El soldadito de plomo

Una version moderna del famoso cuento del soldadito de plomo, donde un militar y una bailarina se enamoran.

Habían pasado dos años desde que volvió a casa y aun le atormentaban las mismas pesadillas, reviviendo el momento del accidente una y otra vez.

En sus sueños volvía a ver el camión en el que iba él y sus 3 compañeros, volvía a sentir la sacudida de la explosión, el impacto contra el suelo, el dolor en la pierna y el rostro.

Se veía de nuevo en la enfermería, preguntando por Joel, por Lucas y por Albert sin recibir respuesta de las figuras vestidas de blanco que estaban a su alrededor. Mas tarde supo que Lucas había salido malherido y el resto de compañeros habían muerto.

Noche tras noches escuchaba la voz del traductor mientras le decía que podían salvarle la pierna, pero que no le aseguraban una recuperación al cien por cien y lo de la cara

Cada vez que se miraba al espejo veía la cicatriz que le ocupaba parte de la cara y el cuello. En sus ojos azules quedo desde ese momento una expresión extraña. Ya no se reconocía.

Todo ese dolor, ese miedo, se le quedo grabado en la mente, cuando regreso a casa ya no era el mismo.

-¡Luis! Luis espabila, tu das.

-Si perdón

Las cartas volaban de sus manos a la mesa cayendo sobre el tapete verde.

-Mus.

-Mus.

-Puff, venga, mus

-Yo…esto… Chicos, no me encuentro muy bien voy a salir a que me de el aire.

Se levanto cogiendo su copa de whisky y salio fuera del local. Cada vez le costaba mas aguantar con otra gente, ni siquiera con los amigos de toda la vida.

Encendió un cigarrillo, buscando en el humo un momento de paz para su mente.

El sol caía con ganas a esa hora de la tarde, se notaba el asfalto caliente bajo los pies, echo otro largo trago a su copa, enfriando su boca.

El calor le calmaba ligeramente, su concentración cada vez era peor. Mientras jugaba a las cartas rememoraba el accidente. Le aconsejaron que buscara ayuda, pero nadie podría entenderle, nadie puede ponerse en su lugar.

Samuel asomo la cabeza por la puerta del bar.

-Luis, ¿estas bien? te noto ausente, mas ausente que de costumbre.

-Lo de siempre Samu, lo de siempre

-Esta noche vamos a ir a un club, ya sabes…, vente, te vendrá bien cambiar de rutina, no puedes pasarte las noches despierto viendo la tele como un zombie.

-Esta bien, iré.

Mientras se afeitaba la escasa barba que le crecía, volvió a mirarse al espejo. El pelo rubio había perdido el brillo de antes, ahora caía en perezosos mechones sobre su cara.

Se limpio los restos de espuma y se metió en la ducha. Ahí otra vez, las horribles cicatrices de su pierna recordándole el pasado. El agua fresca limpiaba su cuerpo, refrescándole del calor de ese verano endiablado.

La ropa le esperaba colocada sobre la silla, ni a 40 grados se ponía pantalones largos, no soportaba las miradas de la gente, esa mezcla de pena y morbosidad.

Salio de la ducha y se vistió.

Sus amigos estaban ya en el bar y aun estaban tomando un café, así que no hacia mucho que estaban allí.

-Sonia, ponme un cortado.

Pidió mientras se sentaba en un taburete al lado de sus amigos.

Otra noche más que pasaba, otra noche de garitos, alguna que otra chica tonteando con los chicos mientras el se emborrachaba.

Terminaron de tomarse lo que habían pedido y se metieron en el coche. El lugar al que iban era un local nuevo de streaptees que habían abierto un par de pueblos mas allá.

Bajo del coche con cuidado, después de tener la pierna en esa posición le dolía al doblarla y camino hacia la puerta con una cojera aun mas pronunciada que de costumbre.

"Paraíso Perdido", que nombre mas original para un local de ese tipo pensó con ironía mientras pagaba la entrada y volvió a ver en los ojos del matón de la puerta esa mezcla de pena y curiosidad al mirarle la cara.

La gente era así, aun no se acostumbraba. Cualquier otro entra en este sitio y viene a divertirse, de él pensaban que venia por que ninguna mujer querría estar con alguien como el.

Luces de neón, barra libre y escenario con barra, un sitio vulgar como el que mas, pero el alcohol lo haría mas interesante pronto.

Copa tras copa, el dolor se iba, se le embotaban los sentidos hasta volverse un ser que estaba allí pero no, su mente estaba en blanco. Sin estímulos, sin pensamientos, solo seguir bebiendo hasta que sus amigos lo arrastrasen fuera y lo llevasen a casa.

Un foco ilumino el escenario y entonces salio ella.

Por un momento se apago la música, se fueron las luces, no hubo silla, ni mesa, ni copa, solo ella.

Grandes rizos pelirrojos enmarcaban su cara y se posaban sobre los tirantes de un vestido negro de noche rozando la curva de los pechos que asomaban por el generoso escote.

Y entonces, sintió que se precipitaba en dos grandes ojos oscuros que lo miraron por un momento desde lo alto.

Comenzó a bailar sugerente alrededor de la barra metálica, su vestido se deslizo acariciando la piel de sus curvas hasta caer al suelo.

En lo que le pareció un minuto, ya estaba desnuda y recogiendo su ropa, mientras saludaba a la jauría de hombres que silbaban como si de perros en celo se tratase.

-Chicos, las cuatro y media, va siendo hora de recogernos.

Al llegar a su casa se quito la ropa y se tiro en la cama, el recuerdo de esa mujer lleno su mente. Esos ojos, sus ojos le dijeron cosas que nadie le dijo nunca con palabras.

Una mirada de un segundo y nunca olvidaría lo que sintió cuando se encontraron sus ojos azules con los de ella.

Por primera vez desde hacía años, se durmió sin pensar en su rostro o su pierna, sin pensar en el dolor que le quemaba por dentro. Solo podía pensar en ella.

Aquella noche soñó con ella, con su cara, su cuerpo, bailando encima de una barra en un lugar oscuro, solo para el, mirándose a los ojos.

-Tu

-¿Disculpe?

Ese día se había despertado con resaca como siempre que salían y se acercó al bar para tomarse una cerveza antes de comer.

Al entrar la vio, supo enseguida que era ella, su pelo era inconfundible, pero al mirar sus ojos y verse reflejado en ellos sintió por un momento que el lugar desaparecía y que solo estaba esa mujer sin nombre sentada en una mesa.

Sus labios se movieron de forma involuntaria, esa llamada de atención hizo la chica pusiera cara de extrañeza. Como pudo, murmuro una disculpa y se fue a la barra, notando unos ojos azules clavados en su nuca.

-Sonia lo de siempre y…¿sabes quien es esa chica?

-Si, acaba de mudarse al pueblo, dice que trabaja cerca y que le viene muy bien este sitio. Esta en la casa donde vivía antes la madre de Lucia.

-Ah

Mientras hacia que miraba la tele, con sus ojos recorría el cuerpo de la mujer, sus rizos estaban recogidos, escapándose algunos cayendo por su cara. Apuntaba algo en una pequeña libreta.

Quería acercarse y hacerle mil preguntas, no sabia por que aquella chica lo había dejado tan tocado.

Se termino su cerveza de un trago y se sentó con ella.

-Disculpe lo de antes, cuando entre la reconocí, ¿usted trabaja en el Paraíso Perdido no?

-Shhhh, cállate… ¿Quieres que todo el mundo sepa a lo que me dedico? Además, no trabajo para particulares, soy bailarina, no puta.

-No pretendía nada de eso. Solamente que cuando te vi, me sentí tan a gusto, tienes unos ojos que parecen que puedan leer lo que estoy pensando.

Descruzando las piernas bajo la falda, se giro hacia él.

-Me llamo Susana, pero todo el mundo me llama Susi.

-Yo soy Luis.

La mano de ella se poso suavemente en la de él y le miro a los ojos.

Desde ese momento entre ellos nació un sentimiento que poco a poco fue haciéndose mas y mas grande. Un amor sincero que como el verano cada día era mas calido y mas claro.

Sin embargo, Luis era incapaz de declararse. Cada día se miraba al espejo y pasaba los dedos por la piel rugosa de su cicatriz, cuando paseaba veía la cojera de su sombra.

Y ella, era una diosa con cuerpo de mujer. Pese al cariño que se tenían era incapaz de decirle que la amaba, que la quería desde el momento en que la vio bailando encima de esa barra.

Casi todas las tardes, subía al bar a esperarla, hablaban e incluso se cogian de la mano ante las miradas de todos los presentes que se sonreían.

Una noche mientras estaban en la terraza del bar, los dos solos sentados en sillas de plástico soportando el calor implacable del verano escucharon un ruido que hizo que ambos se mirasen.

Los relámpagos empezaron a iluminar el cielo y en un minuto escaso, grandes gotas de agua empezaron a mojarles.

Luis le paso el brazo por encima a Susana y se dirigieron hacia la casa de él que era la que mas cerca estaba.

-¿Quieres pasar?- dijo bajito como temiendo la contestación.

-Claro, así me invitas a una cerveza. La que estaba tomando ahora mismo estará inundada.

Abrió la puerta y encendió la luz, no funcionaba. Seguramente todas las luces del pueblo se habrían cortado. Así que fue a tientas a la cocina donde encendió unas velas y agarrando la mano de Susana se dirigió al salón.

-Se me ha empapado la camiseta, justo hoy que estaba limpia.

Susana rió y luego se miro a si misma, estaba en las mismas condiciones.

Los ojos de él se posaron sin quererlo en los pezones erectos que se marcaban a través de la húmeda tela de la camiseta rosa que llevaba la chica y que se había pegado a su cuerpo.

Sin poder evitarlo noto su polla crecer en su pantalón, se sentó intentando disimular.

Ella se acercaba a él y le abrazó, pegando sus curvas a la ropa mojada y caliente de Luis, provocándole aun mas. Sus manos se posaron en su espalda luchando contra si mismo para no bajarlas hacia su culo.

Escucho su voz, dulce como siempre hablarle cerca de la oreja.

-Por fin un momento de intimidad entre nosotros. Me parece que las cosas entre nosotros están muy claras, ¿no? No perdamos más tiempo. Eres lo mejor que me ha pasado desde que llegue a este pueblo y puedo decir que te quiero. Luis, ¿Sientes tu lo mismo?

-Como no quererte

Se separaron y se perdieron en los ojos del otro, a la luz de las velas y empapados por la lluvia que afuera, aporreaba con fuerza los cristales.

Se besaron fundiendo sus bocas sin prisa, un beso largo, húmedo y profundo. Un beso esperado por ambos y que abría la puerta hacia una nueva relación.

Sus lenguas invadían la boca del otro, jugaban. Susana atrapaba el labio inferior de Luis con sus dientes suavemente, estirándolo un poco y dejándolo resbalar luego.

Se levantaron para empezar a desnudarse, quitándose las prendas empapadas y tirándolas al suelo. Cuando estuvieron en ropa interior se fueron tumbando sobre la alfombra del salón. Esa alfombra que no quitaba ni en verano por que le gustaba andar descalzo sobre ella y notar el tacto extraño que tenia.

Ahora notaba ese tacto en todo el cuerpo y además, sentía la suavidad del cuerpo femenino que se tumbaba a su lado.

Sus manos, suaves y finas, de dedos largos empezaron a descubrir ese cuerpo que tanto se mortificaba a si mismo. Se dedico a explorar cada uno de sus rincones, pasando las yemas de los dedos por cada centímetro de su piel, acariciando cada rincón, cada cicatriz.

Le acaricio la cara, la frente, los ojos, los labios. No mostraba rechazo alguno por sus cicatrices y por fin, Luis dejo de preocuparse por su aspecto físico para abandonarse a las caricias que aquella mujer tan extraordinaria le regalaba.

Ella empezó a besarlo, primero en los labios, luego en la barbilla donde notaba que llevaba unos días sin afeitarse, beso su nuez jugando ahí con su lengua provocándole suaves gemidos. Siguió por su pecho y su ombligo hasta llegar a la tela de su boxer, donde su erección luchaba por salir.

Paso la punta de la lengua por encima del bulto notando la punta húmeda ya, se dedico a jugar así un rato, posando sus labios sobre la dureza de su pene. Un relámpago ilumino la habitación durante un par de segundos. La tormenta cada vez era cada vez más fuerte.

Con sus manos fue quitando muy despacio la única prenda que le quedaba al hombre que suspiraba por ella.

Dejo su miembro libre para cogerlo con la mano, sintió el calor que emanaba de el y su suavidad. Acerco su boca al glande, dejando que sus rizos cobrizos se posaran en las caderas de él.

Cuando sintió el calor de la boca de Susana tan cerca de su anatomía, su piel se erizo, el contacto tan intimo con una mujer era algo que había creído perdido tras el accidente.

Sentía la humedad de su lengua y de sus labios en su polla, miro la escena que sucedía a tan solo unos centímetros. su miembro entraba y salía de su boca, tan dulce y tan calida que sintió que el orgasmo estaba próximo.

Separo a la pelirroja para volver a unir sus bocas en un beso lujurioso y caliente. Luis tumbó a la mujer de nuevo a su lado, ahora le tocaba a él descubrir su cuerpo.

Ella se quito el sujetador dejando a la vista dos pechos pequeños en los que unos pezones rosados destacaban erectos sobre su piel blanca. Luego subió los brazos por encima de la cabeza y arqueo un poco la espalda deseosa de recibir caricias.

Con un dedo, fue recorriendo el contorno de sus labios, de su barbilla, su cuello, sus hombros, sus axilas. Al llegar a los pechos los rodeo con caricias haciendo que sus pezones se endurecieran aun mas. Sonrío por dentro al ver que aun podía tener ese efecto en una mujer.

Cogio entre sus dedos uno de sus pezones y lo apretó con suavidad, tiro suavemente de el haciendo que todo el cuerpo siguiera su recorrido.

Siguió bajando el dedo haciéndole cosquillas alrededor del ombligo, colándose por sus ingles notando la mata de suave vello recortado y cuidado entre sus piernas.

Coloco su mano en el monte de Venus, abriendo sus labios suavemente y pasando entre ellos el dedo índice, comprobando que Susana estaba a estas alturas realmente mojada.

Metió su dedo despacio en su coño, notando como, si de una flor se tratase, se iba abriendo para él sintiendo la presión de las suaves pareces de su vagina.

Mientras las lenguas exploraban los rincones mas ocultos de sus bocas, ella disfrutaba del placer que los dedos de Luis le otorgaban.

No podían aguantar mas y él se coló entre las piernas abiertas de ella para poner su pene en la entrada de su sexo. El calor intenso de la zona y la abundante humedad le invitaban a penetrarla.

Despacio, regodeándose ambos en el momento, fue entrando poco a poco en el interior de la mujer, abrazados sobre la alfombra, por fin se hicieron uno.

Pronto la habitación se lleno de jadeos y suspiros, así como del sonido de la lluvia que golpeaba incansable los cristales.

Las suaves embestidas de Luis se mezclaban con el movimiento sinuoso de las caderas de la pelirroja. Cada vez que entraba y salía el placer crecía, ella le abrazo con las piernas para sentir mas dentro el miembro, hasta que no pudo aguantar mas y soltando un largo gemido llego al orgasmo mas intenso que nadie le había provocado.

El hombre sintió como su vagina se apretaba en torno a tu polla con una presión deliciosa que consiguió hacerle sentir como un escalofrío recorría su cuerpo, bajándole por la columna y explotando en su miembro, notando como se derramaba dentro de Susana.

Se quedaron un rato mas en la alfombra, normalizando la respiración, abrazados y plenos.

Luis llevo a la mujer a la cama, donde se quedaron dormidos. Aquella noche fue noche sin sueños, las mentes en blanco y los corazones llenos.

Afuera la tormenta se marchaba, después de haber descargado el agua de su interior, las nubes se calmaron y por la mañana el sol ilumino el desastre.

En la cocina de Luis, una goma en mal estado provoco una fuga de gas. Avanzo ondeante por la casa, repasando los lugares donde apenas unas horas antes los amantes daban rienda suelta a su pasión.

Llego a la habitación donde descasaban juntos, desnudos y abrazados como si no pudieran estar separados ni por un instante. Se coló en sus pulmones, intoxicando sus vidas que poco a poco se escapaban, ninguno se dio cuenta.

Después de la noche mas feliz de sus vidas, estas se terminaron sin dolor ni pena ni separación.

Juntos para siempre.

Al día siguiente Samuel bajo a buscar a Luis para ver si la tormenta había hecho alguna gotera en su casa. Después de llamar a la puerta, se dio cuenta de que de dentro de la casa venia un olor raro. Olor a gas.

Saco la copia de las llaves que él tenía y abrió. Tuvo que taparse la nariz con la camiseta y correr a abrir las ventanas para ventilar bien y que se pudiera respirar.

Llamo a su amigo por toda la casa y al llegar a la habitación principal se lo encontró, abrazado a la mujer de la que tanto hablaba, muertos ambos, pero el rostro tranquilo y con una pequeña sonrisa en los labios.