El sofá rojo 9 - silvia
Juanchi, ya en plena madurez, sigue teniendo tirón entre alguna de sus clientas.
Silvia.
A mediados del año 98, Flying Golden Cat tenía poco que ver con sus comienzos. Alex, el DJ, había transformado poco a poco el estilo musical. Ya apenas sonaba música española al principio de la noche pero con el avance de las horas ésta se iba transformando en sonidos electrónicos. Esto conllevaba que parte de la clientela histórica comenzara a ser sustituida por otra más “actual”.
Como polillas atraídas por una bombilla, al bar comenzaron a acercarse pequeños camellos de pastillas. Juanchi parecía pasar del tema siempre y cuando el negocio le fuera rentable. Así que permitía el pequeño menudeo en el que también entraba su encargado.
Por otro lado, el propietario, había comenzado a jugar al póker en su bar. Tres noches por semana organizaba timbas de cartas en su famoso reservado, con otros dueños de bares, donde se movía bastante dinero. En cuanto a su matrimonio, seguía adelante aunque corría el rumor de que la pareja prácticamente tan solo compartía casa.
Así las cosas el bar que había sido una referencia en la zona de Huertas entre finales de los ochenta y principio de los noventa comenzaba a ser un antro de pastilleros a finales de los noventa al que se le auguraba un triste final.
El primer aviso llegó en las navidades del año 98. La dejadez en la que se había instalado el dueño del bar hizo que no se percatase de que estaba en el punto de mira de la policía. Así que en la fiesta de año nuevo se practicó una redada en Flying , hubo detenidos por tenencia de pequeñas cantidades de pastillas. Alex se libró por poco y Juanchi sufrió una sanción económica que no le hizo ninguna gracia, además de estar cerrado durante un mes.
Tras esto el mítico dueño del bar se propuso recuperar la dirección de su local. Siguió contando con Alex pero le condicionó a que disminuyese la música electrónica en favor de algo más audible volviendo a los orígenes. En cuanto a él también decidió recuperarse físicamente.
Pese a que las entradas en su frente eran irrecuperables, trató de volver a su mejor estado físico. Se matriculó en un gimnasio, perdió más de diez kilos y se volcó de nuevo en las relaciones públicas de Flying Golden Cat.
En el verano del 99 el bar empezaba a despegar de nuevo, nunca volvería a ser el de sus comienzos, entre otras cosas porque la clientela era otra pero sí volvía a estar de moda. Juanchi también había recuperado parte de su atractivo físico y pese a sus treinta y seis años ya, todavía tenía tirón entre las chicas.
La pandilla de la puerta estaba totalmente disgregada y apenas se mantenían un pequeño grupo de amigos, uno en Nueva York, otro en Canarias, otra en Londres y otro había abandonado el grupo por voluntad propia. De las chicas que quedaban había una que siempre le había dado mucho morbo a Juanchi, era Silvia. Esta fue la chica que se marcó en su día un baile sensual con Genia y había estado saliendo con un amigo suyo, Félix.
La chica era una auténtico pibón, ojos claros, muy guapa, con muy buen cuerpo aunque con pocas tetas. Y por lo que se rumoreaba no era nada estrecha.
Una noche de finales de julio, Juanchi se sentía especialmente golfo y se marcó como objetivo a Silvia. La chica vestida con un floreado vestido corto cruzaba miradas con el dueño del bar que, desde su esquina favorita, marcaba brazos con una camiseta de mangas cortas. En una de las veces que la chica salía del baño pasó junto a la esquina del dueño del bar quién la atrapó por un brazo y tiró de ella:
-Que guapa estás hoy Silvia... -alabó Juanchi a su clienta.
La chica haciendo un repaso por el cuerpo del dueño con especial interés en sus brazos:
-Tú tampoco estás nada mal hoy.
Juanchi le guiñó un ojo y le pidió a una de sus camareras una copa para cada uno. Silvia se lo agradeció con ojos entornados y brindaron por ellos. Con los primeros acordes de guitarra de Santana, Silvia tiró de Juanchi hacia la pista. En ese momento el dueño del bar supo que aquella noche triunfaría. Mientras Rob Thomas entonaba Smooth , el éxito de aquel verano, la pareja se restregaba con las caras muy juntas. Se miraban a los ojos, Silvia agarrada al cuello de él, Juanchi a la cintura de ella. La chica, curtida en mil batallas sabía lo que tenía que hacer para aumentar la libido de aquel mito sexual del que tantas leyendas había oído. Juanchi se había visto en mil historias parecidas con cientos de clientas y sabía que con paciencia aquella preciosidad pronto estaría a su merced. Con el final de la canción volvieron a la esquina de la barra:
-Qué bien te mueves, Silvia...
-Y no has visto ni la mitad. -Dijo la mujer a medio camino entre la sensualidad y la provocación.
-Ya me gustaría ver el resto. -Juanchi volvía al ataque.
-Muchos son los llamados y pocos los elegidos. -Silvia le respondía con suficiencia y le miraba con deseo.
Juanchi volvió a tirar de ella hacia la pista y volvieron a bailar de manera sensual. Silvia encantada de ser objeto de deseo del dueño de Flying y Juanchi con la satisfacción de volver a levantar pasiones entre sus clientas. Tras un par de horas entre bailes y copas el final estaba cantado.
Juanchi besaba de manera apasionada a Silvia contra la puerta del reservado, la chica con los ojos cerrados se dejaba desnudar. A medida que Juanchi besaba su cuello, descendiendo hacia sus tetas le iba quitando el vestido de tirantas. Se sorprendió al comprobar que la chica no llevaba ropa interior:
-¿Y esto? -preguntó Juanchi con media sonrisa.
-Hoy he salido a por ti y sabía que esto te gustaría.
La chica contoneó su maravilloso cuerpo desnudo hasta uno de los sillones de oreja que había junto al sofá rojo, seguida por el hombre. Se sentó en el filo dejando caer su cuerpo hacia el respaldo mientras sus brazos por encima de su cabeza se agarraban a las orejas del sillón. Sus piernas abiertas se apoyaban en los brazos de éste ofreciéndole a su amante todo el esplendor de su feminidad.
Ante este ofrecimiento Juanchi solo pudo arrodillarse y deleitarse con el maravilloso sexo tan solo cubierto por una tirita de vello negro.
Silvia se estremeció al sentir la ardiente lengua recorriendo cada rincón de su coño cada vez más inundado de fluidos lujuriosos:
-Aaaahhh... -intentó cerrar las piernas de manera instintiva a medida que su excitación iba en aumento pero la cabeza del hombre hundida en su entrepierna se lo impedía.
Juanchi era todo un experto en estas prácticas. El ritmo, la cadencia, la presión, la estaba llevando al cielo. Y justo a las puertas de éste Silvia se aferró con sus manos a la cabeza de él mientras un grito anunciaba su espectacular orgasmo.
Su cuerpo relajado resbaló hasta el suelo con los ojos cerrados y una sonrisa delatora en su cara. El hombre se terminó de desnudar y se tumbó sobre ella que lo acogió con las piernas abiertas. Ansioso de profanar aquel maravilloso sexo, dio un golpe seco de cadera. La chica lo encajó con deseo trinchando los dientes y mirándolo a los ojos en lo que él entendió un desafió. Comenzó a bombear con ganas y sin pausa. Ella empezó a suspirar, luego a gemir para acabar gritando de placer agarrada al cuerpo del amigo de su ex sintiéndose empalada por el tremendo pene de éste.
Sin darle tregua, Juanchi le dio la vuelta y la colocó a cuatro patas con la cabeza apoyada en el suelo y comenzó a follársela agarrado a sus caderas:
-Aaaahhh, sigue, Juanchi, dame fuerte... -animaba Silvia a su amante en un estado de excitación morbosa.
Él se empleó a fondo hasta notar como su capullo golpeaba al fondo de la vagina de ella:
-Me corro, Silvia... -anunció Juanchi -aaaaggg...
El hombre gritó antes de correrse abundantemente en el coño de Silvia.
Desnudos y sudando, la pareja estaba sentada en el sofá rojo compartiendo un cigarro:
-Joder, que polvazo -dijo Silvia tras dar una profunda calada.
-Te lo merecías por provocarme. -Juanchi dio otra calada mirándola a los ojos.
-No te confundas, Juanchi, te he follado porque yo he querido. -Volvió a sacar la suficiencia provocadora.
Ante esto Juanchi reaccionó con otra erección que Silvia saludó con una sonrisa antes de retirarse el pelo de la cara tras la oreja y descender hasta meterse el falo en la boca. Juanchi apagó el cigarro y cogió la cabeza de Silvia con las manos mientras ésta subía y bajaba en una tremenda mamada. Luego fue acariciando la espalda de su amante hasta palpar sus nalgas y descender hasta su coño. Allí el flujo vaginal lubricó su dedo corazón antes de subir para metérselo en el culo. La chica dio un gemido de aprobación sin dejar de chupar la polla y Juanchi fue profanando el ano en lo que era una declaración de intenciones.
Silvia se acomodó de rodillas en el suelo y apoyó la cabeza en el asiento del sofá rojo. Juanchi tras lubricar con vaselina el culo de Silvia y su polla comenzó a presionar contra el agujero. Pese a ser una experta sodomita su culo no podía abarcar el grosor del miembro de Juanchi así que la operación llevó cierto tiempo y algo de dolor por su parte.
Tras unos minutos, el hombre logró profanar el ano de la mujer que respiraba entrecortada por el esfuerzo. Juanchi comenzó con el mete-saca notando la presión sobre su miembro dado el grosor de éste. Se apoyó en la grupa de Silvia que seguía resoplando al tiempo que comenzaba a masturbarse. La mujer se sentía totalmente ocupada y se imaginaba lo dilatado de su ano con tremendo cacho de carne castigándolo.
A cada puntazo de él sentía como le ardía en sus entrañas, poco a poco la excitación fue superando al dolor. Juanchi aceleraba buscando un orgasmo, oyendo a la chica desbocada pidiéndole un castigo mayor:
-Dame, cabrón, dame fuerte...
El hombre bufaba con el esfuerzo sobre ella cuando notó que se iba a correr de nuevo. Silvia se le adelantó con un grito cuando sus dedos la llevaron al éxtasis. Esto, unido al morbo que le producía encular a la ex de un amigo le llevó a correrse, de nuevo de manera exagerada, en los intestinos de Silvia.
La chica dolorida y desgarrada no podía aguantarse de rodillas y se dejó caer en el suelo. El hombre aún con la imagen final del ano dilatado de su amante estaba sentado en el suelo. Le acababa de romper el culo a la ex de Félix, su amigo.
Durante los siguientes doce meses Silvia fue asidua visitante del sofá rojo del reservado de Flying Golden Cat.