El show de Bea

Han pasado cinco meses desde que Bea conoció al que ahora es su Amo. Esta noche, Hector, le tiene preparada una sesión muy especial... Introducción de nuevos personajes.

— ¿Sabes que esto bordea mis límites, verdad Señor?

Él dejó encima de la repisa de cristal del improvisado camerino, las muñequeras de cuero que había comprado especialmente para ese día. Finas, de terciopelo rojo por dentro con pequeñas arandelas alrededor, que se ajustaban perfectamente a las delicadas muñecas de su sumisa. Se giró y andó los tres pasos que los separaban. Pudo sentir en sus fosas nasales su olor, ese que la hacia tan inigualable entre la multitud. Aroma a nerviosismo, a excitación, a ella.

Apoyó el pulgar y el indice en su barbilla y con delicadeza le alzó la cara hasta que sus miradas se cruzaron. Los ojos negros

de él la traspasaron.

—Conozco bien tus límites —afirmó con decisión— pero también sé que si meto dos dedos en tu coño los voy a sacar chorreando. ¿O me equivoco, zorra?

Ella se tomó su tiempo para contestar. Esas frases siempre conseguían que su entrepierna palpitara, y aunque antes al oírlas se moría de vergüenza, ahora había aceptado la verdad que escondían.

Le sonrió provocándole sin apartar la mirada. Aún no había empezado el juego, podía permitirse ciertas libertades todavía.

—Es cierto, ¿Deseas comprobarlo?

Él movió los dedos de su barbilla a su mentón, acariciándola, los deslizó hasta la nuca, apresando su pelo, aún suelto, entre sus largos y firmes dedos. Al instante tiró fuerte de él provocándole un suave jadeo. Este le devolvió la sonrisa.

—Te acabas de ganar unos azotes Bea, después te haré contarlos —Le soltó el pelo y se dio la vuelta andando con paso decidido a la puerta—. Termina de prepararte. Ya sabes cómo te quiero hoy.

Cuarenta minutos más tarde, el show estaba a punto de comenzar. Sentía su corazón desbocado, latiendo a tanta velocidad que pensaba que iba a salírsele del pecho.

Se había tomado su tiempo para hacerse una inmaculada trenza, sin dejar ningún pelo fuera, como a él le gustaba.

En esta ocasión, él había elegido el atuendo que debía de ponerse.

Un corsé de cuero con cuerda trenzada por la parte de delante, que no le tapaba absolutamente nada, pues empezaba debajo de sus pechos haciendo que estos se juntaran e izaran más de lo normal, y terminaba justo debajo de su ombligo.

Sus piernas estaban cubiertas por unas medias negras sujetas a un ligero y en sus pies unos zapatos clásicos de tacón le hacían parecer 10 centímetros más alta y esbelta.

Antes de continuar con las ordenes recibidas, se observó en el espejo de cuerpo entero y se excitó. Estaba realmente guapa, y parecía una puta.

Cogió un pintalabios rojo y lo deslizó por sus labios para acto seguido dar una vuelta sobre sí misma y observar como las nalgas de su culo también estaban al descubierto aunque el ligero traspasara su piel hasta llegar a la media.

Se colocó las muñequeras  y tobilleras que Hector le había traído y se ajustó al cuello su collar de cuero, ya sólo le quedaban los últimos detalles.

Abrió una pequeña caja y de ella sacó unas bolas chinas y un plug anal. Debía colocárselos antes de que su Señor volviera a por ella.

Para las bolas chinas no necesitó lubricación extra, pues el mismo nivel de incertidumbre lo tenía de humedad. Deslizó la primera en su interior y siguió empujando para que pasara la segunda. En cuanto sintió como inundaban su interior, un gemido salió de lo más profundo de su garganta.

Al plug anal le puso en un poco de lubricante. No era la primera vez que lo utilizaba. Empujó lentamente, pero con determinación hacía la entrada de su ano y sintió como se introducía en su interior arrancándole otro jadeo.

La sensación de tener ambas cosas en su interior le hacia sentirse llena.

En ese momento, apareció Hector por la puerta y la observó devorándola con los ojos, sintiendo como su polla se endurecía al instante.

—Veo que has sido muy obediente y ya estás lista. Estás preciosa. —Se acercó hasta ella y le rodeó con los brazos la cintura—. ¿Confías en mi?

—Sabes que sí, Amo.

—Pues prepárate para empezar a disfrutar de la noche, putita.

Una mujer vestida con una falda de cuero roja y una blusa semitransparente blanca, se subió al pequeño escenario de la sala y comenzó a presentar el siguiente show de la noche.

—Bienvenidos, espero estén disfrutando más de lo normal de una noche tan especial como esta —dijo en un tono sensual, arrastrando cada una de sus palabras mientras se contoneaba por el escenario— os dejo con el siguiente espectáculo…que seguro disfrutaréis.

Las luces se atenuaron y un foco apuntó directamente a mitad del escenario, dejando entrever a los asistentes lo que había preparado.

Una cama con sabanas de raso negro, protegida por cuatro barras de madera oscura que se alzaban  desde las cuatro esquinas se ubicaba en el centro.

Encima y justo al borde de ella, una mujer se encontraba de rodillas, sus brazos, alzados por encima de su cabeza, estaban enganchados a las barras que la custodiaban. Se notaba la tirantez de sus músculos, imposibilitando que pudiera agacharse.

Sus piernas se encontraban separadas por una barra de metal que se ajustaba a cada uno de sus tobillos, dejando su perfecto coño depilado abierto y brillante, y sus ojos estaban tapados por una seda negra.

Bea empezó a escuchar los aplausos y algún que otro comentario por parte de voces desconocidas. Su respiración se tornó mucho más errática y fuerte, dejando escapar por sus labios el aire que parecía no llegarle a sus pulmones. A ella le daba mucha vergüenza exhibirse, aunque reconocía que sentía su coño húmedo, y no sólo a causa de las bolas.

Al menos, había tenido la gentileza de vendarle los ojos, eso le hacía mucho más fácil la situación porque aunque pudiera escucharlos y ellos la veían a ella, no se tenía que enfrentar a sus miradas. Aunque no estaba muy segura sí su Señor la iba a dejar así durante toda la sesión.

— Buenas noches, damas y caballeros —Escuchar su voz la tranquilizó. No estaba ahí sola. Sabía que no la iba a dejar sola—. Antes de empezar, quiero presentaros a mi putita, aunque mejor dicho, voy a dejar que se presente ella sola.

Hector, vestido únicamente con un pantalón de cuero negro y una fusta en su mano derecha, se acercó a Bea y le susurró al oído para que nadie más pudiera escucharles.

—Vamos a darles el espectáculo que quieren y deseo que des. Satisfáceme, sumisa mía.

Ella respiró hondo tres veces y una excitación se apoderó de ella. Las palabras “Satisfáceme, sumisa mía” aún resonaban en su cabeza. Sí estaba así era porque el quería que estuviera ahí, y no iba a defraudarle.

—Bu..buenas noches —susurró.

Hector alzó la fusta y la dejó caer en el centro de su pecho, haciendo que soltará un pequeño grito por el escozor.

—Más alto, hay mucha gente observándote, tienen que oír todos quién eres.

Sintió como sus mejillas ardían, pero se convenció a sí misma de no fallarle.

—Buenas noches —dijo en un tono de voz más claro— soy la puta de mi Amo y estoy aquí para complaceos a todos —soltó de un tirón, sorprendiéndose a sí misma de las palabras dichas.

—Mucho mejor así —le contestó prodigándole una suave caricia con los dedos en su hombro.

Empezó a pasear la fusta por su cuerpo, por sus pechos haciendo que sus pezones se endurecieran, por el interior de sus brazos, provocando que estos intentaran moverse sin éxito.

Llegó a su coño y empezó a rozarle con energía hasta que de su boca empezaron a salir gemidos de placer.

—¿Veis lo zorra que es? Mirad que húmeda ha dejado la fusta.—Hector la enseñó al público y estos empezaron a animar—. No os preocupéis, que ahora la va a limpiar para que la podamos utilizar…


No era la primera vez que iban juntos a ese club, pero sí la primera que veían un show. Él iba a ir de todas formas aunque fuera sólo, pero le apeteció invitarla.

—¿Te gusta, Paula? —le preguntó mirándola de reojo.

—Sí, ya sabes que me gusta mirar, aunque otra cosa sería participar —le contestó sin apartar la vista del escenario.

En ese momento, el Amo le estaba azotando las nalgas mientras la sumisa iba contando, entre jadeos que no se podían vislumbrar si eran de dolor o placer por lo que estaba sintiendo.

—No sería la primera vez que serías mi puta. Apuesto que puedes aguantar mucho más que esa sumisa —Le encantaba provocarla.

Esta dejó por un segundo de mirar el escenario y lo observó con semblante serio, sin mostrar ninguna emoción.

—Sí, he sido tu puta, pero en privado. Cuando quieras repetimos, pero no pienso subirme a que otros me miren mientras me follas. ¿Tú serías capaz?

Este soltó una carcajada y la miró por encima del hombro antes de volver la vista al escenario para comprobar como el Amo cambiaba de postura a su sumisa, enganchando sus brazos a la altura de la cama, obligándola a inclinar su cuerpo. Para que no se cayera hacia adelante, de un movimiento brusco, tiró de la barra de metal hacia atrás dejando únicamente fuera de la cama sus pechos y cabeza.

—Es posible.

Bea hacia tiempo que había dejado la vergüenza atrás. Sentía como todas las terminaciones nerviosas de su cuerpo estaban encendidas. En ocasiones se había olvidado incluso hasta de donde se encontraba, centrándose solamente en el placer que le estaba proporcionando su Amo, con sus actos y palabras.

Los murmullos que escuchaba a los lejos era la única cosa que le hacia reactivarse con la situación. Y ahora ya no le daba vergüenza. Al contrario. Escucharles hacía que su coño se mojara aún más, si eso era posible.

Su Señor estaba torturándole el cuerpo con las manos, estirándole los pezones, para acto seguido jugar con las bolas de su interior o sacarle y volver a introducirle el plug. Al no ver, no sabía con antelación de sus movimientos, haciendo que todo su cuerpo estuviera alerta y expectante.

—Os voy a demostrar lo bien que sabe utilizar la boca mi puta.

Sin más dilación, se desabrochó los pantalones y dejó salir su polla erecta. Ella abrió la boca ansiosa.

—Podéis comprobar lo desesperada que esta por sentir una polla dentro de ella —espetó para humillarla.

De un sólo embiste, le introdujo todo el miembro en su garganta. Ya había aprendido a engullirla toda.

La sostuvo en su interior unos segundos privándole de la respiración y haciendo que su cuerpo se removiera intentando apartarse sin éxito, pues tenía su cabeza cogida por la trenza.

La sacó permitiéndole que cogiera bocanadas de aire, para acto seguido volver a realizar la operación. Lo repitió seis veces, consiguiendo que de su boca salieran babas y respirara cada vez con mayor dificultad.

—Menuda puta —Se oyó una voz a lo lejos.

Hector se separó permitiéndole recuperarse y se dirigió al otro extremo de la cama, subiéndose encima. Ella sintió el cambio de peso y su coño se contrajo por la expectación.

—Ahora os voy a demostrar lo que le gusta que le follen el culo.

Sacó de un estirón el plug de su interior y untó su pene en lubricante, mientras con la otra mano introducía sus dedos para dilatarla un poco más.

Con determinación dirigió su polla a la entrada y empezó a empujar despacio pero firmemente. De la boca de Bea se escaparon jadeos propios de la impresión.  Él llevó su otra mano a las bolas y empezó a jugar con ellas.

El placer de sentir como el pene se abría paso a su interior y el juego constante de las bolas estaba siendo demasiado para ella, cada vez sentía un fuego mayor en su interior que sólo podía dejar escapar mediante los gemidos, pues sabía que aún no tenía el permiso de su Amo para correrse. Aunque no sabía cuánto más iba a poder aguantar.

Hector sintió como su pubis chocaba con las nalgas de su sumisa y un placer le recorrió toda la espina dorsal. Observar como ella estaba disfrutando pese a sus reticencias del principio y sentir como su esfínter se acomodaba a su pene estaba siendo demasiado. No tardaría en correrse, pero antes, tenía otra cosa en mente.

—¿No creéis que esta siendo demasiado escandalosa? Puede molestar a los demás visitantes que estén por el club…—insinuó dándole un sonoro azote en la nalga— como sé que os ha gustado la demostración de cómo utiliza la boca, voy a pedir un voluntario para que suba a follarle la garganta. ¿Alguno esta dispuesto?

Cuando Bea escuchó esas palabras, se quedó por unos instantes en shock. Ella le había comentado más de una vez su interés por estar con varios hombres a la vez, pero no así. No ahí. Y no un desconocido.

Su respiración se alteró y su boca estuvo a un instante de parar el juego. Sin embargo, a su mente regresó la conversación que habían tenido hacía escasas un par de horas. Él conocía sus límites y ella confiaba en él.

No necesitó pensar en nada más para cambiar al instante de idea.

Varios voluntarios alzaron las manos, pero él sabía muy bien a quién iba a escoger. El rubio sentado en la segunda fila.

Paula observó atónita como su acompañante alzaba la mano presentándose voluntario.

—¿Estás seguro?—le susurró poniéndole la mano en la rodilla.

—Preciosa, Si me eligen, ¿Quieres subir conmigo y te masturbo mientras me follo esa garganta?

Paula abrió los ojos como platos.

—Estas fatal —sentenció apartando la mano y acomodándose todo lo que podía en su silla.

Él se aceró a su oido en los mismos instantes que el Amo alzaba la voz para dirigirse a él, eligiéndolo para subir al escenario.

—Por mucho que te acomodes, tienes el coño empapado. Voy a disfrutar de mi mamada, espero que rememores este momento en los dedos que te hagas luego en casa.

El público aplaudió al afortunado voluntario mientras subía los pequeños escalones situados a la derecha del escenario. Ambos hombres se miraron y  asintieron levemente con el mentón.

—Bien, ya conoces a mi puta y de lo qué es capaz de hacer. Quiero que uses su garganta como quieras mientras yo me follo este culito tan apretado que tiene. ¿Serás capaz de hacerlo?

—¿Qué si soy capaz de disfrutar de la garganta de esta zorra? No te preocupes, haré buen uso de ella.

Apresurado, el invitado especial se desabrochó el cinturón a escasos centímetros de la cara de Bea. Esta no podía ver nada, así que un nerviosismo le recorrió el cuerpo.  A la vez, sintió como su Amo empezaba a moverse en su interior de manera pausada, aunque sabía que ese ritmo no iba a ser el definitivo.

—Abre esos jugosos labios —le ordenó el desconocido.

Tardó unos segundos en obedecer, lo que conllevó que aquel hombre le cogiera por la trenza y estirara fuerte de su cabeza hacia atrás.

—Obedece o no seré nada considerado —le amenazó.

Lentamente abrió su boca y en ese instante, el desconocido introdujo su polla hasta el fondo. Ella sintió una arcada por la rudeza pero ya había aprendido a controlarlas.

El hombre empezó a sacar y a meter con dureza su polla. Su Amo, muchas veces había utilizado de esa forma su boca, pero esta vez era distinto. No sabía quién lo estaba haciendo y eso hacia que estuviera más tensa, además, ese hombre literalmente estaba usando su boca para su propio placer, sin importarle cómo estuviera ella. Le costaba aguantar sus penetraciones.

Hector, se inclinó apoyando su torso en su espalda sin dejar de moverse a un ritmo lento pero enérgico, le cogió de la trenza y tiró de su cabeza hacia atrás, provocando que el pene del desconocido se saliera unos centímetros de su boca, aunque por escasos segundos, pues este movió con determinación su cadera hacia delante volviendo a hundir su polla.

—¿Sientes como estamos disfrutando de ti? —le susurró en su oido —Tienes dos pollas llenándote y todos tus agujeros ocupados. ¿Has visto con qué pasión te folla la boca? Le esta encantando usarte putita, y a mi que lo haga.

Hector se incorporó y puso una mano en la cadera de su sumisa y la otra la llevó directamente a su clítoris y empezó a moverla con rapidez.

Bea se encontraba fuera de sí. Había tardado unos minutos en acostumbrarse a la fuerza con la que aquel desconocido la estaba usando, sin embargo, después del miedo inicial, ahora todos sus nervios habían desaparecido y solo se podía centrar en el placer que le estaban provocando esos dos hombres.

Hector conocía de sobras el cuerpo de su sumisa y sabía que estaba apunto de culminar.

—Puta, puedes correrte cuando sientas mi leche inundar tus nalgas y el semen de nuestro afortunado caiga por tus tetas, no antes.

La suerte para ella es que ambos hombres estaban a punto de correrse. El morbo y el placer que les estaba dando esa mujer era demasiado para ellos como para alargar la escena mucho más.

Primero oyó el gemido seco de su Amo y sintió entre sus nalgas el semen caliente llenándole. Después, sus labios fueron testigos de como la polla que tenía entre ellos se endurecía y tras un último y fuerte empujón, la sacaba para empezar a correrse entre sus tetas.

Había llegado su momento, una fuerte corriente eléctrica le recorrió su columna hasta instalarse en su coño. Un fuerte gemido salió de su garganta. Y justo en ese momento, cuando ya estaba confiada de que todo estaba a punto de terminar, de un fuerte tirón, su Señor le retiró la venda de los ojos.

Parpadeó dos veces en medio del orgasmo que estaba sintiendo y entonces los observó.

Los observó a todos. Sus caras de deseo, sus ojos comiéndosela, algunos penes duros fuera de los pantalones. Y todo eso, en vez de cortarle el orgasmo, lo intensificó.

Estaban así por ella.  Ella les había provocado eso.

Tuvo uno de los orgasmos mas intensos de su vida, y justo cuando su cuerpo dejó de sentir los espasmos y se derrumbó en la cama, las luces se apagaron. Escuchó los aplausos de los asistentes, pero en ese momento poco le importaron.

Hector, desabrochó primero sus tobillos y estiró sus piernas masajeándola, se levantó de la cama y desencadenó sus muñecas haciendo que las moviera suavemente para desentumecerlas.

—¿Has disfrutado, putita mía? —le preguntó interesado mientras le ayudaba a incorporarse.

Esta lo miró y sonrió.

—Sí, he disfrutado mucho Señor.

—Bien, pues antes de que nos marchemos me gustaría presentarte a un buen amigo mío. —Se dirigió al invitado y le dio un abrazó dándole unos golpecitos en su espalda.

—Gracias por aceptar, Jaime.

Lo conocía. No había sido uno cualquiera. Una amplia sonrisa se dibujó en sus labios. Había jugado una vez más con ella y sus límites.

—Un placer por mi parte Hector —Se giró y se acercó hasta ella teniéndole la mano para que se levantara—. Encantado de conocerte por fin Bea, me han hablado mucho de ti.

Ella se levantó de la cama y se presentó como si no acabara de follarle la garganta ni tuviera su semen en sus pechos.

—A mi no me han hablado de ti, aunque ahora creo saber el motivo.

Este soltó una carcajada.

—¿Os quedáis? He venido con una amiga, buscarnos luego y os invito a una copa.

—Haremos lo que decida Bea. Se ha ganado el derecho de decidir cómo quiere continuar la noche…