El sorteo (II)

Julia había hecho el amor con su marido muchas veces, pero nunca había follado. Nunca había sabido lo que era una follada completa. No sabía lo que era follar sin amor. Tuve que someterla para que descubriese el volcán que llevaba en las entrañas.

No sé por qué me puse tan nervioso cuando introduje la mano en la bolsa. Era la segunda y última noche del juego.  Estaba a punto de extraer la bola que me llevaría a pasar la noche con otra mujer, la mujer de un amigo. Y lo más grave es que no me preocupaba por mi mujer y con quien habría estado la noche anterior ni con quien dormiría esta última noche del sorteo. Mi pensamiento se centraba únicamente en mi posible compañera de la noche.

Pasé todo el día observando disimuladamente a Julia y a Ana. Sería una de ellas. Deseaba a Julia, aunque sabía que con ella tendría serias dificultades para conseguir colocarme entre sus piernas. Probablemente, perdiese la noche. Añadiría una frustración más a mi vida. Pero era un reto.

Habitación 468. Llamé suavemente con los nudillos. Pasaron unos segundos interminables. La puerta se abrió y quedó entornada. Esperé el minuto que marcaban las normas. Sólo encontré la referencia de una rendija en las cortinas para orientarme en la oscuridad. Me coloqué desnudo entre las sábanas. Aspiré una fragancia a rosas que me animó.

-       No se te ocurra acercarte y muchos menos tocarme. – Oí que decía categóricamente una voz en voz baja.

Me quedé paralizado por un instante. La insolencia y las malas maneras me crisparon.

La cogí con fuerza del pelo y la atraje hacia mi enérgicamente, a sabiendas de que la hacía daño. Puse mi cara frente a la suya. Mis ojos atravesaban la oscuridad y se clavaban en sus pupilas. Sus manos me empujaban, pero no lograban apartarme de ella.

-       Ni tu ni yo vamos a perder esta oportunidad. Yo estoy aquí para darte lo que necesitas. Y lo que te conviene.

-       ¿Qué sabrás tú lo que necesito y lo que me conviene?

La besé en los labios sujetando sus muñecas con la otra mano. Apretaba los labios para impedir que mi lengua penetrase en su boca e intentaba girar la cara.

-       Tu necesitas lo que necesitan las zorras y las golfas. Necesitas que alguien te folle. Necesitas que una polla llene de leche tu coño, tu culo y tu boca. Porque tú no estás follada. Nunca te han follado. No sabes lo que es follar.

-       ¿Qué piensas, que mi marido no me sabe follar?

-       No. Tu marido no te folla. Tu marido te hace el amor. Ese es tu problema. No has follado en tu vida.

-       A mi no me gusta nada que tenga que ver con el sexo. Me da asco.

-       ¡Tú no sabes lo que es disfrutar del sexo! Ni sabes lo que es, ni te lo imaginas. Sólo fantaseas. Yo creo que te tocas y te metes pepinos y plátanos. O a saber que te metes en el coño. Eres un putón hipócrita.

Puse sus manos por encima de su cabeza y las sujeté con fuerza. Cogí una de sus tetas y la apretujé; La amasé y la espachurré hasta que emitió un quejido. Aprisioné el pezón con dos dedos y lo apreté; tiré de él hacia arriba como si quisiera arrancárselo. Intentó revolverse y deshacerse de mi, pero apreté aún más sus muñecas y aplasté su teta con fuerza. Luego atrapé la otra y la manoseé enérgicamente. Las tenía grandes; le habían crecido a medida que engordaba en los últimos meses. Tenía el pezón duro. Volvió a protestar.

-       Eres un cabrón. Más vale que te preocupases por quién se está follando ahora a tu mujer. ¿Sabes quién se la folló anoche?

-       Ni lo sé ni lo quiero saber. A Daniela no se la folla nadie.

-       - Ah ¿no?

-       No. En todo  caso, es Daniela la que se folla a quien quiere. Ella sabe disfrutar de una buena follada. No pierde el tiempo con tonterías ni es una hipócrita.

Intenté besarla de nuevo en la boca. Sabía que si conseguía besar a Julia, debilitaría su resistencia. Mis besos rendían a las mujeres con facilidad. No lo conseguí, aunque noté que su oposición era menos firme. La chupé los pezones y los mordisqueé. Pretendía provocarle un ligero dolor. Someterla. Soportó la presión de mis labios y de mis dientes. Las tetas se habían endurecido con mi maltrato. Las besé centímetro a centímetro durante un largo rato. Su respiración se hizo más profunda, lenta. Empezaba a disfrutar. Le gustaba ser sometida.

Alcancé con una mano su coño. Apretó los muslos para impedírmelo. Logré atrapar el vello con dos dedos y tiré con fuerza. No se quejó. Tiré varias veces. Ahora sí que emitió algunos quejidos casi inapreciables.

-       Si no abres las piernas, te arrancaré los pelos del coño.

-       Si el daño que me harás es como el que me has hecho en las tetas, puedes arrancarlos todos.

Golpeé sus dos tetas con las palma de la mano. Pellizqué sus pezones y tiré de ellos con más fuerza que antes.

-       ¿Por qué no admites que eres una zorra? Sólo cuando lo hagas podrás disfrutar de una buena follada.

-       Yo no soy ninguna zorra.

-       A mi no me engañas. Esa es la imagen que das cuando vas por la calle. Siempre llevas tangas y te cuidas bien de que se noten. Te gusta llevar el coño preparado. Sales cada día a la calle pensando que te vas a dejar follar. Te calientas tu sola marcando bien las nalgas en tus vestidos; enseñas los muslos. Luces escotes y enseñas el canalillo. Sabes muy bien que tus pezones van siempre empitonados. Te abres de piernas cuando te sientas, las cruzas cada dos por tres para enseñar el tanga. Y te pintas como un putón, un putón fino y elegante, pero un putón. Y miras como si quisieras comerte una y cien pollas. Pero nunca te decides. Te quedas en una vulgar calientapollas. Una estrecha.

-       Estás loco. ¡Muchas fantasías tienes tu!

-       Sí, e intento cumplirlas. No hago como tú, que vas diciendo que te da asco follar, y llevas el chocho chorreando. Con tantas tonterías te estás perdiendo muchos polvos. Vas de modosita y estrecha, pero te da rabia. Estás amargada porque no te atreves a probar todo eso que pasa por tu cabeza.

-       ¡Qué sabrás tu!

Aproveché sus últimas palabras para enganchar mi boca a la suya. Intentó deshacerse de mi apretando sus mandíbulas y atrapando mi lengua entre sus dientes. Le cogí un pezón y apreté. Sabía que si me mordía, apretaría más fuerte. Cedió su presión y mi lengua retozó dentro de su boca sin encontrar colaboración. Chupé sus labios sin soltar su pezón. Se dejó besar los labios y cuando la hacía daño en el pezón gemía levemente. Mi lengua jugaba con la suya. Se dejó hacer. Aflojé la presión sobre sus muñecas. No intentó liberarse.

La mordí en los labios. Suspiró profundamente. Repetí los mordiscos apreté una de sus tetas con fuerza. Los gemidos y los suspiros se alternaban.

-       Déjame ya. Ya podrás decir que has hecho algo conmigo.

Puse mis labios sobre los suyos y los chupé con ardor. Dejaba su boca abierta. Paseé mi lengua saboreando el carmín y la introduje en su boca. La enredé con la suya. La tenía flácida, inerme. No la movía, pero tampoco la escondía ni se resistía. El beso se prolongó y acaricié sus tetas antes de estrujarlas con fuerza. Me era imposible abarcarlas con mi mano.

Disimuladamente, una de mis piernas presionó hasta conseguir separar sus muslos. Tenía las piernas bastante gordas. Volvió a cerrarlas cuando mi mano cogió su coño por encima del tanga. Apreté intentando hacerle daño. Aún se resistía y continué apretando con fuerza. Conseguí forzar que abriese de nuevo las piernas presionando con mi rodilla. Le pellizqué el interior de los muslos. Le hacía daño, pero sólo suspiraba cada vez que mis dedos apretaban un trozo de su piel y tiraba de ella retorciéndola.

Hice a un lado el tanga y cogí los labios mayores. Los amasé. Los pellizqué y se los quise arrancar. El beso apagaba sus gemidos. Aflojé la rudeza de mi manoseo y acaricié el interior de sus muslos. Sus piernas permanecían abiertas y relajadas. Tuve que separarlas un poco más para que su coño quedase completamente abierto. Lo acaricié indirectamente pasando mis dedos por las ingles. La humedad que bajaba de sus entrañas mantenía lubricada toda la hendidura. La recorrí de abajo arriba con el dedo corazón hasta encontrar el clítoris, un granito pequeño y duro.

Solté sus muñecas. Y mis labios abandonaron los suyos. La besé en las mejillas; mordisqueé sus orejas; y besé sus mandíbulas. Recorrí su cuello con mis labios. Primero una y después la otra, ambas tetas recibieron mis besos. Mordisqueé sus pezones, los chupé con fuerza. Sus manos retuvieron mi cabeza en una de sus tetas. Repetí los chupetones y los mordiscos con más fuerza, haciéndole daño.

Bajé hasta su tripa y la besé alrededor del ombligo. Sus caderas se movieron imperceptiblemente. Busqué el coño y lo besé. Mis dientes se clavaron en los labios mayores, tras deshacerme el tanga. Los chupé y los lamí. Introduje mi lengua entre ellos y percibí el sabor de sus flujos. Eran salados y ácidos, con un olor penetrante, pero deliciosos. Busqué con mi lengua el punto inferior del coño, el que coincide con la entrada a la vagina. Desde allí inicié un recorrido con la punta para reconocer cada rugosidad, pliegue, vello y textura que flanqueaban esa hendidura caliente y hambrienta, inexperta e insatisfecha. Llegué hasta el pubis y mordisqueé los vellos ensortijados que formaban una barrera entre la provocación y la lujuria. La punta de mi lengua encontró el minúsculo granito de su clítoris. Creo que los primeros roces redujeron sus últimas resistencias.

-       Cabrón, eres un cabrón. Esta me la vas a pagar.

Levantó la pelvis para facilitarme lamer cómodamente el clítoris y llegar con mi lengua a todos los rincones de su raja. Los flujos manaban a raudales de sus entrañas. Cada vez estaba más empapada. Oía sus gemidos, más intensos, al morder sus labios menores con rabia. Estiré los brazos hasta aprisionar sus pezones con mis dedos y tirar de ellos. Empezó a jadear. Balbuceaba algo que no lograba entender. Tenía mi cabeza hundida entre dos muslos gruesos y potentes. Había encogido las piernas, levantado las rodillas y apoyaba sus pies en mi espalda.

Mordí el clítoris cuando se aceleró el ritmo de sus caderas. Un grito apagado precedió a un jadeo que se alternaba con gimoteos y silencios. Solté uno de los pezones y puse el dedo corazón a la entrada de su culo. Los flujos empapaban las ingles y bajaban hasta el interior de las nalgas. Apreté con fuerza y mi dedo entró con dificultad. Se quejó, pero no protestó. Lo saqué y lo empapé de los jugos de su coño. Se lo introduje de nuevo sin piedad. Una y otra vez. Profería un quejido y protestaba sin convencimiento a cada penetración. Con el dedo dentro, mi lengua dibujaba círculos alrededor del clítoris. Lamía el pequeño granito en sentido vertical, recorriendo aleatoriamente toda la hendidura, hasta la entrada de la vagina. Aparecieron pequeñas convulsiones en sus caderas. Golpeaba con fuerza las nalgas contra la cama, unas nalgas gorda y duras. Los jadeos se oían cada vez con más claridad. Se acercaba al orgasmo. Una de sus manos sujetaba mi cabeza.

-       No se te ocurra parar ahora, cabronazo cornudo.

Levanté mi cabeza sin hacer caso a sus protestas. Me incorporé hasta colocar mi polla a la altura de su boca, pero manteniendo un dedo frotando el clítoris. Se resistió inicialmente. La cogí de nuevo por el cabello y apreté mi polla contra su cara.

-       ¡Vamos golfa! Chupa. Cómete la polla. Toda. Chúpala por todas partes, desde los huevos. Esto es lo que más te gusta. Luego probarás el sabor de la lechaza.

-       Me da asco – Protestó.

Apreté con más fuerza. Al fin abrió la boca y se introdujo el capullo, pero sólo lo deslizaba a su interior, sin rozarlo con los labios. La cogí del cabello y la forcé a meterse casi toda la polla dentro. Tuvo una arcada.

-       Chúpala. Saboréala. Sabes muy bien lo que tienes que hacer. Cómetela, golfa.

Apretó los labios sobre mi capullo y lo metía y sacaba lentamente de su boca. Ahora sí que se deleitaba ella misma mamando. Se la metía hasta la garganta y la sacaba lentamente apretando sus labios presionando sobre el tronco de la polla. Tomó mis huevos con la otra mano y los acarició delicadamente. Lamió desde el capullo hasta la base de la polla. Chupó cada uno de mis huevos y volvió a meterse la polla en la boca. Se relamía en cada mamada. De su garganta salían sonidos ininteligibles manifestando el gusto que le daba. Sabía que tenía mi polla completamente lubricada con su saliva y que ella disfrutaba con la mamada. Me giré y puse mi cara entre sus muslos. Era un sesenta y nueve, tumbados de costado. Le chupé el coño con ansiedad. Reaccionó de inmediato.

Supuse que disfrutaba por primera vez de chupar una polla con lujuria Nada tenía aquello que ver con lo que hubiese hecho con su marido. Entre nosotros no había amor, solo unas ganas locas de follar. Las que yo tenía acumuladas y las que había conseguido despertar en Julia.

Mi lengua jugó con su clítoris y con sus labios menores sin dejar una sola célula sin lamer. Tuvo alguna convulsión aislada. Fue un aviso. Mordisqueé la pepita mágica y se desató un terremoto en sus entrañas. Empezó a mover las caderas de atrás adelante aprisionando mi cabeza entre sus muslos. Me costaba respirar, pero no me detuve. Había soltado mi polla y se concentraba en gemir y balbucear. Oí gritos apagados y las sacudidas de sus caderas me asustaron. Tuve miedo de que me rompiese el cuello, o que me asfixiase entre sus carnes. Tenía la cara bañada en flujos que me bebía para no ahogarme. El orgasmo me demostró que a pesar de la gordura, Julia mantenía una flexibilidad asombrosa. Se relajó poco a poco sin permitirme dejar de chuparle el coño: el clítoris, los labios mayores, la entrada de la vagina…Se corrió al menos tres veces. Cada vez que conseguía un nuevo orgasmo brotaba un nuevo torrente de sus entrañas.

Liberó mi cabeza al tiempo que se introducía de nuevo mi polla en la boca. Respiré profundamente para librar a mis pulmones del principio de asfixia. Mi polla recuperó la fuerte erección cuando yo recuperé mi capacidad pulmonar.

Cambié de postura. Protestó cuando saqué mi polla de su boca. Se resistía a dejar de chupar su caramelo.

-       No. Tan pronto, no – ronroneó.

Su cuerpo se mostró dócil cuando mis manos la colocaron a cuatro patas. Guié mi polla con la mano y su coño la aspiró hacia adentro. La engulló con ansiedad. Lo tenía estrecho. Notaba en mi polla las paredes de su vagina como si fuesen un condón. Emitió un quejido tenue. La emboleé suavemente. Mi capullo chocaba con algo que no le permitía seguir entrando. Repetía los tenues quejidos cuando recibía cada acometida. Golpeé sus enormes nalgas con las palmas de mis manos. A cada golpe empujaba su cuerpo contra mi. Jadeaba. La abundancia de flujo hacía que mi polla se deslizase con facilidad a pesar de la estrechez. Los jadeos se incrementaron en frecuencia y en volumen.

-       ¿Te estás corriendo otra vez, golfa?

-       No lo sé cabrón cornudo – balbuceó.

La saqué lentamente sin hacer caso de sus protestas y del intento de recular para que no pudiese sacarla.

La empujé para que se tumbase sobre la cama. Mis órdenes eran empujones o golpes. Se tumbó. Giré un poco sus caderas para colocarme de rodillas y situar la polla a la entrada de su coño. Levantó un poco las nalgas y con una mano separó una de ellas para facilitarme el acceso. Introduje el dedo corazón en su culo enérgicamente. Le dolió, pero no dijo nada. Metí el capullo en su coño para lubricarlo y a continuación lo coloqué a la entrada de su culo. Empujé despacio, pero con fuerza. Al segundo intento, el agujero se abrió ligeramente y la punta del capullo encontró el camino. Continué empujando con fuerza y encontré la resistencia que ofrece siempre el esfínter a la entrada de cualquier elemento. Quiso moverse hacia delante y evitar la entrada, pero cogí su cadera con mi mano y la sujeté fuerte. La oí quejarse. Apreté con más fuerza y mi capullo atravesó la frontera anal. Continué empujando y toda mi polla quedó alojada en el culo de Julia. Respiraba aceleradamente a causa del dolor y de la incomodidad.

-       Sí que eres una golfa y una zorra. Sólo te falta una prueba más para tener el título. De momento, te voy a dejar el culo más abierto que el coño de una vaca.

Sin dejarle oportunidad de protestar, inicié un vaivén acelerado de mis caderas. Mi polla entraba toda entera y luego salía hasta que el paso estrecho del esfínter retenía mi capullo. Mis embestidas iban acompañadas de manotazos en sus nalgas. Los sollozos y quejidos dieron paso a un silencio sospechoso. Aunque continué follándola enérgicamente, exploré su cuerpo con una mano. Se estaba tocando. Se masturbaba mientras yo la follaba el culo. A mi me excitaba increíblemente su culo estrecho y, sobre todo, saber que estaba buscando un orgasmo. El daño que yo le hacía, la excitaba. O tal vez era el comprobar que su culo podía poner tan dura una polla. Llegaron las primeras convulsiones. Se produjo un terremoto en sus enormes nalgas y sus gordas piernas. El clímax se prolongó durante algunos minutos; cuando la intensidad decrecía, surgía una nueva agitación. Oía sus gritos y sollozos apagados entre los insultos que me dedicaba. Tuvo tres o cuatro momentos en que los golpes de sus caderas amenazaban con lanzarme fuera de la cama. Pude aguantar las embestidas agarrándome a su cabello. En algún momento creí que no soportaría sus movimientos salvajes porque mi capullo atravesaba una y otra vez el paso estrecho de su culo y me daba tanto gusto que me hacía perder la noción de la realidad.

Cuando al fin se calmó, su respiración aún seguía agitada. Sus caderas continuaron un tenue movimiento reteniendo mi polla.

Pasé una mano por su coño. Estaba toda empapada. El flujo mojaba sus muslos y la sábana.

-       Eres un auténtico putón. Tanto decir que te da asco el sexo y tienes un coño que parece un volcán. Estás ardiendo por dentro.

-       No hables cabronazo. Ya que me has violado, al menos dame tu lechaza. Préñame para que se entere el cornudo de tu amigo.

No le hice caso. Aceleré mi emboleo, sacando y metiendo el capullo para forzar su esfínter y romperlo para siempre. Sus quejidos se confundían con jadeos y gemidos; el placer y el dolor se mezclaban en su culo.

-       Te voy a llenar el culo de lechaza, pero primero quiero que se te rompa.

La metí hasta el fondo, apreté con fuerza y sentí cómo reventaba mi polla. La saqué un poco y volví a empujar con fuerza para soltar otro chorro intenso. En cada metida, me vaciaba con una nueva descarga. Perdí la cuenta de la leche que solté. Las embestidas en profundidad de mi polla desataron en ella una nueva tormenta. Balbuceaba palabras que yo no entendía. Su cuerpo se agitaba con espasmos y entre sus palabras se escapaban jadeos y sollozos. Mi capullo quedó atrapado dentro de su culo. Apretaba con fuerza y extraía los espermatozoides que se habían rezagado en mis huevos. Salieron sin fuerza, pero ofreciéndome un placer diferente y profundo. Sus caderas intentaron unos movimientos giratorios que el volumen de sus nalgas no le permitía. Aún así, el torrente de sus entrañas me alcanzó.

No sé cuánto tiempo pasó antes de caer relajados. Pequeñas contracciones apretaban mi capullo y le impedían salir.

-       Tengo que ir al baño. Estoy empapada y se me saldrá tu lechaza cuando saques la polla. –me dijo.

-       Ni se te ocurra. Te pones el tanga y te aguantas todo dentro. Hasta mañana vas a quedar empapada de la follada.

No protestó. Yo sí que me levanté para buscar una toalla y colocarla sobre la sábana mojada. Aproveché para meterle la polla en la boca y que me la limpiase. Tampoco se opuso, aunque le dio dos chupadas y se giró para dormir.

Miré el reloj cuando el sol se colaba entre las cortinas. Julia dormía girada hacia mi plácidamente. Tenía el pelo revuelto. Me parecía más golfa que nunca con aquella cara sin los perfiles del maquillaje. Teníamos tiempo.

Cogí una de sus voluminosas tetas y la froté suavemente. Se rebulló dentro de su sueño. Tomé el pezón entre dos dedos y le froté delicadamente hasta que despertó con una sonrisa. Sonrisa que se truncó al reconocerme.

-       Suéltame cabrón de mierda. El juego se ha acabado. – Masculló dándome un manotazo.

Sin dejarla continuar cogí de nuevo sus muñecas y las sujeté por encima de la cabeza. Sólo le dije que el juego se acabaría cuando a mi me saliese de los cojones. Apreté una de sus tetas con rabia hasta oír un sollozo. Me incorporé sin soltarla y puse mi polla morcillona a la altura de su boca. Apretó los labios indicándome su negativa. Cogí el pezón y tiré de el con fuerza. Un nuevo sollozo y un quejido. Volví a tirar y entonces abrió la boca. Le metí el capullo entre los labios y eso la animó. Lo chupaba con los ojos cerrados, deleitándose y suspirando. Se me puso dura al instante. Empujé hasta llegar a su garganta. Tosió al atragantarse. Entonces le solté las manos.  Tomó mis caderas para controlar la profundidad con la que quería que entrase mi polla en su boca. La cogí del pelo y la traje conmigo. Me tumbé boca arriba. Sus labios besaron la polla y los huevos, pero su lengua fue más allá. Me hizo levantar las piernas y me estuvo lamiendo el culo. Me introdujo un dedo antes de iniciar una mamada memorable. Succionaba mi capullo y tenía mi polla empapada de su saliva. Las chupadas a mi capullo tenían la maestría de una profesional. Me llevaba al borde del orgasmo una y otra vez. Parecía darse cuenta y cambiaba el ritmo, o sólo lo lamía, o pasaba la lengua por el tronco de la polla y los huevos. En uno de esos momentos álgidos, me preguntó si quería correrme en su coño o en sus tetas.

Me incorporé. De pié, delante de la cama, la hice sentarse frente a mi.

-       Ahora continúa y no pares hasta que no quede ni una gota.

-       Eso me da asco.

-       Por que no lo has probado. Empieza y que no se te escape ni una gota. Es tu desayuno.

No la dejé protestar. Le metí la polla en la boca y la cogí por el pelo para ayudarla a llevar el ritmo. Le gustaba aprisionar el capullo entre los labios y a mi me gustaba que lo hiciese. El gusto alcanzaba niveles incontrolables. En uno de esos accesos me dejé llevar y solté el primer chorro de lechaza que me liberaba de una presión casi dolorosa. Luego vino otro de similar caudal y fuerza. Y a continuación sentía cómo mi polla se vaciaba en cada chupada. Finalmente, los movimientos de mis caderas eran casi inapreciables, pero ella continuaba chupando para evitar la flacidez.

-       Tendría que arrancártela de un mordisco por cabrón e hijo de puta.

No respondí. Eso era todo. Se había tragado la lechaza por su propia voluntad. Una puta en la cama, eso es Julia, pero el amor de su marido, mi amigo Felipe, había impedido aflorar esa pasión sexual.

-       Te envío un guasap dentro de un mes y quedamos para que me expliques cómo te va la vida.

-       Ni se te ocurra.

Llegamos a la estación de Sants con el tiempo justo para coger el AVE y regresar a Madrid, a Móstoles, a Alcalá y a Navalcarnero. Cuatro cornudos y cuatro putas hablando de cine, música o fútbol. Como si no hubiese pasado nada.