su hijo.

-Sí. . .

Laura sonrió y se acercó con su cara al pene de su hijo. Lentamente, lo fue deslizando dentro de su boca, hasta introducir más de diez centímetros en ella. Lo masturbó despacio, rozando su glande con su lengua, chupándolo con delicadeza y amor. Era como si estuviese degustando un manjar exquisito, saboreándolo con placer. . . Mientras, Tom pasaba sus manos por las tetas de su madre de nuevo, jugueteando otra vez con sus erectos pezones. Luego, fue llevando sus manos más y más hacia abajo hasta llegar a su vello púbico. Lo notaba húmedo, incluso si sólo pasaba ligeramente la mano por encima. Después, fue ahondando más en el pelo de su madre hasta llegar a su más preciado tesoro, su raja mojada y resbaladiza. La fue recorriendo despacio con su dedo índice como si le quisiera hacer cosquillas, y eso hacía que la humedad fuera en aumento. Poco tiempo después, llegó a su clítoris, el cual apretó un poco entre dos dedos, y luego jugueteó con él describiendo círculos con un dedo alrededor de él.

En este punto Laura ya estaba jadeando suavemente con una voz entre femenina e infantil, como si fuese una inocente jovencita de la que un chico se está aprovechando casi sin su consentimiento. Sus labios se cerraban con más fuerza sobre la base del glande de su hijo y seguía recorriendo en círculos su roja carne dura. Lentamente, Tom asió una de las blancas piernas de su madre y la pasó por encima de su pecho de forma que el culo de ésta estuviese sobre su cara. Laura sabía perfectamente que su hijo quería hacer un 69, y a ella no le parecía mala idea precisamente, así que agachó su vulva mojada sobre la cara de su hijo, y sintió de pronto su dura y húmeda lengua clavarse entre sus labios. Fue haciendo el mismo recorrido que había hecho con sus dedos, prestando especial atención a su duro e hinchado clítoris, contra el que ejercía bastante presión. Tom disfrutaba degustando los dulces jugos que rezumaban de lo más femenino de su madre, y saboreaba cada gota que caía en su lengua, tragándola después con gran placer.

Poco a poco, madre e hijo fueron encontrando un ritmo, y Tom empujaba su pene hacía arriba metiéndolo más profundamente en la hambrienta boca de su madre mientras ésta empujaba hacia atrás en busca de la rigidez de la punta de la lengua de su hijo, que se hundía en su grieta y la lamía en toda su longitud. Sus movimientos eran bastante armoniosos, y lograron hacerlos coincidir con el momento en el que más disfrutaba el otro.

Así estuvieron durante un minuto o algo más, hasta que pararon para contener sus orgasmos, que tan cerca habían estado. Laura dio la vuelta y se sentó sobre los muslos de su hijo, con su rostro expresando la picardía de una muchacha de doce años cuyo sexo arde y hormiguea. Sus mejillas estaban encendidas, rojas como una amapola, contrastando con el blanco de su cara. Sus ojos centelleaban y miraban a su hijo llenos de deseo. Éste le sonreía lleno de satisfacción, o de gozo por saber que la iba a recibir. Agarró con ambas manos los delicados y sensuales pies pintados de morado de su madre, y los acarició mientras ésta se movía hacia delante y hacía atrás sobre los muslos de su hijo. Éste no la estaba penetrando, su pene estaba erecto con el glande apoyado en la parte alta del vello púbico de su madre, pero ésta ya hacía los movimientos que deseaba hacer con posterioridad. Recorría con sus manos el pecho y el abdomen de su hijo amorosamente, mirándolo con sus ojos juguetones y rozando con el pelo de su negra vulva su duro pene.

De pronto, Laura se puso algo seria y, sin apartar la mirada de Tom, le preguntó:

-¿Quieres seguir, cielo. . . ?

-Sí, mamá. . . -respondió Tom.

-¿Quieres que lo hagamos. . . ? ¿Quieres que mamá te haga un hombre. . . ?

-Sí. . .

Laura sonrió, con el pelo algo desordenado después de haber estado agachada. , y de rodillas fue por la cama hasta su mesilla de noche. Metiendo su mano en lo más profundo del último cajón, sacó una caja de preservativos que guardaba desde hacía mucho tiempo. Miró la fecha de caducidad, y vio que estaban bien, y entonces sacó uno y lo abrió. Acercándose a su hijo, le puso el condón en su glande y lo fue deslizando a todo lo largo de su tremendo falo. Cuando lo hubo colocado totalmente, se volvió a sentar sobre los muslos de Tom y lo miró de nuevo con sus pícaros ojos. Después, se levantó un poco y colocó su coño sobre el pene de su hijo. Con una mano lo fue deslizando por toda la raja de su chocho una y otra vez, hasta que ya no pudo más y, habiéndolo colocado en la entrada de su agujero, se sentó de nuevo, sintiendo cómo la verga de su hijo resbalaba hacia el interior de su coño, hasta el mismo cuello del útero. Ese contacto entre su cérvix y el duro glande de Tom, la hizo lanzar un grito ahogado desde lo más profundo de su garganta, debido al placer mezclado con dolor que ello le provocaba. Comenzó a moverse de delante hacia atrás haciendo que el pene de su hijo entrara más hondo y saliera, gozando de su tamaño, que casi no podía albergar dentro. Se echó un poco hacia delante, haciendo que sus grandes tetas se balancearan ligeramente cerca de la barbilla de su hijo, que tenía sus manos otra vez en sus sensuales pies, acariciándolos delicadamente.

Tom sentía su falo hundirse y salir de la vagina de su madre, que era a la vez húmeda, estrecha y cálida. Sentía cómo lo tenía atrapado, y el placer que le estaba proporcionando con su estrechez y su lubricación. Él también empujaba con su miembro hacia arriba, penetrando a su madre con todas sus fuerzas, y arrancándole jadeos cada vez más fuertes.

Los dos comenzaban a sentir el clímax cerca. Laura, gozando del tamaño del pene de su hijo, seguía "clavándoselo", y Tom seguía disfrutando del túnel del amor de su madre, en el que había estado años atrás. Sus movimientos comenzaron a ser más fuertes y Tom notó cómo su madre se ponía rígida y se estremecía. Un orgasmo como nunca había sentido surgió de los más profundo del coño de Laura y la hizo temblar de placer mientras jadeaba gritando.

Un poco más calmada, le dijo a Tom:

-No te corras en el condón, cariño. . . Espera. . .

Laura se puso de rodillas al lado de su hijo tras sacarse su falo del agujero y se tumbó a su lado con las piernas abiertas enseñando su maravilloso chocho triangular en el que la raja ahora estaba perfectamente dibujada, aunque increiblemente cerrada. . .

-Fóllame ahora así, cielo. . . Métemela ahora boca arriba. . .

Tom se dio la vuelta y, acariciando las piernas y los pies sensuales de su madre mientras se metía entre ellos, colocó su polla en la entrada de la vagina de su madre. Despacio, aguantando sus propias ganas de llegar al orgasmo, fue deslizándose dentro, sintiendo de nuevo la facilidad con que el agujero de su madre lo recibía a pesar de la estrechez. Empezó a estrellar su pelvis contra la de su madre, mientras sus tetas se balanceaban suavemente y la cama crujía bajo ellos. Laura sentía un placer inmenso de nuevo, y Tom la vio sonreír, cerrar los ojos y luego abrirlos moviendo sus iris de un extremo a otro, como poseída. . . Su orgasmo estaba cerca, pero el de su madre lo estaba aún más, ya que la veía retorcerse en la cama de nuevo, y jadear en voz alta.

-¡¡Fóllame cariño. . . !! ¡¡Fóllame. . . !! -gritaba Laura entrecortadamente.

De pronto Tom sintió muy cerca el orgasmo, y decidió sacar su pene del coño de su madre. Ésta le quitó el condón y lo hizo esperar un poco mirándolo. Luego, cuando Tom sentía el orgasmo alejarse de nuevo, Laura le dijo:

-¿Quieres metérmela por el culo, Tommy. . . ?

-S. . . sí. . . mamá. . . -respondió éste un poco estupefacto.

Laura volvió de nuevo a su mesilla de noche y sacó de ella un bote con una especie de aceite transparente que utilizaba a veces para las piernas cuando se bronceaba en verano. Lo abrió y se echo en la mano un poco, que fue extendiendo por el pene de su hijo. Cuando sus veinte cm quedaron untados en el aceite, Tom se dispuso a sodomizar a su madre. Acercó su glande libre del condón a la entrada del culo de ésta y esperó un poco. Despacio, fue apretando hasta que su falo fue deslizándose hacia dentro. Era una penetración más difícil ahora, y le costaba mucho trabajo entrar en el culo de su madre. Cuando por fin hubo metido más de diez centímetros, fue sacando su pene y metiéndolo rítmicamente hasta que el agujero quedó lo suficientemente lubricado. Después introdujo su miembro más de los diez centímetros iniciales, hasta alcanzar los quince. Su madre gritaba en voz baja de dolor y placer mientras se sentía penetrada por detrás. Por fin, Tom metió sus veinte centímetros en el culo de su madre, y comenzó a sacarlo y meterlo de nuevo. Llegó un momento en el que fue igual de fácil que lo había sido en la vagina, y Tom se masturbaba con gran velocidad hasta sentir su definitivo orgasmo llegar. Comenzó a arrojar su esperma en blancos espasmos dentro del culo de su madre, haciendo que su penetración fuese aún más fácil.

Cuando hubo terminado de correrse, Tom sacó su verga del segundo agujero de Laura y cayó exhausto a su lado, con su pene aún erecto y medio húmedo. Del culo de Laura salía el semen que su hijo acababa de depositar formando una especie de riachuelo blancuzco que goteaba sobre las sábanas rosas. Los dos yacían ahora uno junto al otro, acariciándose mientras miraban hacia arriba como reflexionando sobre lo que habían hecho.

A ninguno de los dos les daba remordimientos lo sucedido, es más, estaban contentos de haberlo hecho y de haber consumado un amor ajeno a su relación de madre e hijo que había estado latente entre ellos durante mucho tiempo.

Comenzaron a acariciarse. Tom acariciaba los pechos de su madre ( ahora menos duros y con los pezones menos gordos y más flácidos ) y ella le correspondía recorriendo su abdomen y sus brazos con sus suaves y blancas manos con el amor de una madre. Luego, Laura besó a su hijo en la mejilla y le dijo:

-¿Te ha gustado lo que hemos hecho, cielo. . . ?

-Sí, mamá, me ha encantado. . . Pero, ¿crees que está bien. . . ?

-Cariño, si tú y yo nos queremos y hemos querido utilizar nuestros cuerpos para satisfacer el amor, no veo por qué debe estar mal. . . -razonó Laura.

-Tienes razón, mamá. . . Pero, ¿ de verdad me quieres tanto. . . ?

-Tom -dijo Laura poniéndose seria- No hay nada en este mundo. . . nada absolutamente. . . que me importe más y que yo ame más que tú. . . Te quiero como madre, pero hay algo más entre nosotros, algo que no sé explicar y que hace que te necesite junto a mí. . .

Tom miró asombrado cómo su madre empezaba a sollozar con dos lágrimas cayéndole por sus aún enrojecidas mejillas. . . Estaba llorando porque amaba a su hijo, y lo que había dicho lo había dicho su corazón, y eso la había hecho llorar. . . Sentía algo muy profundo por su hijo, una amor que iba mucho más allá de la relación de natural amor entre una madre y un hijo. Ella lo amaba a la vez como a un hombre bueno que siempre estaba con ella y que la comprendía y como a un hijo, y la fusión de esos dos sentimientos alcanzaba una fuerza, una intensidad, que su corazón parecía no poder albergarlos. . .

-No llores por favor, mamá. . . -le rogó Tom.

-No te preocupes por mí, cariño. . . Estoy bien. . . Sólo que te quiero tanto que se me saltan las lágrimas. Te necesito Tom, te quiero y quiero que estés conmigo todo el tiempo, incluso si no quieres que hagamos el amor. . . Sólo quiero que no me abandones como me abandonó tu padre, porque a ti te quiero de verdad, y no podría soportar una pérdida así. . . Quiero que me ames como yo te amo y que me dejes acariciarte y besarte, quiero que me dejes amarte y demostrarte lo mucho que te quiero. . . -dijo Laura todavía con los ojos húmedos.

Tom se acercó a su madre y la besó suavemente en los labios. Laura suspiró y puso sus brazos alrededor suya acercándolo de nuevo a su boca. Los dos se sumieron en un profundo, lento y húmedo beso incestuoso con el que procuraron sellar su amor, su fidelidad eterna, algo que los mantendría unidos para siempre. Luego, los dos se quedaron quietos uno junto al otro, aún acariciándose dulcemente, jugueteando con sus manos, entrelazando sus piernas y pies bajo las sábanas y edredones, hasta que cayeron profundamente dormidos aún entrelazados.

De pronto, la mente dormida de los dos amantes se llenó de paisajes idílicos, de ríos de agua clara que surcaban valles verdes flanqueados por altas montañas nevadas bajo un cielo azul, de una brisa suave que acariciaba sus cuerpos, del tacto suave de la piel de la persona a quien más amaban, del aroma de sensuales jardines exóticos, de auroras boreales, del sol de medianoche, de bosques nevados, de nubes blancas como el algodón, de árboles verdes con sus hojas agitándose con el viento, del dulce sabor de sus labios unidos. . . Era el sueño de Venus.