El sexto pasajero

Comenzó a parecerme que el pequeño pasajero atraía a la gente...

El sexto pasajero

1 – El martes

Me fui por la tarde a ver a Lino para resolver las cuestiones económicas antes de partir el jueves a las siguientes galas y dejé el coche, como siempre, entre el bar y su casa. Preferí terminar antes con los negocios y ver luego si estaba Jose en el bar.

¡Hombre, Tony! – me dijo Lino apurado -, es que me exiges que te pague algo que no voy a cobrar.

Es que a mí la orquesta me está exigiendo cobrar – le dije -. Supongo que si el pueblo suspende las fiestas por un accidente, debería pagar; al menos debería pagar un cincuenta por ciento.

Vale, tío – me dijo -, déjame resolver esto y si no me pagan nada, os lo iré liquidando poco a poco.

Me voy a fiar de ti esta vez – me levanté para irme -, pero espero que el pueblo a donde vamos tenga un sitio digno para alojarnos. Además tengo que llevarme a mi hermano. No lo quiero acostado en un saco de dormir.

¿Tu hermano? – se extrañó - ¿Desde cuándo tienes tú un hermano?

¡Joder! – le dije con naturalidad -, pues desde hace como trece años.

Perdona – pareció cortarse -, sabía que eras huérfano pero no que tuvieras un hermano.

Pues sí, Lino – le dije -, estaba con mis tíos y voy a hacerme ahora cargo de él. Tiene trece añitos y se llama Alex. Es un niño tranquilo e inteligente; ¡menos mal!

A alguien se parecerá – dijo riéndose -. Lo malo es que vuestro trabajo puede ser una paliza para él.

¡No! – exclamé -, a él le da igual. Enseguida hace amistades y… estando conmigo

Me alegro – terminamos la charla -. Espero que disfrute con vosotros.

Salí de allí directamente al bar. Iba desde afuera mirando ya el rincón de la barra y me pareció ver a Jose allí.

Me gustaría verte más a menudo – me dijo -, pero ya sé que esta época es mala para eso.

Cuando pase el verano – le dije -, te vendrás con nosotros a los ensayos siempre que quieras y, como tendré más días libres, nos veremos más.

Nos tomamos unas cañas y dimos un corto paseo por la calle. Tomé el coche y volví a casa, pero comencé a pensar en que Alex iba a tener que salir con nosotros de viaje y Manu me aconsejó que no sacase al niño a la calle hasta que no tuviera los documentos en regla. Paré a un lado y lo llamé:

Oye, Manu – le dije -, el jueves nos vamos a tocar hasta el domingo.

Me parece fantástico – me dijo -; veo que las cosas os van bien.

No te lo digo por eso – hice una pausa - ¿Qué hago con Alex?

Llevártelo – contestó con naturalidad - ¿Qué vas a hacer?

¿Y los documentos? – pregunté -. No tengo documentos de él.

¡Venga! – me dijo con paciencia -, que no pasa nada. Vais a un pueblo ¿no? Os quedaréis en un hostal. Sois la orquesta que va a tocar allí. A la gente le encantará conoceros. Cuando os pidan la documentación en el hostal no tendréis que dar nada más que la de uno de vosotros; procura dar tus datos y si alguien te pregunta por el chaval… di la verdad: que es tu hermano pequeño.

Mira, Tony; sólo en caso de que hubiese escándalo te podrían decir algo o denunciarte. No va a pasar eso, pero si ocurre algo extraño, da mi nombre y que me llamen por teléfono ¿Quién no va a creer a un comisario de la poli?

Pensaba que era algo más complicado – le dije - ¿Por qué me dijiste que no lo sacara a la calle sin documentos?

Por seguridad, Tony – insistió -. Es mejor prevenir, pero para dar testimonio estoy yo aquí hasta que tenga en mis manos todos los documentos. Vete haciendo a la idea de que Alex es realmente tu hermano. Lo va a ser. Si hubiese que identificarlo, bastaría con que yo lo hiciese.

Ufffff – resoplé -, me quitas un peso de encima.

Es tu hermano pequeño Alex – me dijo muy seguro - ¡No sé por qué te preocupas por nada! ¡No eres un pederasta, por Dios!

Le di las gracias y quedamos en volver a vernos todos algún día en casa. Se puso muy contento y nos deseó suerte en la gira.

Al llegar a casa, salieron a recibirme Daniel y Alex y los abracé a los dos con tal felicidad, que no pude evitar echarme a llorar.

¿Te pasa algo Tony? – se preocupó Daniel - ¿Hay problemas?

¡No, no! – les dije -, lo que pasa es que soy feliz. Nuestro niño puede venir con nosotros al pueblo sin problemas. Era lo único que me preocupaba.

Papá – me abrazó el pequeño -, no tengas miedo de mí. Voy a ser bueno.

Ya lo sé, cariño – le arremoliné los cabellos -, siempre eres bueno.

¿Jugamos un poco y así te entretienes mejor? – me besó -. Yo sé que para vosotros tocar música es un trabajo y no os voy a dar la lata.

Comamos algo antes – les dije -; traigo apetito. Apetito de comer y apetito del otro. Necesito estar con vosotros un rato.

Preparamos una cena rápida y comimos los tres solos, pero ninguno estábamos para ver televisión ni jugar a nada, así que nos fuimos a la cama muy pronto.

Alex se colocaba entre nosotros sin que le dijésemos nada. Y así comenzamos a jugar a su juego: follar. Y fue una «partida» deliciosa entre los tres hasta que caímos agotados.

2 – El jueves

Estaba todo preparado para el viaje; fuimos a por el equipo y nos pusimos en camino. Dejé que Daniel condujese la furgoneta y fui abrazado a mi «hermanito» hasta que llegamos al pueblo. El resto de los componentes de la orquesta ya se habían hecho a la idea de que Alex era mi hermano y yo debería cuidar de él.

Llegamos al hostal – que esta vez era muy agradable – y nos recibió una señora muy atenta que sabía que éramos los de la orquesta y, mirando al pequeño, se quedó primero muda y dijo luego:

¡Qué jovencito tan guapo! ¿Es músico también? ¡Ay, qué rico es!

No señora – le dije sonriendo -, es mi hermano Alex. Cuido de él y lo llevo a todos lados.

Pues voy a ver si puedo poneros una cama más y ahorraréis una habitación.

Se fue hacia otra sala e iba diciendo: «¡Qué niño tan guapo, se parece a su hermano!».

El niño estuvo pendiente de cada movimiento nuestro desde el montaje del equipo hasta que nos vestimos y nos fuimos a cenar algo. Estuvo sin parpadear viendo la actuación. Nunca había visto a su hermano (o papá) tocar la guitarra y cantar ni a su «papá Dany» moverse por el escenario y cantar. Le emocionaban los aplausos de la gente y la miraba como si quisiera decirles: «¡Son mis papás!». Pero las actuaciones son muy largas y, en uno de los descansos, se acercó a mí y me abrazó:

Papá – me dijo -, me encanta veros, pero me caigo de sueño.

¿Te daría miedo quedarte ya en el hostal durmiendo hasta que lleguemos? – le pregunté sonriente-.

¡Nooooo! – me contestó -, he dormido solo mucho tiempo, pero quiero que cuando lleguéis me llaméis y me deis un beso.

¡Pues claro! – le pellizqué la barriguita -, te avisaremos cuando lleguemos. Ahora, te llevaré allí y le diré a la señora que si te levantas y pides algo – agua, un yogur… lo que sea -, que te lo dé.

Nos fuimos tomados de la mano hasta el hostal, que no estaba demasiado lejos, pedí la llave y me sonrió la mujer:

Es normal que no aguante tanto – me dijo - ¡Pobrecico!, mira que carilla de sueño trae… Estaré pendiente de él por si quiere algo.

Eso iba a decirle, señora – le aclaré -, pero él está muy acostumbrado a dormir solo. No se preocupe demasiado.

¡Angelico! – exclamó cuando subíamos -, mañana conocerá a mi nieto Paquito. Seguro que se hacen amigos y así se siente usted también un poco más libre. Mi nieto conoce muy bien el pueblo y los alrededores y jugarán juntos ¡Ay, qué niño más rico! Ya verás que bien lo pasas.

Así llegó la hora de irnos a dormir y entramos en la habitación con cuidado y sin encender la luz, pero hice lo que le había prometido. Le di un beso y se dio la vuelta.

¿Ya estáis aquí?

Se acercó también Daniel y lo besó:

¡Venga! – le dijo -, vamos todos a dormir.

3 – El viernes

Nos levantamos casi a las dos del mediodía, nos refrescamos y nos fuimos a comer. Al salir, encontramos allí a otro chico de la edad de Alex; era Paquito. La señora daba vueltas por allí regando tiestos con flores y canturreando.

¡Ay, mira, Paquito! – exclamó -. Este es el chico de la orquesta. Se llama Alex. Quiero que le enseñes tus juguetes y lo paséis muy bien.

El nieto de la señora era también muy guapo. Rubito y con el pelo rizado un poco largo. Se besaron y se cogieron de la mano para volver al hostal.

¡Espera, chico! – le dije -, Alex aún no ha comido. Vamos a ese bar. Nos han dicho que se come muy bien. Volveremos muy pronto.

Yo comeré mientras – dijo -, mi madre no quiere que esté en la calle.

Hace muy bien – le dije -. En cuanto coma Alex, lo traeré aquí y jugáis. Nosotros daremos una vuelta por el pueblo.

Y así fue. Comimos muy bien en el bar cercano y observé que Alex comía más aprisa por terminar antes. No quiso tomar postre y me pidió permiso para irse al hostal él solo. Como estaba muy cerca y a la vista, le dije que se fuera.

Nosotros tuvimos todos una sobremesa un poco larga. Los almuerzos, en realidad, son para nosotros, cuando tocamos, el desayuno. Afortunadamente el pueblo era fresquito y no muy grande, así que decidimos dar un buen paseo para hacer la digestión. Subimos hasta un sitio donde había un balcón con unas vistas muy bonitas. Al lado de aquella terraza había una torre muy vieja y abandonada. Era la parte más alta del pueblo y a lo lejos se veía algo parecido a un bosque cubierto por debajo de niebla. Había mucha humedad. Cuando bajamos de allí despacio, preguntamos a un señor mayor si había algo más que ver y nos señaló la iglesia. Nos dijo que tenía poco que ver pero que era muy antigua. Terminada la visita, volvimos al hostal para descansar un poco hasta la noche. Nos despedimos en el pasillo y entramos en la habitación, que estaba oscura y fresquita.

Me pareció que Alex estaba acostado y pensé que no le había gustado su nuevo amigo, pero al acercarme a él para besarlo, encontré dos cabezas. Paquito se levantó asustado y no sabía que decir, así que puse yo el remedio:

Lo siento, chicos – les dije -, no queríamos molestar. Seguid con lo vuestro que nosotros daremos un paseo mientras.

No, Tony – me dijo Alex -, podéis quedaros a descansar. No os molestaremos.

Sí, pequeño – insistí -, pero a lo mejor a tu amigo no le gusta que estemos aquí. Me acerqué a ellos (que estaban visiblemente desnudos y tapados con la sábana), los besé a los dos en la frente y salimos de la habitación otro rato. Nos fuimos al bar a tomar otro café y me preguntaba Daniel si Alex tenía tanta facilidad para ligarse a cualquiera.

Pues no lo sé – le dije -; tal vez sea casualidad, pero a ese tal Paquito se lo está cepillando. A mí me gusta que le salgan las cosas así y, además, pienso que es mejor que se acostumbre a hacerlo con chicos de su edad ¿No crees?

Sí, claro que lo creo – me respondió -, pero el primero en la frente. Si sigue así, se ligará a uno en cada pueblo.

Para ellos – le dije – eso es todavía un juego. Quizá el día de mañana ese tal Paquito encuentre a una mujer que le guste y cambie el rumbo.

Puede ser – encogió los hombros -, pero, por lo menos, recordará esta experiencia y es posible que si vuelve a encontrarse con Alex, aunque esté casado, lo desee.

Después de hablar un rato, volvimos al hostal y abrí otra vez la puerta con cuidado. Aún estaban los dos acostados juntos.

¡Hola! – les dije susurrando -, no os molestaremos.

Es que a mí me da vergüenza – dijo Paquito -.

Pues no sé de qué – le dije - ¡Verás!

Me volví hacia Daniel, lo agarré por la cintura y nos besamos rozando muestras pollas y metiéndonos mano.

El chiquillo se echó a reír:

En mi casa dicen que esto no se debe hacer – no apartó la mano de la cintura de Alex -; dicen que un hombre debe hacer esto siempre con una mujer.

¿Y tú que piensas? – le dije -; una cosa es lo piense tu familia y otra lo que pienses tú.

A mí me gusta Alex – me dijo muy cortado -. Por favor, señor, no diga que estoy aquí con él.

Y para quitar más hierro al asunto, comenzamos Daniel y yo a desnudarnos hasta quedarnos en pelotas. Paquito nos miraba con la boca abierta y Alex miraba a Paquito sonriente

Te lo he dicho – le dijo un tanto enfadado -, mi hermano lo hace y mucha gente lo hace. Es normal. La que no es normal es tu familia.

Nos metimos en la cama y nos abrazamos y nos besamos. Los chicos podían vernos, pero siguieron allí con sus cosas.

¡Eh, chavales! – les dijo Daniel -, si queréis, podéis veniros aquí un ratito.

Me levanté y cerré la puerta con llave y los dos enamoraditos se vinieron a nuestra cama. Paquito tocaba por donde podía y se le veía feliz. Pegado a mí como una lapa, me dijo que su hermano Andrés también hacía eso pero con gente mayor.

¿Mayor, cómo? – le pregunté - ¿Como nosotros o más?

No - dijo indiferente -, como vosotros. Él tiene veintitrés años.

Lo besé y lo acaricié y le dije sonriendo:

Me parece que esta cama se va a quedar pequeña. Preséntanos a tu hermano. Seguro que le gusta pasar un rato así.

No sé – me dijo -, a lo mejor le da vergüenza de que esté yo.

De eso no te preocupes – le dije -, esos problemas sé arreglarlos.

Pues si te vistes y me acompañas, te digo quién es y tú ya hablas.

¡Venga! – le dije -, me parece que hoy no vamos a dormir mucho, pero si quiere venirse ya verás lo bien que lo pasamos.

Nos pusimos los dos unas calzonas y bajamos unas escaleras estrechas de servicio hasta un patio lleno de arriates y tiestos. Al fondo estaba su casa y dentro de ella, en una penumbra fresquita, estaba Andrés. Era un chico guapísimo (un poco afeminado) que se levantó al ver entrar a uno de la orquesta. Me acerqué a él y le dije insinuante:

En nuestra habitación de arriba se está muy bien ¿Quieres venirte un ratito?

Miró a su hermano sospechando que había dicho algo, pero le dije que su hermano era muy bueno y que la idea había partido de mí. Se levantó al instante y corrió tras nosotros a escondidas. Entramos en la habitación y volví a echar la llave. Andrés miró lo que veía ante sus ojos y tragó saliva.

¡Vamos, chaval! – le dije - ¿Te vas a cortar ahora?

¡No, no! – dijo mirando al suelo -, pero dejadme que me acostumbre a la luz.

Me fui para él y le quité la camisa poco a poco. No puso impedimento. Luego, él mismo se quitó los pantalones y se quedó en calzoncillos. Así se metió en la cama (que estaba ya bien llena), pero viendo que todos estábamos desnudos, me miró un poco asustado. Le tiré de los elásticos y se los quité. Ya estaba empalmado.

Por fortuna, Alex y Paquito estaban en lo suyo y Daniel y yo nos encargamos de hacer feliz a Andrés. Al principio estaba cortado, pero luego era una fiera besando y cogiendo pollas, hasta el punto, de que le vi besar a su hermano y acariciarlo. Terminamos riéndonos mucho y quedando para repetir aquello al día siguiente.