El Suegro 2

Karin deseosa por repetir las sensaciones que Adolfo provocó en su cuerpo se expone a una violenta situación con uno de sus vecinos.

Después de lo ocurrido en la casa de Adolfo terminé con Matias a las pocas semanas. Ya no era lo mismo, el sexo con Matias había perdido su magía y al verlo, solo podía pensar en lo maravilloso que Adolfo me hizo sentir y lo errada que estaba por sentirme así.

Fue una violación. No hay excusas ni argumentos que romanticen la situación. Adolfo se aprovechó de mí estado, las cervezas y el momento.

Cuando desperté al día siguiente, mi cuerpo estaba adolorido como nunca antes, tenía muchos moretones y me ardía la ingle. El olor a sexo había desaparecido porque Adolfo dejó la ventana abierta, pero aún quedaban restos de él chorreando desde mi interior.

Me sorprendió que Adolfo no hiciera ningún esfuerzo por ocultar lo que había sucedido. Si Matias me encontraba en esa situación no hubiese tenido una excusa convincente para explicarle mi estado. Era la viva imagen de una noche de sexo desenfrenado y no con mi novio.

Ese mismo día quise volver, le dije a Matias que me sentía muy mal y sin dar muchas explicaciones porque me costaba verlo a la cara agarré mi bolso y me fui. De Adolfo solo me despedí aunque aún no logro olvidar la sonrisa burlona que tenía al despedirse. Quería golpearlo.

Pasaron las semanas y no supe nada de ellos, seguí con mis clases y no le conté a nadie lo sucedido.

Dejé de salir a fiestas y quise concentrarme solo en los exámenes, pero no pude. Me masturbaba durante las noches esperando sentir la mitad de sensaciones que sentí esa noche y no lo logré. Cada vez más frustrada sexualmente hice algo muy estúpido.

Dos pisos más arriba vivía un hombre soltero de unos cuarenta y cinco años que se bañaba algunas veces en la piscina. Yo lo había visto una vez desde el balcón, sentado en una de las sillas playeras tocandose el miembro mientras unas chicas de la mitad de su edad tomaban el sol en topless. Las chicas en vez de alejarlo solo se rieron y lo grabaron con sus teléfonos, aunque a él no le importó. A mi distancia logré ver lo que tenía entre su mano y era un miembro de tamaño que sobresalía agradablemente del montón, más oscuro que su piel y que no dejaba de agitarse entre su mano.

En aquella oportunidad me forcé a dejar de mirar, si las chicas no lo detenían no era mi problema.

Ese recuerdo vino a mi una noche en que mis dedos ya adoloridos y arrugados por la humedad no daban más y mi frustración crecía hasta el nivel de que me veía tentada a caminar hacia la calle desnuda y dejar que el primero que pasara me follara.

Me levanté de mi cama con una idea que esperaba me quitara la calentura. Sobre el cuerpo desnudo me puse el vestido más corto y escotado que tenía.

Era un vestido verde de China que compré en línea por solo medio dólar, pero al llegar me di cuenta que el precio era ese porque casi no usaron tela. No tenía espalda, el escote llegaba al ombligo y con cualquier movimiento se me escapaban los pechos. Además me cubría por pocos centímetros el trasero.

Pinté mis labios de rojo y solté mi cabello. Al mirarme en el espejo no me reconocí. Tenía las mejillas ardiendo y me veía como una de las chicas que a esa hora trabajan en las calles. Mi única diferencia con ellas era que si alguien me quería poner en cuatro no le cobraría ni un peso.

Al salir del apartamento subí los dos pisos, si no me resultaba con el hombre lo intentaría en la calle, pero esa noche no me quedaba con las ganas nuevamente.

Eran las dos de la mañana, toqué la puerta fuerte sin pensar demasiado, odiando a Adolfo por convertirme en esta persona. Sabía que el vecino, del cual ni el nombre conocía, se levantaba temprano y que trabajaba en un banco. Podía cerrarme la puerta en la cara por despertarlo o peor, si tenía mal genio hasta podía golpearme. Me estremecí, no había pensado bien las cosas. Me di vuelta para irme pero él abrió, ahí estaba con una cara de enfado, era algo más panzón de lo que recordaba, tenía una camiseta blanca y solo calzoncillos.

Se me contrajo la pepita de solo pensar en lo que podía hacer con lo que había ahí, ajusté el escote para que se me viera un pezón y poniendo mi mejor cara de puta y tono coqueto le hablé. No tenía un plan pero pensé que aparentar que estaba borracha serviría.

  • Vecino - dije agarrándome de la barandilla de la escalera simulando que apenas me podía mantener en pie - perdón por la hora... - me acerqué tambaleante hacia él, sus ojos fijos en el pezón expuesto, el enojo despareció - necesito su ayuda - hice un puchero y haciendo como si me tropezaba me abracé a él.

  • Claro niña - dijo saboreandose, me apretó contra su cuerpo haciendo que el escote del vestido se abriera más y uno de mis pechos ya estaba afuera.

  • No quiero molestar - dije apretandome más, ya sentía la dureza de su miembro en mi estómago. Pensé en levantarme el vestido y ensartarme. Ya estaba mojada, sabía que hoy conseguiría lo que deseaba. - notará que estoy muuuuuuuuuy ebria - Asintió empezando a sobar su miembro contra mi

  • Vente y cuéntame adentro que estas helada - Sabía que era mentira, era una noche calurosa y frío era la último que sentía. Me tiró con fuerza hacia adentro, me dejé acorralar contra la pared mientras la puerta se cerraba rápidamente.

Tiró de mi escote dejando mis dos pechos al aire y los agarró con fuerza mientras me punteaba con el miembro duro.

Empecé a gemir. El acto había terminado.

  • ¿Esto querías putita? - dijo llevándose mis pechos a su boca mientras los tiraba violentamente. Lancé un quejido, pero sabía que esta vez me lo había buscado, quería sentirme así, abusada, deseada, usada.

Osadamente metí mi mano en su calzoncillo para tocarle el miembro. Lo tenía duro y era menos grueso que el de Adolfo, pero más largo y sentí una pelota dura en la parte que iba la cabeza. Cuando lo vi me di cuenta que algo estaba mal ahí, la cabeza era perfectamente redonda, del tamaño de una pelota de tenis.

Notó mi cara de sorpresa y dejó mis pechos. Se quitó la camiseta y los calzoncillos y me rasgó el vestido - Lo vas a ver más de cerca ahora.

Me jaló del cabello hasta que caí y me puso de rodillas. Grité y mientras tenía mi boca abierta me lo metió de golpe. Me rasgó la garganta, sentía mucho dolor, lo empujé, pero me agarró fuertemente y de otro empujón lo metió aún más. Yo no podía respirar, sentía que me quemaba la garganta, estaba desesperada, lo rasguñé y tiré de su piel, pero cuando más trataba de tomar aire él más lo metía. Me ahogaba y pensé que moriría ahí, con un miembro deforme tocándome la boca del estómago. Lo último que recuerdo es como él gemía "puta".

Cuando desperté con las muñecas atadas sobre mi cabeza, desnuda sobre una cama y mi vecino sentado junto a mi acariciándome.

Sentía la garganta adolorida y la cara hinchada. Había ido para que me partieran la pepita y terminé con una operación de amígdalas. Por puta, pensé. Un consolador será una mejor opción para la próxima vez. Si lograba salir viva, mi vecino calenturiento ya me parecía más un psicópata.

Lo miré con odio.

  • Perdón niña - Dijo sin un ápice de arrepentimiento en su voz - no todos los días llaman a mi puerta jovencitas tan bonitas - Se recostó junto a mi en la cama y me abrazó dejando mis pechos a la altura de su rostro.

  • Me volví loco cuando te vi - empezó a besar mis pechos y mi clavícula. El dolor de mi garganta me impedía sentir algo de placer. Ni tragar saliva podía hacerlo sin dolor. - Te lo compensaré mi niña, yo sé que viniste por otra cosa y te lo voy a dar hasta que digas basta.

  • Quiero irme - dije roncamente. El plan había salido muy mal. Solo quería irme a mi casa, llorar y buscar por Internet lo que podía tomar para aliviar mi garganta.

-No mi amor, ya se va a pasar - el maldito me soltó y alargó la mano para tomar algo de su mesa de noche - fui a la farmacia mientras dormías y traje ésto - Vi unas pastillas amarillas que no reconocí - Te servirán para el dolor. De verdad que me siento muy mal pero debes perdonarme - me acarició el rostro - Esa carita, esa boca - pasó su mano por mi cuerpo desnudo y dejó su mano en mi trasero - este cuerpo de diosa - se estremeció - No cogía desde hace un mes, y ya no sé qué puta es mujer y cual no. Así no dan ganas.

  • Tomate la pastilla mi niña y podrás disfrutar de lo que viene ahora - estúpidamente obedecí. Me dió un trago de agua para bajar la pastilla y luego de un rato me desató las muñecas.

Él acariciaba lentamente mi cuerpo, besando y mordiendo. Poco a poco el dolor de mi garganta pasó a segundo plano y me concentré en las sensaciones. Cada lugar que él tocaba mandaba señales a mi vagina, tenía las piernas descaradamente abiertas esperando la atención que nunca llegaba, me quise tocar pero él me lo impidió y se levantó.

  • También compré ésto - me mostró un frasco azul "viagra", sacó tres pastillas del frasco y se las tomó sonriendo. Me estremecí, sabía que algunos jóvenes las tomaban para durar más y los mayores para una ereccion, pero tres...

-Antes podía coger por horas pero ahora - apuntó a su miembro semi erecto - con una descarga es suficiente.

Miró con lujuría la rajita rosada que se abría ante él y con un suspiro se lanzó a comérmela. Sentí su lengua queriendo explorar con brusquedad cada rincón, sus dientes apretando suavemente mi clitoris y cuando empecé a gemir metió tres de sus dedos en mi cavidad empapada.

El hombre era un bruto.

Cuando estaba a punto de tener mi primer orgasmo, sacó sus dedos y de un empujón me metió su extraño miembro. No sentí mucho dolor, creí que así se sentía un puño en esa zona porque sentía como me estiraba. Esa gran bola que tenía de cabeza llenaba cada rincón.

Se agitó sobre mí, primero con mucha rapidez, sentí como poco a poco mi vagina se ajustaba a la pelota y en un momento en que él empezó a moverse como si quisiera entrar en mi utero, me corrí tan fuerte que grité como poseída. Era la mejor sensación, sentí chorros de mis propios jugos salir en abundancia de mi. Pero ahí no terminó, luego de darme unos cuantos orgasmo más, él comenzó a jugar con mi ano. Le hacía cosquillas primero, luego con nuestros mismos jugos lo lubricó y empezó a meter un dedo, luego dos, hasta que tenía cuatro adentro. Yo lo dejé, sin pensar que esa sería mi primer anal, estaba tan extasiada con lo que mi cuerpo podía llegar a sentir en sus manos que lo dejé. Aunque su extraño miembro podría hacerme más daño del que debería.

En un momento él estaba empujando su pene contra mi esfinter y no entraba. No había forma. Maldecía y me daba empujones, pero la gran bola no tenía la forma clásica de punta que los penes normales.

Estaba a punto de ofrecerle mi boca nuevamente ya que se veía muy infeliz cuando me agarró de las caderas y con la punta de su miembro sobre mi ano empezó a empujar con todo el peso de su cuerpo. Ni la pastilla me sirvió para aplacar el dolor que comencé a sentir.

Algo se desgarró en mi y sentí mucho calor. Él lo había logrado, oí su risa de triunfo y casi en shock atiné a mirar el líquido tibio que empezaba a caer sobre la cama y a resbalar por mi piernas. Era sangre.

Lloré y grité, pero a él no le importó. Me golpeó la espalda, costillas y las nalgas, jaló mi cabello hasta sacarme algunos mechones, apretó mi piel hasta dejar marcas. Probablemente todos mis vecinos sabían que en ese momento, en ese apartamento, alguien estaba siendo destrozada y rogué por qué una persona llamara a la puerta o llamara a la policía. Me sentí una muñeca de trapo rota. El dolor era insoportable y todo había sido mi culpa. Cuando acabó me dejó tirada en su cama y él se fue a bañar. Lo oía silbar.

Me levanté como pude y agarrando mi vestido salí desnuda, no me importaba si alguien me veía, ensangrentada y con claras marcas de agresiones. Dos horas después estaba en una camilla de hospital, por mis lesiones se siguió el protocolo de violación, pero no lo denunciaría. Todo fue mi culpa.