El Síndrome de Estocolmo
Dudé mucho en publicarlo, espero les agrade.
El Síndrome de Estocolmo.
Me despierto a media madrugada alterado, siento el terror que recorre mis huesos como el frío de la mañana recorre la yerba cubriéndola de rocío. Este sudor frío que me cubre es la expresión de lo alterado que me encuentro. Apenas recuerdo el hotel de quinta en que me encuentro en este pueblo olvidado de Dios. Me levanto al baño y no reconozco a esa persona que alcanza a dibujarse en este espejo viejo ya sin brillo y con apenas unas cuantas pequeñas zonas que dibujan el deterioro en mi cuerpo tras estos meses. Parece que el ritmo de mi corazón no disminuye, mas al contrario, se sobresalta con la sirena de una patrulla lejana, ya no encuentro sosiego. Cómo podré ahora recuperar un poco de la tranquilidad que me fue arrebatada y de la vida que me cambiaron.
Me dejaron libre sólo porque ese hombre supo hacer las cosas, sirvió exponerme por ayudar en algo a hacer más llevadero su dolor y su soledad.
Quisiera nada recordar de lo vivido pero me es imposible, no sé siquiera si podré terminar de relatar lo que me ha ocurrido
CINCO MESES ATRÁS.
Acabo de recibir los documentos de nacionalización de la camioneta que traigo conmigo de los EU en la aduana de San Luis Rio Colorado, Sonora, México; la emoción me embarga porque es la primera que compro del otro lado para venderla al sur de aquí, en la Cd. De México o en sus alrededores. Quedan unas tres horas para que anochezca pero quiero adelantar mi camino hacia mi destino ya que de Tijuana a México son 3000 km, largo rato el que me espera al volante. Es la primera vez que vengo hasta esta frontera tan lejana y solo, no conozco el Mar de Cortez pero he escuchado de su encanto y como es septiembre, me gustaría pasar los festejos por estos rumbos. Hago planes y me dirijo hacia Puerto Peñasco, se supone que es un lugar donde se pueden disfrutar de las maravillas de la naturaleza aún. Los letreros en esta carretera me indican que estoy por llegar a un lugar llamado Sonoyta, es donde tengo que tomar la desviación para mi destino, me gustaría pasar la noche ahí aunque fuese dentro de la camioneta para ahorrar gastos. Me llama la atención que al lado de la carretera, casi regularmente uno del otro, se encuentran varios jóvenes en bicicletas mirando hacia el camino, alguno hace un gesto de disimulo en cuanto nota que lo miro, curiosos los pobladores de por estos lados, supongo. Sigo de frente hasta llegar a mi destino, me recibe el mar con una brisa que pareciera ser de vida en este calor del desierto. Conmigo traigo todo lo necesario para pasar un tiempo a gusto sin ocuparme de nada, paso de largo unos grandes hoteles y miro unos buques pesqueros anclados en el muelle, sigo hasta un camino que se enfila hacia una playa no muy lejos de ahí. Me introduzco en la playa para apagar la camioneta y descender para mirar y sentir de frente el mar. Pongo un poco de música. No han pasado ni veinte minutos cuando sobre la carretera pasan un grupo de camionetas recientes, todas de lujo que siguen de largo. Todos ellos voltean al oír la música que tengo y ver la pequeña fogata que he encendido. De pronto se detienen y retroceden, de tres de las camionetas desciendes varias personas pero sólo un par de ellas se acercan hasta donde me encuentro.
-Buenas noches, me adelanto a saludar en tono amistoso.
-Buenas, joven, qué haciendo por estos lares. -Me dirijo a la Ciudad de México con esa camioneta.
-¿Ya nacionalizó el mueble? Así le dicen a los vehículos en el norte
-Sí, hace un rato en San Luis, pero tenía ganas de conocer el Mar de Cortez.
-Pues este no es el mejor lugar, más al Sur están los mejores sitios para eso.
-Sí, de hecho voy a seguir temprano, gracias.
- ¿Entonces se dedica a la venta de muebles allá?
-No realmente, de hecho es el primero que llevo a ver cómo me va, soy enfermero, me acabo de titular.
-¿No es usted muy joven?
-Hice Enfermería como carrera anexa en la preparatoria, espero que me acepten en la Universidad el próximo período porque quiero estudiar medicina y lo de joven pues depende para qué. Al tiempo de decir esto le hice saber de mis gustos y mis deseos para esa noche con una mirada que no debería dejarle duda alguna.
En ese momento fue interrumpido por el radio en su cintura.
-¿Qué pasó? Se oye una voz que le inquiere.
-Ya voy, contesta en tono más sumiso de con el que se refería a mí.
Se retira, al darse la vuelta, noto que es un tipo que está armado pues no tiene enfado alguno en ocultarlo. No pasan unos minutos cuando regresa acompañado por el otro ocupante con el que venía en la camioneta.
-Joven, tenemos un problemita con el que tal vez pueda ayudarnos.
-Sí, dígame.
-Venga conmigo, me dice de manera autoritaria al momento que lleva a posar su mano sobre su arma.
-¿Pero, y mi camioneta?
-No se preocupe por ella, si le pasa algo ya se la pagaran por mucho más de lo que le pudo haber costado. Comparada con las de ellos, la mía era más bien pieza de museo.
-De cualquier modo, dele las llaves a él (refiriéndose a su compañero) para que la traiga.
Subimos a su camioneta con otro de sus compañeros a mi lado, yo en medio de los dos. Fue cuando pude observarlo con más detenimiento; era un hombre de aspecto muy rudo con un rostro maltratado por las inclemencias del clima aunque de rasgos muy viriles y que se notaba no hacía nada por ayudarse, pero no por eso dejaba de ser atractivo. Sus manos sobre el volante eran enormes y fuertes, cubiertas de pelos. Por otro lado yo, me gustaba hacerme notar, siempre me habían gustado mis formas finas muy femeninas, no me interesaba ocultar mi preferencia por los hombres, me ayudaba que soy bajo de estatura para ser más apetecible a muchos tipos.
Seguimos alrededor de otros veinte minutos a toda velocidad hacia el sur hasta una casa por demás alejada de todo, a la que se llegaba después de tomar un camino secundario de terracería y tras pasar por varios puestos de vigías; se miraba contra el reflejo de la luna en el agua que la casa contaba con muelle propio.
Al descender, vi que de una de las otras camionetas ayudaban a bajar a alguien que se apreciaba con una herida en el estómago por sus movimientos.
Lo llevaron dentro de la casa y yo los seguí con los otros hombres escoltándome, siempre con sus rifles de asalto con ellos. Llegamos pronto a la que era su recamara y lo ayudaron a depositarse en la cama.
Eran como ocho los sujetos que lo rodeaban impidiéndome ver algo. Al tenerlo ya bien acomodado, se retiraron dejándome acceso libre al herido, para ese momento ya había visto yo el hilo de sangre dejado por él en su camino.
Me acerqué de inmediato para indagar más del estado del herido. Caminé lentamente, pues el miedo empezaba a apoderarse de mí; como en cámara lenta, los individuos se apartaron dejándome libre acceso hasta él, me acerqué más por morbo que por otra cosa y fue en ese momento cuando mis ojos se toparon con los suyos. La mirada de aquél hombre era la de un hermoso animal herido suplicando ayuda, era la mirada de alguien quien mira de frente a la muerte y se niega a aceptar su destino.
-Ayúdelo, me ordenó el sujeto que me había traído con tono déspota.
-Pero yo solamente soy enfermero, ¿qué puedo hacer?
-Más le vale, si no, ya valió madres. Sentenció mi destino en caso de no poder hacer algo.
En ese momento fue cuando confirme lo fatal de mi suerte ese día.
-¡Por favor!, alcanzó a implorar el herido refiriéndose a mí antes de desvanecerse.
Pasados unos segundos, volví en mí tras un empujón que me dieron para acabar de llegar hasta la cama.
Lleno de terror comencé a quitarle los añicos que quedaban de su camisa, Retiré sus manos de la herida en medio de un mar de sangre. Tuve miedo del contacto directo, pero no tenía opción.
-Necesitamos gazas limpias y algo con lo que limpiar primero, procedí a dar indicaciones.
-Gazas sí tenemos y sólo hay agua de garrafón recién comprada, contestó unos de lo maleantes.
-Bueno, mientras tráiganla, seguí ordenando.
-Quíntenle la camisa y desvístanlo.
Con unas gazas hice compresión sobre la herida para evitar que se desangrara.
Pronto se empeñaron en seguir mis instrucciones, se notaba que el herido era importante entre ellos.
-¡Un jabón para mis manos, rápido! ¡A ver, tú!, échame agua hasta que te diga.
Durante mis prácticas profesionales en un hospital en el área de urgencias pude asistir a muchas cirugías por heridas de armas blancas y aunque sólo era un enfermero, aquello no me era tan ajeno.
-Quiten todo lo que estorbe y hay que ponerlo lo más cómodo posible sin moverlo mucho, les dije mientras notaba la mirada inquisidora del que me había traído al verme que me iba haciendo cargo de la situación.
-¿Qué, desea que se salve, verdad? Le dije a modo de que me dejara hacer.
-Hagan lo que les diga, les ordenó a los otros.
Alcanzaba yo a darme cuenta veladamente como me miraba de manera morbosa mientras estaba yo en lo mío. Siempre me ha encendido que los hombres me miren de esa manera.
Limpié la herida y noté que era por bala, recorrí todo el cuerpo y encontré la salida por la parte trasera, casi en el costado derecho de su cuerpo.
-Salió por acá, le dije a mi secuestrador. Hay que esperar que no haya tocado ninguna arteria, aunque no lo creo, ya casi dejo de sangrar.
-Necesitamos hilo para hacerle unas puntadas, vendas, muchas vendas, agua esterilizada, una ahuja de cirugía e hilo, algún calmante, antibióticos, gazas, suero, jeringas y sobre todo pedirle a Dios nos ayude.
Le limpié lo mejor que pude con gazas mientras los sujetos esos llamaban por radio para que les trajeran todo lo de la lista en medio de la noche.
Pasado un tiempo, -al perecer la hemorragia está cediendo, no creo que sea tan grave, sólo vamos a dejar que drene y cerramos.
-Hay que ponerle suero con antibiótico y ver cómo evoluciona, además de los calmantes.
-¿Cree que la haga?
-Yo creo que sí, es un tipo por demás con suerte, pero de cualquier manera deberían conseguir un médico.
-Esperemos a ver cómo sigue porque los alrededores están muy calientes, está llenos de malditos federales, dijo en voz alta aunque mas bien hablaba para sí mismo.
Pasaron tres días entre temperaturas y cuidados sin despertar definitivamente todavía aunque mejoraba.
Mientras esos primeros días pasaban, ya aquéllos tipos sabían todo de mí mediante los papeles que llevaba de identificación en la camioneta, habían investigado con su gente en la Ciudad de México todo respecto de mi familia; sabían de mis padres, de mis hermanos y hasta de mis perros. Tenían cada detalle de mi identidad. Lo cual me daba terror al saber que podrían ir por mi familia si así lo deseasen o si yo les daba motivo.
Durante el día me dejaban en el cuarto del herido para cuidarlo, aunque podía salir a la playa de la casa para descansar siempre con alguien a mi lado armado con su cuerno de chivo.
Por momentos apreciaba al herido, lo miraba descansar como si no debiera nada, como si su alma estuviera tranquila. Era un hombre como de 1.80 o más, con buen cuerpo, con una impresionantes piernas y pantorrillas poderosas, de píes grandes y bien cuidados, tendría unos 40 años, su cuerpo era cubierto por una capa de finos vellos que se dibujaban más en su pecho y en sus piernas, su pene estaba circuncidado, era grande aunque estuviera flácido. De barba muy cerrada, lo tenía que afeitar para mantenerlo limpio; sus cejas eran pobladas, su rostro era simétrico, su quijada cuadra, lo que más gustaban eran sus labios carnosos y bien delineados; enmarcaba un rostro recio y sin duda alguna, era mucho muy atractivo. No me desagradaba poder contemplar ese roble cuando lo limpiaba con las toallas. Aún en esa situación, me despertaba un gran deseo esa persona.
En la noche del tercer día llegó "el borrego", así le decían al que me había traído, temprano de sus "negocios" por el pendiente del herido. Tenían de todo en esa casa, había un par de mujeres que se veían indígenas y quienes también estaban secuestradas como yo, supongo, y eran ellas quienes se encargaban de los alimentos y demás quehaceres ahí. Le sirvieron temprano su cena, yo podía oír todo desde la habitación "del pepe" pues así se referían al herido.
-Sirvan otro plato y traigan "al enfermerito" para que me acompañe, escuché cuando ordenó. Sentí miedo pues hasta ese momento sólo había tenido que cruzar con él sólo un par de palabras.
En esas circunstancias no te queda más que hacer lo que te digan si quieres sobrevivir.
Fueron por mí y me trajeron ante su presencia.
-Siéntese joven, acompáñeme a cenar. Me dijo con una sonrisa en su cara, una sonrisa que en otro momento, me hubiera parecido sincera, propia de la gente del norte, pero que en esas circunstancias me provocaba pánico.
Me senté a la mesa sólo porque así me lo ordenó para no buscarme problemas innecesarios, ya bastantes tenía.
-Con que nos salió bueno en sus labores, me dicen. Comentó al tiempo que continuaba cenando.
-Realmente no fue tan grave, está evolucionando bien y es un hombre fuerte, confío en que se reponga pronto para poder seguir mi camino.
-¿Qué, tan mal lo hemos tratado que ya planea dejarnos? Su sarcasmo me parecía detestable pero no podía hacer nada.
-Quisiera llegar lo antes posible con los míos, si me lo permite usted.
-Bueno, ya veremos, aunque siempre hace falta gente preparada que nos ayude ¿no cree usted?
No contesté, sólo pude mirarlo tratándome de guardar lo que sentía.
Y dígame, que hace un jovencito tan sólo lejos de su familia. ¿Qué tiene, apenas 18?
-Usted sabe que vine por mi camioneta.
-¡Ah!, por cierto, creo que se la llevaron unos fulanos, ya sabe usted, hay muchos maleantes por aquí, pero no se preocupe, ya veremos qué hacer, además no creo que la vaya a necesitar por un tiempo, créame. Y cuénteme, me dicen que en México no se le ha conocido jamás una novia, no me diga que es patito.
-Usted dígame, ¿que piensa, se lo parezco? Le lancé una mirada más de deseo que de otra cosa, en ese momento pensaba que si no le daba a notar que le temía tanto otro sería su trato hacia mí, además por el momento me sentía un poco seguro por los cuidados que le proporcionaba al herido.
-No, pues es usted muy finito, ni duda cabe.
Se le notaba que no estaba acostumbrado a que nadie lo viera de ese modo, como posible objeto del deseo de alguien.
¡Vino, tráigannos más vino! Gritó como para romper el silencio.
El tipejo ese quería darse una vida que supongo siempre le había sido negada pues aunque a la mesa tenía langosta y vino blanco importado, se notaba que no los apreciaba, además de que las joyas que cargaba, aunque muy costosas, delataban un pésimo gusto por lo ostentosas y se le notaba también su estrato de origen humilde.
-Hoy va a pasar la noche conmigo, jovencito. Me dijo sin mediar más nada.
- Se me antoja un putito que me mame la verga hasta que me venga a ver si en verdad son tan buenos como se dice y después a ver qué se me ocurre. Y tenga cuidado porque en donde no me parezca, me lo hecho en ese momento no importando que tenga que conseguirme alguien más para que cuide al Pepe.
Debo tener una desviación extraña porque me excitaba el trato que me daba ese personaje tan rudo en sus modos y me excitaba aún más que fuera tan directo en su deseo hacia mí. Se notaba que estaba acostumbrado a tomar lo que quisiera sin importarle pasar sobre los demás.
Se levantó y me ordenó que lo siguiera hasta su recamara.
Al mirarlo por atrás comencé a recorrer sus anchas espaldas que terminaban en una breve cintura sobre un buen trasero. Ese par de troncos que sostenían semejante sujeto me encantaban.
Cuando llegamos a su recamara le pedí me diera oportunidad de pasar a su baño, a lo cual accedió.
Al encontrarme en el baño una tina, procedí a llenarla con agua tibia y a poner en ella un poco de espuma que estaba en una repisa.
Salí del baño y me dirigí a hincarme entre sus piernas aprovechando que se había sentado en un sillón con una copa en su mano. Sentado así lucían sus piernas aún más fuertes. Le empecé a desabrochar la gran hebilla de su cinto para bajarle el cierre. Desprendía olor a alcohol y a hombre.
-Puse a llenar su tina, no quiere que le de un masaje para que se relaje, le dije al momento que lo trataba como si no estuviéramos en esa situación, hasta melosamente le hablaba.
-Órale, ¿y qué, eso también lo aprendió en la enfermería?, me contestó, pero pues bueno ¡Va!
Le desabotoné la camisa vaquera encontrándome un estomago duro y cubierto de vellos gruesos castaños. Le bajé los pantalones junto con los interiores y los boté por un lado. Me encontré con una verga queriendo despertar de buen tamaño, colgaban de ella un par de huevos enormes. No pude resistir más y le engullí la verga para acabarla de erguir. Rápido creció en mi boca hasta llegar a proporciones monumentales. Sus piernas también eran de antología: duras, fuertes, enormes, cubiertas todas de pelos ensortijados por su abundancia. Lo guié hasta la tina como si fuera él mi huésped. Quería que se sintiera deseado por ser él, no por la situación en la que estábamos. Todo a él se notaba que le gustaba, también podía ver que le desconcertaba que lo tratara tan bien. Intentaba yo romperle el marco de referencia en el que se sentía tan cómodo, ponerlo en situaciones que no supiera manejar o que fueran nuevas aunque sea por el modo en que era tratado.
En cuanto se metió en la tina, me dispuse más a acariciarlo que a masajearlo para relajar el ambiente. Los pelos de su cuerpo se le ceñían notándose más varonil. Sus tetillas se veían erguidas. Su erección era de campeonato, su miembro era gordo, pesado y grande. Me preguntaba yo que qué problema podría tener ese portento para conseguir de otra manera lo que él quisiera.
-¿Nos vamos a la cama para darle esa mamada? Le propuse.
-Ah, pero que buen putito que me conseguí, se nota que le encanta la reata, decía al tiempo que se sonreía con beneplácito.
Ya estando en la cama derramé sobre su verga un poco de vino para limpiarlo con la lengua. Le mamé desde la punta hasta los huevos metiéndome toda su hombría hasta más allá de mi garganta. Lo llevé al delirio pues me estaba cogiendo por la boca. Lo tuve así por un rato sin permitirle que se derramara, lo acercaba más al final y me detenía para impedírselo. Tenía yo el poder en ese momento y sabía como usarlo.
Por un rato me dediqué a sus huevos, ¡cómo me gustaban! Eran enormes, los lamí todos siguiendo hasta el perineo. Me sorprendió que él sólo doblara las piernas permitiéndome seguir adelante. Proseguí hasta llegar a su ano, con mi lengua le recorrí los bordes, lo bese, lo poseí de esa manera.
Regresé a su verga y seguí prendido de ella.
-Ya me quiero venir y que te los tragues, me ordenó siempre autoritario y altanero.
-¿Seguro?, pregunté sumiso.
-¿Qué más quieres? El sabía lo que yo quería pero hacía como si él no lo desease también.
-Lo que a ti se te antoje, papá, tú eres quien importa en estos momentos, le dije. Sabía que aquél macho me quería reventar el culo.
-¿Me cogerías? Le pregunté suplicante.
-No, nada más una mamada, yo no soy puto.
Al estar él boca arriba fue para mí fácil subirme para recibir su verga en mi ano sin su permiso expreso. Fingiendo que no lo espera, empezó a facilitarme el camino para clavarme su tranca hasta el fondo, siempre con sus ojos cerrados como negándose a la mundo nuevo de sensaciones que lo embriagaban.
Con trabajos pude meterme la punta, pero tuve que pausar par acostumbrarme a su tamaño. Puso sus manazas en mis piernas para obligarme a seguir mi camino. Después comencé a bajar por todo lo largo de su tronco hasta el fondo. Sentí como cada centímetro de carne ardiente me penetraba inmisericorde, era devastador sentirme poseído por semejante falo. Con mis dedos constaté que no quedaba nada fuera. Una vez dentro, comencé a deslizarme de arriba hacia abajo rítmicamente, sintiendo su latir en mis manos ya que me apoyaba en su poderoso y peludo pecho. El frenesí se apoderó de mí, el ritmo tomado era mayor en cada envión que me daba yo mismo, para ese momento era yo quien me lo cogía a él, era yo quien dominaba. El siguió cerrando todo el tiempo sus ojos como negándose al placer que estaba recibiendo. Con sus enormes manos comenzó a acariciarme las tetillas, después las nalgas, las abría bruscamente como para entrar más hondo en mí, como para tomar el control de la cogida que me daba. Poco a poco empezaba a dejar salir al macho que gozaba de ese momento.
-Ahora sí, putito, vas a saber lo que es un norteño.
Se puso de pié conmigo ensartado y la sentí más hondo todavía, gritaba yo sin que me importara que me oyeran. Con gran facilidad ese hombre corpulento levantaba mi pequeño cuerpo para hacerme cabalgarlo a su ritmo.
Ahora sí, ya me miraba con lujuria, retorcía los labios y ceñía las cejas de placer que experimentaba al tiempo que bufaba como toro y me estrujaba cuanto podía.
Era sin duda un hombre fuerte, vigoroso, impetuoso y lleno de deseo.
En medio de su calentura me estrelló contra un muro y siguió cogiéndome, no le importaba más nada que saciar sus instintos, lo único que quería era darme la cogida de mi vida como para saberse el más macho si es que yo lo comparaba.
Me llevó a la cama y me empinó en ella a la vez que descargaba todo su poder nalgueándome sin piedad alguna. Fue la cogida más prolongada que hubiera tenido, también era la primera vez que tenía sexo con alguien en estado "alterado" Me hundía de un solo golpe toda esa verga una y otra vez. Me cogía impetuosamente hasta que acabó en mis adentros con un grito que quiso ahogar pero que le fue imposible.
Al dejarse caer sobre la cama, como si hubiera sido herido por tanto esfuerzo en tremenda cogida, me apuré a tomar mis cosas y salir de ahí lo antes posible.
-Me voy a continuar cuidando al señor Pepe, le dije a modo de despedida.
No quería estar yo ahí cuando callera en cuenta de todo lo que había gozado aún en contra suya con un "putito".
Era la mañana siguiente después de aquél encuentro con "el borrego" cuando mi herido abrió sus ojos ya estando mejor. Me encontró sentando al lado suyo absorto en mis pensamientos.
-¿Quién eres? Preguntó al notarse solo conmigo en su habitación.
Fue cuando miré por primera vez sus profundos ojos, entre verdes y grises, el timbre de su voz era un embrujo a mis oídos por su tono grave y varonil, aunque se notaba aún débil. Supe en ese momento que ese hombre sería mi perdición.
-Soy quien lo ha estado cuidado en estos días y quien lo ayudó cuando su "accidente", señor.
-¿Cuántos días han pasado?
-Este es el cuarto, ¿cómo se siente?
-De la fregada, por poco y no la cuento.
-Por favor no se mueva, se le puede abrir la herida.
-Ay, sí, duele de la chingada.
-¿Qué necesita, le acerco algo, le llamo a alguien?
-Al borrego.
Salí de la habitación ya que afuera estaba uno de esos sujetos armados.
-Le llama al borrego.
Entró el sujeto a ver a su jefe.
Dígame jefe, "el borre" no está, pero que se lo localicen por el radio ahora mismo.
-No, dime donde anda.
-Fue a soltar las mulas al rancho, en ese momento yo creía en verdad que se trataba de animales.
-Déjalo, ¿ya pasaron todo lo del mes?
-Creo que no jefe, al parecer cambiaron la ruta, pero usted sabe que yo no sé mucho de eso.
-¿Cambiaron la ruta, y los halcones, reportan algo?
-Nada, disciplinamos a uno de ellos por distraerse.
Entendí que se referían a aquéllos muchachos que había yo visto en la carretera.
Mientras él hablaba con su subordinado yo me acerqué a checarle la herida. Siguió hablando con el fulano ese mientras me dejaba hacer lo necesario. Después de haber terminado de dar instrucciones, pidió que nos dejaran solos, no quería él que mucha gente lo viera en ese estado, casi indefenso, de hecho, tenía estrictamente prohibido que nadie entrara a su habitación a menos que él lo llamara.
-Le voy a acabar de limpiar la herida aprovechando para no molestarlo más.
Se le veía su rostro lleno de dolor, pero aún así no se permitía mostrarse más indefenso de lo necesario.
-Va evolucionando perfectamente aunque todavía pasará un tiempo antes que pueda hacer nada.
-Gracias. Era la primera vez que escuchaba esa palabra en esa casa.
-Y ¿cómo te llamas?
-Francisco.
-A mi me dice todo el mundo Pepe.
-De hecho sí, ya había yo oído eso.
-Y qué más oíste.
-Realmente no me gusta enterarme de lo que no debo.
-Se ve que eres un muchacho inteligente. ¿Cómo es que dimos contigo?
-Estaba yo en la playa cuando ustedes pasaron y me "levantaron"
-Ah sí, ya recuerdo, ibas en una camioneta vieja.
Sí, era mi primera camioneta que compraba, bendita idea la mía, me lamenté.
-¿Qué edad tienes y cómo sabes de curar heridos?
-18 y estudié enfermería en la prepa.
Aunque suene raro, no me sentía a disgusto con ese hombre que tenía edad para ser mi padre, hasta nervioso me sentía, me abrumaba su gallardía. Se veía sereno y su trato era muy distinto al del borrego, su tono de voz inducía tranquilidad. Al sentir un poco de calidez no pude soportar más y dejé salir de mis ojos un par de lágrimas guardadas aunque no alcancé a quebrarme.
-¿Qué te pasa?, supongo que te sientes mal.
-Sí, realmente lo único que quisiera es regresar con mi familia.
-¿Tienes mucha familia?
-Ya el otro señor me investigó, él mismo me dijo todo lo que sabe de mí.
-El hace bien su trabajo como tú el tuyo y no te preocupes, sigue así que yo sé reconocer a los amigos.
Lo traté lo mejor que pude sin causarle más dolor del necesario en su herida.
-¿Quiere usted comer algo? , tiene que reponerse.
-Sí, sólo un poco, gracias
Los días fueron pasando y ahora con él ya consiente, yo disponía de mayor libertad de movimiento y me sentía un poco más tranquilo, aunque siempre custodiado para no escaparme. Siempre que estaba yo con él procuraba no hablarle ni preguntarle más de lo que él deseara hablar o decir, como que a él esa situación le agradaba, que no lo molestara. El borrego no volvió a buscarme y se notaba que era por instrucciones de Pepe, ya que yo debía estar siempre a su lado. No buscaron a un médico y me extraña que no tuvieran uno en ese momento aunque se sintieron conformes con mis cuidados.
A un lado de la casa había una pequeña colina desde donde veía yo cuando el sol se ocultaba, era tan hermoso ver los tonos rojizos sobre el mar en calma y después lo estrellado del cielo en la noche.
Cubierta su herida, ya podía yo bañarlo bien con la regadera de mano y él me iba tomando más confianza al ver de mi empeño en su persona. Supongo que todo el tiempo supo de la atracción que ejercía en mí. Pronto superamos los primeros días cuando dependía de mí para sus cosas más privadas que lo ponían incómodo al sentirse tan necesitado de alguien. Me encantaba ver ese cuerpo maduro tan apetecible a mi vista. Disfrutaba mirarlo desde abajo, se veía más imponente, su cuerpo era el producto de un trabajo recio, de haber practicado mucho deporte en su juventud y de su genética, no era un cuerpo artificial de gimnasio aunque tenía uno en la habitación contigua y se veía que lo usaba regularmente. Lavaba yo todas sus partes y al llegar a la verga me dedicaba con más ahínco a que todo quedara bien limpio. Le provocaba enormes erecciones sin atreverme a ir más allá. El sólo esbozaba una ligera sonrisa de complicidad que me provocaba a continuar aunque nunca me atreví por temor a desatar su ira.
-Me conoces mejor que nadie aquí ya que nadie ha estado tan cerca de mí como tú lo has estado aunque en el fondo me apena que hayas llegado de esta manera. Quiero que te consideres mi invitado desde ahora aunque te pido que entiendas de la situación que guardamos en este lugar, no puedo permitir que nos abandones por el momento por obvias razones y porque, aunque no lo creas, me siento bien con tus cuidados, me gusta como me has tratado este tiempo. Me dijo mientras yo seguía embelesado disfrutando de su cuerpo al acabar de bañarlo, sus tratos amables eran para mí cautivadores, me empezaba a enamorar de ese hombre.
Las semanas pasaron y cada vez yo necesitaba más de su compañía y él menos de la mía. Empezó a reincorporarse poco a poco y sin mucho esfuerzo a sus actividades desde su casa ya todas las tardes le reportaban y se mantenía siempre en contacto con todos dando instrucciones.
Una tarde de clima triste en ese paraíso, estábamos en su habitación mirando al mar mientras él tomaba el cogñac que tanto le agradaba. Me imaginaba que él era como varias personas en una sola, en la privacidad de sus habitaciones era una persona serena, educada y de buen trato, se notaba que sabía disfrutar de lo que tenía, supongo que no podía ser de esa manera cuando andaba en sus negocios aunque por suerte nunca me pidió que lo acompañara.
Esa tarde, al mirarlo contemplar el mar a través de su ventanal, noté añoranza en su mirada, noté cansancio.
Yo me desvivía por atenderlo en lo que podía, sentía ya admiración por la persona que él era cuando estábamos juntos.
-¿Deseas un cigarro o algo para levantarte? Me dijo al sentirse observado.
-No, gracias, no fumo ni me meto nada. Tomo sólo un poco en ocasiones especiales cuando me siento a gusto. Nunca he necesitado nada para aceptar quien soy.
-¿Te gustaría acompañarme con un trago?
-Sí, me agrada estar con usted, gracias.
-Me gusta que digas eso, una vez me dijo un mentor que tuve en Matamoros que quien te ofrece un vicio no es tu amigo y deberías desaparecerlo, yo tampoco tengo vicios y no soporto a quienes los tienen, bueno sólo al borrego pero ya me está hartando.
Después de un rato de estar platicando me dijo
-Sabes, algunas veces quisiera echar el tiempo atrás, volver a ser el chiquillo aquél que corría libre sin nada que lo atara ni nada de que esconderse y hacer todo diferente. Me pregunto ahora si todo ha valido la pena o si todo fue un error, estoy cansado de vivir "a tiro de mata"
Hizo una pausa
-¿Puedo pedirle un favor? le interrumpí al verlo tan sereno.
-Si puedo, con todo gusto.
-Ustedes tienen todos mis datos y saben quien soy, yo no expondría a mis padres a nada malo...
-Concluye, ¿qué quieres?
-¿Me daría permiso para hablar a mi casa y hacerles saber que estoy bien? Le prometo que no les diré nada de lo que aquí ocurre pero mi mamá ha de estar devastada sin saber de mí.
-No sé, nunca he hecho nada así por nadie, no me gustaría que te arriesgaras a conocerme de otra manera
-Le prometo que no haré ni diré nada, le dije insistente con la esperanza de que aceptara.
-Bueno, pero muy rápido y con el alta voz.
-Bueno, mamá, ¿cómo estás?...sí, yo estoy bien, conseguí un trabajo de enfermero, estoy cuidando a un señor que es muy bueno conmigo pero no hay teléfono donde estoy, sí, me porto bien, no te preocupes no, no creo volverte a hablar en un buen tiempo pero te llamo en la primera oportunidad sí, adiós, cuídate dame tu bendición.
Colgué y esta vez sí me fue imposible contenerme, me solté a llorar todo el miedo que tenía, sentí mi soledad en medio de tanto peligro.
Al Pepe se le notaba apenado un poco al verme en ese estado.
-Hiciste bien, se ve que eres buen hijo.
Se acercó a mí y me acarició con su mano mi cabello. Por instinto y en busca de un consuelo me abracé su pecho. Noté de pronto lo grande y poderoso que era sobre mi persona. Me cubrió con sus brazos y me dijo que no me preocupara, que todo aquello pasaría, me dijo que me lo debía porque en parte me debía la vida y que él era una persona de honor.
Yo deseaba mucho a ese hombre, me seducía el poder que tenía, me seducía lo guapo que era, me seducía que fuera tan amable en su trato conmigo y me seducía su olor tan varonil.
A la tarde siguiente llegó temprano el borrego echando la casa por la ventana con algunos de sus amigos y unas mujeres de algún prostíbulo haciendo fiesta.
-¿Dónde está mi amigo Pepe?, vamos a festejar que ya la libró, llámenle pa´que venga a ver qué le traje, como a él le gustan, dijo entre gritos.
Salió de su habitación Pepe y se dirigió a compartir con sus amigos. Yo me quedé al borde del barandal que daba a la escalera que dirigía al recibidor mirando todo.
-¿Y qué, no invitas a tu amiguito, Pepe?
-No, a él déjalo, además no creo que le agrade mucho este ambiente.
-¡Ah, ya se dio cuenta mi Pepe!
-¿Darme cuenta de qué? no tengo que darme cuenta de nada, él es un muchacho que me ha ayudado y nada más por eso merece otro trato. Le contestó en tono molesto y para acabar con cualquier discusión o comentario. El borrego no agregó ya nada al respecto.
Me regresé a la recamara para apartarme en la medida de lo posible aunque en el fondo me moría de rabia porque me comenzaba a imaginar lo que haría Pepe con esas mujeres, me imaginaba que ellas sería las poseedoras de sus caricias, de su entrega, que lo harían vibrar de la manera en la que yo moría por hacerlo.
Pasaron un par de horas de gran algarabía hasta que escuché una ráfaga como de seis balazos y salí con cuidado a ver qué había pasado, no quería imaginarme nada.
En el piso estaba el borrego muerto y Pepe estaba de pié frente a él. Los demás que se encontraban presentes rodeaban a Pepe con sus armas desenfundadas como apoyándolo aunque no creo que hayan disparado, más bien lo protegían. Se notaba que lo había acribillado después de una discusión pues estaban las botellas y los vasos tirados. Las mujeres se encontraban arrinconadas lo más retiradas posibles mirando a Pepe con miedo, lloraban sin poderse contralar.
-Limpien todo y a ellas pásenlas a la finca. Ordenó a los demás que habían estado presentes.
Se dio la vuelta y se dirigió a donde estaba yo todavía con la arma en la mano, sin enfundarla. Entró sin decir nada y yo detrás de él. Su escolta se quedó como siempre fuera de la habitación.
Puso el arma en la mesita de noche, se tiró en la cama y yo me senté en el sofá sin decir una palabra, sin voltear a mirarlo siquiera.
De reojo vi que estaba sucio, salpicado de la sangre del borrego.
-¿Quiere que lo limpie, Pepe? Todavía no podía valerse él por sí mismo para todo, además para eso estaba yo ahí, para asistirlo.
-A ver, bueno. Me contestó molesto sólo para no dejarme con la palabra en la boca.
Rápido preparé todo en el baño. Regresé para ayudarlo a que me acompañara. En el baño lo desvestí de pié y arrojé a la basura sus ropas después de haber depositado las pertenencias que traía consigo sobre una mesita. Temblaba yo por lo que acababa de suceder y a él parecía que no le importaba mucho. Le pedí que se recostara en la tina vacía de agua, solo con algunas toallas para que no sintiera lo frío del material. Encendí una varita aromática de incienso que había pedido me consiguiera a alguno de sus colaboradores junto con algunas otras cosas. Con extremo cuidado le lavé la sangre que tenía encima que en realidad no era mucha, vi como el hilo rojo se iba por el desagüe y sentí algo extraño, vinieron a mí memorias de mi encuentro tan arrebatador con el borrego, sentí extraño al ver parte de él desaparecer de esa manera.
Le acerqué una copa de XO con hielos por si se le apetecía y dejé la botella a un lado, en seguida tomó la copa y me pidió otro trago.
-Y tú sírvete otro, acompáñame.
Me serví el mío y estrellé mi copa contra la de él al tiempo que buscaba algo en lo profundo de sus ojos, buscaba algún vestigio de su alma, pero fue en vano.
Prendí un par de velas y apagué las luces intentando relajarlo. Con aceites aromáticos en mis manos le masajeé la parte de atrás del cuello suavemente en círculos, bajaba mis manos por los hombros para continuar rodeándolo a modo de seguir en sus pectorales. El lo disfrutaba sin oponer resistencia pues le hacía sentir yo el cariño que ya le tenía. Llené la tina una vez que estaba limpio de la sangre del borrego pues para ese entonces la herida ya había cerrado completamente.
El ambiente logrado era apacible, lejos del que había dominado en la sala unos momentos antes. Aquí se respiraba tranquilidad.
Sin decir ni preguntar yo nada, él sólo empezó a hablar para consigo mismo en voz alta al sentirse más cómodo, como justificándose.
-¿Por qué este pendejo no supo reconocer el limite a nuestra amistad? Lo conocía yo desde hacía tiempo cuando don Juan nos crió y lo consideraba mi amigo. ¡Pero no, el pendejo tenía que pasarse de la raya, tenía que mandar todo a la puta madre!
Era raro en él que empleara esos términos, siempre para conmigo había sido fino en sus modales y educado en su lenguaje.
-Pero es que en este negocio no se permiten ciertas cosas y una de ellas es la traición, continuó, como tampoco se puede permitir que se le quieran subir a uno a las barbas y que les quede claro a toda esa bola de culeros, que vayan sabiendo a qué le tiran. ¡Mira que atreverse a robarnos!
Yo no tenía la menor intención de increparle nada.
Nos tomamos otro par de tragos mientras yo seguía en lo mío.
Pasado un rato y al verlo más cansado me ofrecí:
-¿Don Pepe, lo llevo a la cama?
-Vamos, pues.
Lo ayudé en lo que pude a que llegara a su cama así como estaba, desnudo después de secarlo. En verdad, no fui de mucha ayuda debido a su gran tamaño para mí. Entre el cansancio y la embriaguez se presentaba más dócil.
Lo acosté boca arriba y acabé de secarle con una toalla limpia. Le revisé donde estuvo la herida para constatar que siguiera sano, buscando signos de alguna infección o algún otro inconveniente, pero no, afortunadamente estaba mejor cada día. Le acabé de secar la humedad en sus pies, me gustaba quedarme con sus dedos en la toalla y se los masajeaba por un rato, se los acariciaba y eso a él le provocaba erecciones. Después me pasé hasta su verga que ya estaba medio levantada, sequé sus huevos acariciándolos tiernamente, él sólo separaba las piernas para permitirme libre acceso con aquélla sonrisa de complicidad dibujada en su rostro.
Se notaba que el alcóhol había hecho sus efectos y ahora hasta feliz se le veía.
Me extendió los brazos para que me acercara como para decirme algo.
-¿Te confieso algo extraño? me dijo al oído dulcemente, hoy resulta que eres lo más parecido que tengo a un amigo, fíjate cómo son las cosas, después de cómo llegaste a mi vida.
Me preguntó dudativo, como no estando seguro de mi respuesta: ¿Y yo para ti, qué represento?
-Don Pepe, la verdad es que estoy muy confundido, me siento feliz a su lado y no quisiera apartarme, pero por otro lado siento mucho miedo, no estoy acostumbrado, aunque tampoco me imagino dejándolo.
Fue entonces cuando unió sus labios a los míos como para callarme. Para mí eso era la muerte, ese hombre tan varonil, tan poderoso, tan guapo, pero también tan malo, estaba uniendo sus labios a los míos con ternura y deseo. Para mí era un sueño hecho realidad, por un momento no pude reaccionar.
-¿Qué pasó, no te gusto? Indagó al notar mi impavidez.
-Me encanta señor, sólo que no me lo esperaba.
-¿No lo deseas?
-Más que nada
Continuó besándome como nunca nadie lo había hecho, era una mezcla entre deseo carnal, ternura, amor y una madurez que me arrebataba.
Se notaba que necesita él de un acercamiento humano distinto porque en el tiempo que había estado yo ahí no había venido a verlo nadie, pensé que no tendría familia aunque después supe de su esposa en su pueblo natal y de un hijo de mi edad que estudiaba en Estados Unidos a los que no veía ni frecuentaba por lo peligroso de su forma de vida.
Me perdí un tiempo navegando entre sus labios, me sabían dulces, me sabían cálidos, me sabían a deseo. Recorrí lentamente su ancho cuello, bajé hasta sus tetillas cubiertas de pelos, las besé tanto tiempo, jugué con ellas; continué con mis besos por su estrecha cintura y bajé a encontrar el objeto de mi deseo. Tomé en mi mano su enorme verga y la introduje en mi boca. Difícilmente me cabía de tan gruesa que era. No permitía yo que él hiciera mucho por su estado aunque a él nada le importaba. Pasé largo tiempo haciéndole la mejor felación que había hecho en mi vida. Rápidamente me despojé de la poca ropa que traía puesta y me metí con él en la cama, aspiré su olor, ese olor que tanto me embriagaba, ese mismo que nunca olvidaré.
-Ya te la quiero meter, me dijo suplicante como cuando me pidió ayuda aquélla noche antes de desvanecerse.
-Póngase del lado señor, así no lastimaremos la herida.
-No te preocupes más por eso, ya estoy bien.
Me alcanzó de su mesita de noche, de esa en donde aún estaba depositada la pistola usada, unos condones y me los dio para que le colocara uno de ellos.
Le unté una gran cantidad de lubricante a su verga y a mi ano para no sufrir y me monté en él al estar tendido en la cama. Lo fui haciendo despacio para no dañarnos a ninguno de los dos. Sentí como empezó a partirme en dos con ese candente mástil. Tuve que parar después de algunos intentos, pues era inmensa su hombría.
-Ya métetelo, seguía suplicando.
Continué para gozar de ese macho. El me tomó por la cintura y me atrajo hacia él, bajándome por la fuerza para quedar empalado hasta el fondo. Me encantaba sentirlo dominante.
-Fue mi calentura la que ayudó para darle libre acceso a esa lanza que me llevaba a terrenos desconocidos, pues no es lo mismo cuando lo haces con alguien a quien deseas tanto y de quien estás enamorado.
-Que rico aprietas, me susurró al tiempo que movía mis nalgas marcándome el paso a seguir.
-Te la comiste toda, chiquito. Me decía con beneplácito y asombro pues pocas eran las mujeres que se le había aguantado sin quejarse.
No recuerdo otro hombre que me encendiera más que ese. Me besó los oídos y me sopló en ellos provocándome ondas de placer. Mordía mis tetillas maliciosamente llevándome al delirio.
-Qué rico huerquillo, me decía una y otra vez.
La vorágine se apoderó de nuestros cuerpos, nuestras conciencias fueron acalladas por el mar de sensaciones y deseos contenidos hasta ese momento. Fuimos arrastrados a un océano en tempestad donde naufragamos sin siquiera oponer resistencia.
Me moví para gozarlo más, era increíble tenerlo dentro, saberlo mío, sólo mío aunque fuera sólo en ese momento. Saberlo mío sin reservas. Lo podía besar todo lo que yo quisiera, pero sobre todo, podía darle mi amor como todo ese tiempo lo había deseado, inmenso y finito.
Pasado un tiempo así, se levantó, me pidió que me acostara a la orilla de la cama para poder poner mis piernas en sus hombros y siguió haciéndome suyo hasta el cansancio.
Lo tenía de frente a mí y nos fundimos en un beso al tiempo que lo tenía dentro. El delirio me llevó a confesarme
-Lo amo Don Pepe. Le dije sin pensar, no pude callármelo más.
Mis labios recibieron a los suyos como respuesta a mi confesión, como para decirme de esa manera lo que de otra forma jamás haría.
En esa posición continuó hasta que explotó lo que traía guardado. De golpe me dejó sentir toda la soledad que había vivido hasta ese día en medio de un quejido de éxtasis que ni siquiera quiso reprimir, me dejo sentir sus frustraciones y desencantos; sus temores y dudas. Sentí mas humano a ese hombre. Se cayeron al momento todos los muros que levantaba a su alrededor, cayeron esos muros y lo miré sensible. Por un momento entré en comunión con su alma, esa que ambos creíamos perdida. Desfalleció encima de mí absorto en su propio orgasmo, perdido del mundo, pero lleno de vida y de nuevas ilusiones.
Le quité el condón y lo limpié para levantarme con el fin de dejarlo descansar pero me pidió que me quedara con él.
-Quédate aquí un rato, me abrazó otro poco y después se quedó dormido.
Pasaron tres meses más en los que hicimos de aquélla casa en la playa algo ajeno al mundo en el que él vivía. Nos gozamos hasta más no poder. Aunque ya no necesitaba de mí, tampoco se decidía si me podía dejar libre, lo que sí es cierto que yo gozaba de vivir a su lado aunque él tuviera que seguir en lo suyo, entre mujeres y maleantes.
Me hizo el amor de muchas maneras, era una persona ardiente que le gustaba experimentar sensaciones nuevas para él una vez que había decidido explorarse.
Gozaba él del respeto y la admiración de mucha gente por aquéllos lares que hasta su corrido tenía, pues se decía que sabía ser amigo de sus amigos.
El era el encargado de llevar a cabo las órdenes de su compadre del cual hablaba con respeto incuestionable. Créanme que no quieren saber ni yo les puedo decir quien era ese compadre aunque después se supo en los medios.
Por su aspecto tan distinguido, podía relacionarse en todo tipo de esferas sociales, él era la cara amable de un negocio muy cruel y despreciable.
Me sentí feliz con ese hombre hasta que una tarde llegó de prisa a donde yo estaba, venía agitado y alarmado, con un rifle AK47 en su brazo.
-Tenme confianza, no pensé que fuera así pero es la oportunidad que esperaba.
-¿Qué pasó?
-No digas nada, te van a encadenar, haz lo que te digo y recuerda dos cosas: agradezco a la vida haberte puesto en mi camino, fuiste algo muy importante para mí y te llevaré conmigo en mi memoria. También quiero que recuerdes ir al bar La Iguana en Topo (Topolobampo, Sinaloa) ahí busca a Dora, ella te va a dar algo que ya había yo preparado para ti aunque no pensé nunca que fuera a ser de esta manera que nos separáramos. Después de decir esto me besó, me besó con gran pasión, tristeza y arrebato, conocí el sabor de sus lágrimas en ese beso al tiempo que temblaba al tenerme entre sus brazos. Se negaba a soltarme hasta que al fin lo hizo. Abrió la puerta y dejó que su escolta entrara para llevarme a la cocina con las sirvientas y encadenarme.
-La verdad te hará libre, no lo dudes. Fue lo único que alcanzó a decirme.
No quise más saber nada y me tiré al piso. No alcanzaba yo a dilucidar nada.
Pasaron como treinta minutos antes de que por la entrada principal irrumpieran unas personas entre gritos y balazos.
-Salgan todos.
-No obtuvieron respuesta alguna y entraron.
Nos encontraron a cuatro personas encadenadas y tiradas en el piso.
-Desencadénenlos.
Eran miembros de la naval militar.
Nos llevaron a uno de los patios donde nos reunieron con otras, poco más o poco menos, ochenta personas. Nos formaron en hileras para catearnos y subirnos a unos camiones tipo del ejército, grandes de redilas cubiertos por lonas.
Nos pasaron a todos a chequeo médico y nos interrogaron durante días mientras verificaban todo lo de nosotros. Fue entonces cuando entendí lo de "la verdad te hará libre" pues no tuve que decir nada más que eso: que había venido a Tijuana por una camioneta, lo cual corroboraron con el pedimento de la aduana por donde la ingresé, que había estudiado en el D. F. y que era una victima más del crimen organizado, que había sido secuestrado y que no tenía nada que ver con ellos. No les dije que en ese lapso de tiempo había encontrado el amor y que había disfrutado del hombre más hermoso pero también tal vez más malo que hubiera topado en mi camino. No les dije que después de esos cinco meses no volvería a ser el mismo ni que mi corazón ya no me pertenecía, que ellos acababan de herirlo, ni que me iba con él sangrando.
Todo esto pasó días antes de que se diera a conocer en las noticias del operativo de nuestra liberación.
El arresto de Pepe lo publicaron unos días después, por fin lo alcanzaron y lo presumieron como un gran trofeo.
Miré cuando en la tele divulgaban las imágenes de dos policías con pasamontañas bajándolo de un camión para ser presentado en la Ciudad de México en el Centro de Mando de la Policía Federal, dos policías que juntos ellos, no eran la mitad del hombre que tenían preso. En las escenas se alcanza a ver cuando Pepe trastabillea por la herida que seguramente le dolía pero aún en ese momento se notaba en él un aire de dignidad y orgullo, se veía gallardo.
Los marinos me dejaron libre allá en el norte de la República y me dirigí a Topo a buscar a Dora en La Iguana, ya pendiente de cualquier movimiento extraño en las demás personas, mi tranquilidad se había esfumado.
-¿Eres tú Dora?
-¿Eres tú, Francisco? ¡No podías ser distinto! Ven, vamos para atrás que tenemos mucho que hablar. Dora era amiga de Pepe desde la infancia, eran como hermanos.
-El Pepe me habló tanto de ti, me dijo que eras algo raro en su mundo, que jamás había tenido sentimientos así por nadie aunque eso lo espantaba pues a veces no se reconocía ni a sí mismo, pero tampoco sabía como regresarte tu libertad y perderte. Fuiste ese rayo de luz que lo ayudó en momentos muy difíciles. Me decía que eras tan distinto a todo lo que lo rodeaba. Que le hubiera gustado nunca meterse en esto pues sabía que le faltaba poco para que los "grandes" negociaran con él como "moneda de cambio". Sabía que lo sacrificarían en los "medios" para continuar ellos en el negocio.
-Mira, te voy a entregar lo que me pidió que guardara para ti y sigue tu camino, piérdete por tu bien. El quemó los papeles de tu identificación y de tus datos, se las arregló para que pareciera que nunca exististe y recuerda, maten un bajo perfil siquiera hasta que llegues a México.
Avancé lo que pude hasta cerca de Mazatlán y me hospedé en este viejo hotel en el que me encuentro. En el sobre hay una cantidad muy importante de dólares y una foto mía mirando el atardecer en la colina aquélla, no me fije cuando me la tomó.
Pape, te amaré por siempre
Les he simplificado esta historia porque se me atora en la garganta, quisiera gritarla pero a quién, a todos y a nadie al mismo tiempo.
Francisco.