El síndrome del oso panda (9)
Dice un refrán español que "quien hace un cesto, hace ciento". De manera que si ya se ha hecho un intercambio, pues...
19
Conversaciones de alcoba (Christian)
Tras el día vivido, cuando nos encontramos solos en casa me parecía hasta anormal estar vestido.
Durante la primera parte del trayecto de vuelta en nuestro coche, ninguno de los dos habló. Lea esquivaba mi mirada. Pero en un momento determinado nuestros ojos se encontraron. Sonreí, y puse mi mano sobre la suya. Sabía qué sentía, porque yo me encontraba igual: algo avergonzado, y muy violento. Pero había que acabar con aquella situación.
—Mira, tenemos que asimilar lo que ha sucedido de alguna manera, no podemos seguir callados, cada uno concentrado en sus propios pensamientos, sin atreverse a mirar al otro con franqueza ni a compartir lo que hemos hecho. Es como… —busqué las palabras antes de continuar—. No es diferente de mi aventura con Caitlyn y la tuya con el fotógrafo, salvo quizá… Bueno, que lo hayamos hecho cada uno a la vista del otro.
Me miró francamente por primera vez, con los ojos húmedos.
»—Y aquello lo habíamos aceptado —proseguí—. De manera que nada de malos rollos ni remordimientos: has follado a Jorge, y lo has disfrutado, del mismo modo yo he echado un polvo a Sandra, y lo he pasado muy bien.
«Y el día 1 de agosto… —pensé, pero era mejor no sacar a colación el tema… todavía».
Lea me dirigió una sonrisa luminosa, la primera desde antes de la comida, y me presionó una rodilla.
Lea me miró de frente.
—¿Qué piensas sobre lo de hoy? –preguntó.
—¿Pensar? Si lo hubiera pensado, no lo habríamos hecho —respondí.
—¿Te arrepientes? —preguntó con un hilo de voz.
—De nada en absoluto —la tranquilicé—. Ha sido… Te voy a confesar algo: sentir tu cuerpo casi pegado al mío, mientras otro hombre te estaba consiguiendo un orgasmo, al mismo tiempo que yo follaba a otra, ha sido la experiencia más excitante de mi vida.
—Yo, Christian…
Nunca sabré qué iba a decir: justo en aquel momento sonó su teléfono móvil.
—Diga…
Tras escuchar unos segundos, se puso roja como una cereza. Hice un gesto de interrogación, al que respondió formando silenciosamente con los labios un nombre, que me pareció que terminaba en “a”, pero que no entendí.
—Estoy un poco enfadada contigo. No estuvo bien lo de quedarte con mis gafas…
«¡Joder!, Helga»
—Te habría bastado con decirme que querías ver a mi marido, en lugar de montar todo ese numerito.
…
—Pues sí, aunque parezca extraño, lo habría preferido, mejor que el hecho de que te colaras en nuestra casa para seducirle.
Me daba corte pedirle que pusiera el manos libres; respeto su intimidad, y no era quién para meterme en su conversación, pero lo cierto es que me mataba la curiosidad.
…
—Sí, por supuesto que él está al corriente de lo… lo que hice con vosotros, de la misma forma que me contó que se había acostado contigo.
Esta vez estuvo escuchando un buen rato sin hablar; en un momento determinado me dirigió una mirada que no supe interpretar.
—No, verás, hemos quedado con unos amigos para pasar la primera quincena en una casa que tienen en la costa, lo siento. Eso sin contar con el hecho de que sigo molesta por lo que hiciste.
...
—¿La segunda quincena? No sé, tendría que consultarlo con Christian.
…
—Mira, así de improviso, no sé qué decirte.
Después de unos segundos más de silencio, advertí que algo había cambiado: había vuelto el color rojo subido a las mejillas, y me dirigía rápidas miradas de soslayo mientras escuchaba. Y hasta su tono se había suavizado.
—No creas que me va a ser tan fácil olvidar el modo en que se ha comportado Helga.
«¡Joder! Ahora hablaba con el fotógrafo»
—Sinceramente, pensaba que no os vería más a ninguno de los dos.
…
—Sí.
…
—No.
…
—Puede que…
…
—No, no se trata de eso. Christian y yo somos adultos, y no hay secretos entre nosotros. Pero eso es una cosa, y otra muy distinta lo que creo que estáis proponiendo.
…
—Ya. ¿Me pides que crea, conociéndoos como os conozco a ambos, que estaríamos juntos una semana en plan platónico?
Abrió la boca como si le faltara el aire, y balbuceó varias veces antes de conseguir responder. Roja como una cereza, me dirigió una mirada esquiva.
—Por favor, Germán, no sigas…
…
—No sé. Esto ha sido muy repentino, y…
…
—Lo único que puedo prometer ahora mismo es que lo hablaré con Christian.
…
—De cualquier manera os llamaré. No lo hagas tú, porque voy a tener el teléfono apagado quince días.
…
—Adiós. Y dile a Helga que tendrá que compensarme…
Sus mejillas adoptaron el color rojo más encendido que había visto, y me dirigió una rápida mirada, apartando después los ojos.
—No me refería a ese tipo de compensación —dijo en tono seco.
…
—Vale. Os llamaré.
Y apretó el botón que ponía fin a la conversación.
Se quedó mirándome intensamente un buen rato, antes de hablar.
—Como imagino que habrás advertido, eran Helga y Germán. Querían invitarnos a pasar unos días con ellos a primeros de agosto en un apartamento que al parecer tienen en Almería. Y ya me has oído decir que lo único que puedo prometer es que lo hablaré contigo.
Lo pensé unos segundos antes de responder.
—Te conozco lo suficiente como para saber que te tienta la idea. ¿O me equivoco?
Me miró de frente.
—No, no te equivocas. Mira, tengo sentimientos encontrados ante ello. De una parte, quisiera cortar con ese episodio del pasado cercano; pero… Bueno, ya conoces a Helga, y él produce en mí el mismo efecto que ella en ti. Son dos animales sexuales, y a pesar de todo, y del hecho de que Helga haya actuado de manera un tanto artera para echarte un polvo, pues… La idea me resulta excitante, no quiero mentirte. Pero no hay caso. Ellos querían que fuéramos a primeros de agosto, y…
—¿Te han dicho claramente que se supone que follaremos con ellos? —la interrumpí.
—Muy claramente —respondió con la vista baja.
—Mmmmm, igual tendría que conocerle, a ver qué tiene que produce en ti ese efecto… —lo dije más secamente de lo que pretendía.
—Olvídalo, Christian —dijo rápidamente.
—A lo mejor me apetece follarme de nuevo a Helga —repliqué con una sonrisa.
—¡Joder, Christian! —saltó—. Te has cabreado, lo noto, y no quisiera que esto nos separe ni por un instante.
—Pues no estoy cabreado, en serio —repliqué—. Mira, es tarde ya, después de lo de hoy, como para que me sienta celoso. De manera que la única pega es que estaremos con Jorge, Sandra y los demás. El inconveniente es que…
—¿Qué?
—Que me temo que este ritmo de al menos dos polvos diarios se va a mantener durante los quince días de las vacaciones con Jorge y Sandra, y no sé si después… estaré en condiciones de “cumplir” con Helga. Bueno, siempre está la Viagra —concluí con una sonrisa maliciosa.
Su expresión cambió con la broma, y me propinó un cachete cariñoso.
—En serio, me has preocupado por un momento. ¿A que te apetece follarte a la diosa nórdica otra vez?
«Y varias veces —pensé... La idea había conseguido empalmarme».
—Hagamos una cosa, —propuse mientras le pellizcaba los pezones erectos sobre la camiseta—. Llámales mañana, y diles que si su ofrecimiento sigue en pie, iremos a verles la tercera semana de agosto. Y ahora… por mi parte puedo prescindir de la cena, ya nos haremos unos sandwiches o algo “después”. Porque lo que me apetece de veras es el tercero…
Sonrió ampliamente, y se puso en pie. Consiguió quitarse las bragas metiendo las manos por debajo de la falda sin mostrarme el sexo, y dejó la mínima prenda en mis rodillas, antes de dirigirse al dormitorio.
—Si quieres ver el resto, tendrás que seguirme —dijo con una sonrisa incitante.
Fui tras ella.
—¡No lo puedo creer! —exclamó cuando, después de descorrer la cremallera de mi bragueta, extrajo su contenido—. ¡Estás otra vez empalmado!
—Es que la chica lo merece… —bromeé.
Terminé de desnudarme, dejando la ropa tirada de cualquier manera. La besé intensamente, y después la elevé por debajo de los muslos, conduciéndola en vilo hasta la cama, donde la dejé acostada boca arriba.
—¿Y tú? ¿Necesitas preparación? —pregunté.
Negó con la cabeza, separando los muslos con las rodillas flexionadas, e iniciando una sensual masturbación. Me tendí sobre ella, y la penetré.
No sé dónde leí que el coito dura unos siete minutos, (igual lo he soñado) Aquel no. Aunque no llevé la cuenta, calculo que como a los dos o tres estábamos revolcándonos como posesos, en el punto más alto de un clímax compartido.
Y cuando se apagaron los espasmos de placer, me sentí sexualmente satisfecho por primera vez aquel día.
—Un euro por tus pensamientos —me dijo al cabo de un rato, mientras continuábamos abrazados frente a frente.
—Es gratis por esta vez —repliqué—. Estaba pensando en que esta tarde me he follado a una de las mujeres más sensuales y desinhibidas que he conocido, (obviamente me estoy refiriendo a Sandra) Y ha sido un gran polvo, pero continúo prefiriendo hacerlo contigo.
Me besó, con los ojos húmedos.
—Coincido plenamente en lo que dices —convino Lea—. Ha sido una experiencia de lo más excitante; Jorge no es mal amante, pero en el sexo contigo hay algo, que me faltaba mientras me dejaba follar por él: el amor, que cuando acompaña al sexo, es lo mejor del mundo.
—¿Entonces, lo has pasado bien? —le pregunté.
—Mmmmm, —se desperezó como una gata—. Ha habido como tres partes. A primera hora, el corte de estar desnuda entre ellos. Después, cuando lo hicimos sobre las tumbonas, la excitación más grande que había sentido jamás…
—A lo que ayudaron los manoseos de Jorge en tus tetas —la interrumpí.
—Eso fue una parte, aunque no la más importante. Lo principal fue el hecho de que, por primera vez en mi vida, estaba experimentando el sexo en compañía de otros.
—Te queda la tercera… —insinué.
—Ya lo puedes imaginar: te dije en la ducha que me encontraba muy caliente e insatisfecha, te veía a ti comerte con la vista el sexo de Sandra, y eso me enervaba más aún.
—No me irás a decir que tú no mirabas lo de Jorge… —insinué.
—Pues sí, y me apetecía lo que veía —se relamió cómicamente—. Además, tuve al menos una mano de Jorge encima durante todo el tiempo. Y cuando, en un descuido, separé los muslos y fue a parar… “allí”, me puse fuera de mí. Y bueno, pues que ahora te toca a ti confesarte.
—No tengo mucho que añadir, o al menos no muy diferente a lo tuyo. La historia de la cremita de Sandra me puso a mil...
—…después de que le estuvieras metiendo mano toda la comida, que te vi. —Se incorporó, y me miró con cara de coña—. Oye, que se me acaba de ocurrir una cosa: en algún momento tengo que probar a comerme esto —puso la mano sobre mi pene fláccido— mientras otro me la mete desde atrás. Por ejemplo, mañana mismo, que te recuerdo que hemos quedado con Jorge y Sandra. ¿Qué te parecería?
«Cien patadas. La idea me daba cien patadas» —pensé.
—Mmmm. Mira, se me ocurre una idea mejor: te tumbas boca arriba; yo me follo a otra dama desde atrás, mientras ella te hace un cunnilingus. ¿Qué tal?
—¡Perfecto! —¡jajajaja! —rio, siguiendo mi broma. Pero de repente se ensombreció su semblante—. Lo que me lleva a pensar en las vacaciones…
—Oye, todavía estamos a tiempo de echarnos atrás —ofrecí.
—Es que realmente no lo sé —respondió pensativa—. Me encuentro un poco como cuando esta mañana nos estábamos desnudando en el dormitorio de Jorge y Sandra. La idea me excita, pero no deja de darme un poco de “cosa”.
—Bueeeeee. Representémonos la escena: imagínate a ti misma con un desconocido (ponle la cara que quieras, porque no sabemos quiénes son) cabalgando un pene bien duro, mientras él te toca por todas partes…
—Visto así… —murmuró, ahogando un bostezo—. Continúa.
—Imagina que en lugar de cuatro cuerpos desnudos, seamos catorce. Siete parejas.
En algún momento, mientras continuaba con mis fantasías, su respiración acompasada me indicó que se había dormido.
Salí de la cama procurando no despertarla, y me dirigí a la cocina, donde bebí directamente de un brik de zumo de naranja. Y mientras el líquido frío apagaba mi sed, me puse a pensar en todo lo sucedido.
«¿Estábamos haciendo bien? La verdad es que desde que comenzó la cosa con Caitlyn, estaba disfrutando de lo mejor de dos mundos: sexo ardiente con unas cuantas mujeres, y sexo también ardiente y pasional, con el plus del amor que me unía a la mujer a la que había elegido como compañera para vivir juntos. ¿Tendría todo esto consecuencias más adelante para nuestra relación?».
Sacudí la cabeza, guardé el brik en el frigorífico y volví al dormitorio. Lea se removió sin despertarse, pegó su cuerpo desnudo al mío, suspiró en sueños, y continuó durmiendo.
«¡Joder!, ¿será posible? ¿Pues no que me estaba empalmando de nuevo? Aunque… ¿era el cuerpo de Lea, o la anticipación de lo que podría ocurrir mañana, y después durante las vacaciones?»
Pero antes de poder aclararlo, me dormí a mi vez.
20
Nuevos amigos (Christian)
¿Habéis experimentado alguna vez el hecho de que todo se ponga extrañamente a tu favor?
Pues eso es lo que nos sucedió: en la autopista, así como en el ramal de enlace al aeropuerto, no había apenas tráfico. Antes de las siete habíamos dejado a los padres de Lea ante el arco detector de metales. Era muy pronto, de manera que fuimos a la cafetería, y desayunamos a base de bollería recién hecha.
No hablamos ni palabra hasta terminar. Luego, planteé la cuestión:
—¿Te apetece lo de Sandra y Jorge, o prefieres quizá que pasemos el día solos en casa?
Me dirigió una larga mirada.
—Y tú, ¿qué quieres hacer?
Me acordé de una frase de Sandra, mientras estábamos el día anterior en la terraza de su dormitorio.
—“Lo que tú desees, amor”. “No, cariño, lo que tú quieras” —remedé incluso la voz de la mujer. Lea se echó a reír francamente.
—A mí me apetece hacerlo —dije mirándola a los ojos.
—Bueno, pues está decidido —concluyó Lea.
—Voy a comprar la prensa, y nos entretendremos un rato antes de partir, que no es cosa de sacarles de la cama.
—Bueeeee, a lo mejor en lugar de “sacarles” nos pedirían que “nos metamos” —replicó Lea con tono de malicia.
Hablaba al principio de que todo estaba a nuestro favor. Salimos a las nueve de la cafetería. Calculé que hasta a casa de Jorge y Sandra habría hora y media de camino... contando con las previsibles retenciones.
Pero no hubo tal; tardamos unos tres cuartos de hora, con lo que no eran siquiera las diez cuando estacioné nuestro coche ante la casa de la otra pareja.
Justo cuando salíamos del auto, se abrió la puerta cochera, y el suyo asomó, deteniéndose al vernos. La mujer abrió la ventanilla.
—No os esperábamos tan pronto. ¡Venga, subid! Íbamos al pueblo cercano a hacer unas compras.
Y así lo hicimos.
—Es que… veréis, —explicó Jorge mientras ponía de nuevo en marcha su coche—. Nada más marcharos ayer nos llamaron los amigos de los que os hablamos, la pareja que no puede venir a las vacaciones en agosto, y nos dijeron que si no teníamos inconveniente vendrían hoy a conocer nuestra piscina. Tratándose de ellos, ni que decir tiene, —continuó Jorge— que la cosa irá de sexo más temprano que tarde. No sé si eso supondrá un problema para vosotros…
Lea y yo nos dirigimos una mirada. Me encogí de hombros, mientras la interrogaba con la vista. Ella asintió imperceptiblemente.
—Hay algo más… —continuó Jorge titubeando—. No vienen solos, sino con otra pareja más o menos de la misma edad. A ellos no les conocemos, pero Javi me dijo que… este… bueno, que se lo montan los cuatro de vez en cuando, ya sabéis.
—¿Cómo son vuestros amigos? —quiso saber Lea.
—Algo más jóvenes que nosotros —respondió Sandra—. Pero si tu pregunta tiene que ver con el físico, pues los dos que conocemos son como pornostars, no sé si me explico…
La compra consistió en queso para hacer una fondue, (el día anterior había sobrado suficiente lomo de buey, que solo había que cortar en trocitos) entrantes a base de queso, jamón y lomo embuchado, una caja de langostinos cocidos, y pastelitos para acompañar al café. A pesar de mi insistencia, Jorge no me dejó pagar la mitad, como era mi intención.
Después, nos sentamos los cuatro en una terraza. Ellos se zamparon dos raciones de churros; nosotros ya habíamos desayunado, por lo que únicamente tomamos café.
—¡A ver, pitonisa! —me dirigía a Sandra—. ¿Has acertado esta vez, o pensabas que no vendríamos?
Ella sonrió sobre su taza.
—Pues no las tenía todas conmigo, no creas —replicó—. Es que ayer… A ver si encuentro las palabras. El sexo en compañía para nosotros es un juego, pero vosotros teníais cara de estar haciendo algo trascendente, no sé si prohibido.
—¡Joder!, es que era la primera vez. Tú me contaste que en las mismas circunstancias estabas deseando que te tragara la tierra —le recordé.
—¡Jajajaja! Tienes razón —convino.
—Pues hoy, hay que “soltarse” —intervino Jorge—. No sé los otros dos, pero para nuestros amigos, es la cosa más natural del mundo. De manera que… ¡a jugar! Sin reservas ni malos rollos. ¿Podrás? —preguntó dirigiéndose a Lea, que enrojeció ligeramente.
—Creo que conseguiré “meterme en situación” —afirmó.
Bueno, yo estaba buscando un momento a solas con Lea para preguntarle si le apetecía continuar adelante, pero Jorge y ella me lo habían ahorrado. Por mi parte, me daba un poco de reparo, porque una cosa es el intercambio con nuestros amigos, algo por lo que ya habíamos pasado el día anterior, y otra muy diferente que hubiera dos parejas más. Aunque la idea me había causado una erección.
Cuando volvimos no eran aún las doce y media, y Jorge había dicho de las otras dos parejas que “a saber cuándo aparecerían”. Pero aquel era el día de la puntualidad al parecer. Y es que, cuando llegamos a la casa, los otros cuatro estaban sentados en el suelo, a la sombra de un pino que había junto a la puerta de entrada de la casa de Jorge y Sandra.
Me quedé como si me hubiera dado un aire. ¿Algo más jóvenes que nosotros? Las chicas no parecían tener más de dieciocho, y sus compañeros tres o cuatro más a lo sumo.
Enseguida me fijé en una de ellas: cabellos cortitos negros y lacios, ojos del mismo color de sus cabellos, y un rostro muy gracioso con la nariz ligeramente respingona, que le daba un aspecto de malicia. Llevaba un vestido suelto sujeto con dos tirantes, de falda cortísima, y en la posición en la que estaba, se podía apreciar la estrecha cinta de un tanga negro que tapaba apenas lo justito de su coño. No llevaba sujetador, y cuando se inclinó para ponerse en pie, sus dos tetitas tiesas me alegraron la vista.
La segunda tampoco desmerecía nada. Algo más rellenita, pelo de un rubio oscuro que llegaba a sus hombros, enmarcando un rostro muy gracioso, de ojos intensamente azules. Camiseta “n” tallas más pequeña de su medida, que resaltaba sus dos grandes pechos, y otra minifalda vertiginosa, en su caso, ajustada.
Los hombres, dignos de anuncios de esos de perfume varonil, uno de ellos con barba de tres o cuatro días, incluso. Los dos, vestidos con camisetas de tirantes y pantalones cortos, que resaltaban sus figuras “de gimnasio”, aunque sin exageraciones musculares.
«¿Cómo co… demonios se las habrán arreglado Jorge y Sandra para “hacerse” con estos cuatro ejemplares? —me pregunté».
Hubo presentaciones y besos en las mejillas. La chica de pelo negro del vestido suelto que me había gustado desde que la vi, era Carla, y su noviete, rollo o lo que fuera, Javi, (este era el de la barba de tres días) Los otros dos, Juani y Carmelo.
Mientras Sandra, Lea y yo descargábamos el maletero y guardábamos la compra en el frigorífico, Jorge se llevó aparte a los otros cuatro. Imaginé que, al no saber de nuestra presencia, les estaba poniendo al corriente. Que es lo que hizo Sandra con nosotros.
—Javi y Carla son nuestros amigos. Les conocimos en un club de intercambio de parejas, la tercera vez que fuimos, cuando ya estábamos a punto de marcharnos. Debimos gustarles, porque nos propusieron irnos a un privado nada más llegar, y fue un polvo memorable, os lo aseguro. ¡Vaya!, se puede decir que ellos nos “desvirgaron” en esto del intercambio —rio.
»—En cuanto a Carmelo y Juani, son amigos de ellos, y ya os dijimos que, al parecer, “montan” fiestecitas en casa de una de las dos parejas, ya me entendéis.
—¿Cómo debemos…? Quiero decir que no sé qué esperar… —murmuró Lea nerviosamente, algo ruborizada.
—Bueno, la costumbre en el ambiente en que les conocimos es que uno de ellos, normalmente la chica, aborda a otra mujer y le propone echar un polvo, obviamente con las parejas cambiadas. Y no os puedo decir nada más, de manera que habrá que dejarles que de alguna manera tomen la iniciativa. Si los otros dos son como ellos, se trata de la gente con menos inhibiciones que conozco. De manera que, esperar, ver… y follar, —terminó Sandra con una risotada.
Justo en aquel momento entraron los demás en la cocina. Éramos multitud, de manera que Jorge propuso enseñarles la piscina. Y hacia ella nos dirigimos.
Nada más entrar, advertí que la famosa cristalera estaba perfectamente cerrada, señal inequívoca de que Sandra y su marido la habían preparado para la “fiesta”.
Lo que no esperaba en absoluto fue lo que sucedió: nada más entrar, Carla dio un gritito, se quitó el vestido por la cabeza, y corrió hasta el borde de la pileta, donde se despojó del mínimo tanga negro antes de lanzarse de cabeza al agua intensamente azul. Los otros tres la imitaron sin perder un segundo, con lo que hubo salpicaduras, risas y chillidos. El espectáculo de los cuatro jóvenes cuerpos desnudos consiguió empalmarme de inmediato.
—No, si ya os decía yo… —murmuró Sandra mientras comenzaba a desnudarse a su vez.
Para mi sorpresa, Lea no lo pensó ni un segundo. Se quitó rápidamente toda la ropa y se lanzó al agua en pelotas. Y Jorge y yo imitamos a los demás.
Durante unos minutos hubo una confusión de juegos, empujones y risas. Ocho personas no podíamos ni pensar en nadar en aquel espacio, pero no se trataba de eso, sino de refrescarse, y de paso, acariciar cualquier cuerpo desnudo del sexo contrario, con pretexto o sin él.
Finalmente, Carla se apropió de un colchón hinchable que estaba cerca del borde, le echó al agua y se subió en él, mostrando despreocupadamente el sexo entre sus muslos separados. Componía una de las imágenes más eróticas que había contemplado nunca.
Fue Juani la que propuso el juego: se trataba de que cada chica se sentara a horcajadas en los hombros de un chico, y tratara de derribar a otra mujer. La así descabalgada y su pareja debían salir de la piscina, y esperar dos minutos antes de volver a entrar.
Dio la casualidad de que en aquel momento, Carla estaba muy cerca de donde nos encontrábamos Lea y yo. De manera que decidí echarle “cara”:
—¿Juegas conmigo? —le propuse.
—¡Claro, cariño! Encantada —respondió la chica—. Luego buscó a su pareja, y señaló a Lea su ubicación. —Mi chico es Javi, el que no se ha afeitado…
Le hizo gestos con la mano, hasta que el aludido se acercó a nosotros.
—Que Christian me ha propuesto ser mi pareja en el juego —le informó.
—Y tú eres Lea, su mujer —dijo él—. Pues encantado. Ven súbete.
Instantes después, me vi con el coño de la chica sobre mi cuello, mientras ella se aferraba a mis cabellos. Lea parecía haber entrado “en situación”, como ella misma había dicho: estaba sonriente, sentada a horcajadas sobre Javi.
Se sucedieron pequeñas escaramuzas, en las que cada chica se abrazaba a otra y la empujaba, tratando de hacer perder el equilibrio a su “cabalgadura”. Segundos después Lea, que había sido la primera en caer, estaba mostrando despreocupadamente el sexo acuclillada en el borde de la piscina junto a Javi, mientras aplaudía y reía.
No lo podía creer. Pero bueno, así eran las cosas.
Los siguientes en salir fueron Jorge y Juani, con lo que mi “amazona” y yo quedamos enfrentados a Sandra, que “cabalgaba” a Carmelo.
Durante unos segundos se sucedieron los encuentros y forcejeos. Finalmente, en un momento en el que Sandra había perdido el equilibrio, la tomé por el tobillo impulsándola hacia arriba y atrás, con lo que fue a parar al agua.
Carla, aún sentada sobre mí, aplaudió.
—¡Somos los mejores! —gritó triunfante—. Mereces un premio, —dijo refiriéndose a mí.
—¡Ejem! Me conformaría con que me soltaras el pelo… —respondí.
—¡Joder!—rió ella, mostrándome unos cuantos de mis cabellos arrancados en cada mano—. Pobrecito. Anda, agáchate, que me bajo.
«Eso, ¡joder! —pensé».
Me puse en cuclillas, con la cabeza sumergida, y la mocita me rozó el hombro y un brazo con la vulva mientras descabalgaba. Y yo andaba ya desde hacía rato con una erección de campeonato.
Me quedé mirándola. Estaba muy cerca de mí, tanto que me habría bastado inclinar solo ligeramente la cabeza para comerme sus labios gordezuelos. Ella me miraba sonriente, como sometiéndose de buena gana a mi escrutinio, y luego se arrimó más a mí, con lo que mi glande entró en contacto con su cuerpo.
—¿Por qué me miras así? —preguntó.
—Porque me gustas mucho —respondí, tomándola por la cintura y atrayéndola contra mí, hasta que su cuerpo quedó en contacto con el mío.
—Pero Sandra o Lea tienen las tetas más grandes —arguyó—. ¿Por qué te gustan las mías, que no dejas de mirarlas…?
—Las tuyas son como melocotones. Y me gustan tus pezones, siempre erectos.
Miró sus pechos, y de nuevo alzó sus preciosos ojos negros hasta que nuestras miradas se encontraron. Lo dudé solo unos segundos, y después decidí atreverme. Me aparté de ella lo suficiente como para que mis manos pudieran sopesar sus tetitas. Efectivamente, duras y turgentes. Pasó un brazo en torno a mi cuello.
—¿Sabes qué haría ahora mismo? —pregunté con los labios pegados a una de sus orejitas—. Llevarte a algún sitio apropiado, y hacerte el amor. Me gustaste desde que te vi esta mañana, sentada bajo el pino.
—Quizá tendríamos que preguntarles a Lea y Javi… —insinuó.
—¿Qué es lo que tendríais que consultarnos? —preguntó la voz de Lea a mi espalda.
No había advertido su presencia. Bueno, de hecho, mi atención había estado centrada en Carla. Miré por primera vez a mi alrededor: Juani y Jorge estaban besándose apasionadamente unos pasos más allá. Carmelo y Sandra, fuera del agua, estaban tendiendo en el suelo unas delgadas colchonetas que tomaban de una pila en la que no había reparado hasta el momento, situada donde el día anterior estaban las famosas tumbonas, y tendiendo toallas sobre ellas.
—Christian me ha propuesto que echemos un polvo… si vosotros también estáis de acuerdo —dijo la chica con absoluta tranquilidad.
Lea enrojeció ligeramente, y me miró a los ojos. Asentí con la cabeza.
—Por mí no hay inconveniente —dijo finalmente con voz algo temblorosa.
Ella y Javi se dirigieron a una de las escaleras, y dejé de prestarles atención. Tomé a Carla por las corvas, y la elevé a pulso, hasta dejarla sentada en el borde de la piscina. Ella me miró con intención, y separó los muslos.
«¡Dioses, qué maravilla de chochito! —pensé»
Completamente depilado, sin sombra alguna de vello. La separación de su vulva comenzaba muy arriba, ampliándose como una pequeña campanilla unida a sus labios menores, que sobresalían unos dos centímetros.
Pero no fue a eso a lo que me dediqué: me estaban tentando sus dos melocotoncitos, de manera que me metí uno en la boca, mientras daba golpecitos con la lengua a su pezón, totalmente tieso y duro. Le mordí ligeramente, lo que provocó en ella un gemido de placer. Tras unos segundos, le dejé por el otro. La chica me estaba mirando con una clara expresión de goce en su gracioso rostro. De alguna manera, se las apañó para, inclinándose un poco hacia delante, aferrar mi erección, y comenzó a subir y bajar la mano sobre ella. Calculé que, si seguía con ese “tratamiento”, yo no iba a durar demasiado, de manera que dejé sus tetitas, y puse las manos en sus ingles, abriendo bien su vulva.
Ahora, el prepucio de su clítoris era claramente visible, y allí se me fue la lengua. Mientras succionaba y lamía aquel pequeño manjar, Carla comenzó a gemir acompasadamente.
Había soltado mi pene, y tenía la cabeza echada hacia atrás. Uno de mis dedos fue al interior de su vagina, y le moví en círculos. Un segundo dedo fue a acompañar al primero. Carla se inclinó, abrazándose compulsivamente a mi cuello, y los ligeros gemidos se convirtieron en jadeos. Su monte de Venus se elevó en mi dirección; temblaba como atacada de fiebre.
—Christian... ¡Ay! ¡Sigue!, ¡sigue! ¡Christian, me estoy corriendo…! —terminó chillando guturalmente entre los dientes apretados, mientras incrementaba sus movimientos convulsos.
Finalmente se relajó, y me dirigió una radiante sonrisa.
—Eso ha estado muy bien —dijo, mientras posaba una mano en mi nuca y me atraía hacia su boca entreabierta.
Cuando se separó, segundos después, se puso en pie, ayudándose con las manos. Tuve una nueva visión de su abertura desde abajo. Encantadora. Me tendió una mano.
—Ven, vamos con los demás.
La seguí de mala gana. No tenía demasiadas ganas de ver como Javi follaba a mi mujer, pero… bien, realmente a eso habíamos venido, ¿no?
Me tomó de la cintura mientras andábamos.
—A Javi y a mí nos encanta follar uno al lado del otro —musitó en mi oído.
Sobre las colchonetas, las otras tres parejas lo hacían en distintas posiciones:
Carmelo, en pie, tenía el pene oprimido entre los grandes pechos de Sandra, hincada de rodillas ante él, que ella tenía juntos con las manos, y el muchacho adelantaba y retiraba las caderas, con lo que su miembro, largo y fino, resbalaba entre los senos de la mujer.
Juani estaba tendida boca arriba, con los ojos cerrados, masajeándose los senos, mientras Jorge, sobre ella, la embestía lentamente, recreándose en el cuerpo mullido de la chica.
Y por fin, no tuve más remedio que mirar hacia el punto al que me conducía Carla: Javi estaba tumbado sobre la espalda. Lea, acuclillada a horcajadas sobre él, se sostenía con las manos en los hombros del muchacho, inclinada hacia adelante, y hacía subir y bajar su trasero sobre la verga en la que estaba empalada. Como hipnotizado, me quedé mirando cómo aparecía y desaparecía en el interior de mi mujer. Aparté la vista, con una sensación de confusión, no sin antes haber percibido la mirada que me dirigió ella, ligeramente avergonzada, aunque sin dejar por ello de cabalgarle, probablemente más allá del “punto de no retorno”.
Como si fuera lo más natural del mundo, Carla se inclinó hacia su chico, y le besó en los labios. Él sonrió:
—¿Qué… tal? —jadeó el hombre.
—Christian me ha hecho una comida de cuquita súper, y hemos venido a follar con vosotros.
Creo que debí enrojecer. La chica hablaba de ello como lo más natural del mundo. Pero enseguida tuve otra cosa en qué distraerme: se tumbó al lado de su marido, bien abierta de piernas, y me tendió los brazos. Me acosté encima, sosteniendo el peso de mi cuerpo con los antebrazos. Ella introdujo una mano entre nuestros sexos, y guió mi pene hasta dejarle en la entrada de su “cuquita”. Una ligera contracción de caderas, y estuve dentro de ella.
Comencé a follarla lentamente. Para mi sorpresa, el hecho de estar haciéndolo casi rozando a Lea mientras ella montaba a su vez a otro hombre, estaba incrementando mi excitación hasta extremos desconocidos.
El chico giró ligeramente el torso, y se aferró a uno de los pechitos de Carla. La cadera de Lea quedó en contacto con la mía durante unos segundos, y el roce me puso más fuera de mí de lo que estaba.
Javi se abrazó a mi mujer, obligándola con ello a pegarse a su cuerpo, y así enlazados, rodaron en nuestra dirección. El trasero de Lea quedó apoyado contra mi cuerpo. El hombre inició un rápido bombeo, y sentí sus acometidas en los empujones del culo de Lea.
Debajo de mí, Carla estaba gimiendo rítmicamente, de nuevo con los dientes apretados como hacía unos minutos, mirándome con los ojos muy abiertos. Su pubis se elevó en mi dirección, y entonces hizo algo que me cortó la respiración: con el torso ligeramente girado en su dirección, pasó las manos en torno al cuerpo de Lea, y se agarró a sus senos. Creo que mi mujer ni lo advirtió, o pensó que eran otras manos.
—¡Ay, dioses! Christian, me estoy… corriendo… —musitó Lea con los ojos cerrados.
Exploté literalmente dentro del menudo cuerpo de Carla, que se debatía debajo de mí, girando la cabeza de un lado a otro, con su agitada respiración perfectamente audible.
—¡Christian, Christian —gritó la chica—. Me corro. ¡Ay, Javi! ¡Javiiiiii! ¡Me estoy corriendo…!
Entonces hice algo… mientras me recorrían espasmos de un placer increíble, mis manos pugnaron con las de Carla por la posesión de los pechos de mi mujer, y comencé a estrujarlos, mientras escuchaba los fuertes jadeos del otro hombre.
—¡Ah! —chilló Lea—. ¡Joder, Javi! ¡Más rápido, más… más…! ¡Aaaah!
Poco después quedamos inmóviles. Lea se desprendió de los brazos del otro hombre, y se volvió, quedando con el cuerpo pegado al mío y al de Carla. Me dirigió una mirada indescifrable, y luego posó las manos en mi nuca, atrayéndome hacia ella, y me besó intensamente.