El separarme me facilitó una activa vida sexual.

Historía de un hombre que decide separarse de su esposa y que, contando con la colaboración de una compañera del trabajo y de sus amigas, consigue rehacer y de que manera su vida. La escribí hace un año.

A pesar de que tuve ocasión de contraer matrimonio con otras féminas cometí el grave error de casarme, más por compasión que por amor, con una vecina morena, de altura y complexión normal, llamada Eva que en pocos meses había tenido la desgracia de perder a sus progenitores y al ser hija única, se había quedado prácticamente sin familia. El hecho de que fuera atractiva, más joven que yo y que durante nuestro corto noviazgo llegara a tener la convicción de que se trataba de la hembra más viciosa que había conocido, puesto que en la cama se comportaba como una autentica fulana, hicieron que la eligiera. Pero no tardé en lamentar esa decisión ya que, tras nuestro enlace matrimonial, la chica cambió radicalmente volviéndose autoritaria, dominante y fría. Después de permanecer más de cuatro años casados sin que apenas existiera dialogo entre nosotros, llevaba casi tres meses de abstinencia sexual cuándo me lié con Marta, una de las más jóvenes amigas de Eva. La chavala, de cabello claro, alta y de constitución normal, resultó ser una guarrilla con un satisfactorio rendimiento sexual pero, como estaba soltera y no tenía nada que perder, no resultó demasiado discreta ya que tardó muy poco en proclamar a los cuatro vientos las magnificencias de mi miembro viril y de mi potencia sexual. Aquellos comentarios no tardaron en llegar a oídos de Eva que me montó uno de sus habituales “numeritos” y sabiendo que iba a ser incapaz de perdonarme aquel desliz y que la hubiera sido infiel decidí separarme de ella.

Unos meses más tarde empecé a intimidar con Laura, una joven compañera de trabajo que daba muestras de ser tan sumamente golfa como guapa, que me ayudó a superar aquellos difíciles momentos. Salíamos casi todos los días juntos a almorzar y poco a poco, fuimos cogiendo confianza. Una mañana me comentó que me veía demasiado inquieto sexualmente puesto que en cuanto nos cruzábamos por la calle con una mujer de “buen ver” la miraba lujuriosamente dándome, incluso, la vuelta para poder observarla por detrás por lo que no tuve más remedio que confesarla que mi desasosiego lo motivaba el llevar bastante tiempo sin mojar y estar deseando que una fémina se dignara, al menos, a “cascarme” la chorra. Al regresar a la oficina me acompañó a mi despacho y tras indicarme que cerrara la puerta con llave, me pidió que la enseñara el cipote puesto que, si merecía la pena, ella misma podría ocuparse de darme la debida satisfacción. A pesar de que Laura no era el tipo de hembra que anhelaba al ser ancha de caderas, disponer de un culo demasiado voluminoso para mi gusto y darme la impresión de que tenía una especial predisposición a engordar, ardía en deseos sexuales y como no tenía nada mejor a lo que recurrir, no dudé en hacer lo que me había indicado bajándome el pantalón y el calzoncillo. La chica me miró el nabo con sumo detenimiento, me lo tocó repetidamente al igual que hizo con los huevos y al estar totalmente empalmado, me bajó de golpe la piel para poder contemplar el capullo en todo su esplendor durante unos instantes antes de proceder a apretarme con fuerza los cojones con intención de evitar que mi eyaculación se produjera con demasiada celeridad y tras mojarme con su saliva la punta del pene, comenzó a meneármelo lentamente al mismo tiempo que me decía:

“Así, muy despacito para que puedes disfrutar mucho más cabronazo” .

Estaba tan excitado que, enseguida, solté una gran cantidad de leche que, en espesos y largos chorros, impresionó a Laura por la fuerza con la que la eché y el tiempo que empleé en eyacular. La joven quedó tan satisfecha que, mientras me pasaba dos de sus dedos por la “boca” de la picha, se ofreció a “cascármela” sin prisas todos los días laborables tanto por la mañana como por la tarde. Acepté encantado y así, día a día, observaba que la encantaba tocarme la pilila una y otra vez, ponérmela bien tiesa a base de acariciarme y apretarme los huevos y terminar moviéndomela siempre muy despacio hasta conseguir sacarme un buen polvo. No tardó en darse cuenta de que hurgándome enérgicamente en el culo con un par de dedos conseguía que echara una cantidad de lefa aún mayor y que, al mantenerse la pirula totalmente erecta tras la eyaculación, tenía que disponer de una meritoria potencia sexual por lo que, en vez de dejar de “cascármela” poco después de sacarme la leche, optó por seguir moviéndomela hasta que, tras sacarme un par de polvos, me meaba copiosamente delante de ella agradándola ver como expulsaba tanto la lefa como mi abundante y espumoso pis. Laura, que era bastante asidua a usar pantalones y bragas, me la comenzó a mover completamente vestida pero no tardó en dejar que la besara en la boca durante el proceso y unas semanas después empezó a desnudarse de cintura para abajo con el propósito de que, apretada a mí y muy abierta de piernas, pudiera pasarla el brazo derecho por la espalda para poder sobarla con mi mano el culo y su caldosa raja vaginal mientras, a través de su ropa, no dejaba de restregar sus tetas contra mi torso y me la meneaba despacio. El poder tocarla me excitaba todavía más sobre todo cuando la introducía un par de dedos en la almeja y Laura, que resultó ser muy meona, se hacía pis al más puro estilo fuente además de que, al masturbarla, “rompía” con bastante rapidez lo que la permitía disfrutar de dos ó tres orgasmos antes de que nuestra sesión culminara tras sacarme los dos polvos y la meada que muchos días se producía casi al mismo tiempo que su segunda micción. Asimismo, los días en que la metí mis dedos en el ojete pude comprobar que disponía de un culo muy “tragón” y como la joven apretaba con ganas al mismo tiempo que la efectuaba todo tipo de hurgamientos anales, solía dejarla en perfecta disposición para defecar. Laura, que estaba realmente buena, compaginaba el trabajo con sus estudios universitarios por lo que si algún día, por la causa que fuera, no podía cumplir con su cometido durante la mañana ó la tarde, me compensaba pasando la noche conmigo sacándome la leche, en vez de las cuatro veces diarias habituales, en cinco ocasiones.

Un tiempo después comenzamos a quedar los sábados y domingos por la tarde en mi domicilio. No tardó en acudir acompañada por sus compañeras de estudios y amigas más íntimas, Celia y Rebeca, deseosas, al igual que Laura, de verme lucir mis atributos sexuales al mismo tiempo que me ponía de lo más cachondo en cuanto se quedaban en ropa interior ó bikini puesto que, siempre que la temperatura lo permitía, Celia y Rebeca tenían la costumbre de ir a tomar el sol a una piscina hasta que se acercaba la hora de nuestra cita. Con ellas se convirtió en habitual que, acostado boca arriba en una posición similar a la de las mujeres durante el parto, cada una me sacara un polvo “cascándome” el pito mientras otra me permitía sobarla las tetas, el chocho y el culo hasta que, cuándo se calentaba, se ponía en cuclillas sobre mi boca para que, manteniéndola bien abiertos los labios vaginales, la comiera el coño y llegado el caso, que solía ser lo más normal, me bebiera su micción mientras la tercera me perforaba el culo. Para hacerlo a Celia la agradaba ponerse un guante de látex y hurgarme con varios dedos; Rebeca disfrutaba metiéndome bolas chinas, consoladores de rosca y vibradores a pilas y a Laura la gustaba hacerlo en toda regla con la ayuda de una braga-pene provista de un “instrumento” de estimables dimensiones mientras cada una, en su turno, al mismo tiempo que me forzaba analmente me animaba a apretar para que llegara a sentirme inmerso en un gran placer, perdiera por completo el control de mi cuerpo, liberara el esfínter y como ellas decían, las pudiera deleitar soltando dos ó tres gruesos y largos folletes mientras me efectuaban las pajas y las demostraba que disponía de una potencia sexual encomiable. Celia, Laura y Rebeca no dejaban de mostrarse muy complacidas e impresionadas por los logros que iban consiguiendo, las dimensiones que llegaba a adquirir mi polla, la cantidad de lefa que echaba, mis copiosas defecaciones y por esas intensísimas meadas que se producían inexorablemente tras mis eyaculaciones pares que, de la misma forma que me bebía las suyas mientras permanecían en cuclillas sobre mi boca y las comía la seta, empezaron a ingerir con asiduidad. A Celia la complacía que la echara mi micción dentro de la almeja mientras, durante un par de minutos, la daba unos buenos envites vaginales y a Laura que la mojara las tetas con mi pis. Más adelante y para que sus hurgamientos anales pudieran hacer más efecto decidieron que me colocara a cuatro patas y que la joven a la que tenía de comer el chocho permaneciera acostada boca arriba, completamente despatarrada, delante de mí.

Mi ex, que nunca había deseado tener descendencia para no pasar por las incomodidades del embarazo ni por los dolores propios del parto, al finalizar nuestra luna de miel dejó de tomar anticonceptivos. Al pedirla explicaciones sobre su decisión me indicó que consideraba que ya la había echado suficiente leche y que si quería tener hijos, cosa que nunca me había llegado a plantear aunque sí que pretendía disfrutar lo más posible del sexo, se los engendrara a otra. Desde entonces se prodigó de tal manera en “ordeñarme” con sus manos que llegué a encontrarlo tan sumamente agradable y placentero que me contentaba con ello y más al ser esas tres preciosidades las que se encargaban de efectuarme el “ordeño” y de darme gusto por todos los lados. Aunque estoy seguro de que ninguna de ellas se hubiera opuesto a que mantuviéramos relaciones sexuales completas no me lo llegué a proponer ya que Celia tenía novio formal y Rebeca llevaba un tiempo liada con un cuñado y reconocían que disfrutaban mucho más por la tarde meneándome el rabo y haciéndome un montón de cochinadas que por la noche cuándo, después de chuparles el miembro viril hasta la saciedad, la primera cabalgaba a su pareja puesto que era la manera en que más le gustaba echarla la leche y Rebeca, colocada casi siempre a cuatro patas, permitía que su cuñado se recreara al máximo “clavándosela” primero por delante y tras recuperarse de su eyaculación, por detrás.

Llevábamos algo más de dos años manteniendo este tipo de relación sexual cuándo Laura, que no tenía más compromisos que los laborales, sus estudios y el ayudar en los quehaceres domésticos de su domicilio, me comentó que estaba dispuesta a tocarme y moverme la verga de por vida ya que la agradaba ver lo tremenda que se me ponía, el excepcional grosor que adquirían mis huevos y como echaba la lefa pero que debía de considerar que en pocos meses acabaría sus estudios y que, al disponer de una excelente oferta laboral en otra ciudad, iba a dejar su trabajo actual para hacerse con el nuevo lo que la obligaba a irse a vivir fuera. Me indicó que la encantaría que la acompañara pero viendo que tal posibilidad no entraba dentro de mis planes me dijo que tanto Celia como Rebeca estarían encantadas de sustituirla pero que dentro de un año ambas se encontrarían en una situación parecida a la suya por lo que, a menos que encontrara a otras jóvenes dispuestas a complacerme, llegaría un momento en que me tendría que “cascar” la tranca en solitario, cosa que sabía que nunca me había gustado hacer, por lo que me animaba a aprovechar que aún era joven y atractivo para plantearme rehacer mi vida con otra fémina y para ello nada mejor que entrar a formar parte de un determinado “club de separados” que, aparte de reunir con frecuencia a sus miembros, promovía actividades para hacer más llevadera su situación al mismo tiempo que intentaba que surgieran nuevas uniones sentimentales. Me comentó que su madre, que estaba viuda, se unió en él y no tardó en dar con un “maromo” que, a base de cepillársela y satisfacerla sexualmente, la había cambiado por completo la vida y que, en la actualidad, una conocida de su progenitora, que se había separado unos meses antes, se había integrado en la misma asociación.

Laura me la “cascó” hasta el mismo día en que dejó su trabajo mientras que con Celia y Rebeca continué viéndome los fines de semana durante varios meses más. Pero todo cambió cuándo su novio dejó preñada a Celia y la pareja decidió continuar adelante con el embarazo comenzando por vivir juntos y Rebeca, cansada de ser maltratada y poseída por su cuñado, me propuso encargarse de las labores domésticas de mi domicilio a cambio de que la dominara y me la follara en plan sádico lo que, unido a que era una excelente cocinera, funcionó bastante bien las primeras semanas pero, a medida que nos fuimos centrando en aquella actividad sexual y adquiría experiencia, me percaté de que, a pesar de que su cuñado la había penetrado a su antojo durante mucho tiempo y podía hacerla todo lo que me apeteciera, la joven resultaba demasiado sosa cuándo, totalmente entregada, la “clavaba” la chorra puesto que se limitaba a dejarse hacer sin apenas colaborar y me daba la impresión de que pensaba que si se movía a mi ritmo se la iba a salir del coño ó del culo y mientras se la volvía a meter, nos enfriaríamos y no disfrutaríamos de tanto gusto. A pesar de la buena voluntad de Rebeca, que deseaba que la poseyera una y otra vez, me di cuenta de que aquella relación no iba a tener demasiado provenir por lo que, aunque me la continué tirando y en plan sádico durante varias semanas más antes de decidirme a romper con ella, al final opté por seguir los consejos de Laura e ingresé en el mismo “club de separados” del que formaba parte la conocida de su progenitora.

Me encontré en un ambiente muy ameno y grato que me ayudó a intimidar con Rosa, la conocida de la madre de Laura, que resultó ser una hembra con el cabello moreno que la gustaba llevar recogido, de altura normal y complexión ligeramente fuerte, a la que la agradaba vestir con ropa, incluida la interior, de color blanco. La mujer no contaba con demasiadas simpatías entre los miembros masculinos del grupo que la consideraban una pija bastante creída. A pesar de tener varios años más que yo, era bastante atractiva y siempre vestía en plan muy elegante. Viendo que demostraba cierto interés por ella y al no encontrarse en edad de poder elegir ni rechazar la menor posibilidad sentimental que se la presentara, me dio toda clase de facilidades para acostarme con ella en mi domicilio con la idea de iniciar una vida en común a través del sexo. Me pareció que aquella relación prometía desde que descubrí que no debía de limpiarse demasiado bien al terminar de mear y defecar puesto que en su braga había señales bastante evidentes de pis y caca lo que me hizo pensar que había encontrado una golfa realmente cerda. La primera vez me la cepillé y la eché un par de polvos. El inaugural, tal y como me gustaba, con Rosa colocada a cuatro patas y el siguiente como culminación a una intensa cabalgada vaginal que me hizo. Pero me molestó que, en cuanto nos desnudamos, me exigiera que me pusiera condón antes de “clavársela” a lo que la respondí que, aparte de que no tenía, nunca me había agradado usarlos por lo que, muy a su pesar, tuvo que permitir que se la introdujera “a pelo” y que “descargara” con total libertad en el interior de su seta; más tarde, se negó a chupármela alegando que como, seguramente, habría mantenido relaciones con muchas fulanas no quería que la pegara ninguna infección bucal y que bastante estaba haciendo dejando que se la metiera sin preservativo exponiéndose a que la dejara preñada y a que la trasmitiera algún tipo de enfermedad venérea ú hongo; más adelante y a pesar de que ella se meó en cuanto se la enjereté saliendo el pis al exterior lentamente cuándo mis movimientos de mete y saca se producían hacía fuera y sufrió ligeras pérdidas de orina durante todo el proceso, después de echarla mi micción dentro de la almeja tras mi segunda “descarga” me dijo que lo que acababa de hacer era una autentica cerdada y algo realmente repulsivo por lo que tendría que evitar que volviera a suceder y que, cuándo tuviera necesidad de hacer pis, debía de sacársela para, como todo el mundo, ir al cuarto de baño ó tener un orinal al lado de la cama en el que depositar la meada y finalmente, cuándo intenté darla por el culo para echarla en su interior mi tercer polvo, se opuso rotundamente al sexo anal señalando que, aparte de ser doloroso, humillante y vejatorio para todas las féminas, era algo totalmente antinatural y que tenía a mi disposición su chocho para satisfacerme. Al ver que, a pesar de ello, volvía a intentar metérsela por el culo me dijo que si tanto deseaba disfrutar de su trasero la lamiera el ojete cosa que, después de ponerse a cuatro patas, hice durante un montón de tiempo hasta que la muy guarra, tras tirarse varios pedos en mi cara, se levantó de la cama y se vistió dando por finalizada la sesión sexual para, después de visitar el cuarto de baño, abandonar la vivienda dejándome con el cipote bien tieso y con evidentes ganas de echarla otro polvo.

Cuando volvimos a coincidir en la asociación Rosa me indicó que había quedado muy satisfecha de nuestro primer contacto sexual; de las excepcionales dimensiones que había alcanzado mi nabo; de mi fantástica potencia sexual y de la gran cantidad de leche que la había echado en cada una de mis eyaculaciones, que reconoció que la encantaba que tardaran tanto en producirse para que pudiera darla un mayor placer sexual, con lo que me fue “comiendo el coco” y engatusando hasta que consiguió que, olvidándome del sexo anal, accediera a mantener con ella contactos sexuales regulares los martes, jueves y domingos por la tarde y los viernes y sábados por la noche. No tardé en comprobar que, aunque sabía moverse perfectamente para incrementar mi placer y dejarme plenamente satisfecho, era demasiado autoritaria por lo que siempre me la tenía que follar en la posición que ella decía siendo lo más habitual que me efectuara una cabalgada para sacarme el primer polvo; que el segundo se lo echara mientras permanecía echada sobre mí con sus piernas muy cerradas y moviéndose lentamente, con lo que me decía que podía “saborear” mucho mejor los estragos que mi pene causaba dentro de su coño y aumentar su gusto para culminar al echarla la leche por tercera vez después de tirármela colocada a cuatro patas ó permaneciendo de pie detrás de ella mientras se la “clavaba” y me la cepillaba obligándola a mantener una de sus piernas más elevada que la otra. Rosa no tenía el aguante sexual ni “rompía” con la misma facilidad que una hembra con diez años menos pero, en cada sesión, además de mearse en cuanto se la metía y sufrir leves pérdidas urinarias, alcanzaba un buen número de orgasmos y siempre llegaba al clímax al sentir que la estaba mojando con mi lefa. A pesar de su oposición inicial, se habituó a recibir mi micción en su interior desde el momento en que descubrí que la encantaba que mantuviera la picha completamente introducida en su seta mientras me la follaba con movimientos circulares con lo que, inmersa en un intensísimo gusto, su cuerpo llegaba a convulsionarse de placer y parecía desear que la mojara aunque fuera con mi pis. Un día se la saqué cuándo, tras haber “descargado” en el interior de su almeja, me encontraba a punto de hacer pis y se la introduje entera en la boca diciéndola que como no se portara como una golfa la ataría a la cama para poder darla por el culo hasta desgarrarla el ano. Me quedé sorprendido de que Rosa, además de aceptar de buen grado que me meara y la hiciera beberse toda mi micción, me la chupara con esmero y ganas. Pasadas unas semanas decidimos que durmiera en mi domicilio a diario para poder mantener nuestros contactos sexuales todas las noches aunque, al no ser capaz de recuperarse del desgaste sufrido de un día para otro, no podía echarla más de dos polvos puesto que acababa tan exhausta que hubo ocasiones en que, tras recibir mis “descargas” y mi meada, se quedó dormida tumbada tanto debajo como encima de mí y con la pilila introducida en su chocho. Pero lo más me gratificaba de ella era que la agradaba que amaneciera con la pirula bien tiesa y los días en que no me la chupaba con intención de que la echara en la boca mi primera micción matinal, me acompañaba al cuarto de baño para poder sostenerme el pito mientras me veía soltar el pis, me lo sacudía enérgicamente con el propósito de que salieran las últimas gotas y me lo chupaba hasta que, sintiendo que mi eyaculación era eminente, se lo extraía de la boca y me lo “cascaba” manualmente sacándome el primer polvo del día. Mientras me afeitaba solía volver a movérmelo, sin dejar de restregar sus tetas en mi espalda y su coño en mi culo hasta que echaba la leche y un poco después, una nueva meada gustándola contemplar como mi lefa y mi micción salían al exterior y se depositaban en el lavabo. De aquella manera conseguía que acudiera al trabajo muy relajado aunque llegando tarde más de un día. Más adelante decidió que la demostrara lo cabronazo que era permitiendo que todas las noches me meneara la polla al mismo tiempo que me daba por el culo con la ayuda de una braga-pene provista de un miembro de poco grosor pero tan sumamente flexible y largo que me perforaba el intestino. La encantaba encularme acostado boca arriba para poder verme el rabo, tenerlo al alcance de su mano y para que, en estos casos, la leche cayera sobre mi cuerpo y en la sabana. Lo más normal era que, en cuanto me extraía la larga “salchicha” del trasero, tuviera que acudir al cuarto de baño para defecar mientras Rosa se encargaba de que la verga se mantuviera bien tiesa moviéndomela despacio mientras me mantenía bajada la piel para poder contemplarme el capullo en todo su esplendor y escuchaba como mi mierda caía al inodoro. Era raro el día en que, al acabar, no se empeñara en limpiarme lo que aprovechaba para mirar y contar el número de folletes que había echado. Logré que me lamiera el ojete de la misma forma que hacía con ella y que me chupara la chorra, a pesar de que cogió la costumbre de hacerlo con poco más que la punta introducida en su boca, sin permitirme nunca que la echara la leche en la garganta y negándose a comérmela después de habérsela “clavado” y mucho menos cuándo estaba impregnada en su lubricación vaginal. Desde que comenzó a darme habitualmente por el culo, además de sacarme un par de polvos mientras me poseía analmente, pude echarla otros dos en el interior de la seta al terminar de defecar con lo que conseguimos mejorar considerablemente nuestra actividad sexual. Pero, a pesar de estos logros, cada vez me encontraba con más negativas suyas para todo como cuándo la hablé de llevar a cabo ciertos contactos sexuales al aire libre y en situaciones bastante morbosas para poder excitarme al máximo y lo que más parecía ponerla era cogerse de mi brazo cada vez que salíamos a calle y lucirme ante los demás como si fuera un trofeo. Para poder mantenerse a salvo de mis intentos por seducirla en los lugares que me ponían, no la gustaba frecuentar sitios en los que hubiera poca gente y una tarde que conseguí dar un paseo con Rosa por la orilla del río y después de asegurarme de que no nos veía nadie, la abracé y mientras me restregaba contra ella, la subí la falda, la bajé ligeramente la braga, que como siempre era blanca y la toqué repetidamente la masa glútea, la pasé dos dedos por la raja del culo y la perforé con ellos el ojete. La mujer se apretó con fuerza a mí con lo que me dio la impresión de que la estaba gustando que la hurgara ya que hasta su lubricación vaginal se incrementó llegando a gotear y mojar su prenda íntima. Me recreé con aquello unos minutos hasta que Rosa me comentó que, aunque no la disgustaba, como siguiera hurgándola se iba a cagar allí mismo incluso con mis dedos introducidos en su ano por lo que me propuso que se los sacara para poder comerme el cipote. Se los extraje, procedí a bajarme el pantalón y el calzoncillo y tras mirarme el miembro viril bien tieso, procedió a meneármelo muy lentamente. Esperaba que, de un momento a otro, se arrodillara delante de mi para chupármelo pero, después de apretarme con fuerza los cojones y bajarme de golpe la piel, me montó un buen “numerito” diciéndome que quien pensaba que era para haberla hecho aquello cuándo cualquier persona podía haber estado mirándonos, verla la braga y el culo y como la realizaba los hurgamientos anales para, acto seguido y en un plan muy despectivo, soltarme la “salchicha”, dejar de apretarme los huevos e irse después de indicarme que si pretendía correrme me sacara yo mismo la leche. Pero, además de pensar que ya había aguantado bastante mientras estuve atado a Eva y que no me gustaba que me hiciera esos desplantes, empecé a ponerme nervioso al verla agobiada a todas horas por el calor lo que me hizo suponer que se había iniciado su proceso menopausico por lo que pensé que, estando ya rellenita, con aquello iba a engordar hasta ponerse como una foca y como las féminas gruesas nunca me han agradado, decidí ponerme en mi sitio y a pesar de que me llamó de todo, estuvo a punto de agredirme y me realizó un montón de amenazas, terminé con una relación que, aunque había durado casi medio año, nunca había sido positiva.

Unos meses después entró a formar parte del “club de separados” una joven morena, de altura y complexión normal, llamada Estrella que desde el primer momento me llamó la atención por su particular forma de andar que denotaba que había hecho algo más que “pinitos” en las pasarelas, opinión que constataba con la de otros miembros masculinos que decían que pretendía llamar la atención puesto que era una autentica zorrita. La chica siempre vestía de una forma sugerente con vestidos ceñidos, cortos y escotados en los que se la llegaba a marcar la raja del culo y no usaba las mismas lentillas dos días seguidos puesto que, al disponer de un completo surtido, podía cambiar a diario el color de sus ojos. A pesar de que cada día evidenciaba más que era cierta la suposición de que se trataba de una fulana, me decidí a hablar con ella con lo que pude enterarme de que los lunes, miércoles y viernes trabajaba en horario matinal en una empresa pública y que estaba “montada en el dólar” ya que había heredado de sus progenitores dos ó tres viviendas y varios locales con lo que, si quería, podía vivir perfectamente sin tener que trabajar. En uno de tales locales y junto a Clara, una amiga y antigua compañera de estudios, había decidido invertir todo el dinero que le había sacado a su marido al separarse montando una peluquería de señoras.

Comencé a salir con ella los fines de semana con intención de hablar, pasear y cenar juntos lo que, un par de semanas más tarde, se completó al aceptar que pasáramos la velada nocturna en mi domicilio. De la misma forma que me había sucedido con Laura, en cuanto Estrella me vio el nabo la gustaba “cascármelo” una y otra vez alabando sus excepcionales dimensiones, la cantidad de leche que echaba, el que soltara unas impresionantes meadas tras mis eyaculaciones pares y que dispusiera de una meritoria potencia sexual. No tardé en conseguir que se prodigara menos en las pajas para que, abriéndose de piernas, me dejara “clavársela a pelo” por su húmedo “arco del triunfo” y lograr que ambos disfrutáramos mientras me la tiraba y la daba unos buenos envites vaginales hasta que la soltaba dos espesos y largos polvos y una abundante micción dentro de la almeja. Como resultó ser muy golfa y viciosa no tardé en proponerla vivir juntos con la intención de que pudiera tener con frecuencia a mi “salchicha” entre sus piernas y comprobara que, además de echarla una cantidad impresionante de leche al eyacular, si sabía mantenerme excitado era capaz de repetir una vez tras otra hasta conseguir que todo su cuerpo se estremeciera de gusto y superara el número de orgasmos al que había llegado el día anterior. La joven, a la que la complacía que tardara bastante en eyacular, aceptó encantada mi propuesta aunque me advirtió de que nunca la había agradado ocuparse de la casa ni de la cocina.

Como siempre había deseado mantener sesiones sexuales en las que no faltara el intercambio de parejas y pensando que nos ayudaría a llevar a cabo una actividad más intensa, logré convencer a Estrella para que propusiera a Clara y a Adolfo, su “maromo”, el reunirnos con ellos cada quince días los sábados por la noche con intención de cenar y tomar unas copas antes de dedicar el resto de la velada a desarrollar una frenética actividad sexual en la que tanto Adolfo como yo nos trajinábamos a conciencia a Clara y a Estrella. En una de esas reuniones, esta última comenzó a pensar en aprovechar que estábamos muy bien dotados y disponíamos de una más que notable potencia sexual para acondicionar la planta abuhardillada superior de la peluquería e instalar un par de habitaciones y un aseo para facilitar a las clientes interesadas en algo más que arreglarse el cabello el que pudieran “echar una ó más canas al aire” manteniendo unas discretas relaciones sexuales, que casi siempre eran extramatrimoniales, con nosotros. Como a Estrella no la gustaba dar muchas vueltas a sus proyectos se decidió a llevar a cabo su idea con lo que las dos jóvenes lograron mejorar el beneficio económico que obtenían del negocio al mismo tiempo que nosotros comenzamos a cepillarnos a un reducido número de clientes que Clara y Estrella nos elegían teniendo en cuenta que las hembras debían de estar lo suficientemente apetecibles y potables como para excitarnos y poder rendir de una forma satisfactoria con ellas. Poco a poco, aquellas primeras clientes sexuales, además de acudir a la peluquería con mucha frecuencia, se ocuparon de hacer correr de boca en boca la posibilidad de mantener aquel tipo de relaciones a cambio de una pequeña cantidad de dinero por lo que en tres meses la demanda llegó a superar a la oferta y Clara y Estrella tuvieron que implantar el concertar citas previas puesto que tanto Adolfo como yo trabajábamos y sólo podíamos dedicarnos a aquello a primera hora de la mañana, entre las siete y las nueve; después de comer, de tres y medía a cinco y al acabar nuestra jornada laboral por la tarde, a partir de las ocho y cuarto, lo que ocasionaba que muchos días y especialmente los jueves y viernes por la tarde y la mañana de los sábados, tuviéramos concertadas citas a unas horas un tanto intempestivas para una peluquería. Nos acostumbramos a quedarnos con la ropa interior usada por la mayoría de las mujeres a las que nos follábamos con la que decidimos decorar las paredes de esas dos habitaciones y las de nuestros respectivos domicilios. Clara y Estrella no dejaban de animarnos a prodigarnos con las clientes, a las que llamaban cerdas pedorras, mucho más en el sexo anal ya que a la mayoría de ellas nunca se la habían metido por el culo y aunque al principio tuvieran que sufrir un poco, terminarían por disfrutar al sentir como nuestro pene bien erecto y largo las forzaba el interior del trasero.

Viendo que nuestra relación se consolidaba Estrella comenzó a comprarse ropa aún más ceñida, escotada y con faldas sumamente cortas mientras su ropa interior, casi siempre estampada y en tonalidades claras, a pesar de no ser precisamente barata apenas disponía de tela por lo que los sujetadores la dejaban al descubierto la mayor parte de sus tetas y los mini tanguitas que se ponía casi no la tapaban la raja vaginal y la presionaban tanto que siempre estaba mojada. En ciertas ocasiones y previendo que podía presentarse la oportunidad de “clavársela” en lugares en los que me daba un morbo especial y mucha satisfacción tirármela, como cierta noche en un ascensor exterior acristalado, salía de casa sin ropa interior. Me llenaba de orgullo que el sexo masculino la mirara puesto que consideraba que disfrutaba de aquello que otros deseaban y era todo un espectáculo ver que, cuándo subíamos por alguna escalera y se percataban de que debajo de la falda no llevaba nada, se apresuraban a ponerse en un nivel inferior para poder verla los muslos, el culo y hasta la “cueva” vaginal que más de uno se apresuró a fotografiar con su móvil.

En aquellas circunstancias y aprovechando que venía a pasar con su familia los fines de semana, conseguimos que Laura se uniera a nuestra actividad sexual los sábados y domingos lo que se convirtió en un nuevo aliciente y estímulo ya que la joven me la había “cascado” infinidad de veces pero nunca la había poseído. Además de toda la tralla que la daba, Estrella se ocupó de forzarla hasta que consiguió convertirla en una dócil perrita, guarra y muy viciosa, deseosa de no desperdiciar ni una gota de mi semen, del flujo de mi pareja sentimental y de nuestros excrementos. Pero Laura, que nunca había tomado precauciones, llegaba a tal estado de entrega, placer y relajación que acabé dejándola preñada por lo que Estrella, que mientras estuvo casada había tenido que recurrir a él en dos ocasiones, la habló de un centro especializado en la interrupción voluntaria del embarazo que, asimismo, existía en la capital en la que Laura trabajaba que fue donde la provocaron el aborto. Pero, desde entonces y muy a su pesar, decidió que no podía exponerse a que la sucediera de nuevo por lo que, aunque no la importa que la de por el culo todos los fines se semana y se prodiga bastante en “tomar biberones” y en “cascármela”, no he vuelto a “clavarla” la picha vaginalmente, al menos cuándo me encuentro en disposición de “descargar”. A Laura la agrada estar presente y observarnos mientras nos dedicamos a forzar a Lorena, una amiga suya bastante salida con facciones asiáticas que denotan que los progenitores de su madre eran chinos, que decidió suplirla en la penetración vaginal con la que, al igual que con Laura, todavía seguimos manteniendo relaciones la noche de los viernes y la tarde de los domingos. Lorena está dotada de una raja vaginal tan abierta y amplia que me permite meterla la pilila, cepillármela y eyacular en su interior mientras Estrella la fuerza con su puño para, acto seguido, turnarme para poder “clavársela” por el culo a Laura y Lorena y poseerlas analmente hasta que, tras llenárselo a una de ellas de lefa y como con todas las féminas echándosela muy a gusto, se la puedo sacar para dejar que Estrella, utilizando todo tipo de “juguetes”, siga forzando a Lorena sin importarnos que no deje de defecar durante el proceso y que acabe muy escocida, molesta y con unas diarreas líquidas de consideración.

Llevamos algo más de año y medio de convivencia mutua y Estrella me continúa manteniendo tan excitado como cuándo nos conocimos y aunque durante el día nuestras mutuas ocupaciones laborales y mi actividad sexual en la peluquería nos impiden estar juntos, en cuanto llegamos a casa por la noche en lo único en que pensamos es en el sexo. La encanta sacarme tres polvos y que me haga pis tras el segundo, chupármela y que se la “clave” por delante y por detrás aunque cuándo la doy por el culo y la meto la pirula entera de una forma un tanto bárbara, me dice que la tengo tan gorda y larga que cualquier día la acabaré desgarrando el ano ó el intestino. En lo que menos se prodiga es en “cascármela” puesto que dice que las pedorras a las que me follo en la peluquería ya me la menean y me la chupan más de lo necesario antes de que proceda a penetrarlas aunque nunca se ha privado de meneármela muy despacio cada vez que vamos al cine ó cuándo vemos alguna película de alto contenido sexual en casa para que, tras sacarme dos polvos, tenga que mearme en su boca ó ir a hacer pis al cuarto de baño a donde me acompaña para poder beberse mi micción antes de que proceda a tirármela a conciencia en la habitación dándola, como es habitual, unos buenos y continuados envites vaginales. Sabiendo que sacándome tres polvos y dejándome descansar, no suelo tardar en estar de nuevo en condiciones de rendir de una manera satisfactoria, nuestra actividad sexual nocturna suele prolongarse hasta la madrugada para que pueda vaciar los huevos mientras a ella la extraigo todo el flujo, el pis y la caca que tiene en su interior. Si esto sucede los días laborables, durante los fines de semana se incrementa aún más con la presencia de Laura y Lorena y sobre todo los sábados en que nos juntamos con Adolfo y Clara puesto que no solemos dejarlo hasta estar bastante escocidos. Más de un día, a cuenta del sexo, no hemos ido a comprar al supermercado los productos que necesitamos para poder alimentarnos y aparte de que la mayoría de las noches no cenamos para no perder tiempo, nos vemos obligados a comer a base de bocadillos que muchas veces adquirimos en bares y cafeterías. Durante los periodos que necesito para recuperarme me encanta efectuar a Estrella y por supuesto a Clara, Laura y Lorena las noches que paso con ellas, un examen de lo más exhaustivo, largo y metódico de su “cueva” vaginal y anal, efectuándola todo tipo de fotografías con el chocho y el ojete bien abiertos ó cuándo mea y defeca y después de forzarla al máximo con un fisting vaginal a dos manos con el que la saco una cantidad ingente de “baba” vaginal y de pis, la dejo con el coño tan sumamente apetitoso y dilatado como entregada y relajada por lo que, en cuanto la extraigo el puño, no me reprimo lo más mínimo puesto que puedo hacer con ella todo lo que me da la gana hasta que mi potencia sexual llega a su límite.

A Estrella la agrada chuparme el pito lentamente y con sumo esmero diciéndome que la encanta su fuerte fragancia varonil, que huela a pis y que conserve el olor de la seta y la “baba” vaginal de otras hembras; deleitarse en meterse mis cojones en la boca; pasarme repetidamente la lengua por el capullo y la “boca” de la polla y obligarme a retener lo más posible la salida de la lefa al igual que se ha acostumbrado a darme golpes secos en los huevos para conseguir que mi eyaculación tarde cada día un poco más en producirse y que, a cuenta de la excitación, la leche salga de una manera realmente impresionante, abundante y larga. Cuándo me la cepillo por vía vaginal, al no tener la menor predilección y además de realizar continuas pruebas en distintas posiciones, se la suelo “clavar” con frecuencia a estilo perro, que es como más nos gusta a los dos; acostada boca arriba a lo ancho de la cama mientras permanezco de pie delante ella; echado sobre Estrella; con ella tumbada sobre mí ó efectuándome una cabalgada. Para darla por el culo lo que más me gusta es metérsela en plan bárbaro colocada a cuatro patas, acostada boca abajo muy abierta de piernas ó que me efectúe una larga cabalgada anal con la que dice que la introduzco el rabo mucho más profunda y que cuanto más tiempo lo tiene en el interior de su trasero más la facilito el defecar puesto que siempre ha padecido de estreñimiento crónico y con una práctica sexual anal regular he conseguido aliviarla e incluso, hacer que defeque con cierta regularidad encantándola que, al igual que cuándo se la meto por la almeja, no dude en “clavársela” por el culo en los lugares que consideramos sumamente morbosos como ascensores ó miradores hasta lograr provocarla la defecación y ponerlo todo perdido con su mierda. Además, inmersos en el sexo guarro y sucio, nos agrada mearnos durante el acto sexual; hurgar a conciencia con nuestros dedos en el ojete del otro al mismo tiempo que apretamos con fuerza para que nuestra caca entre en contacto con los apéndices y la podamos ir sacando poco a poco; bebernos prácticamente íntegras nuestras cada vez más frecuentes micciones y comernos la defecación.

Estrella, con la que no me importaría llegar a casarme aunque parece que tal idea no pasa por su cabeza, ha conseguido que lleve una vida sexual realmente activa y que disfrute plenamente de todo el sexo que un hombre puede desear y con un buen surtido de mujeres al mismo tiempo que me ha logrado perfeccionar aún más para que reviente de gusto a cada una de las féminas, incluida ella, a las que me follo y echo mi leche y mi pis.