El sueño de Irene

—¡Manolo, despierta! Manolo soñoliento se restriega los ojos con ambas manos. —¿Qué pasa? —¡He tenido un sueño!

El sueño de Irene

—¡Manolo, despierta!

Manolo soñoliento se restriega los ojos con ambas manos.

—¿Qué pasa?

—¡He tenido un sueño!

—Muy bien… ¿Y qué coño quieres que haga?

—Ha sido muy extraño…. ¡Mira como estoy!

Guiado por mí pasa su mano por mi sexo que está empapado.

—¡Joder, Irene!... A esto no se le puede llamar sueño húmedo, es más bien un sueño encharcado… ¿Qué es lo que te ha puesto así?

—Eso es lo extraño, ha sido con mujeres.

—¿Con mujeres? ¿Has follado con mujeres en sueños y te has puesto así?... ¿No te estarás volviendo tortillera?

—Que no, Manolo, que a mí no me gustan las mujeres, pero lo de este sueño…Voy a escribir lo que recuerdo, antes que se me olvide.

—Sí, eso…Y déjame dormir. Para un día que puedo quedarme un rato más en la cama…

Cierto desasosiego me empuja a escribir lo que he memorizado del sueño.

Recuerdo…

Voy andando por una calle céntrica. Al pasar por lo que parece una tienda de antigüedades, me siento atraída por un busto colocado sobre un mueble tras el cristal del escaparate. Al abrir la puerta del establecimiento suena una campanilla. Me acerco, atada con un cordel cuelga una etiqueta que reza así…

— ¡Buenos días! ¿Qué desea?

Una mujer de unos cincuenta años, al parecer la dependienta, se acerca, coge mi mano y con una sonrisa angelical me mira fijamente a los ojos.

— ¡Bienvenida, Atthis! ¡Te esperábamos!

—¿Atthis? ¿Quién es Atthis?

—¡Tú!... Querida, tú eres Atthis…. La amada, la que se fue y por fin ha vuelto.

—Oiga, yo… No entiendo nada. Yo no me llamo así… Usted me confunde con otra persona.

—¡Noo! No estoy confundida, eres tú quien lo estás, porque no recuerdas. Me has olvidado. Mira el busto que tienes en delante. ¿Quién es?

—Aquí dice Safo, de Lesbos.

—Ahora mírame…

—¡Dios mío! ¡Es su cara!

—Sí, mi amor, soy Safo y tú mi amada Atthis. La que inspiró versos bañados en lágrimas. Puedo recitártelos, los escribí para ti cuando me abandonaste. Escucha, éste fue mi adiós…

Y me recitó una serie de versos que yo no había escuchado ni leido, pero que de alguna forma me eran familiares.

—¿No lo recuerdas? ¿Has olvidado las horas que pasamos amándonos?

—No, no recuerdo… Déjame… como te llames… Tengo que marcharme

—Safo, amada mía. Me llamo Safo de Mitilene y pronto me recordaras. Ahora te sientes confundida, lo entiendo. Ven, vamos a tomar un té que he preparado para esta ocasión.

Y asida a su mano, me dejo llevar al interior del local. En una salita, con una decoración decimonónica hay una mesita con un juego de té y dos tazas... Parece de porcelana muy antigua. Señala una silla y me siento. Sirve el té en las tacitas. De su bolsillo saca un teléfono celular y marca un número. Me parece anacrónico, en este ambiente.

—¿Hola?….. Sí, ha llegado…os esperamos.

La dulzura de su mirada me aturde, mi cabeza es un caos, no puedo pensar… Sin azúcar, doy un sorbo al brebaje. El aroma es extraño, pero sabe bien… Estoy como drogada, flotando en una nube… Los párpados pesan, mis ojos se cierran, a lo lejos oigo la campanilla de la puerta; alguien se acerca, unas manos que me sujetan, me levantan y me llevan, no sé donde…

Abro los ojos y veo el techo de una habitación. Dejo de verlo cuando unas caras desconocidas se acercan, se inclinan sobre mí y lo cubren. Sigo flotando, oigo hablar, pero no entiendo lo que dicen, me suena a un idioma extraño. ¿Griego?... Tal vez... Intento incorporarme pero unas manos, suavemente, me lo impiden. Safo se acerca.

—Ya ha despertado. ¿Cómo te sientes?

—Yo... No sé, estoy rara. ¿Me habéis drogado?

—¡No, querida mía! ¡Nunca te haríamos una cosa así! Es solo que la emoción ha sido tan fuerte que te has desvanecido. Pero ya estás bien… ¿No?

—Sí, creo que me encuentro mejor. Pero… ¿Qué queréis de mí?

—Nada, amor mío. Solo intentamos hacerte recordar… Llevamos mucho tiempo esperando este momento. No te vamos a hacer ningún daño… Tú solo mira y siente.

Me ayudan a incorporarme, me siento. Estoy en una especie de cheslóng en el centro de una amplia estancia.

Pero esta no es mi ropa. Llevo un vestido de gasa blanco, muy vaporoso y sin ropa interior. Aunque la temperatura es agradable siento un escalofrío.

Junto a Safo hay tres mujeres más. Llevan vestidos parecidos al mío, pero de colores, que dejan entrever sus siluetas, las manchas oscuras del vello púbico… El tono más oscuro de las areolas de los pechos. Algo se mueve dentro de mi cuerpo... Una contracción en el bajo vientre y mi entrepierna se moja... ¡Estoy excitada!

No sé de donde procede una música suave, parecen flautas y tambores que marcan el ritmo. Las cuatro mujeres bailan a mí alrededor. La cadencia de los tambores aumenta. La danza se hace trepidante. Dos manos me levantan invitando a sumarme al baile, me muevo por inercia, mis piernas se mueven sin control, giramos, las cinco en un frenético torbellino de cuerpos. Roces, caricias vertiginosas al cruzarse los cuerpos, abrazos furtivos, besos furtivos…

Caemos extenuadas en el suelo cubierto por una gruesa y suave alfombra… La melodía se vuelve suave, dulce. Los besos se repiten, las manos inquietas y atrevidas, palpan los cuerpos… Las miradas cargadas de pasión, los besos inflamados, labios sobre labios, lenguas lujuriosas mancillando la piel.

Desaparecen los vestidos. Cinco cuerpos desnudos cubiertos de sudor, ardiendo de deseo con piernas entrelazadas… Me dejaba hacer de todo. Sus labios en los pezones, erguidos, duros, lenguas en mi clítoris... Se excitan frotando mis pies las rodillas, los muslos, en sus sexos. Las lenguas asaetean mi clítoris, lamen la parte interior de mis muslos…

Safo me besa apasionadamente. Un calor invade mi cuerpo. Desde lo más profundo de mi vientre, surge una oleada de placer arrollador, imparable, sube por mi cuerpo, lo invade desde los cabellos de la nuca hasta los dedos de los pies. Y se repite, una y otra vez, hasta volverse insoportable por su duración e intensidad. Pierdo la noción del tiempo, del espacio. Mi sexo es un rio…

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Manolo, mi marido, se ha levantado. Se prepara para ir a jugar al futbol… Lo odio… Al futbol, no a mi marido… Bueno, quizás a él también, un poco. Por dejarme sola hoy con lo sensible que estoy… Y mojada. Sigo caliente… Hay que ver cómo me ha puesto el dichoso sueño.

Pues yo no me quedo aquí como una Mari esperando que llegue el guerrero de ganar sus batallas. Harto de cerveza, por la alegría de haber ganado el partido, o ahogando las penas por haber perdido. Todas las semanas igual.

Me aseo, me visto coqueta. La faldita no me tapa mucho y el top deja que se me vea el ombliguito. Me veo guapa. Hoy quiero que me miren los tíos, bueno y después de lo de esta noche, también las tías… Jejeje…. La puerta del piso se cierra.

¡Ya se ha ido el muy…. Sin darme ni un beso! ¡Se va a enterar!

Termino de acicalarme y salgo. Cojo un bus hasta el centro, hoy sábado las tiendas están abiertas. Sentada en la mesita de un bar, observo cómo me mira un hombre desde la barra.

El muy guarro me está mirando descaradamente los muslos. ¿Guarro? ¿Para qué me he puesto esta minifalda? ¡Pues para que me vean!

Ya no mira mis piernas. Ahora a mis ojos. Sonríe, me cae bien, parece simpático. Sonrío. Ensayo un cruce de piernas a lo Sharon Stone. No puedo evitar reírme al ver su cara de sorpresa.

¡Atención! Entra una chica, se acerca al hombre y le da un beso…

Me levanto pago y me voy. Ha subido mi libido. Hoy estoy a tope. Paseo…

¡Coño! ¡Este es el comercio de antigüedades de mi sueño! He pasado muchas veces por aquí y hasta hoy no me había dado cuenta.

Pero ¿Qué es esto?... Ese busto, el rostro. ¿Safo?...

La curiosidad me empuja a entrar. Suena la campanilla….

Me acerco, atada con un cordel, cuelga una etiqueta, que reza así…

—¡Buenos días! ¿Qué desea?

Una mujer, de unos cincuenta años, al parecer la dependienta, se acerca, coge mi mano y con una sonrisa angelical me mira fijamente a los ojos.

—¡Bienvenida, Atthis! ¡Te esperábamos!

—¿Atthis? ¿Quién es Atthis?

—¡Tú! Querida, tú eres Atthis. La amada, la que se fue y por fin ha vuelto.

<>

—Oiga, yo…No entiendo nada. Yo no me llamo así. Usted me confunde con otra persona.

—¡Noo! No estoy confundida, eres tú quien lo está, porque no recuerdas. Me has olvidado. Mira el busto que tienes en delante. ¿Quién es?

—Aquí dice Safo, de Lesbos.

—Ahora mírame…

—¡Dios mío! ¡Es su cara!

—Sí, mi amor, soy Safo, y tú mi amada Atthis. La que inspiró versos bañados en lágrimas. Puedo recitártelos, los escribí, para ti, cuando me abandonaste… Escucha, éste fue mi adiós…

—Vete tranquila.

—No te olvides de mí porque sabes, debes saber, que yo estaré siempre a tu lado.

—Y si no quieres saberlo, te recordaré lo que tú olvidas:

—Muchas horas felices pasamos juntas;

—Han sido muchas las coronas de violetas, de rosas, de flor de azafrán

—y ramos de eneldo que junto a mí te ceñiste.

—Han sido muchas las veces que bálsamo de mirra y regio ungüento,

—derramaste sobre mi cabeza. Yo no podré olvidarlo y tú, tampoco.

—Igual a los dioses me parece el hombre dichoso que te abraza

—y te oye en silencio con tu voz de plata y tu sonrisa risueña…

—Cuán cara y hermosa era la vida que vivimos juntas.

—Pues entonces, con guirnaldas de violetas y dulces rosas cubrías junto a mí tus rizos, ondeantes.

—Y con abundantes aromas preciosos y exquisitos ungías tu piel fresca y joven en mi regazo y no había colina ni arroyo ni lugar sagrado que no visitáramos danzando…

—De ti ver quisiera tu andar amable

—y la clara luz de tu rostro antes

—que a los carros lidios o a mil guerreros

—llenos de armas…

—La luna luminosa huyó con las Pléyades.

—La noche silenciosa ya llega a la mitad

—La hora ya pasó y en vela, sola, en mi lecho,

—suelto la rienda al llanto sin esperar piedad.

—El amor, ese ser invencible, dulce y amargo que desata los miembros, de nuevo acude a mí.

—Él ha agitado mis entrañas, como el huracán sacude monte abajo las encinas.

—Luchar contra el amor es vano, pues como un niño hacia su madre, vuelo a él.

—Mi alma está dividida: algo la retiene aquí, pero algo la empuja, para en amor vivir…

—¿No lo recuerdas? ¿Has olvidado las horas que pasamos amándonos?

—No, no recuerdo… Déjame… como te llames… Tengo que marcharme

— Atthis, amada mía. Pronto me recordaras. Ahora te sientes confundida, lo entiendo. Ven, vamos a tomar un té que he preparado para esta ocasión.

Y asida a su mano me dejo llevar al interior del local.

—¿Seguro que no recuerdas nada?

—Bueno… Anoche soñé algo que…

—Que te ha conducido hasta aquí… Te esperábamos…

En una salita, con una decoración decimonónica, hay una mesita con un juego de té con dos tazas. Parece de porcelana muy antigua. Señala una silla y me siento. Sirve el té en las dos tacitas. De su bolsillo saca un teléfono y marca un número.

—¿Hola?…..Sí, ha llegado…… os esperamos.

La dulzura de su mirada me aturde, mi cabeza es un caos, no puedo pensar. Sin azúcar doy un sorbo al brebaje. El aroma es extraño, pero sabe bien. Estoy como drogada flotando en una nube… Los párpados pesan, mis ojos se cierran, oigo la campanilla de la puerta y alguien que se acerca, unas manos me sujetan, me levantan y me llevan, no sé donde….

Abro los ojos y veo el techo de la habitación, dejo de verlo cuando unas caras desconocidas que se acercan, se inclinan sobre mí y lo cubren. Sigo flotando, oigo hablar, pero no entiendo lo que dicen, me suena a un idioma extraño. ¿Griego? Tal vez. Intento incorporarme pero unas manos, suavemente, me lo impiden. Safo se acerca.

—Ya ha despertado. ¿Cómo te sientes?

—Se repite todo lo que he soñado… Yo… No sé, estoy rara. ¿Me habéis drogado?

—¡No, querida mía! ¡Nunca te haríamos una cosa así!... Es solo que la emoción ha sido tan fuerte que te has desvanecido. Pero ya estás bien… ¿No?

—Sí, creo que me encuentro mejor. Pero ¿Qué queréis de mí?

—Nada, amor mío. Solo intentamos hacerte recordar… Llevamos mucho tiempo esperando este momento. No te vamos a hacer ningún daño. Tú solo mira.

Me ayudan a incorporarme, me siento. Estoy en una especie de cheslóng, en el centro de una amplia estancia.

Pero esta no es mi ropa. Llevo un vestido de gasa, blanco, muy vaporoso y sin ropa interior. Aunque la temperatura es agradable, siento un escalofrío. Siento mi cuquita mojada.

Junto a Safo hay tres mujeres más. Llevan vestidos parecidos al mío, pero de colores y dejan entrever sus siluetas, las manchas oscuras del vello púbico y sus pezones… Algo se mueve dentro de mi cuerpo. Una contracción en el bajo vientre, mi entrepierna se moja más. ¡Estoy muy excitada!

No sé de donde surge una música suave, parecen flautas y tambores que marcan el ritmo. Las cuatro mujeres bailan a mi alrededor. La cadencia de los tambores aumenta. La danza se hace trepidante. Dos manos me levantan, invitando a sumarme al baile, me muevo por inercia, mis piernas se mueven sin control, giramos las cinco en un frenético torbellino de cuerpos. Roces, caricias vertiginosas al cruzarse los cuerpos, abrazos furtivos, besos dulces, rápidos…. Una de las bailarinas se abre de piernas sobre mi cara y contemplo su sexo rosado, brillante por la humedad. Me atrae poderosamente y acerco mis labios a la fruta que se me ofrece y saboreo su néctar, me sorprende la dureza de su clítoris. Se aleja y veo que era Safo quien me entregaba su manjar… Vuelve y lo tomo de nuevo lamiendo y acariciándolo, algo me lame y se introduce en mi sexo provocándome un poderoso orgasmo que parece se transmite a Safo que convulsa me abraza y besa lúbricamente.

Caemos extenuadas en el suelo cubierto por una gruesa y suave alfombra… La melodía se vuelve suave, dulce. Los besos se repiten, las manos inquietas y atrevidas, palpan los cuerpos…Las miradas cargadas de pasión, los besos inflamados, labios sobre labios, lenguas lujuriosas mancillando la piel.

Desaparecen los vestidos. Cinco cuerpos desnudos cubiertos de sudor y ardiendo de deseo con piernas entrelazadas.

Me dejaba hacer de todo. Besos en los pezones, erguidos, duros, lenguas en mi clítoris. Se excitan rozando mis pies, las rodillas, los muslos, en sus sexos. Safo me besa apasionadamente.

Un calor invade mi cuerpo y llega… Imparable… Desde lo más profundo de mi vientre, surge una oleada de placer arrollador, sube por mi cuerpo, lo invade, desde los cabellos de la cabeza hasta los dedos de los pies… Y se repite, una y otra vez, hasta volverse insoportable por su duración e intensidad… Pierdo la noción del tiempo, del espacio… Mi sexo es un rio…

¿Esto también ha sido un sueño?... Safo besa mis labios, coge mi cara con las dos manos.

—Atthis. El sueño es quién te ha traído hasta mí… En el universo donde se mueven los sueños, el espacio, el tiempo y la materia se confunden. Tú eres el sueño de Afrodita que, a petición mía, te ha llevado a retozar en mis brazos como antaño… No intentes buscar una explicación racional a lo que ha ocurrido… Acéptalo como un regalo de la diosa. Yo ya puedo ir en paz. Pero eso sí, recuerda, te amaré por siempre. Por toda la eternidad, más allá de la vida, de la muerte… de la realidad… En el mundo de los sueños.

Estaba desbordada. No comprendía nada. ¿Lo que había ocurrido era real o un sueño? Safo y las mujeres, me ayudaron a levantarme. Me sentía agotada, pero feliz, muy, muy feliz.

Juntas bajamos a un sótano, al encender la luz apareció ante nosotras un gran salón de baño. Las paredes de piedra, parecían muy antiguas. En el centro de la estancia, una pequeña piscina con agua caliente. Seguimos con los juegos en el agua.

Mi vulva inflamada, era acariciada por los labios de las ninfas que se sumergían, besaban y salían para seguir besando mis labios. La delicadeza, el roce de piel con piel con la suavidad del agua, el calor, de nuevo el calor que surge de mis entrañas, de nuevo la explosión, más orgasmos encadenados, uno tras otro.

Tendida sobre un banco de mármol soy presa de las manos que me masajean, bocas, cuerpos que se aferran a mí, proporcionándome placeres infinitos. Inimaginables. Safo, arrodillada a mi lado me besa, con lágrimas en los ojos.

—Vida mía, mi amor eterno… Debo dejarte… Mi tiempo, el tiempo que me otorgó mi querida Afrodita, ha llegado a su fin….

Un último beso sella nuestro amor.

Se levanta, con un gesto invita a las mujeres a acompañarla y desaparecen por una pequeña puerta lateral. Mi confusión aumenta. Veo toallas, mis zapatos, el tanga, la falda, el top…Toda mi ropa.

Sobre las prendas un anillo, parece de oro. Me visto, tengo el pelo húmedo, pero no importa. Me pongo el anillo en mi dedo anular de la mano izquierda en lugar del de casada, no sé por qué pero lo hago así. Miro por la puerta donde desaparecieron las mujeres, entro y solo hay una habitación sin salida, sin ventanas, sin más puertas que la de entrada… No hay nadie.

Subo la escalera y en el local veo a un hombre mayor, de pelo blanco y mirada afable y cariñosa.

—Hola, tú debes ser Atthis. Safo ha dejado esto para ti.

Me entrega una pesada caja. Sigo sin entender nada, mi desconcierto es total. Si no fuera por el dolorcillo que tengo en mi cuca pensaría que todo había sido un sueño.

¿O sigo soñando?

El vejete me indica que un taxi espera en la puerta para llevarme a casa. Nos despedimos. Mi mente sigue siendo un revoltijo de ideas. Mi marido está sentado en la cocina. Ha perdido el partido y su cabreo es evidente, me grita:

—¡¿De dónde coño vienes?!

Lo miro despectivamente y le respondo muy tranquila:

—De follar. O mejor dicho… de que me follen…

—¿Tú? ¿Con quién?.. ¿Estás tonta o loca?

Abro la caja sobre la mesa y le descubro el busto. Le muestro el anillo de Safo que ocupa el lugar del anillo de casada. Paso mis dedos sobre el rostro de piedra.

—He estado con ella y tres más. Y jamás, en toda mi vida me han dado tanto amor y tanto placer. Hasta casi hacerme morir de gozo. Algo que tú nunca has logrado y jamás conseguirás. FIN