El señor del hielo
(Un pastelito de vainilla)... ¿Tiemblas Niebla?
EL SEÑOR DEL HIELO
Soñaba… - soñaba un día… casi despierta-.
Él estaba delante de mí, me miraba con su aire majestuoso, imponente.
Él era la manifestación de todos mis deseos más escondidos, inconfesables, lascivos, dementes…
-Él se acercó a mí, más, un poco más-.
Tenía el cuerpo de un Dios, si es que Dios tiene cuerpo.
Era la sublimación de todas las beldades masculinas del orbe.
Le veía acercarse, mi respiración se entrecortaba.
Paso a paso, lentamente, iba progresando su marcha, se observaba brillar su piel.
Una piel dorada, bronceada por el sol, un cuerpo perfectamente torneado, del cual se podría haber escrito un tratado sobre anatomía humana, por la contundencia de su musculatura.
Brillaba. Su pelo rubio parecía blanco. Su exiguo traje mostraba impúdicamente la inmediatez de su masculinidad.
Soberbiamente delicioso era también su aroma… Ese aroma mezcla de almizcle, jazmín, albahaca, romero y gotas de rocío.
El contacto era inminente, mis piernas flaqueaban.
Esbozó una sonrisa tan embriagadora que perdí la razón inconscientemente.
Un abrazo frío hizo que recobrase la lucidez.
Él me sujetó. Sentí sus brazos fuertes y fríos por detrás de mi talle.
Quemaba su hielo. Mi piel quedó perlada por un sudor excitantemente fresco.
El contacto fue... glacial.
Le pregunté tal como pude: -¿quién es Usted?
Me dijo sonriendo... TU SEÑOR, ¿y tú?
Le respondí: -Niebla, Señor-
Yo temblaba, pero la ternura de su mirada y el roce extremadamente sensual y casi inadvertido de sus dulces y fuertes manos, me inspiraba esa calma y esa paz que por sí solas hacían que se disipase toda suerte de antigua soledad.
NIEBLA, -me dijo él- eres la criatura más bella de la creación.
Nunca vi ser semejante a ti.
Eres la reencarnación de la más grande de las Diosas.
Dime que tu corazón es libre y que tu alma es tuya, porque esa inocencia y esa luz que veo reflejadas en tu rostro han de ser para mí. Mi amada. Mi deseada compañera desde el principio de los tiempos... Mi esposa.
Su abrazo iba enfriando mi cuerpo, su aliento me iba dando calor, y un emponzoñamiento dulce hacía vencer al estado de vigilia para adentrarme en el territorio de los sueños. … para siempre.
¿Tiemblas NIEBLA? -Me dijo-
No MI SEÑOR- le respondí-. Es la alegría que siente mi alma la que hace que mi cuerpo se alborote de gozo.
Nos adentramos en otra era, en otra dimensión del tiempo, llegamos a un inmenso desierto helado, a lo lejos se podía adivinar la aurora boreal, nos quedaba mucho camino por recorrer juntos, pero en nuestros corazones ardía ya la llama eterna.
Me había transportado a su mundo, en dónde Él era un Dios, y yo, habiendo cruzado el umbral de la muerte, y, habiendo renacido, era, junto a mi Amante, junto a mi esposo, INMORTAL.
CAMINÁBAMOS LOS DOS COGIDOS DE LA MANO Y RECOSTABA DE VEZ EN CUANDO MI CABEZA SOBRE SU HOMBRO…