El siniestro espectáculo
En secuestro sin rescate, María ha sido secuestrada por extrañas personas. Desnudada, totalmente rapada y encadenada por una sádica mujer, no sabe que la espera cuando después de dormir la conducen con los ojos vendados a un lugar donde es atada a un madero.
La despertó algo duro clavándose en sus riñones. María no sabía bien donde estaba, pero pronto recordó, todos los extraños sucesos no eran una pesadilla. Estaba secuestrada y su sádica guardiana la despertaba gritando: Venga, levanta, ya ha llegado la hora de tu debut. Primero te pondrás un poco más presentable.
La llevó a un baño en el que había duchas, la desencadeno y quitó las argollas; la dejo a solas. Pudo sentarse en un inodoro, lavarse los dientes, darse una ducha con agua caliente, usar jabón suave y secarse con una toalla limpia. Todo eso hizo que se sintiera mejor, no se preguntara para que estaba allí y cuanto tiempo pasaría hasta que pudiese salir. Se estaba creando una barrera emocional para no enloquecer.
La guardiana llegó de nuevo, se terminó el recreo, pensó. La colocó de nuevo brazaletes y las tobilleras; pero esta vez de cuero negro. La sujeto las manos en su espalda, y vendó sus ojos. Iba a preguntar que pasaba, pero la respuesta fue un golpe seco en sus nalgas. Por los extraños pasillos, llegaron a lo que por los sonidos parecía una sala grande. María fue sujetada un grueso madero. Escuchaba pasos y voces de varias personas. La quitaron la venda, estaba en un lugar con gradas en los cuatro lados. Delante de cada graderío había un palo como el suyo en el que estaban atados una mujer y dos hombres, como ella rapados y desnudos, en el centro cuatro palos vacíos. En las gradas unas veinte personas hablaban animadamente señalándonos. Se apagó la luz y encendieron antorchas, el murmullo cesó. Una mujer de unos cincuenta años ataviada con una túnica roja se dirigió a todos: Empieza el primer día de ceremonia, que se haga el sorteo. Dos jóvenes vestidos de blanco se acercaron con sendas bolsas de tela negra. La mujer de rojo, leyó papeles sacados al azar que la iban entregando: hombre uno látigo, mujer dos vela, mujer uno pinzas y hombre dos potro. Los asistentes murmuraron con júbilo.
María contemplo como el hombre que estaba frente a ella era llevado a los palos del centro, colgado con brazos y piernas extendidas en cruz. Era un joven alto y musculoso de unos 20 años. Los asistentes bajaron de las gradas para ver mejor, y un enmascarado empezó a dar golpes con una látigo corto de varias colas en la musculosa espalda, prosiguió con las nalgas, continuó con el pecho y terminó apuntando certeramente a su sexo. La sesión duró una media hora en la que solo se escuchaban secos golpes y gemidos de dolor.
Después la mujer dos fue conducida al centro, e inmovilizada del mismo modo. El enmascarado con un grueso cirio encendido en su mano, dejo caer cera derretida sobre hombros y espalda de la mujer que se retorcía de dolor. Continuó derramando el liquido caliente por las nalgas, y luego los pechos, la ingle, y finalizó deleitándose en los pezones. La sesión fue más corta, pero la mujer, de unos 40 años de formas redondeadas y bello rostro, terminó desmayada.
María sabía que ya tocaba su turno y sintió un escalofrío de miedo. La llevaron al centro, y la sujetaron como a los otros dos . El enmascarado tenía esta vez una bandeja llena de pinzas metálicas con pequeñas argollas. Empezó por los brazos, colocando dos pinzas en cada uno. Sentía el pinchazo en su carne y luego un dolor agudo. Después colocó otras dos en su pubis, bajó más y noto un fuerte dolor cuando se las puso en los labios de su vulva. Pero lo peor fueron las dos en los pezones, creía que se desmayaría cuando terminó. Pero aun había más, pinza por pinza fue poniendo pesos colgando de las argollas que hacían más dolorosa la tortura.
Con la vista nublada de dolor, apenas vio como el hombre dos era colocado boca arriba sobre una larga plancha de madera. Era un tipo delgado de unos 50 años de edad. Sus muñecas quedaron trabadas en la parte superior, y sus tobillos atados a dos cuerdas que terminaban en un cabestrante. El enmascarado comenzó a girar la rueda, el hombre gemía al principio y gritaba al final sintiendo como se estiraban sus miembros.
Los asistentes paseaban entre los torturados, tocando, humillando con insultos, bofetadas y escupitajos. A María la tocaron su sexo, y un joven se masturbo arrojando su semen al vientre. Pasado un rato, la mujer de rojo, anuncio una pausa hasta la sesión siguiente. Varios enmascarados desataron a todos, y se los llevaron. María sufrió una nueva sesión de ducha con manguera, y la dieron una pomada para sus zonas heridas, siendo de nuevo encadenada en la celda. La pomada había hecho desaparecer el dolor, en especial el de sus doloridos pechos. Solo quedaban algunas marcas rojas. Intento relajarse controlando la respiración y aislándose del entorno. Pero la guardiana como siempre, la devolvió a la realidad: Vamos a trabajar, perezosa.
De nuevo fue conducida a sala de los graderíos con los ojos tapados. Esta vez la sentaron y la colocaron en un cepo que sujetaba sus manos, pies y cuello. Cuando destaparon sus ojos comprobó que las otras tres personas estaban igual que ella, formando una línea. Delante de ellos varios enmascarados y el público de siempre, pero esta vez todos ellos desnudos y con miradas lujuriosas.
La mujer que parecía mandar explicó: ahora a disfrutar todos de la boca de los esclavos, debéis valorar a cada uno; ninguna bola si os gusta, una si es normal y dos si no os parece que lo ha hecho bien. También podéis pedir que les den fustazos si veis que no colaboran. Empecemos.
Las veinte personas, diez mujeres y diez hombres, ordenadamente se colocaron en filas de cinco delante de cada esclavo. María vio ante sí un varón de unos 40 años con un enorme y erecto falo. Tardó en reaccionar y por ello recibió un fustazo en la espalda. Lamió el glande, lo que pareció gustar al hombre que metió su miembro en la boca. Intentó hacerlo lo mejor que podía acariciando con los labios y lamiendo mientras cada vez estaba más dentro de ella. Cuando creía que se ahogaba, salió de su boca, y respiró aliviada. No dejó bola a su lado y se fue a otro esclavo.
La siguiente era la líder del grupo, que acercó su sexo a la cara de María, separando los labios con las manos. Los lamió y metió la lengua dentro de la mojada vagina acariciando las paredes como la habría gustado a ella. Cuando la mujer comenzó a gemir se acercó despacio al clítoris y lo chupó con mucha suavidad. Más deprisa esclava, ordenó la mujer. Sintió fustazos en la espalda y comenzó a pasar la lengua cada vez más rápido hasta dolerle. Pareció haber alcanzado el orgasmo, pero dejó una bola a su lado. Luego le toco el turno a un hombre de unos 60 años cuyo pene no estaba muy erecto. Lo chupo, pero no logro excitarle, por lo que cosquilleó los testículos, notando como se iban endureciendo. Continuó empleándose a fondo con los labios sobre la base y la lengua sobre en la zona del prepucio, y el hombre eyaculó en su boca. Mirando de reojo vio al hombre a su derecha haciendo una felación a uno de los hombres, mientras la mujer, al otro lado tenía su cara enterrada entre las nalgas generosas de una joven. Solo llevaba tres de los veinte y ya le dolía la boca, le escocían los labios y sentía calambres en las piernas. Ahora una caprichosa de pelo rojizo coloco sus nalgas separadas ante ella, titubeó lo que le costó tres fustazo, lamió las nalgas y se acerco al ano, metió la punta ligeramente en el esfínter, pero la mujer exigía más, y debió introducir toda su lengua sin dejar de mover la punta. No podía más, pero siguió con todos los demás terminando agotada, y viendo 12 bolas junto a su cepo. La maestra de ceremonias anunció: Ahora según las bolas que tenga cada esclavo recibirá el castigo que merece. Prepárenlos.
Fueron soltados de los cepos. Los hombres fueron colocados de modo que pene y testículos atravesaban un agujero, reposando sobre una madera, mientras el cuerpo permanecía fuertemente sujeto. Las mujeres sujetadas de modo parecido, pero lo que salía por dos agujeros eran los pechos. Comenzaron por el hombre dos que debía recibir 20 golpes, le sujetaban tirando de la punta de su miembro y le golpeaban con un junco. Al terminar, el aspecto de su miembro era lastimoso. Continuaron con el hombre uno, que recibió 14 golpes. La siguiente era María, que recibió con dolor los primeros golpes, y terminó gritando al recibir golpes en los pezones. La mujer dos recibió solo 6 golpes, debía haberse empleado a fondo con la boca.
María cada vez tenía menor noción del tiempo que llevaba allí, pero se le hacía eterno. Los desataron y volviendo a encadenarles los llevaron a sus celdas. Se tumbó en el suelo y exhausta intentando pensar en cosas agradables.