El Sofá (2)

Remate de está fascinante historia, en donde una madre y su hijo lo comparten todo, masturbaciones incluidas.

El Sofá. Segunda parte.

por Noara en 2004.

El despertador sonaba, como siempre, demasiado temprano. Golpe seco con la mano abierta sin mirar. Lamparita de mesa al suelo. Segundo intento y, esta vez si, silencio. Solo un poquito mas

-¡Raúl, venga vamos¡ ¡Que vas a llegar tarde, para variar!- Era mi madre, entrando en mi habitación con su habitual discreción, a lo búfalo de agua.

-¿Piensas quedarte a dormir ahí todo el día o que?- Y comenzó a subir las persianas solo como las madres por la mañana saben hacer: con el máximo estruendo posible.

-Te doy tres minutos antes de volver ¿eh? ¿Me oyes?

-No, mamá, no te oigo- conteste yo con la cabeza debajo de la almohada.

-Bueno, pues más te vale que me oigas. Que como pierdas el bus te enteras.

-Que si, que si

De nuevo, silencio. Dulce placer. Poco a poco me fui acomodando a la luz que entraba por la ventana. Estaba tumbado sobre la cama sin sabanas o mantas cubriéndome el cuerpo. Con el calor que hacia como para estarlo. Me di media vuelta sobre el colchón, hasta quedar boca arriba mirando el techo. Todavía se notaban los restos de aquel experimento de química que hicimos mi prima Blanca y yo cuando todavía éramos unos críos. Vaya dos.

Los dulces pensamientos acerca de mi prima pronto hicieron efecto en mi anatomía. Aquello de estar siempre desnudo de cintura para abajo tenia sus cosas: digamos que no te hacían falta muchos estímulos para ponerte a tono. Lleve la mano sobre mi pene, ya en su habitual estado de excitación matutina, y comencé lentamente con el típico sube y baja. Lo cierto es que no le estaba prestando mucha atención a la paja en si, si no que mas bien era algo mecánico que hacia sin estar todavía despierto del todo. Y en estas, tras tres minutos de reloj, entró mi madre por la puerta.

-Ah, no, eso si que no. ¿Pero tú te crees que son horas de ponerse a darle a la manivela?

-Esto, no, no… solo estaba

-Raúl, hijo, que te estoy viendo. Y ahora mira como te has puesto de enorme

-No, mamá, si esto al mear se me pasa –conteste yo, deseando que fuese cierto

-¿Al mear? Como no bajes eso antes lo vas a poner todo bonito. Anda, levántate y pasa a desayunar. Después si te sobra tiempo ya te tocarás un poco si quieres.

-Si, voy- dije yo, como el soldado a las órdenes de su coronel. Y me levanté, con el mástil de la bandera apuntando a lo más alto. Pase por delante de mi madre, que estaba al lado de la puerta esperando, y me dirigí hacia el cuarto de baño.

-Espera que voy contigo al baño. A ver si es verdad que se te baja al hacer pis.

Lancé un rápido vistazo hacia atrás, y vi a mamá, con una leve sonrisa y una mirada de "si, ¿y que mas?" siguiéndome hacia el servicio.

-Pero mamá, ¿A dónde vas?

-Al baño, contigo. Tengo curiosidad por ver como te las arreglas para orinar con este en pie de guerra.- y acto seguido estiró el brazo y con la mano me dio dos toquecitos sobre toda la cabeza del pene. Los días anteriores mamá me había ayudado en mis masturbaciones mas rocambolescas, pero esta era la primera vez que se atrevía a rozar mi paquete. ¿Acaso se trataba de una indirecta de algo que no sabia pero podía imaginar? La mire a la cara y no vi ningún signo de que mi madre se encontrase incomoda. Más bien al contrario. Parecía haber hecho el gesto como quien da una palmada en la espalda (salvando las distancias, claro…), con total normalidad. Decidí entonces no darle mayor importancia al asunto de los golpecitos, y centrarme mas en intentar disuadir a mi madre de que me siguiera al cuarto de baño.

-Pero, a ver… si vienes conmigo a lo mejor no…, no se me baja… o algo,.., y entonces… Mejor quédate fuera. – me atreví a decir con la voz mas tranquila que pude. Voz que para mi sorpresa me salió asombrosamente parecida a la de John Travolta en Grease

-Venga ya, ahora resulta que te va a dar vergüenza que tu madre te vea haciendo pis… Si me lo hubieses dicho hace un par de días, aun bueno, pero después de lo que hemos compartido tú y yo últimamente creme cuando te digo que te conozco al dedillo.- ¿al dedillo había dicho?-Anda tira para adentro.- Sentenció entonces mamá, y supe que no me quedaba opción. Con tres años aun me quedaría la de salir corriendo y agarrarme a la pata de la mesa del comedor en medio de un mar de lagrimas, pero ahora la verdad es que quedaría un poco ridículo (¿mas aún?). Así pues, entré en el cuarto de baño y me quedé de pie enfrente al inodoro. Mamá venia detrás, y me aparto un poco hacia un lado para pasar delante mía y sentarse en el borde de la bañera, justo entre la taza y mi pene, que seguía erre que erre en su obsesión por hacerme pasar mil y una situaciones comprometidas.

Respire profundamente. A un lado, mi madre, el jurado. Enfrente el objetivo: una semiesfera deforme de contornos redondeados y capacidad infinita para hacer rebotar las gotas de líquido hacia su exterior. Entre mis manos, el medio: un pene de grosor y talla medianos, cargado y preparado, formando un ángulo de 80 grados con la horizontal. Sudor frió que empapaba mi frente. Todos mis años de experiencia en el meado parabólico deberían ahora servirme para algo.

Y ya viene. Noto como se acerca. Tan solo unos segundo me separan de la gloria. Ya está aquí, ya no hay vuelta atrás. Tenso todos los músculos, desde las manos a los pies, y aprieto mi pene intentando apuntar lo mejor posible. La orina comienza a surgir con convicción, pero mis peores temores se ven confirmados. La fuerza del chorro es totalmente anormal, y la parábola calculada incorrecta. El líquido comienza a golpear con fuerza la tapa levantada del inodoro, y el borde posterior de la misma. Yo comienzo a ponerme más rojo que un tomate, mientras intento en vano dominar la manguera que tengo entre mis manos. Mi madre comienza entonces a gritarme por un lado.

-¡Pero Raúl, mira, mira como lo estas poniendo todo!¡Que haces!

Yo cada vez más nervioso, intentando solucionar un problema que ya no tiene solución. Por más que lo intento solo consigo distanciarme más del objetivo, inundando los laterales y la parte inferior, pero sin casi colocar una gota dentro.

-¡Dios mío Raúl mira la que estas armando! ¡Raúl!

Y por más que lo intentaba era incapaz. Cada vez más rojo. Y aquello no paraba de expulsar liquido.

-¡Raúl! ¡Raúl!

No podía, no paraba.

-¡Raúl!

-¿Qué?- solté entonces casi como un alarido, girando hacia mi madre, totalmente atacado de los nervios, y sin darme cuenta de que seguía meando. Quien si se dio cuenta fue mi madre, cuando la orina la comenzó a empapar. Intentaba poner sus manos delante, como cuando una tubería revienta y comienza a salpicar por todos lados. Yo mientras totalmente petrificado no atinaba ni siquiera a moverme. Seguía allí de pie, con el miembro levantado, y meando de cara a mi madre, cada vez mas mojada. El liquido le caía sobre el pelo, en la blusa, en su manos. Resumiendo, un espectáculo dantesco. Poco a poco el chorro fue cesando. Cada vez menos. Penúltimo chorrito. Y último.

Mamá estaba con la mirada en el suelo, y sus manos todavía delante de ella en actitud de protección. Yo con mi pose marmórea. Aunque por fin se me había bajado la erección. De pronto, una voz suave rompió el silencio.

-Raúl-era mi madre, que estaba hablando, pero sin levantar la cabeza.- ¿tu te crees que es normal lo que acabas de hacer?- y en ese momento, su voz me recordó terroríficamente a la de la niña del exorcista.

-Esto… perdona mamá. Es que no he calculado bien y

-¿Qué no has calculado bien?-respondió mamá, mientras por fin levantó lentamente la cabeza hasta quedarse mirando hacia mi cara fijamente.- ¿Qué no has calculado bien?

Tira a desayunar ahora mismo. ¡Ya!

Y no hizo falta que me lo repitiese dos veces.

Cuando volví del instituto, y tras quitarme la combinación pantalones-calzoncillos, me dirigí hacia la cocina. Podía oler los macarrones desde el pasillo. Que delicia. Allí encontré a mi madre, revolviendo en la cazuela.

-Ya estoy de vuelta.- solté con un tono tan estúpido que hasta yo mismo me sorprendí.

-Ah, cariño, ya has vuelto. ¿Qué tal el día?

-Psst. Lo normal. No se para que voy. Total, para lo que se aprende en un día

-Si, ya. Anda, vete a lavar las manos que la comida ya está lista.

-Voy.- y salí de allí al trote. Los testículos me rebotaban, y decidí ir más despacio. ¿A nadie en el mundo se le habrá ocurrido crear un sujeta-bolas? Un día de estos tendré que patentar uno.

Una vez bien lavado, me senté de nuevo a la mesa. Mamá ya estaba sirviendo los macarrones, que tenia una pinta inmejorable. ¡A Comer!

-Raúl.

-Que.

-Hoy por la mañana- que no diga lo del baño, que no diga lo del baño- hoy por la mañana he probado uno de tus juguetes.

-¿Uno de mis que?- ¿mis juguetes? ¿Mi madre jugando al futbolín?

-Mira que eres tonto. Tus juguetes hombre, los que te compré el otro día para tus sesiones… frente al espejo. Los consoladores, vaya.

-Ah, ya.

-Pues si. Estuve probando ese tan grande, que decías tu que no creías que te cupiese en el culito.- cuando dijo lo de culito dudé por un momento si refería al mío. Después supuse que así era.

Desde luego nuestra carrera por convertir la casa en todo un antro de depravación estaba avanzando a pasos agigantados. Ahora ya no solo era yo el que se masturbaba con la aprobación de mi madre, si no que ella misma hacia lo propio. Me empezó a doler la cabeza

  • Sucedió cuando te fuiste tú al colegio. Me fui a duchar, para limpiarme de lo tuyo, que por cierto ya hablaremos – las madres son como los malos de las películas, nunca olvidan- cuando me acorde del chisme ese. La verdad es que es muy realista ¿no crees?

-Bueno, no se. Solo lo vi un rato cuando me lo enseñaste tú.- dije yo, haciéndome el interesante.

-Ah, pero espera que te lo traigo.

No me dio tiempo a decirle que no hacia falta, cuando mamá ya estaba de vuelta con aquel trozo de goma entre sus manos.

-¿Ves?-dijo mientras lo giraba ante mi.- se parece mucho al tuyo.

-¿Al mío? ¿Pero tú estás loca?-dije yo, mirando aquella lanza del placer insinuante. Si, lanza del placer he dicho.

-Hombre, me refiero de forma y aspecto. Nadie puede tener uno de este tamaño y que sea natural. Parece… el de un burro.- aquí me pregunte que sabría mi madre sobre el apasionante mundo de los penes de burro

-Ya, ya… Y por donde lo… -En mitad de la frase me mordí la lengua. El tono distendido de la conversación me había jugado una mala pasada, ya que tan solo me había faltado un pelo para preguntarle por que agujero lo había probado.

-Por donde ¿Qué?-preguntó entonces mi madre, con una media sonrisa en la boca que decía a las claras que ya me había cazado de nuevo.

  • No nada, que por donde… por donde… por donde lo coges para usarlo- dios, que chorrada.

-¿Qué por donde lo cojo para usarlo? Pues hombre, la base esta mas dura procuro que quede fuera, como comprenderás

-Ah ya, je… -conteste yo con una risa lastimosa.- Y bueno, ¿que tal?

-Uff, genial. Con decirte que me he tirado media mañana ahí en el sofá con el aparato… Ha sido delicioso. Y aunque no se si decirlo, pues, bueno, pues he acabado tres veces. Ya sabes…- y me miró con una sonrisa en los labios y una ceja levantada.

-Si, ya, ya…- respondí yo intentando devolverle la sonrisa. Lo cierto era que aquella conversación me estaba empezando a excitar sobremanera. Entre el morbo de la situación, y que yo estaba desnudo de cintura para abajo la cosa se estaba caldeando por momentos. Y así, aunque mi madre no podía verlo, puesto que me encontraba muy pegado a la mesa, mi pene ya estaba en su "hábitat natural" de dureza. Bajé entonces mi mano derecha con disimulo para poder tocármelo un poco.

-Pues eso…Bueno, y también te cogí prestado uno de los pequeños, de los negritos. Que a ver si te vas a pensar que el gusto ese que tienes tu por "atrás" es raro en la familia… Tu madre también lo disfruta. Y de que forma…- y me guiño un ojo, tan lentamente que pensé que se estaba quedando dormida. Yo mientras continuaba con mi cada vez menos disimulada paja, mientras escuchaba a mamá contarme sus experiencias en el inquietante mundo del látex. Notaba que el orgasmo no tardaría mucho más en acudir a mí, y no sabía si decírselo a mamá o dejarlo llegar sin más. Total, en teoría tenía libertad para hacer lo que quisiese, a lo que en materia de pajas se refería. O al menos eso pensaba yo

-Raúl, hijo, ¿que te pasa que estas tan sofocado?-exclamó entonces mi madre, alertada supongo por los gestos de placer que, aunque queriendo evitar, mi rostro le revelaba.- Que parece que te va a dar un telele.

Yo no respondí, ni baje el ritmo de la masturbación. Y fue en ese segundo cuando mamá abrió los ojos de par en par al ver el sospechoso movimiento de mi brazo. Entonces, sin pensárselo dos veces, agacho la cabeza por debajo de la mesa. Y todavía agachada empezó a hablar.

-Ah, ya veo. Así que era eso.- y de nuevo se incorporó a la mesa para fijar su mirada en mi rostro.- Desde luego a ti no te hace falta mucho para calentarte ¿eh?

-No, esto, es que no se… Supongo que me he imaginado todo lo que decías con los consoladores y, bueno, me he excitado un poco. -Respondí yo, al mismo tiempo que bajaba el ritmo de la mano. No quería correrme justo ahora.

  • Un poco, ya… ¿Y solo con lo que te he dicho yo?

-Si, si

-Pero si tampoco te he dado tantos detalles, no se

Y de pronto se hizo un silencio, tan solo roto por el rítmico bombeo al que estaba yo sometiendo a mi pene. Mamá me miraba fijamente, y yo a ella. Era la situación más excitante de vida.

-Raúl.- dijo mi madre con voz apagada.

-¿Si?

-¿Quieres verme, en directo?

-¿Verte en directo? Que yo sepa nunca te veo en diferido- dije yo entonces, todo lleno de razón, en la que sin duda podría convertirse en intervención mas lamentable de la historia.

-Pero mira que eres payaso.-respondió mi madre- Digo si quieres ver como me masturbo con tus juguetes.

Y en ese momento la erección que tenia, se vino casi por completo abajo. ¿Me atrevería a dar el paso final? ¿Cruzaría el umbral que la razón levantaba justo en ese punto? Por un lado era mi madre, y no invitaba a nada que sonase remotamente a sexo. Por otro, todavía tenia un cuerpo apetecible, y, para que engañarnos, la situación hacia tiempo que se me había ido de las manos. Así pues, y en un tiempo quizás mayor que el que muchos hubiesen necesitado, elegí la opción que todos hubiesen elegido.

-Si.- el si menos firme de la historia, pero un si al fin y al cabo.

Mamá se levantó como un resorte y me ofrecido su mano para que le diera la mía. No sabia si darle la derecha, que todavía tenía sobre mi pene, o la otra. Le di la derecha. Con un par.

-Acompáñame al sofá.

Y eso hice. Los dos cogidos de la mano, cruzamos velozmente el pasillo. Yo ya tenía de nuevo el pene erecto, pero precisamente ahora no me importaba. Cuando llegamos a la salita me hizo sentar en el sofá.

-Siéntate ahí un momento. A ver. Quiero preguntártelo por última vez. ¿Quieres que me masturbe delante de ti?

Esta vez ni siquiera dije nada. Simplemente asentí con la cabeza y le lancé una sonrisa arrebatadora.

-Está bien. Pues entonces disfruta del espectáculo, cariño.- y agachándose suavemente me besó en la frente.

Dio entonces un par de pasos hacia atrás, hasta el centro de la sala. Sin dejar de mirarme a los ojos, comenzó a pasear sus manos sobre su camiseta. En ese momento yo la dejé de mirar a la cara, por razones obvias, y me centré mas en el resto de su ser.

Sus grandes pechos ahora lo parecían más. La fina camiseta de algodón que los cubría parecía desbordarse por todos los flancos, y tan solo la cara de Naranjito que llevaba impresa conseguía bajar algo mi libido. Ella notó entonces que me estaba excitando totalmente (el que hubiese empezado a pajearme de nuevo debió de ser una buena pista), y con sus dos manos espachurró sus dos tetas sin disimulo.

-Te gustan ¿verdad?- dijo mi madre lascivamente.- Igual que cuando eras pequeño

Y siguió con el show. Giró sobre si misma hasta quedarse de espaldas a mí, y lentamente se fue subiendo la camiseta. Un sujetador blanco apareció entonces de pronto, entre su bronceada piel. Tiró la camiseta a un lado, y llevo entonces sus hábiles manos a la cintura del pantalón. Era un pantalón de chándal viejo, que apenas dejaba entrever la redondez de sus formas. Redondez que si se pudo contemplar, en todo su esplendor, conforme mamá se iba desnudando. Su pose, la típica de las películas, era de verdad espectacular. Las piernas rectas, el enorme culo levantado… Por desgracia mi madre no parecía tener demasiada práctica en tales habilidades, y en mas de una ocasión estuvo a punto de subvirar hacia delante y estamparse de bruces contra la mesilla.

Una vez se hubo quedado en ropa interior, se volvió a colocar de frente a mí. Respiró hondo, y en un mas rápido de lo esperado movimiento se desabrochó el sujetador. Lo dejó caer entonces al suelo. Y en ese momento pude contemplar, de nuevo y tras muchos años, los pechos que me amamantaron. Eran redondeados (¿los hay que no lo sean?) y bien proporcionados. Lo que mas llamaba la atención de ellos eran sus sonrosados pezones, erguidos como dos tachuelas, desafiantes.

-Bien, y aquí viene la traca final.- dijo entonces mamá, con una voz suave.

Lentamente comenzó a bajarse las braguitas. Pronto pude ver los primeros vellos púbicos, que fueron aumentado en cantidad conforme la prenda íntima descendía. Cuando por fin el triangulo mágico se vio desprotegido, mamá se detuvo durante un instante sin moverse, pensando no se el que. Después continuo bajando, mientras las bragas se iban enrollando sobre si mismas. Se agachó entonces fugazmente para acabar de quitarlas y lanzarlas bien lejos. Justo, para acabar enganchadas en mi cuadro de primera comunión

-Bien, ya estoy lista.-dijo entonces mi madre, que por momentos parecía algo acelerada. Cogió la bolsa del placer, que estaba en el suelo, y se sentó a mi lado, con las piernas juntas.

-Cariño, ven, ponte delante mía, para ver mejor.- Yo le hice caso y me situé justo delante suya, de rodillas sobre la alfombra.- Ahora estamos mas o menos como el otro día pero con las posiciones cambiadas ¿eh?.- Yo no dije nada. El espectáculo tenía que continuar.

Mamá se dejó caer entonces suavemente sobre el asiento del sofá, en lo que coloquialmente se puede considerar un espatarramiento en toda regla. Una vez acomodada, comenzó a abrir delicadamente sus piernas. Y allí pude ver, al igual que antes con los pechos, el agujero por el que un día asomé el cabezón. Era curioso, pero lo recordaba más grande

Mamá se notaba totalmente excitada. El brillo inconfundible en sus labios mayores indicaba lo lubricada que se encontraba. Yo, por mi parte, ya tenia el pene de color morado, del tiempo que hacia que lo tenia erecto. Sabía que no podría aguantar mucho, pero ahora no podía estropear el momento. Tenía ante mí a toda una mujer, totalmente abierta, y el deseo era grande. Pero mi momento aun no había llegado.

Pronto una de las manos de mi madre se aparto en busca del consolador. Verdaderamente era un monstruo. Dudé en que le fuera a entrar aquello, pero tan solo tuve que mirar un instante a su cara para comprender que mamá podía con aquello y con lo que fuese. Rápidamente lo colocó en posición, apuntando directamente a su oscura cueva, y comenzó a empujar. Los jadeos comenzaban a saltar como chispazos, cada vez más intensos. Aquella tranca descomunal estaba penetrando a mi progenitora con una facilidad pasmosa, y ella parecía disfrutar con cada centímetro que aquello avanzaba. Yo ya no sabia que hacer. Estaba tan paralizado mirando que ni siquiera me ocupaba de mi propio placer. Hasta que mi madre me saco del sueño. El pene plastificado ya había desaparecido por completo dentro de ella, y tan solo asomaba una parte roja por donde mamá lo sujetaba.

-Cariño, me acercas uno de los otros, de los negros.- empezó a decir entonces sofocadamente.- y porque no coges otro para ti y me acompañas.- Me sorprendió la propuesta, y durante un instante no supe bien que hacer. Tras asimilarlo, me abalancé sobre la bolsa del placer, de donde extraje dos de los consoladores más pequeños y el lubricante.

  • Ven, siéntate aquí a mi lado- dijo ella mientras daba dos palmadas sobre el sofá, justo a su lado. En todo este dialogo ella no paraba de mover rítmicamente el consolador alojado en su vagina, a un ritmo cada vez mayor. Yo le hice caso, y me situé a su vera, sentado como estaba ella, con las piernas abiertas al máximo. Unte un poco por encima los consoladores con el lubricante y le pase uno a mi madre, que me lo arrebató ferozmente.

-Gracias amor,-me dijo con una sonrisa, y de un solo golpe se incrusto el consolador hasta el fondo en su, por lo que parecía, experimentado ano, en medio de un grito que me dejó pasmado. Y más recordando que teníamos un vecino policía municipal. Solo faltaba que entrasen los geos por la ventana en ese momento

Yo fui mas comedido, y empecé a introducirme el consolador como siempre hacia, poco a poco. Mamá contemplaba toda la operación sin perderse detalle, mientras que con sus dos manos no paraba de bombear en sus dos agujeros. Al final conseguí alojar por completo yo también el consolador en mi ano, y tras lograrlo lo empecé igualmente a mover dentro de mí, mientras me ocupaba también de menear mi ya desesperado pene.

Y allí estábamos los dos, madre e hijo, compartiendo una deliciosa masturbación. Yo respiraba agitadamente, pero nada comparado con los gritos que pegaba mi madre. Gritos mezcla de placer y dolor, supongo, pero que a mi me ponían a dos mil.

-No me creo que estemos haciendo esto juntos, amor.- era mi madre, jadeante- ¡es delicioso!

-Si, mamá.- conteste yo, también jadeante.

Los dos estábamos ya a punto de explotar de placer. De vez en cuando nuestros brazos se rozaban fruto del intenso movimiento, y entonces los dos girábamos para mirarnos a los ojos y decirnos todo con ello. El sudor y el olor a sexo lo inundaba ya todo, y yo creí marearme por momentos.

-Mamá, mamá, me corro, no aguanto mas.- grité yo sin ser dueño ya de mí.

-Correte hijo, correte, échalo to…- y justo en ese momento mi madre estalló en lo que yo supuse un orgasmo exagerado. Eso, o le había dado un yuyu. Empezó a gritar todavía más que antes, mientras se agitaba de una manera espantosa y sobrecogedora. Yo tampoco pude más, y de un fuerte empujón con el consolador comencé a correrme como nunca, con unos chorros de semen ardiente que me quemaban el pecho y la cara, y que no parecían tener fin. Con mi mano continuaba el sube y baja y el placer no disminuía. Mamá seguía también levitando y no paraba de agitarse convulsamente mientras se incrustaba con violencia los dos consoladores.

Tras unos segundos interminables, yo paré. Y tras otros cuantos segundos, mi madre también lo hizo. Ambos nos miramos de nuevo, ella con los dos consoladores todavía dentro, y yo con el mío.

-Cielo, ha sido el mejor orgasmo de mi vida.

Y yo pensé: "Es lo que me dicen todas…" Y me quedé tan ancho.

"Escucha muchacho

lo que te digo,

la historia de una madre,

y su salido hijo.

Dulce es el camino,

si juntos lo recorremos. "

-Escucha, hijo. He pensado una cosa…- Era mi madre, que hablaba mientras se zampaba los churros del desayuno. Los días que no había clase siempre desayunábamos juntos, churros.

-¿El fé? – respondí yo, a punto de tragar medio churro.

-Bueno, es una sorpresa.

-¿Sorpresa?

-Si, sorpresa, sorpresa. El otro día cuando fui a la tienda esa que tu ya sabes – supuse que la pescadería no era- lo vi, y pensé que algún día lo podría usar. Pero estaba esperando a que hubiese un mayor grado de confianza entre nosotros dos.

En ese momento mire para abajo, y vi a mi madre sentada en la silla de la cocina simplemente con el sujetador puesto y sin nada mas. Tenía las piernas cruzadas pero aun así se podía ver parte de su excitante vello púbico. Después me miré a mi mismo y vi a mi amigo el cíclope dormitando sobre los testículos. Desde luego por confianza no iba a ser.

-Pero para la sorpresa tienes que ayudarme tú un poco. ¿Me ayudarás?

Mire entonces a mi madre a la cara, por si acaso me estaba tomando el pelo, pero no me dio esa impresión.

-No tendré que trabajar, o algo así ¿no?

-No, claro que no. Te lo pasarás muy bien, ya verás. Bueno, nos lo pasaremos muy bien.- y me guiñó un ojo como tan solo ella y otros 100 millones de mujeres en el mundo saben hacer: cerrándolo.

-Bueno, pues entonces en principio si… ¿Qué tengo que hacer?

-Bien, a ver. ¿Te acuerdas del día en que te pille en la sala con tu espectáculo erótico – festivo?

-Si, mamá, no creo que pueda olvidarlo así como así…- respondí yo con cierta desgana.

-Bueno, pues entonces quiero que mañana, cuando te levantes, hagas exactamente lo mismo que aquella vez.

Ceja izquierda arriba. Expresión de incredulidad en la cara.

-¿Cómo? Pero para que quieres que haga eso.

-Sorpresa ¿te acuerdas?

-Pero

-Tan solo te digo que te va a gustar… ¿Venga, te animas?

Bajé de nuevo la vista, y mi amigo el cabezón contestó por mí, mirándome directamente a los ojos. Cada vez estábamos más compenetrados

"Me acuerdo que el día antes lo había preparado todo muy bien…"

De acuerdo, pasemos revista. Espejo, colocado y bien orientado en su rincón. Cojín, bien mullido. Película X, lista y preparada: "La segunda guerra anal". Bragas de mi madre, encasquetadas. Creo que no falta nada.

Lo cierto es que, por increíble que parezca, estaba mas nervioso que en la anterior ocasión. Esta vez no es que me pudiesen pillar, si no que me iban a pillar seguro. Pero esos mismos nervios ayudaban a que mi excitación fuese también mayor. ¿Qué sorpresa me tendría preparada mi madre?

Me subí al sofá, ya con las bragas a la altura de los tobillos (la experiencia es un grado) y me coloque bien cómodo sobre el cojín. De mamá todavía no había ni rastro, así que yo continué con mi parte de la operación. Lentamente comencé con el lento vaivén de costumbre, disfrutando de cada pasada, de cada caricia que mi pene sufría. Mi erección era ya completa, y el placer, considerable.

Durante un rato estuve así, adelante atrás, hasta que me acorde del consolador. Alargue la mano y lo atrape, sin cesar de menearme ni un ínstate. Pero cuando ya me lo estaba empezando a acomodar, un ruido en el fondo de la sala hizo que me detuviese. Y tras girar la cabeza, lo que vi junto a la puerta me dejo helado.

Allí estaba mamá, totalmente desnuda. Sus grandes pechos flotaban libres de toda atadura, y sus largas piernas se extendían sin fin. Pero lo que me dejó petrificado fue otra cosa. Y es que entre sus piernas, mi madre tenía lo que parecía un pene de color azul, amarrado a su pelvis por un cinturón de cuero negro. Recordaba haberlo visto en alguna película porno, y desde luego sabía bien para que se usaba. Y por lo que parecía, mamá también lo conocía.

-No te muevas, cariño. Tranquilo.

Mamá se acercó lentamente hacia donde yo estaba espatarrado. Una vez que estuvo junto a mi comenzó a acariciarme la espalda, pero sin casi tocarme. Las yemas de sus dedos eran como estiletes que me perfilaban poco a poco. Y al fin uno de sus dedos llegó hasta mis cuartos traseros. Quemaba como el fuego. Mi ano se contrajo al sentir su presencia, pero el dedo, caprichoso, no se detuvo ahí. Siguió su viaje hasta toparse de golpe con mis testículos. Gustito, gustito. Yo seguía todo el espectáculo reflejado en el espejo, como si de una película se tratase. Allí podía ver a mi madre de perfil, totalmente entusiasmada por lo que hacia. Nunca pude ni siquiera imaginar lo caliente que era aquella mujer.

De pronto se detuvo, y se subió al sofá, justo detrás de mí. Ahora podía ver en el espejo el culo reflejado de mi madre, y parte de sus colgantes labios vaginales. Y entre sus jugosos muslos, a lo lejos, un par de gordas bolas.

-Cariño, relájate. Se que sabes lo que voy a hacerte. Tan solo espero que te guste.

Y justo en ese momento, note la fría cabeza del consolador en mi ano. En el espejo podía ver como mama tensaba sus músculos y empezaba a inclinarse poco a poco hacia delante. Yo mientras dejé caer todo mi cuerpo sobre el sofá, hasta que mi cabeza se apoyo en el mismo. Tenía mi pene totalmente aplastado contra el cojín, pero no me importaba. Me quedé totalmente quieto, abierto, deseando que mamá continuase. Y ella así lo hizo. Lentamente, pero sin pausa, continuaba presionando la entrada de mi ano con aquel falo, que se escurría deliciosamente entre mis cachetes.

-Eso es, amor. Deja que mamá te folle.

Sus palabras me excitaban tanto… Tras los segundos más eróticos de mi vida (segunda parte), por fin note el suave tacto de la piel de mi madre rozando contra mis nalgas. Me había penetrado por completo, sin compasión. Yo trataba de acostumbrarme a aquel intruso, y permanecía sobre el sofá totalmente inmóvil, cuando noté como mamá se empezaba a mover. Adelante, atrás. Suave. Muy suave. Sus movimientos hacían que mi pene se restregase contra el cojín, lo que equivalía, en cierta forma, a que fuese ella la que me estaba masturbando. Pronto su ritmo se hizo más fuerte, al mismo tiempo que mis jadeos. Podía ver por el espejo como me embestía cada vez con mayor ferocidad y rapidez, mientras al mismo tiempo que lo hacia se contraía todo culo de una forma tremendamente excitante. Yo estaba en ese momento levitando, mientras era ella, mi madre, quien de verdad me follaba. Ella llevaba el ritmo, ella decidía. Entre jadeos le dije a mi madre que me iba a correr, que no podía más. Y entonces ella paro en seco. Y de golpe, me extrajo de dentro aquel enorme consolador, para de nuevo de golpe volver a introducírmelo entero. Y tras esta primera vez, continuo con ese diabólico ritmo, quitando el consolador casi por completo y acto seguido penetrándome hasta el fondo. Aquello era demasiado, no creí poder soportarlo. Pero lo hice, durante un tiempo que no sabría calcular, hasta que por fin me empecé a correr. Los chorros de esperma salían al ritmo que mi madre me penetraba, en medio de un grito descontrolado por mi parte. Era una corrida majestuosa, espectacular. Cuando por fin hube acabado, mama fue desacelerando, hasta parase por completo. Seguía dentro de mí, pero sin moverse. Entonces se inclinó sobre mi espalda, hasta aplastar sus pechos contra mi piel. Y susurrando, me dijo al oído: "Tienes un culo delicioso".

Y tan solo pude sonreír. Y quitarme de debajo el bolígrafo que desde el principio se me estaba clavando en la tetilla izquierda.

-------------- THE END --------------

Señores, señoras, ha sido todo un placer.

Noara, 2004.