El síndrome del oso panda (6)
La crucial decisión.
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La “crucial decisión” (Christian)
El tiempo pasó como un suspiro. Habían dicho que “lo habláramos entre nosotros”, y Lea y yo lo hablamos, ¡vaya si lo hablamos! De hecho, fue el tema preferente de nuestras conversaciones. Pasamos por varias fases. La primera “¡vaya con estos dos, con lo modosita que parecía Sandra!”. Después fue “no sé cómo se han atrevido a proponernos algo así” (en tono convenientemente indignado) Más tarde nos dedicamos a hacer suposiciones acerca de quiénes serían los amigos comunes con los que habían tenido la misma conversación que con nosotros. Habían dicho que “puede que algunos conocidos por vosotros”, así que nos centramos en el grupo de parejas, (seis en total, contando la formada por Sandra y Jorge) que nos reuníamos unas cuantas veces al año a cenar. Pero no pudimos llegar a ninguna conclusión.
Sobre el quinto día, más o menos, la cosa ya era objeto de bromas, del estilo “oye, pues fulanita está de muerte, tiene un señor polvo” (yo) que Lea respondía con “pues ¿sabes que no me importaría nada follarme a menganito?”. Pero en aquel momento eran eso, bromas.
En una cosa discrepábamos Lea y yo al principio: para mí y en teoría, sería más fácil llegar a una relación de ese tipo con personas conocidas, mientras que Lea opinaba que no, que sería más sencillo si sabíamos que no volveríamos a verles después. Terminó cambiando de parecer después de que personalizáramos el asunto en los propios Jorge y Sandra, (porque seguíamos sin poder imaginar quienes serían los demás) y convino conmigo en que la confianza que había entre nosotros era ya medio camino recorrido para terminar en la cama con ellos. Además, —añadió Lea con cara de malicia— con los conocidos siempre tendríamos después la posibilidad de recordar esas vacaciones…
Y muy en el fondo (al menos en mi caso) deslizándose como un reptil, estaba la idea de que, en realidad, Lea y yo ya habíamos tenido sexo fuera del matrimonio, aunque eso sí, por separado.
¿En qué momento comenzamos a pensar seriamente en aquello como posibilidad? Tampoco lo sabemos.
Más o menos al décimo día pasamos unas cuantas horas buscando información en Internet. Nos sorprendimos al encontrar sin demasiado esfuerzo una gran cantidad de páginas de contactos swinger , publicidad de clubes de intercambios… Nos salieron también un buen número de relatos eróticos sobre el particular que, además de tener una calidad literaria mala (tendiendo a pésima) la mayor parte de ellos, nos resultaron irreales, porque en casi todos ellos, los dos componentes de la pareja se ponían a follar con otros a las primeras de cambio, y eso… También vimos un par de vídeos descargados de Internet, con la misma temática. Y es que lo que no nos aclaraba todo aquello es cómo se llega a la decisión de hacerlo.
Después, calientes los dos a pesar de todo, nos desnudamos y nos fuimos a la cama.
Fue después de un polvo salvaje, como hacía tiempo que no experimentábamos, cuando la idea me vino de repente, y se lo propuse:
—Mira, cariño, tenemos un montón de dudas al respecto, y lo más adecuado sería preguntar a los expertos… y no conocemos a ningún otro aparte de Jorge y Sandra. Además, les debemos una comida. De manera que, ¿qué te parece si les invitamos el domingo? …sin pasar al dormitorio, —añadí rápidamente, ante la transparente expresión de Lea.
Y así quedamos.
—¡Hombre, Christian! precisamente te iba a telefonear —me dijo Jorge cuando respondió a mi llamada al día siguiente.
—Pues tú dirás, —le animé a continuar.
—Has sido tú quién ha llamado, de manera que te escucho.
Le hablé de la invitación a comer.
—De acuerdo, —aceptó— pero en lugar de en tu casa, venid mejor a la nuestra de la sierra; se está más fresco, y además, vamos a inaugurar la piscina. O sea, que traeros bañadores… o no —añadió en tono zumbón.
Ya habíamos estado algunas veces en esa casa, donde se celebraban, cuando hacía buen tiempo, una parte considerable de las cenas de matrimonios. Efectivamente, siempre habían dicho que habían dejado todo preparado para añadir una piscina, y al parecer finalmente lo habían hecho.
—¿Por fin os habéis decidido? —pregunté haciendo caso omiso de la broma—. Bueno pues nosotros solo le vemos un inconveniente, y es que esta vez nos tocaba invitaros a nosotros.
—Bueno, si os vais a hacer mala sangre por eso… traer la comida. Algo sencillo, que pueda hacerse a la brasa.
—De acuerdo. ¿A qué hora quedamos?
—Las doce estará bien, para que haya tiempo de darnos un baño, tomar un aperitivo y charlar.
—De acuerdo pues —acepté—. Nos vemos el sábado a las doce.
Solo después de colgar el aparato, caí en la cuenta de que no me había dicho cuál iba a ser el motivo de esa llamada que no hizo. Me encogí de hombros.
«Bueno, ya nos lo dirán el sábado —pensé»
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Insomnio (Christian)
El sueño duró poco. Era más de la una de la madrugada cuando desperté empapado en sudor, y con una erección que parecía desmentir el hecho de que mi mujer y yo habíamos disfrutado de una de las mejores sesiones de sexo de nuestra vida en común. Lea dormía a mi lado, y era un gozo ver su expresión relajada, y su cuerpo desnudo entre las sábanas revueltas. Sus labios se fruncieron en una sonrisa.
«¿Con qué o quién estará soñando» —me pregunté.
Me senté en un sofá.
Quería recordar el sueño interrumpido pero, como suele suceder, solo algunos fragmentos volvían a mi mente. ¡Y qué fragmentos! Vagas imágenes de mujeres desnudas. Una insinuante voz de mujer que me susurraba al oído… (¿qué?) Unos turgentes pechos femeninos rozando mi brazo. Hice un esfuerzo por recordar. Imposible. Ni las palabras ni el rostro querían materializarse en mis recuerdos. Sacudí la cabeza.
«Todo esto es producto de lo que Lea y yo habíamos dado en llamar jocosamente “la crucial decisión”» —pensé.
«Más bien la crucial duda» —me rectifiqué a mí mismo.
Porque era un hecho que, a pocos días del 1 de agosto, aún no habíamos llegado a ninguna conclusión… o al menos no la habíamos explicitado ninguno de nosotros. Realmente, Lea y yo hablábamos y actuábamos como si aquello se tratara de un juego. Como si, en el fondo, ambos hubiéramos resuelto no acudir a la cita, pero bromeáramos fingiendo que verdaderamente existía la posibilidad de decidirnos a hacerlo.
«Pero, ¿lo había descartado yo por completo? ¿Y Lea?» —me pregunté.
De vez en cuando, me permitía fantasear con la idea. Imaginaba un jardín (no conocíamos la casa, pero sabíamos que había uno) en el que varias mujeres y hombres desnudos, a los que no ponía rostro, se dedicaban a diversos juegos sexuales, e incluso alguna pareja follaba a la vista de todos.
Personalizándolo aún más, imaginaba a nuestra anfitriona del siguiente fin de semana, Sandra, completamente desnuda abrazada a mí. En esos momentos, mi mente creaba la sensación de sus grandes senos pegados a mi pecho, su abultado monte de Venus oprimiendo mis genitales… y me empalmaba por completo.
«¿De veras has decidido no ir?» —me pregunté a mí mismo.
Lo cierto es que no me lo había planteado aún en serio. Y a lo mejor iba siendo hora de hacerlo.
«Veamos —me dije—. Es obvio que la idea de tener a varias mujeres a tu disposición te pone a mil. Pero, volviendo a tus fantasías, ponle rostro a la mujer de una de esas esas parejas que ves follando en ellas. El rostro de Lea. Imagínala en cuclillas, muy abierta de piernas, empalada en el pene de un varón, no importa quién. Botando sobre él, con el rostro contraído en ese rictus de placer que conoces tan bien. Moviendo el trasero en círculos, con sus senos bamboleándose al ritmo de sus movimientos. Con sus manos en el pecho del hombre, sosteniendo su peso, mientras una de las de él está sobre el pubis de tu mujer, con su dedo pulgar acariciando su clítoris, y la otra está aferrada a uno de sus pechos. ¿Qué sientes ante ello?»
Me paré a pensarlo. Intelectualmente, la idea me producía un cierto rechazo. Pero advertí que mi pene había crecido ante la evocación.
«Y ahora, —continué mi autodiálogo— ¿qué crees que va a pasar el sábado con Jorge y Sandra? ¿De veras pretendes convencerte de que ellos no intentarán en algún momento que la cosa acabe en la cama? ¿Cómo reaccionarías ante ello?»
Advertí que la idea no me producía el rechazo absoluto que, sólo unas semanas antes, habría sido mi reacción ante algo así.
Y que, siendo sincero conmigo mismo y, haciendo abstracción de la presencia de Lea, yo mismo podría proponerle a Sandra que nos fuéramos a la cama. ¡Vaya!, que estaba deseando echarle un polvo desde el momento en que, junto con la proposición, tuve el conocimiento de que era accesible, que estaba dispuesta a follar conmigo.
«¿Verdaderamente estás tú decidido?» —me pregunté.
Lo pensé unos instantes. Ciertamente, la idea de que Lea se follara a otro hombre —a “otros” hombres, rectifiqué— después de lo que había hecho —ambos habíamos hecho— no me parecía ninguna monstruosidad inasumible. Y sí, estaba decidido a aceptar la proposición de Jorge y Sandra.
«Y ahora, lo más importante: ¿qué crees que piensa Lea de todo esto? ¿Verdaderamente está en contra, o espera quizá conocer mi opinión antes de decirme que quiere (o no) hacerlo?».
Sacudí la cabeza. No tenía respuesta para ello. Y quizá iba siendo hora de tener una conversación en serio al respecto.
Miré el reloj de pared: casi las dos de la madrugada. Debía acostarme.
«Y si tienes otro sueño húmedo de los que te asaltan estos últimos días, mejor que mejor» —sonreí interiormente.
15
Insomnio (Lea)
Aunque Christian se había levantado sigilosamente, me había despertado, y no me había sentado nada bien. Porque en esos momentos tenía uno de esos sueños que se habían hecho más frecuentes desde la proposición de Sandra y su marido.
En esta ocasión, era la larga y gruesa polla del hombre de color la que dilataba mi vagina, resbalando adelante y atrás por mi humedad. Más allá, esta vez solo había un hombre, que por una vez tenía cara: Jorge. Completamente desnudo, había estado masturbándose unos segundos a mi lado, para luego acercarme su verga a la cara. Y yo la había tomado y me la había introducido en la boca…
«¿Qué cojones hace Christian ahí fuera? —me pregunté, algo enojada—. Mañana es día laborable, y tenemos que madrugar… Quizá, pensando en la “crucial decisión”» —me respondí a mí misma, y mi enfado se disipó.
Y es que no habíamos tenido una conversación en serio sobre el particular. Ambos jugábamos con el morbo de la idea, como si estuviéramos decididos a aceptar la invitación, pero, al mismo tiempo, convencidos de que no lo haríamos.
«¿Y tú? ¿De veras no quieres hacerlo?» —me pregunté a mí misma.
En todos aquellos días había pensado mucho en ello. Al principio, me imaginaba completamente desnuda ante otras parejas igualmente sin ropa, y ello me producía una leve sensación de pudor. Con el paso del tiempo, sin embargo, la idea de que otros hombres contemplaran mi cuerpo, llegó a enervarme. Casi diría que la imagen mental de varios pares de ojos masculinos recorriendo mi piel y deteniéndose en mis pechos y mi… intimidad, me producía una sensación agradable, al sentirme así admirada… y me excitaba profundamente. Después me atreví a representarme mentalmente una escena en la que un varón al que no ponía rostro (bueno, sí, a veces el de Jorge) me follaba en presencia de varios hombres y mujeres que, curiosamente, se limitaban a mirar. Y esa imagen no me provocaba vergüenza ni rechazo, sino una tremenda calentura, que en ocasiones debía aliviar con mis dedos.
Había otra cuestión. ¿Cómo reaccionaría ante el hecho de que Christian se follara a otras mujeres? Había llegado en mis fantasías un paso más allá: en una ocasión me representé la imagen de Christian tumbado sobre una mujer cuyo rostro quedaba oculto por su espalda, con su pene entrando y saliendo de su cuerpo. Y, tras unos instantes, la sensación de ligero desagrado se tornó en otra de ternura… y de excitación. Porque Christian, mi marido, estaba disfrutando del sexo, aunque no fuera yo su partenaire .
Pero no había respondido aún a mi propia pregunta. Varias veces había pensado que habría facilitado mucho las cosas que Christian me hubiera propuesto acudir a esa cita. Pero no lo había hecho.
Y ese pensamiento me llevó a una pregunta: si Christian me pedía aceptar la proposición de Jorge y Sandra, ¿qué respondería yo?
Por primera vez en nuestra vida en común, había una decisión que no se tomaba hablando largo y tendido sobre ella, sopesando los pros y los contras, hasta llegar a un acuerdo compartido por ambos.
Pero estaba eludiendo responderme a mí misma:
«Si, a pesar de todos mis miedos y recelos, quería hacerlo».
Y esa conversación aplazada debería tener lugar cuanto antes, porque el sábado íbamos a convivir todo el día con la pareja que nos había hecho la proposición. Y existía la posibilidad de que quisieran que Christian y yo…
Dejé volar la imaginación, y me representé la escena: Christian tumbado sobre Sandra, mientras el pene de Jorge entraba y salía de mi vagina. Comencé a masturbarme…
No sé a qué hora volvió Christian a la cama. En algún momento, después del orgasmo explosivo provocado por mis dedos, debí quedarme dormida.
16
Conversaciones de alcoba (Christian)
Por la mañana le conté a Lea mi conversación con Jorge; la noche anterior no tenía las ideas tan claras como ahora, después de la noche de insomnio. Ella se me quedó mirando con expresión especulativa.
—¿En su casa? Se te ha ocurrido pensar que…
—Si te refieres a que a lo mejor nos hacen otra proposición, ya sabes, se me ha ocurrido —respondí interrumpiéndola.
—¿Y qué piensas sobre ello?
—Bueno, en algún momento debíamos tener esta conversación, porque el día 1 de agosto está a la vuelta de la esquina, y esta es una buena ocasión. —Me interrumpí unos segundos mientras ordenaba mis ideas—. Verás, llevamos prácticamente un mes hablando sobre ello a todas horas, pero no seriamente, sino en un “sí pero no”…
—O “no, pero ¿quién sabe?” —me cortó Lea.
—No hagas como si no supieras a qué me refiero. Bromeamos y fantaseamos sobre el particular, aunque los dos actuamos como si no estuviéramos decididos a hacerlo.
—¿Lo estás tú? —Lea me miraba muy seria.
—Estoy lleno de dudas. No te voy a negar que la idea me excita enormemente, pero no sé cómo podemos aceptar… Mira, una cosa es contarnos lo que hemos hecho con otras personas, que eso… bueno, diría que lo tenemos asumido. En todos los casos los dos nos dejamos llevar por la situación. No fue algo planeado, surgió así; pero esto es algo diferente. De lo que se trata ahora es de aceptar que ambos tendremos sexo con otras personas, no de forma fortuita, sino prestándonos conscientemente a ello. Pero no te he respondido. Lo he pensado mucho, y sí, creo que quiero hacerlo. Pero dime solo dos palabras, “no quiero”, y olvidamos todo esto.
—¿De veras no quedarías frustrado si te dijera que no? —me preguntó con los ojos velados.
—Ven aquí —pedí, mientras tomaba su barbilla con la mano, y la atraía hacia mí. La besé profunda, largamente—. Ya está olvidado. Te quiero demasiado como para permitir que esto…
Me interrumpió poniendo su dedo índice sobre mis labios.
—No he dicho las dos palabras… —dijo en tono contenido.
—Bueno, yo creí… —ya no sabía qué pensar.
—Me pasa un poco como a ti: pensar en ello me pone muy caliente, pero dudo si, llegado el momento, no echaría a correr. Además, hay otro argumento a favor. Tú quieres hacerlo y, fíjate, lo haría sin desearlo solo por complacerte.
—Realmente no quieres… —insinué.
—No es cierto —respondió rápida—. No te he ocultado nada de mis dos experiencias extramatrimoniales, te he dicho que lo disfruté enormemente las dos veces. Como parte del relato, en ambas ocasiones, te he contado que llevo una temporada extrañamente caliente, con sueños y fantasías eróticos, y…
—No te basta conmigo… —la interrumpí, algo dolido.
—¡Vaya! ese es un argumento válido para los dos. No, te amo, conocerte es lo mejor que me ha pasado nunca, no concibo siquiera la posibilidad de separarme de ti, y el sexo contigo me llena y me satisface. Es solo… No sé cómo expresarlo. Quizá con tus mismas palabras; es algo que dijiste cuando me contaste tu aventura con Caitlyn, una frase parecida a esta: “ Me sentía como si otra vez tuviera veinte años, muchas cosas aún por descubrir, y mi vida fuera como un cuadro en blanco, sobre el que solo había comenzado a hacer un esbozo” . Bueno, pues yo también me sentí así las dos veces. Hice, lo mismo que tú, una especie de paréntesis en mi ordenada y predecible existencia: tenía de nuevo veinte años, no había convenciones sociales, y me limité a disfrutar de lo que la vida me deparaba en ese momento.
—Lo que nos lleva a la invitación de Jorge y Sandra —reintroduje el tema—. Supongo que, como yo, no se te oculta que bueno, todo un día con ellos, la piscina, que implica semidesnudez… ¡Vamos! que hay que contar con que en algún momento podrían plantearnos el intercambio. Y antes de preguntarte a ti qué opinas sobre el particular, te diré lo que pienso: Sandra es una mujer muy sensual, que puede inspirar toda clase de pensamientos libidinosos, pero jamás, antes de ahora, se me habría ocurrido hacerle una proposición, ya sabes; pero tras su oferta de las vacaciones, todo es distinto. Ahora sé que aceptaría de buen grado follar conmigo, y sé que a Jorge no le importaría. Por no andarme por las ramas, si se tercia, (y estoy razonablemente seguro de que se terciará) lo aceptaría. ¿Y tú?
—¡Mira que eres brusco! ¡Claro que he pensado en ello! Y tengo sentimientos encontrados. Jorge me gusta como compañero de sexo, no te lo voy a ocultar. Antes de… aquella conversación con ellos, me habría negado en redondo a acostarme con él si me lo hubiera propuesto. Pero todo es diferente ahora. Además —compuso una sonrisa irónica— si tú te follas a Sandra, no creerás que me quedaré mirando mientras lo haces…
—Entiendo que eso es un sí —zanjé—. Hagamos una cosa: cuando entremos por la puerta de su casa, abriremos uno de esos paréntesis que decías. Y lo que pueda suceder dentro del paréntesis no afectará para nada a nuestra vida en común: será sexo, sin más connotaciones.
—Pero queda lo del día 1 de agosto… —insinuó.
—Bueno, si no te he entendido mal, a ambos nos apetece, así que… más paréntesis.
—Este… —comenzó con voz melosa— ¿podrías llegar hoy un poco tarde a trabajar? Es que no quiero perderme eso…
Y señalaba el bulto de mi erección que se distinguía bajo la sábana.
—Todo lo tarde que quieras —respondí mientras la boca se me iba a uno de sus pechos, y la mano al otro.