El silencio de los monteros (7)

Los negocios de Paula.....

El matrimonio madrileño no madrugó demasiado, pero ya tenían un mensaje de Brigitte diciéndoles que les esperaban abajo, en la piscina. Para su sorpresa, Carlos dijo que también iría, y bajaron después de desayunar. El contraste era evidente. Ella lucía un bikini azul oscuro, estaba morena y apenas podía disimular unas curvas imponentes. Él, de piel blanca, delgado, con un bañador de hace años que le quedaba ancho por las piernas, las hacía aún más delgadas…Al llegar, Brigitte los comparó a la Bella y la Bestia, puntualizando que Carlos, de bestia tenía poco…Carlos, sonrió, se sentó en la tumbona, y se puso a leer. Estaban ubicados muy cerca de la piscina, y así pudieron saludar al matrimonio Goicoechea, que nadaba tranquilamente. Paula no pudo evitar mirar el cuerpo de Peter. Había estado muy a gusto escuchándole la víspera, durante la cena. Era delgado, un poco más fuerte y alto que su marido, pero, sobre todo, le picaba la curiosidad porque durante la cena, Brigitte dijo que su marido tenía una polla enorme. Así que, casi como una chica mala, miró un par de veces el bañador de éste, y no le pareció ver nada destacable.

En un momento dado, Paula, preguntó si alguien querría darle luego crema en la espalda. Brigitte contestó que ella casi no, su marido ni la oyó, y Peter dijo que se iba al agua. Paula agradeció a todos su colaboración y siguió mirando al sol, boca arriba. Enseguida, escuchó la voz de Peter, que, desde el agua, le pedía a su mujer, que le pasara las gafas de nadar, que estaban en la bolsa. Paula supo que el holandés estaba justo enfrente suyo, en el agua, y comenzó a abrir poco a poco sus piernas…Cuando estuvieron bien abiertas, Paula se incorporó y pudo ver como Peter tenía fija su mirada entre sus piernas, para acto seguido, clavarse ambos con la mirada…..Paula, coqueta y satisfecha, volvía a reclinarse, mirando al sol, no sin antes cerrar sus piernas…Y así pasaron un par de horas, muy agradables para Paula, quien disfrutó mucho de la conversación con sus amigos holandeses. Y no desaprovechó la ocasión para lucir su tipazo ante los allí presentes, aunque concretamente, hacia una persona en especial, y éste no era su marido….Pero lo que realmente le inquietaba a Paula, y ya no dejó de pensar en ello durante todo el domingo por la tarde, fue que pronto tendría noticias de Luis Montero. De una manera u otra, sabía que intentaría poseerla o estafarla y tal vez, las dos cosas a la vez. Lo que más le preocupaba era lo primero. En el estado de calentura en el que vivía en las últimas semanas, dudaba si podría resistir las embestidas del constructor. No pasó nada de tiempo hasta empezar a recibir mensajes de él, dándole primero la bienvenida y más adelante, ofreciéndose como anfitrión para ir a ver el inicio de las obras o directamente para ir a tomar algo juntos. Y siempre la misma respuesta, con distintas palabras evasivas…

Luis entendió que Paula no iba a quedar con él. Y eso le malhumoraba y le llenaba de impaciencia. Así que el miércoles por la mañana, decidió, ni más ni menos, que acudir al domicilio de su vecina madrileña. Le abrió la puerta la empleada de hogar, contratada recientemente, y siguiendo instrucciones de Paula, le hizo pasar al salón. Paula no tardó ni dos minutos, en aparecer. Luis la miró embobado, ella estaba, como siempre, espectacular. Pero no tardó en comprobar que la madrileña no lucía su habitual sonrisa. La conversación comenzó y terminó aún más tensa, aunque se inició con los formalismos habituales después de una larga ausencia. Enseguida, Luis trató de llevar la conversación a su terreno, recordando lo sucedido en esa misma casa. Paula mostraba absoluta indiferencia, lo que enervaba aún más al constructor. Este se levantó, tratando de acercarse a Paula y ésta le precisó:

PAULA: “No hace falta que te acerques más, creo que las cosas ya te han quedado claras…”

LUIS: “Cristalinas, diría yo. Pero ten claro, tú también, que esto no termina aquí. Ni te imaginas de lo que soy capaz…”

Paula llamó a Luisa, la empleada de hogar, para que ésta le acompañara a la salida. Paula hizo ver que llamaba por teléfono y salió a la terraza sin ni siquiera despedirse de su invitado.

Y esa misma mañana, Brigitte se pasó por casa de Paula; la notó preocupada. Paula no quiso contar toda la verdad:

PAULA: “Es que Hacienda está investigando unas urbanizaciones que construimos en Madrid, y me imagino que terminarán por llamarme para hacerme preguntas. Además, tengo otros problemas. Estoy casi como un boxeador esperando a que me den un golpe, que no sé si será en la mandíbula o dónde, yo creo que será más bien un golpe bajo…”

BRIGITTE: “¿Sabes lo que hacen los boxeadores?”

PAULA: “¡Ni me planteo arrojar la toalla, niña”!

BRIGITTE: “Te estás pareciendo cada vez más a tu marido… ¡Cómo se puede ser tan lista para algunas cosas, y tan boba para otras! Un boxeador, lo que hace, si puede, es pegar primero y no quedarse esperando. Y no es una frase mía, es algo que Peter me dijo hace tiempo y lleva haciéndolo desde muy joven.” Paula frunció el ceño. Su amiga tenía toda la razón, bueno, su marido tenía razón.

PAULA: “Si es que tienes un marido que es muy listo…ten cuidado conmigo, que igual te lo robo”.

BRIGITTE: “Ten cuidado tú, ¡que ya sabes que igual golpearía primero!”

Y ambas rieron, mirándose a los ojos. Si alguien fuera mal pensado, se imaginaría que, en aquellas miradas, había algo de retador, como dos leonas que tratan de proteger lo que les pertenece, o como dos boxeadoras en el round de observación….Lo cierto es que Paula se quedó con el consejo de su amiga, y desde ese momento, estuvo como ausente. No paraba de darle vueltas a la situación. Era miércoles, Carlos no trabajaba ese día por la tarde, pero su mujer le dijo que debía salir a hacer cosas…Sobre las cinco, la madrileña salió de su casa, andando. En Marbella, un pueblo donde las infraestructuras básicas están todas concentradas en el centro urbano, lo habitual es desplazarse andando o en bicicleta. Parecía tomar rumbo a la oficina de Luis Montero….

Y es cierto, hacia allí se dirigía, sólo que, al llegar a ese posible destino, miró hacia dentro como para darse fuerzas, y prosiguió su camino. Parecía andar aún más rápido, más decidida, como si pasar por allí le hubiera dado aún más determinación o energía. No tardó ni 10 minutos en llegar a su destino real. Era una preciosa casa antigua, de piedra, y al lado, un edificio moderno, más funcional. Se acercó al conserje, y le preguntó:

PAULA: “Buenas tardes. Me gustaría estar con la profesora de historia, Rocío. Dígale que soy Paula, la mujer del profesor Carlos Fernandez”

El conserje llamó a su despacho, recibió la contestación, y le indicó la ubicación del mismo. A los pocos minutos, Paula tocaba a la puerta del despacho 109….

Habían pasado ya dos días de aquella visita, y Paula seguía intranquila. No dejaba de mirar su teléfono como esperando recibir un mensaje que nunca llegaba. Brigitte también la notaba rara, como distante, y ya ni siquiera bajaba a la piscina con ella para broncearse. El lunes, pronto por la mañana, recibió la llamada de su padre. Notó por su tono de voz, que algo no iba bien. No estaba equivocada, les habían convocado a ambos, para el Jueves, en las dependencias de la Unidad de Delitos Financieros. Paula, trató de tranquilizar a su padre: no había nada que temer, todo parecía ir según lo previsto. Pero ella sabía que faltaba algo y solo tenía tres días para conseguirlo.

Así que cuando esa misma mañana, recibió un nuevo mensaje de Brigitte, diciéndole que bajara a la piscina, que estaba casi sola con la única compañía, lejana, eso sí, de Dimitri, Paula volvió a fruncir el ceño y de repente, se le iluminó la cara.

No tardó ni 15 minutos en aparecer en la piscina. Estaba, como era habitual en ella, radiante, con un bikini negro. Notó, al llegar, la mirada del ruso, a quien saludó simpática, y las miradas llenas de envidia de sus dos guapas acompañantes, que, era evidente, no estaban a la altura de la madrileña.

Brigitte enseguida notó que su amiga estaba cambiada. Ciertamente nerviosa, pero más animada y decidida. Y ya no entendió nada, cuando ésta le dijo, que iba a hablar con Dimitri. Paula se levantó decidida, y con su natural elegancia, se dirigió hacia él. Al llegar, le dijo:

PAULA: “Buenos días. Me gustaría hablar contigo a solas. ¿Te importa decirles a tus dos amigas que se vayan a nadar?” El ruso, con un ligero movimiento de cabeza, hizo que sus dos acompañantes se fueran al agua. Ella se sentó en la tumbona de al lado y empezó a hablar.

Brigitte, a unos metros de distancia, no podía dejar de mirarlos, tratando de saber qué podía estar ocurriendo. Había pasado ya casi un cuarto de hora, y había podido deducir todo tipo de expresiones en ambos. Desde el enfado inicial, lo que pareció después la negación de algo por parte del ruso. Y llevaban ya unos minutos hablando más sosegadamente, era como si Paula hubiera domado a un oso. La conversación terminó y ambos se dieron la mano. Cuando la madrileña volvió al lado de Brigitte, ésta no puedo reprimirse:

BRIGITTE: “Me quieres contar qué coño está pasando?”. Paula resopló, trataba de relajarse….

PAULA: “Creo que es mejor que no sepas nada. Hazme caso”

BRIGITTE: “Yo pensaba que era amiga tuya, y las amigas están para ayudarse, incluso aunque sólo sea para dar consejos.”

PAULA: “Es por tu bien, créeme”.

Brigitte entendió que Paula no le decía la verdad, así que no quiso seguir preguntando y siguieron conversando como si nada de todo aquello hubiera ocurrido.

El martes por la tarde, el conserje avisaba a Paula que había llegado un paquete para ella. Inmediatamente bajó a buscarlo. Tenía la forma de una caja de zapatos y no tardó ni un minuto en abrirlo, al llegar a su casa. Efectivamente era una caja, donde se podían adivinar fotografías, cd roms, pendrives y unos sobres que parecían contener transacciones bancarias. También había planos de algunas casas. ¡Era justo lo que Paula estaba esperando!

Así que terminó de hacer la maleta, y partió al día siguiente rumbo a Madrid, con toda la documentación que le habían entregado. El jueves por la mañana, a las 9h00, estaban citados ante la policía. Pasaron horas y justo un poco antes de las 15.00h del jueves, padre e hija, visiblemente cansados, salían del edificio policial. El padre no pudo contenerse y le dijo: “Vas a ser más implacable que yo”. Su hija, seria, no dijo nada, y levantó la mano para parar un taxi.

Paula se quedó unos días en Madrid. Era como si estuviera esperando acontecimientos…y estos no tardaron en producirse. Todos los medios de comunicación, se hicieron eco, el lunes siguiente, de las detenciones realizadas en la ciudad de Marbella. Se veían imágenes del concejal de urbanismo esposado, entrando en un vehículo policial. Las noticias hablaban que también habían sido detenidos un constructor, algunos policías corruptos, incluso algún miembro de un grupo ecologista. Todo se refería a que había sido desmantelada una presunta trama de corrupciones urbanísticas en la ciudad de la costa del sol.Esa misma noche, recibió un mensaje de su marido diciéndole que debía volver a Marbella y que tenían que hablar…Cuando Paula entró en su casa de Marbella, al día siguiente, su marido le estaba esperando. Él no había ido siquiera a trabajar. Paula supo que debía dar muchas explicaciones, cuando su marido le dijo que suponía que ella estaba detrás de estas detenciones.

Y así lo hizo, Paula explicó casi todo lo ocurrido. En relación a su presunto fraude fiscal en la construcción de Madrid, todo estaba arreglado con la policía y la fiscalía. Admitieron delito fiscal en la construcción de un edificio, cuando en realidad, fueron en los 5. A cambio entregaban información y pruebas de la red de corrupción en Marbella. Y no sólo eso, para evitar dudas en la policía, entendía que Luis Montero les entregaría un pendrive, a modo de venganza, que confirmaría el delito fiscal en únicamente ese edificio de Madrid. Era el pen drive que le envió a su marido y que éste entregó a Rocío unas semanas antes. Así que, por ese lado, el problema estaba resuelto.

En relación a cómo había obtenido las pruebas, le comentó que las había obtenido de Rocío y de Dimitri, y que como ella pensaba, la profesora seguía “trabajando” para el ruso. Su marido la miró, y con cierto desprecio le dijo:

CARLOS: “Y supongo que todo lo habrás arreglado prometiendo más dinero, como es costumbre en tu familia”.

PAULA: “Efectivamente, el dinero sirve también para estas cosas.”

Carlos pareció convencido con las explicaciones y a la vez, decepcionado por su mujer.

(¿ Qué es lo que realmente le había prometido Paula a Dimitri? ¿Algo más que dinero? Eso sólo lo sabían ellos dos. Ni siquiera yo, que estoy escribiendo esta historia sé qué es lo que pactaron aquel día en la piscina, Paula y Dimitri.)

Lo que tenían claro, tanto Paula como Carlos, es que Luis no implicaría ni delataría para nada a Dimitri ni a ella misma, en relación a lo ocurrido en Marbella. De lo contrario, sus sicarios se ocuparían de él, incluso en la cárcel. Estaban tranquilos. Tanto Rocío como Luis, callarían y aceptarían su derrota como un mal menor. Sus vidas dependían de ello. Era lo que Paula denominaba el “silencio de los Monteros”.

Y Carlos, abatido, terminó por preguntar:

CARLOS: “Y me imagino que, tal y como viene actuando tu familia en Madrid, alguien comprará y terminará las obras de ese megaproyecto corrupto.”

PAULA: “No está en mi mente hacer algo así” mintió la madrileña. Y Carlos supo que su mujer le estaba mintiendo.

Lo cierto es que tanto ella como su padre, amigos de los dirigentes de un determinado partido político que gobernaba el consistorio de Marbella, tenían previsto acudir y ganar la subasta que se llevaría a cabo para terminar el megaproyecto urbanístico. Todo estaba ya pactado y hasta pagado, para que así fuera. Así que Carlos, fue a su habitación, hizo su maleta, y dio un beso a su mujer, a modo de despedida.

Paula pensó que, como solía ocurrir en Madrid, pasados unos días, su marido volvería. Carlos, sin embargo, sabía que aquello era su despedida definitiva….