El soldado y su conciencia

“Olvídalo, todavía es muy pequeño para ti”, reflexionó mi conciencia. Me provocó levantarme e ir a tomarlo por las nalgas, bajarle suavemente ese mono azul oscuro y darle, allí mismo, en la cocina, una buena empalada. “Epa, cuidado, ese carajito no debe tener ni pelos, además es tu primo”, volvió a hablar mi conciencia.

EL SOLDADO Y SU CONCIENCIA

Yo no sé cómo vive gente en Caracas en estas condiciones, tuve que subir, a pié, los doce pisos porque el ascensor estaba dañado. Claro, ese esfuerzo es, para mí, irrelevante porque me mantengo en forma por el deporte y estoy acostumbrado al fuerte ejercicio diario en el cuartel donde presto el servicio militar. Subí saltando, de dos en dos, los escalones, cargando con mi pesado morral sobre la espalda. Cuando llegué, los músculos de mis piernas, duras y ágiles, apenas comenzaban a tonificarse, las sentí tensas. En menos de dos minutos, y mi corazón apenas se aceleró. En todo caso realicé tres respiraciones profundas para normalizar las palpitaciones. Al llegar al descanso del piso doce me asomé a la terraza y contemplé, desde arriba, la agitada vida del "23 de enero", o sólo "veintitrés", como le dicen. Había caído una lluviecita y las calles eran un caos, pero le había tomado afecto a esa ciudad que en algunos aspectos es apabullante, sobre todo para mí que provengo de un pueblito del interior. Miré hacia el este y, detrás del nudo de edificios de concreto, de calles y autopistas, vislumbré la mole oscura de El Ávila, imponiéndose sobre la ciudad. Recordé momentos de mi vida que fueron dichosos, que sucedieron, cuando viví, unos meses, en esos lugares donde me encontraba. Cuando yo tenía dieciséis años mi padre me envió a casa de su hermana, en Caracas, porque una noviecita que tuve en mi pueblo decía que estaba embarazada de mí. Yo sabía que el hijo no era mío y estaba muy tranquilo. En todo caso, aproveché para vivir unos meses en la capital.

La noche estaba húmeda y hacía algo de frío. Respiré profundamente y disfruté el aroma tan característico de la ciudad. Esperé hasta que los latidos de mi corazón de normalizaron. Toqué el timbre, mi primo Rafa abrió la puerta. Lo reconocí al instante, aunque había crecido muchísimo desde la última vez que lo vi, hacía ya tiempo, cuando era un niño. Ahora llevaba el cabello muy corto, de color cobrizo, con las raíces muy rubias. Un suave pelillo dorado se resbalaba por sus mejillas. Su tez estaba muy dorada por el sol. Me miraba con sus ágiles ojos negros. No parecía recordarme.

-¿No me reconoces? Soy yo, Alejandro –le dije.

Yo me alegraba mucho de verlo tal crecido y tan guapo, y él, cuando al fin me reconoció, se emocionó visiblemente. Abrió los brazos, y yo también los míos, para abrazarnos. Salió enseguida corriendo a avisarle a su madre de mi llegada. Entré y cerré la puerta. Habían cambiado el color de las paredes del apartamento, ahora eran azul marino y ese color le daba un toque más moderno, algunos muebles más o un nuevo objeto en la decoración, pero era el mismo que yo recordaba. Me quité el pesado morral y lo puse sobre el sofá.

-Alejandro, ¿eres tú? –Exclamó mi tía, viniendo a saludarme –, bienvenido pero, ¿qué haces aquí?, mi amor, estás irreconocible con ese uniforme. Pero que grande te pusiste y que buenmozo estás –. Me besó y me abrazó sinceramente contenta con mi llegada.

-Pasé por Caracas y quise venir a verlos –contesté tratando de resumir algunas de las preguntas de mi tía –, mañana salgo para mi casa, quiero ver a papá, a mamá y a todo el mundo por allá, tengo permiso en el cuartel solo por una semana. Vengo viajando, en autobús, desde la frontera con Colombia, salí ayer en la tarde.

-Debes estar cansado del viaje. Aquí puedes quedarte el tiempo que tú quieras, esta es tu casa. Cuando tú viviste aquí te hiciste parte de esta pequeña familia que formamos Rafa y yo, y también tú, claro.

-Gracias, tía –respondí.

-Si, quédate, quédate unos días –insistió Rafa.

-No puedo, allá en casa me están esperando y sólo tengo una semana libre. Ya compré mi pasaje para mañana en la tarde. Pero gracias por la invitación, otro día me quedo aquí más tiempo.

-¿Tienes hambre? ¿Ya cenaste? –pregunto mi tía.

-Si, tengo hambre, no he comido desde la mañana, no me gusta la comida que venden en la carretera. Pero antes quiero bañarme.

Hablé un buen rato con mi tía con quien había logrado estrechar lazos de amistad verdadera durante el tiempo que allí viví. No era frecuente que alguien accediera a su confianza ya que era una mujer sola a quien no le gustaba hablar de sus cosas. Algo pasó, no sé qué fue, que hizo que nunca quisiera regresar al pueblo. No sólo es que era tímida y reservada. Después que nació Rafa había tenido un sólo novio, pero este ni durmió en casa. Ella decía que jamás le pondría un papá a su hijo. Yo supe romper parte del pesado muro que ella había tendido hacia el exterior. Conmigo siempre fue diferente. Además de nuestra relación filial, pudimos establecer una relación de amistad. Aun así, yo mantenía muchas lagunas en cuanto a ella. Cierto comentario de mamá lo indujo en mi mente, pero nada que me pudiera aseverar, de plano, lo que yo suponía, que era lesbiana, en realidad, aunque eso no puedo asegurarlo.

Mas esa noche no hablamos nada de eso, sino que yo conté sobre la vida en el cuartel y cosas de la finca donde vivíamos. Después de un rato mi tía se despidió, Rafa dijo que se iba a calentar algo, para mí, en la cocina, y me fui a bañar. Me desnudé y me miré al espejo. Los aromas del baño me produjeron una especie de nostalgia por la vida pasada. Reconocí un olor asociado a buenos momentos y sonreí a ese baño tan limpio y perfumado. Me coloqué frente al espejo. Todo me parecía familiar. Hice ejercicios isométricos hasta que mi pecho y mis brazos se ensancharon. Dejé de hacerlo porque mi pene agarró volumen, lo acaricié, un poco, antes de entrar en la ducha.

"Hazte la paja", pidió mi conciencia.

"No".

"Vamos, tienes varios días que no botas leche".

"No importa".

Me bañé con agua tibia y me enjaboné con uno de los perfumados jabones. Me lavé el cabello con delicado shampoo. Salí de la ducha y comencé a secarme con una suave y esponjosa toalla.

"¿No te la vas a hacer?"

"Ya te dije que no".

"¿Vas a salir a la calle?"

"No, voy a quedarme aquí en la casa, estoy cansado".

Me anudé la toalla a la cintura y me coloqué de nuevo frente al espejo para seguir con los ejercicios isométricos hasta que mi pecho terminó por expandirse bien, mis brazos se pusieron duros, y los músculos de mi abdomen se enervaron. Me vestí y abrí la puerta para salir.

"No le hagas nada a ese carajito, vale", pudo advertir mi conciencia antes que yo trancara la puerta del baño, de un jalón, para dejarla dentro. No, no logré encerrarla, esta pudo venirse tras de mí.

Salí vestido con un short militar y una camiseta blanca, sin mangas, que me quedaba bastante holgada y dejaba asomar mis pectorales. Mis hombros redondos y macizos descollaban mostrando en uno de ellos un tatuaje negro. Mi tía estaba en su cuarto con la puerta cerrada, al parecer ya se había retirado a dormir. Rafa me esperaba en la cocina. Fui hacia allá. Yo tenía hambre y la comida olía muy bien. Por la forma como me miró comprobé que mi primito se encaminaba, definitivamente, a ser gay. No era la primera vez que alguien me miraba así. Yo sonreí con mis ojos fijos en los suyos.

-¿Tú también vas a cenar?

-Si, yo ya cené pero otra vez me dio hambre –respondió él.

Comimos en silencio, uno frente al otro, y nos miramos mucho. Era bien pícaro y enseguida noté que ya se le daba el sexo gay, que sabía como era todo.

"¿Recuerdas cuando me lo montaba, a caballito, en la pierna?, conciencia, a él le gustaba mientras yo la movía, arriba y abajo, para que cabalgara."

"Sátiro".

"Él siempre andaba en calzoncillos."

"¿Y tú?"

"Yo siempre andaba en shorts. Movía la pierna para tumbarlo, y para que no cayera, le metía las manos por debajo del blanco calzoncillo y lo sostenía por las nalguitas pequeñas y suaves. A los dos nos gustaba jugar.

"No te pases, todavía es un niño."

"Yo me excitaba, y él también, yo le vi su pinguita parada. Varias veces pensé en hacerle cositas, estoy seguro que se hubiera dejado."

"No te busques problemas."

"No me atreví porque era muy pequeño, y era mi primo."

-¿Quieres más? –me preguntó, sosteniendo en la mano la jarra con jugo de lechoza de un atractivo color casi rojo.

-Si, gracias.

Recordando el juego del caballito tuve una erección. Él me sirvió jugo, recogió los platos y fue a lavarlos. Me dio la espalda. Observé que tenía el cuerpo parecido al de papá, y al mío y de mis hermanos. Lo reconocí familiar. ¡Uy!, y había desarrollado un lindo culo mi primito, unas nalgas pequeñas pero bien formaditas.

"Olvídalo, todavía es muy pequeño para ti", reflexionó, otra vez, mi conciencia.

"Lo que me provoca es levantarme e ir a tomarlo por esas nalgas, bajarle suavemente ese mono azul oscuro y darle, aquí mismo, en la cocina, una buena empalada.

"Epa, cuidado, ese carajito todavía no debe tener ni pelos, además es tu primo", volvió a clamar mi conciencia, "te puedes meter en un peo".

-¿Y tú tienes novia? –le pregunté.

-Sí –respondió, normalmente –. ¿Y tú?

-No, novia no –contesté, y quedé pensativo.

"¿Quién va a tener novia metido en un cuartel? ¿Ah? Lo que sí tengo es al soldadito andino, bien loco por mí. Y si no al otro. En los cuarteles hay gay, creo que algunos se meten es por eso, ¿tú no crees, conciencia?"

"Déjalo quieto".

-¿Qué pasó con aquella muchacha que salió embarazada de ti? –preguntó Rafa.

-No vale, ese hijo no era mío, ella, después, dijo la verdad. Más tarde se empató con otro que tampoco era el padre de ese hijo. De él también salió embarazada. Ahora anda descuidada y gorda, se puso fea, cuando yo la conocí era muy bonita, delgada, y era bien jovencita. Pero no era virgen, claro, además yo me la tiré con condón, yo nunca me he tirado a una mujer sin condón. Mi papá los compra, para mí y para mis hermanos mayores. Y nos enseñó a ponérnoslos.

-¿Cómo los enseñó? –preguntó, Rafa, con cierto matiz ingenuo.

-Lo hizo en su dedo –respondí, escuetamente.

Terminó de fregar los platos y volvió a sentarse frente a mí.

-Me hubiera gustado tener un papá –comentó.

-¿Nunca más has sabido de él? –pregunté.

-No sé de él desde hace varios años.

Lamenté esa situación, bien delicada, pero tan común. Para mi esa vaina era inconcebible, yo tenía papá, y no me imaginaba como hubiera sido mi vida sin él. Comencé a pensar en una verdadera solución. No quería aprovecharme, deseché cualquier intento que pudiera estar madurando de intimar con mi primito. Tenía una bella cara, su piel dorada, su cabello liso, de color bronce, muy cortito y moderno, que dejaba capturar la hermosa forma de su cráneo, con un flequillo sobre la frente al cual debía dedicarle mucho tiempo al espejo. Se le notaba muy coqueto, la piel de su cara era tersa y delicada, sin el más pequeño granito o impureza. Y con todo ese aspecto moderno que los carajitos de mi pueblo imitan de los caraqueños. Mas todo en él era natural, irradiaba un ángel muy especial, una picardía disuelta en sonrisas y en miradas francas a través de sus hermosos e inteligentes ojos.

-Estoy haciendo karate, ¿sabes? –dijo.

-¿En serio?, Yo también estoy haciendo, en el cuartel.

-Si quieres te hago el "kata" que estoy practicando, ¿lo quieres ver? También sé los números en japonés.

-Sí, sí.

Retiró los dos sillones a un lado y se dispuso con mucha seriedad, en medio de la sala. Yo me senté a observarlo. Rafa siempre había sido despierto y tenía ciertas dotes artísticas, era muy mimado por su madre pero esto no lo hacía malcriado o melindroso. Al contrario, la madre lo consentía pero no era un niño tonto, lo había educado con mucho cariño. Lo metía en canto, en baile, en pintura y en todo lo que se le ocurriera al niño experimentar. No sé si hizo tan bien el kata, yo apenas había recibido algunas clasecitas de karate, pero a mí me dejó asombrado de su talento y la fuerza que manifestaba. Rugía como un felino y sonaban sus músculos del fervor que trasmitía a la actividad. Me emocionó verlo tan ágil y tan sagaz, con elegancia feroz y ojos aguerridos como los de un soldado. Me enamoré de él, pues.

Con su viveza franca y los ojos vivaces me miró, escrutando lo que me había parecido la ejecución del kata. Había sudado algo y el levísimo bozo que asomaba encima de su carnosa boca, estaba húmedo. Sentí enormes deseos de besarlo y de lamerle todo su sudor. Llevaba una camiseta holgada, y a través de ella presentí las formas de su torso, su abdomen, su ombliguito… Y miré sus caderas estrechas queriendo adivinar lo que se escondía tras ese mono de algodón azul marino que registraba tan esbelta figura.

"Esta bueno el carajito, ¿no?"

"Cálmate, mañana, en el pueblo, matas ese queso".

"No voy a hacerle nada, pero si no se tratara de él, otra sería la historia."

"Es inocente."

"Ya yo le he quitado esa inocencia a varios carajitos."

"Pero no tan pequeños, ya más adolescentes."

"Rafa ya está desarrollándose."

"No creo."

"En cualquier caso no te preocupes, no voy a hacerle nada, voy a respetarlo así como lo respeté antes, cuando era un niñito pequeño.".

-Casi eres un experto en karate –le dije – ¿Y desde cuándo lo estás haciéndolo?

-Desde hace como tres meses.

-Me dejas sorprendido, lo haces muy bien, ya pareces muy profesional.

-Mi sensei dice que voy avanzando rápido.

-¿Y no haces dibujos, como antes?

-Claro, y también pinto. ¿Quieres ver los cuadros que hice?

-Sí.

-Vamos al cuarto.

Tomé mi morral y nos fuimos al cuarto. Me mostró uno cuadros que estaban colgados en el cuarto, un retrato de su mamá y unos paisajes. Sin duda que Rafa era un muchacho con talento. Después observé bien la habitación, recordaba todo con afecto, ella era testigo de algunas travesuras de principios de mi adolescencia, y la cama, era la misma, aquella que podía contar historias mías. Rafa sacó una colchoneta de closet y la extendió en el suelo, al lado de la cama. Yo saqué, de un bolsillo de mi uniforme, el MP3 y me acosté allí a descansar. Estaba exhausto del viaje, y como cené bastante, me sentía algo pesado.

-¿Qué música tienes en ese MP3?

-Variada, tiene vallenatos, bachata, reaggeton… ¿quieres oírlo? También tengo el equipo.

-Ponlo sí.

-Al papi.

-¿Cuánto te costó?

-Me lo regalaron.

-Tremendo regalo. ¿Quién te lo dio?

-…una amiga.

-¿Tu novia?

-No, ya te dije que no tengo novia.

-Ah.

Conecté el MP3 al equipo y comenzó a sonar el regaetón.

-No lo pongas a volumen alto, para no molestar a mamá.

Fui al baño y me lavé los dientes, preparándome para dormir.

-No, duerme tú en la cama –dijo Rafa, cuando regresé y me eché en la colchoneta.

-Yo estoy bien aquí, duerme tú en la cama –respondí.

-No, no, tú duermes en la cama, ¿qué crees, que voy a dejar que duermas en el piso aquí de mi casa? No, la cama es para ti.

-No, esto es suficiente para mí. Yo soy un soldado, esta colchoneta es mucho mejor que algunos lugares donde he dormido.

-No, no voy aceptarlo, pásate a la cama –insistió.

Al fin me pasé a la cama. Alojé mi cabeza en una suave almohada. Mi primo se quitó la ropa y quedó sólo vestido con unos calzoncillos blancos no muy ceñidos a su cuerpo. ¡Guao, que buen culito!, de verdad. No sé si me quería tentar con su delicioso cuerpo, pequeño pero muy bien definido, con músculos bien precisos que delineaban exquisitamente su cuerpo de hombrecito. Una hermosa protuberancia, tan masculina, se le notaba por delante… Lo hacía como si nada, como si fuera lo más normal andar en calzoncillos. Y en verdad, recordé, eso era lo común cuando él era pequeño. Me cubrí con la sábana para liberar mi erección sin que Rafa lo notara. Cerré mis ojos, quería dormir, traté de olvidarme de él.

"Como me gustaría, ahorita mismo, tener, en esta cama tan blandita, al andinito, ¿ah? O aquel soldadito, el recién llegado, a quien ya le metí ojo, y está fino. O al que, en la noche, entra al cuartel por un hueco que él mismo hizo, por debajo de la reja, para encontrarse conmigo que lo estoy esperando en guardia, justamente por ahí."

"Sí, en verdad

"Incluso con el tipo del Caprice rojo, ¿recuerdas? El que me pagó por estar con él, un rato, en un hotel. Tú no querías que yo fuera."

"¿Y sí quería matarte? Tú ni lo conocías", intervino mi conciencia.

-¿Qué matarme?… Tres veces lo maté yo a él, y después quedó contento, le saqué el MP3 y me dio plata.

"Eso no se debe hacer, no es dinero limpio".

"Hasta me llevó a comer pizzas, y me dio su número de teléfono."

"Sí, yo siempre recordaré eso."

"Un día de estos lo voy a llamar".

"Ah. Ya. Te vas a meter a puto. ¿Vas a volver a vender tu cuerpo?

"Ya deja el drama".

"Entiendo. Voy a morir joven. El resto de tu vida estarás sin mí.

"No es por dinero, vieja, A mi me gustó el tipo. Era bien adulto pero me gustó mucho cogerlo. Tiene un buen culo, y se entrega todito, sin lloriquear.

"No le cobres, entonces. Si te gusta tanto…"

"Está bien, no le cobraré. Pero si me quiere regalar algo, acepto".

"Es tu vida".

"¿Tú nunca olvidas, conciencia?"

"No, puedo. Hago mi trabajo".

"Por una vez no importa".

"Sí importa".

"Conciencia, me quiero hacer la paja, para poder agarrar el sueño".

"Sí, háztela".

"No, Rafa se daría cuenta".

"Suavecito".

"No, se va a dar cuenta, va a creer que lo estoy provocando. Además no quiero llenarme todo de leche".

"¿En el baño entonces?"

"No".

"Oye, no le vayas a hacer nada a ese carajito."

"Yo no voy a hacerle nada, ya te dije".

"Así es la vida, hermano, por una sola noche no te vas a morir".

-¿Apago la luz? –preguntó Rafa.

-Si, por favor –respondí.

-¿Te importa si dejo la lámpara del escritorio encendida? Quiero estudiar un rato –comentó.

-¿Tienes exámenes?

Estoy de vacaciones pero me quedó una materia y voy a presentarla antes de entrar a clases.

-¿Hasta cuándo estás de vacaciones? –quise saber.

-Hasta mediados de septiembre.

-Te queda más de un mes de vacaciones –calculé.

-Si.

-Entonces estudia, a mi no me molesta la luz, a mi no me molesta nada. Hasta mañana, quiero dormir, estoy cansado.

"Así es, no te dejes vencer, déjalo tranquilo que estudie", reflexionó, prudente, mi conciencia.

"Ya déjame dormir."

Tranquilo quedé, pero no conciliaba el sueño tan deseado. Talvez me hacía falta el ruido del autobús para dormir, o es que estaba tenso por el viaje. Pasó un largo rato. Intenté poner la mente en blanco y respirar profunda y acompasadamente, lo hice por varios minutos.

-Alejandro –llamó, mi primito, con suavidad.

Iba yo a responder pero me detuve para me que creyera dormido. Si él seguía, yo sabía como iba a terminar todo. Otra vez intenté conciliar el sueño y respirar, poner la mente en blanco. Pasó un buen rato y casi me dormí.

-Ale.

"Mmm".

Fingí el sueño más profundo que jamás nadie tuvo. Por sus pasos y movimientos percibí que Rafa se acercaba. Yo, un soldado, sé estar alerta. Pronto sentí que me desarropaba.

"Tú no hables, conciencia, no fui yo".

Si en verdad hubiera estado dormido ya me hubiera despertado, y talvez Rafa tuviera una mano apretándole el cuello. Respiré profundamente, tratando de no reír, y simulando el sueño más pesado. Me levantó la camiseta hasta el ombligo. Trató, pero no le fue fácil, elevar la elástica del short y se conformó con palpar suavemente, sobre la tela, mi verga, que se puso durísima. Dejé que se divirtiera por un rato y después abrí los ojos. Él volteó a mirarme y quedó como paralizado ante el terror de verse descubierto.

-Perdón, es que yo soy... un estúpido, eso es lo que soy –argumentó mi primito, como excusa, casi llorando.

-No, primo, no hay problema, puedes tocarme si quieres –dije, tomándolo por un brazo, para detenerlo, porque quiso salir corriendo.

"Coño, ¿Alejandro?".

"Ya cállate, conciencia".

-¿En serio? –preguntó Rafa.

-Si, ven –llamé –, pero sólo puedes tocarme, ya sabes, tocar y nada más.

El muy audaz fue a tocarme directamente al pene. ¡Que primito tan osado! Su cara me quedaba de perfil, en la penumbra podía ver su silueta con la boca entreabierta.

-Es mejor que, antes de comenzar, cierres la puerta con llave. Y, mejor aun, voy a poner una bachatica bien romántica.

Marqué y comenzó a sonar la música por las cornetitas.

-Ya la puerta tiene llave –respondió, después que, con un dedo, le señalé hacia la puerta.

¡Ah primito para precavido!

Puse una mano sobre su cabeza y acaricié la textura suave de su corto cabello. Bajé a la nuca y palpé la seda dorada de los vellitos que recién nacían. Le puse la mano en el hombro y la dejé resbalar por su delicada piel de su brazo. Aprecié el suave abultamiento su bíceps. Lo tomé por la mano y lo atraje para que se acostara a mi lado.

-No tienes miedo, ¿verdad? –pregunté, porque lo vi temblando.

-No mucho.

-No tengas miedo. Solo vas a tocarme, ¿no es lo que querías?

-Si.

-Hazlo, pues.

Otra vez se dirigió su mano a tocar mi pene a través del short.

-¿Quieres que me baje el short? –propuse.

-Sí –su voz sonó entre ahogada y ansiosa.

Me bajé el short y saqué la camiseta. Mi miembro es hermoso, yo lo he comparado y así es. Además muchos me lo han dicho. No solo lo grande y lo grueso, sino lo recto, la suave piel, la bien formada cabeza rosada buscando elevarse levemente de la línea longitudinal, coronado por una pelambre que yo podaba frecuentemente. Me bajé los calzoncillos, dejé que Rafa me lo viera, y tragó grueso.

-¿Te gusta? –le pregunté estirando todo el prepucio hacia atrás.

Mi pene parecía un poste por lo vertical, erecto a más no poder, el prepucio quedaba replegado. Rafa no le quitaba la mirada. Su pene también se notaba erecto, él lo acariciaba a través de su blanco calzoncillo.

-¿Ah? –respondió, casi asustado.

-Tócalo, pues.

Más que caricias fue una exploración completa de toda la parte frontal de mi cuerpo. Yo me acosté y quedé en reposo para que él conociera en mí todas esas cosas que le fascinaban en un hombre. A veces volteaba su mirada agradada hacia mi cara y continuaba. Quise dar dinamismo a la situación y me senté en la cama descansando mi espalda sobre la pared. Él siguió acariciándome, buscando entre los vellos de las axilas, las tetillas, el pecho, recorriéndome todo, hasta los pies. Su caricia era suave, apenas un leve roce de sus dedos, o de la palma de su mano. Cuando me tocara el turno, mi caricia, más impetuosa, le marcaría. Quería meterle mano y dedos por todas sus rendijas secretas. Señalar el poder de la humedad en apoyo a la caricia digital. Averiguar acerca de su virguito culo.

-Recuerdas cuando jugábamos al caballito –le pregunté, cuando volvió a tenderse a mi lado.

-Claro que lo recuerdo –respondió Rafa, mientras leía lo que decían las placas metálicas que colgaban de mi cuello.

-Desde pequeño te gustó, ¿verdad? –aseveré.

-¿Qué cosa? –preguntó, haciéndose el inocente.

-Jugar al caballito.

-A ti también te gustaba. Decías que servía de ejercicio para tus piernas, pero no sólo era eso.

-¿Qué más crees que era?

-A ti se te paraba –aseveró.

-¿Hubieras querido verlo en ese momento? –indagué, malicioso.

-Era lo que más deseaba –respondió.

-Yo también hubiera querido mostrártelo pero eras muy pequeño.

-Yo estaba celoso de Jaime –dijo.

-¿De Jaime?

Recordé que Jaime fue uno de mis primeros amigos en Caracas. De cara no era gran cosa, pero el buen cuerpo y el sabroso culo lo emparejaban. Él decía que no era gay, eso me excitó más y tuve que arrebátale su virginidad casi a la fuerza.

-¿Por qué estabas celoso de él?

-Yo los miraba por una hendija que dejaba la puerta –confesó Rafa.

-¿En serio?, yo nunca pensé que tú sabías de esa hendija.

-Vi desde que se lo hiciste por primera vez.

-¿Y qué viste?

Tú le tapaste la boca, con una mano, porque él gritaba, trató de salir del cuarto y tú no lo soltaste.

-Sí. Él sabía a lo que venía pero cuando supo que la cosa era de verdad como que le entró miedo. Tuve que obligarlo. Pero no fui tan rudo. ¿O sí?

-No tanto, creo, porque después volvió y se dejó tranquilo. Yo también hubiera vuelto.

-Tú eras muy pequeño para eso, vale.

-Gregorio era apenas un poco mayor que yo –marcó Rafa tomándome por verdadera sorpresa.

-¿Cuál Gregorio?

-Uno que era amigo mío, y siempre venía a casa.

-¿Qué? ¿También nos viste?

-No, yo no estaba en la casa, fue en el baño.

-¿Y cómo lo sabes?

-Él me lo contó después que tú te fuiste.

-¿Qué te contó?

-Que tú lo desnudaste y él te lo mamó.

-Yo no lo desnudé, él se me metió en el baño, mientras yo tomaba una ducha. Cuando salí lo vi allí, desnudito en pelotas. Decía que quería ser mío, que le quitara la virginidad y me mostraba sus nalguitas.

-Él me dijo que no te lo quisiste coger.

-Sólo le metí el dedo por el culo, para que se fuera acostumbrando.

-Después que me lo contó, nunca más le hablé, le agarré rabia.

Deslicé mis manos por sus piernas hasta las nalgas. Encajé mis dedos en la elástica del calzoncillo, subió las caderas y se lo bajé hasta sacarlos por los pies. Luego volví sobre las piernas, lo contuve entre mis manos por las nalguitas, lo levanté y lo atraje hacia mí, colocándolo sobre uno de mis muslos. Lo primero que resaltó fue una hermosísima sombrita de vellos oscuros que coronaban toda su pueril delicadeza.

"Conciencia, es ya un hombrecito".

Pero mi conciencia no apareció por allí, yo creo que se había ido.

Su pene estaba bien paradito y era pequeño, bien hermoso. Parte de su rosado glande quedaba cubierto por el prepucio. Se masturbaba suavemente. Su cara era muy risueña. Moví la pierna para que cabalgara. Mi pene se encabritó de la excitación que producía sentir sus nalguitas desnudas saltando en mis muslos, a caballito. Moví la pierna a los lados para colarme al calorcito que se alojaba entre ellas. Le tomé por las nalgas y se las abrí para hacer rozar mi pierna directo en su culito. Y él mismo comenzó a frotarse contra mí. Sus ojos brillantes, y la expresión de su cara, denotaban la lujuria. Se notaba tan ardiente que su expresión perdió la grácil actitud infantil. No dejaba de ser hermoso pero su mirada parecía ya adulta. Después de disfrutar un rato de esa situación lo elevé en el aire, con mucha sutileza y deposité el centro de su lampiño culito, justo sobre el tronco de mi erecto pene.

-Restriégate aquí.

La situación era excitante, sentir los labios de su culo besando mi pene de arriba abajo. La mirada de Rafa me trasmitía que estaba gozando de verdad y eso lo hacía más delicioso. De allí surgió un abrazo muy fuerte. Él se apretó a mí muy fuertemente, abrazándome, y seguía trabajando su culito, moviéndose enardecido contra mi tronco de verga. Y yo lo meneaba rítmicamente invitándolo a que siguiera cabalgándome. Imaginé estarlo penetrando profundamente. Y le fui besando tiernamente la delicada tez de su cara sus mejillas y su frente, para caer por la nariz a sus labios. Cerré lo ojos y recordé su boquita, rosada, y la lengua rojita, por la chupeta que a menudo llevaba en la boca. Comencé a lamerle los labios y él pronto los entreabrió. Le fui metiendo lengua y todavía encontré restos del dulce sabor.

-Como te pusiste de fuerte –afirmó Rafa midiendo, con sus manos, mis hombros y mis bíceps y asombrado por la facilidad con que lo elevaba en el aire.

-Yo siempre he sido fuerte –contesté.

-Pero no tanto como ahora. ¿Quién te hizo ese tatuaje?

-Un indio en el Amazonas. Se hizo mi amigo, por unos días, y me lo tatuó. El dice que es étnico, no se hace con aguja sino quemando la piel con un cuchillo al rojo vivo, sólo se lo hacen a los indios, y como mamá es india pura… Lo negro es ceniza de la corteza de un árbol, con otras cosas. Es la marca del jaguar.

-Debió dolerte ¿no?

-No podía ni gemir, pero fumé antes una droga para poder soportarlo.

-A mi no me gustan las drogas.

-A mi tampoco pero eso fue algo especial, como una fiesta, una ceremonia que se debía cumplir para poder ser su hermano.

-Es raro, nunca vi un tatuaje así –dijo, palpándolo con sus dedos –. ¿No te duele?

-Ya no, puedes darle duro, es parte de mi piel.

-Es arrechísimo.

-Tengo otro tatuaje aquí –dije, señalando hacia mi pene.

-¿Dónde?

-Aquí abajo, tienes que buscarlo porque es muy pequeño, tal vez no se vea con esta luz.

Con esa treta bajó a buscar, pero cuando iba a preguntar dónde, le puse la punta de mi verga en los labios. Él rió, tomó en su mano el tronco y estiró hacia atrás el prepucio para dejar la cabeza de mi pinga bien destapada. Saco su lengua y lo rozó. Abrió sus labios y le metí el pene en la boca. Sentí como lo recibía, con deleite y alguna destreza, lamiendo cada centímetro de la base a la punta. Lo mantuvo en su boca mas no se lo tragó, ni mucho menos. Yo no lo esperaba y tampoco insistí. Tomándolo por las axilas lo elevé. Acaricié su torso casi infantil, sus axilas, pellizqué suavemente sus tetillas planas para que tomaran turgencia en la puntita, quería mordérselas. Besé su cara, primero suavemente, sintiendo, con mis labios, toda su tersura. Humedecí sus labios y él los abrió. El beso fue largo y suave. Entre boca y lengua bajé a los hombros y pasé a atraer su cuerpo contra el mío. A partir de la espalda una mano recorrió y apreté sus turgentes nalgas. ¡Culito!.

-¿Y tú antes has tenido sexo?

-Sí –contestó Rafa.

-¿Y con quién?

-Con un amigo.

-¿Y cómo se llama?

-Carlos.

-¿Y cómo fue?

-Bien –dijo él, simplemente.

-Cuéntame, pues –debí inquirir.

-No sé que contar. Él dijo que quería ponerme una inyección, yo le dije que no. Pero cuando me enseñó cual era la jeringa y me pidió que me bajara los pantalones

-¿Te los bajaste?

-Sí, me convenció y me dejé.

-Te gustó la inyección –afirme.

-Al principio sí, lo hicimos pocas veces, él quería todo, luego dejó de gustarme y no lo hice más.

-Yo conozco a alguien así. ¿Y con más nadie has tenido sexo?

-No, pero me hago la paja. Una vez me tocaron el culo, jugando fútbol. Todo cosa de niños, yo nunca estuve con un hombre.

-Y qué prefieres, ¿con un niño o con un hombre?

-Con un hombre, claro.

No era virgen mi primito. Con lo que a mí me gustan los virguitos, me decepcionó un poco, pero a la vez, saberlo, me relajó y eliminó complicaciones. Sumergí el dedo entre las nalgas, se lo acosté sobre la rajita del culo y apreté.

-Yo quiero penetrarte –le avisé al oído.

Rafa respondió besándome el cuello y uniéndose mucho a mí. Le enseñé como ponerse "en cuatro" porque él se colocó como un caballo.

-Dobla los brazos y apóyate en los codos... Trata de hundirte más y descansa la cabeza y el pecho en la almohada –yo iba detrás indicándole, acariciando su espalda y palmeando suavemente sus nalgas –, ahora para el culito hacia mí –lo halé por las caderas –, hunde un poco la espalda y busca esto – lubriqué mi dedo en saliva y se lo puse en el culito, hundiendo e indicando la dirección en la que debía buscar –. Para más el culito.

Todo hasta que me puso el culito bien en pompa. Le eché un poquito más de saliva. Crucé mis piernas entre las de él y las abrí para llegar a la altura y poder embocar el culito desde abajo, y así le puse la cabeza de mi pene en toda la hendijita. Lo dejé allí un buen rato, sólo para que lo sintiera. Mientras, le acariciaba la suave piel de la espalda y captaba entre mis manos el volumen pequeño de sus glúteos. ¡Que bueno estaba mi primito! Le separé las nalgas y empujé un poquito. Mi pene botaba babita por la punta y recordé que debía ponerme un condón.

-Ponte condón –pidió mi primo Rafa.

-Coño. Me leíste el pensamiento. A eso iba.

Tomé el tubo de lubricante y el condón de mi morral y volví para colocármelo frente al culito, pero él bajó las caderas y volteó para observarme.

-Listo, ahora déjame ver a que sabe –dije.

Cuando me dejo verlo estiré un poco con los pulgares y le clavé la lengua. "¿Qué es esto?" Me pregunté. Estiré con mis pulgares para cerciorarme ¿Dónde está el culo? Si esto es tan cerradito que no cabría ni una moneda pequeña. Toqué con el dedo para cerciorarme. "Este culito es virgen donde sea", aposté.

-Vas a tener que relajarte bastante –advertí.

-¿Va a dolerme? –preguntó, algo inquieto.

-¿La otra vez te dolió?

-¿Cuándo? –preguntó.

-¿Con Carlos?

-No. Es que yo no sé si, en verdad, me lo metió.

-¿Cómo que no sabes…?

-Eso fue solo una vez y él se chorreó entre mis piernas.

Entonces, ni lo uno ni lo otro. ¿Sería virgen ese huequito? Bajé mi lengua y comencé a ocuparme en distender la estricta estrechez de ese pequeño ano. A fuerza de lengua se lo saqué. Se lo lamí como me dio la gana. Le di frotamientos con el pulgar para ablandarlo. Y aproveché para meter mi lengua en esa hendijita que me gustaba tanto. No aguantaba y mientras mi lengua descansaba le besaba las nalguitas de tez tan nívea. Con textura de seda. Y se las mordía suavecito, sobretodo por debajo, donde tenían más carnita. Pero el huequito del culo me seguía llamando, y acudí de nuevo, le separé las nalgas con mis manos, estiré con los pulgares y volví a meterle lengua a ese culito con sabor e chupete de fresa.

Me costó meterle el dedo, pero al fin entró y comencé a masajearlo suavemente por dentro para que se fuera acostumbrando. A la vez masturbaba su pinguita con mucha suavidad, y a veces rapidito. Para que gozara. Embarré mi dedo medio con bastante lubricante, comencé a hundirlo entre la saliva que se depositaba en el culito. Lo hundí lentamente hasta tocar el volumen de su próstata y ahí lo dejé. Acariciaba solo esa bolsita. Él gruño de placer, o de dolor, cuando se sintió penetrado por mi dedo. Intentó elevar su espalda para masturbarse él mismo, pero yo lo detuve. El dedo, sin embargo, siguió sintiéndose apretado en su recto. Comencé a moverlo circularmente y a estirarlo con suavidad hacia arriba y hacia abajo. Saqué el dedo. El culito de mi primo era demasiado pequeño y decidí no penetrarlo. Unté más lubricante en mi dedo y volví a hundirlo, persistía la tensión pero sin duda resbaló otra vez, decidido, hasta la próstata. Y comencé a masturbarlo suavemente para que eyaculara en mi mano. Pero un momento antes de que eso sucediera retiró mi mano.

-Ya va, ya va, que no quiero acabar todavía.

-Sí, acaba –le dije, y seguí moviendo el dedo en el culo para excitarlo más.

-No, no.

-Sí.

-No, no, después.

-¿Cuándo? –pregunté.

Respondió reculando, buscando por si mismo. Siendo así, yo me dispuse, le saqué el dedo y sostuve mi pene sobre su hendijita, sin moverme, esperando que, si así lo quería, él mismo se lo encajara. Sin duda que lo intentó. Yo mantenía las manos en sus caderas atrayéndolo suavemente pero sin imponerme.

-Abre bien tus nalgas con las manos –le recomendé.

Así lo hizo y tampoco le resultó. Haciendo esfuerzos no logro abrirse.

-No puedo –dijo Rafa recostándose sobre la cama y elevando sus nalguitas, mientras su cara volteaba hacia mí, con una cierta súplica –. Hazlo tú, anda, métemelo tú –pidió.

Yo miré la preciosura de cuerpo que se me ofrecía, Sus blancas nalguitas elevadas y entreabiertas, resguardando un culo tan apretadito y delicioso, de textura tan suave. No tuve más salida que caer suavemente sobre él a alojar mi pene entre sus nalgas, y caí justo en el pocito. Amoldé mi abdomen a sus nalgas. Dejé caer mi tronco sobre su espalda, y le besé los pelitos incipientes que bordeaban su nuca. Sonreí por que Rafa como que no sabía lo que estaba pidiendo. Lo apreté entre mis brazos y se lo empujé un poquito, nada más para que tuviera completa su lección. Gimió como una carajita pero yo no lo solté. Apoyé mi mentón en su hombro y volví a reclinarme contra él con algo más de fuerza.

-Ay, ay. No, no, mejor no –gritó ya.

Yo terminé por reír y retrocedí unos centímetros. Incliné mi boca sobre su oído, y volví a amoldar mi cuerpo a sus formas posteriores.

-¿Ah?

-Me dolió.

-Es que hacer eso no es fácil. Yo podría tomarlo pero te rompería. Y si te doy como debe ser tendríamos que correr al hospital con un culo manando sangre –susurré a su oído – Pero si quieres con el dedo... –le señalé mi grueso dedo medio.

-No, mejor lo mismo que le hacías a mi amigo Gregorio.

Llevé mi mano a tocar sus mejillas, mi dedo pulgar se movió a acariciar el borde de su labio inferior.

"Conciencia, tú eres testigo".

Me quité el condón, lo tiré al suelo y acaricié mi pene liberado.

-¿Y qué fue lo que te dijo tu amiguito Gregorio que yo le hacía? –le pregunté, sentándome en la cama.

-Dejabas que te lo mamara y le echabas la leche en la cara y en la boca.

"¡Que primito me gasto! ¿Cómo será a los quince?", consideré.

-Ven, pues, toma tu lechita, anda –dejé.

Se arrodilló entre mis piernas abiertas. Le coloque una mano sobre la nuca y lo atraje. Entre sus suaves lenguazos, sus húmedas chupadas a mi glande y ayudado por mi propia masturbación, obtuve un largo orgasmo que sacudió hasta la última hebra de mi cabello. Derramé, copiosa, la leche, tanto que me sorprendió, fueron varias buenas oleadas de líquido, cada una de ellas acompañadas de infinito placer. Las primeras gotas las boté en su boca, el resto se disparó sobre su nariz y sus mejillas, las últimas salpicaron su pecho. Finalicé y él me miró azorado, se puso de pié, en su cara resbalaba el semen blancuzco y espeso. No sabía que hacer con el que mantenía en su boca. Sentí como si lo hubiera bautizado.

-Traga –le recomendé.

Así lo hizo y luego tosió.

-Sabe muy raro, pica –comunicó entre la tos.

Tomé una toalla y le limpié la cara y los labios.

-Quieres que te haga lo mismo –pregunté.

-Sí.

-Acuéstate pues –exclamé, complaciente.

Me tragué todo su pene. Era hermoso, en su forma era parecido al mío, pero mucho más pequeño, a su escala. Calculé que podía ser genético por el gran parecido. Engullí, también, sus dos buenos cojones, dentro de mi boca y su glande se alojó, por momentos, en mi garganta. Mi dedo volvió a insistir y se instaló en su culo a presionar la próstata. Le froté el pene con mis labios ensalivados y mi lengua, repetidamente, hasta que pronto acabó, yo me tragué toda su lechita y dejé su pene limpiecito. Luego le saqué el dedo del culo, él extendió su cuerpo de espaldas, se pegó a mí, lo abracé, y así me dormí.

Desperté cuando escuché el sonido de la puerta al abrirse, era mi tía, ya vestida y arreglada para salir a trabajar, estaba muy perfumada. Ya el sol entraba por la ventana. Me aterroricé porque creía que, a mi lado, bajo la misma manta, dormía, desnudito, Rafa. Pero no, él ocupaba la colchoneta, desarropado y en calzoncillos.

-Sólo entré para despedirme de ti porque me voy a trabajar y cuando regrese puede que no estés aquí ya –comunicó mi tía.

-Así es, tía, mi autobús sale a las cinco de la tarde –contesté, todavía asustado.

-Entonces les das mis saludos a todos por allá. Me gustó mucho que hayas venido.

-A mi también me gustó venir, tía.

-Vuelve pronto, ¿sí?

-Esta bien, tía.

-Chao, te quiero –dijo, y cerró la puerta.

Mientras esperaba que mi tía saliera para subir a Rafa, otra vez, a la cama, lo miré, estaba profundamente dormido sobre la colchoneta en el suelo. Quería bajarle esos calzoncillos y revisarlo bien a la luz del día. Pero otra idea surgió en mi mente, cruzó como una luz que ciega. Le di un manotazo a mi conciencia que me impedía levantarme de la cama, y salí lanzado a abrir la puerta de la habitación. Me anudé, antes de salir, la sábana a la cintura porque estaba desnudo.

-Tía –llamé en voz alta –, espera, quiero hablar algo contigo.

-¿Qué, mi amor? –respondió ella.

-Quería pedirte que le dieras permiso a Rafa para que se vaya, conmigo, a Monagas, sólo durante estos días en que yo voy a estar allá. Después yo mismo lo traigo.

-No. Alejandro tú sabes que no voy a dejar que Rafa ande solo por ahí –respondió ella.

-Ya él está creciendo tía, debes darle mayor libertad ahora que está de vacaciones. Además, no va a estar solo, va a estar conmigo y con mi familia, que es suya también.

-No, no, Rafa no ha debido pedirte que intervinieras. Él sabe que no le voy a dar permiso.

-Rafa no sabe nada, tía, yo no le he dicho.

-No me pidas eso, Alejandro.

-Tía, a mi me parece que él necesita la guía de una figura masculina porque él no tiene padre. Allá en casa está mi papá que seguro lo recibe como a un hijo, y están mis hermanos que ya son hombres, y estoy yo, en nuestra casa él podrá llenar ese vacío que tiene –argumenté, en voz muy baja.

-Tú también te fijaste que él como que... –comenzó a decir mi tía.

-¿Cómo que qué? –pregunté, en vista que ella no terminaba.

-Que él como que es...

-¿Gay? –pregunté yo, diciendo lo que mi tía se resistía a pronunciar.

-...sí.

-No. No es eso, tía. En todo caso déjalo que él sea como quiera ser. Yo no estoy hablando de eso.

-Yo he tratado de ser, también, su papá, pero sé que es mentira.

Mi tía y yo habíamos hecho buena amistad durante el tiempo en que yo había durado allí, viviendo en su casa. Yo sabía algo de ella y utilizaría cualquier arma para lograr que Rafa se viniera conmigo. Estaba decidido a mostrarle cosas al carajito, no precisamente cosas malas, pero sí la vida, la vida de verdad, tal como él quería que se la mostraran. A través de los ojos de un tipo adulto que lo respetara, y que no le produjera ningún trauma, ahora o en el futuro. En fin, llenar vacíos que una mujer no puede, por más que quiera, ocupar.

-Lo que digo es que tú no puedes arrastrarlo a él en esa adversidad que le tienes al pueblo, tía. Él tiene derecho a conocer a su familia.

-No, no, pero es que no…, no.

-Tía, yo sé que haz sido buena madre, pero él tiene vacíos que tu nunca podrás llenar.

-Sí, sí, yo sé, pero todavía no, cuando sea más grandecito.

-Tía, dale algo de libertad, él ya es un hombrecito, no sé si te habrás dado cuenta. Hay cosas para que las que ya le llegó la edad, tú debes entender. Y yo soy su pana, además de ser su primo, y lo quiero como si fuera mi hermano. Lo puedo ayudar en ese aspecto ¿O prefieres que otra persona lo ponga pila? ¿O que venga a alguien, cualquiera, le caiga a muela y lo confunda?

-¿Tú dices que Rafa no sabe nada?

-No, no sabe, a mi se me ocurrió fue ahorita.

-Tal vez él no quiera ir, lo tengo en karate y pronto habrá competencias, él está entrenando mucho, está bien interesado. No creo que pueda ir.

-Si quieres le preguntamos.

Sin pensarlo caminé hacia el cuarto y ella me siguió.

-Además, él aplazó una materia y debe presentarla, ahora en septiembre.

Abrí la puerta de la habitación y vi que Rafa seguía en la misma posición. No le costó terminar de despertar. Yo lo miraba con mis ojos risueños intentando que entráramos en una misma onda. La madre, al parecer, intentaba hacer lo mismo. Su mirada buscaba respuestas en ambos, sus ojos se movían inteligentes y astutos, entrecerrados para captar todo mejor.

-¿Qué pasa? –peguntó, al fin.

-Es que Alejandro inventó un viaje sin contar con nadie.

-Que si quieres irte, conmigo, esta semana, para Monagas, para la finca de papá.

Rafa se levantó de la colchoneta como si un resorte lo hubiera propulsado. Andaba en calzoncillos e hizo lo mismo que yo, se anudó la sábana a la cintura.

-Claro que quiero, mamá, me tienes que dejar. No busques excusa.

-Un momento, eso no es así. No he decidido nada.

-Mami, anda. Yo nunca salgo de aquí sino es contigo y con tus amigas. Déjame ir, no me va a pasar nada.

-Rafael David –dijo mi tía, con sobriedad –, usted raspó una materia, ¿o no lo recuerda?

-Mamá, pero yo la voy a pasar, ya he estudiado, y puedo estudiar más.

-Ay, no sé.

-Tía –intervine –, déjalo ir. Le va a hacer bien.

-Está bien. Está bien –dijo al fin –. Yo me voy a quedar con el corazón en la boca, pero lo voy a dejar ir. ¿Cuándo lo traerás?

-La semana que viene.

-Ay, Alejandro, ¿tú lo vas a cuidar bien? –preguntó, ansiosa, mi tía.

-Tía, tú sabes que sí.

-Sería la primera vez que me separo de él, desde que nació.

-Le va a hacer bien un poco de libertad.

-Bueno, disculpa, pero ahora tengo que irme, ya estoy retrasada, y tengo que bajar a pié porque los ascensores están dañados. Y tú, Rafael, prepárate para el kárate, ya te tienes que ir, lo del viaje es esta tarde. No faltes al kárate.

Rafa salió corriendo para el baño.

-Les dejé el desayuno en la nevera. Ustedes preparen el almuerzo, hay carne en el congelador. Y ahora sí me voy.

-Tía, pero, para que él viaje conmigo, tienes que firmar algunos papeles, esta tarde, en el Terminal.

-¿Esta tarde? ¿Y a qué hora?

Acompañé a mi tía a la puerta y cuando regresé, el cuarto estaba vacío, Rafa seguía en el baño. Yo me reía solo. Toda una semana de vacaciones con un precioso carajito que además era mi primo, que era tan vivo y que me gustaba tanto. En eso noto que mi conciencia esta sentada en la cama con cara de vaca amarrada.

"¿Volviste?", pregunté, satíricamente.

"No tengo más remedio, mientras viva, que estar contigo", respondió mi conciencia, muy enojada.

"Lo voy a tratar bien, verás", le comuniqué.

"Sí, se nota. Él tiene vacíos que no puedes llenar…", dijo en tono de burla. "Sí, yo sé que vacíos son esos",

"¿Y también sabes con qué se los quiero llenar?"

"Pervertido".

"Mojigata".

"Preso puedes ir. Allí sí me vas a decir mojigata, cuando estemos viviendo en la cárcel."

Yo me puse los calzoncillos, me senté a su lado, en la cama, y me dispuse cortarme las uñas de los pies.

"Es que me gusta demasiado el carajito, conciencia. Es algo que no voy a poder controlar, yo lo sé. Y yo también le gusto a él."

"Es peligroso."

"Sí."

"En casa se debe ser muy cuidadoso. Si papá se entera de algo así

"Me mata a coñazos".

"¿Y con los hermanos? Hay que tener mucho cuidado."

"Sí."

"Y mamá le va a caer a preguntas. Y ella es vivísima, le puede sacar algo."

"Rafa no es estúpido, él sabe como es todo. De todas formas yo lo pongo pilas en el camino".

"¿Por qué no te haces su amigo, sinceramente? Él de verdad, necesita una figura masculina a quien seguir, sin que intervenga el sexo"

"No, conciencia, es que él también quiere".

"Sí, eso es lo peor".

"Eso es como un potro desbocado en plena sabana, conciencia. Eso nadie lo va a poder parar."

Calculé que mi tía debía ir bajando los doce pisos y me asomé a la ventana para verla salir del edificio. La mañana también había amanecido húmeda y aun así el ajetreo ya se hacía dueño del "veintitrés". Hice ejercicios de tensión dinámica para mis brazos y pecho, luego para el abdomen. Abajo, mí tía salió a calle. Al darse cuenta de que caía una lloviznita abrió el paraguas y caminó hacia la estación del Metro. Oí que Rafa abrió la llave de la ducha y me imaginé el agua fresca cayendo sobre su cuerpo dorado. Me quité los calzoncillos y los lancé hacia el cuarto. Me acerqué a la puerta del baño, la encontré sin llave y la abrí.

FIN