El sueño de Inocencia

El sueño de Inocencia, de Sukubis. Adaptación erótica del sueño de Inocencia. La magia creativa de las palabras, en un historia medieval.

Al principio no existía nada, todo era un enorme bulto de palabras desordenadas e inconclusas. Entonces un poderoso creador, lanzó un grito sobre el saco, hasta agotar el aire de sus pulmones y lleno el vacío de palabras.

Algunas palabras eran ligeras y brillantes, unas muy pequeñas y otras muy grandes, algunas brillaban más que otras y se distribuyeron todas sobre el gran manto de la oscuridad, formando estrellas. Un suspiro formó la luna y un soplido creó el sol.

Entonces el verbo se hizo carne, transformando la nada en plantas, piedra, montañas valles, animales y hombres. El fuego tenía piel porque había sido nombrado, el agua fluía porque había sido pronunciada por el gran creador. Todo tenía vida y esencia porque había sido nombrado.

Las tierras más allá de mar, del otro lado del océano, no existían, porque nadie las había nombrado. Solo existía lo de este lado del mar, de este lado de la rivera, de este lado de la montaña, hasta que alguien fue al valle del otro lado de la montaña. Los hombres que recordaban que todo tenía vida porque había sido nombrado crecieron con miedo y en medio de muchas supersticiones. Habían heredado un gran pedazo de tierra y transmitían su herencia de generación en generación. Conscientes del peligro de las palabras temían crear palabras nuevas, incluso temían repetir las palabras malas. Nadie trataba de sustituir a Dios en la creación de palabras. Solo los hechiceros, lo hacían. Una vez uno nombro la palabra dragón y apareció una horrible criatura de su imaginación.

Por eso el tiempo, parecía detenerse para ellos, nadie quería repetir palabras como hambre o guerra o muerte. Pero todo el esfuerzo puesto en evitarlo, las palabras se debatían en la memoria y atraían pensamientos que a la postre generaban peores cosas al ser nombradas en medio de una pesadilla. Enfermedad, hambruna, miseria.

Por eso en casa de Pierre «el deforme» y Matilde, se ponía mucha atención a lo que uno decía y lo que uno debía callar. Uno no hablaba de bulto, aunque la palabra existía y Matilde estaba en cinta, porque Pierre había nacido con la espalda en forma de un gran punto de interrogación. Como si se preguntara que le había pasado, que le había producido esa deformidad y no querían atraer la misma suerte sobre su nuevo infante.

Aun así Matilde lo amaba desde que lo conoció y Pierre la amaba de vuelta y cuando Matilde supo que estaba embarazada la madre de Pierre le dijo, todos los bebes son iguales, golpean con la cabeza y con el culo para estirarse. Matilde respondió: es una niña, es Inocencia.

Y así fue.

Cuando Inocencia nació, era un ángel de perfección, lisa y clara y su espalda perfecta antes de la redondez de sus nalgas suavecitas. Matilde no paraba de acariciarla y de dar gracias a Dios por la perfección de su hija. El creador, ese que había lanzado todas las palabras, había lanzado, en su inmensa bondad, la belleza y la perfección de Inocencia, en el hogar de Pierre y Matilde.

Pero Pierre sufría enormemente. Mientras más perfecta parecía Inocencia, mayor era su sufrimiento. Matilde que lo conocía bien, sabía cuál era la causa de su dolor y su temor.

  • Pierre, ¿no eres feliz por nuestra hija? dijo Matilde

  • Nada me hace más feliz y más miserable, mientras más la admiro, más temo por los otros niños que tendremos.

Matilde consiguió una solución simple y honesta.

-Pierre, el buen Dios lee mi corazón y el sabe que no miento. Inocencia será perfecta y a la edad de dieciséis años, la llevaremos a un convento, absolutamente virgen y pura. Y como pago a nuestra ofrenda, Dios nos dará hijos sanos.

Comenzó así la educación de Inocencia. Se le enseñaron solo las palabras más bellas, los nombres de las flores, de los perfumes de la primavera. Se le alejo de espectáculos vulgares y feos. Ella sabía algunas canciones graciosas, algunas oraciones, podía nombrar los pájaros, pero ignoraba los nombres de las serpientes, arañas y demás animales rastreros. Lo que hacia el trabajo de su madre muy difícil. Las palabras y labores impuras le estaban prohibidas, ella no alimentaba ni a los cochinos ni a los animales de corral.

Se le evitaba todo contacto que pudiera ensuciar el ambiente de poesía en el cual debía ser criada.

Cuando nacieron sus hermanos se le separo de ellos dejándola confinada en un cuarto, para que la naturalidad y trivialidad no se le contagiara. El carácter escandaloso de sus hermanos y hermanas no era jamás visto o escuchado por Inocencia, quien creció en santidad. A la edad de quince años, Inocencia era bella y perfecta.

Ella no tenía permitido ver su cuerpo y era incapaz de nombrar ciertas partes de su anatomía que ella debía todo el tiempo tener en secreto. La pequeña reclusa frecuentemente se cuestionaba.

  • Mama por que me mantienes así, apartada, es que yo soy diferente a los otros niños.

-Si, -respondía Matilde, tú eres diferente. Pero pronto tu no estarás ya sola, honraremos la promesa y tú estarás con otras bellas jóvenes de tu edad y no te sentirás ya nunca más diferente.

Llego el día que Inocencia tuvo dieciséis años, la hora de la separación había sonado. Matilde tenía pensado hacer el viaje con ella, pero en el último minuto, la suerte había decidido otra cosa.

Pierre «el deforme» se había caído de una escalera, queriendo construir un altar, no pudiendo dejarlo solo con los niños y al cuidado de la casa y el corral. Matilde decide confiar al buen Dios la suerte de su hija, antes que faltar a su promesa. El viaje era corto, cinco horas de marcha a pie hasta el convento de Nuestra señora de las virtudes.

  • Tu iras sola, decretó Matilde. La ruta es larga pero directa. No mires ni a la derecha, ni a la izquierda. No pares sino por las necesidades naturales, no bebas nada sino de tu botella no hables con extraños. Que dios te cuide mi niña.

Inocencia se marcha, sin ver a nadie, sin despedirse de nadie a parte de su madre, no conoce nada a parte de lo que su mama le ha ensenado a nombrar. Reconoció los cerezos, las flores, los pinos, las aves. No tenía tristeza porque su madre no le había enseñado esa palabra, así que no sintió pena por dejar a su familia.

En un claro, el sol se colaba por entre las ramas de los árboles. Su mama no le había dado ni  la palabra placer, por considerarla muy frívola, ni la palabra miedo, porque ella la quería confiada y dulce.

Fue en ese momento que en frente de Inocencia apareció un bello joven. Era un joven guapísimo, con cabello rizado y ojos claros, cuerpo musculoso y delgado, caminaba con el torso desnudo en medio del bosque.

-No voltees ni a derecha ni a izquierda, dijo su madre. Pero el joven estaba justo en frente de ella.

-¿Cómo te llamas, bella niña? Le dijo el joven

  • No hables con extraños. Le dijo su madre.

Y por primera vez en su vida Inocencia sentía que se desgarraba por dentro. No sabía bien qué hacer, le había dicho de no hablar con extraños, pero también que debía ser cortés y ante una pregunta planteada con amabilidad debía responder.

-Inocencia, hija de Pierre «el deforme» y de Matilde. Me dirijo al convento de Nuestra señora virgen de las virtudes, donde viviré a partir de ahora, cómo lo ha prometido mi madre.

-Yo no recuerdo quien soy, dijo el apuesto joven, ni a donde voy, se que busco algo, pero no recuerdo qué. No recuerdo nada de mí.

-Sin destino, sin nombre, sin saber que buscas, -dijo Inocencia-, sólo puedes ser un Sueño, un hermoso sueño.

-Si, eso soy, -respondió el muchacho. Soy un sueño. Y tomándola de la mano la condujo a lo profundo del bosque. La acostó en un lecho suave de hierbas y flores y presionó sus labios con los suyos. Enredó sus dedos en sus cabellos dorados, mientras Inocencia, embelesada y dejándose hacer, sólo le devolvía una sonrisa. No tembló, ni se ruborizó, ya que no eran emociones que existieran para ella, sentía algo que no sabía describir y que la llevaba a sumirse en una densa calma.

No hizo nada tampoco cuando el bello Sueño le subió la falda y acaricio su secreto, esa parte de su cuerpo que ella tenía prohibido ver y cuyo nombre desconocía, pero que se sentía cálida y húmeda, como si un líquido fluyera de ella. Se sintió ligera y pesada al mismo tiempo y comenzó a estremecerse, cerró los ojos entonces, dejando que el Sueño la manipulara. Y no los volvió a abrir hasta que el joven de rodillas y desnudo se colocó entre sus piernas.

La bella Inocencia, vio una vara de carne erguirse a la luz en medio de las piernas del joven Sueño y entendió que él se la ofrecía en dádiva, la cual aceptó. El Sueño se posó sobre ella y hundió la vara de carne atravesando el secreto de Inocencia y dejando un rastro de sangre.

Inocencia soltó un grito, tan extraño y lejano como si lo hubiera lanzado otra persona, el Sueño estaba aun dentro de ella, atravesándola. Retrocedía y se acercaba. Iba y venía, como si quisiera irse, para volver luego y ella temiendo despertarlo o asustarlo lo cerró entre sus brazos, entrelazando sus dedos detrás de la nuca del Sueño y cruzando sus piernas detrás de su espalda. El joven siguió entonces su vaivén hasta explotar dentro de la intimidad de Inocencia, que lo apretó temblando, extrañamente alegre y satisfecha.

El joven rodó a su lado, con la respiración agitada y el corazón en batalla y la mirada perdida, ausente. La bella Inocencia se inclinó sobre él, lo besó y le dijo:

-Yo ya te había conocido en un sueño, amado Percival. Pero nunca había visto con claridad tu rostro, hasta ahora. Por las noches, en mi habitación, te vi junto a mí, reconocí tu cuerpo y tu torso, pero nunca tu rostro, que se desvanecía al despertarme. Pero ahora que te he visto, vendrás todas las noches, como en un sueño. Te llamaré: Percival, amado mío y acudirás a mí.

-El joven, parpadeó, como si un rayo lo hubiese tocado al escuchar su nombre pronunciado por primera vez, tal cual como lo habían nombrado en la pila de bautismo. Y entonces todos sus recuerdos volvieron.

Los caballeros con sus armaduras brillando al sol, en medio de los campos de batalla, las justas y sus armaduras doradas. El galope de los caballos, los gritos del gentío.

–Quiero ser caballero,-le dijo a su madre-. Unirme a Arturo, partir en cruzadas.

Pero ella acongojada le suplicó: - no lo hagas, ya he perdido a tu padre y tu hermano. No quiero perderte también en medio de torneos interminables y cruzadas absurdas.

Sin embargo, el joven se hizo caballero, juró lealtad a un Rey pecador y traicionero, con trampas participó en una justa, logró vencer, pero resultó herido, un fuerte golpe en su cabeza, la dejó sangrando y con la sangre se escurrieron los recuerdos. De pronto no supo nada de sí y huyó de todos poniéndose a salvo en la profundidad del bosque, como el más pobre de los mendigos. Era el castigo, por abandonar a su madre y romper el juramento de los caballeros de honor.

-Si, mi nombre es Percival, soy un caballero. Y entonces vio la sangre en sus ropas y sintió que había cometido una aberración contra la bella Inocencia, que se había aprovechado de ella y que la había profanado como una bestia. Corrió por las veredas conocidas del bosque, tan rápido como pudo hasta llegar al convento de Nuestra Señora Virgen de las Virtudes y tras sonar fuertemente la campana la Abadesa, que no tenía costumbre de recibir hombres allí, si acaso al Obispo, lo recibió.

-He cometido un pecado terrible, -dijo. Me he aprovechado de su ingenuidad y he abusado de su pureza, ella se me entregó, porque creyó que yo era un sueño, pero soy el más vil de los hombres. Mire la sangre en mi ropa.

La madre Abadesa le dijo, -Hijo mío deliras, tienes fiebre, no hay sangre en tu ropa, a nadie has deshonrado. Al llegar Inocencia, fue exhaustivamente revisada, sin encontrar signos de impureza en ella.

Percival, nacido dos veces, devuelto a la vida en aquel acto de entrega plena y desinteresada. Volvió a convertirse en caballero y dedicó su vida a la búsqueda del Grial ya que al igual que Jesús, nació de una mujer que se conservó virgen luego de haberlo tenido en su vientre.

Adaptación del cuento : « Le rêve d’Innocence de Françoise Rey ».