El Sexo más placentero
Nuestro autor disfruta del sexo prohibido con su hermana menor a la que "obliga" a satisfacer sus bajos instintos. Enterada su abuela, tendrá también que pagar su silencio con carne...
El relato que les envío es cien por cien real. Esto pasó cuando yo tenía 20 años y mi hermana 17, ahora tengo 27. Ella es de pelo castaño, ojos celestes y mide 1.75, tiene unas gomas perfectas y una cola de lujo; es lo que se puede decir una hembra. Yo soy alto de pelo negro, bien dotado y corpulento. Desde mi adolescencia la deseo, ya que de chicos jugábamos al típico doctor y nos desnudábamos y juntos tocábamos nuestras partes íntimas pero nunca cogimos hasta que...
Un día estábamos en la pileta de casa los dos solos, nuestros padres estaban ausentes debido a que estaban en lo de unos amigos. Le propuse que compráramos unas cervezas y ella accedió; las compramos y nos tomamos entre los dos como cinco. Estábamos bastante borrachos, y me vinieron ganas de fumar cannabis; en mi cuarto yo tenía uno. Lo llevé a la pileta y le ofrecí. Ella nunca había probado, al comienzo se negó pero la convencí. Ya borrachos y fumados nos pusimos a nadar y a jugar nadando, y entre los juegos hubo unos roces, lo que me puso al palo. Yo me sentía muy caliente aunque fuera mi hermana y cuando podía tocarla lo hacía. Nos sentamos en el solarium y sin preguntarle a ella la tomé de sus caderas e hice que se sentara en mis piernas. Mi verga se erectó enormemente y mi tronco rozaba su tanguita negra, mientras yo presionaba para que ella sintiera más mi arma. Ella se dio cuenta y me dijo que saldría de la pileta para recostarse en la reposera a tomar sol. Se recostó boca abajo en la reposera y de esa manera pude presenciar esa cola perfecta. Mi mente se volvía cada vez más morbosa y me moría de ganas de arrancar esa tanga negra. No pude resistir más y decidí satisfacer mis necesidades... Le dije si quería que le pusiese bronceador porque si no, el sol le haría daño y me dijo que sí. Empecé a esparcir el bronceador por su espalda, desprendí su bikini pero ella no dijo nada, total sus tetas no se le veían porque estaban tapadas por la reposera, aunque sí resaltaba un poco de sus carnes debido a que tiene tetas grandes (tiene 92 de pechos).
Empecé a esparcir el bronceador por toda su espalda, yo no daba más y cuando podía, mi mano se escapaba un poco y masajeaba un poco esas brutales tetas, siempre sin tocar sus pezones. Mi mano empezó a bajar más y más hasta que llegué al umbral donde comienza su majestuoso orto, ¡ya no daba más! Metí la tanga dentro de su raya y le seguí masajeando sus nalgas hasta que y de vez en cuando rozaba su vulva. Debido a que ella estaba pedo y fumada se empezó a calentar y a lanzar un suave gemido. De repente, ya sin disimular lo más mínimo, enterré dos de mis dedos en su conchita. Ella suspiró de placer, pero se paró y me dijo que tenía que hacer una llamada a su amiga Marta y se fue.
Yo me sentía muy culpable pero no podía dar marcha atrás. Pasaron los minutos y no volvía, me fui para dentro de casa y sentí el ruido de la ducha, entré y vi su tanga y su bikini en el suelo, levanté su tanga y sentí su olor a flujo, ¡la pendeja se había calentado!. Decidí desnudarme, ella me dijo que me fuera y yo le dije que tardaría sólo unos minutos. Ya en bolas entré en la bañera, ella se quedó helada, no le salían las palabras, antes de que pudiera actuar le apreté contra mí y le toqué su divina y virgen concha. Ella se negó y me dijo llorando que me fuera, yo le dije que callara y disfrutara y que ella estaba tan deseosa de coger como yo. La puse en cuatro patas y le chupé la concha durante más o menos cinco minutos; después me decidí a clavarla. Ella no decía nada aunque gozaba como una zorra. La besé un poco y ella disfrutó de esa manera de sus propios jugos. Después pasé a esas tetas de película, puse la cabeza de mi pene en la puerta de su concha y la miré: ella me suplicaba que no; pero la penetré. La serruché durante diez minutos y acabé: pero se me paró de vuelta al cabo de unos segundos, de manera que le eché otro polvo. A todo esto la pendeja lanzaba ladridos de placer y calculo que debió haber acabo como cuatro veces. La llevé toda mojada a su pieza; ella lloraba. Sentía mucha culpa y placer; yo también. Se puso una bombacha negra y un corpiño blanco y me dijo que paráramos, yo asentí y me fui.
Después de unos minutos ya no daba más otra vez y volví. Ella estaba en su cama. Cuando entré no dijo nada y la besé. Me saqué la malla que me había puesto en mi pieza luego de salir, y le dije que chupara mi pija y así lo hizo: se tragaba la muy golosa toda mi humanidad. De repente, le mandé otra carga de semen a su boca, ¡y ella se lo tragó todo!. Nuevamente otra erección -el morbo puede hacer que una persona eche miles de polvos, es algo increíble y es la sensación más excitante que se puede vivir. Rompí su bombacha y arranqué su corpiño y me colgué como Drácula de sus tetas, después abrí sus piernas nuevamente y puse mi verga dentro de su rosada conchita y la penetré. Serruché sin piedad y al cabo de media hora nuevamente acabé. Tras otra erección la puse a cuatro patas y decidí romper ese orto maravilloso. Primero le chupé un poco para que se lubricara y le di unos masajes. Luego le metí poco a poco la cabeza; ella gritaba y lloraba de placer y de dolor y me decía que parara. Pero no lo hice sino todo lo contrario: la metí hasta el fondo. Pobre hermanita le quedó el otro a la miseria y lleno de leche. Ella a todo esto acabó como cien mil veces. Cuando terminé descansamos sin decirnos una palabra. Ese día paramos hasta la noche. Al otro día a la mañana vinieron nuestros padres, y nunca hablamos de eso, hasta un día que vino ella del cole y nos prometimos un fin de semana al full; pero después dijimos que pararíamos; sin embargo no pudimos.
Aunque tratamos de parar de tener sexo es muy difícil. Yo soy el que la busca porque a ella la invade la culpa. Ayer volví a tener sexo con ella al cabo de seis meses. Volví porque no pude evitar la calentura. Estábamos toda la familia en casa de mi tío y ella se fue al baño. Entré porque no hay cerrojo mientras ella hacía pis. Me dijo que me marchara y le dije que no, que la quería coger ya. Me bajé el pantalón y le apunté con mi arma a su boca; ella la esquivó. La levanté del inodoro y la puse en el suelo, ella ya no se pudo resistir porque con ella siempre es cuestión de insistir un poco, ya que afloja debido a que es una calentona. Abrí sus piernas y la follé. Un par de horas después de ese polvo, volvimos al baño y la puse en cuatro, bajé su bombachita (ella llevaba puesta una minifalda) y la monté. Cogimos lo más rápido posible porque podríamos ser descubiertos ya que no había cerrojo. Gracias a Dios todo salió bien.
El incesto es muy duro ya que es una carga psicológica que uno debe llevar de por vida; pero es el sexo más placentero que existe. Yo he decidido no parar más de coger con ella, lo nuestro sólo es y sólo será sexo, nada más que eso. Ella ahora está de novia. Pobre tipo, es engañado por el propio hermano de ella. Mi abuela fue la única que nos descubrió una vez que la dejaron nuestros padres para que nos cuidara. Ella es de esas viejas putas y para su edad (63 años) está bastante buena. Tiene pocas tetas y una cola medio grande pero armónica; la zorra se mantiene bien. Me hizo llamar y cuando pasé, me vino con una terrible puteada. Ella estaba en ropa interior por lo que presentí que quería un polvo para pagar su silencio. Luego de escuchar puteadas le tapé la boca y le mandé mi dedo por debajo de su bombacha marrón y ella empezó a gozar. Nos pusimos en bolas, y me sorprendí de su cuerpo, que es bastante firme, parece una mujer de 55. Hice que me la chupara: la vieja tragaba como si nunca hubiera comido. Antes de acabar, saqué mi poronga de su boca y le decidí dar masa por la vagina; después de un breve folleteo llené su vulva de leche. La empecé a chupar y cuando recuperé energías ¡la vieja quería más y más!. Esta vez le rompí el orto. Sólo puse una crema que usa para la cara en la verga y en su orto, y le mandé sin trabajo previo. La vieja ya tenía el orto bien agrandado, se nota que es una perra. A mi abuela me la cogí durante unos meses más hasta que le dije que parara. Así fue como compré su silencio.
Espero que hayan disfrutado de este relato y hasta la próxima.