El sobre azul

Bubu plantea la siguiente pregunta: ¿Qué harías cuando tu vecina te pide que le guardes la correspondencia?

Tan pronto como ingresó en el hall del edificio, enfiló hacia el buzón del correo. Echó una fugaz mirada a los sobres y los puso bajo la axila, luego separaría las deudas de la publicidad. Subió al ascensor, apretó el quinto piso y apenas se cerraron las puertas, no perdió ni un segundo, se giró frente al espejo y apretó la espinilla en su frente. Claudia estaba avergonzada y dolorida. Desde la pubertad que no le salía uno y menos de tal magnitud.

Estuvo todo el día tratando de aparentar que no había nada malo en su cara y creyó haberlo logrado. Pero fue poner los pies en el elevador para que toda su paciencia se fuera al garete. Escuchó el plin que anunciaba la llegada a su destino y se acomodó el cabello con mucho cuidado. El flequillo era perfecto para ocultar el área irritada.

Al abrirse las puertas, lo primero que vio fue a dos hombres vestidos de mono azul y tras ellos un horrible mueble que reconoció como el de su “querida” vecina, la cantante lírica. Una tipa insoportable, pensó.

-Buenas tardes -dijo a los trabajadores mientras se volvía a acomodar el flequillo.

-Hola -contestó uno.

-Buenas -agregó el otro.

Los rodeó sin ser ajena a la inspección ocular a la que estaba siendo sometida. Claudia sonrió, consideraba que era mejor que se recrearan con su culo que con la cara, por lo menos ese día. Caminó por el pasillo mirando el interior de su bolso y casi se lleva por delante a Verónica, quien cargaba una caja escrita con la palabra “libros”.

-Clau, menos mal que llegaste-. La saludó mientras depositaba la caja en el piso.

-¿Ah? -exclamó sin comprender. ¿La estaba esperando? ¡Uuuu, nooo!-. Hola Vero -dijo al pasar y continuó su camino, pero la insistente tos de la cantante le advirtió que no diera un paso más ¿Qué querrá? Extendió las comisuras de sus labios forzando una sonrisa y giró para decir con voz cordial-. ¿Necesitabas algo?

-Por fin me voy a vivir con Mariano -informó Verónica sin hacer caso a la pregunta de Claudia.

-¿Te vas?-. Su sonrisa se había convertido en una verdadera.

-Sí, Tonta-. Dicho esto, elevó la mano izquierda para mostrarle el anillo-. ¿No es lo más hermoso que has visto en tu vida?

Los dos hombres que estaban presenciando la conversación pusieron los ojos en blanco. Sospechaba que ya habían sido victimas del entusiasmo de Verónica. Claudia los miró por sobre el hombro de ella y notó como uno hacía un gesto negativo con la cabeza y el otro intentaba no reírse. Al parecer no era la única que pensaba que la cantante era insoportable.

-Enhorabuena -dijo Claudia.

-¡Muchísimas gracias! Antes de ayer, cenando, le pidió al camarero que trajera el postre y champagne. ¿A que no sabes lo que trajo? ¡Sí, mi anillo!… Mamá lloró cuando se lo conté y papi… Se tomó lo tomó mucho mejor. Ya sabes, las mujeres somos más sensibles. ¡Aaaaah! Mariano es taaaaannn lindo, está buenísimo y lo mejor de todo es que tiene mucha plata. ¡Claudia me voy a casar! ¿Lo puedes creer?

No. La verdad era que no podía entender cómo aquel hombre quería casarse con una chica así. No sólo la irritaba su voz nasal o sus preguntas tontas, sino el hecho de que ensayara su canto lírico a cualquier hora del día. El tal Mariano jamás volvería a dormir tranquilo. No, realmente no lograba entenderlo. Sin embargo, le mintió:

-¡Claro que sí! Eres estupenda.

-Lo soy, ¿no?-. De golpe, los hombres dejaron caer el mueble dentro del elevador. Verónica se giró-. ¡Ey! Tengan cuidado, es una reliquia familiar. Si lo rompen, no hay propina.

-¿Por qué no vas a supervisarlos? No parecen de fiar -propuso Claudia. Tenía una crema para las espinillas y quería ponérsela lo antes posible. Volvió a acomodarse el flequillo.

-Buena idea -convino Verónica. Cuando se agachó para agarrar la caja recordó lo que le tenía que pedir-. ¡Ah! Clau necesito un favor. ¿Podrías guardar mi correspondencia? Ya le avisé al encargado que lo ponga todo en tu buzón… Será por un par de semanas, hasta que vuelva… Mariano tiene una sorpresa… -. Entonces se acercó a su oreja, puso una mano para ocultar la boca y le confesó-: Me va a llevar al campo.

-Ok-. Fue todo lo que dijo Claudia al tiempo que se separaba de Verónica. Ya le estaba poniendo lo nervios de punta y no la aguantaba ni un minuto más-. Que te diviertas en…

-Shhh… No lo digas-. La cortó-. ¿No tienes problema con ello?

-No, Tonta-. Le devolvió el insulto. Tampoco le quedaba otra opción si ya lo había arreglado todo.- Avísame cuando vengas a retirarla y listo.

-¡Muchas Gracias! Apenas vuelva te voy a invitar para que veas mi nueva casa. ¡Tiene piscina!

-Uuuuaaauuuu -exclamó Claudia-. ¡Qué bueno! Seguro que este año vas a tener un lindo bronceado-. La picó sabiendo que, dada su cetrina piel, no podría adquirir el tono moreno que ella tenía.

-Voy a ser la envidia del barrio -contestó Verónica sin amilanarse.

Esta guerra pasiva-agresiva terminó en el momento en que “la pesada” se dio cuenta de que los hombres de la mudanza no habían vuelto a subir. Claudia, apenas puso un pie en el departamento, se quitó los zapatos, dejó la correspondencia en el sillón y se fue al baño. Estudió a la espinilla detenidamente, suspiró, cruzó los dedos y se colocó la pomada esperando que al día siguiente el maquillaje hiciera su magia.

Ya más tranquila, se puso ropa cómoda y se dirigió a la cocina donde encontró algunas galletas. En ese momento comenzó a asimilar la buena noticia. Sin los ensayos vespertinos tendría un poco de paz. Estaba agradecida con ese tal Mariano. De hecho, le caía bien y hasta le daba pena. Seguramente el resto del edificio estaría feliz con su partida, y también algunas mascotas. Ese pensamiento le causó tanta gracia que se atragantó con la comida.

Al pasar algunos días su frente volvió a la normalidad y sumado al hecho de que no sabía nada de Verónica, estaba contenta. Ya nadie interrumpía sus momentos de ocio. Podía leer, mirar películas, tomar baños de inmersión, dormir la siesta sin ser molestada. El único inconveniente era que la correspondencia se estaba acumulando y cada vez que llamaba a la cantante, aparecía el contestador.

Cierto domingo, tras recuperar las fuerzas por las salidas nocturnas, decidió comprar algo de comida y pasar la tarde holgazaneando. Era un día de vagancia total, extrema y absoluta. Volvió cargando con los dos paquetes cuando recordó que no había abierto su buzón desde la mitad de la semana. Se dirigió al pequeño compartimiento, lo abrió y sacó todos los sobres. Haciendo malabares, logró llegar a su departamento sin que se le cayera nada.

Como hacia siempre, tiró la correspondencia en el sillón y la dejó olvidada a su suerte. Puso el helado en el freezer y con un tenedor comenzó a degustar el manjar que había comprado: arroz con vegetales. No le llevó mucho tiempo tragarlo todo, tenía hambre. Durante esos instantes estuvo pensando en lo divertido que había sido ese fin de semana y, sobre todo, en Diego, el tipo más lindo del bar; pero claro, él era el barman, el centro de atracción de las miradas femeninas. Sin embargo, tras su conversación del viernes, tenía la esperanza de poder encamarse con él.

Sonriendo, buscó el pote, una cuchara y se fue al sillón a ver las repeticiones de las series que se había perdido durante la semana. Prendió la televisión mientras paladeaba el sabor a frutilla y, una vez acurrucada, se dispuso a disfrutar. Estaba tan absorta en las imágenes que se equivocó al introducir la cuchara y esta se cayó al piso. Cuando se agachó para agarrarla, lo vio en el suelo. Un sobre azul del tamaño de una tarjeta de presentación. Extrañada, lo elevó, no tenía remitente, lo dio vuelta, sólo tenía una inscripción: “Ya está todo arreglado”.

Se debatió entre abrir el sobre y leer su contenido, o respetar la privacidad de Verónica. Siendo que la mujer era realmente odiosa y pedante, creyó que no haría ningún daño si “echaba una miradita”. Con delicadeza despegó el papel y vio en su interior una tarjeta que decía “D.K.R.”, una clave, un número de teléfono y una dirección. Reconoció las siglas al instante, era un lugar de depilación famoso por su clientela exclusiva. Al dorso estaba escrito “Miércoles-18 hs”. Golpeando la tarjeta contra sus labios, se dio cuenta que Verónica jamás llegaría a la cita, entonces le entró una duda: ¿si estaba de viaje con su prometido, quién había “arreglado todo”? Claudia no podía creer que la pesada tuviera un amante, se preguntaba cómo podía ser que dos hombres quisieran estar con una mujer como ella. El grito que se escuchó a través de la T.V. le recordó que estaba en la mitad de un capítulo interesante. Volvió a acurrucarse en el sillón y lo dejó estar.

El lunes por la tarde, colocó todas las cosas de Verónica en una caja, incluido el sobre azul. La tapó. Pero había algo que le molestaba y no podía parar de pensar en que la cantante estaba saliendo con dos tipos a la vez: Mariano y el hombre misterioso. Se rió porque tampoco podía entender que alguien pudiera soportarla, mucho menos dos personas. En definitiva, no era asunto suyo, así que agarró y la llevó a un lugar donde no tuviera que verla todos los días.

Cuando la apoyó sobre un mueble, la tapa se cayó al suelo. Frente a ella estaba el dichoso sobre. Sintió la tentación de agarrarlo y meditó durante unos cuantos segundos qué hacer con él. Elaboró un cálculo muy simple y sacó un resultado sumamente agradable: si la vecina estaba lejos y decían que “D.K.R.” era uno de los mejores lugares, entonces ella podría aprovechar el turno. Algo así como una especie de indemnización por los perjuicios ocasionado.

Al día siguiente, marcó el número de teléfono y al instante la atendió la recepcionista. Esta mujer le informó que efectivamente tenía un turno reservado, que la depiladora era  especialista para las zonas que se habían requerido. ¿Zonas? ¿Qué zonas?, quiso saber. En cambio, lo que preguntó fue el costo. La señora le respondió que ya estaba todo pago y se despidió con un “la esperamos el miércoles”. No volvió a llamar, se dijo a sí misma que si estaba todo arreglado y Verónica no se encontraba en la ciudad, entonces averiguaría en carne propia sobre eso de las “zonas”.

El miércoles a la salida del trabajo se dirigió al lugar. Le entregó la tarjeta a la señora del mostrador, esta cargó los datos en la computadora y sonrió. Claudia no dijo nada, se quedó en silencio; estaba un poco nerviosa porque tenía miedo de que la descubrieran. En definitiva, estaba usurpando el puesto de la cantante.

-¿Es su primera vez en “D.K.R.” –preguntó la mujer al tiempo que le devolvía la tarjeta.

-Así es-. Se limitó a contestar.

-¿Me podría decir su nombre?-. Cuando la vio dudar le explicó-: Es para la ficha.

-¡Ah! Me llamo Verónica Gutiérrez.

-No sé preocupe, Srta. Gutiérrez, Guadalupe tiene las manos de un ángel. Tomé asiento que enseguida la va a atender.

No esperó ni dos minutos cuando una morocha se acercó y le pidió que la siguiera. Entraron a una habitación que estaba decorada como si fuera de un hotel. Lo único particular era el olor a cera caliente. Sin saber qué hacer, esperó las instrucciones de la chica. Guadalupe le indicó que se desvistiera y se acomodara en la camilla mientras ella traía las cosas. Claudia le hizo caso.

Salió una hora y media más tarde con una bolsa azul. No podía creer que estuviera completamente depilada, no tenía vello ni en el pubis ni en el culo, además de los lugares habituales. Maldijo a Verónica y se prometió que nunca más en su vida iba a hacer trampa ni a cobrarse indemnizaciones de ese tipo. Pensaba que nada más le iba a quitar el pelo de las ingles. Que ilusa. La vergüenza que pasó por tener que separar las nalgas para que el cálido líquido se posara sobre su ano, fue recompensada por la deliciosa sensación que al principio la había invadido, pero en el momento en que Guadalupe tiró de la cera fría y arrastró con ella todo el vello… el gritó fue tan fuerte que dos chicas entraron para ver qué había ocurrido. Las “zonas” eran partes muy sensibles. Estaba segura que había sido castigada por oportunista.

Indignada, apenas cruzó el umbral de su puerta, dejó la bolsa azul y se fue a duchar. Mientras pasaba el jabón por su cuerpo, descubrió que no tenía ni un pequeño remanente de cera y que la piel no estaba irritada. Quizás por eso era un lugar tan caro, pero que no le vuelvan a decir que Guadalupe tenía las manos de un ángel porque eso no era cierto, caviló una muy perturbada Claudia.

Con la bata puesta, se dirigió al living para ver lo que había dentro de la bolsa. Era un conjunto de ropa interior bastante sexy. ¡Lencería erótica! En ese instante supo por qué Mariano le había pedido casamiento; para Claudia, Verónica era una puta, una perra de cuidado. Agarró las bragas y las estudió. En la cintura había un elástico blanco recubierto con un encaje del mismo color y la parte que debería cubrir tanto la entrepierna como el culo tenía una abertura, dejándolos al aire. Sintió asco y las metió en la bolsa. También había un corset del mismo estilo, era tan chico que no llegaba a cubrir ni los pezones. Todo esto la llevaba a tener una peor opinión acerca de Verónica, como si eso fuera posible.

Al otro día recibió el segundo sobre. Esta vez tenía miedo de abrirlo, no quería leer lo que el amante tenía para decir luego de enviar semejante regalo. Directamente lo metió en la caja. Intentó comunicarse con Verónica, le parecía mal tener que soportar esa faceta de una persona que ni siquiera era su amiga. No tenía idea de cómo iba a hacer para mirarla a los ojos cuando la tuviera en frente, pero estaba más que convencida de que había llegado la hora en todo eso se terminara. Sin embargo, tampoco logró dar con ella.

Con el correr de las horas, continuó con la imagen de la ropa interior en su mente. Algo en ella la había perturbado. Luego de analizar la situación durante todo ese tiempo, el rechazo se fue convirtiendo en otra cosa, primero en intriga y luego en obsesión. Ahora, se sentía tentada a descubrir de qué manera se colocaban las bragas, si los lados se incrustarían en sus ingles o se desplazarían hacia la raja; si el aire impactaría directamente contra su entrepierna o si la diferencia con una prenda normal pasaría desapercibida. Claudia no se consideraba una chica fácil y llegó a la conclusión de que la persona que las utilizara lo haría para buscar guerra.

El viernes recibió la llamada de una de sus amigas. En dos horas la pasarían a buscar. Eso significaba que iba a ver a Diego, el barman del lugar del que eran “habitué”. Tenía que prepararse, sospechaba que esa noche iba a tener suerte. Perseguir al barman no era una tarea tan sencilla como podría parecer, había que competir con cada una que daba miedo. Por eso decidió sacar la artillería pesada, el vestido negro de tirantes.

Se puso ropa interior discreta pero sexy, el vestido, unos tacos, se maquilló resaltando sus ojos y colocó brillo en los labios. Cuando finalizó la transformación, se observó en el espejo de cuerpo entero, sentía que nadie le iba a ganar esa noche, Diego caería a sus pies y sus amigas se morirían de la envidia. Al darse la vuelta para apreciar la caída de la tela sobre su trasero, se percató que las bragas le quedaban chicas y por lo tanto, le marcaban el vestido. Quedaba grotesco. Se las quitó y pensó en ir sin nada debajo, pero desechó la idea al instante. Entonces recordó la bolsa y su contenido. Sólo probaría a ver que tal era. La que no arriesga, no gana.

Olvidándose de todas las excusas y prejuicios, abrió la caja y alzó la prenda con el agujero “estratégico”. Pidiendo disculpas, a nadie en particular, pasó un pie por cada lado y lentamente la fue subiendo hasta quedar encastrada a sus ingles. Se levantó el vestido y observó el efecto, la imagen era excitante con su pubis totalmente depilado. Sin poder evitarlo se acarició a sí misma. La tela no molestaba, era cómoda. Se observó de nuevo en el espejo, tampoco se notaba, parecía que no tenía nada puesto y en cierta forma era verdad. Agradeció silenciosamente a la puta de su vecina, agarró el bolso y se dirigió al bar completamente excitada.

Al llegar, se sentaron en la misma mesa de siempre, pidieron las bebidas y se pusieron a charlar. De vez en cuando Claudia miraba hacia donde estaba Diego y este sólo se limitaba a sonreírle. En un momento dado, una de sus amigas le comentó que había un hombre que no le sacaba los ojos de encima, y le pidió que dejara de perder el tiempo con el barman. Claudia no le prestó atención, esa noche iba a ser suyo.

En un determinado momento, apareció el camarero con una bebida, le dijo que era de parte de un caballero y señaló a uno no muy lejos de donde se encontraban ellas. Cuando sus miradas se cruzaron, el hombre levantó la copa en señal de saludo, era el mismo que le había comentado su amiga. Ella asintió, agarró el vaso y, mientras bebía, sus ojos se desviaron hacia la barra. Diego estaba charlando con un cliente. Exclamó un gemido de horror cuando el tipo se acercó a él para fundirse en un acalorado beso. Todas se quedaron de piedra por el asombro. ¡Era gay! Segundos después, al recuperarse, las chicas estallaron a carcajadas. Excepto Claudia que trinaba de la bronca. Fue entonces que se dedicó al hombre que la había invitado el mojito. El que antes no le interesaba; pero que, por despecho, decidió darle una oportunidad.

Escribió una nota y le dijo al camarero que se la entregara al hombre, luego se levantó para ir al baño. Chequeó que no hubiera nadie dentro, se miró al espejo, estaba enojada y pensaba sacarse la bronca con el desconocido. Si hasta había robado la ropa interior de una puta para estrenarla con… ¡Un gay! No pensaba desperdiciar ni un minuto más.

Escuchó que alguien abrió la puerta, ella volteó para ver de quién se trataba. Bien, aceptó. Ojalá hubiese sido tan fácil con el otro, pero una mujer no puede competir con una pija. Le hizo señas para que se quedara en silencio, se puso de espaldas, con las manos apoyadas en el mármol, el culo en pompa, separó las piernas -invitando la caricia del aire- y esperó a que el hombre se acercara.

Con la vista fija en el suelo, observó cuando los pies estuvieron a un par de metros de ella. Antes que la alcanzara, y por el peligro de que entrara alguien, se giró a la derecha y se metió en uno de los cubículos. El hombre no movió ni un músculo creyendo que había malinterpretado el mensaje. Claudia le chistó para que la mirara. El cuadro que representaba era la pura tentación para… cualquier heterosexual. Con una pierna sobre el inodoro y el vestido rodeando su muslo, dejó al descubierto la lencería erótica, la prenda de su vecina, las bragas que había hurtado.

El desconocido se mojó los labios. Desabrochó su pantalón y caminó hacia Claudia. Apenas entró, cerró la puerta e intentó besarla, pero su boca impactó contra una mejilla. Claudia tenía claro que esto era sexo, nada más que una cogida, nada de besos, por lo menos en la boca.

Claudia sobó el miembro que ya hacía una carpita con la tela de los calzoncillos. Con la palma marcó toda la extensión. Estaba duro y el tamaño le sumaba puntos a la noche. Él deslizó los tirantes por sus hombros y descubrió sus pechos. La chica no llevaba sujetador. Con la yema de sus pulgares jugó con los pezones en punta. El vestido quedó arremolinado en la cintura, dejando expuestas todas las partes necesarias.

Otra vez intentó acercar su boca a los labios femeninos y de nuevo se encontró con la mejilla. Sonrió contra su piel y, mientras descendía por su cuello, acunó las tetas que ya llenaban sus manos. Claudia decidió ir un poco más lejos, se metió entre la tela y la piel y comenzó a masturbarlo. Con la boca abierta sobre la clavícula emitió un jadeo. No podía creer lo que le estaba ocurriendo, así de la nada ya estaba metido en el baño con una mujer que lo estaba volviendo loco. La chica era alucinante, bien dispuesta, aunque algo rara, pero él no era nadie para juzgar. Su esposa no le hablaba tras la pelea que había tenido por el comportamiento de su hijo. Esta era una muy buena manera para desahogarse antes de volver y tener que enfrentarla.

Claudia tiró de la prenda para liberar la pija que pronto se uniría a ella. No había mucho espacio así que ni siquiera intentó chupársela, pero le hubiera encantado hacerlo, probar hasta dónde le llegaba o si era capaz de ocasionarle arcadas hasta el punto que la baba se deslizara por su mentón.

El hombre desesperado, se introdujo unos de los pezones en la boca. Lo mordió y a ella se le escapó un gemido. Sin perder más tiempo, bajó una de las manos hacia su cadera y con la otra acarició su monte de venus. ¡Impresionante! Esta toda depilada… pero cómo… Entonces, se separó lo suficiente para ver lo que estaba tocando. Esa prenda era extraordinaria, muy excitante. Pensó que si su mujer tuviera una como aquella con seguridad las discusiones terminarían en la cama. Claudia sonrió satisfecha ante la reacción del hombre. Agarró una de sus manos y la llevó hacia los humedecidos pliegues.

Le calentaba ser el objeto de deseo de alguien. Sin más preámbulos le introdujo dos dedos en la cálida vagina. Si la puta quería guerra, la iba a tener. Le mordió el otro pezón. Escuchó el quejido y pasó al otro. Sacó los dedos y los arrastró por su perineo mojando el trayecto hasta su ano. Lo rodeó, palpó y lo penetró. Sólo pudo meter una falange ya que Claudia reaccionó apretando la verga del hombre que tenía en su mano. Gimieron los dos a la vez, se miraron y sonrieron. Ya era momento de que pasaran al acto más interesante y por el cual se habían reunido en el lugar más chico de ese antro.

Lo que le excitaba al desconocido era la entrega de la mujer, por eso decidió probar algo. La giró como si fuera una muñeca, la obligó a colocar las dos manos sobre una de las paredes, se agarró la base de la pija, puso el glande en la abertura y la fue introduciendo lentamente. Quería que sintiera toda su longitud y su anchura, estaba orgulloso de su tamaño. Claudia apretó los dientes para vencer el escozor de su entrepierna.

Una vez que sus huevos chocaron contra los pliegues, besó su cuello. Chupó el lóbulo de la oreja estirándolo y, entre gemidos, comenzó a retirarse igual de lento de como se había introducido. Claudia quería decirle algo, pero ella había impuesto la regla de no hablar. Con su mejilla en la fría pared, llevó una mano a su clítoris y comenzó a masturbarse, mientras que la otra la apoyó en la nalga de él. La sintió peluda. Lo apretó tanto, que el hombre tomó eso como una invitación y sus embestidas ganaron velocidad. Así comenzó el choque de las caderas contra sus nalgas. Aprisionada por las manos del desconocido, se quedó quieta, pasiva. Él manejaba toda la situación, ella sólo disfrutaba.

El sudor de la frente masculina caía en gotas sobre su espalda, la embestía de tal manera que puso sus piernas rígidas para impedir que se separasen del suelo. Estaba poseído, tan excitado, la tenía tan dura que poco le importaba no tener un preservativo. No aguantó mucho, sacó la verga del interior de ella, se masturbó con meneos desenfrenados y acabó en sus nalgas. El líquido viscoso impactó contra su suave piel manchando el vestido y parte de su ropa interior.

Claudia se vio impedida de llegar al orgasmo cuando el hombre retiró la pija y segundos después derramó su simiente sobre ella. Casi llora de la frustración. Esta no es mi noche, pensó desilusionada. En el momento en que se iba a quejar, un dedo se introdujo en su recto, el desconocido estaba utilizando su propio semen como lubricante. Luego,  sintió como otro par de dedos se colaban por su vagina. Se quedó quieta, esperando. En vez de metérsela por el culo, como ella pensaba, se dedicó a masturbarla por delante y por detrás.

Le encantaba ver como la chica le permitía jugar con su entrada trasera, hacía mucho tiempo que no culeaba a alguien. Lo que ignoraba era, que esa noche, tampoco lo haría. Realmente pensaba que se iba a recuperar a tiempo, pero el ruido de la puerta anunció que ya no estaban solos. A él le pareció divertido llevarla al orgasmo mientras corrían el peligro de ser descubiertos, así que se dedicó a pajearla de forma frenética. Claudia hizo hasta lo imposible por evitar gemir. Aunque, en un determinado momento, un gruñido atravesó sus apretados dientes y los espasmos volvieron para quedarse. Por fin había alcanzado el clímax que creyó perdido.

Trató de disimular los ruidos que emitía con un acceso de tos, pero entre la satisfacción y las ganas de gritar, de su garganta salió algo muy extraño. Entonces, la mujer que había entrado le preguntó si se encontraba bien. Era una de sus amigas. Entre jadeos, como pudo, Claudia le respondió que no se preocupara, que estaba descompuesta de tanta bebida. La mujer se puso a mear.

-¿Quieres que llame a alguien? ¿Qué te traiga algo?

-No te preocupes, Betiana. En cuanto me recupere, iré a la mesa-. Tomó aire para continuar-. Enseguida voy-. Le aseguro al tiempo que el hombre le mordía el hombro.

-Entonces te espero –dictaminó Betiana.

-¡¿Eh?! Digo, no hace falta. Ve tú, ya las alcanzo-. Miró al hombre con el ceño fruncido, agarró papel y se lo dio para que la limpiara.

-Aquí huele muy extraño –sentenció su amiga.

-Disculpa –respondió Claudia sabiendo que el olor era a sexo.

-No te preocupes, ya me voy.

Escucharon unos pasos y la puerta cerrarse. Él abrió la del cubículo con una amplía sonrisa. Una vez fuera, se agachó para subirse la ropa. Ella acomodó la suya cuando comprobó que estaba limpia (dentro de lo posible). Sin decirse nada, el hombre le tiró un beso y salió a reunirse con sus acompañantes mientras ella se terminaba de arreglar frente al espejo. Estaba sudada y se sentía sucia, pero había valido la pena.

Sin ningún contratiempo llegó a la mesa, no le preguntaron nada porque Betiana se había encargado de contarles lo sucedido. Vio que el extraño llamó al camarero. Segundos después apareció con otra bebida para ella y una nota que decía “Lamento que te hayas descompuesto, espero que esto te alivie”. Claudia sonrió, arrugó la nota y tomó un sorbo mientras sus amigas le decían que no lo hiciera, que le iba a hacer peor.

Llegó al departamento bastante bebida, alegre y satisfecha. Había tenido sexo y del bueno. Se duchó para sacarse el pegote y se fue a dormir pensando que la próxima vez que se cruzara con aquel hombre, definitivamente le iba a entregar su culo, se lo había ganado en recompensa por haber hecho que se olvidara de todo.

Al otro día se despertó con la relajación de quien tuvo una noche de sexo desenfrenado. Se sentía tan bien que decidió desayunar afuera. En el ascensor se encontró con la divorciada del sexto, estaba bastante arreglada para ser fin de semana. Era una mujer de cuarenta años, rubia y muy elegante. Se conocían de haberse cruzado en el hall de entrada, más específicamente en los buzones. De hecho, la rubia tenía el compartimiento al lado del suyo.

Al llegar a la planta baja, la vio dirigirse hacia allí. Era sábado y no creía que tuviera correspondencia. Sin embargo, cuando comenzó a caminar hacia la puerta apareció el encargado sosteniendo un sobre azul. Con todo lo ocurrido la noche anterior, se había olvidado del amante de Verónica. Mientras ella observaba al hombre, la rubia lo interceptó diciendo:

-Gracias Beto, lo estaba esperando.

-Disculpe, Señora. Esto se lo tengo que dar a la señorita, tengo expresas órdenes de dejarlo en…

-En mi buzón –completó la señora con vehemencia-. ¿Dónde están los otros sobres?

Claudia estaba en silencio y se había puesto pálida, no alcanzó a escuchar el resto de la conversación. Apoyó una mano en la pared más cercana y la otra en su frente. El sobre azul era para la rubia, el encargado se había equivocado, la cantante no tenía nada que ver y ella había usado las bragas de la cuarentona. ¡Oh, no!


A unos metros de allí, un hombre vestido con ropa deportiva se alejaba trotando. Mientras las gotas de sudor caían por su frente hasta mojar la camiseta, pensaba en cómo castigar a su última esclava. Ninguna de sus sumisas lo dejaba solo en el club de intercambio sin pagar las consecuencias. Estaba muy enojado y dejarle las nalgas rojas era lo mínimo que le iba a hacer.