El señor Luis, mi maestro
Descubrir el amor con alguien mucho mayor.
El señor Luis, mi maestro
La jornada de trabajo prometía ser tediosa, como todas. Ser cajera en un supermercado no es una labor agradecida ni descansada, especialmente los fines de semana en que los clientes forman largas filas y el trasiego de productos sobre el lector láser es incesante.
Llevaba ya un par de horas sin pausa ni reposo cuando, por fin, apareció una cara amable.
Un señor al que había visto por mi barrio, un hombre maduro, moreno, alto y con porte distinguido. Debía vivir solo, sus compras eran siempre en pequeñas cantidades y nunca le había visto acompañado excepto por su perro al que solía pasear con frecuencia.
-Otra vez te ha tocado trabajar en sábado, que mala suerte!, ¿Tu novio debe estar ya un poco harto, no?.-
Que sorpresa, aquel señor se había fijado en que llevaba dos fines de semana con el turno cambiado y sabía que salía con alguien!.
-"Sí- respondí-hay un par de compañeras de baja .y no es mi novio!- No sé por qué le di aquella información innecesaria, que le importaba a él!
-"Bueno, una chica tan bonita como tu, es normal que tenga mas de uno, si yo fuese mas joven intentaría ligar contigo."-
Lo dijo con una seductora sonrisa y mirándome a los ojos. Yo me ruboricé, bajé la mirada y le di las gracias en un murmullo inaudible.
Aquella noche, en la cama, no podía dejar de pensar en aquel hombre.
La verdad es que no estoy contenta con mi cuerpo, mi rostro es "graciosillo" (en el colegio me llamaban Thora Birch)pero poco puedo hacer con una estatura reducida y un sobrepeso incipiente. No tengo demasiados amigos y lo de Antonio (mi "novio") no es más que algo circunstancial y con poco futuro. Con dieciocho años esperaba algo más de la vida.
El haber llamado la atención de un hombre mayor me llenaba de satisfacción mientras mi mano bajaba lentamente hacia el hambriento y húmedo sexo que deseaba una visita que no fuese la habitual de mis dedos.
Mi siguiente tarde libre la dediqué a pasear a nuestro perro, con gran sorpresa de toda mi familia ya que me había negado siempre y de manera rotunda a efectuar una labor que me parecía aburrida. Claro está que no conocían mis perversas intenciones, mi plan era encontrarme "casualmente" con mi vecino del supermercado.
Tuve suerte, en el pequeño descampado que todos utilizaban como "pipi-can" estaba mi hombre.
-"Que sorpresa encontrarte por aquí Vanesa, a Raky siempre lo sacan a pasear tu padre o tus hermanos, de cualquier modo, es un cambio que me alegra."
Yo alucinaba, parecía saberlo todo de mí y hasta de mi perro!.
Nos sentamos en un banco mientras los perros corrían libremente.
Poco a poco fui averiguando cosas de él y de su vida. Estaba viudo desde hacía tiempo y sus hijos se encontraban estudiando en Madrid, su trabajo le permitía tener las tardes libres y ese tiempo lo empleaba en un conjunto de actividades que me maravillaron: escribía artículos para revistas, pintaba, navegaba a vela y todavía tenía tiempo para ir al gimnasio (y eso se notaba), su conversación era amena, el hablar pausado y sus ojos grises siempre fijos en los míos, como intentando decirme algo que yo no llegaba a entender.
Nos seguimos viendo casi cada tarde, dejé de salir con Antonio, porque la vacuidad de todos sus actos y palabras no permitían la menor comparación con el universo que se me abría cuando estaba con el señor Luis y mi vida empezó a girar en torno al esperado encuentro vespertino.
Una tarde-por fin!-me invitó tímidamente a conocer su casa y su estudio. Yo acepte sin reticencias ni temor porque lo que podía suceder lo estaba deseando desde aquella tarde de sábado en la caja del súper.
Exteriormente, la casa me defraudó, no era ni lujosa ni grande. En su interior estaba el espíritu del señor Luis aunque él me lo pidiese mil veces, no me acostumbraba a tutearle. Los muebles eran de tonos oscuros pero modernos, la tapicería discreta y la decoración sublime. Colgaban algunos oleos con su firma, uno de ellos me dejó impresionada, era un paisaje otoñal, un bosque con los árboles desnudos y las hojas caídas tapizaban un tortuoso camino, en el horizonte, un cielo gris plomizo amenazaba tormenta. Todo él rezumaba soledad y tristeza.
Algo que me sorprendió sobremanera, fue la ausencia de televisión, video y ordenador. Luis tenía la peculiar teoría de que la tasa de embrutecimiento de la especie humana es directamente proporcional al número de aparatos "embrutecedores y desculturizadores"que posee cada individuo. Su surtida biblioteca, un obsoleto tocadiscos y una vieja "Olivetti" daban fe de su intima convicción al respecto.
Subimos al estudio, una sala amplia con un lateral ocupado por un gran ventanal que daba a los vecinos campos de almendros. En el centro, una mesa llena de pinceles paletas y tubos de pintura. En un rincón alejado encontré un boceto a carboncillo de un rostro femenino, era yo! .Miré a Luis inquisidoramente, parecía un chico al que han pillado en plena travesura, se sonrojo ligeramente y dijo:
-"Es solo un apunte, pensaba regalártelo. Pero ya que estas aquí me gustaría que posases un rato para perfilarlo mejor."
Acepté complacida, buscó el ángulo, la distancia, la luz adecuada, se quedó con el lápiz en el aire mientras me miraba detenida y apreciativamente.
-¿"No preferirías un retrato de cuerpo entero?-"
-"Mejor un desnudo de cuerpo entero"- propuse yo.
"-No osaba proponértelo, la verdad es que en el pueblo no me atrevo a buscar una modelo, mas que nada, por el "que dirán" pero si posas para mí, puedo pagarte un tanto por cada sesión. Es cansado y aburrido."
-"No quiero que me pagues, lo hago por ti, porque quiero y porque me gustas-"
Ya está!, ya se lo he dicho, qué vergüenza, qué dirá de mi-pensé-
Se me acercó lentamente, posó sus manos sobre mis hombros y mirándome de aquella forma tan profunda y personal, me dijo:
-"Tu sabes que también me gustas a mí, y mucho, pero soy demasiado mayor para ti, es mas, soy un hombre viejo y tu mereces mucho más."
No pude contestarle que no era viejo, que me parecía la persona más maravillosa que jamás hubiese conocido, tenía un nudo en la garganta y en el corazón. Me levanté y le abracé.
Cuando se recuperó de la sorpresa inicial, ciñó sus brazos a mi espalda y en esa posición permanecimos mientras el mundo desaparecía de nuestras mentes y nos llenábamos el uno al otro.
No me resultó todo tan fácil como prometía aquel abrazo. Las largas sesiones de pose, aunque amenizadas por sus soliloquios (a mí, no me dejaba ni mover los labios) no dejaban de ser agotadoras. Cuando la luz en el ventanal se iba amortiguando por el declinar del sol, él, imperiosamente, me mandaba vestirme y desviaba púdicamente su mirada, como si el hecho de haber finalizado la sesión de pintura cambiase su percepción de mi desnudez.
Yo, sabía que no era indiferencia hacia mí, intuía que él, estaba librando una dura lucha contra sus principios éticos y que estos estaban muy arraigados en su mente. Poco a poco se fue convirtiendo en mi Pigmalion, los cambios en mí, eran mas que perceptibles, eran notables. Devoraba los libros que él me prestaba, dejé de ver programas basura en televisión, la música disco dejó de gustarme y mi intelecto se fue afinando como mi cuerpo (había perdido cinco quilos), estaba satisfecha conmigo misma.
Cuando llegó el momento crucial, ambos estábamos ya preparados.
Fue una tarde de junio, yo acababa de desnudarme para la sesión, él, ni siquiera tomó la paleta, se acerco a mí, me levantó en brazos y me llevó hasta su dormitorio depositándome suavemente sobre la cama. No habló, pero su rostro reflejaba su firme resolución. Yo temblaba y tenía erizada toda la piel de mi cuerpo, no sé si era miedo, excitación o frío. Se inclinó sobre mí, me besó la frente, los pómulos, las orejas, los labios . el cuello. Iba descendiendo lentamente, dejando su aroma sobre mi piel. Se entretenía en los rincones que más me excitaban y seguía bajando y bajando
Ahora sé, que aquella excitación que yo sentía no era pura lujuria pero en aquellos momentos lo único que deseaba era que me penetrase. Sin embargo, Luis, parecía tener un completo dominio de su cuerpo y de sus emociones porque, hasta que no llegó a los dedos de mis pies y yo era ya una temblorosa piltrafa, no se despojó de su ropa. Lo hizo con parsimonia, doblando los pantalones y ordenándolo todo sobre una silla. Después, se tumbó a mi lado, tomo mi cara entre sus nervudas manos y me besó.
Toda su contención de aquellos meses, toda aquella fingida indiferencia, toda parsimonia y moderación desaparecieron con aquel beso profundo y salvaje que me dejó con la boca abierta, por la sorpresa y por la falta de aire que me provocó.
Toda mi experiencia sexual se reducía al penoso episodio de mi desfloración y tres ocasiones mas, con muchachos de mi edad y que no me habían aportado mas que una excitación defraudada, debían tener todos una eyaculación precoz porque todavía no sabía lo que era un orgasmo, descartando los provocados por mis hábiles dedos en las noches de insomnio. De modo que le cedí a Luis toda la iniciativa.
Hice bien, aquel hombre parecía conocer todos los resortes de mi cuerpo que me hacían vibrar y permanecer en un placentero y constante gemido.
Cuando, delicadamente, me separó las piernas y comenzó a lamer mi vulva con su sabia lengua, yo creí alcanzar el éxtasis. Estaba equivocada, lo mejor llegó cuando, tras suplicárselo mil veces, introdujo su grueso pene en mi lubricada vagina.
Dios!!!,nunca pensé que se pudiera sentir tanto placer en aquel acto por el que tanto tiempo llevaba suspirando. Todo su ser se introducía en mi a través de su miembro, me abracé fuertemente a él (como aquel día en el estudio) y los sucesivos orgasmos fueron una gloriosa culminación a tan larga espera.
Aquel verano fue inolvidable. Hicimos el amor (porque era amor y no solo sexo) en los mil lugares imaginables y siempre con el mismo ardor y entusiasmo de la primera vez. Yo me sentí totalmente mujer y él él rejuveneció veinte años, pintaba cuando yo le dejaba tiempo y dejó para el recuerdo aquellos tristes tonos grises y ominosos que tanto me impresionaron cuando le conocí.
Los pueblos pequeños, como el mío, son un nido de víboras. Pronto empezaron las murmuraciones y estas llegaron a oídos de mis padres.
Luis hubo de vender la casa de forma apresurada ante el boicot generalizado en contra suya.
Ahora vivimos en la gran ciudad como padre e hija, aquí, no creo que a nadie le importe la verdad. Quizá cuando la pequeña Maria empiece a llamarle "papá" hayamos de pensar algo nuevo, mientras tanto, seguimos amándonos.