El soñador. Capítulo 1.- El retorno

Este relato, que empiezo a publicar hoy en sus dos primeros capítulos, no es un relato de texto específicamente erótico, solo contiene alguna que otra situación que si se puede considerar dentro del género, pero es realmente una novela de ciencia ficción, que caso de tener buena acogida y suficientes lectores seguiré publicando en capítulos todas las semanas.

PRIMERA PARTE

Capítulo 1 El retorno

Año 2.024

Día 22 de junio (sábado)

El muchacho que va sentado en la parte posterior de un lujoso coche de alquiler camino de su casa se llama Jaime de las Altas Cumbres y Fernández de la Ribera. Solo le faltan unas horas para que cumpla los veinte años y acaba volver de un internado en el que ha estado los últimos siete años sin interrupción, pues las enseñanzas que en el mismo le han dado, exigían una dedicación exclusiva para su aprendizaje, una educación estricta, sin vacaciones, sin visitas, sin llamadas familiares, ni ninguna otra actividad que lo apartasen de sus estudios y preparación. En estos últimos siete años podría decirse que había vivido en un absoluto retiro dedicado solo a formarse, tanto intelectual como físicamente. Por ese motivo se encontraba un tanto inquieto y con un nerviosismo creciente, ya que regresaba de nuevo a la casa en la que nació y transcurrió su infancia y de la que se fue siendo solo un niño con trece años, y ahora que, tras ese largo periodo, volvía convertido en un hombre adulto, se iba a reencontrar de nuevo con su familia después de tanto tiempo sin tener ningún contacto con ellos. Aunque en realidad, analizó en ese momento, su único pariente verdadero, el único de su misma sangre, era Aurelia su tía, hija de Juani que se casó con su abuelo materno en segundas nupcias tras quedarse este viudo de su primera esposa y por ello, Aurelia, era hermanastra de su madre y tía suya. Con ellas vive la otra hija de Juani, Belén que fue concebida antes de su matrimonio con su abuelo.

Acababa de empezar día veintidós de junio del año 2024, pues eran solo cincuenta y cinco minutos los que habían pasado de la media noche, y hacia escasamente una hora que acababa de llegar al aeropuerto de Barajas procedente de New York, y ese vuelo, tras un trasbordo de otro viaje procedente de Seattle, al norte de la costa oeste de EEUU, zona cercana de donde está ubicado el internado en que había estado los últimos siete años. Pero realmente, recapacito, no era un internado tradicional, más bien era una finca particular, un rancho enorme, a caballo entre los estados de Idaho y Montana y muy cerca de la frontera con Canadá en medio de enormes bosques, frío intenso en invierno y enormes nevadas, y en él había cursado estudios junto a otros cinco compañeros, pues solo habían sido seis los alumnos que habían recibido una educación especial y personalizada, ya que los seis, que cuando llegaron tenían todos trece años, eran niños con un coeficiente mental bastante más elevado, por no decir muy superior, de la media. Se recostó en el asiento y cerró los ojos, embargado por unas extrañas sensaciones, en parte agotado por el largo viaje y en parte por sus inquietos pensamientos, que en ese momento volaron a sus primeros recuerdos, a las más antiguas vivencias que en lo profundo de su memoria existían.

Como el viaje hasta su casa, que estaba situada al norte de la provincia de Huelva junto a la provincia de Badajoz y cercano a la frontera con Portugal, iba a durar unas cinco horas y media, se dedicó a repasar mentalmente sus recuerdos, que fue extrayendo de su mente con una claridad meridiana. Su vida, desde que tenía uso de razón y hasta que se fue al internado, transcurrió exclusivamente en la casa a donde ahora volvía y en el pueblo que estaba a poco más de un kilómetro y medio y sus alrededores, salvo en dos ocasiones que viajo lejos de esa zona, a Sevilla para tramitar su pasaporte y a Lisboa cuando se fue al internado, y ello en el año 2.017. De su casa lo primero que le vino a la memoria fue el imponente retrato de su abuelo, D. Jaime de las Altas Cumbres y Fernández de la Ribera, que estaba en el despacho que fue del padre de su madre, y único recuerdo que tenía de él, ya que no llego a conocerlo personalmente pues falleció cuando él solamente tenía dos meses. Recordó entonces lo poco que sabía de su abuelo, solo aquello que le habían contado. Y lo único que le habían explicado es que fue hijo único y heredero de una inmensa fortuna, con grandes fincas y numerosas empresas, y que a los veinte años se casó por imposición de su familia con Josefina, una joven de su misma edad, también hija única y a su vez heredera, al igual que él, de una gran fortuna.

Cerro los ojos e intento recordar todo lo que le habían contado en su niñez, principalmente Petra y Bernardo, personas que, junto a Juani, Belén y Aurelia, habían sido los que habían compartido con él sus primeros trece años de vida, Petra como cocinera y ama de llaves y Bernardo como jardinero, guardián y chofer de la familia. Estos que le habían querido como a un nieto, pues no tenían descendencia, le habían explicado como era su abuelo y también su madre. Más o menos la historia que le contaron era la siguiente:

D. Jaime (su abuelo), que al igual que él estuvo en el internado del que el ahora volvía, cuando termino su preparación y regreso a España, se enteró de que su familia y la de su abuela Josefina tenían pactada su boda. Si bien al principio fue reticente a dicho matrimonio, pues no le parecía ético casarse con una mujer a la que ni tan siquiera conocía, su padre le obligo bajo la amenaza de desheredarle en caso de no hacerlo, pero cuando conoció a su esposa, que fue el mismo día del matrimonio, quedó prendado de ella pues era una mujer bellísima. Al año siguiente de su matrimonio, en 1.984, tuvieron una hija, pero en el parto falleció Josefina, por lo que D. Jaime puso a la niña el nombre de su difunta esposa, a la que al parecer quiso muchísimo durante el escaso año que duro su matrimonio. Le contaron que D. Jaime, desde que falleció su esposa, dedico su vida a su hija, a la que quiso con verdadera locura, encargándose el personalmente de su instrucción y enseñanza, desde aprender a leer hasta materias propias de la Universidad, pasando por literatura, música, matemáticas, física, etc. Pero al parecer echaba de menos a un hijo varón y por ello la educo como si de un muchacho se tratase, pues la enseño a disparar, a montar a caballo, a nadar, a navegar y a practicar todo tipo de deportes, y se negó rotundamente a ingresarla en un colegio femenino tal como sus padres y suegros le indicaban constantemente que debía de hacer. Desde que Josefina cumplió los ocho años viajaron los dos a diferentes países, siendo esta una forma más con la que D. Jaime educo a su hija, enseñándola las diferentes culturas del mundo, pues visitaron prácticamente los países más emblemáticos de los cinco continentes, incluida Australia, pero cuando Josefina cumplió los quince años, en 1999, sus cuatro abuelos fallecieron en un accidente marítimo, al hundirse el yate con el que estaban haciendo un crucero. Entonces D. Jaime se hizo cargo de los negocios de sus padres, y como tutor de Josefina, heredera de todos los bienes de sus abuelos maternos, se hizo también cargo de los negocios de sus difuntos suegros, que en su gran mayoría estaban en la zona de levante, entre Alicante, Valencia y Murcia. A partir de ese momento su estrecha relación con su hija Josefina se fue volviendo más distante, ya que D. Jaime tuvo que hacerse cargo de los negocios de sus padres y también tuvo que viajar en numerosas ocasiones para gestionar las innumerables propiedades de su hija, y que como tutor se había hecho cargo, quedando la niña al cuidado de Juan y Manuela, los antecesores de Bernardo y Petra, que estuvieron en la casa hasta principios de 2.002, fecha en la que fueron sustituidos por estos últimos. No obstante, en ningún momento dejo de lado la educación de su hija, y siguió educándola en los momentos que sus nuevas obligaciones le dejaban, incluso acompañándole en alguno de los viajes de negocios.

Un año después de llegar a la casa Bernardo y Petra, en 2.003, cuando su abuelo tenía 40 años, conoció a Juani, una joven del pueblo que tenía un año menos que su propia hija, solo dieciocho, y que a pesar de esa corta edad ya era madre de una hermosa niña llamada Belén con un año de edad, pero aun así D. Jaime se enamoró locamente de ella con la que se casó a los pocos meses. A la vuelta del viaje de luna de miel que duro tres meses, Juani volvió embarazada, pero cual no fue la sorpresa de D. Jaime al enterarse en ese momento que su hija Josefina estaba a su vez esperando también un hijo. Nadie le contó, pues nadie lo sabía o nadie se lo quiso decir, quien fue su padre, quien fue el que dejo embarazada a Josefina, que, pese a que en un principio no aceptaba de buen grado a su nueva madrastra menor que ella, el embarazo simultaneo de ambas las unió en una verdadera y enorme amistad, siendo desde ese momento grandes e inseparables amigas, cosa que a D. Jaime le complació enormemente.

En 2.004, y casualmente el mismo día, el 23 de junio, dieron a luz las dos mujeres, primero Juani a una preciosa niña a la que llamaron Aurelia, y poco después Josefina a un varón, al que llamaron como su abuelo, Jaime, pero por desgracia Josefina, igual que le había ocurrido a su madre, falleció poco después del parto. A su abuelo, el fallecimiento de su hija lo dejo profundamente afligido, y se sintió culpable por no haber dado a su hija una educación como le habían sugerido los abuelos de la niña, que posiblemente hubiese evitado ese embarazo, se volvió taciturno, triste y melancólico y desaparecía durante horas e incluso días sin que nadie supiese donde estaba, si bien creían que vagaba errante por los montes cercanos a la finca. Solo Juani, pese a su juventud, dos semanas después consiguió con enorme ternura y cariño que el hombre se serenase y aceptase la cruda realidad, cosa que no fue total, ya que por momentos daba la impresión de que su mente estaba en alguna otra parte, permaneciendo serio, triste y como ausente. D. Jaime murió a los pocos días, el 25 de julio de ese mismo año, en un fatal accidente de automóvil estrellándose contra un árbol en una recta volviendo a su casa desde Sevilla, y todos creyeron que su propio dolor por la pérdida de su hija le había distraído lo suficiente para que ocurriese semejante tragedia.

Desde ese momento Juani cuido de Jaime como de su propio hijo, al que quiso como tal y al que amamanto junto a Aurelia como si de hermanos gemelos se tratasen. No obstante, antes de morir, D. Jaime dejo su testamento con una claridad y precisión absoluta, condicionando incluso a que sus herederos, tanto Jaime como Aurelia, para poder acceder a la totalidad de la herencia debían de cursar unos estudios perfectamente definidos, él en el internado del que acababa de volver y donde había estudiado D. Jaime en su día, y ella interna en un colegio de monjas de Sevilla, si bien Aurelia si había podido volver a su casa en vacaciones, Navidad o Semana Santa. También dejo el derecho de usufructo de la casa a Juani y su hija Belén y una pensión mensual importante para cada una de ellas, vitalicia mientras ellas viviesen y que deberían de respetar los herederos al hacerse cargo de los bienes.

Recordó ahora Jaime sus juegos con Belén y Aurelia, con las que había convivido como un verdadero hermano hasta su partida, el cariño que sentía y que a su vez percibía de Juani, a la que amaba realmente como a su propia madre, y también a Bernardo y Petra, a los que también recordaba con enorme ternura y cariño. Se sobresaltó a sí mismo al pensar cómo iban a recibirlo ahora, después de tantos años de ausencia, como serian actualmente sus “hermanas”, como estaría Juani, un sin fin de pensamientos que le inquietaron, pero sonrió feliz al recordar cuando se fue, cuando vio por la ventanilla trasera del coche que conducido por Bernardo lo alejaba de la casa, a Juani y sus hijas diciéndole adiós con la mano y las tres llorando desconsoladas por su marcha, y esperaba que ahora lo recibiesen con una alegría intensa, igual de inmensa que la pena que tenían cuando se fue.

Sacudió su cabeza intentando no preocuparse por lo que le esperaba y entonces intentó analizar sus siete años de internado, los estudios, sus compañeros, sus profesores, a D. José, el director, y de nuevo se sobresaltó al acordarse de cómo había terminado su preparación. Recordó que desde su llegada al rancho, D. José Ferreira Sanmartín, el Director del centro, un acaudalado y excéntrico millonario nacido en México y afincado en EEUU desde poco después de nacer, solo había hablado con él y sus compañeros para darles la bienvenida el día de su llegada y la siguiente vez que se dignó hablar con ellos había sido solo hacía cuatro días, y esta última charla duro escasamente diez o doce minutos, pues presa de una especie de locura, les contó una serie de disparatadas historias y luego les dijo que los seis alumnos que habían terminado su instrucción estaban destinados a dirigir al mundo, que eran seres especiales y con un inmenso poder mental. Cuando su hijo le interrumpió en un momento puntual, insinuando que era imposible lo que estaba contando, D. José, gritando como un poseso cayó fulminado por un infarto que finalizo con su vida de forma repentina delante de sus seis pupilos, su hijo Ramiro, la esposa de este Stella y la hija de ambos, Paloma, que también estaban presentes en aquella reunión.

Recordó a D. Ramiro, el hijo del mecenas y a su esposa Stella, ya que estos si habían sido sus verdaderos profesores y de alguna manera los directores reales del centro, pues ellos eran los que habían convivido con los seis alumnos y les habían enseñado gran parte de lo que habían aprendido y ellos también, habían sido los que les habían presentado a todos los profesores, que por deseo expreso de D. José, habían sido numerosos y variados, al parecer para que los alumnos no intimasen en absoluto con sus maestros, ya que cada tres meses más o menos, cambiaban de forma sistemática, y una vez impartidas las clases para lo que puntualmente habían sido contratados. Recordó también que Ramiro y Stella les dijeron que nada de lo que había dicho D. José podía ser cierto, que posiblemente sus ansias de poder le habían vuelto loco de atar y que dieran por no oído lo que les había dicho antes de fallecer.

Rememoro a sus compañeros, un varón y cuatro hembras, el primero, Johnny hermano menor de Paloma e hijo por tanto de sus profesores Ramiro y Stella; Johnny era de su misma edad, pues solo había nacido un par de meses antes que él, y las otras cuatro alumnas, todas mujeres y todas muy hermosas, eran: Arantxa, española como él y nacida solo tres días después que él, el 26 de junio, Andrea, esta Argentina y muy parecida físicamente a Arantxa, y que casualmente había nacido el mismo día que su compañera. Las otras dos eran Susana y Esther, ambas mexicanas, gemelas e idénticas, y pese a su nacionalidad eran muy rubias y más parecían del norte de Europa que del país que las vio nacer el día 6 de julio del mismo año que el resto de los alumnos, en 2.004. Todos sin excepción habían terminado sus estudios de forma brillante y en un tiempo récord pues con 16 años tenían terminada su preparación para iniciar una carrera, y solo con 18, los seis habían conseguido el título de Ingenieros Aeronáuticos, y los dos últimos años el título de ingenieros espaciales, habiendo incluso estado en un par de ocasiones recibiendo instrucción en las instalaciones de la propia N.A.S.A., concretamente en el centro de California Jet Propulsión Laboratorio , donde recibieron durante dos semanas clases teóricas y prácticas. Además de sus estudios de ingeniería, habían estudiado económicas y medicina, y que aún sin tener el título de dichas carreras todos estaban bastante preparados y con amplios conocimientos de ambas. Realmente, el propio Jaime se daba ahora cuenta, de que ciertamente los seis, al igual que Ramiro, Stella y la hija mayor de estos, Paloma, que les impartió parte de las clases de medicina y económicas de las que ella era licenciada, eran seres con una mente privilegiada y fuera de lo común, cosa que coincidía con lo que D. José les había dicho en su charla hacía cuatro días; que eran seres “muy” especiales y superiores al resto de la humanidad.

Aún tenía reciente la conversación que habían mantenido los seis alumnos a solas, poco después de la repentina muerte de D. José, y que habían quedado en llamarse una vez preguntasen a sus progenitores que podía de haber de cierto en lo que el lunático mecenas les había comentado. El realmente a pocos tenía que preguntar, pues quizás solo Juani, Bernardo o Petra podrían decirle algo de su difunto abuelo, y que teniendo en cuenta la edad con la que contaba Juani cuando se casó y que los otros dos eran realmente empleados de su abuelo, probablemente poco sabrían o posiblemente nada, si el propio D. Jaime nada les hubiese contado. Por eso estaba también un tanto preocupado y esperando que sus compañeras le dijesen algo, pues Johnny, al igual que él nada podría aportar, ya que sus padres, tal como lo habían manifestado muy claro después del traumático suceso, tampoco tenían conocimiento alguno sobre lo que el fallecido D. José dijo poco antes de su muerte.

Suspiro y se dijo que debía de tener paciencia y esperar a que alguna de sus cuatro compañeras le comentase algo sobre el tema. De hecho, otra de las enseñanzas que habían recibido de Paloma, eran sobre autocontrol y concentración, y esto le servía para aplacar la ansiedad que los hechos recientes y los que se avecinaban le producían. Sin haberse dado cuenta estaban ya llegando a su destino, y se dio cuenta cuando el conductor del vehículo que había puesto a su disposición el Centro, y que lo esperaba en Barajas a su llegada con un cartel con su nombre, le dijo:

-       Estamos llegando al pueblo, usted me dirá dónde está el desvío para su hacienda. Me dijo que estaba a la entrada del pueblo y solo nos queda un kilómetro escaso.

-       Antes de entrar al pueblo, a unos veinte metros y a la izquierda está la carretera, - dijo Jaime que se levantó sobresaltado del asiento – hay una señal que pone “Hacienda Vía Láctea”.

Efectivamente unos metros más adelante estaba la señal, y una vez alcanzado el desvío el automóvil se introdujo por una carretera que más parecía un túnel, pues las copas de los árboles formaban un techo que daba a la carretera una visión de extraordinaria belleza, más aún a aquella hora cuando empezaba a clarear el alba. Se dio cuenta entonces que era demasiado temprano para despertar a todos y se dijo a sí mismo que esperaría en el porche a que alguien bajase, pues nadie sabía que había vuelto, ya que realmente su llegada estaba prevista para el día treinta y por lo tanto tampoco tenían conocimiento de los últimos acontecimientos acaecidos en el rancho. A unos mil seiscientos metros del desvío se encontraba la puerta de la finca y es donde terminaba la carretera particular, era una explanada, una especie de rotonda lo suficientemente grande como para que un vehículo pudiese dar la vuelta. Allí mismo se despidió del chofer, que bajo sus pertenencias del maletero dejándolas frente a la puerta, y rechazo gentilmente el ofrecimiento de este a llevarle las maletas hasta la casa, alegando que quería dar una sorpresa a su familia. Cuando el coche dio la vuelta y desapareció por la carretera, Jaime se volvió hacia la puerta y ratifico su sorpresa inicial al comprobar que no era como él recordaba, pues la verja de hierro que había cuando se fue, no existía, y su lugar estaba sustituido por dos puertas, una deslizante de chapa metálica simulando baldas de madera que no dejaba ver el interior y separada por una columna de la otra, esta peatonal y de un metro y pico, del mismo material que la corredera, y que tampoco dejaba ver el interior de la finca. En la columna que separaba ambas puertas habían colocado un objetivo, que debía ser de un video portero o una cámara de seguridad, y bajo este había dos timbres que ponían “recepción” y “casa”, y al lado de ellos un teclado como el de un teléfono que supuso seria para marcar la clave de acceso y apertura de la puerta.

Sorprendido por ese cambio que no esperaba, intento empujar la puerta peatonal que no cedió al estar cerrada, por lo que se quedó dudando que hacer, pues no quería despertar a nadie ya que aún no eran ni las siete de la mañana. Se sentó sobre su maleta y pensó entonces si la casa y los jardines estarían tal como él recordaba, o si al igual que la cancela de entrada habrían sido modificados. Él recordaba la casa de piedra, grande y señorial, con planta baja y dos pisos en la parte superior y una buhardilla enorme bajo el tejado. La casa estaba a unos cincuenta metros de la entrada a la finca donde se encontraba ahora y era un caserón inmenso pues debía de medir unos cuarenta y cinco metros de frente por quince de fondo. Recordó que, a los lados de la carretera, que continuaba tras la verja hasta la entrada de la casa, había un seto, y tras este unas huertas que Bernardo cultivaba, pero que no se podían ver desde el camino al ser los setos de unos dos metros de alto. La casa tenía un porche cubierto de unos tres metros de ancho a lo largo de toda la fachada principal, con una barandilla de madera que se cortaba en el centro para dar acceso, mediante cuatro escalones, a la entrada principal del caserón. A la izquierda de la casa, tal como se entraba había unos jardines con columpios y a la derecha una piscina de dimensiones olímpicas con el suelo embaldosado, y tras la edificación una zona de árboles muy grande, pues la finca debía de medir entre ciento veinte y ciento cincuenta metros de frente por más de mil de fondo, y toda ella rodeada de un muro de piedras enormes, de unos tres metros de altura por uno de ancho y de una gran antigüedad, casi como si de la muralla de un enorme castillo se tratase, pues incluso en las cuatro esquinas de la finca tenía cuatro torreones de seis metros de altura, y dos más, un poco más pequeños a cada lado de la puerta de entrada.

De pronto como impulsado por una fuerza interior se levantó y sin vacilar de dirigió al teclado y marco el número 9395, asombrándose al comprobar que en la puerta peatonal sonaba un chasquido como habiendo quedado desbloqueada. Empujo de nuevo la puerta con cautela, y ahora está cedió sin ningún impedimento. Coloco una de las maletas para que no se cerrase la puerta y cogió los dos grandes petates con los que traspaso la entrada, pero al entrar en la finca se quedó petrificado, pues allí había dos enormes mastines que lo miraban con evidente curiosidad, pero se tranquilizó al ver que no mostraban ningún asomo de agresividad hacia su persona pues movían sus colas con gran alegría. Con un poco de recelo acaricio la cabeza de uno de ellos, y este nada más sentir su contacto se tumbó boca arriba como sometido al intruso y el otro lo imito sin vacilar. Animado ante la actitud de los canes, empezó a jugar con ellos que le aceptaron sin ninguna traba, es más, daba la impresión de que lo conocían de toda la vida. Ya mucho más tranquilo recogió los petates que había dejado en el suelo y los coloco junto a uno de los torreones que flanqueaban la entrada a la izquierda de la puerta peatonal, y luego hizo lo mismo con las maletas cerrando la puerta y comprobando que esta quedaba completamente cerrada. Miro con curiosidad a su alrededor y vio el caserón frente a él, aunque tuvo la sensación de que era diferente a como lo recordaba, luego empezó a caminar hacia la casa y pudo comprobar que al lado del torreón a la izquierda de la entrada habían construido una enorme cochera, pues el camino que llegaba hasta el porche tenía un desvío que llevaba hasta la puerta del garaje, que al igual que la de la cancela de entrada, y del mismo material, parecía automática.

En cuanto a los setos, estos eran ahora mucho más bajos, de unos setenta centímetros, y tras ellos en lugar de las huertas que cultivaba Bernardo, había unos preciosos jardines con todo tipo de flores y pequeños olivos decorativos, que sin lugar a dudas daban a la finca una imagen diferente, pues ahora se veía como una casa residencial y no como una casa de campo, que es como el la recordaba. Siguió caminando hasta llegar a los escalones del porche que subió con gran nerviosismo y comprobó que a la izquierda había una gran mesa de madera con diez sillas y un poco más alejado un columpio de tres plazas con cojines de colores. Frente a los escalones estaba la puerta principal y esta, que si estaba tal como él recordaba, era de madera antigua y como la puerta de un castillo, con la parte superior en semicírculo, igual que los postigos de las ventanas que daban al porche, y que permanecían cerrados. A la derecha estaba el porche diáfano completamente a excepción de cuatro tumbonas de madera con cojines iguales a los del columpio. Miro su reloj y como aún no eran las siete decidió sentarse en el columpio hasta que apareciese alguien, y también para conseguir serenar sus impulsos que en ese momento eran de empezar a gritar que ya había vuelto. Se sentó en el centro del columpio y los dos perros que le habían seguido correteando a su alrededor se tumbaron a sus pies mirándole de nuevo con infinita curiosidad y como esperando ver que iba a hacer el recién llegado.

No llevaría ni diez minutos allí cuando la puerta principal chirrió al abrirse, pero no apareció nadie, solo se oyó una voz de mujer que Jaime no reconoció, y que en un tono alto decía:

-       Trueno, Relámpago, venir a comer.

Los perros levantaron sus orejas y miraron a Jaime como pidiéndole permiso para acudir a la llamada, y éste con un gesto los indico que fuesen, por lo que los dos se levantaron raudos y fueron a la puerta principal, pero volvieron casi al instante trayendo cada uno de ellos una gran barra de pan, y de nuevo se tumbaron a sus pies a comérselas. Quizás por el extraño proceder de los animales, a los pocos segundos apareció una mujer de unos treinta años, prácticamente desnuda, pues llevaba una camisola o bata blanca, desabrochada y completamente abierta que dejaba ver unos pechos generosos y firmes culminados por unos pezones oscuros y duros, que bamboleaban rítmicamente al respirar, y unas braguitas minúsculas. La mujer que miro atónita a los perros y a Jaime, de pronto solo un alarido ensordecedor y entro corriendo en la casa como si hubiese visto al mismísimo Lucifer. Dentro de la casa seguía dando alaridos, cosa que a Jaime y a los perros les dejo tan perplejos que no fueron capaces ni de mover ni un músculo, permaneciendo el muchacho sentado en el columpio sin saber que hacer o que decir y a los perros mirándole incrédulos e incluso asustados al no saber a qué se debía semejante alboroto.

No pudo calcular Jaime el tiempo que transcurrió, pero fue realmente breve, cuando oyó otras voces que se unían a la de la mujer que gritaba, y por la puerta salió corriendo una joven que al verle se quedó parada mirándole como abducida. Iba con un camisón trasparente y debajo solo unas braguitas de color rojo y a trasluz se veía nítidamente su hermosísimo cuerpo. De pronto y soltando un grito se abalanzo sobre el muchacho y se sentó sobre el rodeándole con sus piernas la cintura a la vez que sus brazos rodeaban su cuello colocándole los pechos sobre su cara. El grito que daba la joven era:

-       Mama, Belén, es Jaime, es mi jodido sobrino que ha vuelto sin avisar.

Era Aurelia la que se había subido como un torbellino sobre Jaime y al que había aprisionado con sus brazos y piernas como para asfixiar a cualquiera, dando muestras de la enorme alegría que le hacía volver a verlo. Pero ante semejantes muestras de efusividad, ante el contacto de su cuerpo joven y hermoso, y sobre todo a que iba casi desnuda y su sexo estaba justo encima del suyo, Jaime no pudo evitar una erección fulminante y enorme que la chica noto en su vagina, y entre sorprendida y divertida se separó de él, se puso de rodillas colocando sus piernas una a cada lado de las del joven y mirándole con enorme picardía y hablándole muy bajito al oído le dijo:

-       Joder, Jaime, no me dirás que te he puesto cachondo, si soy tu tía, más aún, puede decirse que soy como tu hermana.

-       Podrás ser mi tía, mi hermana, o mí abuela, - dijo el igualmente bajito al oído de ella con evidente nerviosismo – pero ante todo eres una mujer preciosa, estas guapísima Aurelia.

-       Gracias Jaime, - dijo ella con enorme coquetería, y al darse cuenta que Jaime miraba por encima de su hombro, se sentó en el columpio a su lado y riendo termino: – eres muy galante, además, tú también eres guapísimo.

Jaime se había quedado mudo, mirando por encima del hombro de Aurelia a las cinco mujeres que lo miraban atónitas y enormemente sorprendidas, entre ellas reconoció al instante a Juani y a Belén, pero no así a las otras tres entre las que estaba aún llorosa y con cara de espanto la que lo había descubierto y que lanzo el angustiado alarido, el que había provocado aquel espectáculo. Al igual que esta última, que seguía con su camisola abierta, las otras cuatro iban también semidesnudas, evidenciando que el grito las había levantado de sus camas, pues tanto Juani, que a sus 38 años seguía siendo una mujer hermosísima, como Belén y las otras dos muchachas, una rubia y otra morena, llevaban solo unas camisetas cortas dejando al aire la totalidad de sus piernas, incluso una de ellas, la rubia, la llevaba tan transparente, que se podía apreciar perfectamente su sexo al no llevar nada que lo cubriese. Las miraba Jaime con tal candidez y evidente admiración, que Belén de pronto y presa de una hilaridad enorme, dijo:

-       Ay que joderse, fijaros como nos mira, se le van a salir los ojos de las cuencas, y encima la puñetera de Aurelia se le ha tirado encima casi en pelotas.

Su risa era tal y sus gestos tan cómicos, señalando la entrepierna de Jaime en la que aún se notaba la enorme calentura que Aurelia le había provocado, que hasta Juani sonrió comprensiva, pero no se cortó en absoluto y acercándose a Jaime, sin poder ocultar su alegría por su vuelta lo abrazo casi igual que su hija, pero ella sentándose sobre sus piernas y besándole con ternura en la mejilla. Le dijo entonces:

-       ¿Cómo es que has venido sin avisarnos? Vaya susto le has dado a Eulalia, creía que se le había aparecido tu abuelo, mi difunto esposo Jaime, porque ahora que te has convertido en todo un hombre, eres clavadito a él.

De pronto se levantó sonriendo pero algo incomoda, pues al igual que su hija noto la dureza del miembro del muchacho en sus glúteos, y cogiéndolo de las manos lo hizo levantarse y entonces todas pudieron apreciar perfectamente, además de la evidente calentura que no podía disimular, la enorme altura que Jaime tenía, pues media casi dos metros, uno noventa y ocho. Juani miro a las demás mujeres y dijo entonces:

-       Jaime, te voy a presentar a las chicas, Eulalia es nuestra cocinera, la que se ha asustado y las otras dos, son Clotilde la rubia, y Elisa la morena, que tal como te miran parece que las has impresionado muchísimo.

-       Y a Belén, su mejor y más fiel amiga de la infancia, su más ferviente admiradora , fiel esclava y su eterna enamorada, ¡que la parta un rayo! – dijo Belén que se abalanzo sobre el chico y le dio un abrazo salvaje, pegando y restregando su cuerpo al de él como si le fuese la vida en ello, y exclamando con una evidente admiración: - Jaime estas guapísimo, eres tal como esperaba que fueras, y ya verás que cara pone Bárbara cuando te vea, seguro que se desmaya o se tira a por ti como una loca. Realmente eres un hombre guapísimo, y muy fogoso por lo que noto.

Se separó de él de nuevo riendo, pues había notado como era evidente y al igual que Aurelia y Juani la calentura del muchacho, pero eso al parecer a ella la había agradado mucho. Le cogió de la mano y con enorme gracia y aun riendo, le presento a las otras tres mujeres, diciendo:

-       Mira, aquí tienes tres primores de mujeres, esta es Eli, esta Clo y esta Eulalia.

A medida que las presentaba, Jaime tímidamente y bastante avergonzado las beso con suavidad en sus mejillas, pero al parecer sus besos encantaron a todas, Eli, de forma graciosa y cómica, puso los ojos en blanco y dio un suspiro extremadamente exagerado, Clotilde por su parte se sonrojo de forma evidente y Eulalia se abrocho torpemente su blusa, enrojeciendo al igual que Clo. Entonces Belén se percató de la presencia de los dos perros y con gran extrañeza le pregunto:

-       ¿Por cierto, como has entrado?, y ¿Cómo es que los perros no te han atacado?

-       He tenido una especie de premonición, y sin casi darme cuenta he marcado el número 9395 y la puerta se ha abierto. – la contesto Jaime – En cuanto a los perros, ni me han ladrado, nada más verme se han dejado acariciar y se han puesto boca arriba para que les rascase la barriga, parecen muy mansos.

-       ¿Cómo que los perros son mansos y que has abierto con una premonición?, - intervino Aurelia que aún permanecía sentada en el columpio y ahora con cara de asombro – Si cuando viene alguien al que no conocen, Trueno y Relámpago son verdaderas fieras, hay que atarlos. ¿No será que tienes poderes paranormales y los has abducido igual que a Eli, Clo y Eulalia? Porque estas te miran como a un ser de otro mundo.

-       Y como quieres que le miren, si Jaime esta guapísimo, - dijo riendo Belén – y seguro que hasta los perros han percibido su bondad y sus buenas vibraciones.

-       Vamos dentro, que aquí nos puede dar frio. – dijo entonces Juani mirando a las demás mujeres – Además estamos todas medio desnudas, menos Eulalia que por fin se ha abrochado la camisa, y mientras ella te prepara algo para desayunar las demás nos vamos a poner algo decente y bajamos enseguida. ¿Dónde tienes tus cosas?

-       En la entrada, junto a una nave nueva que hay al lado de la puerta. – dijo Jaime – Por cierto ¿es una cochera?

-       Sí, es una cochera ya que esta casa no tenía. Vamos dentro, luego te lo explicare y enseñare todo, pues he cambiado muchas cosas en la casa. – Juani se cogió de su brazo y tiro de él hasta el interior de la casa y tras entrar en la cocina, que estaba a la izquierda de un gran recibidor, le termino diciendo: - Siéntate y desayuna, Eulalia te preparara algo ya que supongo que vendrás hambriento, mientras las demás nos vestimos, pero volvemos ahora mismo.