El Sueño Almibarado Parte I

Cuatro historias diferentes que irán tejiendo una sola Trama. Si solo quieres leer de tu sexualidad: Gay episodio I, lésbico episodio II, hetero episodio III y bisexual episodio IV. Agradezco sugerencias para como debe continuar.

El Sueño

Almibarado

Capítulo I

Odiados Amantes

Kurimu Kappukeki nunca fue lo que se esperaba de un orco. Hijo de Kurimu Shibokabu, el Señor de la Guerra de su aldea, y Kurimu Furawa, hija del Señor de la Guerra de una aldea vecina, todos esperaban saliera un feroz combatiente sediento de sangre dispuesto a aplastar todas las rosas y blandas cabezas de sucios alianzas se le cruzaran por delante.

Ya con diez años, una tarde de verano particularmente calurosa, Kappukeki huyó de la aldea dispuesto a combatir el calor con un refrescante baño en unas lagunas cercanas. Allí entabló una singular amistad con Mann Forforerisk. Un joven humano de melena cobriza, rostro pecoso y varios hueco en su dentadura, pues aún le estaban terminando de salir los dientes definitivos.

A cada ocasión que tenía Kappukeki huía de la aldea para poder jugar con su amigo. La guerra entre sus gentes debería haber sido suficiente razón para ambos para tenerse miedo y no querer saber nada el uno del otro, pero no eran más que niños descubriendo el mundo el uno de la mano del otro.

Kurimu Furawa se sentía muy decepcionado con su hijo, el cual se le escapaba constantemente de la aldea sin saberse a dónde iba, no le obedecía en los entrenamientos y se negaba a aprender a defenderse contra las tropas de la Alianza. En una ocasión, con motivo del decimosexto cumpleaños de Kappukeki, su padre le regaló una hermosa maza a dos manos. Era básicamente una maza de batalla de Orgrimmar, pero le habían añadido una serie de runas y filigranas doradas de estilo élfico, pues Furawa estaba convencido que su hijo en sus escapadas se marchaba a explorar unas antiguas ruinas de los elfos de sangre que no quedaban muy lejos de la aldea. No entraba en su cabeza que pudiera haber más sitio de interés, pues, ¿qué clase de ciudadano de la Horda sería su hijo si mostrara un interés en los terrenos de la Alianza que no fuera la masacre, el asalto y la conquista?

Ese día tuvieron la mayor discusión que un padre y un hijo nunca querrían tener. Furawa se llevó a Kappukeki consigo a los campos de batalla, para hacer de él un adulto. Debía lograr enfrentarse a al menos dos soldados humanos y matarlos en combate.

Kappukeki los derrotó sin demasiadas dificultades, pero los dejó marchar, no sin antes advertirles que respetaran los límites o se atendrían a las consecuencia.

-¡¡Hijo!! ¡¡No dejes que huyan!!

Kappukeki bajó su maza. Furawa miró a su hijo con una mezcla de consternación y rabia en sus ojos.

-¡¿Pero qué te crees que haces?! ¡¡No les dejes huir!!

-¡¡No voy a asesinar a los débiles!!

-¡¡Son el enemigo!! ¡¡El puto enemigo!!

-No, padre, el enemigo es la gente como tú.

El último comentario le sintió a Furawa como la mayor de las traiciones. Su propio hijo, sin razón aparente, se negaba a defender lo que se suponía era el orgullo de su gente. Y encima le despreciaba de forma abierta delante de sus hombre. No podría dejar que quedara sin castigo. Se le acercó y le dió un fuerte puñetazo en el estómago, haciendo que se quedara sin aire y perdiera el conocimiento.

-Lleváoslo, queda arrestado a la espera de juicio por posible traición a los pueblos de la Horda.

Encerraron a Kappukeki tal como su padre había dispuesto, atado solo con una cuerda y con las puertas abiertas. Iba a averiguar de una vez a donde se fugaba cada vez que se iba de la aldea. Quería saber si estas fugas tenían que ver con su rebeldía y su negativa a ser el guerrero que debía ser.

Tal como estaba previsto según recobró el sentido, y tras superar el shock de verse atrapado, se desató las manos, salió de la cabaña y marchó fuera de la aldea. Dos vigías lo seguían sin que el joven lo supiera.

Llegó al estanque y silbó una melodía. Era un código secreto de dos amigos de infancia. No hubo movimiento alguno. Volvió a silbar, asustado por la calma silenciosa que lo precedió. Al tercer silbido hubo uno de respuesta. Kappukeki sonrió con gran regocijo. Se desnudó, dejando la ropa a un lado, entre los juncos.

Mann salió, en la otra orilla. Seguía tan pecoso como cuando era un crío, pero ya tenía los dieciséis. Su melena cobriza ahora era anaranjada, como el vello que comenzaba a crecer por sus firmes pectorales y a bajar por su pubis. Su sonrisa era una preciosa colección de blancura radiante y sus ojos tenían una mirada pícara. Kappukeki se abalanzó sobre su acompañante humano, pero no para agredirlo, salvo que el cálido beso en que ambos jóvenes pudiera considerarse un acto de agresión.

Luego, abrazados, el joven orco no pudo aguantar más la tensión acumulada y rompió a llorar. Era un llanto descontrolado. Mann le pasó la mano por la nuca y le acarició con delicadeza.

-Kaki, dime, ¿que pasa?

-Mi… mi padre… me considera… me considera un traidor.

-¿Cómo es posible eso? ¡¡Cuéntamelo todo!!

Así fue, que Kappukeki habló y Mann lo escuchó todo. Cuando el joven orco se sentía ya mejor y su acompañante le dijo debía regresar a la aldea, pues su padre empezaba a sospechar, ambos se despidieron con un beso en los labios y la promesa de volver a verse.

Varios meses después. Kappukeki, al cual su padre nunca había acusado de nada y no se le recriminó el haber escapado de su cautiverio, llevaba todo este tiempo sin saber nada de su amado amigo. En una ocasión escuchó a su padre hablando con varios de sus hombres más leales de lo puta que era el nuevo prisionero, el hijo del alcaide de la principal villa Alianza de Folkihanner, sus principales enemigos. Cuando Furawa notó la presencia de su hijo ordenó a sus hombres dejar de hablar.

Llevaba todos estos meses sin hablarle. Pero ese silencio terminó al día siguiente, con una revelación.

-Kappukeki, acompáñame.

Lo despertó la voz de su padre a primera hora de la mañana. El joven fue a vestirse, pero su padre dijo, con voz autoritaria.

-¡No! Donde vamos no vas a necesitar ropa.

-Pero…

Trató de replicar. La única respuesta fue un guantazo en la cara, que hizo le sangrara un poco la nariz. De camino por las calles, ocultos por las sombras del alba, caminaron los dos. El padre le tendió una tela al hijo, quien se limpió la sangre.

-El otro día, cuando dejé te fugaras, me dijeron mis espías que te has buscado una puta.

-¡¿Como?!

A Kappukeki se le heló la sangre. El padre se giró y lo miró con un brillo feroz en sus ojos. Se notaba un gran desprecio.

-No me interrumpas o te reviento la puta cabeza.

Dijo, escupiendo cada palabra. El hijo guardó silencio, temiendo un nuevo golpe, que nunca llegó.

-Sigamos, quiero veas algo.

Prosiguieron su camino. El padre retomó lo que estaba diciendo.

-Mis espías me alertaron que te buscaste una puta. O que deseas ser la puta de alguien, lo mismo me da. Bien, hemos llegado.

Estaban a las afueras, frente a un barracón donde se suponía ten al prisionero. Todos los soldados de la aldea estaban presentes allí. Todos desnudos y luciendo espectaculares erecciones. Incluso se hallaba el emisario de los Tauren, Aygir Oxtail, cuya altura ya asustaba, pero más lo hacía su espectacular erección de medio metro de longitud. Desde el barracón llegaban gemidos de placer y sofocados gritos de agonía.

El lugarteniente de Furawa, el teniente Yane Donatsu, salió del barracón, sudoroso, con la polla flácida y goteando semen, heces y sangre. Estaba sonriente, como si se creyera responsable de alguna gran hazaña.

-El puto muchacho lleva ya un mes y se niega a doblegarse. Dice no saber nada, que me lo creo, pero nos está divirtiendo mucho más de lo que me esperaba, Señor.

-Bien, lleva a este traidor a que vea a su puta. Y después hazle elegir.

-¿Y si elige mal, Señor?

-Seré el primero en castigar a esta escoria, a fin de cuentas sigue siendo de mi sangre.

Furawa empujó a su propio hijo, quien se chocó contra el desnudo cuerpo de Donatsu. Este, tras darle un sonoro cachete en el culo, le hizo seguirle al interior del barracón.

-No imaginas las ganas que tengo de ser el segundo en “castigarte”.

Dijo mientras se relamía los labios y se acariciaba la entrepierna de forma obscena.

FIN capítulo 1

¿Kapukkeki se encontrará a su querido amado amigo violado por los hombres de su padre? ¿Qué decisión deberá tomar? ¿Como quiere el padre castigar al hijo?

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Capítulo II

Destino Incierto

Claros de Tirisfal, cinco años más tarde.

Bittere Essig, una elfa de sangre de cerca del siglo y medio de edad, caminaba por entre las brumosas colinas, contemplando sin ápice alguno de emoción los nichos. Algunos nuevos renegados volvían de los brazos de la muerte, todos cuerpos humanos. A Bittere siempre le resultó perturbador que Lady Sylvanas, siendo de naturaleza élfica, se siguiera negando a dar un segundo aliento de vida a los suyos.

El Rey Exánime lo había hecho en numerosas ocasiones, todas ellas con éxito. No debería suponer gran diferencia para los boticarios de Entrañas poder hacer tal cosa.

El resto de la Horda siempre había estado suspicaz con tener a estos aliados, pero para Bittere eran un soplo de aire fresco. Significaban la promesa de no dejar que un lapso de vida fuera una barrera definitiva, pues siempre se podría volver. Por eso al cumplir los veinte se fugó de su hogar, Lunargenta, sin decirle nada a sus padres. Dejó atrás la cómoda vida de una familia de comerciantes para emprender el viaje del conocimiento. Y se enamoró de la no muerte.

Había aprendido tanto que sabía cómo ayudar a los recién alzados a dar sus primeros pasos. El boticario Aima Fonce se le acercó, con paso lento. Su pierna derecha estaba con los huesos a plena vista, así como su brazo izquierdo, y su cara lucía una tonalidad gris verdosa. Aún lucía una melena rubia, pero no era del dorado vibrante que debió ser en vida, sino de un amarillo pajizo. Sus ojos eran dos abismos negros.

-¿Habéis completado ya vuestro aprendizaje?

-No, Señor. Sigo sin comprender cómo otorgar una vida renovada a los caídos y que vuelvan con su yo original.

Le apoyó su huesuda mano izquierda en el hombro.

-Hermosa niña, esas respuestas que buscas te traerán problemas.

-¡¡Ni Garros ni Sylvanas me impedirán descubrir los secretos tras la muerte!!

-No, preciosa criatura, las leyes de la Horda y sus costumbres nunca han sido una barrera para tu tenacidad. La respuesta a tus preguntas serán tus mayores problemas, como lo han sido para muchos antes.

Bittere se apartó en un movimiento brusco, haciendo que la mano del boticario cayera con laxitud a un lado. Lo miró, sus ojos mostraban una rabio difícil de contener. Pese a todas las cosas que hubiera deseado decirle era su Maestro, la persona de la que aprendió todo lo que sabía. Solo sentía rabia de no poder hacerle recordar las lecciones que le impartió, mucho antes de la Plaga, cuando él aún era un humano que practicaba rituales arcanos en los bosques y ella una joven perdida.

Por respeto se mordió la lengua y apretó el puño.

-Sigues buscando en mí a ese hombre que se fue.

Su voz era gélida. Cargada de sabiduría pero distante. Como un susurro al viento.

-Nunca podrás recuperar al viejo morador de este cuerpo, aunque yo conservo fragmentos de sus recuerdos, dulce niña.

-Lo sé, yo solo…

-Deseas dominar la vida y la muerte. Me lo llevas diciendo los últimos cincuenta años. Te llevo respondiendo lo mismo esos cincuenta años.

-Sigo sin comprender… ¿como pudo nadie interesarse en la no muerte tanto tiempo antes de la Plaga?

-El yo que había antes en este envoltorio era una persona vanidosa e irresponsable. El resto está olvidado. Por favor, esta vez haz caso al consejo que siempre te doy, cesa tu búsqueda, solo te va a traer dolor.

Bittere giró la cabeza y una lágrima surcó su mejilla. Un recuerdo amargo se cruzó en sus pensamientos, la verdadera razón de su búsqueda y todos estos años recorriendo el mundo.

Fue cuando ella tenía veinte años. Era una joven despreocupada de clase alta que vivía en Lunargenta. Mucho antes de la Plaga. Mucho antes de las guerras contra los orcos y del nacimiento de la Horda.

Ella era una joven cuyos mayores problemas eran el poderse divertir, llenar de placer su vida y conquistar a su amada Goldene Herz. Fue con motivo de la celebración del quinto centenario de su padre, en una gran fiesta en las fuentes cantarinas. La melena plateada de Goldene resplandecía bajo los farolillos y sus ojos azules centelleaban en la noche.

Ambas llevaban túnicas rosadas, de aspecto vaporoso. La conversación comenzó con un comentario casual.

-Perdona, ¿has visto una tiara que se me cayó? Es una valiosa reliquia de mi familia y si la pierdo mi padre me castigará severamente.

Nunca hubo tiara alguna, al menos ninguna que se perdiera. Ambas muchachas caminaron, lejos de la fiesta, buscando la joya y parloteando animadamente. Cuando Bittere pensó estaban lo suficientemente a solas, la dejó caer a los pies de un árbol.

-¡¡Mira, aquí está!!

Dijo Goldene, con esa preciosa sonrisa suya en los labios. Bittere sonrió, gesto que con los siglos no volvería a hacer.

-Gracias por ayudarme a encontrar esta…

Goldene se abalanzó sobre ella y ambas se besaron, con besos cortos seguidos de otros más largos y apasionados. Cayeron al mullido suelo de musgo y hierba, rodando ladera abajo. Pararon, bajo un enorme árbol de largas ramas colgantes y hojas violetas. Bittere quedó boca arriba, mirando a las estrellas, Goldene encima. Solo tenían ojos la una para la otra.

-No tenía claro si te ibas a decidir, no me has quitado la vista de encima en toda la noche.

-¿Tanto se me notó?

-¡¡Ni te imaginas!! ¡¡Mi hermano, Mannlich, hasta estaba comentandolo!!

Bittere se incorporó, algo nerviosa.

-¡¿En serio?!

-Si, dijo que siempre logro atraer a las flores más hermosas, y tu eres la más hermosa de todas.

Hubo un beso, seguido de un abrazo. Manos recorriendo el cuerpo ajeno. Gemidos, suspiros y algún jadeo. Una hermosa noche en que las dos disfrutaron de las mieles del placer. Y un amanecer en el que repitieron, para celebrar el nacimiento de un mutuo amor.

Goldene murió meses más tarde, atacada por unos bandidos cuando acompañaba a su hermano en un viaje comercial a Lordaeron. Bittere buscó todas las fuentes de conocimiento conocido para, con la poderosa magia de sus gentes, traer de vuelta a su amada. Eso no fue suficiente, así que recurrió a medidas desesperadas.

Eso le llevó hasta su Maestro, tanto en su forma humana como en su forma no muerta. No fue suficiente y llevaba ya demasiado tiempo perdido.

-Maestro, debo dejaros.

-Hace mucho tiempo esperaba escuchar esas palabra.

-Tengo una deuda de gratitud con…

Aima le puso su huesudo índice en los labios, para que cayara.

-No, mi joven niña, yo tendré siempre una deuda, te he fallado al no lograr hacerte olvidar. Te he fallado pues no has podido seguir adelante. Y te he fallado al no poderte disuadir de seguir el peligroso sendero que te llevara a tu condena. Yo siempre tendré una deuda contigo por haberte fallado.

Bittere y Aima se despidieron, esperando ambos que el otro estuviera equivocado. La elfa de sangre partió, rumbo a las cavernas del tiempo, esperanzada en poder hallar algo de valor de la sabiduría ancestral de los dragones. El boticario se escondió tras las ruinas de la vieja iglesia, extrajo una pequeña esfera dorada de su raída túnica y pasó su huesuda mano izquierda sobre esta.

-La joven se dirige a vuestro encuentro, quiere que le enseñemos a derrotar a la muerte.

-¿Le habéis dicho algo de su destino, Lord Vechnny?

-No, no tenemos permitido desvelar eso a los mortales, pero estoy muy preocupado. Está condenada a sufrir mucho más de lo que nadie se merecería.

-Está condenada a ser una amenaza a erradicar, ya os dije cuando solo era una huérfana que debió haber muerto, no ser entregada en adopción a la Casa de Essig.

-Y ya os dije yo entonces que tal como yo no podría alterar su futuro vos tampoco, Lord Neboluksy.

FIN capítulo 2

¿Logrará Bittere la sabiduría de los Dragones? ¿Quien es Lord Vechnny? ¿Se enfrentará la elfa a un destino aciago? ¿Cual es su terrible destino?

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Capítulo III

Romance sin Escalas

Sutu Deposu era todo lo que cabría esperarse de un tauren. Noble, sincero, amante de la naturaleza, enemigo de los demonios y gentil con los necesitados. Eso sin contar sus tres metros y medio de estatura, sus largas melenas, su lustrosa cornamenta y los portentosos cincuenta centímetros de su entrepierna. Estaba tumbado sobre

Oegyo Yeoja, una draenei que viajaba en misión diplomática por los baldíos a la que rescató de ser devorada por una manada de raptores. Su carromato había tenido una avería cuando se dirigía a Orgrimmar y perdió una de las ruedas.

Debió haber habido un desprendimiento de rocas en una ladera cercana y, si bien el kodo logró superar con éxito el obstáculo, las ruedas del carromato se engancharon y una se partió. Cuando Oegyo trató de salir en busca de ayuda se vió rodeada por los raptores, y sin arma alguna con la que poderse defender.

Sutu y su fiel amigo, un león gris de las estepas de nombre Killi, estaban en la zona cazando zancudos, pues una mujer de un puesto avanzado le había prometido algo de dinero al tauren a cambio de la carne de estos. La draeney tuvo mucha suerte. No solo de ser escuchada cuando gritaba aterrada sino de ser escuchada por alguien que no tenía reparos en ayudar a quien fuera. Incluso a aquellos que debían ser considerados del bando contrario.

Tras una breve conversación, pues ella dominaba la lengua orca, decidieron ir a El Cruce. La embajadora se cubrió con una capa con túnica, y se puso una máscara sobre la cara. Sutu no le preguntó nada al respecto de dicha indumentario, pues lo raro habría sido que hubiera entrado en una aldea orca con una draenei sin que esta fuera su prisionero. Y no quería acabar teniendo que enfrentarse a los guardias, si es que eso era posible.

Durante el camino no cesaron de hablar de plantas curativas, animales exóticos de todas partes del mundo y algunas ideas que habían ido teniendo las gentes del Círculo Cenarion para recuperar las formas de vida nativas de los Baldíos y eliminar las que llegaron tras el Cataclismo.

Sutu se sintió profundamente atraído por esa increíble mujer que lo acompañaba, y no solo lo sentía como una fuerte palpitación en su pecho, sino como un endurecimiento notable de su verga. Pero entonces no sabía si podría ser mutuo.

Al llegar a la posada, para evitarle posibles contratiempos a su acompañante, el tauren solicitó una habitación para dos, con dos camas separadas.

-Señor, ¿le pasa algo a su acompañante?

Dijo una goblin desde el otro lado del mostrador, con su voz aguda que penetraba de forma desagradable en los oídos.

-Mi hermana se cayó de niña en unas brasas y las quemaduras le han dejado terribles quemaduras que no quiere nadie las vea.

Le susurró, tratando de zanjar porque la necesidad de dos camas y que ella fuera tan cubierta, pese a estar ya en el interior de un edificio.

-No se preocupe, aquí nadie les molestará.

Les dieron una habitación bastante grande. No sabía cuanto tiempo estarían, pero pagó una moneda de oro. Según cerró la puerta, como si ella le hubiera leído sus más profundos deseos, se vió frente al hermoso cuerpo desnudo de Oegyo. Unas curvas voluptuosas, grandes pechos y una sonrisa pícara. No se había fijada hasta este momento pero era una mujer de mediana edad, y era hermosa. Sus cuernos eran pequeños, comparados con los de las tauren a las que había conocido, pero su forma los hacía seductores. Y sus pezuñas eran más estilizadas que las de las hembras de su propia especie.

-¿Por qué haces esto?

Ella se le acercó, sin responder. Estiró los brazos y le bajó el pantalón. Él, antes que se viera su desnudez, logró agarrar la prenda.

-No hace falta esto, yo…

-No, no lo hago por tí.

Le quitó las manos de la prenda, y logró al fin ver las patas peludas de su acompañante. El pene erecto de este saltó, como la trompa de un olifante, libre al fin de la tela. Lo abrazó y le quitó el chaleco, que apenas cubría su torso.

-Tuve miedo al verte llegar, pero ahora…

-¿Tienes miedo a verme marchar?

Ella sonrió, apoyando su rostro contra el pecho peludo y musculoso del tauren.

-¿Como lo has sabido?

-Siento algo parecido. Siento que eres mi alma gemela.

Se tumbaron en la cama y él comenzó a lamer el cuerpo de ella. La draenei se separó los labios de la vagina y dejó al tauren lamer tan dulce flor. Pero ella quería más, y entre gemidos se lo hizo saber.

-¡¡Quiero que me entres hasta el fondo!!

Se se incorporó, se agarró la polla, completamente tiesa, y la apoyó contra el chocho húmedo y caliente de ella. Fue empujando y sacando. Empujaba cada vez más dentro, y cada vez sacaba un poco meno. Llegaron a estar él clavado dentro de ella, la cual resoplaba con fuerza.

-¿Estás bien?

Le dijo, acariciándole el rostro con sus bastas manazas. Ella tenía las mejillas coloradas y sus ojos brillaban con gran intensidad.

-Si, mi semental, solo necesito me des con fuerza.

Sutu se puso las patas de ella sobre los hombros y comenzó una furiosa galopada, disfrutando del sonido de sus cojones contra el pubis de ella. Metía y sacaba la mitad de su enorme miembro a gran velocidad, sacando gemidos de placer que debían escucharse en toda la aldea. Si no fuera por lo bien pagada que estuvo la goblin de la recepción seguramente subiría a preguntarle por cómo llevaban sus relaciones de parentesco.

Por un segundo se le pasó por la cabeza al tauren la idea de lo agradable que tendría que ser follarse a uno de esos pequeños bichos gritones y ver su propio cipote entrarle por el culo y salirle por la boca. Pero cuando notó algo en su propio culo se arrepintió de haber pensado en dicha parte de la anatomía de nadie.

Si las draenei tienen algo mayor a las tauren son sus colas, las cuales se asemejan a las de los lagartos de Azeroth. O a penes en la espalda, que dirían los muy fetichistas. Pues la embajadora debía ser de estos últimos, pues sin más aviso que un masaje previo se puso a penetrar el hasta entonces virgen ano de Sutu. Para su sorpresa no fue más que un dolor inicial seguido de un gran placer. Ambos coordinaron sus movimientos y aceleraron el ritmo hasta que el sexo se volvió un endiablado ritmo de pasión, sudor y gemidos.

Como buenamente sus anatomías diferentes lo permitieron fundieron sus bocas en un baboso beso. Sutu, en una última embestida, se corrió copiosamente dentro de ella, haciendo se le inflara levemente el vientre. Pese a estar perdiendo algo de dureza ni se la sacó ni dejó de moverse hasta que notó que ella se corría de gusto, momento en que hizo un movimiento que no se esperaba. La cola de ella se infló perceptible y dolorosamente dentro del ano de él. No expulsó nada, solo aumentó su volumen.

Se puso a reírse, como divertida por algo. A él le resultaba confuso, y un tanto molesto. Al verle la cara de desconcierto le dijo, sin dejar de reir.

-Perdona, cariño, olvidé decirte que nosotras tenemos un sistema para que nuestros machos no se vayan tras el sexo. Es una forma con la que nuestro cuerpo garantiza el embarazo.

-¿Tendremos que casarnos?

Dijo, molesto con verse atrapado con algo que no podía sacar de su esfinter. Ella volvió a soltar una risotada.

  • No, semental, tendremos que follar de nuevo.

Supu se puso cachondo de nuevo y, sin haber tenido pausa de descanso, se le volvió a poner muy dura. Estaban por comenzar una segunda galopada cuando la puerta se abrió y la goblin de la recepción entró, con un bote un unguento en la manos.

-Señor, los clientes de la habitación adyacente escucharon los gritos de agonía y me han pedido les traiga un poco de loción lubri…

Killi, que había estado aburrido en un rincón aburrido hasta ese momento, reaccionó y se lanzó sobre la goblin, que contemplaba la escena totalmente boquiabierta. Le golpeó en la cabeza, dejándola inconsciente, cerró la puerta con sus patas y se llevó a su desvalida presa ante su amo y la embajadora.

-Vaya, vaya… una cotilla en la posada. Creo deberías dejar el gato juegue con ella.

-Yo creo debemos irnos.

FIN capítulo 3

¿Se comerá Killi a la recepcionista goblin? ¿O bien el autor de los relatos meterá otra filia con la que perturbar a los lectores? ¿Huirán el tauren y la draenei a tiempo?

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Capítulo IV

Un Vulgar Ladrón

Krem Skifurit había hecho eso muchas veces. Se infiltraba en donde quería, con su agilidad felina, llegaba hasta el tesoro y se hacía con este mucho antes que nadie notara nada. Darnassus era una ciudad muy golosa para los ladrones, pues los ricos tenían toda clase de reliquias mágicas en sus casas y un exceso de confianza en su “posición estratégica privilegiada”.

Para Krem llegar a la capital de su propia gente, los elfos de la noche, resultaba sencillo. Un viaje en barco. Por lo general ni pagaba el pasaje, le bastaba con seducir a alguno de los ocasionales turistas. La última travesía se la pasó con un grupo de descocadas mujeres humanas que al principio pa cesaban de parlotear sobre una serie de aventuras y una hermandad feminista. Todo historias aburridas para Krem, hasta que llegó el momento en que se quitaron las armaduras, se abrieron de piernas y dejaron que les metiera el pene por todas las cavidades tantas veces como le apeteció.

Quedaron tan cansadas que no despertaron a tiempo de desembarcar. Bueno, eso y que el pícaro elfo se ocupó de dejar a las mozas bien atadas y amordazadas en su camastro, no fuera a ser dieran la voz de alarma y avisaran que alguien les había robado sus cerca de cinco mil piezas de oro.

Además del dinero había estado siendo juguetón durante la travesía, con lo que se había conseguido toda una nueva indumentaria. Al subir en el puerto de Ventormenta todo lo que llevaba era un vestuario de tela de algodón, cómodo pero algo basto. Ahora iba con botines de cuero verdes, un pantalón de cuero negro obscenamente apretado y muy corto, dos faldones de seda de colores azules con bordados plateados colgando a cada lado, sujetos por un cinturón rojo carmesí, una chaqueta torera de cuero verde tan corta y ajustada que apenas ocultaba nada, dos inmensas hombreras de escama de dragón y unas gafas de ingeniero goblin.

Su seductor aspecto, y la promesa de verle cargado de riquezas, hacia que muchos y muchas jóvenes de la zona se le acercaran. El flirteo siempre empezaba con descaro, en público y sin medir las consecuencias. Era la única forma realmente efectiva.

Dos jóvenes se le acercaron, hombre y mujer. Se pusieron a ambos lados de Krem, sonriendo de manera enigmática. Comenzaron a dar vueltas en torno a él.

-El destino me sonríe con dos bellezas.

Les dijo, guiñando un ojo.

-¿Cómo os llamáis?

-Somos Reyna y Veioar.

-Los mellizos Umbum.

Dijeron ambos, completando las frases el uno al otro. Krem se sonrió, ignorando que en esta ocasión él no era el cazador. Amos mellizos se le acercaron y lo tomaron entre sus brazos. Le dieron cada uno un beso en la mejilla seguido de un apasionado morreo.

-¿Nos vamos a un lugar más íntimo?

Dijo el pícaro al sentir las manos de los jóvenes recorrerle todo el cuerpo como si fueran pulpos ansiosos. Ya estaban dentro del pantalón, ella masturbándole el pene, él metiéndole los dedos por el ano. Algunos viandantes se habían percatado de la escena, pero era una zona lo bastante liberal como para que aún quedara un rato para que nadie llamara a la guardia. Lo que probablemente duraría menos eran sus pantalones, demasiado ceñidos para que no se le fueran a romper con tanta mano dentro, y no le apetecía tener que afanar otros.

Las manos salieron. Veioar se posicionó tras Krem y lo abrazó por la cintura. El pícaro notó un gran bulto contra su culo, separado por las capas de ropa de ambos. Reyna lo abrazó por delante, pasándole las manos por los hombros. Ella tomó la iniciativa en la palabra, pero su hermano lo hizo en mover la cadera, haciendo que Krem se sintiera muy excitado por esa promesa de sexo.

-¿Quieres conocer nuestra casa?

-No, quiero conocer vuestros cuerpos. Y a más desnudos mejor. Pero en vuestra casa estaremos más cómodos.

-¿No te gusta esto?

Veioar le había bajado los pantalones y se había sacado el falo, que estaba erecto contra el indefenso ano de Krem. Al principio fue doloroso, pero no se quejó. Quería toda esa carne palpitante dentro de sí. Un guardia pasó cerca, los miró por encima del hombro, guiño un ojo a Reyna y continuó su camino.

-¿Que cojones ha sido…?

-Relájate, mi precioso ladronzuelo.

Dijo ella, y antes de dejarle hablar lo besó metiéndole la lengua bien dentro de la boca. En lo que le pareció un parpadeo ya no estaban en la calle a la vista de todos, sino en el interior de un gran dormitorio, sobre una cama con cojines enormes de terciopelo rojo y plantas de brillantes colores. Estaba sentado sobre el duro falo de Veioar, que por algún motivo le parecía ligeramente más grueso, mientras Reyna se arrodillaba frente a él y le daba tímidas chupadas a su glande.

-¡¡Oh!! ¡¡Si que eres hermoso!! ¡¡Ojalá pudiera hacer de tí la madre de mis hijos!!

Exclamó, gimiendo, Veioar, mientras Krem sintió varios chorros de espeso semen, inundándole el culo. Reyna le ofreció su cálido coño y se abalanzó sobre ella, invadido por alguna clase de celo animal. Se sentía en una nube mientras penetraba el hermoso cuerpo de la joven y se fundían en un torbellino de besos apasionados.

El mellizo se puso a lamerle el ano. Krem hizo un poco de esfuerzo, haciendo que le saltara a este su propio semen a la boca, pues se lo había dejado dentro de ese orificio. Veioar se levantó, le dio un fuerte azote en las nalgas.

-Si que es travieso nuestro amigo.

Las puertas de la habitación se abrieron, entrando el guardia al que habían visto antes, solo que ahora estaba totalmente desnudo. Tenía un pene descomunal, totalmente erecto. No hubo palabras, solo el dolor de una violenta penetración.

Reyna gemía. Krem gritaba. Y el guardia de la ciudad apenas si lanzaba bufidos ocasionales. El tiempo y el espacio parecieron perder cualquier sentido. Todo era sexo. Solo las oleadas del placer carnal y las risas de fondo de los gemelos. Apenas reconocía palabras inconexas, que su cerebro se negaban a procesar con corrección. Sintió sus muñecas y sus tobillos agarrados por manos firmes y movimientos oscilantes. Nada le importaba, solo el placer de una serie interminable de orgasmos.

Nada le importaba más que aquello que estaba en su mente. En realidad Krem hacía bastante había abandonado Darnassus.

Reyna y Veioar, dos cazarecompensas, habían sido contratados para, palabras textuales de su cliente, “descubrir donde cojones puso el cetro de mi familia y convertir a ese hijo de puta en un saco de semen de cualquier barco Horda”. Los mellizos iban a descubrir donde estaba el cetro, no sería demasiado difícil, pero primero quería poderse divertir, por lo que optaron por drogar a Krem, llevarlo a un puerto neutral y abordar un barco de la Horda, el Moningusuta fue el primero que encontraron, un mercante orco que decía llevar especias a Bahía Botín, pese al olor a pólvora de sus bodegas.

Los mellizos sobornaron al contramaestre y le dijeron que avisara a tantos hombres como él quisiera que habría una recompensa de cinco mil piezas de oro y durante la travesía el culo de ese ladrón bastardo permanecía constantemente con una polla dentro. Varios de los marineros protestaron, por no poderse follar a Reyna, pero esta, tras apuñalar despiadadamente al primero que trató de tocar su cuerpo,dejó claro quién sería la puta durante la travesía.

De cuando en cuando, por el mero hecho de divertirse, su hermano y ella se unían al sexo con el pobre e incauto Krem, a quien su exceso de confianza le salió muy caro.

-¡¡Dejadlo ya!! ¡¡Si digo que bajo a las bodegas a por un barril de ron para celebrarlo es que bajo!!

Dijo una voz sonora, pero alegre. Otra voz trató de disuadirle, era la del corrupto contramaestre.

-No, Capítan, no se moleste, si nos basta con la hidromiel para…

-¡¡Esa es bebida de elfos!! ¡¡Queremos algo de machos de verdad!!

Soltó una gran risotada y abrió la puerta de una patada. El capitán, un orco robusto de piel verde azulada, pelo negro en cresta y una densa barba, quedó profundamente conmocionado al ver a Krem, un elfo de la noche, bastante desmejorado por llevar días sin comer ni beber nada, atado contra unos bidones de ron siendo sodomizado de forma muy violenta por dos de sus hombres, al mismo tiempo, mientras un tercero se estaba corriendo sobre la cara de este.

Una serie de dolorosos recuerdos acudieron a su mente. Recuerdos de un amigo amado y un barracón. Y entonces el capitán, Kurimu Kappukeki, llevado por una ira ciega y descontrolada, sacó su espada y degolló a uno de los violaban a Krem, atravesó con la espada al otro y falló con el tercero.

-¡¡Quien ha permitido esto!!

Rugió, furioso. El contramaestre, con toda la calma que le fue posible, dijo.

-Si solo es un vulgar ladrón.

-¡¡No!! ¡¡En mi barco esto no!! ¡¡Nunca más!!

FIN capítulo 4

¿Qué pasará con el contramaestre? ¿Y con los mellizos? ¿Cómo llegó Kappukeki a capitán de un barco? ¿Qué pasó realmente en el barracón? ¿Quien quiere el cetro y qué clase de cetro es?