El sofá rojo 3-esther

El dueño de Flying Golden Cat empieza su despegue econónomico.

3.- Esther.

En el verano del 90 habían pasado seis meses desde el desagradable incidente de Elvira en el almacén. Desde entonces la chica había pasado por una clínica de desintoxicación y parecía que estaba muy mejorada. En apenas tres años había vivido muy deprisa y sin frenos y ahora estaba de vuelta a su casa en Guadalajara.

Su primo Ramón se desentendió por completo de ella. No quiso saber nada de lo que le había ocurrido ni mucho menos dar explicaciones a sus padres y familiares de como se había llegado a aquella situación. Él también estaba metido en temas peligrosos. Así en marzo del año 90 había sido detenido por venta de estupefacientes. A partir de ahí empezaba una carrera delictiva con constantes entradas y salidas de la cárcel por distintos motivos aunque todos relacionados con el tráfico de droga.

En cuánto a su antiguo socio, Juanchi, empezaba a despegar económicamente. Su padre le terminó de pagar el préstamo en el que se había metido para adquirir el cien por cien de Flying . El negocio era una auténtica mina. Casi un local de culto para la juventud de la zona. Ahora tenía a dos explosivas veinteañeras que servían las copas detrás de la barra, Alex era el nuevo DJ de manera que él quedaba en exclusiva dedicado a las relaciones públicas. Ganada la estabilidad necesaria para gestionar cómodamente el negocio y superado ya el mal trago que supuso la adicción a la coca de Elvira, Flying Golden Cat navegaba viento en popa. A modo de himno del bar durante ese verano todas las noches la canción más repetida es Voy a pasármelo bien de Hombre G.

Desde la esquina de la barra junto al almacén, camuflado por la poca luz de aquella parte del bar, Juanchi controlaba a toda su clientela, sobretodo a la que empezaba a ser más habitual. Entre ésta se encontraba un heterogéneo grupo compuesto por siete chicos y cuatro chicas de distintas edades que solían ocupar siempre la misma zona del bar. Así, en el espacio izquierdo más cercano a la puerta se colocaban todos a bailar. Esa noche desde su lugar privilegiado pudo ver como una guapa pelirroja no dejaba de marcar a uno de los chicos del grupo. Ésta, acompañada por una amiga bebía en la barra mientras  hacían comentarios acerca del chico. Rubio, alto y guapo se hacía el despistado mientras la pelirroja le lanzaba miradas lascivas en lo que era una declaración de guerra. Sospechosamente el chico le dio la espalda lo que demostraba el poco interés que mostraba el hombre por el sexo femenino.

Juanchi sonrió e inmediatamente se acercó donde la pareja de amigas ofendidas por el rechazo se disponían a marcharse:

-¿Ya os vais guapas? -preguntó Juanchi mientras llamaba a una de las camareras.

-Hay poco que hacer hoy aquí -contestó la amiga rubia.

Juanchi rió dándose por enterado de la situación e invitó a una ronda de bebidas a las dos amigas:

-Hombre, es que hay que saber donde se apunta -señalando con la cabeza hacia el chico rubio que ahora hablaba con otro moreno más bajito.

-Que desperdicio -lamentó la pelirroja.

Durante la hora siguiente el dueño del bar estuvo adulando a sus invitadas que se veían encantadas con la atención que les prestaba Juanchi. Estuvieron riéndose mucho con anécdotas y bailaron los tres. El hombre se sintió atraído por la rubia que dijo llamarse Esther. La chica tenía un muy buen cuerpo y una belleza menos exótica que su amiga, más discreta. La pelirroja se dio cuenta transcurrida media hora de que sobraba y con una excusa les abandonó dejando vía libre a su amiga para que probara suerte con el popular dueño de Flying al tiempo que Modestia Aparte anunciaba que son Cosas de la edad .

Una hora antes del cierre, Juanchi delegó en Alex la responsabilidad de todo mientras él metía con disimulo a Esther en el reservado.

La chica pese a su discreción inicial se mostró como una leona ávida de sexo. Tumbada sobre el sofá rojo Esther gritó con cada embestida del hombre y se prestó sin reparos a ser grabada por el circuito cerrado de televisión que Juanchi se había montado en la habitación.

A partir de ese día comenzaron a verse asiduamente en el bar y casi sin quererlo empezaron algo parecido a una relación de pareja.

Hasta el momento en que apareció Esther, Juanchi se había convertido en un auténtico mito sexual. Muchas de sus clientas habían mantenido relaciones en el reservado de Flying donde el hombre llevaba a sus “victimas”.

Pero con Esther, el dueño del bar había empezado a centrarse. Se sentía enamorado y tan solo parecía tener ojos para ella. Aun así nunca le faltaban descaradas propuestas de sus clientas que siempre rechazaba amablemente y concluían con alguna invitación por su parte.

Esther, esta situación no la llevaba del todo bien. Y mucho peor cuando comenzó a trabajar también detrás de la barra sirviendo copas. De entrada tuvo problemas con una de las chicas contratadas. Curiosamente la más llamativa de las dos. Así que Juanchi se vio en la “obligación” de despedirla y ceder así a los deseos de su chica. En vista de que la situación de acoso a su hombre por parte de sus clientas persistiría siempre, Esther optó por dejar el bar y salir de marcha por otra zona mientras su pareja estaba trabajando, haciendo buena la frase, “ ojos que no ven corazón que no siente .”